Casa de muñecas - Henrik Ibsen - E-Book

Casa de muñecas E-Book

Henrik Ibsen

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Beschreibung

Nora vive con su esposo, Torvaldo Helmer, y sus tres hijos felizmente sin ninguna preocupación. Además, Trovaldo asumirá en el año nuevo el puesto de director de un banco. Todo parece perfecto, pero Nora guarda un profundo secreto que le confiesa su amiga Linde. Años atrás, su esposo estaba a punto de morir, necesitaba cambiar de clima, pero les era económicamente imposible pagar un viaje. En ese entonces, Nora le hizo creer a Torvaldo, quien ignoraba su propia enfermedad, que su agonizante padre les había dado el dinero, pero en realidad, lo había tomado prestado de Krogstad, el procurador, falsificando la firma de su padre muerto. Este es el comienzo de un intenso drama que refleja el rol de la mujer en la sociedad de ese entonces, trata temas como el honor, el chantaje, el amor, la realización individual, y provee una fuerte crítica a las normas matrimoniales del siglo XIX.-

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Henrik Ibsen

Casa de muñecas

Translated by Else Wasterson

Saga

Casa de muñecas

 

Translated by Else Wasterson

 

Original title: Et dukkehjem

 

Original language: Norwegian

 

Copyright © 1879, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726521146

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PERSONAJES

HELMER, abogado. NORA, su esposa. El DOCTOR RANK. KROGSTAD, procurador. SEÑORA LINDE, amiga de Nora. ANA MARÍA, su niñera. ELENA, doncella de los Helmer. Los Tres Niños del matrimonio Helmer. Un Mozo de cuerda.

 

La acción, en Noruega, en casa de los Helmer.

ACTO PRIMERO

Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, una mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos, con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.

En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. Nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.

NORA:

Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas). ¿Cuánto es?

EL MOZO:

Cincuenta ore.

NORA:

Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va.

Nora cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido). Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha).

ELMER:

(Desde su despacho). ¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?

NORA:

(A tiempo que abre unos paquetes). Sí, es ella.

ELMER:

¿Es mi ardilla la que está enredando?

NORA:

¡Sí!

ELMER:

¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?

NORA:

Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca). Ven aquí, mira lo que he comprado.

ELMER:

¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano). ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?

NORA:

Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.

ELMER:

Sí, sí, aunque tampoco podemos derrochar, ¿sabes?

NORA:

Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero…

ELMER:

Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.

NORA:

¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.

ELMER:

¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja). ¿Reincides en tu ligereza de siempre?… Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me quedo en el sitio…

NORA:

¡Qué horror! No digas esas cosas.

ELMER:

Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?

NORA:

Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.

ELMER:

¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?

NORA:

¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.

ELMER:

¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En el hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.

NORA:

En fin, como gustes, Torvaldo.

ELMER:

(Que va tras ella). Bien, bien; no quiero ver a mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba por enfurruñarse mi ardilla? (Saca su billetero). Nora, adivina lo que tengo aquí.

NORA:

(Volviéndose rápidamente). ¡Dinero!

ELMER:

Toma, mira. (Entregándole algunos billetes). ¡Vaya, si sabré yo lo que hay que gastar en una casa cuando se acercan las Navidades!

NORA:

(Contando). Diez, veinte, treinta, cuarenta… ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto tengo para bastante tiempo.

ELMER:

Así lo espero.

NORA:

Sí, sí; ya verás. Pero ven ya, porque voy a enseñarte todo lo que he comprado. Y además, baratísimo. Fíjate… aquí hay un sable y un traje nuevo, para Ivar; aquí, un caballo y una trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con su camita, para Emmy. Es de lo más ordinario: como en seguida lo rompe… Mira: aquí, unos cortes de vestidos y pañuelos, para las muchachas. La vieja Ana María se merecía mucho más…

ELMER:

Y en ese paquete, ¿qué hay?

NORA:

(Gritando). ¡No, eso no, Torvaldo! ¡No lo verás hasta esta noche!

ELMER:

Conforme. Pero ahora dime, manirrota: ¿has deseado algo para ti?

NORA:

¿Para mí? ¡Qué importa! Yo no quiero nada.

