Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes - Emir García Meralla - E-Book

Apuntes para un baile inconcluso. Entrevista a músicos cubanos y otros diretes E-Book

Emir García Meralla

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Beschreibung

Compilación de entrevistas y artículos sobre músicos cubanos y personalidades vinculadas a la música. La selección está dotada de originalidad y avalada por musicólogos y periodistas de la cultura (Leonardo Padura, Radamés Giro, Helio Orovio, Leonardo Acosta, etc.)

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Seitenzahl: 527

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Edición y corrección: Susana Méndez Muñoz

Diseño de cubierta: Yuset Sama

Corrección: Genoveva Concepción Cuellar Sánchez

Conversión e-book: Rafael Lago Sarichev

© Emir García Meralla, 2018

© Sobre la presente edición:

Ediciones Cubanas, 2018

ISBN 978-959-314-003-4

Sin la autorización de la Editorial

queda prohibido todo tipo de reproducción

o distribución del contenido.

Ediciones Cubanas, ARTEX

5ta. ave., esq. a 94, Miramar, Playa, Cuba

E-mail: [email protected]

Telf: (53-7) 204 5492, 204 3586, 204 4132

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.

Distribuidores para esta edición:

EDHASA

Avda. Diagonal, 519-52 08029 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España

E-mail: [email protected]

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RUTH CASA EDITORIAL

Calle 38 y ave. Cuba, Edif. Los Cristales, oficina no. 6 Apartado 2235, zona 9A, Panamá

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ÍNDICE

UNA NOTA INICIAL

ADRIANO RODRÍGUEZ O EL CANTAR DE LA MEMORIA

SI NO HABLO DE TI ME MUERO, JUAN FORMELL

AL PIANO, DE MAYARÍ, FRANK FERNÁNDEZ

CÉSAR «PUPY» PEDROSO: CON EL SON ENTRE LAS MANOS

JOAQUÍN BETANCOURT: EL OPUS SON DE LA MÚSICA CUBANA

EDESIO ALEJANDRO: DE SAN LEOPOLDO A LA GLORIA

MARCANDO LA DISTANCIA.

REMBERT EGÜES: TODO MI TIEMPO SOY DE ESTA TIERRA, SOY DE CUBA

LAS PÁGINAS OCULTAS DE RADAMÉS GIRO

GERMÁN VELAZCO: LAS TRES DIMENSIONES DE LA MÚSICA

SOLO DE TROMBÓN Y VERBOS CON DEMETRIO MUÑIZ

ALAIN DANIEL: «TODO LO QUE QUIERO ES CANTAR HASTA QUE SE ME AGOTE LA VIDA»

PARA EXORCIZAR MIS PENSAMIENTOS

PACHO AL PASAR LOS AÑOS

LA RUMBA DEL FAUNO

Y ENTONCES CACHA, ¿QUÉ CORO LE PONEMOS A ESTE SON QUE NO TERMINA?

APUNTES PARA UN BAILE INCONCLUSO

LOS AÑOS SETENTA Y LA MÚSICA EN CUBA: AQUÍ SE ENCIENDE LA CANDELA

IRAKERE: DE BACALAO CON PAN AL RUCU RUCU

ABUELOS, TIMBA Y OTROS ASUNTOS

HÁGASE LA TIMBA

A Eru, Odette y el equipo de cabezones que me acompaña

UNA NOTA INICIAL

Hará más de diez años mi madre me aconsejó que organizara mis artículos y entrevistas publicados y que les diera forma de libro. Pasó el tiempo y algunos amigos también me hicieron esa misma sugerencia. Sin embargo, fue Radamés Giro, editor y amigo, quien marcó la pauta al ponerme fecha límite para terminar esta tarea que había dejado en un segundo plano.

He sido un hombre con suerte. Tuve la suerte de que Leonardo Padura y Ángel Tomás González confiaran en mí y me permitieran debutar en las páginas del periódico Juventud Rebeldeun domingo del mes de septiembre de 1988; Padura gentilmente me cedió su espacio.

Aquel gesto infinito me abrió las puertas de otros medios.

Años después, Amado Córdoba y Norberto Codina pusieron a mi disposición las páginas de las revistas Salsa Cubana y La Gaceta de Cuba, respectivamente, para que me estrenara como columnista y entrevistador en temas relacionados con la música cubana. Así nacieron muchas de las entrevistas que he hecho y que están dispersas en esas publicaciones.

Sin embargo, ha sido mi amistad con muchos músicos cubanos la que me ha dado la posibilidad de poder escucharles y hasta contradecirles. A todos ellos mi agradecimiento infinito; ellos son el comienzo y el final de estas líneas.

Este volumen recoge trabajos aparecidos en diversos medios, fundamentalmente en La Gaceta de Cuba, y otros publicados en las revistas Temas y Musicalia Dos; también los escritos para Salsa Cubana y los realizados en mi paso por Prensa Latina, sobre todo entrevistas, los cuales he intentado ordenar para que entraran en esta recopilación.

Agradezco a la vida —y a mi suerte—el placer de haber gozado de la amistad de Helio Orovio, de su magisterio y hasta de su paciencia infinita hasta su muerte. Algo similar me ocurre con Leonardo Acosta, aunque en menor escala. A ellos mi gratitud y mi lealtad. Una nota especial dedico a amigos como Ariel Larramendi que confió en mi talento y me dio un espacio en Radio Rebelde para que comentara sobre temas musicales y me atreviera mucho más.

Estos apuntes y diretes son parte de nuestras vidas. Disfrútenlos.

ADRIANO RODRÍGUEZ O EL CANTAR DE LA MEMORIA

(Con Edesio Alejandro como compañero de fórmula)

Confesiones a la medida del mejor cantante que he conocido

«…He vivido tantos años como las canciones más hermosas que he conocido, he escuchado y que la vida me permitió cantar y parece que aún quiere que lo siga haciendo; hoy solo me queda cantar y cantar… ese es un privilegio que me alimenta cada día… bueno, y el amor de la familia y los recuerdos, sobre todo los recuerdos; cuando se viven tantos años los recuerdos sustituyen a la esperanza».

Adriano Rodríguez nació en el año 1923, cuando el ilustre Alfredo Zayas y su «partido de los cuatro gatos» era presidente de la República de Cuba; eran las «vacas algo» como se pudiera decir en buen cubano y La Habana comenzaba a estrenar su alumbrado público más allá de los palacetes del floreciente barrio de El Vedado donde primaba el estilo Art Déco.

Nació en la Villa de Guanabacoa, al este de la ciudad, a la que se llegaba por un camino vecinal marcado por el fango en épocas de lluvias, pues estaba pavimentado a medias.

Guanabacoa, para aquel entonces, vivía orgullosa de Rita Montaner que hacía vibrar teatros de Cuba y de París con los pregones de Moises Simons y las canciones de los hermanos Grenet, y de la genialidad del niño Ernesto Lecuona que alternaba su tiempo perfeccionando sus estudios de piano y tocando en los cines por veinte centavos la función, para ayudar a la economía familiar.

¿Quién es Adriano Rodríguez y de dónde viene?

Soy el hijo de Adriano el sastre. Mi padre era sastre —ese era un oficio de negros honrados— y músico en sus ratos libres. Ese es un oficio del que ya no se habla, pero ser sastre daba prestigio en el lugar donde se vivía y más allá si lograbas nombre; vestirse a la medida era una manera de distinción en los hombres; por muchos años yo me vestí en cuanta sastrería pude y por mi padre conocí a los mejores sastres de La Habana.

