Catarsis - Martín Casillas de Alba - E-Book
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Martín Casillas de Alba

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Beschreibung

"No creo haber leído otro texto en dónde se explique y entienda de manera tan clara el poder del teatro, del arte en general, y sus capacidades de sanación y trascendencia. Al leerlo nos conmovemos, nos identificamos, pensamos. Somos lectores partícipes de los hechos que nos cuentan. Sufrimos, pues, una catarsis a la vuelta de cada página. Este libro es sin duda la mejor y más clara invitación para que empecemos a sanar nuestras propias fisuras del alma", tal como lo escribió Rodrigo Johnson Celorio a manera de prólogo.  Además de las verdaderas catarsis, describo otras situaciones en los límites de esa experiencia en donde he podido sanar esas fisuras de la psique para caminar más ligero el camino que nos quede por recorrer, ejemplificando algunos casos para que ustedes se preparen a experimentarlo y logren colmar sus propias grietas del alma, y de esa manera se puedan sentir aliviados.

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Veröffentlichungsjahr: 2020

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Primera edición en papel: julio 2019

Edición en ePub: febrero 2020

D.R. © Martín Casillas de Alba

© 2019, Bonilla Distribución y Edición, S. A. de C. V.

Hermenegildo Galeana 111

Barrio del Niño Jesús, C. P. 14080

Tlalpan, Ciudad de México

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN 978-607-8636-26-6 (Bonilla Distribución y Edición)

ISBN edición ePub: 978-607-8636-63-1

Coordinación editorial: André Urzúa en Bonilla Artigas Editores

Formación de interiores: Mariana Guerrero del Cueto y Jocelyn G. Medina

Diseño de portada: Francisco Ugarte y Gonzalo Lebrija

Realización del ePub: javierelo

Fotografía de autor en solapa: Daniel de Laborde, 2015

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana.

Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Hecho en México

Entonces, sólo el sufrimiento.

Entonces, la aspereza de la vida y la larga experiencia del amor.

Entonces, nada más que lo indecible.

Pero, más tarde, bajo las estrellas,

¿qué importa? –bajo las absolutamente indecibles estrellas.

Rainer María Rilke.

Novena Elegía de Duino en la versión de Juan Rulfo.

Agradecimientos

A Rodrigo Johnson Celorio, director de teatro y amigo de toda la vida, que leyó el manuscrito en detalle para sugerirme cambios y correcciones para que le pudiera entregar a la editorial una obra que, finalmente, se pudiera leer mejor.

A Graciela de la Torre, directora de Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) por haberme invitado a dar un seminario en el 2017 con este contenido.

A Juan Luis Bonilla, editor y amigo, que no se rinde frente a este tipo de embestidas literarias, a quien le agradezco la publicación de este libro, así como, a Marisol Pons quien, desde la editorial, cuidó el libro con el profesionalismo con el que acostumbra hacerlo.

A Francisco Ugarte y Gonzalo Lebrija, dos jóvenes tapatíos artistas contemporáneos de prestigio internacional que me propusieron diseñar la portada de Catarsis que ha resultado toda una obra de arte.

A todos ellos, mil gracias.

A mi familia,

con los que colme algunas grietas:

a Andrés, hermano mayor, que me enseñó otras facetas de la vida,

a Mina mi hermana, que me contagió su alegría de vivir,

a Mina de Alba, mi madre tan querida y

a José Luis Casillas, mi padre del mero Tepa.

Redención desde la butaca

A manera de Prologo

La fábula debe estar constituida de tal modo que, aún sin verlos, el que oiga el desarrollo de los hechos se horrorice, se compadezca por lo que acontece.

Es pues, la tragedia imitación de una acción esforzada y completa, de cierta amplitud…

actuando los personajes no mediante relato, y que mediante compasión y temor lleva a cabo la kátharsis (purgación o purificación) de tales afecciones.

Aristóteles, Poética

–Toc, toc…

–¿Quién es?

–Yo.

–¿Quién es Yo?

–Pues tú.

Diálogo callejero

Filólogos, teóricos dramáticos, pedagogos, filósofos y hasta teólogos han especulado sobre el fenómeno de la “Catarsis”, sobre sus implicaciones, objetivos, beneficios y efectos contraproducentes. Hay quienes simplemente niegan su existencia, probablemente por no haberla experimentado nunca y parecerles un artículo de fe.

