Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La comprensión de cómo se gestaron y se desarrollaron los procesos paralelos que convergieron cronológicamente en los anuncios presidenciales realizados el mediodía del 17 de diciembre de 2014 por los presidentes Raúl Castro Ruz y Barack Hussein Obama, tiene una dimensión estratégica para la política exterior de Cuba. El autor de este texto se propone, entre sus objetivos fundamentales, explicar qué transformaciones sucedieron desde el interior de la sociedad estadounidense, desde la sociedad cubana y en el contexto regional, las cuales, en su interrelación, sirvieron de umbral a una época diferente en las relaciones bilaterales. La obra incluye un cuerpo de anexos que apoyan la investigación y brindan información sobre estos sucesos, además, una amplia bibliografía relacionada con este tema.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 537
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Edición: María de los Ángeles Navarro González
Diseño de cubierta e interior: Yisell Llanes Cuellar
Realización: Elvira M. Corzo Alonso
Corrección: Ricardo Luis Hernández Otero
Composición: Irina Borrero Kindelán
© José Ramón Cabañas Rodríguez, 2021
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2021
ISBN: 9789590624117
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO Editorial de Ciencias Sociales Calle 14 no. 4104, entre 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
www.nuevomilenio.cult.cu
El entendimiento de cómo se gestaron y se desarrollaron los procesos paralelos que convergieron cronológicamente en los anuncios presidenciales realizados el mediodía del 17 de diciembre de 2014, por los presidentes Raúl Castro Ruz y Barack Hussein Obama, tiene una dimensión estratégica para la política exterior de Cuba.
La Revolución Cubana garantizó su supervivencia durante los 55 años previos a ese momento con la comprensión cabal de las amenazas que incidieron sobre ella, como resultado de la política hostil del Gobierno (once diferentes) de Estados Unidos,1 articulada desde antes del primero de enero de 1959, convertida en Política de Estado el 7 de febrero de 1962 con la aplicación de un régimen de sanciones contra Cuba y reforzada legalmente con las llamadas Ley Torricelli2 (1992) y Helms-Burton3 (1996).
El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos el 1.o de julio de 2015, el proceso negociador previo y posterior, la remoción de Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo el 29 de mayo de 20154 y la puesta en vigor de un conjunto de regulaciones5 que estimularon cierto interés del sector empresarial estadounidense hacia la economía cubana, explicaron el inicio de una etapa en la historia de las relaciones bilaterales que se presentó como cualitativamente distinta. Estos pasos, sin embargo, coexistieron con la continua aplicación de las normas del Bloqueo contra la Isla.
De la compresión científicamente precisa, o no, de cómo se llegó a este punto en el tiempo, depende la interpretación que se haga sobre si fue este un cambio reversible, si se trata de un movimiento tendencial, o si podría haber sido el incio de un nuevo ciclo a mediano o largo plazo en la relación bilateral. También deben evaluarse cuáles han sido las causas esenciales del proceso, y de esas certidumbres, cuáles son fundamentales y cuáles secundarias. La posesión de ese conocimiento es esencial para construir y preservar un futuro en el que Cuba continuará viviendo bajo la pretensión de Estados Unidos de ejercer influencia sobre ella económica, política y/o culturalmente.
En este texto no se trata de ordenar cronológicamente los hechos precedentes al cambio, tarea importante y ya realizada por varios autores.6 Tampoco se intenta describir de manera detallada los procesos negociadores inmediatamente anteriores al 17 de diciembre. La tarea es lograr explicar qué transformaciones sucedieron desde el interior de la sociedad estadounidense, desde la sociedad cubana y en el contexto regional, las cuales en su interrelación sirvieron de umbral a una época diferente en las relaciones bilaterales.
La decisión del más alto nivel del Poder Ejecutivo de Estados Unidos de introducir cambios en la manera de gestionar sus objetivos estratégicos respecto a Cuba, se produjo a partir de la coincidencia en tiempo de al menos tres grupos de procesos, a saber:
Para el inicio del segundo mandato del presidente Barack Obama (2012-2016) resultaba evidente no solo el fracaso de la política de bloqueo contra Cuba, sino también que la falta de reconocimiento al Gobierno Revolucionario cubano y a su rol en el contexto latinoamericano y caribeño estaba enajenando a Estados Unidos del resto de los actores regionales. Cuba se confirmaba como un importante actor regional después de su recuperación económica en las condiciones del mundo postsoviético y, en contraste, Estados Unidos entraba en una irreversible caída como “líder del mundo occidental” a partir sobre todo de las debacles político-militares en las guerras de Irak y Afganistán, con el consecuente costo económico.Al mismo tiempo, en el espacio doméstico electoral estadounidense, negar la existencia de Cuba y tratar de destruir su proceso revolucionario, con toda la carga ideológica acompañante, dejó de garantizar per se una cantidad significativa de votos dentro de los cubanoamericanos de la Florida. Muy por el contrario, se fue mostrando durante años la tendencia, entre la segunda y la tercera generaciones de cubanos, de mayores simpatías y alineación con los caucus locales demócratas y de apoyo más extendido a la normalización de relaciones con Cuba. Cada vez más fue evidente que la implementación de la “agenda familiar”7 entre cubanos a ambos lados del Estrecho de la Florida requería de cierta estabilidad en las relaciones oficiales bilaterales.Al comenzar en 2010 el proceso de Perfeccionamiento del Modelo Económico cubano, que reserva un espacio importante a la inversión de capital extranjero y a la creación de la pequeña y mediana empresas, una parte significativa del empresariado estadounidense se percató de que, en caso de que no cambiara la política de su Gobierno hacia la Isla, quedarían excluidos de un nuevo mercado que se abría al mundo a solo 90 millas de sus costas.Como trasfondo a todo lo anterior maduraba la percepción, entre la burocracia y expertos de un grupo de áreas técnicas en Estados Unidos, de que la cooperación con Cuba era imprescindible para el interés nacional estadounidense. Este criterio era avalado cada vez más por años de intercambio directo o indirecto en temas que iban desde el seguimiento a huracanes, el combate al narcotráfico, o el tratamiento a enfermedades tropicales. Se destaca en este acápite la Comunidad de Inteligencia estadounidense, que descontinuó su apreciación sobre las “amenazas” provenientes de Cuba.
Tanto la formulación de política al interior de Estados Unidos, como el manejo de sus relaciones exteriores, ocurren con la participación de sistemas políticos y administrativos sumamente sofisticados, con multiplicidad de actores y relaciones entre ellos más o menos estables, que se sostienen en unidades de tiempo variables,8 en dependencia del tema que se esté debatiendo o negociando.
Solo para describir el sujeto político, Estados Unidos, debe tenerse en cuenta, en primer lugar, que se trata de una federación de 50 Estados, los cuales tienen capacidad de decidir sobre temas bajo su jurisdicción, al igual que hacen los 3144 condados y 19 354 ciudades o pueblos “incorporados” a la Unión. La rama legislativa Federal cuenta con un Parlamento bicameral compuesto por 100 senadores y 435 representantes. Cada estado tiene su propia asamblea, bicameral o unicameral (Nebraska), según el caso, mientras que cada condado y ciudad elige su propio Concejo, que decide a diario sobre diversos asuntos internos.