ELMER:

¡No faltaba más! Anda, dime algo que te apetezca, algo razonable.

NORA:

No sé… francamente. Aunque sí…

ELMER:

¿Qué?

NORA:

(Juguetea con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle). Si insistes en regalarme algo, podrías… Podrías…

ELMER:

Vamos, dilo.

NORA:

(De un tirón). Podrías darme dinero, Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un día de éstos compraré una cosa.

ELMER:

Pero, Nora…

NORA:

Sí, Torvaldo; oye, vas a hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero envuelto en un papel dorado, ¿te parece bien?

ELMER:

¿Cómo se llama ese pájaro que siempre está despilfarrando?

NORA:

Ya, ya; el estornino; lo sé. Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh, Torvaldo? Así tendré tiempo de pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es lo más acertado?

ELMER:

(Sonriendo). Por supuesto, si verdaderamente guardaras el dinero que te doy y compraras algo para ti. Pero luego resulta que vas a gastártelo en la casa o en cualquier cosa inútil, y después tendré que desembolsar otra vez…

ELMER:

¡Qué idea, Torvaldo!…

ELMER:

Querida Nora: no puedes negarlo. (Rodeándole la cintura). El estornino es encantador, pero gasta tanto… ¡Es increíble lo que cuesta a un hombre mantener un estornino!

NORA:

¡Qué exageración! ¿Por qué dices eso? Si yo ahorro todo lo que puedo.

ELMER:

(Riendo). Eso sí es verdad. Todo lo que puedes; pero lo que pasa es que no puedes nada.

NORA:

(Canturrea y sonríe alegremente). ¡Si tú supieras lo que tenemos que gastar las alondras y las ardillas, Torvaldo!

ELMER:

Eres una criatura original. Idéntica a tu padre. Haces verdaderos milagros por conseguir dinero, y en cuanto lo obtienes, desaparece de tus manos, sin saber nunca adonde ha ido a parar. En fin, habrá que tomarte tal como eres. Lo llevas en la sangre. Sí, sí, Nora; no cabe la menor duda de que esas cosas son hereditarias.

NORA:

¡Bien me hubiera gustado heredar ciertas cualidades de papá!

ELMER:

Pero si yo te quiero conforme eres, mi querida alondra. Aunque… Oye, ahora que me fijo…, noto que tienes una cara…, vamos…, una cara de azoramiento hoy…

NORA:

¿Yo?

ELMER:

Ya lo creo. ¡Mírame al fondo de los ojos!

NORA:

(Mirándole). ¿Qué?

ELMER:

(La amenaza con el dedo). ¿Qué diablura habrá cometido esta golosa en la ciudad?

NORA:

¡Bah, qué ocurrencia!

ELMER:

¿No habrá hecho una escapadita a la confitería?

NORA:

No; te lo aseguro, Torvaldo.

ELMER:

¿No habrá chupeteado algún caramelo?

NORA:

No, no; ni por asomo.

ELMER:

¿Ni siquiera habrá roído un par de almendras?

NORA:

Que no, Torvaldo, que no; puedes creerme.

ELMER:

Pero, mujer, si te lo digo en broma.

NORA:

(Aproximándose a la mesa de la derecha). Comprenderás que no iba a arriesgarme a hacer nada que te disgustara.

ELMER:

No, ya lo sé. Además, ¿no me lo has prometido?… (Acercándose a ella). Puedes guardarte tus secretos de Navidad. Esta noche, cuando se encienda el árbol, supongo que nos enteraremos de todo.

NORA:

¿Te has acordado de invitar al doctor Rank?

ELMER:

No, ni es necesario. De sobra sabe que cenará con nosotros; está descontado. De todos modos, le invitaré ahora por la mañana cuando venga. He encargado buen vino. Nora, no puedes formarte idea de la ilusión que tengo por esta noche.

NORA:

Yo también. ¡Cómo se van a divertir los niños, Torvaldo!

ELMER:

¡Ah, qué alegría pensar que estamos en una posición sólida con un buen sueldo…! ¿No es ya una dicha el mero hecho de pensar en ello?

NORA:

¡Oh, sí! ¡Parece un sueño!