Finalmente hablamos de la empatía que podemos sentir como espectadores por lo que le sucede a los personajes sobre un escenario. La identificación con una situación y las emociones que al verlas representadas frente a nosotros, nos liberan de los deseos reprimidos, traumas y a veces hasta de pasajes desconocidos en la casona de fantasmas que algunos llaman inconsciente.

Ya entrados en el siglo XX, a Brecht quien había presenciado las consecuencias de los hipnóticos discursos del Führer que llevaron a la sinrazón a todo un pueblo, justamente a través de la empatía con un líder que sabía mover los resortes de la compasión y el temor, la catarsis le parecía peligrosa si no es que claramente aberrante. No niega el fenómeno, todo lo contrario, pero propone un efecto de distanciamiento como antídoto a cualquier posible manipulación por parte de las emociones. Casi podríamos hablar de una catarsis racional, una en la que no se elimina la empatía ni se borran las emociones, más bien, una en la que la razón pueda procesar lo ocurrido para que le permita llegar a conclusiones propias e individuales, alejándose de cualquier verdad absoluta o sentimiento compartido por una masa sin voluntad propia. Pero catarsis al fin y al cabo.

Martín Casillas de Alba aborda en este libro el fenómeno desde un ángulo rara vez adoptado. Más allá de los sesudos tratados académicos, él lo toma como algo personal. Casi como una continuación de lo iniciado en su Fe de erratas, de manera autobiográfica nos sienta junto a su muy personal butaca para contarnos sus “vividuras” catárticas en su ya larga experiencia como espectador teatral.

Me atrevería a decir que hay tres ensayos fundamentales en este volumen: La nostalgia yLas tres hermanas de Chejov; ReyLear y el rechazo de la hija consentida y La muerte de la madre y la catarsis total con Peer Gynt. En estos textos Martín Casillas se despoja de todo ropaje pretencioso y sin pudor, desnudo nos conduce por su pasado. Por momentos dolorosos de su vida que fueron evocados por el hecho escénico en dónde él, como público, fue purificado y finalmente liberado.

Guadalajara mágicamente se transforma en una provincia rusa y Moscú en la Ciudad de México. A los fiordos noruegos, en donde Martín acompaña a su madre en su lecho de muerte, pasando por otro doloroso momento familiar en dónde el rey, su padre, enfrenta su orgullo y el perdón como el Rey Lear con su hija Cordelia.

El resto de los ensayos asemejan viñetas, reflexiones en torno al arte en varias lecturas y al teatro evidentemente. En ellos Shakespeare es su mayor protagonista, como lo ha sido por más de veinte años en la vida cotidiana de Martín. Pasando por La violación de Lucrecia, poema en donde entre otras mil maravillas aparece frente a nuestros ojos una pintura inexistente dentro del poema que leemos; en otro caso, desciframos la catarsis que Shakespeare debió experimentar al escribir su Hamlet y la posible relación con su padre.

A falta del segundo volumen sobre la comedia de Aristóteles, también se aborda el humor como otra manera de liberación. En otro de los ensayos, y más acorde con lo planteado por Brecht, se nos invita a reflexionar desde la poco conocida obra sobre Tomás Moro en la que Shakespeare colaboró, en torno a nuestra responsabilidad y congruencia frente al sufrimiento de los emigrantes.

No creo haber leído otro texto en dónde se explique y entienda de manera tan clara el poder del teatro, del arte en general, y sus capacidades de sanación y trascendencia. Al leerlo nos conmovemos, nos identificamos, pensamos. Somos lectores partícipes de los hechos que nos cuentan. Sufrimos pues, una catarsis a la vuelta de cada página. Este libro es sin duda la mejor y más clara invitación para que empecemos a sanar nuestras propias fisuras del alma.

Rodrigo Johnson Celorio

CDMX, 2018.

También los Nobel lloran

Podemos llorar por diferentes causas y motivos: cuando se muere un ser querido o cuando vemos cómo triunfa una de las jovencitas que compiten en las olimpíadas o porque nos agarra la nostalgia, tal como sucedió cuando vimos Cinema Paradiso o algunas óperas en donde irremediablemente una y otra vez volvemos a llorar como sucede en La traviata o Madama Butterfly, cuando confundimos la magnesia con la gimnasia, sobre todo si traemos cola que nos pisen o más bien, la culpa entre las patas, o simplemente por tristeza o cansancio, por empatía o mimetismo si es que estamos cerca de alguien que sufre y llora angustiado. Pero si el llanto incontenible se da de manera inesperada, entonces, puede ser la expresión de la catarsis, esa especie de purificación de nuestra alma, sobre todo si somos capaces de abrirnos para ver, oír y entender una obra en donde sale a flote eso que traíamos atorado y, con eso, volver a tener un cierto equilibrio, necesario en la vida diaria, una vez que hayamos colmado esas grietas del alma.

