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Las tesis de este texto son un resumen –avalado por la experiencia y conocimientos de la autora– de la Historia de la Filosofía, desde la filosofía antigua, hasta el Renacimiento y la Modernidad. Incluye la Ilustración, su influencia en Cuba a fines del siglo XVIII y los pensadores cubanos más destacados del siglo XIX. Se incluye al apóstol José Martí, como integrador y heredero de la filosofía electiva cubana.
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Seitenzahl: 596
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Revisión técnica para ebook: Enid Vian
Editor: Yamel Santana Valdés-Hernández
Diseño de cubierta: Yadyra Rodríguez Gómez
Diseño de interior: Pilar M. Jiménez Castro
Correctora: Romy Ung Haza
Diagramación: Bárbara A. Fernández Portal
© Rita María Buch Sánchez, 2011
© Sobre la presente edición:
Editorial de Ciencias Sociales, 2021
ISBN 9789590623660
Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.
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INSTITUTO CUBANO DEL LIBRO
Editorial de Ciencias Sociales
Calle 14, no. 4104 e/ 41 y 43, Playa, La Habana, Cuba
www.nuevomilenio.cult.cu
La obra Aprehensión de la Historia de la Filosofía con sentido ético-cultural. Su concreción en el pensamiento cubano electivo, resume una rica trayectoria científica docente. Expresa la madurez intelectual de una persona consagrada a la enseñanza y a la investigación histórico-filosófica. Una obra, que con enfoque marxista, no desecha nada que contribuya a su enriquecimiento.
En el desarrollo del libro, desde la introducción hasta el último capítulo, el discurso de la autora muestra alto vuelo aprehensivo. Cada tesis está fundada en ricas fuentes bibliográficas clásicas, y sólidos argumentos teóricos con profunda connotación metodológica. Además, el numen cultural emerge con fuerza en todas partes, así como un acertado lenguaje magistral y ameno, propio de una especialista que domina el oficio con excelencia científico-académica.
Adquieren relieves destacados los análisis teóricos, donde la historia y la teoría del objeto investigado se despliegan en fecundante diálogo, así como la teoría y la práctica, en su indisoluble unidad. De este modo, y siguiendo un cauce hermenéutico y heurístico de alto nivel, son objeto de estudio, momentos esenciales de la historia de la filosofía universal y su concreción en el pensamiento electivo cubano del siglo xix. Así, la historia y la lógica de los contenidos trabajados interaccionan de modo dialéctico para imprimir fuerza conceptual-metodológica y razón holística. Esto posibilita, además de una aprehensión sistémica del problema, seguir la lógica particular del objeto especial, así como la asunción de las diferencias específicas, a partir de la complejidad de la materia investigada.
El libro presentado, posee varios méritos, sin embargo hay tres que encauzan con brillantez la novedad científica que exige un doctorado de segundo nivel, a saber:
1ro. Comprensión sistémica de la historia de la filosofía y sus mediaciones.
2do. Sentido cultural y complejo del devenir histórico filosófico.
3ro. Aprehensión de una hermenéutica analógica con visos ecosóficos, que además de no perder los referentes reales, garantiza el sentido cósmico del discurso. Esto resulta destacado, pues en la búsqueda de la verdad histórico-filosófica evita tanto el univocismo como el equivocismo, es decir, el objetivismo y el subjetivismo, para concretar resultados, que lo acercan más (al discurso) a la objetividad.
Coincido plenamente con la autora cuando refiere “que su logro científico fundamental, consiste en ofrecer un enfoque de la Historia de la Filosofía en sus concreciones y mediaciones esenciales, con sentido cultural, transdisciplinario, abierto al diálogo, mediante un discurso provocador, que suscite valoraciones propias, enlazando corrientes y evitando los esquematismos propios de la enseñanza manualesca, por cuanto se trata de abordar la Historia de la Filosofía de manera tal, que se evite lo anecdótico y superfluo, en aras de priorizar los elementos esenciales que permitan encontrar el hilo conductor que engarza las múltiples concepciones, escuelas y tendencias que se manifiestan desde la antigüedad, hasta el pensamiento moderno del siglo xvii y comienzos del xviii”.
Igualmente suscribo y hago extensivo a la tesis que analizamos, lo dicho por mí en un prólogo hecho a la obra Introducción a la Filosofía Antigua, publicada por la editorial Félix Varela, La Habana, 2007, y que dice:
Estamos en presencia de una excelente obra histórico-filosófica, donde la autora con un discurso ameno, sencillo y profundo, propio de una maestra que acumula una amplia experiencia en la docencia en Historia de la Filosofía, nos presenta una monografía con ribete ensayístico sobre la Filosofía Antigua. Ya desde la introducción se nota el sentido cultural que anima sus reflexiones en torno al tema asumido. Se apoya en dos ingenios de la creación cultural e histórica: Roa y Borges. Autores cuyos discursos, más que por la información, se preocupan por despertar el espíritu de búsqueda y creación y por desentrañar las esencias en contextos reales y desde una perspectiva sistémico-procesal. Se trata de una Historia de la Filosofía, fundada en fuertes pivotes, y a partir en su totalidad de las obras clásicas primarias. Una monografía con matices ensayísticos que, sin abjurar de la didáctica y sus fines docentes, despliega la lógica del pensamiento antiguo sin extremos rigorismos epistemológicos, para presentarnos un estudio diseñado y desplegado por problemáticas filosóficas, pero sin reducirlo a ello. Sencillamente, porque concibe la historia de la filosofía no solo como historia del conocimiento, sino como historia del saber y la cultura, donde los atributos cualificadores de la actividad humana: conocimiento, valores, praxis y comunicación, se interpenetran dialécticamente, sobre la base de las necesidades, los intereses, los fines, los medios y las condiciones contextuales en que advienen y devienen las ideas. Esto, naturalmente lleva la impronta de la formación marxista y leninista de la autora, así como la utilización con eficacia de las valiosas tesis de Marx y Engels en torno a la filosofía Antigua. En la obra, la autora no solo muestra erudición científico-académica en el dominio del contenido desarrollado, sino además, un discurso de alto vuelo cogitativo y excelsa sensibilidad, muy propio del género ensayístico. Por eso sus aprehensiones sobre las fuentes de la Filosofía Antigua, sus temas y problemas se reflejan de forma abierta, plenas de sentido cultural, y animadas ante todo, por la búsqueda de horizontes para despertar el pensamiento crítico y revelar la trascendencia de una filosofía que en pleno siglo xxi sigue alumbrando caminos al devenir intelectual y práctico del hombre. Una filosofía que hizo mucho y dijo más…, porque expresó el ser, el sentir y el hacer de su tiempo histórico, asida al hombre y a sus circunstancias epocales y de contextos. Esta obra, con propósito académico, deviene texto docente, pero no es un tratado o manual de estudio. El espíritu que la encauza no se conforma con la exposición lógica y fría que instruye, pero no educa. Su raíz ensayística cultiva el pensamiento creador, es decir, educa, contribuye a la formación humana. El discurso se resiste a cerrar, es sugestivo, suscitador y con ello, lleno de aperturas y aprehensiones. El estilo es dúctil, sugerente y tolerante. Hay espacio para la relatividad, si bien tiende a lo grande, a lo absoluto por su concentración, fuerza espiritual y subjetiva. No rehúye a la objetividad, a la responsabilidad, al deber, pero lo hace por cauces culturales con alto vuelo aprehensivo. Se detiene también en los detalles, por ser cosas humanas, pero los inserta a la corriente que despierta semillas dormidas. Cultiva humanidad y axiología de la acción con nobles propósitos. Hay pedagogía en el discurso, pero teñida de numen filosófico-cultural. Por eso no es normativo, sino comunicativo. Parte de su interpretación personal, pero como se dirige a la historia de las ideas humanas y a sus motivos capitales, hace hablar a los filósofos que aborda. Fluye con desenfreno su estilo, con ideas grandes por sus varias posibles recepciones e interpretaciones, etc., pero no con fines egocentristas, sino para comunicar con amenidad, encontrar receptores y lograr empatía entre los estudiantes u otro lector. La autora logra asumir la Filosofía Antigua —su objeto— subjetivamente, como exigía Marx en las tesis sobre Feuerbach, pero sin que sus análisis histórico-filosóficos pierdan objetividad. Al mismo tiempo, sigue la lógica especial del objeto particular, y las diferencias específicas. De este modo nos presenta una parte importante de la historia de la filosofía, como totalidad concreta, y en sus múltiples determinaciones, mediaciones y condicionamientos. Estamos seguros que la publicación de esta obra, además de cumplir sus fines docentes, enriquecerá con creces la historiografía filosófica, en general y la cubana, en particular.1