A veces, en mis ratos de ocio, cuando pienso —eso era antes de que Edesio me atrapara nuevamente con la música y sus pedidos de «Adriano, canta este tema o canta esta otra canción» que eran muchos, casi todo el día— recuerdo cosas de mi infancia, los moldes de los trajes con el nombre de la persona a la que correspondía una leva o un pantalón, el maniquí con la tela y los trazos de tiza marcando las líneas, los alfileteros. Los sastres son perfeccionistas, por eso aman la música.

Dicen que mi padre cosió ropa hasta del padre de Lecuona y yo conocí a Lecuona, Ernesto, por los años cincuenta, por cierto vestía a la medida. Ahora entre ensayos y grabaciones me queda poco tiempo para pensar en las musarañas y en otras cosas, tal vez algunas más tristes que otras. Hoy creo que ya no hay sastres y sastrerías en La Habana, salgo muy poco de la casa, ya la gente no es tan elegante como antes.

Mi madre trabajaba en una fábrica de tabaco, era despalilladora; una mujer muy fuerte a la que nunca le escuché una queja, con una voz muy hermosa, tan hermosa como ella; mi padre tuvo mucha suerte y creo que mi pasión por el canto y hasta mi voz se la debo a ella, la recuerdo cantando, sobre todo, en los coros de clave y rumba que eran agrupaciones geniales en las que la gente se vestía muy elegante aunque fuera a cantar en el patio del solar. Parece que estaba escrito en alguna parte que mi destino sería cantar, cantar todo lo que pudiera escuchar y aprender.

Tuve una infancia como la de cualquier niño negro de esa época: ir a la escuela, jugar mientras se pudiera y cuando las cosas se comenzaron a poner malas en el machadato vendí caramelos, tabaquitos, ayudé en cuanto pude a mis padres para poder completar los quince centavos que podía costar una completa en una fonda. En casa éramos muchos, como nueve bocas cada día para desayunar, almorzar y comer, pero eso sí, nunca dejé de cantar, canto desde que tengo uso de razón; en Guanabacoa siempre había música en las calles, pregoneros anunciando cosas, vendiendo hasta lo inimaginable, músicos ambulantes.

Canto desde niño porque mi abuelo materno tenía un sexteto —sin trompeta— llamado Carmen y con él debuté cuando tenía como seis años; ahora no recuerdo el nombre de aquel son… han pasado más de ochenta años y la memoria ya no me acompaña como antes. En mi infancia, además de los sones, de los sextetos, había música afro lo mismo de santos que de los abakua, que las rumbas, eso estaba en el ambiente, se respiraba en cada esquina.

Hacía la segunda voz en el sexteto de mi abuelo, los músicos me llamaban para que la hiciera y es que cantar la segunda voz me salía natural, sin necesidad de hacer grandes esfuerzos, entonces dejaba cualquier cosa por cantar y no sabía que estaba formándome para el futuro; en aquel entonces no se podía vivir de la música y había que aprender a toda costa un oficio y a mi me tocó ser zapatero, entre otras cosas; ¿por qué no sastre como mi padre? no lo se.

Para vivir de la música pasaron muchos años, trabajos y penas.

¿Cómo se formó usted musicalmente?

La radio y el cine fueron dos grandes acontecimientos en mi vida. Escuchar la radio me permitió conocer canciones y cantantes únicos; hubo un cantante muy grande, no se si lo conocen, se llamó Pablo Quevedo y le decían «la voz de cristal» nunca más he escuchado a alguien cantar como aquel hombre y estaba Cheo Marquetti que cantaba guajiras y canciones; creo que de alguna manera me quise parecer a ellos en aquellos tiempos.

En el cine con cinco centavos veías tres funciones y escuchabas entre una película y otra a los trovadores y a los cantantes todos con sus guitarras, impecablemente vestidos, hasta que llegó el cine sonoro y se acabaron las tandas alternas de películas y música, entonces había música en las películas y yo no me cansaba de verlas, sobre todo una película en la que Paul Johnson cantaba «Old man river»… ¡Qué clase de voz tenía ese hombre y qué clase de canción esa! me la aprendí de un tirón y es una de las canciones que más satisfacciones me ha dado.

Alberto Zayas era amigo de mis padres y de mi abuelo, siempre estaba en la casa, lo mismo en los ensayos del sexteto que conversando con mi padre o con mi abuelo. Con él aprendí casi todo lo que se de la música afro; era una voz prima como pocas de esa época; con él hice mis primeros dúos siendo niño, ¡Qué clase de hombre ese y qué clase de músico!

En los años cuarenta me llevó a conocer a Don Fernando Ortiz que me incluyó como uno de sus cantantes en las conferencias que daba sobre folklore en la Universidad de La Habana, además de que me abrió las puertas para que me hiciera músico profesional, sin dejar la zapatería, por supuesto. Por Ortiz conocí a Merceditas Valdés, ¡Qué mujer y qué manera de cantar y conocer la música afrocubana!, nunca más he vuelto a escuchar un timbre de voz como ese, puro, limpio…

El estudio lo es todo y en esa época fundamental si se era negro y se quería triunfar en la música. En el 36, con trece años, matriculé en el Conservatorio Municipal de Guanabacoa para aprender solfeo y teoría y me tocó un instrumento que ya no existe: el onoben, casi nadie sabe qué cosa es eso…

Yo me ganaba algo cantando en el portal del teatro Carral haciendo canciones junto a Nelo Sosa, que después se hizo muy famoso en los cuarenta con su conjunto Colonial, un sonero nato, con una intuición para la música del carajo. Cantábamos y había un maestro de obra muy conocido que nos pedía cualquier canción y así pasaban horas y horas, todo por diez centavos, él escuchando y nosotros cantando. En aquel entonces yo sabía una buena cantidad de canciones de los trovadores y de compositores cubanos que hoy nadie canta, pero estaban de moda en aquellos años.

Estudiar me trajo mi primer nombrete en el mundo de la música, me empezaron a llamar «el profe», no por lo que sabía sino por el hecho de que canción que salía el lunes ya el martes yo me la sabía con pelos y señales y le daba mi sello; si no que le pregunten a Pedro Vargas, don Pedro…, de él aprendí la grandeza de la interpretación; yo estudiaba y analizaba cada una de sus canciones y como colocaba la voz, cada detalle de su trabajo; no había un tema suyo que no me supiera por difícil que fuera la versión, tanto que eso me permitió hacer carrera en algún momento con sus canciones, pero eran sus canciones cantadas al estilo de Adriano.

Y desde ese momento se hizo cantante profesional…

Ser cantante profesional era un sueño que fui logrando en la medida que pasaron los años, lo que sí es cierto es que lo mío era cantar canciones románticas, pero la gente comenzó a identificarme con lo afro por el trabajo junto a Fernando Ortiz y Merceditas Valdés, pero yo cantaba más que eso.

En los años cuarenta había pocos cantantes negros haciendo lo que yo hacía, la mayoría cantaba en septetos y conjuntos, eran muy buenos por cierto, pero lo mío era lo romántico, las grandes canciones y las arias de las óperas, lo lírico y escuchar a los grandes cantantes de los que estudiaba todos sus detalles y eso me permitió encontrar mi modo de hacer cada canción sin dejar de buscar los frijoles como se pudiera.

