Fe de erratas en la vida de un editor - Martín Casillas de Alba - E-Book

Fe de erratas en la vida de un editor E-Book

Martín Casillas de Alba

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Beschreibung

He vuelto a la realidad poco a poco, tratando de rescatar la autoestima y darme cuenta de que Pandafilando de la Fosca Vista no era el gigante que yo creía que era, sino unos cueros donde se almacena el vino del ventero. Por eso empecé a recordar y a considerar los años de editor, recuperando algunas cosas que hice (y deshice) durante esos años y así, con estos textos, poder ver las cosas desde otra perspectiva, una vez que hubiese recorrido los campos de batalla en los que dimos lo mejor que teníamos. De manera que hoy vuelvo a caminar con la cabeza en alto, sin pena ni gloria, confirmando que "no hay mal que por bien no venga", pues estoy en casa, cerca de mi mujer, mi familia y mis amigos con los que comparto la vida. He tomado la sartén por el mango y le he dado vuelta a la tortilla. Esta, pues, es una Fe de erratas de la vida de un editor improvisado, con la que pude llegar a disfrutar de todo lo que nos queda, antes de cerrar con broche de oro.

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Veröffentlichungsjahr: 2018

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Primera edición en papel: octubre 2017

Primera edición en libro electrónico: febrero 2018

D.R. © Martín Casillas de Alba

© 2017, Bonilla Artigas Editores S. A. de C. V.

Hermenegildo Galeana #111

Barrio del Niño Jesús, C. P. 14080

Ciudad de México

www.libreriabonilla.com.mx

ISBN: 978-607-8560-08-0 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN libro electrónico: 978-607-8560-42-4

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores

Formación de interiores: María L. Pons y Mariana Guerrero del Cueto

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Fotografía del autor en portada: Daniel de Laborde, 2017

Edición de libro electrónico: javierelo

Los derechos exclusivos de la edición quedan reservados para todos los países de habla hispana. Prohibida la reproducción parcial o total, por cualquier medio conocido o por conocerse, sin el consentimiento por escrito de los legítimos titulares de los derechos.

Hecho en México

Índice

Agradecimientos

Editor de libros, revistas y de un periódico especializado

Los extraños caminos del editor

De la quiebra como experiencia inolvidable

Los laberintos en el trabajo editorial

El caos económico y los sueños de una casa-oficina

La colección Memoria y olvido

El precio de los libros y otras predicciones

Sancho, con las “eratas” hemos dado

Cobrar para pagar y viceversa

Los Geraniosy la economía de trueque

Hasta una librería a la entrada de Los Geranios

Las dualidades que me acompañan

La depresión posparto

Aceptar lo efímero de las cosas

Desaprovechar la ocasión y el consuelo de muchos

Subir al escenario por lo menos una hora

Andar con el alma partida

Editor de trueque: la revista Set-Point para poder jugar tenis

El psicoanálisis de grupo y La ira de Leontes

El azar objetivo y el juicio de Catalina de Aragón

La dimensión del universo desde el observatorio

A vuelo de pájaro

Descubrir el amor cortés

La posición neutral y facilona frente a los conflictos

El mal se hace presente y los sueños desaparecen

Sucesos alrededor de algunas de las obras publicadas

Mucho ruido y pocas nueces

Aprender a olvidar es toda una ciencia

Convertir lo temporal en eterno

Andando el tiempo de la mano de Eraclio Zepeda

Recordar a aquellos a quienes estamos agradecidos

Una antología poética, con tal que se publique Hoy domingo

Imágenes distorsionadas por el pasado

Aprender a vivir en la dificultad

Cuarenta años cumplidos

Tener una segunda oportunidad

Marilyn Monroe y yo

Cuando ayer, hoy y mañana dejan de tener significado

Las dificultades de publicar la primera obra

El suicidio

Cerca del infierno, una publicación brillante

¡Siempre listos!, de eso se trata

¿Lo mejor que he hecho en mi vida?

Regresar todas las veces

Un furioso canadiense nos entrega el hotel

El sueño se había hecho realidad

Caminar por la playa

Todo tiene que cambiar, ¿para que todo siga igual?

Liderazgo del cambio y la transformación

Una revista atamañada

Ir y quedarse, y con quedar partirse

El recuento de las aventuras

El retorno

Sobre el autor

La vida no es la que uno vivió,

sino la que uno recuerda para contarla.