Dentro del Poder Ejecutivo existen entre 60 y 2579 agencias u organismos federales independientes, según la fuente consultada para obtener el dato, que emiten una diversidad de regulaciones sobre temas particulares o comunes, en los que con frecuencia se superponen áreas de responsabilidad. El Poder Judicial está igualmente organizado en tres niveles, encabezado por la Corte Suprema, 13 Cortes de Apelaciones y 94 oficinas de fiscales federales a nivel de distritos, para enfrentar los delitos de ese carácter (felonies).
Desde el punto de vista político, existen 5 partidos10 llamados tradicionales, de los cuales 2 tienen representación en el Congreso federal, otros 3 cuentan con representación estadual importante (entre 23 y 37 Estados) y 28 están registrados y desarrollan algún nivel de activismo en al menos un Estado de la Unión11.
Además de las cifras antes mencionadas, habría que estimar los miles de organizaciones no gubernamentales12 que están debidamente legalizadas, las denominaciones religiosas, los medios de comunicación y las asociaciones empresariales,13 entre otros, que de una manera más o menos organizada, con un presupuesto mayor o menor, tratan diariamente de que sus puntos de vista sean escuchados, tenidos en cuenta y que en algún momento constituyan política oficial del país o incidan en un cambio legislativo.
La definición clasista del Estado, como instrumento creado para garantizar y proteger los intereses de una clase sobre otras, explica por sí misma que varios de los actores del sistema político estadounidense tengan coincidencias por su naturaleza o por intereses de preservación. Pero aun así hay intereses encontrados entre ellos, que varias veces, incluso, cuestionan la existencia del convencionalismo llamado Estados Unidos como un todo único.
Si bien todos los actores mencionados en los párrafos anteriores no tendrían que contar con un consenso específico para que una política particular se lleve a cabo, al menos su enumeración vale para imaginar cuán complejo es el sistema de toma de decisiones estadounidense, más la magnitud y la estabilidad de las alianzas endógenas que se deben construir para que una iniciativa pueda llegar a ser ley o decisión ejecutiva.
Sin embargo, cuando el Gobierno de Estados Unidos toma una decisión sobre un tema desde lo más alto del Poder Ejecutivo, cuando por su iniciativa o la de terceros se produce una acción legislativa, no se podrá decir en ningún caso que tal resultado representa un acuerdo monolítico o un equilibrio suficiente entre todos o la mayoría de los componentes de ese sistema complejo.
El valor de esta apreciación, en términos de política exterior, radica en comprender que siempre existen espacios para que otros entes exógenos oficiales o no gubernamentales puedan ejercer cierta influencia sobre alguno de los actores de ese sistema y tratar de inducir cambios en su comportamiento, que beneficien la relación bilateral o multilateral de que se trate.
Esta consideración también es válida para afirmar que, cuando una tendencia se hace sostenible en la actuación (interna o externa) de tal sistema, resulta más difícil que se produzca un retroceso en su comportamiento en términos históricos, un cambio drástico o un giro acentuado en su evolución. Esta idea lleva directamente al concepto de los ciclos políticos que se cita más adelante en este texto para el caso cubano.
La mayoría de los actores del sistema político estadounidense no cuenta con valores o principios declarados y compartidos, no existen disciplinas partidistas con apego a plataformas claramente establecidas, por lo que las alianzas que se establecen para apoyar o rechazar un curso de política determinado pueden tener una corta existencia e incluso tomar un signo totalmente inverso al original, según la coyuntura. Las únicas “reglas del juego” más o menos compartidas están en la generación de ganancias, en los códigos legales del país para proteger a los más acaudalados, en la interpretación de estos y en la praxis judicial influida de modo determinante desde el Poder Ejecutivo con la designación de jueces.
Esta realidad obliga a tener en cuenta también, para realizar cualquier proyección en el tiempo, la ocurrencia de hechos inesperados o la actuación imprevisible de algunos actores. Es decir, a pesar de que el sistema político estadounidense observa ciertas reglas en su conducta regular, el cambio inesperado en el comportamiento de alguno de sus elementos secundarios puede alterar sustancialmente la actuación de todo el sistema en su conjunto.14 En la política doméstica de Estados Unidos, tanto como en su actuación exterior, en no pocas ocasiones un factor marginal, real o figurado, ha contribuido a decidir la elección, o la derrota, de un candidato presidencial, o ha jugado un papel en la decisión de atacar a una nación extranjera.
La existencia de tales factores secundarios y su utilización intencionada para afectar a todo el sistema de decisión también está relacionada con la generación de crisis reales o ficticias, que tienen la virtud de movilizar a la opinión pública local e internacional, en un pequeño margen de tiempo y con un relativo bajo costo económico.
No obstante, según el tipo de coaliciones que se haya establecido para llevar al poder a uno u otro presidente, la plataforma ideológica sobre la cual haya sido electo y el momento económico que viva el país, desde el Poder Ejecutivo se podrá ejercer mayor o menor control sobre el Poder Legislativo, influencia sobre el Judicial e imponer cierto orden sobre los elementos secundarios del sistema.
La articulación de decisiones en temas de política exterior en Estados Unidos ha guardado una relación asociativa con la ocurrencia de crisis, o la reacción ante amenazas, y con la utilización de estas como excusas para desarrollar cursos de acción que se habían concebido con anterioridad. Son suficientes los ejemplos que corroboran lo anterior, desde las auto provocaciones para inducir la guerra contra México (1846-1848) y ocupar parte de su territorio, hasta la entrada en la Segunda Guerra Mundial después del ataque japonés a Pearl Harbor (1941) y los atentados contra las Torres Gemelas en Nueva York, que dieron paso al inicio de la llamada guerra contra el Terrorismo en 2001.
Se ha desarrollado durante años un extendido debate en Estados Unidos en relación con el concepto de crisis internacional y en su definición se han incluido variables tales como la falta de previsibilidad del hecho en sí, el riesgo o la amenaza a los intereses vitales de la potencia imperial, el corto margen de tiempo para la toma de decisiones por parte de las agencias federales y otros componentes.15
No es el interés de esta Introducción aportar a una comprensión única de las crisis, pero sí señalar aquellas coyunturas de la historia cubana más reciente en las que el Gobierno de Estados Unidos afectó de modo fundamental la realidad cubana, para dejar al menos planteada una comparación con el capítulo que se inició hacia finales de 2014.
Debe partirse, no obstante, de la premisa de que las intenciones de ejercer dominación sobre la Isla de Cuba del actor de política exterior que hoy conocemos como Estados Unidos, son anteriores incluso a la formación del segundo como nación y se remontan a la época en que los territorios del norte de América eran gobernados por colonos británicos.16
Los dos momentos anteriores en la historia reciente en los que se realizaron definiciones estratégicas de política bilateral desde Estados Unidos hacia Cuba estuvieron acompañados de la supuesta ocurrencia de “crisis”, o la percepción de ellas desde el lado estadounidense. Dichos momentos fueron la invasión a territorio cubano en 1898, decidida ya cuando era altamente probable la victoria mambisa sobre las tropas coloniales españolas, y la ocurrencia misma del triunfo de la Revolución Cubana en enero de 1959, insertada en la visión geopolítica estadounidense de la confrontación global Este-Oeste.