1 Esto, por supuesto, lo reitero, porque es aplicable en su totalidad a la tesis que se presenta.
La historia de la filosofía cubana (siglo xix, en sus excelsas figuras) es desarrollada por la autora con maestría y profesionalidad. Sus análisis son novedosos y abren nuevos caminos para futuras investigaciones.
Sus aserciones martianas —muy imbuidas del espíritu del Maestro, y con grande complicidad con él— brillan por sus implicaciones teóricas, metodológicas y prácticas, las que resume con elegancia en la parte final de las conclusiones, cuando se refiere al Apóstol, a saber:
“Consciente del sentido cultural de la Historia de la Filosofía, subraya que esta no ha de ser exposición fría y acrítica de los diversos sistemas filosóficos a lo largo de la historia de la humanidad, sino examen crítico-valorativo que enlace corrientes y sepa destacar aciertos y señalar limitaciones.
”En esta, como en muchas otras vertientes de su polifacético pensamiento, que se asemeja a un poliedro de infinitas aristas, sus ideas se anticipan a su tiempo, brillan y emanan luz inagotable, cual brillante salido de la tierra y tallado por la mano del hombre, que ve pasar el tiempo y cada día brilla más, y con luz propia.
”Martí está hoy más que nunca entre nosotros, en las masas indígenas de América Latina, en los niños que leen y disfrutan La Edad de Oro, en el amor al prójimo, en la solidaridad entre nuestros pueblos, en el arte, en la poesía, en las ciencias, en el ideal de perfeccionamiento humano, y por supuesto, en nuestra filosofía.
”Su pensamiento, encierra todo un cosmos de aprehensiones múltiples, irradiado por una filosofía con sentido ético-cultural profundo para el mejoramiento humano. Una filosofía que hace del hombre y la naturaleza una unidad inseparable, así como una nueva visión de la cultura, en torno a la cual se estructura la política, la ética, la estética, el derecho, etc. Para Martí, la política solo funciona realmente cuando está sustentada en la cultura, y es expresión genuina de ella.
”Se trata de un hombre de alma política, cuyo pensamiento evoluciona constantemente, hasta encarnar una cultura cubana, latinoamericana, universal y antimperialista que echa suerte con los pobres de la tierra.
”Con el apóstol, culmina el siglo más importante de nuestra cultura y de nuestra filosofía, en el que Martí representa alfa y omega, por cuanto su cosmovisión del mundo expresa la cúspide que cierra de manera brillante el desarrollo alcanzado por el pensamiento cubano del siglo xix, al tiempo que deja abiertos nuevos cauces por donde fluyan los manantiales que conduzcan al enriquecimiento de nuestro legado intelectual y práctico más precioso”.
La obra presentada no solo sistematiza el objeto investigado, sino que hace aportaciones sustantivas. Expone la historia de la filosofía con inusitado y complejo sentido cultural. Refleja la madurez científico-académica de una profesora consagrada a la ciencia y a la docencia, cuyos resultados poseen pertinencia social y excelencia académica. La autora posee una vasta y rica obra científica, que ha trascendido también por su impacto en la formación de filósofos y otros especialistas, tanto en Cuba como en el extranjero.
Por todo lo anteriormente expuesto, considero que la obra de la Doctora Cs. Rita M. Buch Sánchez encontrará una excelente recepción por parte del público, tanto especializado en la materia, como en todos los que desean acercarse al mundo maravilloso de una filosofía con complejo sentido cultural.
Rigoberto Pupo Pupo
Doctor en Filosofía
Doctor en Ciencias
Profesor e Investigador Titular de la Universidad de La Habana
10 de mayo de 2010
1 Ensayo elaborado por la autora, doctora Rita M. Buch Sánchez, como “Estudio Preliminar”, al t. I, Filosofía antigua, publicado en 2008 por la Editorial Félix Varela y perteneciente a la Antología de Historia de la Filosofía, 6 t., en proceso de publicación.
Como apuntara con acierto el escritor Jorge Luis Borges: “Clásico no es un libro que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.2
2 Jorge Luis Borges: “Sobre los clásicos”, en Páginas escogidas, Colección Literatura Latinoamericana, Editorial Casa de las Américas, La Habana, 1988, p. 242.
Esta idea nos conduce a señalar, en su justa medida, la importancia que reviste el conocimiento de las fuentes originales del pensamiento griego antiguo para justipreciar sus significativos aportes al pensamiento filosófico universal, e incluso para constatar la vigencia de algunos de sus planteamientos.
Muchos serían los ejemplos que pudieran citarse. Por solo mencionar algunos, podrían relacionarse desde la teoría de Heráclito acerca del fluir universal y sus planteamientos dialécticos sobre la naturaleza, hasta la teoría atomista de Leucipo y Demócrito, la importancia del método socrático en el ámbito de la pedagogía, el planteamiento de Platón acerca de la importancia que reviste la educación del ciudadano para el Estado y el ideario ético de Aristóteles.
Nuestro destacado intelectual Raúl Roa, al referirse a la importancia de la antigüedad griega expresaba:
Se trata de desentrañar y comprender lo que subyace en el ideal platónico de la vida, en la doctrina de la conducta de Sócrates, en la escultura de Fidias, en la comedia de Aristófanes, en la enseñanza de Protágoras, o en la oratoria de Demóstenes. Nada de ello se puede explicar por sí mismo, ni por sí solo. Se explica únicamente en función de su medio y de su tiempo. Aquella insólita floración de espíritus egregios está inserta y articulada en una estructura social y espiritual determinada. La corriente histórica en que viven inmersos les vino impuesta. Y, a la vez, han actuado sobre esta para represarla, impelerla o transformarla. Han sido, en pareja medida, ellos y su circunstancia (…) La realidad maravillosa que fue Grecia no es una merced impar de los dioses ni un don mágico del genio helénico, sino un producto concreto de la dialéctica histórica.3
3 Raúl Roa: Historia de las doctrinas sociales, Ediciones Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001, p. 10.