“Todo el mundo ha oído hablar de la catarsis –me decía Rodrigo Johnson, director de teatro, amigo y colaborador desde siempre–, aunque son pocos los que saben lo que significa: es un fenómeno que conceptualizaron los griegos a raíz de su teatro, cuando se establecía una relación vigorosa entre el público y el espectáculo que presenciaban provocando a las emociones para que se liberaran.”

A eso se le ha llamado catarsis y ahora sabemos que no es privativo del teatro, sino que se puede dar en otros espectáculos como en la plaza de toros o en la pantalla grande del cine o en un concierto en vivo justo cuando se expresan, abierta e incontrolablemente, nuestras emociones para que pueda ser con el llanto o con unas buenas carcajadas que nos desahogamos.

Nos puede suceder como a Mario Vargas Llosa cuando ofreció una cena en diciembre del 2010, tres días antes de que le entregaran el Premio Nobel. Dicen que al final de un largo y sabroso discurso no pudo contener el llanto, como nos puede pasar a los simples mortales. Pudo haber sido la expresión de una catarsis o simplemente, el producto de la culpa que se agazapa y nos asalta cuando menos lo esperamos o, a lo mejor, en ese momento se le cruzó el éxito que no pudo tolerar, como otras veces sucede. Ni hablar, los Nobel también lloran.

Recuerdo algunas escenas parecidas por las que he pasado, por supuesto no por haber logrado premio alguno, sino por ser de lágrima fácil: en varios momentos de mi vida he experimentado esto ya sea en medio de un taller o conferencia cuando, de pronto, se me cierra la garganta y no puedo seguir hablando.

Podemos imaginar las causas del Nobel y considerar si fue la expresión natural de alguna catarsis o un simple desahogo de lo que podía traer en la cabeza que de pronto salió a flote, como cuando leemos o vemos alguna obra como las que voy a tratar en este libro con las que lloramos sin que nos importe la vergüenza que puede darnos frente a los demás, porque, a fin de cuentas, nos sentimos aliviados.

A lo mejor Vargas Llosa andaba con la cola de la culpa entre las patas y se le vino el llanto para colmar alguna herida. Le tengo gran respeto y admiración a Vargas Llosa desde que leí, hace mil años, Laorgía perpetua y ese análisis y descripción que hace de Madame Bovary de Flaubert, con el que luego pude disfrutar esa novela y el resto de la obra de ese autor.

Igual me ha pasado con la crónica que hizo de El año del pensamiento mágico de Joan Didion, una obra que vio en Londres con Vanessa Redgrave y que es un monólogo en donde nos enteramos que el personaje ha pasado un año evadiendo la realidad, montada en lo que llama ‘el pensamiento mágico’, negando la muerte súbita de su marido y poco más adelante, la de su hija que estaba enferma desde hacía rato.

Lo curioso es que a Vanesa Redgrave le pasó algo parecido: en abril del 2009 su hija, Natasha Richardson, llena de vida, murió esquiando en Canadá. Para el otoño, Vanessa estaba en el escenario en Londres con el papel protagónico en donde, seguramente, actuó con gran intensidad y por eso, Vargas Llosa escribió lo siguiente:

La literatura, la música o una exposición pueden enriquecer la vida, intensificándola y sensibilizándola de manera profunda, transportando a lectores, oyentes o espectadores a unos niveles de percepción y comprensión del mundo, de las relaciones humanas, de los sentimientos que, además de hacerlos gozar, los vuelve más lúcidos respecto a las insuficiencias e imperfecciones de las que están rodeados.

Pero probablemente ninguna otra experiencia artística tenga un efecto tan poderoso sobre el ánimo y la conciencia del ser humano como una buena obra de teatro. Porque éste es el mejor simulacro que existe de la vida, el que se parece más a nosotros, pues está hecho de seres de carne y hueso que, por el tiempo que dura esa otra vida que transcurre en el escenario, viven de verdad aquello que hacen y dicen, y lo viven si tienen el talento y la destreza debidas, de una manera tal que nos fuerza a nosotros, los espectadores, a vivirlo con ellos, saliendo de nosotros mismos, para ser otros, también mágicamente. Creo que es la mejor manera que hemos inventado para vernos mejor y saber cómo somos.