Gabriel García Márquez

Todo es así, todo pasa de esta manera,

todo se olvida, todo queda atrás.

Fernando de Rojas

Agradecimientos

Los agradecimientos van desde la lectura que hicieron Bernardo y Lupita Ávalos de la primera versión novelada, con el título A la orillita del río, en donde había creado al alter ego Matías Ventura, a quien Andrés, mi hermano, sugirió que le quitara lo de alter y dejara el puro ego, cosa que hice en una segunda versión, porque, en realidad, es una autobiografía de los años en que fui editor, de 1977 a 1984.

Las sugerencias de los Ávalos fueron afortunadas y por eso edité una segunda versión que Catalina Corcuera y Armando Hatzacorsian conocieron y propusieron que fuese más directa y que tuviera otro título.

Ahora, la obra tomó un tercer aire al tiempo que le pedí a Rodrigo Johnson y a Cecilia Kühne, dos viejos amigos que tienen mucha imaginación, que me ayudaran a encontrar un mejor título para el libro.

Entre otras propuestas, Rodrigo me mandó Fe de erratas que me gustó mucho porque puede tener un doble sentido relacionado al oficio, sólo le agregué en la vida de un editor para aclarar, desde el título, el ámbito de la obra.

Le agradezco a Santiago Urquiza por haberme invitado a escribir un texto sobre Las Camelinas para que se publicara como parte de las memorias de los veinte años desde que convertimos ese sueño en realidad y que ahora reproduzco porque parece que es lo mejor que he hecho y, paradójicamente, no tiene nada que ver con el mundo editorial.

Cuando terminé de corregir esta versión, le pregunté a Juan Luis Bonilla, editor de toda la vida y uno de esos que ya no existen, si lo podía publicar cosa que aceptó y, al hacerlo, nombró a Marisol Pons la editora responsable, una mujer de talento y oficio que lo ha leído como lo hace una profesional y me ha sugerido cortes, evitar algunas repeticiones y textos anticipados para que no perdiera el punch. Por supuesto que le hice caso y, de esta manera, hemos llegado a esta cuarta y definitiva versión que será la que podrán leer de corrido, escrita de la misma manera como funciona la memoria: que va y viene por el tiempo con todo y las asociaciones que vamos haciendo y que espero disfruten y ojalá les sirva de espejo.

Para mis nietos,

Javier, Gabriela, Joaquín Casillas y para el pequeño Matías,

una historia que, ojalá, les sirva de espejo

Editor de libros, revistas y de un periódico especializado

Hace poco más de treinta años, en mayo de 1985, se llevó a cabo lo que sería la última reunión del Consejo de la editorial que, con mucha creatividad, como se pueden imaginar, registré como Martín Casillas Editores, SA, en donde el plural venía a cuento por el deseo de que un día, Martín, mi hijo, se uniera a esta aventura y, de esa manera, pudiéramos justificar la razón social.

Para ese año ya habíamos publicado unos cien títulos, entre ellos, los de algunos autores que ganaron el Premio X. Villaurrutia o que lo habían hecho antes con otras obras, logrando así un cierto prestigio.

Desde entonces ya llovió y, como sucede después de los aguaceros, llega la calma y las cosas se aclaran para ver el paisaje sin las nubes que ocultan los altibajos y dejan el cielo azul para poder ver las fallas y los errores, las barrancas y esas orillas que dan a los precipicios por donde anduvimos y que ahora relatamos ya que hemos llegado, como decía Vicente Quirarte: “a la tranquilidad después de haber librado tantos combates y de haberlo hecho con valor, arrastrados por la ola de la pasión, como si ese fuese nuestro destino.”1

Aunque la memoria nos puede engañar, he tratado de referirme a los hechos sin poder hacer a un lado los sentimientos y las emociones como las que, a veces, nos ganan a pesar de que queremos ser objetivos y racionales. Mientras recuerdo los sucesos de esos años, pienso en la familia y en los amigos con los que he compartido diferentes épocas de mi vida.

La cronología de los hechos avanza, gira y da vueltas pero, a fin de cuentas, cubren lo más importante de lo sucedido en la década de los ochenta y principios de los noventa, como si de esta manera tomara los hilos de una madeja para ir tejiendo el entramado de esa época.