Esta dialéctica histórica condujo al pensamiento griego a re-correr un largo camino de aproximadamente siete siglos, a través de los cuales se perfilan etapas bien diferenciadas, en correspondencia con los sucesivos períodos por los que atravesara la sociedad esclavista en su desarrollo, lo que condujo a que en cada uno de ellos predominara una determinada problemática filosófica, cuestión que acertadamente quedó expuesta en el valioso texto El pensamiento antiguo de Rodolfo Mondolfo.
En primer lugar, aparece la problemática cosmológica, que se debatirá en torno al problema de lo Uno y lo Múltiple, y a la cuestión del devenir; ella agrupará en los primeros siglos de existencia de la filosofía a los llamados naturalistas, muchos de los cuales fundarían las primeras escuelas filosóficas. En tal contexto, nos encontramos sucesivamente con el pensamiento jonio, integrado por la escuela milesia (Tales, Anaximandro y Anaxímenes de Mileto) y Heráclito de Efeso; la escuela pitagórica, que floreció en Crotona; la escuela eleática (Parménides y sus seguidores) y por último, los primeros físicos del siglo v a.n.e. (Anaxágoras, Empédocles y Demócrito).
Hacia mediados del siglo v a.n.e. y a la luz del florecimiento de la democracia esclavista, particularmente en Atenas bajo el gobierno de Pericles, se aprecia en el ámbito filosófico un declinar del interés por los problemas en torno al cosmos o naturaleza, pasando a un primer plano de discusión los temas que conformarán la problemática ético-político-antropológica, la cual marcará nuevos giros en el pensamiento griego antiguo, insertándose en esta, figuras tales como Protágoras de Abdera (485-411 a.n.e.), uno de los más destacados exponentes de la sofística (movimiento de carácter educativo y cultural, con implicaciones filosóficas) y Sócrates de Atenas (470-399 a.n.e.), quien abrirá nuevos caminos en la investigación filosófica, a partir de la importancia que otorga a la inducción y a la definición de los conceptos.
Paralelamente, en el propio marco del siglo v a.n.e. —también llamado “siglo de oro” de la cultura griega— se irá conformando una línea de pensamiento caracterizada por los grandes sistemas filosóficos de Platón y Aristóteles. Estos sistemas constituirán la cabal expresión de un pensamiento filosófico maduro, en el cual se abordan múltiples problemas del más variado carácter ontológico, gnoseológico, ético, político, estético, pedagógico, etc., si bien se pudiera plantear de modo general, que debido a la importancia que adquiere la teoría del ser en su filosofía, ambos responden fundamentalmente a una problemática lógico-ontológica.
Finalmente se observa a finales del siglo iv a.n.e. y a raíz de la difusión del pensamiento griego en el marco del helenismo, el predominio de los problemas éticos en sus principales corrientes filosóficas, es decir, el Epicureísmo, el Estoicismo y el Escepticismo. En estas corrientes —que luego se proyectarán a la filosofía romana— se puede apreciar cómo la filosofía asume una estructura triádica (física, gnoseología y ética) y cómo lo concerniente a la temática física y gnoseológica, estará subordinado a un ideal ético, a partir de la búsqueda de la felicidad desde un punto de vista individual, y a partir del tratamiento de una problemática ética. Dichas corrientes, constituirán la última manifestación auténtica del pensamiento griego antiguo y expresarán la crisis de la sociedad griega, tras el ocaso de las otroras florecientes polis, que sorprendieron al mundo con su esplendor en el siglo de oro de aquella cultura.
La filosofía antigua constituye un material de incuestionable valor para la historia del pensamiento filosófico universal. En general, todos los historiadores de la filosofía, y en particular, los clásicos del marxismo-leninismo valoraron altamente las concepciones de los antiguos, especialmente las de los griegos, señalando entre sus méritos fundamentales, el carácter materialista ingenuo y dialéctico espontáneo de estas. Engels en particular, se refirió a los griegos del siguiente modo:
En los griegos —precisamente por no haber avanzado todavía hasta la desintegración y el análisis de la naturaleza— esta se enfoca como un todo, en sus rasgos generales. La trabazón general de los fenómenos naturales no se comprueba en detalle, sino que es, para los griegos, el resultado de la contemplación inmediata. Aquí es donde estriba la insuficiencia de la filosofía griega, la que hizo que más tarde hubiese de ceder el paso a otras concepciones. Pero es aquí, a la vez, donde radica su superioridad respecto a todos sus posteriores adversarios metafísicos. Si la metafísica tenía razón contra los griegos en el detalle, en cambio estos tenían razón contra la metafísica en el conjunto. He aquí una de las razones de que, en filosofía como en muchos terrenos más, nos veamos obligados a volver los ojos muy frecuentemente hacia las hazañas de aquel pequeño pueblo, cuyo talento y actividad universales le aseguraran tal lugar en la historia del desarrollo de la humanidad como no puede reivindicar para sí ningún otro pueblo. Pero hay aún otra razón, y es que en las múltiples formas de la filosofía griega se contienen ya en germen, en génesis, casi todas las concepciones posteriores. Por eso las ciencias naturales teóricas están igualmente obligadas, si quieren proseguir la historia de la génesis de sus actuales principios generales, a retrotraerse a los griegos.4
4 Federico Engels: Anti-Dühring, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975, pp. 404-405.
De tal modo, esta constituye, en el contexto del pensamiento filosófico universal, un modelo clásico, rico y variado en contenido, que dejó su huella a lo largo de todo el desarrollo filosófico ulterior.
La filosofía surge en Oriente y Occidente en el seno de la sociedad esclavista. Las doctrinas filosóficas más antiguas que se conocen, pertenecen al antiguo Oriente. Ya hacia mediados del primer milenio a.n.e. y en correspondencia con el desarrollo del esclavismo, surgen y se desarrollan las primeras concepciones filosóficas en la India y China antiguas, y hacia finales del siglo iv y comienzos del iii a.n.e. aparecen en Egipto y Sumero-Babilonia gérmenes de pensamiento pre-filosófico, vinculados estrechamente a la mitología y al naciente saber científico. Paralelamente, la aparición de las primeras concepciones filosóficas en la antigua Grecia se enmarca entre los siglos vii y vi a.n.e., en los centros comerciales más desarrollados del Asia Menor (Mileto y Efeso) y en las colonias griegas de la península itálica, también denominada Magna Grecia (Elea y Crotona).
Resulta prácticamente incuestionable en nuestros días, la interrelación en la antigüedad entre la cultura griega y la oriental. Las relaciones económicas, políticas y comerciales establecidas desde la temprana época de las colonias jónicas de los griegos, con los pueblos orientales de las civilizaciones más antiguas, posibilitó el traslado a estos territorios de las valiosas adquisiciones de la floreciente ciencia oriental, y propició que en estas ciudades surgieran originales concepciones sobre la naturaleza, en las que se sintetizaban elementos de conocimientos físicos, matemáticos y astronómicos. Por tal razón, la unidad orgánica entre estas primeras concepciones y los gérmenes de conocimientos científico-naturales, constituiría un rasgo distintivo del período temprano en el desarrollo del pensamiento antiguo.
