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"Cuando Jesús dijo a sus discípulos: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Pásate de aquí allá, y se pasaría", evidentemente esta montaña es simbólica. La montaña representa las grandes dificultades de la vida que solo la fe nos permite transportar, es decir resolver. En un año, dos años, diez años, piedra a piedra, conseguiremos transportar estas montañas. Creéis que es mucho tiempo, y os gustaría que se hiciera enseguida. Entonces, en ese caso, haced como las hormigas que consiguen transportar verdaderas montañas de grano en poco tiempo: proporcionalmente, ¡son montañas para ellas! Sí pero, una hormiga no trabaja sola; son multitudes que trabajan juntas. "En el aislamiento, en el egoísmo nunca se transportarán montañas. Si se han conseguido grandes cosas a lo largo de la historia es porque los hombres se unieron para trabajar juntos. Mover montañas significa eliminar los obstáculos que se interponen en el camino de la llegada del Reino de Dios, en nosotros mismos y en el mundo. Esto solo es posible si todos los espiritualistas se unen en la fe y en el amor para una gran obra de luz y de paz; obtendrán más resultados cuanto más poderoso sea el vínculo creado entre ellos". Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Seitenzahl: 276
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Traducción del francés
ISBN 978-84-10379-53-4
© Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es
Al ser la enseñanza del Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov
una enseñanza estrictamente oral,
sus obras han sido redactadas a partir de conferencias
improvisadas, taquigrafiadas o grabadas en cintas magnéticas.
I“LA VIDA ETERNA ES QUE TE CONOZCAN, A TI, ÚNICO DIOS VERDADERO”
“Después de haber hablado así, Jesús levantó los ojos al Cielo, y dijo: Padre, ¡ha llegado la hora! Glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo Te glorifique, porque Tú le has dado poder sobre toda carne, para que conceda la vida eterna a todos aquéllos que Tú le has dado. Pues la vida eterna es que Te conozcan, a Ti, único Dios verdadero y a aquél que Tú has enviado, Jesucristo”.
San Juan 17: 1 – 3
De todos los religiosos y los espiritualistas que han meditado sobre estos versículos del Evangelio de San Juan, y en particular sobre el último, algunos se han preguntado lo que significaba esta extraña relación entre conocer a Dios y tener la vida eterna. ¿Cómo puede el conocimiento dar la vida eterna? ¿Qué relación existe entre lo que aprendemos en la vida de todos los días y la vida que nunca se acaba?… Otros han pensado que “conocer a Dios”, no es sino una forma de hablar que no esconde nada difícil, que para conocer a Dios basta con leer obras religiosas, filosóficas, gnósticas, cabalísticas, alquímicas, en las que se explican sus cualidades, sus poderes, cómo creó el mundo… que Dios es amor, sabiduría, verdad, justicia, y que eso basta para comprender este texto.
Sin embargo, eso no explica esta relación entre conocer a Dios y a su Hijo y tener la vida eterna. Por otra parte, la cuestión del conocimiento tampoco está muy clara. La filosofía y la psicología se ocupan de ella; la medicina estudia la estructura de las células nerviosas, sus diferentes funciones y las conexiones que existen entre los diferentes centros; pero, a pesar de sus descubrimientos, el conocimiento sigue siendo un misterio.
Toda la vida no es otra cosa que una sucesión de conocimientos. Buscamos entrar en relación con hombres ricos o sabios, con bonitas mujeres, pero no sabemos nada de lo que se producirá después como consecuencia de estos conocimientos. Leemos también cantidad de libros para obtener conocimientos, y éstos son, a veces, venenos que transforman la vida en un infierno. ¿Por qué queremos saber y conocer? Muy a menudo hay un motivo interesado: pensamos ganar algo, y he ahí que sucede lo contrario. La mosca mira con curiosidad una tela de araña, quiere saber lo que es, no sospecha que en el centro de esta red de filamentos aguarda otra criatura muy inteligente y muy sabia que ha construido la tela; si se aventura en la telaraña, la mosca conocerá bien a esta criatura, pero lo perderá todo. La artista que ha construido esta trampa estará encantada, ¡pero será el fin de la mosca! La existencia está llena de telas de araña y de trampas que nos esperan. No es bueno tocar, sentir, probar cualquier cosa con el pretexto de conocerla.