Me siento bien, todo un Ulises: he podido regresar a casa para darme el tiempo de escribir algunas de las aventuras y desventuras que enfrenté antes de dedicarme a escribir mi primera novela, Confesiones de Maclovia publicada por El Equilibrista en 1995, en donde reuní una serie de relatos alrededor de la vida de mi abuela Maclovia “Cova” Cañedo (1859-1933), después de haberlos imaginado durante años cuando estaba en la duermevela.

“La mayor gloria no es caer, sino levantarse siempre”, decía Nelson Mandela, una situación que asocio ahora que escribo estas memorias recién cumplidos los setenta y cinco años de edad.

Como se podrán imaginar, a estas alturas de la vida recuerdo lo que logramos con algunos de los libros, así como la manera en que pude sobrevivir en plena crisis económica, para reconocer la habilidad de cambiar de estrategia, es decir, dejar de publicar libros y dedicarme a publicar la revista La Plaza, Crónicas de la vida Cultural en Coyoacán y luego, su hermana gemela, La Plaza deGuadalajara, así como, la revista El Inversionista basada en los sucesos alrededor de las empresas registradas en la Bolsa Mexicana de Valores, antes de ser fundador del periódico El Economista y su director editorial desde diciembre de 1988 hasta mayo de 1994. Ahí me hice cargo de varias cosas: conseguí el capital para arrancar el proyecto después de haber contactado a mi amigo Pedro Cortina, empresario de prestigio, quien se interesó por el periódico e invitó al resto de los accionistas, de manera que fuimos doce y cada uno con el 8.33% de las acciones; establecí las bases del diseño del periódico, y mi amigo Adolfo Patrón, entonces director general de Resistol, nos sugirió que usáramos el color del papel "durazno" como lo utiliza el Financial Times; diseñé y contraté la tecnología, que en ese momento era de punta, con una redacción en línea sin que hubiera una sola máquina de escribir; creamos un pequeño centro de investigación con alumnos de economía del ITAM —que duró por lo menos un año— al tiempo que establecí los principios éticos y morales del periódico —que se vieron rebasados. Sobre la marcha, imaginé junto con Rosario Avilés, quien entonces era una joven editora de finanzas, la estructura que debería tener el periódico, por especialidades, para que los que ingresaran al periódico pudieran hacer una carrera ahí, y que supieran, cómo podían ascender, dentro de sus propias limitaciones, para poder realizar su sueño. El director tiró a la basura aquel proyecto de reorganización y yo abandoné la empresa. Ahora, Rosario y José Luis Gaona, su esposo, junto con su hija Amaranta, son dueños y dirigen Contacto en Medios, una agencia de relaciones públicas en donde, a partir de mi llegada de España en marzo del 2015, he colaborado como Mentor de varios ejecutivos.

Como ejecutivo y socio de El Economista apliqué la creatividad que he tenido desde siempre, aunque tuve uno que otro fracaso, como con una revista o suplemento dirigido a la mediana y pequeña empresa, mismo que se publicó sin poder convencer a la dirección ni al Consejo —una de mis debilidades—, para que fuera parte del periódico y no una publicación independiente. Un año después de haberla publicado la cerramos; creo que nos había costado poco más de un millón de pesos de aquel tiempo.

Durante ese tiempo, más que los asuntos que tenían que ver con la economía y las finanzas, revisaba por la tarde-noche la columna política que entonces escribía Francisco Hernández y me hice cargo de la sección cultural con todo y el suplemento cultural La Plaza, que fue mi salvación. Con esa sección logramos un ambiente de trabajo que contrastaba con el resto de la redacción: los colaboradores de la cultura tenían sentido del humor, eran originales y disfrutaban lo que hacían.