Uno de los problemas que suscitan permanentemente la atención de los especialistas es la cuestión sobre la génesis, originalidad e independencia de la filosofía occidental, respecto a la oriental. Si bien hacia la década de 1950 se observaba un predominio del criterio occidentalista entre los historiadores de la filosofía, que reconocía en la filosofía griega méritos excelsos, fruto del genio heleno o de un espíritu cultural único y casi sublime, en los albores del siglo xxi pocos dejaban de reconocer el preciado legado que aportó el Oriente al Occidente, sobre todo al calor del redescubrimiento que ha experimentado este último desde hace algunos años, de aquellas filosofías orientales —tan actuales, aceptadas y practicadas en nuestros días— ante los problemas acuciantes y asfixiantes que presenta la sociedad capitalista en los comienzos del siglo xxi, los cuales han exacerbado en muchos las ansias de buscar la felicidad desde un punto de vista individual, a través del logro de la imperturbabilidad del alma humana y la quietud de ánimo, lo que nos recuerda la ansiada “ataraxia”, como meta a alcanzar en la filosofía helenística de los últimos tres siglos a.n.e.
Será quizás porque el propio término helenismo, símbolo de la interpenetración experimentada entre la cultura griega y oriental desde los tiempos de Alejandro Magno, evoca la interacción cultural de ambas manifestaciones del pensamiento antiguo desde sus orígenes, o bien porque resulta inobjetable a la luz del avance alcanzado por los estudios especializados sobre el tema, es aceptada la presencia de Oriente en Occidente. Pero cierto es, que desde las primeras expresiones del pensamiento griego, encontramos elementos que detentan el sello inconfundible del pensamiento oriental, como puede ser, a modo de ejemplo, la selección del agua por parte de Tales como arjé (a partir de la observación en sus viajes al Oriente, de la importancia del agua para la vida y la dependencia de los cultivos a orillas del Nilo respecto a las inundaciones de ese caudaloso río); el simbolismo místico de los números que se aprecia en la escuela pitagórica, o la inmortalidad del alma y su superioridad respecto al cuerpo, en el platonismo.
Al respecto, resulta interesante el criterio expuesto en la década de 1960 por el profesor Charles Werner, quien considerara que si bien debe admitirse una influencia general de Oriente sobre Grecia, no obstante, el pensamiento griego debió muy poco al pensamiento oriental; dicha afirmación la sustenta sobre el siguiente argumento:
Hacia el final del pensamiento antiguo, en la época alejandrina, era opinión muy difundida que la filosofía griega había tenido su origen en Oriente. (...)
Esta opinión no ha sido admitida por los historiadores modernos. Solo algunos autores, como Röth y Gladisch, en Alemania, han vuelto a aceptar la tesis del origen oriental de la filosofía griega. Röth, particularmente, quiso demostrar que la filosofía griega procedía de Egipto. Pero esta tesis está hoy enteramente abandonada. Los historiadores de la filosofía concuerdan en considerar que el pensamiento griego debió muy poco al pensamiento de Oriente y que manifiesta una creación espontánea del espíritu. Esto fue vigorosamente subrayado por el eminente filólogo y filósofo escocés John Burnet, en el bello libro que dedicó a la primera filosofía griega. Observa que no puede afirmarse que los egipcios o los babilónicos tuviesen una filosofía. El único pueblo de la Antigüedad que la tuvo, junto a los griegos, fue el hindú. Pero sería temerario pretender que la filosofía griega vino de la India; por el contrario, cabe pensar que la filosofía hindú procede de Grecia. En cuanto a la teología mística de los Upanishads y del budismo, sin duda pertenece como algo propio a la India, pero es una teología más bien que una verdadera filosofía. (…)
Así, la opinión que reina actualmente es que el pensamiento griego posee, con respecto al de Oriente, una autonomía casi total y que manifiesta una especie de creación. Podría resumirse esta opinión con la frase de un autor inglés, que Théodore Gomperz puso al frente de su gran obra “Los Pensadores de Grecia”: “A un pequeño pueblo…le fue dado crear el principio de progreso. Este pueblo fue el pueblo griego. Exceptuadas las fuerzas ciegas de la naturaleza, nada se mueve en este universo que no sea griego por su origen”.
Sin embargo, todo y aceptando plenamente esta tesis, puede presentarse de manera menos exclusiva de cómo lo han hecho ciertos autores. Sin querer poner en duda la profunda originalidad del pensamiento griego, y sin pretender establecer ninguna filiación de doctrinas particulares, debe admitirse una influencia general de Oriente sobre Grecia. Con seguridad, los griegos no recibieron de los orientales una verdadera filosofía, como tampoco una verdadera ciencia. Pero sí recibieron de ellos los materiales acumulados por una larguísima experiencia y por cierto esbozo de explicación del universo. Por la invitación a pensar que les vino de Oriente, los griegos entraron en la vía de la explicación racional, donde debían conseguir tan esplendorosos triunfos. (…)5
5 Charles Werner: La filosofía griega, Editorial Labor, Barcelona, 1966, pp. 9-11.
Por su parte, Nicola Abbagnano, expone en su Historia de la filosofía un criterio eminentemente occidentalista según el cual, el origen de la filosofía en Occidente hay que buscarlo en la propia Grecia. Así, en las primeras páginas de su libro expresa lo siguiente:
Una tradición que se remonta a los filósofos judaicos de Alejandría (siglo i antes de J.C.) afirma que la filosofía griega se deriva del Oriente. Los principales filósofos de Grecia habrían sacado de las doctrinas hebraicas, egipcias, babilónicas e indias no solo sus descubrimientos científicos, sino incluso sus concepciones filosóficas más personales. Esta opinión se fue difundiendo cada vez más en los siglos siguientes; culminó en la opinión del neopitagórico Numenio, que llegó a llamar a Platón un “Moisés aticizante”; y de él pasó a los escritores cristianos.
Tal opinión no encuentra, sin embargo, ningún fundamento en testimonios más antiguos. Se habla, ciertamente, de viajes de varios filósofos a Oriente, especialmente a Egipto. Por Egipto habría viajado Pitágoras; por Oriente, Demócrito; por Egipto, según testimonios más dignos de crédito, Platón. Pero el mismo Platón (Rep. IV, 435e) contrapone el espíritu científico de los griegos al amor del provecho, propio de los egipcios y fenicios; y excluye así del modo más claro la posibilidad de que de las concepciones de aquellos pueblos se haya podido y se pueda sacar inspiración para la filosofía. Por otra parte, las indicaciones cronológicas que se poseen sobre doctrinas filosóficas y religiosas del Oriente son tan vagas que debe considerarse imposible establecer la prioridad cronológica de tales doctrinas con respecto a las correspondientes doctrinas griegas.
Más verosímil parece a primera vista que la ciencia griega haya derivado del Oriente. Según Herodoto, la geometría habría nacido en Egipto, debido a la necesidad de medir la tierra y distribuirla entre sus propietarios después de las inundaciones periódicas del Nilo. Según otras tradiciones, la astronomía habría nacido en Babilonia y la aritmética en el mismo Egipto. Pero los babilonios cultivaban la astronomía a causa de sus creencias astrológicas, esto es, para poder predecir el destino de los hombres; y la geometría y la aritmética mantenían entre los egipcios un carácter práctico, completamente distinto del carácter especulativo y científico que estas doctrinas presentaban entre los griegos.