Mi debut profesional como solista fue en 1940 acompañado al piano por Carlos Faxas y años después estuve trabajando ocasionalmente en su grupo. En ese mismo tiempo conocí a Rita Montaner en una presentación que se hizo en la toma de posesión del alcalde de La Habana, Manuel Fernández Supervielle. Esa fue la única vez que estuvimos juntos en un escenario; hablamos de muchas cosas y Guanabacoa no podía faltar.

Bueno, antes había estado en el coro de CMQ como solista gracias a mi amigo Ramón Calzadilla. La gente cuenta algunas cosas que si las miras son su leyenda; en mi caso más que leyenda fue suerte. Calzadilla me escuchó en Tropicana y a partir de ahí nos unió una gran amistad y ¡qué voz más privilegiada tiene ese mortal! Con él también aprendí mucho.

Te decía que la gente cuenta las cosas a su manera; en CMQ tuve dos etapas. La primera, cuando estaba en su coro, que lo tuve que dejar porque ensayaba todos los días y a veces no tenía para el pasaje de regreso a Guanabacoa y las cosas estaban duras; en ese coro aprendí mucho, como en todas partes que he estado y trabajado. La segunda cuando Calzadilla me vio en la puerta esperando para hacer una suplencia o lo que apareciera cantando; no se me olvida que me saludó y cuando supo por qué estaba allí subió con una maleta de partituras y le dijo a los productores de programas —muy serio— «ahí está Adriano Rodríguez, uno de los mejores cantantes que hay en Cuba y que yo conozco, buscando trabajo y estas son sus partituras y las mías, ¿en qué programa vamos a cantar?» Aquello fue una muestra de amistad que no puedo olvidar.

Mi entrada en Tropicana fue como parte del grupo de mi hermano Giraldo Rodríguez —que según decía Guillermo Barreto había sido uno de sus maestros— para una superproducción llamada Carabalí y a partir de ahí trabajé en muchas producciones de Rodney, un hombre muy creativo y dinámico.

El director de la orquesta en esa época era Bebo Valdés; después hice allí mismo, ya como solista, Tambo y Copacabana. En uno de los ensayos me pidieron que cantara sin micrófono y había un hombre que se alejaba y se alejaba del escenario mientras yo cantaba, coño y aquello me dio una idea de hasta dónde llegaba mi voz.

En esas producciones estaban entre otros Celia Cruz, Celeste Mendoza y Nat King Cole, sí, porque yo conocí a Nat King Cole y tuvimos una amistad en ese tiempo. Era un hombre muy sencillo, me decía Ogguere que era el título de la canción que yo cantaba y me daba palmadas en la espalda a manera de aprobación porque su español era elemental. De esas cosas no hay grabaciones ni nada, todo ha quedado en la memoria y en las anécdotas de los que hemos logrado sobrevivir, que para estas fechas somos muy pocos.

Su entrada a Tropicana le permitió una mejoría económica, ¿no?

Tropicana garantizaba tres o cuatro noches de trabajo estable y eso era por lo menos fuente para desayuno, almuerzo y comida, casi me podía casar y tener una familia, era un privilegiado…

¿Te hablé de mi amistad con Ricardo Abreu, Papín? era todo un caballero y un hombre con un sentido del humor único, siempre estaba haciendo bromas y jamás vi que le faltara el respeto a alguna persona, al contrario era un ejemplo de humildad a pesar de su grandeza como músico.

Yo no me puedo quejar de los años cincuenta, además de tener trabajo estable tuve la suerte de hacer grandes amigos todo eso sin dejar de estudiar, sí, porque yo siempre estaba buscando como superarme…

Volviendo a los cincuenta, además de Tropicana tuve la suerte de trabajar en Sans Souci con Alberto Alonso, gracias a él yo supe hasta dónde era potente mi voz y como el tiempo empleado en estudiar comenzaba a rendir sus frutos —recuerda que hasta ese momento yo solamente había estudiado en el Conservatorio de Guanabacoa y el resto del aprendizaje había sido de forma autodidacta, sobre todo analizando a los cantantes de aquellos años.

Alonso me dio el rango de figura principal en su producción Bamba Iroko. Este negrón de Guanabacoa que había comenzado cantando en los portales del cine Carral ahora estaba de tú a tú con figuras como Benny Moré, que algunas veces se paraba a verme cantar. ¡Adiós a las fondas por un tiempo!, ya tenía un salario responsable y estaba formando una familia que terminó en cuatro hijos.

Era figura del cabaret en esos años, pero mi repertorio estaba formado por canciones de tema afro; yo podía cantar más que eso, pero lo afro además de prestigio, me daba la posibilidad de estar cerca de grandes músicos, de seguir aprendiendo. Estuve en los grupos de Trinidad Torregosa y de Jesús Pérez, sobre todo en el de Alberto Zayas, donde conocí a González Manticci que era su director musical. Años después jugábamos Voleivol en los descansos durante los ensayos de la Orquesta Sinfónica Nacional y del Coro Nacional, le dieron dos infartos y no se daba por enterado «estoy entero», esa era su frase, era un tipo muy simpático.

El vivía en un piso veinticinco y un día yo iba para casa de un amigo que vivía en su mismo piso y nos encontramos y empezamos a subir las escaleras juntos, pues no había luz, él iba delante de mí y me decía «sube cobarde», y subió los veinticinco pisos sin parar.

Yo veía llegar mi hora de triunfar en el canto, sobre todo porque cantaba aquellas canciones que a todos gustaban, era, posiblemente, el único cantante negro en Cuba que no hacía sones; lo mío eran —además de las canciones— las arias de ópera y todo lo que escuchara, no importaba lo difícil que fuera o el intérprete al que se lo escuchara, ese tema debía ser cantado por mí.

Es cierto que había cantantes mulatos como Miguel de Gonzalo o Miguelito Valdés, que cuando cantaban le ponían los pelos de punta a cualquiera; Barbarito Diez con la orquesta Romeu, pero él cantaba danzones. ¿Tú sabes que mucha gente pensaba que Barbarito era blanco? (risas) Había una mujer que nos confundía, no se por qué y así estuvo hasta que le presenté a Barbarito.

Cantar afro también me permitió estar cerca de un músico de la talla de Gilberto Valdés, fue Rodney quien nos presentó en Tropicana, él necesitaba cantantes para un concierto que estaba organizando en la Universidad de La Habana; después de aquel día fuimos grandes amigos.

Gilberto era una persona muy especial, si hablabas con él sin verlo pensabas que estabas hablando con un negro carabalí, y cuando lo veías era blanco, con los ojos azules. Recuerdo que en el año 66 me llamó y me dijo «oye negro e mierda ven, ven que te vo a partir el cráneo, ven pa’que vea la choza que me dieron»; era un tremendo apartamento. Una vez me dijo «negro e mierda ven pa’que oiga una música blanca que hice», era una canción. Yo canté muchas de sus obras que eran canciones de estilo afroide, una mezcla tremenda, negra y lírica. Recuerdo que estábamos montando una obra suya en el Coro Nacional y me dijo «oye hay poco negro aquí, eta gente e racita, tu no te cuenta porque tu ere el mejó cantante e Cuba».