En ambos casos cristalizó y se proyectó hacia el futuro en cada época posterior una Política de Estado respecto a Cuba, entendida esta como “las decisiones tomadas por el más alto nivel de dirección del Estado, contando con un amplio consenso de los sectores dominantes del país, que se convierten en normas para lograr en el transcurso del tiempo la consecución de sus objetos fundamentales, más allá de coyunturas o metas de largo plazo”.17
Ningún otro evento generó un proceso al interior de Estados Unidos que llevara a sus clases políticas a plantear una gradación de actuaciones probables, socializarlas y tomar decisiones respecto a Cuba, que se reflejaran en acciones ejecutivas y legislativas (más otros componentes) que tuvieran una vigencia en un rango de 50 a 60 años, es decir, que constituyeran ciclos de política.
En el momento de la imposición del régimen colonial sobre Cuba dicha política de Estado se nucleó al menos alrededor de seis elementos: la intervención militar y la posibilidad de repetirla según la conveniencia, amparada en una enmienda constitucional; la imposición de condiciones onerosas desfavorables a los intereses comerciales y económicos cubanos; la permanente injerencia sobre los procesos decisorios de Cuba; la obtención de beneficios económicos ilimitados; la distorsión de la orientación del desarrollo económico y tecnológico del país; y la introducción de hábitos, costumbres y expresiones que desvirtuaban los fundamentos de las tradiciones culturales cubanas.18
Del mismo modo, el enfrentamiento a la Revolución Cubana se basó desde sus inicios en un grupo de premisas en las que ha habido consenso hasta el presente, sin que hayan surgido otras normas sustitutivas. Ellas son: el bloqueo comercial, económico, financiero y científico-técnico; el intento de aislamiento internacional, político y diplomático; la subversión política e ideológica internas; las acciones de sabotaje y terrorismo contra las actividades económicas y de defensa del país y el uso de la fuerza militar o la amenaza de recurrir a esta.19
Cabría preguntar en ambos casos si Estados Unidos reaccionó ante una “crisis”, en la interpretación más compartida de la ciencia política actual, o si se trataba de procesos que se observaron desde Estados Unidos con mucha antelación y en su desenlace se instrumentaron acciones previamente diseñadas.
En lo referente a la ocupación militar de Cuba en 1898, existe suficiente evidencia histórica para indicar que el Gobierno estadounidense monitoreó los hechos que ocurrían en la Isla durante años y que se produjo un intenso debate hacia el interior de esa sociedad sobre el reconocimiento o no de la beligerancia de los libertadores cubanos, que se extendió desde la forma en que fue recibido en Washington el emisario insurgente José Morales Lemus en 1869,20 hasta el hostigamiento y la persecución21 a la que se enfrentó José Martí en suelo estadounidense a inicios de la última década del siglo xix.
La experiencia de Morales Lemus transitó entre la reacción a su pedido por parte del secretario de Estado Hamilton Fish, quien favorecía una negociación con España para comprar la independencia de Cuba y concebía un reconocimiento de la beligerancia como última opción, y la posición del secretario de Guerra John Rawlins, quien había logrado en agosto de 1869, en una reunión del gabinete federal, poner término a las negociaciones con España, a favor del reconocimiento mambí. Rawlins falleció pocos días después del encuentro con Morales Lemus. Fish, apoyado por aquellos que querían evitar un enfrentamiento directo con España, logró dejar sin efecto la decisión del gabinete.22
Para finales del siglo xix, sin embargo, España como potencia colonial había desangrado su economía para mantener la posesión de Cuba, el ejército mambí se acercaba a la victoria y al interior de los Estados Unidos se había producido un proceso de expansión económica y una acumulación de capitales que aspiraban a una mayor realización en el exterior. También tuvo lugar un fortalecimiento de la estructura militar del país, que inclinó la balanza del debate político hacia el intervencionismo en detrimento del aislacionismo. A la vista del propio José Martí estaba “muerto acá (en Estados Unidos) en política el que ose decir que no debe cubrir el mundo la sombra del águila”.23
Los años de interpretación política del conflicto cubano-español, el balance de poderes entre las potencias coloniales principales de la época, más la expansión económica de Estados Unidos como futura potencia, incluso dentro de Cuba, tenían como antecedente la argumentación de las tesis de la política de Fruta Madura (1823), o del Destino Manifiesto (1845), entre otras fundamentaciones elaboradas desde inicios del siglo xix para ejercer la hegemonía sobre Cuba, el Caribe y el resto de Norteamérica.
No obstante, la presión para determinar un curso de política definitivo respecto a Cuba se produjo en Washington cuando una de las partes en conflicto pareció dar un vuelco irreversible a la contienda. Los mambises cubanos vencían ya claramente al poder colonial español. En esas circunstancias fue que se pronunció la famosa frase de “Usted ponga los dibujos. Yo pondré la guerra”24 de William R. Hearst, quien, a nombre de los partidarios de la intervención en Cuba, buscaba con desespero argumentos que convencieran a la opinión pública estadounidense de que Estados Unidos debía actuar militarmente. En medio de la falta de tales impresiones gráficas para impactar el sentir de las personas, tuvo lugar la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana el 15 de febrero de 1898 y se sucedieron vertiginosamente el bloqueo a los puertos cubanos en el mes de abril y la invasión por el oriente del país en julio del propio año.
Comenzaron así cuatro años de ocupación militar estadounidense, los que unidos a la presencia económica ya existente en la Isla desde mediados del siglo xix y la imposición de una Constitución que aceptaba límites a la soberanía del país, iniciaron un ciclo de continuidad de sesenta años en la vida política y social cubana, con la única alteración formal sucedida en 1933, cuando el levantamiento popular contra el gobierno de Gerardo Machado fue “resuelto” por medios pacíficos y se descartó por primera vez la intervención militar estadounidense prevista en la Enmienda Platt para mantener el statuquo en la Isla. Se había producido un tránsito de un esquema de dominación plenamente colonial a otro, que a partir de 1933 sería apenas neocolonial.
Arroja bastante luz sobre la hipótesis planteada en este texto el hecho de que haya sido el Poder Ejecutivo de Estados Unidos el que vació de contenido la Resolución Conjunta25 aprobada en el Congreso Federal, la cual reconoció la soberanía que debía gozar el nuevo Estado que estaba surgiendo en la Isla de Cuba.
El rompimiento revolucionario con ese pasado, sucedido en enero de 1959, se desencadenó de manera más acelerada en términos de tiempo que la “crisis” previa al año 1898, pero no por ello Estados Unidos estuvo menos preparado para enfrentar el resultado, después de apoyar materialmente a la tiranía de Fulgencio Batista (1952-1959), haber acercado agentes de inteligencia a los principales jefes rebeldes26 para intentar asesinarlos y haber tratado de inducir una solución negociada que mediatizara el triunfo revolucionario.27
En abril de 1959 el vicepresidente Richard Nixon, después de un encuentro personal con Fidel Castro en Washington, sentenció que a aquel habría que “guiarlo por el camino correcto”28 y a partir de ese momento la Casa Blanca puso en práctica todo proyecto imaginable para acabar con la Revolución Cubana, desde la acción militar por Playa Girón29 (1961), la creación de la mayor base operativa de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en territorio americano (Miami), hasta el fomento de cualquier tipo de operación terrorista contra la Isla30.