(...) Que el pueblo griego haya inferido de los pueblos orientales, con los cuales mantenía desde siglos relaciones y cambios comerciales, nociones y hallazgos que aquellos pueblos conservaban en su tradición religiosa o habían descubierto acuciados por la necesidad de la vida, es algo que, aunque se admita a base de los pocos e inseguros datos que poseemos, no quita a los griegos el mérito original de haber tomado los primeros la actitud de la búsqueda teorética, esto es, la adopción de una disciplina de investigación que no se propone más objetivo que el enriquecimiento espiritual de la existencia. El mismo carácter personal de tal actitud, que no se reduce a la aceptación y al uso de nociones adquiridas, sino que exige el empeño individual, quita interés al hecho de que ciertas doctrinas particulares puedan derivarse de otros pueblos, puesto que la filosofía es propiamente, no el contenido doctrinal, sino el acto y la disciplina de la búsqueda. La originalidad del genio griego consiste precisamente en haberla entendido y realizado como tal; lo demuestra la historia misma de la palabra”.6
6 Nicola Abbagnano: Historia de la filosofía, t. I, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 3-4.
Examinemos ahora el criterio de Emile Bréhier al respecto, quien expresa lo siguiente:
(…) la idea misma de emprender una historia de la filosofía supone, en efecto, que se han planteado y resuelto, al menos de un modo provisional, los tres problemas siguientes:
¿Cuáles son los orígenes y cuáles las fronteras de la filosofía? La filosofía, ¿empezó en el siglo vi a.C. en las ciudades jónicas, como lo admite una tradición que se remonta hasta Aristóteles, o tiene un origen más antiguo, sea en los países griegos, sea en los países orientales? ¿La historia de la filosofía puede y debe limitarse a seguir el desarrollo de la filosofía en Grecia y en los países cuya civilización es de origen grecorromano, o debe extender su mirada a las civilizaciones orientales?
En segundo lugar, ¿hasta qué punto y en qué medida tiene el pensamiento filosófico un desarrollo suficientemente autónomo como para constituir el tema de una historia distinta de la de las demás disciplinas intelectuales? ¿No está íntimamente unido a las ciencias, al arte, a la religión, a la vida política, para que se pueda hacer de las doctrinas filosóficas el objeto de una investigación aparte?
Por último, ¿se puede hablar de una evolución regular o de un progreso de la filosofía? ¿El pensamiento humano no posee desde el principio todas las soluciones posibles a los problemas que se plantea y no hace, en consecuencia, más que repetirse indefinidamente? O, más aún; ¿los sistemas se reemplazan unos a otros de un modo arbitrario y contingente?
Creemos que para estos tres problemas no hay ninguna solución rigurosa, y que todas las soluciones que se han pretendido darle contienen postulados implícitos. Sin embargo, es indispensable tomar postura frente a estas cuestiones si se quiere abordar la historia de la filosofía, y la única posición posible consiste en destacar muy explícitamente los postulados contenidos en la solución que admitamos.
El primer problema, el de los orígenes, continua sin solución precisa. Junto a aquellos que, con Aristóteles, hacen de Tales, en el siglo vi, el primer filósofo, había ya en Grecia historiadores que remontaban mas allá del helenismo, hasta los bárbaros, los orígenes de la filosofía; Diógenes Laercio, en el prólogo de sus Vidas de los filósofos, nos habla de la antigüedad fabulosa de la filosofía entre los persas y los egipcios. Así, las dos tesis se enfrentan desde la antigüedad: ¿La filosofía es una invención de los griegos o una herencia recibida por estos de los bárbaros?
Parece que los orientalistas, a medida que nos descubren las civilizaciones prehelénicas, como la mesopotámica o la egipcia, con las cuales estuvieron en contacto las ciudades de Jonia, cuna de la filosofía griega, dan la razón a la segunda de esas tesis. Es imposible no sentir la afinidad de pensamiento que existe entre la conocida tesis del primer filósofo griego, Tales —que todas las cosas están hechas de agua— y el comienzo del Poema de la Creación, escrito muchos siglos antes en Mesopotamia: “Cuando en lo alto el cielo era aún innominado y abajo la tierra tampoco tenía nombre, las aguas se confundían en un todo, ante el Apsú primigenio, padre, y la tumultuosa Tiamat, madre de todos”. Textos como este bastan, al menos, para hacernos ver que Tales no fue el inventor de una cosmogonía original; las imágenes cosmogónicas, que acaso él precisó, existían desde muchos siglos antes. Presentimos que la filosofía de los primeros fisiólogos de Jonia podía ser una forma nueva de un tema muy antiguo.
Las investigaciones más recientes sobre la historia de las matemáticas han conducido a una conclusión análoga. Ya en 1910, G. Milhaud escribía: “Los materiales acumulados en matemáticas por los orientales y los egipcios eran decididamente más importantes y más ricos que lo que se suponía generalmente hace una decena de años”.
Por último, los trabajos de los antropólogos sobre las sociedades inferiores aportan nuevos datos que complican aún más el problema del origen de la filosofía (...)
La cuestión de las fronteras de la historia de la filosofía, vinculada a la de los orígenes, tampoco puede ser resuelta con exactitud. Es innegable que hubo en ciertas épocas, en los países de Extremo Oriente y sobre todo en la India, una verdadera floración de sistemas filosóficos. Pero se trata de saber si el mundo grecorromano, y después cristiano, por una parte, y el mundo extremo-oriental, por la otra, tuvieron un desarrollo intelectual completamente independiente el uno del otro: en tal caso, seria lícito hacer abstracción de la filosofía del Extremo Oriente en una exposición de la filosofía occidental. Pero la situación está muy lejos de ser nítida (...)
A pesar de esas dificultades, una historia de la filosofía no puede ignorar el pensamiento extremo oriental.7
7 Emile Bréhier: Historia de la filosofía, t. I, Editorial Tecnos, Madrid, 1988, pp. 17-21.
Una opinión que merece especial atención es la expuesta por nuestro destacado intelectual Raúl Roa, sobre el tema que nos ocupa:
El concepto de la historia ha sufrido una radical mutación en nuestro tiempo. (…) La historia, como concepto y como realidad, es un proceso único y tiene todo el planeta por teatro. El concepto de la historia universal, como proceso que se desarrolla de Oriente a Occidente, fue formulado hace un siglo por el profeta del idealismo absoluto y absolutista; pero la realidad efectiva de una historia que tuviera todo el planeta por teatro no queda consagrada hasta nuestra época. Este contraer la historia casi exclusivamente a la cuenca del Mediterráneo traería, como necesaria secuela, la singularización arbitraria en el concepto y en la realidad de la cultura occidental. Egipto y Persia, la India y China, Babilonia e Israel quedaron, de esta suerte, excluidos del ámbito histórico. La cultura y la historia empezaban por el Occidente en Grecia y Roma y su investigación se asignaba, con imperial señorío, a la filología clásica. Griegos y romanos eran nuestros antecesores inmediatos y su sentido de la vida norma insuperable. No habría de prolongarse mucho, afortunadamente, esta manca perspectiva. El súbito ensanche y el caudaloso enriquecimiento experimentado por el horizonte histórico en estos tiempos, como consecuencia del progreso extraordinario de la arqueología, de la etnología y del método científico de investigación en las disciplinas históricas, ha ratificado, plenariamente, la genial observación de Hegel, abriéndose con el conocimiento de las culturas Atlántidas, un portillo a las más extrañas posibilidades.8
8 Raúl Roa: Historia de las doctrinas sociales, Ediciones Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2001, p. 37.
Resulta necesario señalar que si bien es posible establecer una correspondencia entre las doctrinas del antiguo Oriente y las de los antiguos griegos, no debemos soslayar el hecho de que en líneas generales, la filosofía de la antigua Grecia constituyó un eslabón de particularidades únicas en el devenir histórico, lo que determinó en gran medida su incidencia específica en el subsiguiente quehacer filosófico universal.