Un día me llamó para que cantara una canción que había compuesto para mí, me dio el papel, empecé a cantar y me paró y me dijo «oye negro e mierda estás cantando como lo blanco, eta gente del coro te eta jodiendo, cota valo, e má, sale sale» y me sacó de la casa y cerró la puerta, pensé irme pero enseguida abrió y me dijo, «dale entra, pero deja e blanco afuera». Esas eran las cosas de Gilberto Valdés.

Entonces usted es un hombre de grandes amigos…

Cantar y tener amigos, más la familia; a mis noventa años me puedo permitir decir que soy el hombre que más amigos ha tenido, algunos desde la infancia como Ignacio Villa, sí porque a mi nunca me gustó decirle Bola de Nieve como todo el mundo, para mí siempre fue Ignacito, mi familia y la suya eran amigas antes de nacer nosotros.

Una vez en un recital que él estaba haciendo le pedí que cantara Si me pudieras querer y él me dijo « ¿A ti te gusta esa porquería?», y yo le dije que a él era al único que no le gustaba. Otra vez en México me llamó y me dijo: «Adrianito me hace falta que me hagas un corito en un disco que voy a grabar»; fui al estudio y se lo hice. Bastante tiempo después llegó un día a la casa con un sobre y me lo dio, y yo le pregunté que qué era aquello y me dijo «tu dinero del corito que me hiciste», cuando vi la cantidad que había me dio risa porque era mucho mas de lo que se pagaba por grabar en un coro.

Ignacio Villa pasaba más o menos un año montando las canciones, él era un perfeccionista, un genio. Un día nos encontramos en Santiago de Cuba y venía con la cara seria y le pregunté qué le pasaba y me dijo que estaba molesto y me pidió « préstame algo de dinero que cuando tenga y me acuerde te lo devuelvo jaja… jaja…».

Años después me dijo un día «hoy me acuerdo pero no tengo»; pasaron más años y un día coincidimos en una actividad y me dijo «hoy tengo y me acuerdo, jajajaja». La última vez que lo vi fue en mi casa en el velorio de mi abuela; él llegó y me dijo «vine por ella, no por tí». Días después él iba a hacer una gira por Perú; me dijo «Adrianito tengo que salir de viaje y los santos me dijeron que no fuera»; ese fue su último viaje.

Hay quien por la música se ha convertido en un gran amigo; así me pasó con Gonzalo Roig, director de la orquesta de la CMQ y de la Banda Nacional de Conciertos.

Llegué a su programa de radio Voces de Cuba, él ya me había dirigido cantando canciones afroides pero cuando se anunció la canción que iba yo a cantar que era Old man river, de Show Boat, sentí que fui desestimado, creo que todos pensaron que yo no podía cantarla.

Fue un momento muy difícil para mí, no obstante acumulé todas mis fuerzas, cerré los ojos y canté, al terminar los músicos aplaudieron, sentí que todos se quedaron encantados con mi interpretación, Gonzalo Roig me dijo, « ¿De dónde tú eres?», le dije que de Guanabacoa, y me respondió «tenía que ser». Después de aquella presentación Gonzalo no dejaba de buscarme para que cantara en sus programas de concierto y temas suyos. Fuimos amigos hasta su muerte.

Una parte importante de mi carrera estuvo ligada a la Charanga Nacional de Conciertos y a todas las grandes y hermosas locuras musicales de Odilio Urfé; ya nadie habla de él y su trabajo incansable por la música cubana. Urfé viene de una de las familias que más aportó al danzón y a la música en general. El hizo muchas cosas, lo de nosotros no era solamente musical, el sentía mucho respeto y cariño por mí; era un tremendo pianista, flautista y violinista, y tocaba desde música de charanga hasta arias de óperas.

Una vez llegamos a la iglesia de Paula donde se impartía un seminario nacional de música, además de ser lugar de ensayo para muchas orquestas del país. Recuerdo que ya él era director nacional de música. Cuando llegamos, el piso estaba sucio y el cogió una escoba y le dijo al empleado de limpieza que empezara a barrer por una parte que él iba por la otra.

Unos días antes de Odilio morir fui al hospital y cuando llegué el doctor me dijo «esta jodido», subí y empezamos a hablar y recuerdo que me dijo «cuando salga vamos a hacer un recital juntos y vamos a hacer una gira». ¡Qué duro! Con su trabajo rescató para la memoria canciones y cantantes; allí estaba Paulina Álvarez, Dominica Verges, los tamboreros de muchos grupos que conocían y dominaban los secretos de la canción y la música afro.

En este mismo rescate, en ese enseñar a la gente las raíces de Cuba, trabajé durante años con Argeliers León, pero a Urfé le guardo, como a muchos otros, un lugar importante en mi memoria.

Oye, ¿ya te dieron café?, porque llevamos rato habla que te habla y ya es casi hora de mi café. Después te hablo de Sindo Garay y de Ignacio Piñeiro ¡Qué par de músicos!, yo canté también sus canciones. Los años carajo…

Ayúdame con la memoria, nos quedamos en…ya, Ignacio Piñeiro. Ese hombre era todo un poeta; escribió sones que son una joya y que para cantarlos hay que saber cantar, muchos con un uso de la voz segunda muy difícil, sí, porque en la música hay voz prima, segunda y tercera. Haber estudiado y cantado en muchos coros me ayudó a educar la voz para poder hacer cualquiera de ellas pero siempre han dicho que yo soy voz segunda. Con el Septeto Nacional canté varias veces en la televisión, la radio y en conciertos.

Ignacio siempre estaba arregladito, bien peinado, bonito, una vez salgo del ICRT y parece que no había tinte para el pelo y veo un hombre canoso a lo lejos pero no lo conocí, al rato me toca por el brazo y me dice «¿tú no me conoces?».

Allí tuve otro gran amigo que fue Carlos Embale. Una vez estábamos en un recital en los Estados Unidos y él estaba al lado mío y yo veía que movía la cabeza para atrás en los ensayos y cuando terminamos me dice muy serio: «Adriano tienes el pito y la cuchara del carajo… me vas a dejar sordo». Embale grabó mucho aquí con Edesio, tenía la voz fresca, cuidada, pero ya le estaba fallando la cabeza.

¿Dúos con otros cantantes? No me acuerdo de la cantidad de dúos que he hecho en esta vida, lo mismo que las canciones que he cantado, pero sí puedo afirmarte que cada vez que canté con otro artista aprendí mucho de su técnica, de su manera de colocar la voz, eso me llena de satisfacción.

¿Lo que no pude hacer? Me hubiera gustado haber cantado con el Benny… con Pedro Vargas…

Gracias por el café Adriano y por la trova, porque se dice que usted fue trovador…

No hay de qué. Edesio da té en el estudio, menos a mí y a Alfonsín Quintana con quien tienes que hablar. ¡Cómo ha vivido! Los hombres toman café y aman mujeres hermosas.

A la trova siempre estuve vinculado, no era trovador pero cantaba sus canciones. Fui amigo de Sindo Garay y de su hijo Guarionex. Sindo era Cuba de pies a cabeza. Tuvimos una relación de mucho respeto, era muy especial; yo canté con él varias veces y cuando yo cantaba él me miraba, eso era una aprobación.

El día de su cumpleaños cien fuimos juntos para la cocina de su casa, él fumaba mucho, nunca vi a una persona fumar tanto, y me dijo «compay, esto es lo que no me deja hacer una tercerita».

