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Carna Atenagórica es una profunda exploración del ingenio, la sátira y la erudición dentro del contexto del Siglo de Oro novohispano. Sor Juana Inés de la Cruz desafía las normas establecidas y examina la relación entre el conocimiento, la crítica social y la expresión artística, revelando la tensión entre la razón y la autoridad en el siglo XVII. A través de su aguda prosa y dominio retórico, la obra expone las contradicciones de la sociedad colonial y la imposición de dogmas que limitan la libertad intelectual. Desde su publicación, Carna Atenagórica ha sido reconocida por su profundidad filosófica y su audaz cuestionamiento de la tradición. Su análisis del poder, la censura y el papel del pensamiento crítico en la sociedad ha consolidado su relevancia en el estudio de la literatura barroca. La maestría con la que Sor Juana articula sus ideas continúa resonando, ofreciendo una visión atemporal sobre la lucha por el derecho al conocimiento. La vigencia de la obra radica en su capacidad para iluminar los conflictos entre el pensamiento independiente y las estructuras de poder. Al examinar la intersección entre el intelecto y las restricciones sociales, Carna Atenagórica invita a la reflexión sobre el valor del saber y la resistencia intelectual frente a la opresión.
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Seitenzahl: 62
Veröffentlichungsjahr: 2025
Sor Juana Inés de la Cruz
CARTA ATENAGÓRICA
PRESENTACIÓN
CARTA ATENAGÓRICA
Juana Inés de la Cruz
1648 – 1695
Juana Inés de la Cruz (1648-1695) fue una destacada escritora y poeta mexicana, reconocida como una de las figuras más influyentes de la literatura hispanoamericana del siglo XVII. Nacida en San Miguel Nepantla, en el Virreinato de la Nueva España, Sor Juana es célebre por su vasta obra literaria que abarca poesía, teatro y prosa, explorando temas como el amor, el conocimiento y la condición de la mujer en la sociedad de su tiempo. Aunque enfrentó numerosas restricciones debido a su género, su legado perdura como símbolo de la lucha por los derechos intelectuales y la igualdad de las mujeres.
Primeros años y educación
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana nació el 12 de noviembre de 1648. Desde temprana edad, mostró una prodigiosa inclinación por el aprendizaje, aprendiendo a leer y escribir a los tres años. Deseosa de acceder al conocimiento, solicitó vestirse de hombre para poder asistir a la universidad, petición que le fue negada. A los dieciséis años, ingresó al convento de San José de las Carmelitas Descalzas y, posteriormente, al convento de San Jerónimo, donde encontró un ambiente propicio para su desarrollo intelectual y creativo.
Carrera y contribuciones
En el convento, Sor Juana se dedicó al estudio y la escritura, produciendo una obra literaria que abarca diversos géneros. Su poesía, caracterizada por su profundidad y maestría técnica, aborda temas como el amor, la filosofía y la religión. Entre sus obras más destacadas se encuentran "Primero sueño", un extenso poema filosófico, y "Carta atenagórica", donde critica un sermón del jesuita Antonio Vieira, defendiendo la capacidad intelectual de las mujeres. Además, escribió obras de teatro como "Los empeños de una casa", demostrando su versatilidad literaria.
Impacto y legado
Sor Juana Inés de la Cruz es considerada una de las primeras feministas de América, defendiendo el derecho de las mujeres a la educación y al conocimiento en una época en que sus oportunidades eran limitadas. Su obra ha influido en numerosos escritores y pensadores, y su figura ha sido reivindicada en movimientos feministas y culturales. Hoy en día, es un símbolo de la lucha por la igualdad de género y el acceso universal al conocimiento.
Sor Juana falleció el 17 de abril de 1695, víctima de una epidemia en el convento de San Jerónimo. Aunque su obra fue en gran parte olvidada durante siglos, el redescubrimiento de sus escritos en el siglo XX revitalizó su figura, consolidándola como una de las más grandes escritoras de la literatura en lengua española. Su vida y obra continúan inspirando a generaciones, y su legado perdura como testimonio de la lucha por los derechos intelectuales y la igualdad de las mujeres.