Partiendo de la lógica de que el joven poder revolucionario no soportaría la embestida por mucho tiempo, no fue hasta 1962 cuando, con el argumento de la penetración sino-soviética en el continente y el de la presencia de cohetes defensivos rusos en territorio cubano después, se aplicó un régimen integral de sanciones contra Cuba31 y se invocó la Ley de Comercio con el Enemigo de 1917.
Comenzó así un ciclo de 52 años en los que los principios inamovibles de la política anticubana fueron construidos desde el Poder Ejecutivo y complementados desde el Legislativo.
Los resortes para fundamentar tales pasos estaban claramente establecidos en la lógica del enfrentamiento Este-Oeste y en la histeria anticomunista que se expandió por Estados Unidos desde la década de 1950. Respondían también al surgimiento de la República Popular China y al proceso de descolonización que se generara desde finales de la Segunda Guerra Mundial. No se necesitaba crear un consenso específico respecto a Cuba, si el enfrentamiento a este país podía inscribirse dentro de la ecuación capitalismo-socialismo, el Este y el Oeste.
Sin embargo, la sobrevivencia de Cuba a la desaparición de la Unión Soviética y del llamado campo socialista en 1991 sirvió para demostrar que este ciclo de política tenía raíces profundas en el otro iniciado en 1898, o que quizás ambos eran parte de un todo único, aunque con diferencias cualitativas. Lo que justificaba en última instancia el enfrentamiento de Estados Unidos con el Gobierno Revolucionario cubano no era el marco asociativo de su política exterior, sino la voluntad de una nación pequeña para acceder a su soberanía y exigir un tratamiento de igualdad, en lugar de ser absorbida por la potencia del norte.
La clase política estadounidense tardó otros 20 años para percatarse de que contra Cuba se había intentado todo tipo de enfrentamiento, sin el menor de los éxitos. La explicación de que el modelo cubano dependía del respaldo del llamado bloque soviético no resistió la prueba del tiempo. Cuando incluso se intentó reforzar el Bloqueo con las legislaciones aprobadas en los años 1992 y 1996, aún Cuba resistió, aportando más pruebas sobre la ineficacia de la política estructurada desde inicios de la década de los 60.
Sin embargo, esta mera conclusión no aportó por sí misma el consenso necesario en Washington para intentar lograr los mismos objetivos por otros medios. Estados Unidos imponía su agenda en un mundo casi unipolar y su Gobierno no consideraba que era momento de hacer correcciones o ajustes en su política exterior.
Al cabo de un período de tiempo más prolongado (55 años) fue cuando se produjo un vacío de efectividad, una fatiga en la argumentación de la validez de rendir a Cuba por los métodos más extremos y, sobre todo, en la manera de explicar que el fracaso reiterado traería algún beneficio para Estados Unidos, particularmente en el ámbito hemisférico. No obstante, esta “crisis” por sí sola no explicaría la transformación que se había comenzado a producir. Las condiciones para el cambio habían sido creadas de conjunto por otros factores que se explican a continuación.
1 El nombre de este país en sí mismo es un convencionalismo. La magnitud de su maquinaria estatal, la diversidad de temas locales y prácticas políticas, más la división (real o supuesta) de poderes hace inexacta la afirmación que presentaría al país como un todo monolítico y funcional.
2 El nombre oficial abreviado es Cuban Democratic Act. Toma el nombre de su patrocinador principal, Robert Torricelli (D-NJ).
3 El nombre oficial abreviado es The Cuban Liberty and Democratic Solidarity (Libertad) Act. Toma el nombre de sus patrocinadores principales, el senador Jesse Helms (R-NC) y el congresista Dan Burton (R-IN).
4 Cuba había sido agregada a tal lista con fines puramente electorales por la administración de Ronald Reagan el 1 de marzo de 1982, acción que justificó nuevas sanciones contra el país, más allá de las previstas bajo la aplicación de la Ley de Comercio con el Enemigo.
5 Los primeros paquetes de regulaciones fueron anunciados en enero y septiembre de 2015 y en enero de 2016.
6 Entre los autores que han tratado el tema se puede citar a Peter Kornbluh y William Leogrande: Back Channel to Cuba: The Hidden History of Negotiations Between Washington and Havana, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 2014, y Elier Ramírez Cañedo y Esteban Morales Domínguez: De la confrontación a los intentos de “Normalización”. La Política de los Estados Unidos hacia Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2011.
7 Aunque no existe una definición consensuada de esta, los grupos cubanoamericanos usualmente definen como parte de la agenda las comunicaciones telefónicas y de otros tipo con sus familiares en la Isla, los viajes hacia y desde su país de origen, el correo y envío de paquetería, el servicio consular estable en ambas capitales, así como la remisión de remesas y la recepción de ciertos pagos desde Cuba. Algunos agregan la posibilidad de garantizar tratamientos médicos excepcionales para familiares en la Isla, tanto como recibir atención médica rutinaria en Cuba, en el caso de más de 60% de cubanoamericanos que no tienen cobertura pública de salud en Estados Unidos.
8 Para una mejor comprensión de la Teoría de la Complejidad aplicada a las Relaciones Internacionales ver James Ladyman, James Lambert, Karoline Wiesner. “What is a Complex System?”, European Journal for Philosophy of Science III, pp. 33-67, 2013, y M. M. Waldrop: Complexity: the emerging science at the edge of order and chaos, Simon and Schuster, 2013.
9 La Agenda de Acciones Federales de Regulación y Desregulación en 2015 ubica el total en 60 agencias, mientras que el Índice de Registro Federal registra ese mismo año 257 instituciones.
10 Partidos Republicano, Demócrata, Independiente, Libertario y Verde.
11 Ver https://ballotpedia.org/List_of_political_parties_in_the_United_States, consultado en noviembre de 2017.
12 Se calcula que son alrededor de 1,5 millones según el sitio oficial https: //www.state.gov/j/drl/rls/fs/2017/266904.htm, consultado en noviembre de 2017.
13 Solo la US Chamber of Commerce agrupa a más de 3 millones de empresas.
14 Para una mejor comprensión de los preceptos de la Teoría del Caos ver L. Douglas Kiel y Euel Elliott (edit.): Chaos Theory in the Social Sciences, capítulo 2, The University of Michigan Press, 1997.
15 Ver Gilbert R. Windham (ed.): New Issues in International Crisis Management, Westview Press, 1988; Michael Brecherl y Jonathan Wilkenfeld: A study ofCrisis, Universidad de Michigan, 1997; Henry Kissinger: Crisis: the Anatomy of two major Foreign Policy Crises, Simon and Schuster, 2004.
16 Abundantes datos al respecto los ofrece el Dr. Ramón Sánchez-Parodi Montoto en su obra Cuba-USA Diez tiempos de una relación, publicada por la Editorial Ocean Sur en 2010.
17 Ramón Sánchez-Parodi Montoto: Los diferentes tiempos de la política oficial de Estados Unidos hacia Cuba. Ponencia presentada a la Sesión Científica del Instituto Superior de Relaciones Internacionales “Raúl Roa García”, La Habana, 2017.
18 Ídem.
19 Ídem.
20 Después de ingentes esfuerzos Morales Lemus fue recibido por el presidente Ulysses Grant, quien al escuchar el reclamo para el reconocimiento de la beligerancia a favor de los mambises cubanos expresó: “Sosténgase ustedes algún tiempo (…) y probablemente alcanzarán aún más de lo que esperan”.
