Análisis de incidentes críticos de aula: una herramienta para el mejoramiento de la convivencia - Óscar Nail Kroyer - E-Book

Análisis de incidentes críticos de aula: una herramienta para el mejoramiento de la convivencia E-Book

Óscar Nail Kroyer

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Beschreibung

La escuela o centro educativo es el primer espacio público en que los jóvenes participan; es un sistema compuesto por múltiples elementos relacionados entre sí, tales como alumnos, profesores, administrativos, padres y apoderados, entre otros. Cada uno de estos miembros es clave para el funcionamiento de la institución y, en conjunto, todos ellos generan un «clima» o factor ambiental compuesto por una compleja red de relaciones. Este clima institucional supone cierto estado de equilibrio que puede ser alterado por múltiples factores. Y es en aquellos casos en que el clima ha sido alterado donde encontramos el espacio necesario para intervenir en su mejoramiento y retorno al equilibrio anhelado, con el objetivo de mejorar la calidad del centro educativo. El fenómeno del bullying, así como cualquier tipo de conflicto que altere ese clima, debe ser prevenido desde la escuela, más precisamente desde las aulas, ya que estas tienen una gran potencia transformadora, no solo por la cantidad de horas que permanecen los estudiantes allí, sino también porque el aprender a convivir es una de sus tantas tareas a lograr.

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Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Análisis de incidentes críticos de aula

RIL editores

bibliodiversidad

Óscar Nail Kröyer(coord.)

Análisis de incidentes críticos de aula

Una herramienta para el mejoramiento de la convivencia

La realización de este libro fue auspiciada por la Facultad de Educación,

Universidad de Concepción, y por el Proyecto DIUC Nro. 210.161.006-1-0.

(2010-2011) Dirección de Investigación, Universidad de Concepción.

Análisis de incidentes críticos

Una herramienta para el mejoramiento de la convivencia

Primera edición: julio de 2013

© Óscar Nail Kröyer, 2013

© RIL® editores, 2012

Los Leones 2258

7511055 Providencia

Santiago de Chile

Tel. (56-2) 22238100

[email protected] • www.rileditores.com

 Composición y diseño de portada: RIL® editores

Ilustraciones: Paula Martínez Aguilera. Pedagogía en Artes,

Universidad de Concepción, Chile.

Derechos reservados.

Prólogo

Es obvio que en algunas profesiones las probaturas, las tentativas, en definitiva el ensayo-error, están totalmente contraindicados. Los pilotos de avión, los bomberos, los cirujanos y los arquitectos suelen realizar su formación práctica en base a simulaciones, a través de dispositivos o ensayos que emulan las condiciones complejas en las que deberán desempeñarse profesionalmente. ¿Aceptaríamos viajar en un avión conducido por un piloto en práctica?, ¿confiaríamos nuestra casa a un arquitecto que únicamente ha trabajado con lindas maquetas?, ¿permitiríamos que un estudiante de último año adquiera los conocimientos necesarios como cirujano, experimentando con nuestro corazón? Probablemente la respuesta de la mayoría de los mortales (y nunca mejor empleado este término), sería un rotundo «ni hablar»

Entonces, siguiendo con el mismo hilo argumental, ¿por qué confiamos a nuestros hijos e hijas a docentes que no han sido específicamente preparados para afrontar situaciones críticas en sus aulas y centros de trabajo? Quizás una primera respuesta, poco meditada, sería decir que la actividad educativa no es comparable a las anteriormente mencionadas, en las que la vida de las personas puede estar en juego. No obstante, la formación de los futuros ciudadanos, responsables de hacer que nuestra sociedad evolucione hacia cotas superiores de democracia y convivencia pacífica, ¿no es también una cuestión de supervivencia? Desde luego lo es a medio y largo plazo y, por consiguiente, garantizar que nuestros maestros, profesores, académicos, formadores, etc. adquieran las competencias profesionales necesarias para hacer frente a situaciones de riesgo, y enseñen a la vez a sus alumnos a hacer frente a situaciones conflictivas en su vida cotidiana y/o laboral, nos parece un objetivo educativo de primera magnitud.