En una de las comidas que organizaba Margarita Peimbert Sierra en su casa de Coyoacán con algunos de los que habíamos trabajado en el Conacyt cuando su director era el doctor Edmundo Flores: como Carmen Barro, Elena Carrera, Mirtha Campillo (que sería la esposa de Edmundo y por eso se convirtió en Mirtha Campillo de Flores), Rodolfo “Rudy” Figueroa, el doctor Manuel Gollás (QPD) y varios más que en este momento no recuerdo... bueno, pues, al terminar la comida me dijo Margarita que su hija Cecilia acababa de terminar la carrera en Filosofía y Letras en la UNAM, y que era buena escribiendo. Por eso, pensaba que me podría ayudar en el periódico. Entonces pensé:

—¡Caray!, nada más me falta empezar a contratar a las hijas de mis amigos…

Le dije que sí, que con mucho gusto la vería, pero que me llevara algo de lo que había escrito para ver lo qué podíamos hacer. Resultó que Cecilia Kühne Peimbert fue lo mejor que me pudo haber pasado durante esos años en El Economista: entró al periódico antes del primer día de diciembre de 1988 y resultó que era miembro de una nueva generación, inteligente, culta, liberal y desparpajada —bisnieta de don Justo Sierra y nieta de doña Catalina—, que me cautivó desde el primer día que llegó porque, además de ser muy buena escritora, era original y muy creativa.

Ella, a su vez, invitó a varios amigos de su generación para colaborar en la sección cultural, amigos que sigo viendo a la fecha, como Rodrigo Johnson, actor y director de teatro que, entre otras obras, montó hace unos años Rey Lear de Shakespeare y que, además, se le ocurrió que leyéramos las obras completas de Shakespeare, cosa que hicimos a partir de enero del 2000, cada otro sábado, en mi casa de Tlalpan, hasta el 2004, cuando terminamos de darle dos vueltas a las treinta y siete obras de teatro, los ciento cincuenta y cuatro sonetos y los tres o cuatro poemas líricos, en esa lectura que hice —como me acabo de dar cuenta— cuando tenía 60 años de edad y que ha resultado ser un parteaguas en mi vida. Rodrigo ahora es director de La Compañía Perpetua y sigue dirigiendo obras con mucho éxito.

También colaboraba Flavio González Mello, guionista, maestro y director de teatro, quien escribió, entre otras obras, 1821, el año que fuimos imperio. Flavio es ahora, tal vez —o sin el tal vez— el mejor guionista que hay en México; Pablo Soler Frost, intelectual y escritor de primera magnitud; Javier García-Galeano, escritor que, en ese momento, dirigía un grupo de su generación que se llamaban Los Celtas, expertos y aficionados al futbol y a las letras, que un día me propusieron publicar en el suplemento de los viernes una novela por entregas titulada Contacto en Bucarest, en donde cada capítulo sería escrito por un miembro diferente de su grupo.

Así lo hicimos, hasta que un día ya no se entendía nada y les tuve que decir que “a ver cómo le hacen, pero que hay que terminarla.”

Entonces, decidieron “asesinar al editor” en un departamento de Villa Olímpica y con esa violenta escena le dieron fin a la novela, vengándose de manera virtual del “editor” que les puso un “hasta aquí”. Creo que aplicaron esos principios freudianos que aseguran que es mucho mejor imaginarse las cosas y escribirlas que actuarlas. Hoy en día, nos reímos de acordarnos de esas y otras historias que eran parte de ese espíritu que, junto a la tolerancia y el sentido del humor, eran parte del contenido de la sección cultural del periódico cosa que se reflejaba, pues logramos hacer una edición justo para nuestros lectores y llena de vida.

Fueron días felices. Sobre todo los lunes cuando planeábamos el suplemento del viernes, así como el resto de la semana, revisando y sugiriéndole a Kühne algunos contendidos de la página cultural en la que ella escribía su columna Almanaque.

Para no aburrirme, durante la hora cero del periódico, me puse a escribir la columna Juego de espejos, título que desde entonces (1990) utilizo, porque todo lo que deseo, con lo que se me ocurre escribir, es que los lectores se vean reflejados y les funciona como tal.

Kühne tomaba datos del Más Antiguo Galván y les daba la vuelta de manera sorprendente. No dudo que algunos de nuestros lectores compraran la revista para leer nada más esta columna.

Para que tengan una idea, publico esta nota que guardo desde hace años cuando Cecilia la escribió un 15 de mayo de no sé cuándo, tal vez, del mismo 1994, el día de mi cumpleaños y ya me había ido del periódico, además de ser el día de San Isidro Labrador al que le piden que quite el agua y ponga el sol:

Almanaque. 15 de mayo de 1994.