Gracias Vanessa.1

Digo que se vale tener éxito y llorar en público, aunque sea incómodo y vergonzoso, pues la gente se descontrola como se supone que les pasó a los invitados que celebraban el Nobel que iba a recibir su amigo Vargas Llosa unos días después.

Tal vez tuvo que ver con la relación que tenía con Patricia Llosa, su prima y segunda esposa, con la que vivió y trabajó cuarenta y cinco años y que, para esa fecha a lo mejor intuía Vargas Llosa que estaba cerca del fin. Dos años después, se fue a vivir con Isabel Preysler y si es que era esto, que no es más que una pura elucubración, entonces, se abrió esa grieta al imaginar los sentimientos encontrados entre el viejo y el nuevo amor o entre el éxito y el fracaso, entre el Nobel y el final de una larga y productiva relación para que fuese suficiente y que el llanto fuese el liberador de esa olla de presión creada por las dualidades en los sentimientos, de tal manera que se le cerró la garganta, se le trepó la culpa por las paredes del inconsciente y, sin importar dónde se encontraba, indomable, el llanto salió sin decir ‘agua va’ frente a sus invitados.

Una vez, dando un curso de liderazgo a directores de museos de México en el ITAM-Desarrollo Ejecutivo, vi de reojo cómo una de las alumnas, de pronto, se le llenaron los ojos de lágrimas, justo cuando acababa de señalar cómo es que, gracias a los esfuerzos de nuestros padres, habíamos llegado a ser lo que somos.

Claro, en ese caso se trataba de la arenga que dio Enrique V a sus soldados que no se animaban a entrar por la brecha que por fin habían logrado hacer en la ciudad amurallada de Harfleur en agosto de 1415. Sabía que en la Guerra de los Cien Años (1337-1453), varias generaciones ya habían combatido.

¡Adelante, nobles ingleses, por cuyas venas corre la sangre de sus padres que, como buenos Alejandros, combatieron de sol a sol en estos mismos campos, sin envainar la espada hasta conseguir la victoria! ¡No los deshonren, muestren que son sus dignos hijos! 2

La vi de reojo y, sin poder contenerlo, me rebotó esa emoción y se me cerró la garganta sin poder continuar hasta que me apacigüé con un poco de agua. El resto de los alumnos recibió un impacto parecido y el taller de Liderazgo que inspira y motiva basado en Enrique V tomó una altura que nunca antes ni después hemos experimentado.

Desde hace tiempo conozco a algunas personas que creen que si uno llora en público es muestra de debilidad. En realidad, creo que es todo lo contrario: es una muestra de fortaleza como la que tienen esos que pueden compartir sus emociones en público, que tantas veces puede resultar valioso, porque no les importa que fluyan los sentimientos a flor de piel y se expresen de esa manera, independientemente, si estamos o no en la cima del Olimpo.

La ficción nos aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico, que es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo –como escribió Vargas Llosa. Al leerlo, me di cuenta de la importancia que tiene poder alimentarnos de la ficción en nuestra vida. Por fortuna, siempre he encontrado el tiempo necesario para cultivar ese jardín interior, leyendo y escribiendo para entender mejor las cosas de la vida. No puedo olvidar aquellas mañanas en los setentas cuando, antes de desayunar y salir corriendo al trabajo, leía en voz alta un fragmento de la versión de la Ilíada hecha por Alfonso Reyes:

Canta, diosa, la cólera de Aquiles el Pélida,

funesta a los aqueos, haz de calamidades,

que tantas fieras almas de guerreros dio al Hades,

y a los perros y aves el pasto de su vida

–en tanto que de Zeus las altas voluntades

iban adelantando por su propio camino–

desde que la disputa enemistó al Átrida,

príncipe de los hombres, y a Aquiles el divino.

Y con esa lectura, entre Aquiles, el Átrida y Zeus, salía a la aventura, listo para enfrentar lo que fuera, sin miedo para cruzar el estrecho de Caribdis y Escila. Poco a poco, me di cuenta que la ficción era como la vida propia y un poco más intensa que la realidad. Por eso, con ese material dando de vueltas en la cabeza, imaginando el campamento griego, iba colmando las fisuras de la realidad y luego “las grietas del alma” como ha sucedido con algunas obras de Shakespeare, Las tres hermanas de Chejov y Peer Gynt de Ibsen, con las que me he podido desahogar y, de alguna manera, sanar cada una de esas heridas.