El surgimiento de la filosofía en Grecia se produjo en un momento decisivo del desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad esclavista. En este contexto se había difundido el trabajo esclavo, acentuándose la separación entre el trabajo físico y el intelectual, lo que determinó el aumento de la producción y la apertura de las ciudades griegas a las relaciones monetario-mercantiles, con el consiguiente auge del comercio entre ellas y el Oriente.
En comparación con la estructura social del antiguo Oriente, donde la religión ocupaba un lugar preponderante —favoreciendo el surgimiento de las castas sacerdotales—, la naturaleza del esclavismo griego determinó que aquí no existiera una estrecha vinculación entre la religión y el Estado, ni una casta sacerdotal privilegiada que basara su autoridad en la “revelación” inscripta en algún libro sagrado. Por otra parte, el carácter politeísta y antropomorfista de la religión griega, vinculado a otros factores tales como el desarrollo comercial entre el Occidente y el Oriente, contribuyó en gran medida a disminuir la fuerza y el valor de las tradiciones mítico-religiosas, así como al traslado y afianzamiento a territorio heleno de las valiosas adquisiciones de la ciencia oriental. Ello se corrobora con la existencia de elementos similares en las cosmogonías orientales y en las de los poetas griegos. A saber, el problema acerca del origen del mundo era explicado por egipcios y babilonios a partir de una masa acuosa indiferenciada, mientras que en los griegos —por ejemplo, en los poemas homéricos— se hacía referencia a Tetis y Océano como dioses del mar, idea que posteriormente sería retomada por algunos de los filósofos tempranos, como es el caso de Tales. Asimismo, en la Teogonía hesiódica encontramos elementos preparatorios del futuro pensamiento filosófico. En ella las divinidades se muestran como denominaciones de diversos fenómenos naturales, aunque todavía bajo un ropaje mitológico, y se manifiesta —aunque de forma muy velada— un nuevo interés por la comprensión del mundo físico a partir de sí mismo, lo que anuncia los albores del conocimiento científico. Esto explica que las primeras reflexiones sobre la naturaleza, aparezcan en los griegos bajo una forma mítica y antropomórfica. En ellas se perfilan ya, implícitamente reconocidos, los problemas que constituirían el centro del futuro quehacer filosófico naturalista.
También en el orfismo encontramos algunos elementos que estarían presentes en el futuro quehacer filosófico de los griegos. Esta doctrina religiosa —surgida hacia el siglo viii a.n.e. en la antigua mitología griega— ejercería gran influencia sobre la filosofía, y especialmente sobre el pitagorismo y el platonismo antiguos. Según sus postulados, la naturaleza humana es dual, en parte buena y en parte mala, lo cual explica que el hombre sea mortal respecto al cuerpo e inmortal respecto al alma. Según ellos, el alma se encuentra aprisionada en el cuerpo y solo con la muerte de este, logra su liberación.
Se ha planteado con anterioridad cómo la propia naturaleza del esclavismo en Grecia, unida a la incidencia de otros factores ya citados, determinó una peculiar transformación en la mitología antigua, lo que en el plano filosófico coadyuvó a la paulatina independencia del pensamiento filosófico, respecto al cautiverio de las ideas mitológicas.
En particular, en la Grecia antigua, este proceso se produjo con extraordinaria rapidez, por lo que la filosofía griega temprana, aunque permeada aún por elementos mitológicos, aparece como contrapartida del mito, en tanto el esfuerzo intelectual de los primeros pensadores se centró en brindar una explicación racional acerca de cómo se originó el mundo en su diversidad cualitativa, a partir de un elemento primigenio, material y eterno. Esta última idea resulta de máxima importancia. Las variadas concepciones acerca de la naturaleza, partían del supuesto de la materialidad y eternidad del fundamento o arjé de todo lo existente, por lo que la idea acerca de una creación de la naturaleza a partir de la nada —a la manera de los hebreos— sería totalmente ajena al pensamiento griego.
Por otra parte, la filosofía en su surgimiento se presentó como una ciencia general que incluía todos los conocimientos humanos sobre el mundo y su diversidad fenoménica, como una primitiva sistematización de los conocimientos acumulados sobre los fenómenos del universo.
Suele decirse que la filosofía es la ciencia más antigua y que todas las ciencias proceden de ella. Mas esta concepción, a pesar de ser tan habitual, no es exacta. La ciencia que surgió en aquella época no era filosofía, propiamente dicha, tal como la entendemos ahora, sino ciencia en general, no desgajada en diversas ramas; una ciencia que no se había emancipado aún de la religión y que incluía, además, todos los conocimientos humanos acerca del mundo y sus diversos fenómenos. Dicho de otro modo, en un principio surgió la ciencia general, que encerraba en embrión todas las posteriores ramas del saber, incluida la filosofía moderna. (…) Esta ciencia planteaba y respondía en forma ingenua a problemas que luego fueron objeto tanto de la filosofía, como de la astronomía, de las matemáticas, la física y la biología. Por su origen, la filosofía no tiene ninguna prioridad sobre las otras ciencias, si tomamos en cuenta su contenido real y no el término. (…) Las ideas generales sobre el mundo se han originado y han existido debido a los conocimientos sobre distintos fenómenos concretos, tanto de la naturaleza orgánica como inorgánica. Por ello lo que surgió al principio como algo diferente de la religión (en particular de la mitología) fue denominado filosofía. Por su contenido real era una primitiva sistematización de todos los conocimientos acumulados sobre los fenómenos del mundo, los cuales eran tan exiguos que estaban al alcance de una sola persona, quien podía también impulsar su desarrollo. (…)
La filosofía recién aparecida, para convertirse en una verdadera ciencia, debía rebasar los límites de la religión tanto por su contenido como por su forma. Mas eso no lo consigue de golpe, pues permanece ligada a la conciencia religiosa, de una u otra manera, durante mucho tiempo.9
9 P. V. Kopnin: Lógica dialéctica, Imprenta Universitaria André Voisin, La Habana [s. f.], pp. 14-17.
Los primeros filósofos griegos se interesaron por los problemas en torno a la naturaleza, concebida como ordenamiento (cosmos), como un organismo integral, vivo, dinámico. La ausencia casi total de la experimentación, así como el escaso desarrollo de la técnica, hizo que el procedimiento fundamental de la investigación científica fuese solo la observación, apoyada sobre diversas hipótesis que intentaban brindar una explicación especulativo-racional acerca del conjunto de fenómenos y procesos que conforman la realidad circundante.
Esta diversidad de hipótesis representó en el terreno filosófico una extensa y variada gama de concepciones, sobre la base de una problemática filosófica común, la cosmológica. Y uno de los elementos que determinaría el desarrollo acelerado de la filosofía y sus éxitos ulteriores, sería el hecho de que el principio y punto de partida de ese desarrollo fuese el naturalismo, y por ende, el materialismo filosófico.
El pensamiento filosófico temprano, si bien mostró gran heterogeneidad, presenta elementos coincidentes, tales como:
• La idea acerca de la infinitud del universo, expuesta por vez primera de manera explícita por Anaximandro, quien planteó la infinitud del universo en el espacio y el tiempo. Esta idea tiene particular importancia, por cuanto, siendo el universo eterno en el tiempo, resulta increado, por lo que toda explicación acerca de su origen carece de sentido. Así, se presenta como un presupuesto incuestionable de la filosofía temprana, la eternidad del mundo, lo que constituye un elemento que resalta el carácter materialista de estas concepciones.
