Corazón arrepentido - Margaret Mayo - E-Book
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Corazón arrepentido E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Anna y Oliver se habían casado muy enamorados, pero solo habían pasado seis meses desde su boda y su matrimonio estaba a punto de romperse. Oliver había cometido un terrible error que había hecho que su mujer dejara de confiar en él. Aun así, estaba convencido de que si volvía a seducirla conseguiría que lo perdonara. Anna deseaba a Oliver, pero intentaba resistirse. Quería que él se diera cuenta de que, a pesar de que su vida sexual era maravillosa, ella necesitaba algo más que un buen cuerpo, necesitaba estar segura de los sentimientos de su marido.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Margaret Mayo

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón arrepentido, n.º 1203- junio 2021

Título original: The Wife Seduction

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-584-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ERES feliz?

Ana se arrebujó contra Oliver, sintió el calor de su cuerpo y asintió. Aquello era como un sueño hecho realidad. Tras haber pasado dos semanas en la casa de campo de su hermana con el maravilloso Oliver Langford, estaba completamente enamorada. En el transbordador de vuelta a Inglaterra, le había pedido que se casara con él y ella se sentía la chica más feliz del mundo. Oliver era increíble, era todo un hombre. Nunca se separaría de él.

Lo había conocido en el viaje de ida y, a los pocos días, se lo había encontrado en la puerta de su casa. Como en una película. No sabía cómo se había enterado de dónde vivía, pero le había dado igual. Le había invitado a entrar y a quedarse el resto de las vacaciones con ella.

Era impresionantemente guapo. Alto y moreno, con ojos color ámbar y un impresionante magnetismo.

En el trayecto para cruzar de Fishguard a Rosslare, el mar estaba bastante revuelto. Anna había ido a la tienda y, en una sacudida del barco, había perdido el equilibrio y allí estaba él, con los brazos abiertos, para sujetarla.

Ella había notado una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Nunca le había pasado nada igual. Sintió una respuesta física desconocida que la asustó.

—Lo siento —dijo en un hilo de voz. Era como si no hubiera suficiente aire en la tienda, como si todos los demás presentes hubieran desaparecido y solo hubieran quedado ella y el extraño en una burbuja de sensualidad.

—El placer es mío —contestó él como si estuviera experimentando lo mismo que Anna.

No podía dejar de mirarla. La miraba a los ojos como buscando respuestas. Observó con ansia su boca y luego volvió a mirarla a los ojos.

—¿Quiere que la acompañe a su sitio? —le había preguntado con aquellos ojos color ámbar fijamente en ella. Anna había sentido un deseo incontrolado.

¿Cómo podía ocurrirle algo así con un perfecto desconocido? No tenía sentido.

—Voy yo sola —dijo apartándose de él con dignidad. No se dio cuenta de que las dos esmeraldas que tenía por ojos reflejaban su deseo.

Anna había vuelto a su sitio y no lo había vuelto a ver hasta que se había presentado en su casa. Sin embargo, había pensado en él constantemente y, cuando lo vio, casi se murió del miedo. Fue como si hubiera conseguido que volviera a aparecer en su vida simplemente pensando en él.

Aquellas dos semanas habían sido la mejor época de su vida. Había ido a aquel maravilloso rincón del sur de Irlanda en busca de paz y tranquilidad tras un trabajo que había salido mal y había encontrado pasión y diversión jamás imaginados. El clímax había sido ya que Oliver le hubiera pedido que se casara con él.

 

 

—¿En qué piensas? —preguntó Oliver acariciándole la nariz. Por fin, el destino se había portado bien con él. Anna era muy diferente a las otras mujeres que había conocido. No podía creer la suerte que había tenido.

Anna giró la cara para mirarlo con aquellos ojos verdes suyos, que se sonreían, su cabellera pelirroja que contrastaba con la palidez de su rostro cubierto de pecas; pecas que había besado una tras otra.

—Estaba pensando en cómo nos conocimos —contestó Anna—. Estaba pensando en lo rápido que ha sido todo. Hace dos semanas no te conocía y ahora estamos prometidos. ¿Me habré vuelto loca?

—Si tú estás loca, yo, también —dijo Oliver sonriendo con ternura—. Hace dos semanas ni siquiera me fijaba en las mujeres, pero tú eres una persona muy especial, Anna Paige. ¿Lo sabías? Eres como una bruja disfrazada que me ha hechizado. Creo que lo mejor será hacer todos los preparativos de la boda en cuanto lleguemos.