¿Estamos en la actualidad preparando a nuestros futuros docentes para afrontar los conflictos con que se encontrarán en su quehacer profesional? La respuesta, desgraciadamente, es diáfana: rotundamente no. La inmensa mayoría de los docentes y profesionales de la enseñanza que egresan de los estudios de magisterio, de las facultades de Ciencias de la Educación o de formación del profesorado, de las especialidades de Psicología Educativa o de Psicopedagogía, o de estudios de postgrado especializados en didácticas específicas, por ejemplo a nivel de enseñanza media y/o universitaria, en muy pocas ocasiones se han enfrentado a eventos conflictivos simulados, ya no digamos a eventos reales. Frente a sucesos, cada vez más comunes, como el que un estudiante desmotivado nos agreda verbalmente, que un estudiante copie el trabajo de otro o plagie directamente un texto encontrado en Internet, que un grupo de alumnos nos reproche el bajo nivel de las clases, que nadie en clase haya realizado la lectura que recomendamos, etc., esos profesores no sabrán cómo deben actuar. O mejor dicho, sí responderán en la mayoría de los casos, pero su respuesta, causada por una reacción a menudo visceral, poco razonada, tendrá en ocasiones repercusiones más nefastas que las producidas por la conducta original.

Cuando esas situaciones conflictivas se repiten día tras día los profesores van adquiriendo una suerte de «desesperanza aprendida», que suele degenerar en una actitud de resignación victimista o desencadenar un estilo de enseñanza autoritario y punitivo, cuando no simplemente el abandono de la docencia, al concluir el profesor que no es competente para aquello que fue su vocación y para lo que tanto estudió. En realidad, en muchas universidades enviamos a esos nuevos docentes a un «suicidio pedagógico» anunciado, al no prepararlos oportunamente para afrontar, con algunas garantías, lo que probablemente encontrarán, al no pertrecharlos de recursos suficientes para resistir algunas frustraciones y contradicciones, al no enseñarles que cualquier cambio en instituciones tan rígidas como las educativas tiene un costo en términos de esfuerzos, tiempo y emociones, que es preciso calcular antes de acometerlo1.

¿Cuáles son esos eventos conflictivos y qué características tienen? En una publicación reciente2 apuntábamos qué tipo de eventos son los que indefectiblemente podían tener lugar en una clase y cuáles son sus características, en términos de la exigencia que trasladan al docente. En términos generales, los eventos que tienen lugar en un salón de clase pueden clasificarse atendiendo a si la situación que se plantea es o no esperada por el docente, y si su aparición provoca o no un estado de descontrol emocional que le obliga a reaccionar en forma extemporánea o, al contrario, le permite activar sistemas de control mental y emocional para tomar decisiones conscientes e intencionadas, es decir, decisiones estratégicas.

Partiendo de estas premisas podríamos identificar diferentes clases de escenarios: las rutinas (control frente a una situación conocida y esperada), los eventos(control, a pesar de que la situación es sorpresiva e inesperada), los conflictos (pérdida de control, pero en respuesta a una situación conocida y esperada, que se repite con cierta asiduidad) y los incidentes (situación con un alto impacto sobre las emociones del docente que ocurre de manera insospechada). Los incidentes se adjetivan como «críticos» cuando la intensidad del sentimiento que generan es tan grande que obliga al profesorado que lo sufre a repensar su propia identidad docente, si es que realmente pretende afrontarlo para que no vuelva a repetirse,.