Una de las cosas que más me vinculó a la trova fue crear el grupo Trovadores Cubanos en 1962 con el objetivo de preservar y llevar a todo el pais la cancionística trovadoresca cubana. En este grupo estaban Guarionex y Raúl Garay, Mario Hernández, Dominica Verges, Octavio Sánchez “Cotan”, Mayito Sánchez, Luis Peña (El Albino) y Elías Castillo.

También haber cantado muchas veces con Esther Borja en Álbum de Cuba. Esther era una mujer extraordinaria, siempre nos tratamos con respeto; a mi me gustaba mucho oírla cantar, era perfecta.

Yo hacía estas cosas profesionalmente pero no dejaba de estudiar. Por esa misma época fui a dar clases con Iris Burguet y ella un día me pidió que no fuera más a clases porque yo tenía una técnica perfecta y así me pasó con otro profesor que se negó a darme clases. A la luz de los años me siento satisfecho del tiempo empleado en aprender y sigo aprendiendo.

Mira, nunca he sido trovador, yo soy cantante pero siempre he cantado todo lo que me ha gustado y los trovadores escribieron hermosas canciones, muchas tan difíciles en su armonía que poca gente las puede cantar; yo he tenido la suerte de poder cantarlas todas, no importa lo complejas que sean, no importa si no tienen segunda voz… yo soy cantante y un cantante debe cantar.

Si la canción es difícil debes estudiarla hasta encontrar su camino, entonces la canción fluye. Hoy ya no se escriben canciones con ese lenguaje ni esa complejidad, pero el cantante debe estar preparado para cuando le llegue una canción así.

¿Y la familia?

La familia fue creciendo. Tengo seis hijos de los cuales uno es cantante, Lázaro Miguel, es buen sonero, uno debía seguir mis pasos. Los pobres, durante años soportaron mi ausencia, mis ensayos por muchas horas… Haber llegado a tener una familia hermosa es un gran sueño que todo hombre se propone; yo creo haberlo logrado.

En esa familia debo incluir a Edesio. Vino por un poco de azúcar y hasta el día de hoy no se ha despegado de este viejo; mi carrera fue truncada en el año 88 cuando me dijeron que debía retirarme. Estuve haciendo cosas ocasionales pero nada trascendente hasta que comencé a grabar canciones nuevamente con Edesio y sus músicos. Muchas de esas canciones le han dado la vuelta al mundo, hasta premios me han traído y alguna platica…

¿Te imaginas que este negrón de Guanabacoa ha cantado canciones en las películas de Bruce Willis, que hizo un dúo con una cantante americana que tiene unos dientes bellos, se llama Gladys algo… Knigt creo y hasta en listas de ventas de las que presumen algunos aparece mi nombre?

A los ochenta años comencé a vender los discos que nunca vendí. Creo que voy a tomarme mucho tiempo antes de morirme, sí porque uno se tiene que morir… pero me queda mucho por cantar.

¿Qué es lo que más le ha importado en la vida?

Cantar. Yo disfruto la música. Me gusta que hayan hablado bien de mí como artista y como ser humano; me siento feliz de la opinión que mis amigos y el pueblo han tenido de mi persona, pero lo que más me ha importado es cantar, yo amo la música, y a los músicos, yo soy cantante, disfruto toda la música, por eso he cantado en todos los formatos que he podido; disfruto lo mismo cantar en un coro que cantar solo, cantar un bolero que un guaguancó; la música es mi respiración, es la sangre que corre por mis venas.

Me hubiera gustado ser el mejor cantante del mundo… ese es el sueño de mi vida…

SI NO HABLO DE TI ME MUERO, JUAN FORMELL

Que yo haya nacido en el habanero barrio de Cayo Hueso es en parte una verdad a medias; yo nací en Maternidad de Línea, eso me hace habanero cien por cien ¿no?, pero viví los dos primeros años en la calle Santiago, que está detrás de la antigua Compañía de Electricidad, en el barrio de Pueblo Nuevo; en un solar que no se si aún existe. Pero de aquel lugar mis recuerdos son muy vagos, mis padres debieron vivir allí uno o dos años y después nos mudamos para el callejón de Hamel, exactamente en la calle Hospital.

Para no hacerte la historia larga, el solo hecho de cruzar la calle Zanja cambió mi vida y mi lugar de nacimiento. Ahora, es muy difícil convencer a la gente que ha escrito cosas sobre mí de lo contrario… entonces se queda Cayo Hueso. También es cierto que es ahí donde comienza la historia de mi vida, en el callejón de Hamelt, donde ocurrió mi infancia, donde están los primeros recuerdos pero también viví en Oquendo entre San Rafael y San José en un solar del que no recuerdo el nombre ahora mismo, hasta que fuimos para La Lisa.

El barrio de Cayo Hueso que yo recuerdo era un lugar muy vivo que tenía, además de los ruidos de cualquier lugar de la ciudad, sus propios olores; había olor a frita, estaba el olor de la panadería La Candial —qué no se si existe— donde mi padre nos mandaba a buscar siempre una flauta de pan crujiente, lo mismo para desayunar que para comer… yo no creo haber comido nuevamente un pan como aquel de mi infancia… salvando las distancias y las vivencias.

Recuerdo mucho el mostrador del Lazo de Oro, donde hacían un caldo gallego riquísimo que muchas veces nos mató el hambre en la casa. Yo iba con Pancho —así le decimos desde niño a mi hermano Francisco— llevando una lata grande en una jaba de saco, lata que si no me falla la memoria era de chorizos gallegos, y regresábamos con cuidado de no quemarnos porque lo servían muy caliente, y de que además no se botara ni una gota…

Mira qué cosas tiene la vida, yo he estado muchas veces en España, en casi todas las ciudades y no he comido allí, hasta hoy, un caldo gallego con ese sabor…

Jugar…Yo jugaba en el parque de Trillo, estudiaba en una escuela que estaba al frente llamada Ensinosa y después de clases mataperreaba por allí. Recuerdo que en la esquina de San Rafael y Oquendo había un señor que hacía guitarras, o las arreglaba y allí más de una vez vi a Sindo Garay, aquella figura pequeña, que siempre tenía un cigarro lo mismo en la boca que en la mano y que pasaba horas allí probando guitarras y cantando. A veces yo me detenía a escucharlo; para serte más exacto me detenía a observarlo entre un juego y otro, pero era curiosidad de muchacho; otras veces estaba allí simplemente tomándose un trago de ron. El era capaz de una misma melodía cambiarla cuantas veces quisiera y sonaba perfecta.

¿Que aquello me haya influenciado? Si te afirmo eso te diría una mentira; yo era un niño y aquello me llamaba mucho la atención, era más curiosidad que otra cosa ¡Ah!, pero sí es un grato recuerdo y no tuve conciencia de lo que representaba aquel anciano llamado Sindo Garay hasta muchos años después.

Cayo Hueso siempre ha sido un barrio de músicos y de música, pero honestamente en mi infancia la música era «eso» que hacía mi padre y que muchas veces no alcanzaba para comer.

Lo que no te puedo negar es que desde siempre la guitarra fue el instrumento que me cautivaba, tal vez por esa razón muchas veces estuve parado allí en la puerta de aquel lugar admirando las guitarras, su sonido ¿y por qué no? a aquellos señores —a muchos los conocí después— que pasaban horas y horas con una guitarra en la mano.