La idea la tomé de El giro (The Swerve). De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno (Crítica, 2011) de Stephen Greenblatt, donde nos cuenta la historia de Poggio Bracciolini quien descubrió en 1417, en el monasterio de Fulda, el manuscrito De rerum natura o De la naturaleza de las cosas de Lucrecio,3 poema que lo hicieron perdidizo durante trece siglos.

Antes de ponerse a escribir esa historia, Greenblatt leyó el poema y dice que le interesó porque trataba de colmar una de las fisuras de su psique que tenía que ver con una circunstancia personal, tal como lo explica:

El arte penetra siempre en la persona a través de las fisuras existentes en su vida psíquica, como lo pude comprobar con el poema de Lucrecio que es una meditación terapéutica alrededor del miedo a la muerte, como ese que nos había impuesto mi madre durante toda la vida y que, como niño, no tenía manera de calibrar lo extraño que era esa machacona insistencia relacionada con la inminencia de la muerte que tanto nos afligía y que, nos producía, una angustia tremenda, en esto que fue un acto de una cruel manipulación.

El poema de Lucrecio me sorprendió por ser un relato en donde podemos dejar a un lado las supersticiones impuestas durante la niñez, para que podamos conocer la Naturaleza tal como es o, mejor dicho, tal como la imaginó el poeta Lucrecio en el Siglo I d.C.

Sin duda, nos podemos sentir mejor el día que tocamos fondo y tenemos la energía suficiente para empujarnos, salir a la superficie para respirar hondo y seguir adelante, conscientes de lo efímero de la vida y de nuestra fragilidad, para con eso, disfrutar más lo que nos quede de vida.

Veremos cómo pude colmar algunas de esas grietas con las obras, poemas o personajes que tenían que ver con ciertas heridas que, de alguna manera me han dejado huella, para cicatrizarlas una vez que fluya, de manera extraña pero precisa, eso que pudo causarlas, para que se pudiera llevar a cabo una especie de purificación como la que experimentaban los griegos cuando iban a ver sus tragedias.

Hice una lista de las obras con las que he experimentado la catarsis, expresada, la mayoría de las veces con un llanto incontrolable. Estas son las obras que vamos a revisar, como lo hice en el 2017 en un seminario que ofrecí en el MUAC, cuando se me ocurrió relacionar las heridas personales –las grietas–, con ciertas obras de teatro, de tal manera que cada uno de los participantes pudieran conocer esta experiencia personal y les sirviera de ejemplo para que pudieran hacer su propio ejercicio una vez que encontraran las obras equivalentes con las que podrían colmar sus propias heridas.

Las he vuelto a revisar, escribir, actualizar y corregir para poder explayar las causas y efectos que he experimentado, integrando los parlamentos y las observaciones que tuvieron que ver con la experiencia personal.

Sin duda, la lectura del Arte como terapia de Alain de Botton y John Armstrong,4 me permitió complementar esta idea, una vez que he incluido el arte dramático y la poesía como parte de ese Arte.

Ojalá les sirva de algo para que colmen las grietas relacionadas con estas y otras obras, de tal manera que puedan tocar fondo antes de salir fortalecidos para que puedan andar más ligeros hasta llegar a la meta. Si durante este caminar erguidos un día lloramos sin poder contenerlo, no hay que preocuparse de nada: es un desahogo producto de la catarsis que de alguna manera nos purifica, como le pasó a Vargas Llosa quien, al final de la cena se ha de haber sentido más aliviado, sin importar que hubiera llorado frente a sus invitados mientras celebraba la entrega del Premio Nobel de Literatura.

La catarsis puede colmar las grietas del alma tal como se titula este libro, porque ese es el propósito y que espero les sirva como espejo una vez que han conocido cómo han sido esas inmersiones en cada uno de los casos que aquí desarrollo y que cubren varias situaciones personales.

Catarsis para colmar las grietas del alma, sí, de eso se trata... vamos a ver si lo logro.

La nostalgia y Las tres hermanas de Chejov

Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, e ir con alma ajena,

oír la dulce voz de la sirena

y no poder del árbol desasirse;

arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;

hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;