Sobre la obra
Carna Atenagórica es una profunda exploración del ingenio, la sátira y la erudición dentro del contexto del Siglo de Oro novohispano. Sor Juana Inés de la Cruz desafía las normas establecidas y examina la relación entre el conocimiento, la crítica social y la expresión artística, revelando la tensión entre la razón y la autoridad en el siglo XVII. A través de su aguda prosa y dominio retórico, la obra expone las contradicciones de la sociedad colonial y la imposición de dogmas que limitan la libertad intelectual.
Desde su publicación, Carna Atenagórica ha sido reconocida por su profundidad filosófica y su audaz cuestionamiento de la tradición. Su análisis del poder, la censura y el papel del pensamiento crítico en la sociedad ha consolidado su relevancia en el estudio de la literatura barroca. La maestría con la que Sor Juana articula sus ideas continúa resonando, ofreciendo una visión atemporal sobre la lucha por el derecho al conocimiento.
La vigencia de la obra radica en su capacidad para iluminar los conflictos entre el pensamiento independiente y las estructuras de poder. Al examinar la intersección entre el intelecto y las restricciones sociales, Carna Atenagórica invita a la reflexión sobre el valor del saber y la resistencia intelectual frente a la opresión.
Carta de la Madre Juana Inés de la Cruz, religiosa del convento de San Jerónimo de la ciudad de Méjico, en que hace juicio de un sermón del Mandato que predicó el Reverendísimo P. Antonio de Vieyra, de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Lisboa.
Muy Señor Mío: De las bachillerías de una conversación, que en la merced que V. md. me hace pasaron plaza de vivezas, nació en V. md. el deseo de ver por escrito algunos discursos que allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador, alabando algunas veces sus fundamentos, otras disintiendo, y siempre admirándome de su sinigual ingenio, que aun sobresale más en lo segundo que en lo primero, porque sobre sólidas basas no es tanto de admirar la hermosura de una fábrica, como la de la que sobre flacos fundamentos se ostenta lucida, cuales son algunas de las proposiciones de este sutilísimo talento, que es tal su suavidad, su viveza y energía, que al mismo que disiente, enamora con la belleza de la oración, suspende con la dulzura y hechiza con la gracia, y eleva, admira y encanta con el todo.
De esto hablamos, y V. md. gustó (como ya dije) ver esto escrito; y porque conozca que le obedezco en lo más difícil, no sólo de parte del entendimiento en asunto tan arduo como notar proposiciones de tan gran sujeto, sino de parte de mi genio, repugnante a todo lo que parece impugnar a nadie, lo hago; aunque modificado este inconveniente, en que así de lo uno como de lo otro, será V. md. solo el testigo, en quien la propia autoridad de su precepto honestará los errores de mi obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y más cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común acepción de todo el mundo.
Y para que V. md. vea cuán purificado va de toda pasión mi sentir, propongo tres razones que en este insigne varón concurren de especial amor y reverencia mía. La primera es el cordialísimo y filial cariño a su Sagrada Religión, de quien, en el afecto, no soy menos hija que dicho sujeto. La segunda, la grande afición que este admirable pasmo de los ingenios me ha siempre debido, en tanto grado que suelo decir (y lo siento así), que si Dios me diera a escoger talentos, no eligiera otro que el suyo. La tercera, el que a su generosa nación tengo oculta simpatía. Que juntas a la general de no tener espíritu de contradicción sobraban para callar (como lo hiciera a no tener contrario precepto); pero no bastarán a que el entendimiento humano, potencia libre y que asiente o disiente necesario a lo que juzga ser o no ser verdad, se rinda por lisonjear el comedimiento de la voluntad.
En cuya suposición, digo que esto no es replicar, sino referir simplemente mi sentir; y éste, tan ajeno de creer de sí lo que del suyo pensó dicho orador diciendo que nadie le adelantaría (proposición en que habló más su nación, que su profesión y entendimiento), que desde luego llevo pensado y creído que cualquiera adelantará mis discursos con infinitos grados.