Cuando tenía unos doce o trece años, comencé a tomar conciencia de las cosas musicales que me rodeaban como la gente del movimiento feeling: Ángel Díaz, Cesar Portillo y José Antonio Méndez, a los que veía por allí y eso mismo me pasó con la rumba.

En mi caso particular yo no era de meterme en los solares cuando había alguna rumba o un «toque» —estaban además las leyendas de violencia en los solares cuando había una rumba o una fiesta de santos— pero sí aquella música se me fue colando en el cerebro y estalló con el paso del tiempo.

Travesuras… como todos los muchachos, unas más peligrosas que otras. Cayo Hueso siempre ha tenido problemas con el agua, yo iba con mi hermano hasta Mazón y San Miguel, donde hoy están los estudios de la televisión a una toma de agua, con un tanque grande en una chivichana sin frenos y después cruzábamos Infanta a una velocidad que daba miedo. Me colgaba de los tranvías que bajaban por la calle San Rafael hasta Galiano… sí, sí… con chores cortos y a veces hasta medio rotos de tanto correr con mi hermano y los amiguitos del barrio, yo soy tres años menor que él y de alguna manera era «la mascota» de aquel grupo.

Después íbamos hasta la Plaza del Vapor y me extasiaba con los olores de las comidas que estaban cocinando allí, lo mismo los chinos que cualquier otra persona.

Realmente tuve una infancia feliz; hubo momentos difíciles como los tuvieron muchas familias; en el caso nuestro muchas veces mi papá pagaba tres meses de alquiler y después no alcanzaba para pagar las mensualidades y nos mudábamos nuevamente pero siempre dentro del barrio hasta que compró una casita allá en La Lisa donde él y mi madre pasaron sus últimos años.

También tengo vagos recuerdos de las cosas que pasaban en la Universidad; uno estaba jugando y de pronto sentía una sirena y eran las perseguidoras subiendo por San Lázaro para la Universidad, por las manifestaciones de los estudiantes.

Te hablaba de sonidos. También estaba el sonido del feeling que me acompañó en la infancia. Yo conocía a Ángel Díaz desde niño pues él vivía en el callejón de Espada, la calle Hospital divide esos dos callejones y uno veía a aquellas personas y las identificaba; tú sabes que ese sonido lo tengo aún fresco…

En mi casa siempre se escuchó música, de hecho siempre había música por obra de mi padre, Francisco Formell, eso lo he contado decenas de veces, pero lo que nunca he dicho es que mi padre, y me enorgullece decirlo, fue compañero de estudios de Amadeo Roldán y de Alejandro García Caturla, de Harold Gramatges; era un hombre de oído absoluto, tanto que —créeme que no exagero— era capaz de determinar si el claxon de un carro sonaba desafinado, algo que muchos músicos no pueden hacer.

A la luz de los años he pensado muchas veces que en mi infancia vi en la casa más partituras que frijoles, puede parecer un chiste, pero papá además de hacer arreglos era también copista musical, una tarea muy difícil y que pocas personas hacen con rigor.

Las influencias musicales las puedo considerar hoy confusas; era un niño y me dediqué a vivir mi infancia hasta que la vida me colocó en el camino de la música pero debo decirte que mis padres siempre insistieron en que estudiáramos y fuéramos ingenieros o doctores y abogados. ¿Te imaginas yo abogado o médico? Pero en la casa además de música había tiempo para lecturas y los estudios.

A mi hermano Francisco papá le puso el piano en las manos desde que nació, debió ser por el hecho de que era el primogénito y llevaba su nombre. Recuerda que siempre el mayor de los varones heredaba el nombre del padre y a pesar de que mi hermano siempre tuvo musicalidad, la música no era lo suyo; estudió ingeniería y es un gran geólogo, doctor en geología, pero con el paso de los años y de la misma vida, ha terminado en la música formando parte de mi equipo de trabajo.

Bueno, te había comentado anteriormente que él había insistido en que mi hermano fuera músico, o al menos estudiara el piano, pero mi hermano no tenía interés en eso y además estaba su método de enseñanza: la letra con sangre entra.

¿Cómo llego a la música para encaminar mi vida? Primero, ya yo sentía inclinación por la guitarra, de hecho cantaba con amigos canciones de los tríos de la época, Los Panchos, Los tres caballeros y otros tríos; me aprendía aquellas canciones y sus acordes…

¿El momento en que yo decido asumir la música como forma de vida? Creo que en el fondo eso le llenó de orgullo. Fue después que cierran el Instituto de El Vedado, que era donde yo estudiaba, por la situación política de aquellos años. Su primer consejo fue hacerme saber que en una orquesta cualquiera, en cualquier formación hay dos instrumentos que siempre «comen», que no sobran: el piano y el bajo y como yo había comenzado tarde en este asunto de la música, el piano me iba a resultar difícil, así que quedó el bajo y al bajo volqué todas mis energías y con mis energías llegaron los desencuentros, los malos entendidos y hasta algún que otro disgusto, porque él quería enseñarme a su manera y yo quería aprender de otra.

Pero volviendo a aquellos años de mi adolescencia; ya había escogido la guitarra y tenía disposición; tocaba de «oído»… y mi padre me ve la actitud ante la música y entonces la cosa se vuelve seria y comienzan las clases y un aprendizaje en el que entraron todas las influencias musicales que me rodeaban.

¿Tú sabes que con mi padre a mí me pasa lo mismo que con la pelota? Te explico; se puede ser un gran tercera base pero un mal manager, lograr esas dos cosas es a veces difícil y eso pasaba con Francisco Formell: un gran músico pero no muy bueno como pedagogo. Yo recuerdo que dar clases con él era una batalla campal, si era fa sostenido y tu dabas fa natural detrás venía el par de cocotazos y las palabrotas en masas tanto que comencé a hacerle rechazo.

Pasó el tiempo hasta que encontré la mejor de todas las tácticas y así me permití tener un gran maestro, me resultaba más provechoso pasar horas haciéndole preguntas y pidiéndole consejos; dedicaba horas a conversar con él, a revisar partituras y a escuchar música juntos. Oíamos todo tipo de música, sobre todo clásica y eso me dio, sin yo saberlo un bagaje increíble en cuanto a la apreciación musical. Te confieso que aún sigo siendo su gran fanático.

¿Su error? Creo que fue no haberme hecho estudiar música desde pequeño… no haberme puesto a dar clases de modo formal en un Conservatorio y no con él como maestro; creo que hubiera aprendido a tocar el piano, aunque fueran estudios complementarios, o hubiera escogido otro instrumento. Hay también otro fenómeno con mi padre y es que cuando yo comencé a hacerle rechazo por su método de enseñanza él fue cambiando su actitud pero no mucho, también estaba enfermo y el tiempo se le estaba acabando y eso me permitió aprovecharlo muchísimo.

Ser un gran músico le permitía hacer arreglos con una facilidad tremenda. ¿Me permites una incidental?

Hace años, recién muerta mi madre, no se cómo me vi en su casa revisando papeles viejos y me encontré un grupo de partituras de mi padre que tenían fecha de los años cincuenta, de finales de esos años. Bueno, de momento estaba sentado tarareando nota por nota y no me lo creerás pero me sonaban actuales; no te quiero decir con esto que mi padre fue precursor de nada, se trata de que era una música fresca, con un swing tremendo si la comparo con lo que se hacía en su tiempo.