Sin duda pensáis que no habéis venido aquí para oír hablar de arañas y de moscas. Sí, pero debéis comprender que es peligroso para vosotros dejaros influenciar por esta filosofía contemporánea que aconseja ir por todas partes, probándolo todo. Eso está muy bien, pero después ya no seréis capaces de trabajar y de aprovechar las bendiciones de la vida; lo habréis perdido todo. Muchas personas están persuadidas de que les bastará con sentar la cabeza cuando llegue la vejez: que pueden divertirse, hacer toda clase de experiencias perjudiciales por las que sienten curiosidad, y esperarán a los 75 años para empezar por fin a leer los Evangelios, a pensar en Cristo, y hasta irán a la iglesia a encender un cirio y a rezar: “Dios mío, perdóname mis pecados”. Habiendo comprado así al Señor con un cirio, estarán seguras de poder morir tranquilas. ¡Pero cuántas veces aquéllos que actúan de esta manera tendrán que volver a la Tierra para aprender que debemos preservar, desde la infancia, todas las fuerzas, todas las cualidades que llevamos dentro de nosotros, para utilizarlas plenamente en el transcurso de la vida!1
Los conocimientos que habéis adquirido hasta hoy, ¿acaso os han aportado los bienes que buscabais? Los seres con los que os habéis encontrado, ¿acaso os han hecho felices? No lo creo. Para saborear la verdadera felicidad, la vida eterna, hacen falta otros conocimientos. “La vida eterna, dice Jesús, es que Te conozcan, a Ti, único Dios verdadero, y a Tu enviado, Jesucristo”.
Os diré ahora unas palabras sobre el conocimiento. En el Génesis está escrito que en el jardín del Edén crecían dos árboles: el Árbol de la Vida y el Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal2. En otro pasaje leemos que Adán, habiendo conocido a Eva, tuvo un hijo: Caín. Adán conoció una vez más a Eva, y nació un segundo hijo: Abel. Esta palabra “conocer” esconde numerosos significados.
¿Cómo conocemos las cosas? Mirad el niño pequeño: quiere conocer el mundo y, para eso, lo toca, lo prueba; se lleva a la boca todo lo que le llega a las manos. También aprendemos a conocer con los oídos, la nariz, los ojos… Ya os hablé del órgano de Corti, que está constituido por cilios vibrátiles de diferentes longitudes. Cada sonido, según su naturaleza e intensidad, hace vibrar unos cilios determinados, y así es cómo oímos. Así pues, para poder conocer las cosas es preciso que algunos elementos vibren en nosotros, en armonía con aquello que queremos conocer. Si no estamos perfectamente preparados, es decir, si nuestro corazón, nuestro intelecto, no se encuentran en un cierto estado, aptos para responder a las vibraciones interiores y exteriores, no hay posibilidad de conocimiento. Pretendemos querer conocer a los seres invisibles, muy evolucionados, pero eso es imposible mientras no sepamos responder a las vibraciones que ellos producen. Al contrario, si nuestro pensamiento vibra en armonía con estos seres, los conoceremos inmediatamente. Si dos pianos están perfectamente afinados y sintonizados, cuando damos una nota en uno de ellos, la misma nota resuena en el otro piano. Lo que responde a la nota que hemos dado, eso es el conocimiento. Si no vibramos en sintonía, no podemos conocer.
Para que haya conocimiento, son necesarios dos elementos: uno activo, positivo, y el otro pasivo, negativo. Es decir, uno masculino y el otro femenino; y estos dos elementos deben juntarse para penetrarse. La vida está construida así. Para conocer una cosa es necesario, pues, que ésta penetre en nosotros. Si queremos conocerla con el gusto, debemos cogerla e introducirla en nuestra boca. Si queremos olerla, absorbemos a través de la nariz las partículas que se desprenden de ella. Si queremos conocerla a través del oído, es preciso que las ondas sonoras entren en el canal auditivo, etc. Si queremos conocer al Espíritu cósmico, debemos primero dejarle penetrar en nosotros; si no le dejamos entrar no permitimos conocerle.