21 Ver Nydia Sarabia: Noticias confidenciales sobre Cuba, Editora Política, La Habana, 1985.
22 Ver Enrique Piñeyro: Morales Lemus y la Revolución de Cuba. Estudio histórico, M. M. Zarzamendi, Nueva York, 1871.
23 Carta al director de La Nación del 30 de octubre de 1889, Obras completas, t. XII, Editorial de Ciencias Sociales, 1975, p. 359.
24 William Randolph Hearst, magnate de los medios de difusión masiva de la época y partidario del intervencionismo envió a la Isla al artista Frederic Remington para que produjera estampas (no se usaba la foto aún) que graficaran los desmanes producidos por los ocupantes españoles, que justificaran la intervención estadounidense. Cuando Remington explicó que nada de lo que veía era suficiente para satisfacer los intereses de Hearst aquel respondió con esta frase, indicando la necesidad de crear una sensación de crisis para fundamentar una decisión que ya estaba previamente elaborada. A la postre fue el hundimiento del acorazado Maine el que sirviera como pretexto para la intervención de Estados Unidos en el conflicto.
25 Aprobada por el Congreso el 20 de abril de 1898, decía en su primer párrafo declarativo “Que el pueblo de Cuba es, y de derecho debe ser libre e independiente”.
26 El 28 de diciembre de 1958 fue descubierto y detenido Aller Robert Nye, agente del FBI que tenía la misión de asesinar al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz.
27 La Embajada de Estados Unidos en La Habana instrumentó, entre otros, un plan que preveía la huída del dictador Fulgencio Batista y la proclamación de Carlos Manuel Piedra como nuevo presidente. Ver José Cantón Navarro y Martín Duarte Hurtado: Cuba 42 años de Revolución. Cronología histórica 1959-1982, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006.
28 Ver el resumen redactado por Nixon de su encuentro con Fidel el 25 de abril, https://nsarchive2.gwu.edu/bayofpigs/19590425.pdf, consultado en noviembre de 2017.
29 Ver Juan Carlos Rodríguez: Girón. La batalla inevitable, Editorial Capitán San Luis, 2005.
30 Ver Fabián Escalante Font: Cuba, la guerra secreta de la CIA: agresiones de Estados Unidos contra Cuba, 1959-1962, Editorial Capitán San Luis, 1993.
31 Directiva Presidencial 3447 de John F. Kennedy del 3 de febrero de 1962.
La Revolución Cubana tuvo lugar en el marco de una región geográfica en la que Estados Unidos había venido articulando un entramado de instituciones del llamado sistema interamericano que servían al único propósito de garantizar la hegemonía estadounidense.
La Junta Interamericana de Defensa (JID) fue creada en Río de Janeiro, Brasil, durante la Tercera Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de las 21 Repúblicas Americanas, que en aquel entonces integraban la Unión Panamericana, mediante la Resolución No. XXXIX de 28 de enero de 1942.32
El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR),33 también llamado Tratado de Río, como pacto de defensa mutua interamericano, fue firmado el 2 de septiembre de 1947, dos años antes que la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y solo entre 1950 y 1960 fue invocado en 20 oportunidades.
Finalmente, como sucesora de la Unión Internacional de las Repúblicas Americanas (1890) y de la Unión Panamericana (1910), surgió la Organización de Estados Americanos (OEA) el 30 de abril de 1948.
Un sistema aún más complejo de organizaciones interamericanas se constituyó antes y después de esos tres pilares, desde la Organización Panamericana de la Salud (OPS, 1902) hasta el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA, 1942) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID, 1950).
El hecho revolucionario cubano, por su naturaleza, constituyó un cuestionamiento a la esencia de ese orden panamericano.
Las relaciones bilaterales y multilaterales de Cuba con los Estados del Caribe y América Latina, atravesaron después del 1.o de enero de 1959 por varios períodos cualitativos, a los cuales diversos autores han dado periodizaciones distintas. A los efectos de la presente investigación, estas etapas se dividen según los hitos que se registran en los intentos estadounidenses de aislar a Cuba en el plano regional y en el éxito de esta última al enfrentar dicha política.
Por tanto, un primer período se extendería a lo largo de toda la década de los 60 del siglo xx, cuando Estados Unidos impuso el bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba34 y logró que la mayoría de los Gobiernos del hemisferio35 apoyaran la visión de que Cuba era un “agente extracontinental”, que no podía ser considerada parte del sistema interamericano encarnado en la OEA.36
De forma paralela Estados Unidos ofreció a América Latina la Alianza para el Progreso (1961), curiosamente denominada una “revolución para las Américas”,37 con promesas de crecimiento económico, reducción del analfabetismo, estabilidad democrática, estabilidad de precios y equidad en el consumo y la certeza de invertir 80 000 millones de dólares en 10 años. Pero la historia se encargó de registrar su incumplimiento.
La expulsión de Cuba de la OEA en 1962 no significó un rompimiento de la Isla con las fuerzas políticas del área, en especial las de centro izquierda, más bien todo lo contrario. Precisamente a partir del reforzamiento de la política anticubana de aislacionismo, muchos partidos políticos, agrupaciones sociales e incipientes movimientos progresistas encontraron en la Isla el punto obligado de reunión, intercambio y aprendizaje.
La Organización de Solidaridad Para África, Asia y América Latina (OSPAAAL)38 surgió, a instancias de Cuba, como una extensión hacia la región de mecanismos de solidaridad africanos y asiáticos que se venían generando desde 1961. Son memorables y fueron irrepetibles en el tiempo los intercambios que tuvieron lugar en ese espacio y las teorizaciones políticas publicadas en la revista Tricontinental de líderes latinoamericanos y caribeños, quienes al correr de los años fueron dirigentes gubernamentales o legislativos en sus respectivos países de origen, o ejecutivos de organismos multilaterales.
Específicamente, la Primera Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), se realizó en la Habana entre el 31 de julio y el 10 de agosto de 1967. Su origen partía de la decisión de los dirigentes revolucionarios de los 27 países que representaron a la región en la Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina, para alcanzar mayor fuerza y mejor capacidad de coordinación hemisférica.
De estas interacciones y otras fueron surgiendo relaciones de identidad, solidaridad y respeto hacia líderes y organizaciones en la región que, emulando el ejemplo de la Revolución Cubana, asumieron el camino de la lucha armada como método para lograr el acceso al poder y desde allí producir las transformaciones sociales y económicas necesarias.
En ese contexto, en que coincidieron en tiempo la agresión militar directa contra Cuba por Playa Girón, la guerra sucia39 y la aplicación más feroz del bloqueo económico, las autoridades revolucionarias sintieron total libertad para apoyar a los movimientos de liberación nacional en los países que respaldaron el exterminio contra Cuba. El ejemplo más paradigmático fue la guerrilla boliviana encabezada por el comandante Ernesto Guevara de la Serna, asesinado en 1967.