Nacimientos: Frank Baum, creador de El Mago de Oz (1856); Pierre Curie, científico, marido de María (1859); Richard Avedon, fotógrafo (1923).

Muertes: Santa Dympa, mártir del siglo VII; Alban Buttler, autor de la primera Vida de los Santos (1773); Donald F. Duncan, inventor del Yo-Yo (1971).

Dympa tuvo una historia tan fea como su nombre. Desde pequeña sufrió lo indecible por culpa de su padre, un enfermo al que le daba, primero por cometer incesto con ella y, después por ponerse a desvariar, maldecir, arrepentirse, rezar y cantar tres cancioncitas típicas, siempre la mismas. Un día, harta y asustada, salió de su natal Bélgica y tomó camino para Irlanda. A la mitad del camino su padre la encontró y le dio una muerte tan horrible que es imposible describir aquí. Algunos años después los prelados de la iglesia la compensaron de tanto sufrimiento y la canonizaron, convirtiéndola en la patrona de los locos, los lunáticos y los que sufren desvaríos.

Los romanos, muy dados a la fiesta, celebran este día el aniversario del nacimiento de Mercurio, hijo de Júpiter y de la diosa Maia, una más de las doncellas que sucumbió a la fascinación de este coqueto dios. Cuenta la mitología que cuando Mercurio era muy pequeño y estaba preso de la aburrición, le robó el ganado a Apolo mientras este dormía, convirtiéndose así en el santo patrón de los ladrones que, al fin y al cabo, también tienen su corazoncito. El joven dios, gracias a ciertos atributos mágicos —como su capa, sus sandalias aladas y su caduceo— era capaz de recorrer grandes distancias a una velocidad sorprendente y de llevar cualquier recado que le hubiera sido encomendado. El día de hoy, es un día feliz para todo aquel que tenga ganas de robarse algo.

El 15 de mayo de 1867, después de haber sido sitiada dos meses, la ciudad de Querétaro fue entregada al esforzado Mariano Escobedo, general en jefe de las fuerzas republicanas que habían combatido al emperador Maximiliano. Este último, todo ojos azules y con fuertes ataques de dispepsia, corrió a refugiarse al Cerro de las Campanas donde, después de tomar seis botellas de Agua de Seltz y sin la menor burbuja de esperanza, terminó entregando su espada al general Escobedo, rindiéndose y preparándose para su posterior fusilamiento.

Las personas nacidas el día de hoy cuentan con el favor de los dioses, el cariño de los propios, la envida de los ajenos, una buena estatura, una pinta mucho mejor y les da por dedicarse a los libros, las literaturas, las computadoras y el rescate de aquellas almas perdidas que no saben más que hacer chistes, obras de teatro, películas o un enredo increíble de sus vidas. No habría palabras o columnas suficientes para agradecerles tanta e infinita paciencia ni para decirles cómo se les tiene amor del bueno.

Un día me sorprendió Prudencio López, empresario importante y uno de nuestros lectores, diciéndome que me quería felicitar. Creí que era por el periódico, pero no: resultó que nos quería felicitar por La Plaza. Desde entonces les estoy agradecido y seguimos en contacto, manteniendo una buena relación basada en la fidelidad y el agradecimiento.

Desde que decidí entrarle a este proyecto, me preocupé por conocer los gustos, deseos, sueños y costumbres de nuestros futuros lectores y, para eso, me puse a leer La teoría de la clase ociosa de Thorstein Veblen, en donde el economista John Kenneth Galbraith explicaba de qué se trataba, de esta manera:

La tesis de la teoría de la clase ociosa puede exponerse rápido: es un tratado, el más comprensivo jamás escrito, sobre el esnobismo y presunción social. Parte de él es aplicable a la sociedad norteamericana de fines del siglo XIX —en plena edad sobredorada del capitalismo norteamericano— pero es más pertinente en el caso de la opulencia moderna.

Los extraños caminos del editor

Vamos a empezar a caminar por la línea del tiempo como uno de esos equilibristas que van por los aires, en un ir y venir, arrastrado por la ola de la pasión, como ha sido mi destino, recordando los años de mi vida como editor en la que llegué a publicar cien títulos de literatura mexicana, y hacer dos o tres revistas antes de dar otro salto mortal, feliz de haber podido sobrepasar la crisis económica para llegar a crear y ser director editorial de un periódico especializado, antes de seguir adelante con la vida.