“Pues, la vida eterna es que Te conozcan, a Ti, único Dios verdadero, y a aquél que Tú has enviado, Jesucristo”. Según la Cábala, el nombre de Dios tiene cuatro letras y se escribe h v h y, Iod, Hé, Vau, Hé[1]. Las cuatro letras del nombre de Dios corresponden a los cuatro principios que actúan en el hombre: espíritu, alma, intelecto y corazón. Iod (י) es el principio masculino creador, la fuerza santa primordial que está en el origen de todos los movimientos, el espíritu. La segunda letra, Hé (ה) representa el principio femenino, el alma, que absorbe, conserva, protege y permite al principio creador trabajar en ella. La tercera letra, Vau (ה) representa el hijo, que nace de la unión de los dos primeros principios masculino y femenino, el padre y la madre. Es el primer hijo de esta unión y se manifiesta también como principio activo, pero a otro nivel. El hijo es el intelecto, que camina siguiendo la estela de Iod (י), el padre, el espíritu, y podéis observar, por otra parte, que Vau (ה) es una prolongación de Iod. La letra siguiente, Hé (ה), es idéntica a la segunda que, ya os lo dije, es el alma, la madre. Representa el corazón, la hija, que es la repetición de la madre.[2] Las cuatro letras del nombre de Dios representan, pues: el espíritu (el padre), el alma (la madre), el intelecto (el hijo), y el corazón (la hija).3
Si el espíritu domina en vosotros, sois como el padre; pero si es el alma, vuestras cualidades son las de la madre. Si es el intelecto el que tiene la preponderancia, sois como el hijo, y si es vuestro corazón, sois semejantes a la hija. Volvemos a encontrar estos cuatro principios en el rostro, porque el rostro del hombre está construido a imagen del rostro de Dios. Los ojos representan Iod, el espíritu, y las orejas, Hé, el alma. La nariz representa Vau, el intelecto, y la boca, la segunda Hé, el corazón.
En resumen, hay, pues, cuatro fuerzas que están en correspondencia:
י Iod, el espíritu, corresponde a los ojos,
ה Hé, el alma, corresponde a las orejas,
ו Vau, el intelecto, corresponde a la nariz,
ה Hé, el corazón, corresponde a la boca.
Estas cuatro fuerzas representan, pues, los cuatro sentidos: la vista, el oído, el olfato y el gusto. El quinto sentido es el tacto, las manos con las que trabajamos. A las cuatro letras del nombre de Dios se añade, pues, una quinta letra, shin ש, que encontramos en medio del nombre de Jesús, Yeshua יֵשׁוּעַ,y que es el símbolo de la formación, de la encarnación de Dios en la materia. A través de Jesús, el espíritu, el alma, el intelecto y el corazón de Dios se encarnan en el plano físico para ser visibles y tangibles. Es el Verbo que se hizo carne. Jesús es la encarnación de Dios en la materia; él es quien da a los cuatro principios divinos la posibilidad de manifestarse. Por eso Jesús es representado también por los cinco dedos de la mano, las cinco virtudes: el amor, la sabiduría, la verdad, la justicia y la bondad, situadas sobre los brazos del pentagrama, que es el símbolo del hombre perfecto. 4
Jesús es el hijo de Dios descendido a la Tierra para mostrarnos cómo debemos actuar. Si nos quedamos solamente con el espíritu, el alma, el intelecto y el corazón, sin manifestarlos en el plano físico, no conoceremos al Señor. Quizá le conozcamos cuando nos vayamos al otro mundo, pero ya será demasiado tarde, y no nos servirá de nada. Es aquí donde debemos conocerlo para saborear la vida eterna. Tenemos un espíritu, un alma, un intelecto y un corazón, pero eso no es suficiente: es preciso también manifestar sus cualidades a través del cuerpo físico.