La obra que tiene entre sus manos trata, precisamente, de ofrecer ideas, instrumentos y recursos para que los docentes y los líderes escolares puedan hacer frente a este último tipo de eventos, los incidentes críticos, con solvencia, salvaguardando la convivencia al interior del aula y en el propio centro educativo. Para ello, el texto ofrece al lector distintas aproximaciones a la temática. Un bloque se centra en identificar los incidentes críticos que con mayor frecuencia se producen en las escuelas, en forma de conductas disruptivas y violentas, tanto desde el punto de vista físico como verbal. Otro bloque analiza la forma en que se expresan esos incidentes, los dilemas que plantean esos discursos y las emociones que encubren.

Finalmente, durante toda la obra se dibujan las múltiples aplicaciones que pueden tener esos incidentes críticos en su condición de herramientas de análisis, intervención y evaluación frente a las situaciones de violencia y disrupción escolar identificadas. A saber:

· En la formación de docentes noveles y en la formación permanente de profesores veteranos, a través de la obtención de conocimiento práctico y estratégico sobre cómo afrontar conflictos e incidentes.· En la formación de líderes educativos, tanto en relación a sus funciones de carácter institucional (liderazgo transferencial) como respecto al modo de gestionar lo que ocurre en las aulas (liderazgo instruccional).· Como base para realizar entrevistas, mediante las cuales seleccionar profesionales.· En la identificación de los puntos débiles y fuertes de una institución educativa.· En la capacidad de afrontar situaciones nuevas, por ejemplo cuando se lleva a cabo alguna reforma educativa.· En la elaboración de casos para la formación de otros miembros de la comunidad educativa.· En la evaluación de las competencias de los profesionales, cuando se inducen incidentes críticos de manera sorpresiva.· En la conexión de la teoría con la práctica, a partir de lo que se explica en clase con la realidad extra-escolar y con las propias vivencias.

El libro, además, incluye distintas actividades de análisis práctico dirigido a profesores, directivos y padres; un conjunto de ilustraciones que plantean situaciones que ayudan a la comprensión del texto, y se completa con un glosario de términos muy útil para que los equipos docentes puedan compartir aquellos significados que les permitirán comunicarse con mayor facilidad. Nos encontramos pues frente a un texto con vocación práctica, un trabajo que quiere auxiliar al profesorado a afrontar sus problemas cotidianos, sin abdicar de los fundamentos teóricos que avalan sus propuestas. Un libro, en definitiva, que debería estar en la biblioteca de cada centro educativo.

Carles Monereo3

Barcelona, enero de 2013.

1En relación a estos obstáculos, puede revisarse: Monereo, C. (2010) ¡Saquen el libro de texto! Resistencia, obstáculos y alternativas en la formación de los docentes para el cambio educativo. Revista de Educación, 352; 583-597. Consultado el 9 de enero de 2013 en:http://www.revistaeducacion.educacion.es/re352/re352_26.pdf

2Monereo, C.; Weise, C. y Ibis, A. (2013) Formación del profesorado universitario a través del análisis de IC generados en situaciones de dramatización. Infancia & Aprendizaje, (aceptado, en prensa).

3Doctor en Psicología y profesor de Psicología de la Educación en la Universidad Autónoma de Barcelona. Coordina el equipo de investigación SINTE, reconocido por la Generalitat de Catalunya, y el doctorado en psicología de la educación (DIPE) de su universidad. Sus principales líneas de investigación son: el asesoramiento en estrategias de enseñanza y aprendizaje, la formación de la identidad profesional docente a través de incidentes críticos y el impacto de las TIC sobre las formas de aprender y enseñar.

Convivencia escolar en el aula

Óscar Nail Kröyer4

Son múltiples los planos donde es posible observar a hombres que comparten maneras de pensar, de ser y de actuar. Por ello se dice que el hombre es un ser social, un ser que se relaciona con otros en busca de su felicidad. Pues bien, de esta socialización innata del ser humano derivan situaciones de vida denominadas «convivencia».