Diario: 8 de marzo, 1981.

El 18 de febrero de 1980 firmé mi renuncia como Director de la revista Ciencia y desarrollo del Conacyt. Al día siguiente me fui a la casa de Cuernavaca que había comprado Lorenza, entonces mi esposa y madre de mis dos hijos: Martín (1964-) y Claudia 1965-). Me fui después de doce años de trabajo en IBM de México y tres como editor de la revista de ciencia sin haber tenido respiro alguno, para ver si podía recuperarme una vez que creí que era “víctima del cambio” y de haber renunciado a esa revista. Dejé de tener ese ingreso con el que mantenía los gastos de la casa y, por primera vez, abandoné a la familia. Pensé que era la única manera de reconstruir el ánimo, dejando a un lado el mundanal ruido, sea el que sea, para lograr un poco de paz como la que necesitaba, sobre todo, después de haber trabajado como nunca en mi vida publicando esa revista.

Necesitaba recuperarme y tomarme un tiempo, como si fuera el sabático que nunca había tomado. Necesitaba ese paréntesis como si fuera un largo párrafo en mi vida, pues había empezado a trabajar desde que tenía 22 años de edad, como operador del Centro de Cálculo de la Universidad de Freiburg, i.Br., en Alemania, para seguir trabajando —recién llegado a la ciudad de México, casado, y a punto de ser padre, como lo fui el 29 de marzo de 1964— en IBM de México en donde me trataron como persona. Empecé como programador, seguí como ingeniero de sistemas antes de pasar al grupo de vendedores —los meros consentidos— para llegar a ser gerente de ventas en universidades y, finalmente, doce años después, ser asistente del presidente y gerente de comunicación, a cargo, entre otras muchas cosas, de la revista Nonotza con la que hice mis pininos en el mundo editorial.

Sobre esta revista, la joven Marcela Duharte Solís, de El Colegio de México, escribió para su tesis, en el 2017, lo siguiente:

Nonotza fue una revista publicada trimestralmente por IBM México entre 1974 y 1994. El proyecto surgió por la afinidad intelectual del señor José Guerra, presidente de la compañía en ese entonces y Martín Casillas del Alba para reflexionar sobre las relaciones que había entre la sociedad y el uso de las computadoras. La revista se caracterizó por asumir un esfuerzo permanente en adaptar a la circunstancia mexicana, una tecnología informática adecuada a los requerimientos de las actividades científicas y tecnológicas del país, así como para difundir artículos sobre el uso de la informática y la computación en el sector productivo y la administración pública.

Hoy en dia sigo trabajado sin parar, pero ahora hago lo que más me gusta, tal como había soñado desde que era joven.

A la etapa en la que me encuentro, en los mitos le llaman “el retorno”, es decir, cuando ya hemos hecho todo lo que pudimos hacer y, finalmente, como Odiseo después de la guerra de Troya, regresa a casa para recordar y contar sus aventuras.

Cuando dejé de trabajar en el Conacyt pude respirar y ver lo qué era vivir sin horarios, hacer un esfuerzo y aprender a cocinar, cosa que nunca aprendí por ser de la generación en la que las mamás nos corrían de la cocina diciéndonos que ese no era lugar para los niños. Decidí irme solo a Cuernavaca a leer esos libros que necesitan del tiempo que no había tenido entre tanto quehacer; para poder concentrarme sin preocupaciones, como es necesario cuando se leen este tipo de obras. También quería tener tiempo para escuchar la música que exige toda nuestra atención, por ejemplo, las sinfonías de Mahler.

Durante algunos meses pude leer En busca del tiempo perdido de Proust, La montaña mágica de Thomas Mann, el Gran Sertón Veredas de Joao Guimarães Rosa, recomendado por Juan Rulfo después de que me preguntara si había leído “La tercera orilla del río”, un cuento de ese brasileño.

—¿Cómo? ¿No lo has leído, Martín? —me dijo una tarde en la librería El Ágora donde nos veíamos una que otra tarde.

—No Juan, no tengo la menor idea de quién es ese autor.