Este apoyo sirvió de pasto a las llamas de la teoría de la “exportación de la revolución”. Sin embargo, dichas acusaciones no tuvieron en cuenta al menos tres cuestiones:
El apoyo mutuo entre los movimientos revolucionarios en la región es muy anterior a la Revolución Cubana. La diferencia establecida por esta es que logró el éxito que intentos anteriores en otros países no obtuvieron.40El apoyo principal brindado por la Revolución Cubana no fue en hombres, medios o recursos financieros, sino en lograr el reconocimiento y la unidad de dichas fuerzas, tanto hacia el interior de cada país específico como respecto a los referentes europeos y asiáticos del socialismo tradicional, clásico, científico, o como quiera que diera en llamarse.41Como Fidel Castro explicara en más de una ocasión, la principal razón de la existencia de tales organizaciones y movimientos y sus intentos de acceder al poder fueron los esquemas de dominación establecidos por Estados Unidos desde finales del siglo xix para asegurarse la hegemonía en la región.42Un segundo momento de las relaciones oficiales de Cuba con la región comenzó en 1972,43 cuando cuatro naciones caribeñas que recién habían adquirido su independencia de la metrópolis colonial establecieron relaciones diplomáticas con La Habana. Fueron los caribeños quienes presentaron en el marco de la OEA (1975) y lograron que se aprobara, la propuesta de permitir a los miembros el restablecimiento de relaciones con la Isla. Se iniciaba una nueva etapa en la que también movimientos nacionalistas que habían accedido al poder a finales de la década de 1960 restablecieron vínculos con Cuba en la década de 1970, como son los casos del Gobierno panameño del general Omar Torrijos (1974), además del general Juan Domingo Perón en su regreso al poder en Argentina en 1973 y del presidente Jaime Roldós, elegido en Ecuador en 1979. Adicionalmente, la victoria socialista en las urnas de Salvador Allende en Chile (1973), así como el triunfo de la Revolución sandinista en Nicaragua y del Movimiento de la Nueva Joya en Granada, ambos en 1979, favorecieron una relación de nuevo tipo con La Habana, o incluso consideraron a la Revolución Cubana como paradigma de los cambios sociales que debían producirse en la región. La década de 1970 vería también la continuidad en la expansión de los vínculos con el Caribe, en los casos del establecimiento de relaciones con Bahamas (1974) y Santa Lucía (1979).
En 1975 Cuba fue miembro fundador del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), siendo este el primer organismo de carácter intergubernamental latinoamericano y caribeño al cual se invitó a la Isla como miembro pleno.44
Como telón de fondo de este proceso debe recordarse que a partir de 1974 se habían iniciado conversaciones secretas entre Estados Unidos y Cuba, fruto de lo cual en 1975 Washington permitió que en el marco de la OEA se aprobara un acuerdo que liberaba a los países miembros para que definieran el carácter de sus relaciones bilaterales con Cuba. De esta forma Estados Unidos trataba de evitar que se filtrara la noticia de su acercamiento a La Habana y pareciera que actuaba al margen de la organización continental.45
Al final de la década de 1970, a partir de un bien ganado prestigio de Cuba y su política exterior revolucionaria en la arena internacional, el país fue electo para presidir el Movimiento de Países No Alineados y La Habana acogió como sede la Sexta Cumbre en 1979. Eran momentos de claro cuestionamiento del aislamiento regional diseñado desde Washington y, al mismo tiempo, de un crecimiento paulatino y ascendente de los vínculos bilaterales oficiales de Cuba con la región.
Entre los vínculos bilaterales y multilaterales reconstruidos con América Latina y el Caribe habría que mencionar de manera singular los programas de cooperación bilateral (aún incipientes) desarrollados por Cuba, los cuales en todos los casos beneficiaron a los sectores más pobres de las sociedades resilientes, fueron mucho más allá de los tradicionales apoyos partidistas y se convirtieron con el tiempo en iniciativas difíciles de desmontar aun cuando llegaban al poder en las capitales de los países beneficiados gobiernos de centro o centro-derecha.
En la década de 1980, con el acceso al poder de la Nueva Derecha46 estadounidense asentada en la aspiración republicana de Ronald Reagan, las relaciones de Washington con la región estuvieron más que nunca antes signadas por la Guerra Fría y por el denominado enfrentamiento Este-Oeste. Vale recordar que la primera frase de la plataforma republicana de gobierno para las elecciones de 1980 ofrecida desde el llamado Informe de Santa Fe47 era que “América está bajo ataque” y la segunda: “América Latina, la compañera y aliada tradicional de Estados Unidos, está siendo penetrada por el poder soviético”.
En este contexto, además, Cuba fue considerada como “la fuente” de los cambios revolucionarios en América Latina y, por tanto, se prepararon en Washington opciones militares para su enfrentamiento, según la geopolítica diseñada por el entonces secretario de Estado Alexander Haig.48
Si bien Estados Unidos logró detener y revertir el avance revolucionario de las fuerzas más progresistas en Centroamérica en la década de 1980, como parte de la estrategia de los llamados “conflictos de baja intensidad”,49 las fuerzas que antes usaron las armas para alcanzar sus objetivos se integraron a la vida política de sus respectivos países, ocupando progresivamente significativos espacios del voto popular.
De forma paralela, en América del Sur comenzaron a llegar a su fin dictaduras militares [Argentina (1983), Uruguay (1984), Brasil (1985), Paraguay (1989), Chile (1990)] que dieron un margen al establecimiento de nuevas fuerzas políticas que, con independencia de su ubicación en el espectro, apostaron por la necesidad de una integración económica alternativa y comenzaron a ver el entorno más inmediato como un todo indisoluble desde el punto de vista cultural, económico y político.
Para el enfrentamiento de las “fuerzas extracontinentales” en el Caribe el gobierno Reagan diseñó la llamada Caribbean Basin Initiative (1983),50 que fracasó en lo económico por tratarse de un proyecto esencialmente político dirigido a exterminar las fuerzas políticas de izquierda en las frágiles naciones de las Antillas y, nuevamente, aislar a Cuba.
Las invasiones de Granada (1983) y Panamá (1989) y el apoyo en recursos y asesoramiento a las fuerzas armadas contrarrevolucionarias en Centro América (Nicaragua, El Salvador, Guatemala) fueron apenas ejemplos de hasta dónde la Nueva Derecha estadounidense estuvo dispuesta a llegar para aniquilar el cuestionamiento recurrente al Panamericanismo más ortodoxo, posición en la que Cuba era líder.
La crudeza del Reaganomics51 hacia el interior de Estados Unidos y el diseño de principios neoliberales de aplicación inducida para las economías menos desarrolladas del hemisferio occidental tuvieron un impacto severo durante el resto de los años 80 y crearon en el mediano plazo un escenario para inicios de la década de 1990 que, paradójicamente, dificultó el “avance triunfal” del modelo estadounidense en América Latina y el Caribe aún después de la victoria estratégica sobre el socialismo europeo.52
Fueron los años, sin embargo, en los que Cuba y Estados Unidos tuvieron un relativo acercamiento diplomático tanto para negociar los acuerdos de paz en Angola, la independencia de Namibia y el fin del apartheid en Sudáfrica, como para lograr de forma constructiva que se concretaran los acuerdos de paz en El Salvador (1992) y Guatemala (1996).53
La desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y del llamado Campo Socialista y la consecuente necesidad de Cuba de insertarse aún más en el espacio latinoamericano y caribeño, sumados a las primeras propuestas de Washington relacionadas con la llamada Zona de Libre Comercio occidental (1991) y el “nuevo orden panamericano”,54 dieron paso a una tercera etapa en las relaciones de La Habana con los países de la región.