El concepto convivencia resulta cotidiano, común y cercano a las personas, y está inserto en nuestro vocabulario, ya que todos hemos convivido en algún momento de nuestras vidas. El primer escenario o entorno donde se gesta la acción de convivencia corresponde al hogar, más precisamente a la familia. Es en la familia donde las personas se relacionan con otros y crean lazos, no solo sentimentales, que las llevan a mantener esta convivencia por periodos de tiempo prolongados.

Ahora, si bien este concepto resulta cercano a las personas, será necesario referirse a él, a sus definiciones y contextos de significado.

El término convivencia hace referencia a la acción de vivir juntos. Pero esta acción de vivir juntos se puede observar desde distintos contextos, que dan a la palabra convivencia diferentes connotaciones, destacándose tres: el contexto del habla popular, el contexto psicológico y el contexto jurídico social (Ortega y Martín, 2003).

En el contexto del habla popular la definición del término convivencia dice relación tanto con el acto de compartir un lugar físico, como también con un sistema de normas que ordenan la vida conjunta para evitar el surgimiento de conflictos. Si llegan a producirse estos, la relación de convivencia permite su resolución equitativa y justa.

En el contexto psicológico la palabra convivencia se refiere a los sentimientos y emociones que proporcionan una mejor vida en común. Son por lo tanto sentimientos de empatía con el otro, de aceptación de los otros y de las diferencias entre ellos, lo que implica renunciar al egoísmo personal y generar , en consecuencia, un comportamiento tolerante y solidario entre los que conviven.

En el contexto jurídico social se alude al respeto de los derechos de las personas en todos los ámbitos, ya sea público, laboral, legal o cívico. Por lo tanto, se refiere al ejercicio de la democracia, pues esta forma de gobierno requiere del respeto mutuo entre los ciudadanos. En consecuencia, la democracia es una forma básica de convivencia.

Es evidente que las tres dimensiones descritas anteriormente serán de relevancia en este estudio, pero es menester llegar a un consenso acerca del concepto de convivencia, asunto que resuelve muy bien la autora Rosario Ortega Ruiz en su conferencia del año 2005 «Construir la convivencia para prevenir la violencia», dictada en Granada. Según sus palabras, convivencia se define como «la acción de vivir con otros compartiendo actividad y diálogo, bajo el entramado de normas y convenciones de respeto mutuo, comprensión y reciprocidad ética».

Ahora, al hablar netamente de la convivencia escolar, las palabras adecuadas son: proceso de interrelación entre los diferentes miembros de un establecimiento educacional[…], no se limita a la relación entre las personas, sino que incluye las formas de interacción de los diferentes estamentos que conforman una comunidad educativa, por lo que constituye una construcción colectiva y es responsabilidad de todos los miembros y actores de la comunidad educativa (MINEDUC, 2004).

De igual modo, la convivencia escolar se puede comprender a través de tres áreas, entendiéndose por áreas, aquellos espacios que intervienen en el estado de la convivencia escolar (MINEDUC, 2004). Estas áreas son: Normativa de la convivencia: se refiere a las normas conocidas por todos los miembros de la comunidad educativa que orientan sus comportamientos interviniendo, de esta forma, en la convivencia escolar. Participación institucional de los actores educativos: consiste en dar responsabilidades y derechos a los diversos actores de la comunidad educativa en la construcción de una buena convivencia escolar. Desarrollo pedagógico y curricular: se refiere a las prácticas pedagógicas coherentes con una convivencia escolar democrática.

Estas tres áreas han de considerarse en la elaboración de cualquier plan de acción cuyo objetivo sea intervenir en el centro educativo para mejorar la convivencia.

Se señaló anteriormente que la familia es el primer entorno en el que una persona comienza a convivir, pero no es el único. Sin duda la familia es el ambiente en el que el niño aprende estilos, formas y costumbres de vivir con otros, pero en esta labor es ayudada por un segundo contexto de aprendizaje, que corresponde a la escuela o instituto. El niño debe aprender a convivir en la escuela. Al ingresar al sistema educacional no solo debe apropiarse de contenidos, sino también debe aprender cómo convivir en ese nuevo espacio social (Maldonado, 2004).