Es Jesús quien se manifiesta con la acción, la mano. Decía: “Mi Padre trabaja, y yo también trabajo”. Es decir: mi Padre trabaja por todas partes en los cerebros, los corazones, las almas, los espíritus, y yo también trabajo entre los hombres, aquí, en la materia, con mis manos. Diréis: “Sí, pero Jesús dijo en otra parte: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha”. Simbólicamente, en efecto, la mano izquierda representa el lado negativo. Cuando Jesús decía que la mano derecha debe actuar sin que lo sepa la mano izquierda, no hablaba de la mano física. Tenemos en nosotros dos naturalezas: la naturaleza inferior y la naturaleza superior, divina,5 y Jesús quería decir que cuando la naturaleza superior en nosotros (la mano derecha) hace proyectos, la naturaleza inferior (la mano izquierda) no debe saberlo, porque, si no, se levantará y nos impedirá realizarlos. Cuando tengáis buenos proyectos, no habléis de ellos a todo el mundo, porque, si no, no los realizaréis; porque la naturaleza inferior habrá escuchado y tomado precauciones para impedir la realización de estos proyectos. En el momento de actuar sentiréis un descontento, o bien una vocecita que os susurrará que no vale la pena darse prisa, que disponéis de todo el tiempo… Y así no haréis nada. La naturaleza inferior escucha siempre cuando habláis de vuestros proyectos, de vuestras promesas e intenciones. Así es como hay que interpretar lo de que vuestra mano izquierda debe ignorar lo que hace vuestra mano derecha.
El hombre ha hecho de la vida eterna una cuestión tan abstracta que no se da cuenta de que tiene a su disposición todos los elementos para poder vivirla: los ojos, las orejas, la nariz, la boca, las manos. Las manos para hacer el bien; la boca para pronunciar palabras que consuelen y serenen; la nariz para aprender y distinguir lo que es útil o inútil, bueno o malo para él; las orejas para escuchar la sabiduría y la armonía; los ojos para contemplar la luz y la belleza de la naturaleza, para mirar de forma que puedan iluminar e inspirar a los seres. Cuanta más consideración tengáis para con vuestros cinco sentidos, más atención prestaréis a la manera en que os servís de ellos, y más os acercaréis al conocimiento de las cosas supremas, que ningún libro, ningún filósofo os pueda revelar jamás. La revelación viene de dentro de vosotros mismos, no os engaña jamás, y es el resultado del uso correcto de vuestros cinco sentidos.
Si sabéis educar vuestros cinco sentidos obtendréis el conocimiento sin ningún error. Simplemente, al cruzaros con alguien en la calle, vuestros ojos os dirán quién es. Por las vibraciones de su voz sentiréis si puede armonizarse con vosotros. Al estrechar su mano, sabréis si podéis, o no, contar con él. Porque las manos son, también, un resumen del ser entero. Las manos tienen todos los órganos, tienen un estómago, unos pulmones, un corazón, un cerebro. Los anatomistas, claro, estarán escandalizados de mis palabras. Un día estudiaremos lo sensibles que son las manos y lo maravillosamente preparadas que están. Hasta ahora, no las conocéis y no sabéis utilizarlas.6 Las manos son extremadamente sensibles y a menudo debéis preguntarles cosas. A veces os previenen que vais a caer enfermos, pero no les prestáis atención, no notáis que las puntas de vuestros dedos están en un estado especial. Sin embargo, deberíais sentir que vuestras corrientes han cambiado… Con las manos podéis también conectaros con el mundo invisible, enviar buenos pensamientos, disgregar las malas corrientes, pero no sabéis serviros de ellas de esta manera. Existe una vasta ciencia sobre las manos que todavía no se puede revelar a todo el mundo.
“La vida eterna, es que Te conozcan, a Ti, único Dios verdadero…” La vida eterna es llegar a realizar una conexión: abrir nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro intelecto, nuestro corazón y nuestra voluntad a todas las virtudes del Nombre de Dios[3] y de Su Hijo Jesús. Seremos entonces alimentados por una fuente inagotable, por una central de fuerzas, como la lámpara eléctrica es alimentada por un generador de energía. Abramos, pues, nuestro corazón con la pureza… Abramos nuestro intelecto con la luz… Abramos nuestra alma con el amor espiritual… ¡Y cumplamos la voluntad de nuestro Señor, Cristo![4]
No es con nuestro intelecto y sus construcciones artificiales cómo podemos conocer a Dios y a Cristo, sino purificando todas nuestras facultades. Diréis: “Pero, ¿cómo purificarlas?” Observad cómo se purifica el agua en la naturaleza y constataréis que hay dos procesos posibles. Con el primero, el agua penetra en el suelo, cuyas diferentes capas atraviesa, y va dejando, a su paso, sus impurezas. Así es como, poco a poco, se vuelve clara, hasta que brota en otra parte como agua de manantial. Con el segundo proceso, el agua se calienta expuesta a los rayos del Sol; se vuelve ligera, se eleva en la atmósfera bajo forma de vapor y se vuelve transparente; se purifica con la misma evaporación y cae después sobre la tierra como rocío o lluvia aportando la vida a la vegetación. Para los hombres existen también dos medios de purificación. Aquéllos que no quieren purificarse con los rayos de Sol, deberán descender bajo tierra, simbólicamente, pasar a través de lugares oscuros, de sufrimientos, y sufrir fuertes presiones. Pero los discípulos escogen el segundo método: se exponen a los rayos del sol espiritual y suben para absorber los elementos más luminosos que van a purificarles.