—¿No sería mejor esperar para estar seguros? —preguntó cauta.

—Yo estoy seguro —declaró Oliver—. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Quiero tener hijos, quiero… todo. Tu amor, tu devoción, tu amistad, tu compromiso. Eso es lo que yo te daré a ti. ¿Pido demasiado?

Oliver aguantó la respiración mientras esperaba a que Anna le contestase.

Para su alivio, ella sonrió y lo besó.

—Eso es exactamente lo que yo quiero —murmuró con pasión.

Si no hubieran estado en un lugar público, Oliver le habría hecho el amor allí mismo, pero tuvo que contentarse con un beso. Anna era tan encantadora que no podía dejar de tocarla.

Algo le había llevado a seguirla después de su encuentro en el transbordador. Al pensar que no iba a volver a verla, casi se había vuelto loco. Había maldecido la conferencia que le había mantenido apartado de ella durante tres días.

Se había dicho una y otra vez que debía de estar loco porque nunca había sentido una atracción semejante por ninguna mujer. Pensó que tendría novio, no podía imaginarse que una criatura tan radiante y bonita como Anna no estuviera con otro hombre.

Por eso, cuando llamó a la puerta de su casa, estaba muerto de miedo. Fue como un sueño hecho realidad descubrir que no tenía pareja… y que se mostraba tan contenta de verlo como él de verla a ella.

—¿Cuándo quieres que nos casemos? —preguntó Anna.

—En cuanto podamos —contestó él disfrutando de la dulzura de su boca, embriagándose de su olor, que lo volvía loco. No podía estar ni siquiera unos minutos separado de ella porque sus hormonas masculinas se revolucionaban. Estaba excitado todo el día—. No quiero correr el riesgo de que llegue otro y te vayas con él.

—Eso no ocurrirá —contestó ella sonriendo—. Tú también me has hechizado.

Aun así, Oliver no quería correr el más mínimo riesgo. Tenía intención de que el enlace tuviera lugar tan pronto como fuera posible. No se conocía todos los días a la mujer con la que uno sabía que quería pasar el resto de su vida. Anna era diferente y Oliver no quería perder el tiempo.

Pretendía llevarla a Cambridge a conocer a su padre en cuanto llegaran a puerto. Esperaba que pasara la noche en su casa antes de tener que volver a Londres, donde tenía un piso alquilado. Le aterraba la posibilidad de que, al no estar juntos, ella se olvidara de él, pero Anna tenía que arreglar unas cuantas cosas antes de irse a vivir con él.

En aquellas dos apasionadas semanas en Irlanda se había dado cuenta de lo preciosa que era para él. Sin ella, le costaba incluso respirar.

Para lo que no estaba preparado, aunque debió de haberlo supuesto, fue para la reacción de su padre.

 

 

—Papá, te presento a Anna Paige, la chica con la que voy a casarme.

Anna sonrió a Edward Langford, que no era tan alto y grande como su hijo, pero que tenía los mismos ojos de león que él, y una larga barba blanca.

Anna le tendió la mano, pero, para su sorpresa, él no se la estrechó. Sus ojos revelaban enfado y condena. Era obvio que la rechazaba.

Anna no tenía ni idea de por qué. Después de mirarla de arriba abajo con desprecio, como si no se mereciera estar en la misma habitación que él, miró a su hijo.

—¿Te has vuelto loco, Oliver?

—No, papá —contestó con firmeza—. Quiero a Ana —añadió agarrándola de la mano.

—¡Amor! ¡Bah! ¿Desde cuándo la conoces?

—Desde hace dos semanas, pero el tiempo no importa. La quiero y no me importa lo que digas. Nos vamos a casar en cuanto tengamos todo listo. No hay razón para esperar.

—Estás loco —dijo el padre rojo de ira.

—Si él está loco, yo, también —apostilló Anna—. Yo también quiero a Oliver y me quiero casar con él. Siento mucho que usted no opine lo mismo, señor Langford, pero le aseguro que…

Anna fue interrumpida por un ama de llaves que entró para decirle a Oliver que le llamaban por teléfono porque había problemas en una de las propiedades.

—Ve a ver qué pasa —dijo su padre—. Ha habido problemas mientras tú estabas fuera.

—No pasa nada —le dijo Anna a Oliver sonriendo. Él le había contado que su padre se había jubilado y que había dejado todo en sus manos, así que le correspondía a él hacerse cargo de la situación.

—¿Sabe de verdad por qué mi hijo le ha pedido que se case con él? —preguntó Edward en cuanto Oliver salió por la puerta.