La escuela o centro educativo es el primer espacio público en que los jóvenes participan; es un sistema compuesto por múltiples elementos relacionados entre sí, tales como alumnos, profesores, administrativos, padres y apoderados, entre otros. Cada uno de estos miembros es clave para el funcionamiento de la institución y en conjunto todos ellos generan un «clima» o factor ambiental compuesto por una compleja red de relaciones. Este clima institucional supone cierto estado de equilibrio que puede ser alterado por múltiples factores. Y es en aquellos casos en que el clima ha sido alterado donde encontramos el espacio necesario para intervenir en su mejoramiento y retorno al equilibrio anhelado, con el objetivo de mejorar la calidad del centro educativo.

Para la intervención que busca el retorno del clima y de la convivencia se deben considerar ciertos principios (Ibar, 1986, citado en Viñas Cirera, 2004): Principio de totalidad: todo plan de intervención afecta al conjunto del centro, no son actuaciones aisladas. Principio de carácter propio: el plan de intervención debe ser adaptado al centro educativo, sus condiciones y entorno, es decir, debe ser contextualizado. Principio del cambio permanente y autorregulación: el plan de intervención debe ir readecuándose con el tiempo, ya que haber sido la solución en un momento no garantiza su perpetuidad como tal y por lo tanto debe sufrir adecuaciones de la mano de los cambios que se hayan producido en el centro. Principio de crecimiento y coordinación progresiva de las partes: como la institución es un sistema, siempre está en crecimiento a través de la integración y organización de sus partes componentes. El plan de intervención debe contemplar entonces que la institución no es estática. Principio de finalidad y equifinalidad: el objetivo principal de todo centro educativo es conseguir educar al alumnado y muchas veces esto se logra a través de diferentes y creativas maneras. Precisamente a ello se le llama equifinailidad. En otras palabras, se entiende que el centro educativo puede tener más de una solución para conseguir la misma finalidad, aportando todas una eficacia equivalente.

Para el adecuado tratamiento de la convivencia en el centro educativo deben considerarse los principios mencionados anteriormente y resaltar la relevancia del concepto de escuela como un sistema. En la escuela solo se logrará la buena convivencia si esta logra que sus actores –alumnos, profesores, familia y sociedad– convivan solidariamente, resolviendo de forma adecuada sus conflictos y evitando la violencia.

En reiteradas ocasiones la convivencia en el centro educativo es vista como un elemento de disciplina que se impone al momento de presentarse el conflicto. Sin duda que esta actitud es errada, ya que se aborda la conducta luego de observada, aplicando soluciones que involucran sanciones que muchas veces conducen a desajustes de la conducta e incluso a la violencia.

Sin embargo, la violencia no es el único problema que se presenta al romper el equilibrio de la convivencia en un centro educativo. Hay otras múltiples complicaciones, por ejemplo, la desmotivación de los estudiantes secundarios, es decir, la falta de interés y entusiasmo por la actividad escolar, lo que deteriora el sistema de relaciones tanto entre los pares como entre docentes y alumnos.

La disciplina es otro inconveniente recurrente en la enseñanza media, ya que los estudiantes se sienten obligados a respetar ciertas normas externas que les resultan ajenas. La solución a este tema pasa por democratizar la disciplina, incorporando a todos los miembros de la comunidad educativa en la creación de normas. Así los estudiantes se sentirán sujetos activos. La escuela debe propiciar los tiempos y espacios para que se produzca el diálogo y la discusión, no la sumisión y el acatamiento.

Esta desmotivación y falta de disciplina tienen su origen en la muy bien llamada Tercera Revolución Educativa (Esteve, 2003), que consiste en la democratización de la enseñanza, la cual deja de ser un privilegio que el alumno se tiene que ganar. Por eso, ya no son expulsados aquellos estudiantes que tienen un mal rendimiento o comportamiento, sino que se mantienen en el sistema educativo. Se le llama tercera revolución en referencia a dos hitos anteriores: la creación, en Egipto, de las primeras instituciones educativas y la aceptación por parte del Estado de su responsabilidad sobre las instituciones de educación.