Ningún libro puede enseñarnos unas verdades más esenciales que los Evangelios. Respondéis: “Los hemos leído y no hemos encontrado nada en ellos. Por eso buscamos ahora en las enseñanzas chinas, hindúes, japonesas, musulmanas…” Bueno, ¡pero es simplemente porque no habéis comprendido nada de la inconmensurable sabiduría que se encuentra en los Evangelios, escritos para vosotros, por lo que vais a buscar la luz en las enseñanzas que no os están destinadas! Sí, ya lo sé, estáis hartos de los textos conocidos, tenéis ganas de cambiar un poco de alimento. Pero es peligroso ir a buscarlo en las enseñanzas que no comprendéis, que no están hechas para vuestra estructura, para vuestra mentalidad. Para vosotros es la enseñanza de Cristo. No la habéis leído seriamente, ni meditado. Buscáis algo, es cierto, pero ¿con qué finalidad? Muy a menudo, la gente sigue una enseñanza oriental para glorificarse ante los demás o hasta, simplemente, para destacar. Pero eso no sirve de nada, y prueba, simplemente, que os gustan las extravagancias y no la simple verdad. Abandonan a Cristo, pero ¿para escuchar a quién?
Reflexionad en estas pocas palabras que hoy acabo de deciros. Leed el Nombre de Dios y el Nombre de Jesús con los cinco sentidos. Aprended a trabajar con vuestros cinco sentidos y veréis que estas palabras de Jesús se volverán cada vez más claras y accesibles: “La vida eterna es que Te conozcan, a Ti, único Dios verdadero, y a aquél que Tú has enviado, Jesucristo”. Conocer a Dios no es otra cosa para el hombre que poder vibrar al unísono con Él, en perfecta sintonía, con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestros actos… Y, puesto que Dios es eterno, el hombre se volverá eterno como Él. Este conocimiento se convierte en la vida eterna, en el estado de conciencia más elevado.
Así es cómo nos instruye el verdadero saber iniciático sobre este tema esencial.
Señor, amo Tu sabiduría, creo en Tu amor, espero en Tu poder.
París, 3 de diciembre de 1938
Notas
1. Un futuro para la juventud, Col. Izvor nº 233, cap. V: “Escoger la buena dirección”.
2. Los dos árboles del Paraíso, Obras completas, vol. 3, cap. IX: “Los dos árboles del Paraíso: 1. Los dos ejes Aries-Libra y Tauro-Escorpio – 2. La serpiente del Génesis”.
3. Del hombre a Dios – sefirots y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. X: “La familia cósmica y el misterio de la Santa Trinidad”.
4. El lenguaje de las figuras geométricas, Col. Izvor nº 218, cap. IV: “El pentagrama”.
5. La clave esencial para resolver los problemas de la existencia, Obras completas, vol. 11, cap. I: “La personalidad, manifestación inferior de la individualidad”, cap. II: “El hombre, entre la personalidad y la individualidad”.
6. El Libro de la Magia divina, Col. Izvor nº 226, cap. XII: “La mano”.
[1] El hebreo se lee de derecha a izquierda.