La principal iniciativa de institucionalización de dicho proceso, y para la creación de un espacio económico único bajo la égida de Estados Unidos, fue el inicio de las llamadas Cumbres de las Américas en 1994 en Miami, con la consabida ausencia de Cuba. Las Cumbres trajeron aparejadas reformas a la Organización de Estados Americanos y la aprobación de varias Convenciones Interamericanas, que reportaron compromisos de los firmantes en varias esferas.55 En el orden político estas acciones fueron acompañadas de decisiones de carácter militar desde Estados Unidos sobre las áreas de atención de los llamados Comando Norte y Comando Sur, utilizando el argumento de la guerra contra el narcotráfico como principal razón para fortalecer la presencia de unidades militares y asesores estadounidenses en la región.
Sucesivos documentos aprobados en las Cumbres de las Américas, transitando desde el llamado Compromiso de Santiago de Chile (1998) hasta la carta Democrática Interamericana (2001), reconfiguraban una región que debía ser “a imagen y semejanza” del patrón estadounidense, con la consecuente exclusión del modelo “disidente” cubano.
En paralelo con aquel escenario, Cuba había logrado con éxito iniciar desde 1992 una serie de condenas anuales al Bloqueo de Estados Unidos en Naciones Unidas, ofensiva que se trasladó también de manera permanente a las Cumbres Ibero-Latinoamericanas (Ver anexo I), y, posteriormente, a otros foros regionales con cambios cualitativos importantes en los textos que se fueron aprobando de manera subsiguiente. Estos ejercicios anuales o bianuales, según el caso, fueron conformando un consenso regional en el tema que llegó a ser monolítico y permanente, con independencia del balance de las fuerzas políticas que existiera en la región en un momento dado.
En términos del Caribe, surgió para Cuba en 199456 el espacio de la Asociación de Estados del Caribe y en 2002 se iniciaron en La Habana las cumbres Cuba-CARICOM,57 que ofrecieron un acompañamiento limitado, pero importante, a las aspiraciones de la mayor de las Antillas de integrarse a sus socios geográficos cercanos. Del mismo modo, la incorporación de Cuba a la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1998 facilitó a la Isla la relación económica con importantes actores latinoamericanos, más allá de su entorno inmediato. Cuba firmó acuerdos de complementación económica con cada uno de los once miembros de la ALADI.
Al interior de los países miembros del “nuevo orden panamericano” se operaron cambios trascendentes como consecuencia de la acción multiplicada y la interrelación supranacional de los movimientos sociales y del ascenso al poder después de convulsiones sociales en las respectivas naciones de Hugo Chávez Frías en Venezuela (1999), Néstor Kirchner en Argentina (2003) y Luis Ignacio Lula da Silva en Brasil (2003). Apenas con la existencia de estos proyectos alternativos fue posible en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, Argentina (2005), la derrota del proyecto para el Área de Libre Comercio Americana, diseñada por Estados Unidos.
Este hecho significó una inflexión en las relaciones interamericanas en varios sentidos, pues sentó las bases para una reformulación de los objetivos del Mercado Común del Sur (MERCOSUR),58 creó condiciones para la gestación de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) en 2008,59 la Alianza Bolivariana para las Américas-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) en el 2004,60 y eventualmente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC) en 2010; estas dos últimas con la participación trascendente y activa del Gobierno Revolucionario cubano.
En la creación de esta nueva infraestructura multilateral latinoamericana y caribeña desempeñó un papel esencial la continuidad del ascenso de nuevas fuerzas democráticas en Honduras, con la elección de Manuel Zelaya (2005); en Nicaragua, con el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) encabezado por Daniel Ortega (2006); en Bolivia, con el Movimiento Al Socialismo (MAS) liderado por Evo Morales Aima (2006); en Ecuador, con la Revolución Ciudadana de Rafael Correa (2007), y finalmente en Paraguay, con el arribo al poder de Fernando Lugo (2008).
Si bien esos actores y sus movimientos o partidos de respaldo fueron atacados políticamente desde Washington por sus agendas consideradas “antiestadounidenses”, el reto principal para la dominación de Estados Unidos lo significó el nuevo tipo de integración propuesta y el nuevo tipo de colaboración surgida entre estos, en los cuales, nuevamente, Cuba desempeñó un papel político protagónico sobredimensionado para el tamaño de su limitada economía. Más allá del rol de los mercados y los capitales, la prioridad en las nuevas formas de asociación correspondió la gente común y la agenda estuvo marcada por las preocupaciones sobre el acceso a la salud, la educación, la cultura y la dignidad más plena.
Para 2008 Cuba tenía relaciones diplomáticas con los 33 países independientes de América Latina y el Caribe. Quizás el logro principal era que dichas relaciones se habían establecido sin provocar fricciones en los vínculos de aquellas naciones con Estados Unidos y sin que Cuba hiciera concesiones para lograrlo.61
En este punto habría que hacer un paréntesis para señalar el valor que fue teniendo progresivamente para la región la colaboración cubana, de modo significativo en el área de la Salud, pero extensiva también a la Educación, la Agricultura y otras.
Si bien la primera acción de colaboración para Cuba se remonta a 1960 con la asistencia prestada a Chile a raíz de un terremoto, es sobre todo a partir de 1998, con la ocurrencia del huracán Mitch (1998) y su azote sobre Centroamérica, cuando Cuba desplegó de forma instantánea más de 400 especialistas, que llegaron al cabo de semanas a ser más de 2000 y finalmente permanecieron por largos plazos más de 900.62 Esta acción se vió complementada con el surgimiento en 1999 de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) en La Habana, con el objetivo de crear recursos humanos calificados propios en dicho sector para aquellos y otros países.63
En 2004, con el apoyo material de Venezuela fue creada la llamada Operación Milagro,64 con el objetivo de posibilitar la recuperación de la visión por vía quirúrgica de cientos de miles de personas de bajos ingresos. Posteriormente comenzó la aplicación fuera de Cuba del programa Yo sí puedo (surgido en 2002) para la alfabetización de los nuevos actores sociales, a través del que hasta 201465 habían aprendido a leer y escribir 8,2 millones de personas en 30 países. Finalmente en 2005 se formó el contingente Henry Reeve,66 inicialmente concebido para prestar ayuda a Estados Unidos por el impacto del huracán Katrina en Nueva Orleans, Luisiana, pero que eventualmente se convirtió en una formidable fuerza de especialistas que ayudaron a varias naciones a enfrentar el impacto de desastres naturales asociados al cambio climático.
Aunque es difícil precisar las estadísticas del impacto de la colaboración cubana específicamente para los países caribeños y latinoamericanos, debe conocerse que de manera global hasta 2010 la acción de los especialistas cubanos de la salud había significado salvar la vida a 1,6 millones de personas; tratar a 85 millones de pacientes, de ellos 19,5 millones en sus propias casas, escuelas o centros de trabajo; realizar 2,2 millones de intervenciones quirúrgicas; asistir 768 858 partos y facilitar ciclos completos de vacunación a 9,2 millones de personas.67
De forma adicional, Cuba puso a disposición de sus vecinos los últimos desarrollos del sector de la biotecnología, para la solución de afectaciones en la salud humana, animal y vegetal, para afectaciones que no tienen solución en el mundo desarrollado, o cuyos costos resultan prohibitivos.