La tercera revolución educativa supone un grupo heterogéneo de alumnos: inteligentes, difíciles, agresivos, mal alimentados, con problemas de drogas y alcohol, golpeados en sus hogares, entre otros. Muchos de ellos se sienten obligados por la ley que asegura la enseñanza obligatoria.

Todo lo anterior indica que los profesores ahora no solo deben ocuparse de lograr aprendizajes académicos, sino que, además, deben preocuparse por formar individuos preparados para la vida en sociedad. De esta forma los educadores se convierten en asistentes sociales que deben integrar a los estudiantes, no excluirlos.

La principal función de la escuela corresponde a la función socializadora. Esta se manifiesta en las actividades habituales, en la forma de alcanzar el consenso, de reconocer los acuerdos y las diferencias. Traducido a la cotidianeidad transcurrida en el aula, la escuela permite el aprendizaje y la práctica de valores democráticos tales como solidaridad, justicia y paz.

Un tercer problema presente en la unidad educativa es el conflicto propiamente tal. Para Casamayor (2000, citado en Zabalza, 2002), un conflicto se produce «cuando hay un enfrentamiento de los intereses o las necesidades de una persona con las de otra, o con los de un grupo o con quien detenta autoridad legítima. Esto significa que no sólo hay conflictos cuando se producen malos tratos físicos o verbales, sino que también cuando alguien deteriora el mobiliario o el edificio, o cuando alguien no deja trabajar a sus compañeros» (p.)

Rosario Ortega define el conflicto como aquel «enfrentamiento de puntos de vista diferentes, de miradas diferentes, de intereses diferentes, de posiciones diferentes». Según la autora el conflicto es consustancial a la naturaleza humana y enriquece las relaciones interpersonales. Sin embargo, esto último depende de la forma cómo se resuelvan los conflictos.

Ahora bien, para la resolución efectiva de los conflictos es indispensable una clasificación. Vinas Cirera (2004) los clasifica en cuatro grupos: a) Conflictos de relación: en este conjunto tenemos la relación alumno-alumno, alumno-profesor, profesor-profesor. Frecuentemente estos conflictos se mueven en el plano de la afectividad y los sentimientos, por lo que presentan dificultades de control. b) Conflictos de rendimiento: surgen conflictos cuando la finalidad del centro educativo no se cumple, es decir, cuando el alumno tiene problemas con el aprendizaje de los contenidos curriculares, sin conseguir resultados aceptables. c) Conflictos de poder: en el centro educativo existen roles definidos y esto genera problemas entre el alumnado y la autoridad, como por ejemplo el rechazo de los estudiantes a la obligación de obedecer o a asistir a clases. d) Conflictos de identidad: este conflicto se sitúa en el ámbito personal del profesorado y del alumnado. Se relaciona con las expectativas de los alumnos sobre sus estudios, su obligación o motivación por los estudios, entre otros.

Si bien esta distribución de conflictos es muy analítica, un conflicto puede pasar de una modalidad a otra. Es por esto que para la solución o tratamiento de ellos se debe llegar al conflicto original y no hacerlo de modo general. Cuando un conflicto no se resuelve o cuando se niega su existencia puede generar violencia. Hay distintos tipos de violencia y este concepto tiene diversas connotaciones. Se habla de violencia ante la presencia de vandalismo y terrorismo, fenómenos que implican agresiones físicas, pero también existe la violencia psicológica. Pues bien, ambas se pueden encontrar en el contexto escolar. Lo importante a destacar es que cuando se manifiesta la violencia se destruye el equilibrio del sistema educativo y se quiebran las relaciones interpersonales. Este acto constituye un fenómeno no natural (Ortega, 2003), ya que va contra el natural proceso de las cosas. Al no ser un fenómeno natural, se asume que no es normal y por lo tanto no es lo ideal.