[2] * El nombre de Dios es, pues, considerado por la Cábala como un esquema de la célula familiar. En cuanto a la interpretación dada para el Vau y la segunda Hé (la semejanza entre el hijo y el padre y la hija y la madre), se encuentra bastante curiosamente confirmada, y casi en los mismos términos, por los estudios de Jung sobre “la intensidad de parentesco”. En “el hombre descubriendo su alma”, Jung da cuenta de las investigaciones que ha realizado, mediante test, inspirados en el método de asociación, para determinar el grado de parecido entre los miembros de una misma familia. Dice: “Entre el padre y el hijo, la diferencia es de 3,1… La semejanza estrecha entre los hijos y el padre es un hecho primordial: el hijo ha pasado por ser, en todo tiempo, como un renacimiento del padre… Entre la madre y las hijas, la diferencia es de 3, lo que constituye la más débil diferencia constatada; las hijas con una repetición de su madre”. (Nota del editor).
[3] Sobre el Nombre de Dios, ver también en la conferencia sobre el “Padrenuestro” (tomo 9), el comentario de la frase: “¡Santificado sea Tu Nombre!”.
[4] En otra conferencia: “El tiempo y la eternidad” (tomo 8), el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov ha explicado mucho más en detalle lo que es para el hombre vivir la vida eterna.
Dice en particular: “Si el hombre se conecta con la Fuente, ya no está separado del Todo, y la vida eterna empieza a circular en él. La vida eterna es una calidad de vida, un grado de vida especial. Mientras que la vida en el tiempo, pasajera, inestable, fugitiva y desgajada, es una partícula que apenas contiene algunas energías, como la cola cortada de un lagarto, que se mueve aún durante unos momentos, pero que va a detenerse, porque está separada del cuerpo…
Cuando os conectáis con la inmensidad, con aquello que no tiene ni principio ni fin, vuestra conciencia se ensancha, se vuelve luminosa, vibra de otra manera, y la vida nueva circula en vosotros, la vida de la eternidad. Diréis: “Pero la eternidad es algo que debe durar infinitamente…” No, no obligatoriamente; cada momento puede ser una eternidad; aunque no viváis eternamente, vivís la vida eterna. No podéis agotar la eternidad, ni en el pasado, ni en el futuro, pero vivís en el presente, y cada momento de este presente puede convertirse en eternidad…
Conectaos con el principio divino, con Cristo, para vivir la vida de Cristo, para transformar vuestra conciencia personal, limitada y puramente humana, en una conciencia ilimitada, universal, convertida en conciencia de eternidad. Por eso os digo: “Cuando vengáis aquí, no penséis más en el tiempo, ni en las preocupaciones, ni en las tristezas… Olvidaos incluso de vuestras imperfecciones y de vuestras lagunas, ocupaos de vuestro centro, ocupaos del principio divino que hay en vosotros, y vivid la vida de la eternidad, sumergíos en la vida eterna”. Podéis vivir la vida eterna puesto que no es cuestión de tiempo, puesto que no es necesario vivir miles de millones de años para vivir en la eternidad. Por otra parte, aunque viviésemos miles de millones de años, eso no sería aún la eternidad. La eternidad es un estado de conciencia, no es una duración de tiempo…
La vida eterna es una calidad de vida, una intensidad de vida, y, si llegamos a vivir esta intensidad de vida, aunque sea por una fracción de segundo, entramos en la eternidad”. (Nota del editor).
IILA PIEDRA BLANCA
“Escribe al Ángel de la Iglesia de Pérgamo: Esto es lo que dice Aquél que tiene la espada de doble filo:
Sé bien donde tú moras; sé que ahí está el trono de Satanás. Tú mantienes mi nombre y no has renegado mi fe, ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue ejecutado entre vosotros, donde habita Satanás. Pero tengo algo contra ti, y es que tienes contigo seguidores de la doctrina de Balaam, que enseñan a Balac, poniendo piedras para que tropiecen a los hijos de Israel, para que coman carne sacrificada a los ídolos y se entreguen a la insolencia. También tienes tú, igualmente, a personas que siguen la doctrina de los Nicolaítas. Arrepiéntete, pues, porque, si no, vendré pronto a ti y les combatiré con la espada de mi boca.
Que el que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: Al que venciere, le daré el maná escondido, y le daré una piedra blanca, y sobre esta piedra está inscrito un nombre nuevo que nadie conoce, sino aquél que lo recibe”.