—Porque me quiere, señor Langford, como yo a él —contestó Anna un poco sorprendida—. ¿Sugiere que hay otra razón?

—No lo sugiero. Lo sé. Está enamorado de otra mujer, pero se han peleado y Oliver le ha dicho que han terminado. Esto ya ha ocurrido otras veces y siempre vuelven.

—¿Se refiere a Melanie, por casualidad?

—¿Le ha hablado de ella? —preguntó Edward enarcando las cejas.

—Claro. No tenemos secretos. Un buen matrimonio debe basarse en la confianza y el entendimiento, así que nos hemos contado todo sobre nuestros pasados —contestó Anna. Ella le había hablado de Tony, el chico con el que había estado prometida y él le había hablado de Melanie, la chica con la que su padre quería que se casara.

—Si se casa con usted, será por despecho.

—No creo. Él me ha asegurado que la relación con Melanie ha terminado —contestó Anna recordando que él le había dicho que se alegraba de ello. Melanie era la hija de un amigo íntimo de su padre. Oliver se había enterado de que ella iba alardeando de que era un semental del que, además, podía obtener mucho dinero.

«¿Cómo sabes que yo no solo quiero tu cuerpo también?», había bromeado Anna bajándole la bragueta y metiendo la mano. Oliver había gemido de placer y la contestación había tenido que esperar un buen rato.

—Mi hijo ya tiene suficientes cazafortunas detrás —insistió Edward Langford—. Usted ha sido más lista que las demás, pero su dinero es mi dinero y yo no voy a permitir que se lo lleve cualquier fresca —dijo en un tono que hizo temblar a Anna.

—Cuando conocí a Oliver, no tenía ni idea de que venía de una familia de dinero —contestó Anna fríamente—. Me enamoré de él, del hombre. Me habría enamorado igual si hubiera estado en el paro. El dinero no me interesa. Solo necesito lo justo para comprar ropa y comida.

—¿Se supone que me tengo que creer eso? Bueno, señorita, yo creo que no hay ni una sola mujer sobre la faz de la tierra a la que el dinero no impresione —dijo yendo hacia una mesa y sacando una chequera—. Tome, quédese con esto y olvídese de este asunto.

El importe del cheque era escandaloso, suficiente como para haber vivido toda su vida, pero a Anna no le interesaba el dinero. Se sintió ofendida. Lo único que quería era casarse con el hombre a quien amaba.

—No quiero su dinero, señor Langford —contestó indignada—. Veo que usted no cree en el amor, pero yo, sí y Oliver, también. Lo único que queremos es estar juntos —añadió agarrando el cheque, rompiéndolo en trozos minúsculos y dejándolos caer al suelo—. Esto es lo que puede hacer con su dinero.

—Es usted una estúpida. Está cometiendo el peor error de su vida —dijo Edward con los ojos encendidos por la furia.

—No comparto su opinión, pero me parece muy bien que la tenga.

—Como veo que no puedo persuadirla para que cambie de opinión en cuanto a esa boda, le advierto que si alguna vez hace daño a mi hijo, señorita Paige, lo que sea, se las tendrá que ver conmigo. No le quepa la menor duda.

 

 

Cuando Oliver volvió, Anna estaba sola en la habitación. Había recogido el cheque y lo había guardado en el bolso para tirarlo.

—¿Dónde está mi padre? —preguntó con el ceño fruncido.

—Me parece que tenía cosas que hacer —respondió Anna encogiéndose de hombros. No quería contarle lo que le había ocurrido.

—Siento mucho que no te recibiera como tú te mereces —le dijo abrazándola—. No me esperaba que reaccionara así.

—No importa. Me voy a casar contigo. Es a ti a quien quiero.

—Vámonos a casa. Quiero hacer un par de cosas contigo.

El cuerpo de Anna respondió afirmativamente y se alegró mucho de salir de Weston Hall, la casa familiar, rodeada por una enorme propiedad a las afueras de Cambridge.

Oliver vivía en Weston Lodge. Lo suficientemente cerca de su padre como para acudir si necesitaba algo, pero alejado para llevar su propia vida.

—Me gusta —dijo Anna al entrar en su casa. Era una casa grande, aunque mucho menos que la de su padre, con habitaciones grandes y amplias—. ¿Viviremos aquí una vez casados?

—Sí y aquí vamos a dormir hoy. De hecho… —dijo mirándola significativamente— creo que debería enseñarte la habitación.