Referente al concepto de violencia escolar encontramos la definición de Toro Soriano (citado en Zabalza, 2002): «Al hablar de violencia escolar queremos referirnos –teniendo en cuenta las múltiples aproximaciones conceptuales al término que en la literatura especializada encontramos– a las manifestaciones del comportamiento de un grupo de alumnos que no hacen sino perturbar la normal convivencia en los centros educativos. Hay quien pudiera pensar que estas manifestaciones disruptivas o antiescolares pudieran tener sus causas en las propias relaciones interactivas que el mismo centro genera. Sin embargo, un análisis reflexivo del verdadero origen de estos comportamientos, nos llevan al ámbito social, aunque sus manifestaciones más primarias se aprecian en el ámbito escolar».

Si bien la violencia no es una conducta natural, sí es una conducta admitida en las aulas y validada por los estudiantes, quienes la utilizan de entretenimiento. En este contexto es difícil instaurar valores como la paz, la tolerancia y el diálogo. Por ello la violencia no es solo un problema escolar, sino que es un problema social, convertido hoy en un fenómeno social.

De la visión genérica de violencia escolar surge otro fenómeno en los establecimientos educativos bajo el nombre de bullying. Este concepto se ha comprendido como aquel daño reiterado, no ocasional, causado a otra persona a través de palabras o ataques físicos en alguno de los espacios de la escuela o en el camino de la casa a la escuela o de la escuela a la casa. El acto del bullying es injusto dado que el atacante es más fuerte físicamente o bien más hábil a nivel verbal o social que su víctima. El ataque puede ser perpetrado, tanto por un individuo, como por un grupo (Hazley, Millar, Carney y Green, 2001, citado en Zabalza, 2002).

En términos simples el bullying es un «fenómeno de violencia interpersonal que cursa con mayor o menor grado de gravedad» (Ortega, 2003). Es un sistema de dominio-sumisión, vale decir, una dinámica de relaciones de poder que implica una conducta o actitud agresiva. Dentro de este fenómeno tienen cabida tres elementos: víctimas, agresores y espectadores.

Siguiendo a Rosario Ortega, el bullying presenta cuatro características: Intencionalidad mantenida de dañar a otro: el agresor o grupo de agresores sabe que lo que está haciendo está mal y que está produciendo daño a la víctima. Existe desequilibrio de poder: pese a que agresor y víctima pertenecen a un mismo grupo de iguales, uno de ellos asume un rol de poder para ejercer la violencia. En el aula existe el llamado Microsistema de los Iguales (Ortega, 2003), que corresponde a un grupo de referencia compuesto por jóvenes que se sienten parte de este conjunto, se sienten una entidad. Este microsistema de los iguales da las pautas de comportamiento social de sus miembros, llegando a sacralizar ciertas conductas y a convertirse en una microcultura. Por lo tanto los estudiantes no aprenden solo de sus maestros, sino también de su grupo de iguales. La relación de esta microcultura con el bullying se encuentra en que a veces para ser aceptado dentro de un grupo de iguales se validan conductas de dominio y sumisión. O para tener un buen status social dentro de la clase, buscan la popularidad y el liderazgo a través de conductas transgresoras y violentas en el aula (Jiménez, Moreno, Murgui y Musutu, 2008). Persistencia en la agresión: que le da funcionamiento al fenómeno del bullying y lo diferencia de un mero conflicto. Quiere decir que las conductas de dominio-sumisión se repiten con frecuencia en el tiempo. Reconocimiento del daño psicológico de la víctima y daño en el criterio moral del propio agresor: no solo la víctima se encuentra en riesgo, también lo está el agresor, ya que su violencia en la escuela puede repercutir en la sociedad.

La búsqueda de las causas del fenómeno del bullying