Apocalipsis 2: 12-17
En una conferencia precedente, acordaos, os leí el comienzo del Apocalipsis, así como las palabras que el Espíritu dirige a las dos primeras Iglesias, Éfeso y Esmirna, e interpreté estas palabras utilizando los signos del zodíaco: los dos ejes Aries-Libra y Tauro-Escorpio.1
En lo que concierne al pasaje que acabo de leeros, las palabras que el Espíritu dirige a la Iglesia de Pérgamo, solo me detendré en los últimos versículos: “Al que venciere, le daré el maná escondido, y le daré una piedra blanca, y sobre esta piedra está inscrito un nombre nuevo que nadie conoce, sino aquél que lo recibe”. Me detendré en este pasaje porque trata de la cuestión de los talismanes. Sí, esta piedra blanca sobre la que estaba inscrito un nombre es un talismán, un pentáculo.
En nuestra época, los hombres han perdido tanto el sentido de lo sagrado que encontramos talismanes hasta en los mercados y las ferias, donde os venden baratijas de diferentes colores con los signos del zodíaco asegurándoos que se trata de verdaderos talismanes que podrán protegeros, daros éxito y poneros en relación con los poderes cósmicos. Algunos libros dan numerosas explicaciones sobre las conexiones que existen entre las piedras preciosas y los nombres. Según vuestra fecha de nacimiento, indican también en qué lugar del cuerpo debéis llevar la piedra que os conviene. A la mayoría de la gente le gusta llevar piedras: topacios, zafiros, esmeraldas, etc… No siempre es por coquetería o por vanidad, sino porque, instintivamente, sienten las vibraciones que emanan de las piedras preciosas, ya que éstas poseen fuerzas que el alma percibe y absorbe.
En el texto que os he leído, San Juan habla de una piedra blanca sobre la que está inscrito un nombre nuevo que nadie conoce, sino aquél que lo recibe; lo que significa que sobre esta piedra están inscritos unos signos, unos caracteres, semejantes a los que están inscritos en los talismanes, los pentáculos. En realidad, un pentáculo y un talismán no son exactamente lo mismo. Un pentáculo es una imagen grabada en el metal, o en la piedra, o bien dibujada en un pergamino, o bordada en una tela, sobre la que están inscritas unas letras. Un talismán es un objeto (piedra, flor, insecto, anillo, brazalete) portador de una fuerza con la que ha sido impregnado por la naturaleza misma o por un ser muy poderoso en el mundo psíquico. Muchos objetos de la vida pueden ser talismanes. Los encontramos en el reino vegetal, en el reino animal e incluso en el de los hombres. Sobre este último, punto aún no sabemos qué pentáculos y talismanes pertenecen al reino de los hombres. Los buscan en todas partes en otros dominios, pero no se han dado cuenta de que existen también en el reino humano, pudiendo algunos perjudicarnos y otros protegernos.
El que prepara un talismán debe conocer las leyes de correspondencia entre los objetos físicos y los astros, las fuerzas y los seres invisibles. El mago prepara un objeto que, gracias a los metales con los que está formado, a los signos y a los caracteres que lleva, puede absorber y retener fuerzas. Lo pone en conexión con entidades invisibles para que se convierta en una fuente de influencias, buenas o malas, armoniosas o desarmoniosas. Pero el mago blanco solo prepara talismanes susceptibles de producir las mejores influencias. El trabajo del mago es, en realidad, idéntico al de la Naturaleza, que llena las piedras, las plantas, los animales y hasta a los hombres, con una esencia particular susceptible de ser extraída. Sí, podemos utilizar la presencia de las energías naturales en todas las cosas, pero debemos conocer las leyes y no servirnos nunca de estas energías para nuestro interés personal.
La palabra talismán viene del griego “telesma”. Telesma es el término empleado por Hermes Trismegisto cuando habla de “la fuerza fuerte de todas las fuerzas”, de la que dice: “el Sol es su padre, la Luna es su madre, el viento la ha llevado a su seno y la Tierra es su nodriza”2. Algunos llaman a esta fuerza “prana”, “electricidad”, “luz astral”, etc. Hay muchas denominaciones. Pero “Telesma”, es la fuerza que viene del Sol, que penetra en los objetos y que éstos pueden conservar e irradiar.