Y allí mismo compré el Sertón, que puede leer después. Para que tengan una idea de lo que es este autor, reproduzco el primer párrafo del Gran Sertón Veredas:

Nonada. Los tiros que usted ha oído han sido no de pelea de hombre, Dios nos asista. Apunté a un árbol, en el corral, en el fondo del barranco. Para estar en forma. Todos los días lo hago, me gusta; desde apenas en mi mocedad. Entonces, fueron a llamarme. Por mor de un becerro: un becerro blanco, defectuoso, los ojos de no ser —habrase visto— y con careta de perro. Me lo dijeron; yo no quise verlo. Incluso que, por defecto de nación, remangado de hocico, parecía reírse como persona. Cara de gente, cara de can: decidieron que era el demonio. Gente parva. Lo mataron…

Así es el lenguaje de Guimarães Rosa en esta obra que nos sorprende desde que empieza hasta al final. También leí Rayuela de Julio Cortázar y Bajo el volcán de Malcolm Lowry, sobre todo, porque iba a estar ese tiempo en Cuernavaca y, a lo mejor, podía organizar un tour cultural enseñando las cantinas y los lugares donde se lleva a cabo la acción.

Diario: Poco a poco, supongo que empezaré a disfrutar del “no horario”, de los atardeceres y de una vida en donde voy a tener que aprender a estar conmigo mismo. Me he traído mi Vespa-Ciao. Por las mañanas empezaré a correr. La vida me vuelve a sonreír…

Dos meses después, el Conacyt me liquidó por los tres años trabajados que me sirvió para echar a andar la editorial.

La primera idea que tuve era la de publicar libros ilustrados, vendiendo la edición completa por anticipado. Sería una editorial de coffee table books. Pensé que podía empezar con El caballo en la pintura mexicana, una vez que me lo comprara Domecq; otro sobre el acero, Aprestad y el bridón —a ver quién le entiende— para el Grupo Alfa; Las arboledas para el Grupo Chihuahua; Los instrumentos del hombre para IBM de México; Los científicos de México para el Conacyt y México hoy, sobre los artistas y sus oficios, para alguna otra institución. Luego, a lo mejor, publicar una serie de libros de literatura. Con estas ideas, empecé la editorial.2

Años después le aprendí a Carlos Casasús —con quien trabajé cuando fue presidente de la Cofetel y despues, los dos como independientes inventamos la red de información de los puertos mexicanos, Infoport— cómo concentrarse en un asunto, sin hacerle el menor caso al ruido que lo podría copar. Durante esa hora, o las que necesitaran en cada ocasión, la dedicaba cien por ciento al tema que fuera, sin pensar en otra cosa, y así decidía sobre las políticas para las comunicaciones por despegar o cómo defenderse de los comisionados o cómo preparar su reunión con el subsecretario, al tiempo que entendía las tecnologías, armaba una memoria para la Comisión y leía cómo mejorar su golf para el fin de semana, antes o después de dormir una siesta recuperadora. Me costó trabajo, pero poco a poco logré domar a las bestias desbocadas, hacerlas a un lado, dejarlas pastando en el campo y así poder, sentarme durante unas horas, a leer una obra de Shakespeare sin que nada me distrajera. Trataba de entender —al leer, traducir y escribir— lo que habia detrás de Macbeth y su Lady, cuando mientras leía y volvía a leer, aterrado de lo que aquella mujer era capaz de hacer, como arrancar a su hijo de su pecho, si fuese necesario, y estrellarlo contra las rocas con tal de que las fuerzas endemoniadas le dieran el valor y la fuerza necesaria a su marido para matar a Duncan, el Rey y huésped en su castillo, sin saber que más adelante el marido nos confesara que no volvería a dormir:

Macbeth ha matado el sueño! —el sueño inocente, el sueño que teje los enmarañados hilos del desvelo, la muerte de todos los días, el baño para el arduo trabajo, el bálsamo para las almas heridas, el plato fuerte de la Naturaleza y el principal alimento del festín de la vida.

Aprendí a concentrarme el tiempo necesario para digerir lo que leía, sin que me importara ninguna otra cosa, y lo hice sin necesidad de esperar otros siete años para tomar otro sabático. Por eso, entre otras cosas, le estoy agradecido a Charlie que, sin darse cuenta, me enseñó esto que ha sido tan útil en mi vida.

De la quiebra como experiencia inolvidable