A mí me fascinaba verlo trabajar, tenía un oficio impresionante y un oído absoluto, era capaz de decirte la nota en que sonaba el claxon de una guagua a primera oída; tú le tarareabas una melodía y él la escribía de modo perfecto. Yo era su primer fanático, te puedo afirmar que esa fue una de las más grandes y hermosas influencias musicales de mi vida, tanto que todas las bases sobre las que comencé a escribir música fueron las que él me enseñó.

Así estuvimos trabajando hasta que la muerte me privó de un excelente profesor y de un gran amigo en el momento que más ansiedad de saber estaba viviendo como músico… pero la vida y la música debían seguir su curso. Curiosamente él muere en el año 1969.

Profesionalmente debuté tocando en sextetos y septetos, haciendo «sopa». No me avergüenza decir que en aquellos años, finales de los cincuenta, lo que más hacían los sextetos y septetos que no estaban establecidos, que no tenían un nombre, era tocar donde se pudiera, lo mismo una fiesta, que un baile, que en una esquina y «la sopa» daba para comer hasta que la vida cambió, pero con orgullo puedes escribir que Juan Formell como músico hizo «sopa».

Antes te había comentado mi relación natural con la guitarra, de la atracción que aquella tienda o taller de reparaciones ejercía sobre mi desde que la descubrí siendo un niño; con los años aprendí que se les llama luthier a quienes hacen o reparan guitarras; bueno… se trata de que en la medida que fui creciendo me involucré en cuanto trío aparecía en el barrio y ese tocar de oído creo que fue lo que hizo que siempre me llamaran para tocar en cualquier lugar; y de aquel comienzo hoy concluyo que era un buen guitarrista… hasta que comenzaron los otros estudios musicales.

Hay un detalle que pocas veces se menciona cuando se habla de la música que he hecho y es que el haber aprendido a tocar música en los septetos es la manera más completa de conocer gran parte de los secretos de la música cubana. Si tú analizas la historia descubrirás que muchos de los grandes alguna vez pasaron o estuvieron en un septeto.

No es nada complicado saber que si yo había comenzado a tocar en sextetos y septetos el son debía fascinarme —como ha sido desde siempre— creo que una gran influencia en mi vida la ejerció la orquesta Aragón, aquella del cha cha chá, lo mismo que Chapottín con su conjunto y ¿qué decirte de la voz de Miguelito Cuní y la música norteamericana que escuchaba por las emisoras de radio CMOX y Radio Kramer? Yo escuchaba a todos los grandes del rock de aquellos años y a los tríos que ejercieron una gran influencia en esa primera etapa de mi vida musical más el feeling.

Me lancé a escribir música sin tener una madurez de conocimientos, sin una total formación, que después completé con otros estudios.

A la luz de los años me doy cuenta que aquella pasión inicial por escribir música no fue más que un acto temerario que me salió bien. En pocas palabras yo era muy arrestado y me atreví a hacer cosas a como diera lugar.

Bueno, con ese poco bagaje y mucha temeridad —no olvides a Francisco Formell— me lanzo a hacer mis primeras composiciones y los primeros arreglos de mi vida y de mi carrera. No paraba de escribir música, de mezclar sonidos que estaban en mi cabeza y querían estallar, era como una enfermedad y todo eso comenzó a llamar la atención de algunas personas como Elena Burke y Aida Diestro, que era mi amiga, y con quien aprendí muchos secretos de este mundo de la música y me divertí…

La necesidad de superarme era inevitable. En casa se estudiaba mucho, recuerda que mis padres querían que fuera médico, ingeniero o abogado, cualquier cosa menos músico, y por esa razón leer y estudiar no me resultaba tedioso. Esa necesidad me hizo tomar cursos con Félix Guerrero, Tony Taño, Rey Díaz Calvet y con otros músicos de la época.

En aquel momento mi nombre se comenzó a conocer como instrumentista, y fundamentalmente como un contrabajista que leía bien y eso me abrió las puertas de los programas de televisión y de radio con muchos artistas —recuerda que estamos a comienzos de los sesenta— hasta que empiezo a trabajar en el Club Barbarán con el maestro Rubalcaba; haber trabajado con él, con Peruchín y con Juanito Márquez, que era un buen guitarrista, me dio un bagaje más profesional, fue otra escuela para estas lides y además ya había comenzado a estudiar armonía y esas cosas.

Con ellos completé el aprendizaje que Francisco inició, porque después de eso yo era capaz de escribir lo mismo para una orquesta de cinco o seis saxofones, tres trompetas, en fin, hacer un arreglo para una jazz band me era pan comido, le hacía un arreglo a cualquiera y aún creo poder hacerlo después de tantos años.

Generoso Jiménez… ¡Qué clase de personaje y qué clase de músico más completo! Fue otro de mis maestros. Yo me gané la plaza en la Banda de la Policía por oposición, me presenté a examen y gané. Aquella era una banda sinfónica que tenía un repertorio clásico impresionante, no olvides que yo vengo de la calle y con una formación incompleta, pero me había ganado la plaza por mi manera de solfear y de leer a primera vista; estaba ante una nueva experiencia que sería de alguna manera determinante en mi vida profesional futura.

Te puedo decir que Generoso me vio algo distinto a los demás. En aquella época se hacían actividades fuera de la banda y un día me dice «Formelito te voy a empezar a usar» y así fue. Él además de la banda de la policía dirigía la orquesta de Radio Rebelde y la del Benny también, donde hice como tres o cuatro suplencias. También toqué con el Benny en algunos bailes llevado por Generoso; mira, gracias a sus enseñanzas supe que en la música popular la sencillez y la simpleza son determinantes.

Recuerdo el día que llegó con el arreglo del tema «Mi son Maracaibo», me parece estar viendo la partitura que tenía escritas pocas cosas pon pipi, pon piri… pon piri pon piri… y después escrito «mil veces más».

Y a mí se me ocurrió decirle: «Maestro, ¿esto no tiene nada más?» y su respuesta fue genial… «Deja que tú lo oigas». Eso parece sencillo pero me lo dijo con una gracia y una genialidad insuperables. Con cuatro notas movió una cantidad de gente… y hoy es un clásico de la música cubana.

Salí de la Banda de la Policía un tiempo después más preparado musicalmente y con una formación increíble para entrar en un nuevo mundo, cargando la guitarra y el bajo, además de algunos sueños y sin saber que era un trovador.

La guitarra y el trovador… bueno primero es un instrumento fácil de cargar, un piano pesa mucho. Para armonizar, desde mi perspectiva, tiene sus ventajas que la diferencian del piano. Cuando uno se inicia como yo, esa es la mejor forma de entrarle a la música, tanto es así que todo lo hago con la guitarra y uno se pasa todo el tiempo probando armonías una y otra vez.

En los sesenta yo era muy espontáneo creativamente, quería contar y escribir todo lo que pudiera, escribía muchísimo, no perdía la oportunidad de escribir donde quiera y sobre lo que pudiera. Entonces si escribía quería cantar, de hecho a mí me gusta cantar pero tengo presente que en la música hay quien nace para cantar y componer y tiene una voz privilegiada, ahí tienes el caso de Pablo Milanés, hace excelentes canciones y tiene una voz privilegiada; está el otro grupo que escribe bien y no es buen cantante, en ese entro yo y te puedo incluir a Silvio Rodríguez que es un compositor muy bueno que se ha tenido que fajar con la guitarra, él solo, pero tiene una gracia del carajo…

No te niego que el compositor de un tema es quien mejor lo canta, es él quien lo ha sentido, el que conoce sus emociones pero en mi caso pasé a ser un trovador íntimo. También hay condicionantes; yo tuve en mis manos una orquesta, eso era una ventaja que a la vez me permitió probar todas aquellas ideas que tenía en mi cabeza, pero trovador como tal no soy, he tenido la suerte de que he escrito algunas canciones que le han gustado a la gente.