Entre los pentáculos se encuentra “el cuadrado mágico”. Es un disco de metal sobre el que está grabada una rejilla, y en cada casilla de esta rejilla está inscrito un número. Los Iniciados han comprendido que cada planeta está en correspondencia con un pentáculo construido de esta manera, para el que conocen el número exacto de divisiones y los signos a grabar. Para Saturno, por ejemplo, hacen falta 3 divisiones, para Júpiter 4, para Marte 5, 6 para el Sol, 7 para Venus, 8 para Mercurio, y 9 para la Luna. Para cada planeta, el pentáculo debe ser grabado sobre el metal que le corresponde y llevar al dorso una imagen que esté en relación con el planeta.
Pero, si queremos poseer un talismán, debemos informarnos sobre la persona que lo ha preparado. Ésta debe ser pura, honesta, justa, iluminada, porque, si no, no puede introducir en el metal las fuerzas que son necesarias, ni atraer a él las influencias superiores.
Si esta tarde os hablo de los talismanes y de los pentáculos es porque me han escrito de un país extranjero para pedirme que preparase un talismán que iban a pagarme muy caro. ¿Por qué me piden esto? Porque se encuentran en una mala situación y quieren salir de ella y tener éxito sin tener que hacer ningún esfuerzo. ¿Tenéis curiosidad por saber lo que he respondido a esta petición?… Sabed solamente que me he negado a preparar este talismán.
Se dice que Salomón sabía muchas cosas a este respecto y que conjuraba a los espíritus con ayuda de talismanes, obligándoles incluso a arrojarse al mar para traerle del fondo de las aguas piedras preciosas y corales que él utilizaba para sus operaciones mágicas. Sí, pero Salomón sabía cómo proceder con estos espíritus. Mientras que la mayoría de aquéllos que preparan talismanes ignoran la mayor parte de las veces una cosa crucial. Hacen todo lo que hace falta, llaman a los seres invisibles, porque entre éstos los hay que son servidores y vienen para hacer lo que se les manda. Pero no saben que, después, estos seres invisibles reclaman un pago; no les importa servir, pero quieren ser remunerados. Les convocan, es perfecto, y se convierten en servidores, pero quieren ser alimentados. ¿Acaso tenemos suficientes alimentos para satisfacerlos? Y si al cabo de un año han quitado todos nuestros recursos, ¿qué nos queda?
¿Cuál es la situación del que prepara un talismán? Imaginaos un rey violento y ambicioso que quiere tener un gran ejército para luchar contra sus enemigos y que, para eso, contrata mercenarios. Estos mercenarios no están verdaderamente unidos al rey al que sirven, porque son extranjeros que no sienten afecto por él. Únicamente les mueve el interés; pero sienten que el dinero que reciben les obliga a estar sometidos a un ser sin virtud y, a causa de ello, llevan dentro un resentimiento contra el rey. Así pues, cuando el rey emprende una expedición contra un país lejano, los mercenarios, que ya está hartos de hacer grandes esfuerzos por un soberano al que no aman, le abandonan, le dejan solo, y el rey no comprende por qué su ejército ya no le protege. Si este rey no hubiese tenido un ejército de mercenarios, sino de súbditos vinculados a su persona por el amor y el respeto, habría sido defendido con un ardor y una fidelidad extraordinarios.
¿Por qué creéis que la gente quiere talismanes? La mayoría de las veces es para tener éxitos, para dominar y, entonces, se parecen mucho a ese rey que mantiene un ejército de mercenarios. Para preparar el talismán utilizan la violencia, obligando de esta manera a seres del mundo invisible a servirles. Casi siempre, en el fondo de este deseo de poseer un talismán están la ambición y la pereza. Quieren triunfar, o protegerse, y se dicen: “Cuando posea un talismán podré dormir tranquilo, otros velarán por mí”. Así es como tratan de obtener lo que desean sin hacer ningún esfuerzo. Dejan de trabajar, de estudiar, de reflexionar, de meditar, de rezar, confiando enteramente en el poder del talismán. Naturalmente hay excepciones, pero, en general, los hombres que preparan talismanes buscan la protección de algo exterior: contratan mercenarios sin desarrollar en ellos las virtudes que son sus verdaderos protectores.