• El materialismo ingenuo, expresado en el reconocimiento del carácter material (concreto-sensible) del arjé, como fundamento de lo múltiple y diverso.
• La dialéctica espontánea, a partir de la aceptación casi unánime del devenir de un fundamento material único, que en su fluir constante adquiere diversas manifestaciones. Al respecto, Engels se expresaría del siguiente modo:
Si nos paramos a pensar sobre la naturaleza, o sobre la historia humana, o sobre nuestra propia actividad espiritual, nos encontramos de primera intención con la imagen de una trama infinita de concatenaciones y mutuas influencias, en la que nada permanece lo que era; ni cómo y dónde era, sino que todo se mueve y se cambia, nace y caduca (…) Esta concepción del mundo, primitiva, ingenua, pero en esencia acertada, es la de los antiguos filósofos griegos, y aparece expresada claramente, por vez primera en Heráclito: todo es y no es, pues todo fluye, se halla en constante transformación, en incesante nacimiento y caducidad.10
10 Federico Engels: Anti-Dühring, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1975, p. 30.
Los primeros filósofos griegos, se interesaron —sin excepción— por los problemas acerca de la naturaleza en su constante devenir, y este interés se tradujo en la búsqueda del fundamento o arjé que daba unidad y coherencia a la diversidad y multiplicidad fenoménicas (Problema de lo Uno y lo Múltiple). Asimismo, ellos asumieron (con excepción de Parménides) como presupuesto de partida de sus concepciones, el hecho de que los objetos y fenómenos de la realidad están en constante movimiento (Problema del devenir) y explicaron este a partir de la propia naturaleza y no por factores externos a la misma. Por eso, la filosofía temprana manifestó un carácter hilozoísta, ya que ellos concibieron el arjé o materia primordial, como dotada de vida, de animación.
En general, todos ellos reconocieron la materialidad del arjé, y en el caso de los jonios, lo identificaron con un elemento concreto-sensible (como el agua de Tales y el aire de Anaxímenes). Sin embargo, paralelamente al desarrollo de la filosofía, tuvo lugar un notable desarrollo en el proceso de la abstracción, lo cual conllevó, entre otros factores, a que este principio o fundamento alcanzara cada vez mayor mediatez con relación a lo concreto-sensible, a pesar de constituir propiamente su expresión. Para ilustrar este hecho, cabría mencionar el tratamiento del mismo en algunos pensadores, que por su importancia merecen ser destacados. Son ellos: Anaximandro, Heráclito, Pitágoras y finalmente Parménides, en quien se detendrá la atención, por cuanto su pensamiento constituye la expresión de un momento transicional en la filosofía temprana de la antigüedad.
Anaximandro, pensador de la escuela milesia, planteó como elemento primordial el apeiron, como cantidad infinita de materia indeterminada; además de considerarlo eterno, este pensador concibe el arjé como unidad de elementos opuestos (lo frío y lo caliente, lo seco y lo húmedo). Este arjé, si bien por una parte se expresa como síntesis de lo múltiple, por otra establece una relación de mediatez con lo concreto-sensible, lo cual representa en los marcos del pensamiento temprano, un notable desarrollo en el proceso de la abstracción filosófica.
Por su parte, el pensamiento heraclitiano ocupa un lugar especial en las concepciones filosóficas iniciales. En él, la dialéctica cobra una expresión más abstracta y elaborada. Si bien selecciona como fundamento material del universo al fuego, como elemento concreto-sensible —a partir de sus características singulares (dinamismo, vitalidad, mutabilidad)—, este principio, también reconocido como logos, se manifiesta como la racionalidad inherente al mundo. El universo se encuentra en constante devenir, y este movimiento, lejos de ser caótico, se halla autorregulado por la propia naturaleza en virtud de una suerte de ley natural, concebida como la ley de la transformación de cada elemento en su opuesto. De tal modo, aquí el arjé pierde su relación de inmediatez con la realidad sensible —al tiempo que la mantiene—, por lo que se puede afirmar que si bien la dialéctica heraclitiana permanece en esencia invariable en cuanto a contenido —con respecto al pensamiento milesio—, cobra una nueva forma de expresión más elaborada y abstracta. Sirvan de ejemplo, los siguientes fragmentos:
Este cosmos, uno mismo para todos los seres, no lo hizo ninguno de los dioses ni de los hombres, sino que siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente, que se enciende según medidas y se apaga según medidas. Frag. 30.
Es preciso saber que la guerra es común (a todos los seres), y la justicia es discordia, y todas las cosas se engendran por discordia y necesidad. Frag. 80.
Una misma cosa es (en nosotros) lo viviente y lo muerto, y lo despierto y lo dormido, y lo joven y lo viejo; estos, pues, al cambiar, son aquellos, y aquellos, inversamente, al cambiar, son estos. Frag. 88.
Del fuego son cambio todas las cosas y el fuego es cambio de todas, así como del oro (son cambio) las mercancías y de las mercancías el oro. Frag. 90.
No es posible ingresar dos veces en el mismo río, según dice Heráclito, ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado; sino que por la vivacidad y rapidez de su cambio, se esparce y de nuevo se recoge; antes bien, ni de nuevo ni sucesivamente, sino que al mismo tiempo se compone y se disuelve, y viene y se va. Frag. 91.
Me he investigado a mí mismo. Frag. 101.
Malos testigos son para los hombres los ojos y los oídos de quienes tienen almas bárbaras. Frag. 107.
Según Heráclito, la naturaleza suele ocultarse. Frag. 123.
Las cosas frías se calientan, lo caliente se enfría, lo húmedo se seca, lo seco se vuelve húmedo. Frag. 126.11
11 Rodolfo Mondolfo: Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, Siglo XXI Editores, S.A., México, 1973, pp. 34-45.
Este paulatino distanciamiento de lo concreto-sensible en el pensamiento filosófico temprano, se manifiesta con mayor nitidez en corrientes como el pitagorismo y el eleatismo, las cuales surgen y se desarrollan en las ciudades griegas de Italia y de la isla de Sicilia hacia los siglos vi y v a.n.e.
El desarrollo progresivo de la abstracción, observable en los filósofos anteriormente tratados, encuentra nueva expresión en la teoría pitagórica del número. La relación de mediatez establecida por Pitágoras y sus seguidores entre el arjé y la realidad concreto-sensible, constituye el resultado de una serie de factores —tales como la incidencia del Orfismo, el desarrollo de las matemáticas, de la astronomía, de la música y otros— que convergen en una concepción del mundo, la cual contiene en sí posibilidades para el ulterior desarrollo del idealismo en Grecia. El universo para los pitagóricos se expresa como un conjunto de relaciones cuantitativas, razón que los conduce a declarar al número como esencia de la realidad.
Con el decursar del pensamiento filosófico, aparece en contraposición a la dialéctica de los primeros pensadores, la concepción del mundo (metafísica) elaborada por Parménides, pensador de indiscutible significación en el contexto de la filosofía antigua. Por su incidencia en las posteriores concepciones filosóficas —tanto materialistas como idealistas— y por la importancia que tuvo su definición del ser en la elaboración teórica del atomismo, una de las escuelas filosóficas más importantes de la antigüedad griega, resulta pertinente señalar algunas cuestiones que son de fundamental importancia.