Anna no opuso resistencia. Apartó de su mente el desgraciado episodio con su padre y se dispuso a querer a Oliver Langford.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ERA una magnífica mañana de primavera, en la que los pájaros cantaban y el cielo estaba azul y despejado. La iglesia estaba llena de flores, todas blancas y de todas las especies imaginables. Rosas, azucenas, claveles. Mientras recorría el pasillo hasta el altar del brazo de su padre, Anna se sentía más feliz que nunca.

Oliver se había encargado de todo. Lo único que había tenido que hacer ella había sido elegir su vestido de novia y el de su sobrinita, que llevaba las arras. Oliver y su padre se habían encargado de todo lo demás. No tenía ni idea de cómo lo habían conseguido en una semana.

La bienvenida que los padres de ella dispensaron a Oliver fue muy diferente a la forma en la que Edward había recibido a Anna. Ella había decidido olvidar aquello y se había convencido de que, con el tiempo, el padre de Oliver acabaría aceptándola, pero, de vez en cuando, no podía evitar pensar en ello.

Oliver se giró cuando ella llegó a su lado.

—Estás preciosa. Pareces una obra de Tiziano. Me siento el hombre más feliz del mundo —le dijo con los ojos iluminados de amor.

—Yo me siento la mujer más afortunada del mundo —susurró ella—. Te quiero, Oliver Langford.

Su padre no fue a la boda, pero Anna no dejó que aquello le estropeara el día. Si hubiera ido, habría estado demasiado pendiente de él y habría sido peor.

Como Oliver tenía mucho trabajo, tuvieron que posponer el viaje de novios, pero a Anna no le importó porque las dos semanas mágicas que habían pasado en Irlanda antes de la boda habían sido una luna de miel en toda regla. Nunca olvidaría aquellos días y aquellas noches. En los meses siguientes a su boda, fue la mujer más feliz del mundo.

Oliver también estaba feliz y se lo demostraba siempre que podía. Desde luego, no sentía nostalgia de otro amor.

 

 

El hermano de Anna no había podido ir a su boda porque estaba en Europa por motivos de trabajo, pero a su vuelta fue a visitarla por sorpresa.

No se parecían en nada. Chris era cinco años mayor que ella, rubio y de ojos azules. Alto y guapo.

Tenía una agencia de publicidad y adoraba a su hermana pequeña.

—Qué pena que Oliver no esté. Me apetece mucho que le conozcas. Ven, siéntate. Tenemos que contarnos muchas cosas.

—En realidad, sabía que Oliver no iba a estar en casa. Por eso he venido. Prefería que estuvieras tú sola —le dijo muy serio.

Anna frunció el ceño y sintió su inmensa felicidad amenazada.

—¿Por qué? ¿No apruebas que me haya casado con él? ¿Me tienes que contar algo? ¿Has descubierto algo sobre él que yo no sepa?

—Claro que no, tonta. Es que tengo que pedirte un gran favor —contestó él sonriendo.

—¿Ah sí?

Aquello no era corriente. Normalmente, era ella la que pedía favores a él.

—No es fácil —comenzó mordiéndose el labio—. Verás, necesito dinero.

—¿Cómo? —se sorprendió Anna. Su hermano nunca había necesitado dinero.

—Mi empresa está pasando dificultades —anunció con amargura—. Pero estoy esperando un gran contrato que me relanzará de nuevo. Es solo una mala racha, pero, sin ayuda financiera, no saldré de esta.

—No sé cómo podría ayudarte. Lo único que se me ocurre es hablar con Oliver. Seguro que no tiene ningún problema en dejarte dinero. Es el hombre más generoso del mundo —dijo Anna sintiendo una gran pena por su hermano.

—¡No! —exclamó Chris—. No le digas nunca nada de esto a tu marido. La empresa con la que espero firmar ese gran contrato es suya y, si se entera de que la mía no va bien, nunca me daría su cuenta. Si sabe quién soy, estoy acabado.

—Él sabe que te adoro —dijo Anna sonriendo — y sabe que te dedicas al mundo de la publicidad, pero no creo haberle mencionado cómo se llama tu empresa.

—Menos mal —contestó su hermano relajándose.

—Tengo unos cientos de libras que te podría dejar —sugirió Anna, pero cuando su hermano le dijo la cantidad que necesitaba…— No tengo ese dinero. ¿Has hablado con papá y mamá?

—No puedo. Papá me advirtió que no creara una empresa. Si ahora le digo que tengo problemas económicos, imagínate la charla.