Al aquilatar el valor de la cooperación cubana en América Latina y el Caribe debe considerarse que es la región del mundo con la mayor brecha entre ricos y pobres, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Para 2014, 10% más rico de la población de América Latina había amasado 71% de la riqueza de la región y si esta tendencia continuara, al cabo de solo seis años 1% más rico de la región tendría más riqueza que 99% restante.68
Pero hubo aún otros hechos multilaterales que le indicaron al gobierno de Barack Obama, y a aquellos que posteriormente criticarían su cambio de política, hasta qué punto toda la comunidad latinoamericana y caribeña consideraba en 2014 que Cuba era un miembro pleno y que cualquier discusión en su ausencia era incompleta.
El 3 de junio de 2009, en lo que la propia OEA caracterizó como una “jornada histórica”, la Asamblea General de dicha organización dejó sin efecto la Resolución VI de la VIII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, celebrada en Punta del Este (Uruguay) entre el 22 y el 31 de enero de 1962, que dispuso la “exclusión del actual Gobierno de Cuba de su participación en el Sistema Interamericano”.
En sus consideraciones preliminares, la histórica Resolución (AG-12-09) manifestó que la decisión de la Asamblea General fue “guiada por los propósitos y principios establecidos de la Organización de los Estados Americanos contenidos en la Carta de la Organización y en sus demás instrumentos fundamentales relacionados con la seguridad, la democracia, la autodeterminación, la no intervención, los derechos humanos y el desarrollo”; teniendo en cuenta, además, “la apertura que caracterizó el diálogo de los Jefes de Estado y de Gobierno en la Quinta Cumbre de las Américas, en Puerto España”.69
Para la Sexta Cumbre de las Américas, celebrada en Cartagena de Indias, Colombia, del 9 al 15 de abril del 2012, no fue posible “lograr el consenso”70 que permitiera la participación de Cuba como Estado de pleno derecho, cuando aún quedaba por considerar la negativa estadounidense. Sin embargo, la ausencia cubana se convirtió de hecho en el tema principal del cónclave; ni la delegación estadounidense ni el propio presidente Barack Obama pudieron articular una explicación comprensible para justificar las presiones a los organizadores ni la exclusión de la Isla, mientras que la mayoría de los participantes dejó claro que sería la última reunión sin la presencia cubana, o se arriesgaría la asistencia de muchos jefes de Estado para la cita de Panamá en 2015.
Paradójicamente, la Cumbre de Cartagena tenía como trasfondo el inicio de las conversaciones secretas en La Habana71 entre el Gobierno colombiano y el movimiento guerrillero Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que permitirían después iniciar el proceso público de negociaciones, que a la postre conduciría en 2016 a un acuerdo de paz que podría poner fin técnicamente al conflicto armado más viejo del continente.72
El tercer hecho multilateral regional que mostraría a Estados Unidos la capacidad de Cuba de fungir como un interlocutor válido para lograr “el equilibrio del mundo”73 tuvo lugar en La Habana, durante la celebración de la 2.a Cumbre de la CELAC, del 28 al 29 de enero de 2014, con la aprobación de la Proclama de América Latina y el Caribe como Zona de Paz (Ver Anexo II), la cual constituye la expresión más alta del nuevo tipo de relación que se venía construyendo entre los Estados latinoamericanos y caribeños, capaces de llegar a acuerdos trascendentales gracias a la ausencia estadounidense. Todos los párrafos dispositivos del documento tienen valor histórico, pero solo el propósito de que los jefes de Estado o de Gobierno hayan declarado la intención de desterrar el uso de la fuerza del continente tuvo una dimensión épica.
Cabe destacar que, a lo largo de toda la trayectoria cronológica descrita en este acápite, un país como Canadá, el único otro actor no caribeño ni latinoamericano de la región, con un referente europeo en su política exterior, que se acercó al contexto regional solo en 1989 con su ingreso a la OEA y que integró su economía a la estadounidense en el Acuerdo de Libre Comercio para Norteamérica en 1992, mantuvo invariablemente las relaciones diplomáticas con Cuba, una interlocución respetuosa y desde inicios de la década de 1990 se convirtió en uno de los principales inversionistas extranjeros en la Isla. Más aún, durante todos esos años Ottawa enarboló las relaciones con La Habana como un elemento distintivo para explicar su independencia en política exterior respecto a Washington.74
De este modo, aunque las fuerzas latinoamericanas y hemisféricas en general están en perenne cambio, absolutamente todos los Gobiernos de la región y las principales organizaciones políticas del área fueron forjando un consenso ante Estados Unidos, con alto grado de solidez, en el sentido de que no es posible abordar los temas comunes regionales sin la presencia de todos los actores y que es irracional la aplicación de medidas económicas unilaterales por razones políticas, contra uno o varios de los miembros de la comunidad.
Esta certeza, que fue vertebrada desde la resistencia de Cuba, más la solidaridad y el sentido común del resto de sus vecinos, fue una precondición imprescindible para los anuncios realizados desde La Habana y Washington el 17 de diciembre de 2014. A esta altura de la historia el solo intento de Estados Unidos de marginar a Cuba significaba su propio aislamiento en el ámbito regional.
Mientras esta variable se manifieste en el tiempo, aunque sea para una mayoría de los gobiernos de la región, si no su totalidad, será, sin dudas, parte trascendente del escenario que Estados Unidos tendrá que considerar al ejecutar una política más o menos agresiva contra Cuba.
32 Ver Reseña Histórica de la Junta Interamericana de Defensa, https://www.jid.org/?page_id=285, consultado en enero de 2018.
33 Consultar historia y texto del Tratado Interamericano de Defensa, https://www.oas.org/juridico/spanish/tratados/b-29.html, consultado en enero de 2018.
34 Ver Directiva Presidencial 3447 del 3 de febrero de 1962 firmada por el presidente John F. Kennedy
35 Solo mantuvieron relaciones diplomáticas con Cuba los Gobiernos de México y Canadá.
36 Cuba fue expulsada de la OEA el 31 de enero de 1962, durante la Octava Reunión de Cancilleres del organismo regional, celebrada en la sala del Casino del Hotel San Rafael, en Punta del Este, Uruguay. La reunión no se realizó en Montevideo para evitar las protestas populares que seguramente provocaría tal decisión.
37 Discurso del presidente John F. Kennedy en una recepción en la Casa Blanca para diplomáticos latinoamericanos y miembros del Congreso, 13 de marzo de 1961, https://sourcebooks.fordham.edu/halsall/mod/1961kennedy-afp1.html, consultado enero de 2018.
38 La OSPAAAL tuvo su primera Conferencia en La Habana, Cuba, entre el 3 y el 15 de enero de 1966. Para una comprensión más cabal de este acontecimiento ver discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto clausura de la Primera Conferencia de Solidaridad de los Pueblos de Asia, África y América Latina (Tricontinental), en el teatro Chaplin, La Habana, el 15 de enero de 1966, http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/clausura-de-la-primera-conferencia-de-solidaridad-de-los-pueblos-de-asia-africa-y-america, consultado en enero de 2018.
39 Hasta el 1.o