Parménides constituye una figura de transición en el desarrollo de la filosofía antigua. Con él comienza la aparición del método de investigación de la realidad y se inicia la elaboración de los auténticos conceptos filosóficos. Mientras que sus predecesores y contemporáneos se habían referido —en general— a elementos concreto-sensibles para explicar el origen de todo lo existente, a diferencia de ellos, Parménides intenta brindar una definición acerca del concepto general del ser; en él, el fundamento puramente intuitivo del filosofar se sustituye por el método lógico de investigación, y la reflexión lógica comienza a preponderar. Este nuevo enfoque metafísico de Parménides al concebir la realidad como ajena al devenir, determinaría su actitud contradictoria respecto a las tendencias filosóficas fundamentales (materialismo e idealismo), lo que ha generado las más variadas posiciones entre los historiadores de la filosofía, a la hora de emitir una valoración sobre su pensamiento.
Por cuanto se trata de una etapa histórico-filosófica en la que estas tendencias —materialismo e idealismo— no aparecen aún delimitadas de manera precisa, no sería justo valorar el pensamiento parmenídeo como idealista. Si se analiza integralmente, debe considerarse que se trata de una filosofía materialista, en la que encontramos presentes determinados elementos que condicionarán futuras posiciones idealistas. Esta es la razón por la que su pensamiento resulta en ocasiones contradictorio, y hasta opuesto al sentido común, lo cual se comprende a partir de la singularidad de su naturalismo, que se aparta de los parámetros del pensamiento precedente, al expresar un momento de transición en la filosofía temprana.
El reconocimiento de la identidad del ser y el no-ser sobre la base de una concepción dialéctica del mundo, tal y como lo había establecido Heráclito, resultó inaceptable para Parménides. Desde su punto de vista, si por un lado la sensoriedad demuestra el nacimiento y la muerte de todos los fenómenos, su existencia y no existencia, por otro lado, el pensamiento, la razón, muestra que el ser existe y no puede dejar de existir. De aquí infiere Parménides que el pensamiento siempre tendrá por objeto aquello que existe verdaderamente y no puede dejar de existir, y esto es el ser, lo que conlleva necesariamente a la negación del no-ser como realidad. De esto se desprende que en cuanto al ser, no puede haber surgimiento ni desaparición.
Se trata pues para Parménides, de dos opciones o caminos —el camino de la verdad (ciencia) y el camino de la opinión (doxa)—, de los cuales selecciona el primero como el único válido respecto al conocimiento del ser, pues según su criterio, solo la razón puede brindarnos conocimiento sobre lo verdaderamente existente. Así lo expresa en su Poema Ontológico:
I.1
Atención, pues;
que Yo seré quien hable;
Pon atención tú, por tu parte, en escuchar el mito:
cuáles serán las únicas sendas investigables del Pensar.
I.2
Ésta:
del Ente es ser; del Ente no es no ser.
Es senda de confianza,
pues la Verdad la sigue.
I.3
Estotra:
del Ente no es ser; y del Ente es no ser, por necesidad,
te he de decir que es senda impracticable
y del todo insegura,
porque ni el propiamente no-ente conocieras,
que a él no hay cosa que tienda,
ni nada de él dirías;
que es una misma cosa el Pensar con el Ser.
Así que no me importa por qué lugar comience,
ya que una vez y otra
deberé arribar a lo mismo.
I.4
Menester es
al Decir, y al Pensar, y al Ente ser;
porque del Ente es ser;
y no ser del no-ente.
Y todas estas cosas
en ti te mando descoger.12
12 Parménides: Poema Ontológico, en Juan David García Bacca, Los presocráticos, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, pp. 39-40.
El ser (lo uno, inmutable y eterno) no surge ni se destruye, mientras que la diversidad de fenómenos que percibimos sensorialmente, es decir, lo múltiple en movimiento, resulta —según el filósofo— falso e ilusorio.
En Parménides, el mundo aprehendido por la razón es unidad sin pluralidad, reposo sin movimiento. En él, la identidad concreta de los opuestos —propia de la dialéctica heraclitiana— se sustituye por la no-contradicción lógica, de lo que resulta que lo contradictorio, no puede entonces constituir el fundamento de la realidad, sino aquello que por ser lo no contradictorio en sí mismo, define lo universal existente. De este modo, Parménides arriba a una definición del ser como identidad-abstracta. Aquí encontramos la primera manifestación claramente expresada de una concepción metafísica del mundo, a partir de que para Parménides existe una realidad verdadera y otra aparente, por lo que solo habrá una vía segura para obtener conocimiento verdadero: la razón. En esta búsqueda de lo estable como objeto del pensamiento lógicamente determinado, Parménides estableció una diferencia cualitativa entre la razón y la sensibilidad, hecho que constituyó un importante precedente en el desarrollo de la filosofía antigua. A diferencia de los objetos perceptibles sensorialmente, cuya existencia es temporal, el ser verdadero existe en un eterno presente. Se trata de una caracterización metafísica y no física del ser; por ello la inmovilidad e integridad del ser en la ontología parmenídea no significó la negación del movimiento físico, sino la afirmación de la eternidad del ser. En su búsqueda de lo estable como realidad metafísica, diferente de la sustancia primaria identificable con elementos físicos —propia del pensamiento jonio—, Parménides plasmaba su crítica al fisicalismo del pensamiento jonio.
I.7
Un solo mito queda cual camino: el Ente es.
Y en este camino,
hay muchos, múltiples indicios
de que es el Ente ingénito y es imperecedero,
de la raza de los “todo y solo”.
imperturbable e infinito;
ni fue ni será
que de vez es ahora todo, uno y continuo,
I.8
Porque, ¿qué génesis le buscarías?
¿cómo o de dónde lo acrecieras?
que del no-ente acrecerlo o engendrarlo
no admito que lo pienses o lo digas,
que no es decible ni pensable
del ente una manera
que ya el ente no sea.
¿Por qué necesidad,
ya que no tiene el Ente naturaleza ni principio,
arrancarse a acrecerse o a nacer
antes y no después?13
13 Parménides: Poema Ontológico, en Juan David García Bacca, Los presocráticos, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, pp. 41-42.
Esta caracterización del ser, condujo al eleata a concebirlo como abstracción pura, como identidad abstracta; en tal sentido, lo uno constituye el fundamento, que sin estar privado de materialidad, tampoco es reductible a ella.
Retornando al punto de partida del análisis sobre el pensamiento de Parménides, resulta oportuno señalar que el desarrollo de la abstracción filosófica en el pensamiento temprano (la mediatez del fundamento o arjé con respecto a lo concreto-sensible) alcanza en Parménides un nivel destacable que evidencia por una parte, una cierta ruptura parcial con el carácter ingenuo del materialismo precedente, y por otra, el intento de definir los conceptos filosóficos fundamentales. Al rebasar los marcos de lo concreto-sensible, Parménides puso de manifiesto la limitación fundamental del pensamiento naturalista precedente, es decir, su carácter fisicalista, hecho que incidiría notablemente en el desarrollo filosófico ulterior.
En lo adelante, la polémica en torno a la posibilidad del movimiento en la realidad, reclamaría la atención central de los filósofos. Tras Parménides y sus seguidores —quienes fieles a la doctrina de su maestro se esforzaron por demostrar la imposibilidad del movimiento (sobre todo Zenón, a partir de sus aporías)—, la filosofía y en particular el materialismo del siglo v a.n.e. se daría a la tarea de restituir la confianza en la percepción sensorial como fuente de conocimiento, sin obviar las características esenciales del ser parmenídeo, tales como unicidad, eternidad e inmutabilidad.
El siglo v