En cuanto a lo de cantar, canto en público mis canciones cuando no queda más remedio, y son esas que he reservado para amigos y la intimidad pero más que trovador creo que soy un cronista, me gusta contar historias que involucren a las personas, sus sueños, sus alegrías, sus vivencias. Para ser un trovador de verdad hay que tener determinadas cualidades que yo no tengo, además no me gusta.

Me gustan las historias que he contado en el teatro y en el cine. Tuve la suerte de escribir la música de la obra Vivir en Santa Fe, de Nicolás Door y de La Barbacoa, de Abraham Rodríguez —que por cierto nos conocimos cuando niños en el barrio de Cayo Hueso— y de la película Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz. Después de esas experiencias tengo unos deseos locos de que alguien me llame y me diga: «Hazme la música para esta obra o para este filme», es un reto al que me quiero someter. Con ganas vuelvo a escribir para ellos, quiero hacer otra música… lo necesito…

¿Tú sabes quién era Erick Romay? El actor y director, también de Cayo Hueso. Nos conocemos desde niños; con él estuve un tiempo haciendo música para televisión. Me llamaba a las seis de la mañana y me entregaba un guion para escribir la música de algo que saldría tres horas después. Eso me retó como creador y así fue por un largo tiempo, día tras día.

La Nueva Trova… lo primero que debo decirte es que hay una convergencia generacional entre ellos y yo. Hay dos cosas fundamentales —es mi criterio— primero yo dejé muy rápido la guitarra como forma de expresarme cuando entro a trabajar en orquestas, pero en mis comienzos trataba los mismos temas, a mi manera, con mis inquietudes, pero los mismos temas. Pero sí fui muy cuidadoso en mis letras y fui utilizando elementos propios de su trabajo y ellos fueron utilizando los elementos que yo estaba desarrollando que estaban ahí en el son, en la música popular; hubo influencias de unos y otros… pero recuerda que somos de la misma generación… y tuvimos las mismas influencias musicales y sociales.

Tú me pides ejemplos de ese cuidado en los temas, puedo decirte Si no hablo de ti y La Habana joven; son dos textos hechos con mucho cuidado del lenguaje, aunque para mí el lenguaje al escribir un tema es fundamental por respeto a quienes lo van a escuchar y a bailar. Lo mismo pasa con los coros pero dentro de la crónica que siempre he escrito… he musicalizado poesías de Guillén, te acuerdas de Cuando yo vine a este mundo, fue un hit entre los bailadores, en ese momento volví a sentirme trovador pero con la particularidad de tener a mi disposición una orquesta para experimentar y mezclar cosas musicalmente hablando.

Armando Romeu… haber trabajado en orquestas de cabaret me dio un bagaje para escribir para el formato de jazz band. Yo toqué con la Riverside cuando Juanito Márquez era su director musical y con Juanito que era un gran guitarrista aprendí muchas más cosas y seguí completando mi formación musical. Tú sabes que en los años sesenta había Orquestas de Música Moderna en todas las provincias, menos para la de La Habana, yo escribí para todas las demás y un buen día me manda a buscar Armando Romeu y cuando llego me hace una pregunta complicada: «Juan ¿quién te enseñó dodecafonismo?», aquello me dejó loco, no sabía de qué me estaba hablando… «En ninguna parte maestro, usted me está hablando en inglés» y el hombre coge una partitura de una obra mía escrita para la OMM de Santa Clara y me dice: «Esto es dodecafonismo puro y perfecto; no tienes que aprender dodecafonismo, ahórrate esos estudios».

El tema se llama «Demacrado» y aquí vuelvo a Francisco Formell, que sin proponérselo me había enseñado una de las teorías musicales más complejas del siglo xx, sus bases, yo no sabía el nombre pero en el fondo de mí estaba una información que usaba sin proponérmelo: la letra y la sangre surtiendo efecto, mira lo que es la vida, uno de los más grandes directores de orquesta de Cuba de todos los tiempos, un sabio, me reconoce estudios académicos que yo desconocía, aquello me llenó de orgullo.

¿A quiénes he influenciado y quiénes me han influenciado con la música latina de estos tiempos…? recuerda que yo entro en la orquesta Revé que era una charanga, por accidente y allí comencé a hacer cambios, a experimentar cosas; primero fue la guitarra eléctrica, después los sintetizadores y de ahí a los trombones, pero la estructura musical de la que yo partí para escribir, la que más me influenció fue el jazz band entonces aquello de alguna manera está en lo que fui trabajando con la charanga.

Las influencias ya te las dije pero también está New Orleans, desde mi modesto entender porque está la música que fui escuchando de todas partes. ¿Tú has visto una música tan fascinante como la música brasilera? Su percusión, su manera de trabajar las voces, es del carajo; todo eso lo fui fundiendo, fusionando como se dice ahora que todo es fusión. Yo fui mezclando todas esas cosas y nunca dije que era fusión.

Te voy a decir algo con toda honestidad, no me he detenido a pensar a quiénes he influenciado, creo que lo más que he hecho ha sido reflejar mi tiempo.

La Habana… volvemos a La Habana…, de acuerdo, pero casi me tengo que ir que ya Samuel está en el estudio trabajando.

La Habana es una ciudad que tiene un encanto del carajo. Yo viví una Habana durante la niñez y la adolescencia, después he vivido otra durante mi juventud y esta de ahora. Me duele que se estén perdiendo cosas que se esté desgastando y destruyendo De todas formas ahí está Eusebio Leal con sus ideas y su gente buscando soluciones y arreglando cosas… ahora se están recuperando determinados lugares. La Habana lleva vendedores ambulantes, pregoneros, gente andando por las calles…

Yo soy un gran fanático de La Habana. Me gusta como a Eusebio andar La Habana de un lugar a otro, de un barrio a otro. Es una ciudad que tiene una bomba del carajo pero me duele lo sucia que está, eso me pone muy triste…

Hay dos o tres zonas de La Habana que me encantan y que yo extraño mucho: una es la Manzana de Gómez, la otra es la Plaza del Vapor y también por Monte y Egido, donde primero ensayó la orquesta.

Mira, el alma de una ciudad es su gente. ¿Tú quieres un lugar más hermoso que el Parque Maceo? Siempre me gustó sentarme allí y ver la vida pasar; allí sentado escribí La Habana joven, un tema emblemático de la orquesta y hecho para una novela.

Fíjate hasta dónde La Habana está presente en mí que la obra de Abraham Rodríguez está basada en La Habana, la de Nelson Dorr también ocurre en La Habana y Los pájaros… igual. ¡Más habanero que eso no se puede ser!, pero me duele la ciudad de hoy…

Mi legado a la ciudad… yo creo que lo más importante que he hecho es dejar lo que he vivido de esta ciudad, en esta ciudad; he tenido la suerte de poder entrar en la vida de varias generaciones de cubanos y de los que vendrán.