ELMER:

¿Te acuerdas de la última Navidad? Durante tres semanas te encerrabas todas las noches hasta después de las doce, haciendo flores y otros mil prodigios para el árbol. ¡Uf!, fue la temporada más aburrida que he pasado.

NORA:

¡Entonces sí que no me aburría yo!

ELMER:

(Sonriente). Pero el resultado fue bastante lamentable, Nora.

NORA:

¡Oh!, no dejas de hacerme burla con lo mismo. ¿Qué culpa tengo yo de que el gato entrase y destrozara todo?

ELMER:

No, claro que no, querida Nora. Ponías el mayor empeño en alegrarnos a todos, que es lo principal. Pero, en suma, más vale que hayan pasado los malos tiempos.

NORA:

Es verdad; casi me parece una pesadilla.

ELMER:

Ahora ya no hace falta que me quede aquí solo y aburrido, y tú no tendrás que atormentar más tus queridos ojos y tus lindas manitas.

NORA:

(Palmoteo). ¿Verdad que no, Torvaldo? Ya no hace falta. ¡Qué alegría me da oírtelo!

(Cogiéndole del brazo). Te voy a decir cómo he pensado que vamos a arreglarnos en cuanto pasen las Navidades… (Suena la campanilla en la antesala). ¡Ah!, llaman. (Ordena un poco los muebles). Ya viene alguien. ¡Qué contrariedad!

ELMER:

Acuérdate de que no estoy para las visitas.

ELENA: (Desde la puerta de la antesala). Señora, es una señora desconocida…

NORA:

Que pase.

ELENA:

(A Helmer). También acaba de llegar el señor doctor.

ELMER:

¿Ha pasado directamente al despacho?

ELENA:

Sí, señor.

(Helmer entra en su despacho. La doncella introduce a la Señora Linde, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella).

SEÑORA LINDE:

Buenos días, Nora.

NORA:

(Indecisa). Buenos días.

SEÑORA LINDE:

Por lo visto, no me reconoces.

NORA:

No…, no sé… ¡Ah!, sí, me parece… (De pronto, exclama:). ¡Cristina! ¿Eres tú?

SEÑORA LINDE:

Sí, yo soy.

NORA:

¡Cristina! ¡Y yo que no te he reconocido! Pero ¡quién diría que…! (Más bajo). ¡Cómo has cambiado!

SEÑORA LINDE:

Sí, seguramente. Hace nueve años largos…

NORA:

¿Es posible que haga tanto tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah!, no puedes figurarte qué felices han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Cómo has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.

SEÑORA LINDE:

Ya ves; acabo de llegar esta mañana en el vapor.

NORA:

Para festejar las Navidades, naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos!

Pero quítate el abrigo. ¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No; mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole las manos). ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer momento… De todos modos, estás algo más pálida, Cristina… y quizá un poco más delgada.

SEÑORA LINDE:

Y muchísimo más vieja, Nora.

NORA:

Acaso un poco más madura…, un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria).

¡Qué distraída soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?

SEÑORA LINDE:

¿Qué quieres decir, Nora?

NORA:

(Bajando la voz). ¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda, ¿no?

SEÑORA LINDE:

Sí, hace ya tres años.

NORA:

Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Ay, Cristina!, tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte; pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo que lo impedía.

SEÑORA LINDE:

Lo comprendo perfectamente.

NORA:

Sí, Cristina, me he portado muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!… ¿No te ha dejado nada para vivir?

SEÑORA LINDE:

No.

NORA:

¿Y no tienes hijos?

SEÑORA LINDE:

No.

NORA:

Así, pues, ¿nada?

SEÑORA LINDE:

Ni siquiera una pena…, ni una nostalgia.

NORA:

(Mirándola, incrédula). Pero Cristina, ¿cómo es posible?

SEÑORA LINDE:

(Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello). Son cosas que ocurren a veces, Nora.

NORA:

¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores.

Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.

SEÑORA LINDE:

No, no; primero, tú.

NORA:

No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos.

Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos días?

SEÑORA LINDE:

No. ¿Qué es?

NORA:

¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de Acciones!

SEÑORA LINDE:

¿A tu marido? ¡Qué suerte!

NORA: