Una isla para el amor - Margaret Mayo - E-Book

Una isla para el amor E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Pasó de ser la secretaria del magnate griego… a su esposa de conveniencia. Cuando la joven Rhianne Pickering acepta trabajar para el importante empresario griego Zarek Diakos, sabe que es un error… ¡ya que ningún otro hombre había logrado antes alterar su cuerpo tanto como él! Pero necesita el trabajo. Zarek piensa que Rhianne es una secretaria perfecta. Pero en un viaje por motivos familiares que realiza con ella a la preciosa isla de Santorini, decide que las habilidades de la señorita Pickering están menospreciadas. Él necesita una esposa… ¡y bajo el cálido sol mediterráneo le mostrará a Rhianne que es una posición que no puede rechazar!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Margaret Mayo

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una isla para el amor, n.º 1990 - julio 2022

Título original: The Santorini Marriage Bargain

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-110-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

RHIANNE oyó el ruido de unos frenos antes de ver el coche. Pero para entonces ya era demasiado tarde. Absorta en su sufrimiento, no había recordado mirar antes de cruzar la calle. La parte delantera del vehículo chocó contra ella y la lanzó al otro lado de la calzada. Se quedó tumbada sobre el asfalto en completo silencio. Sintió como si todo se hubiera detenido. No oyó el ruido del tráfico, ni ninguna voz, ni pájaros cantando. Nada. Sólo imperó una extraña calma.

Pero entonces oyó una voz. Una profunda voz de hombre.

–¿Por qué demonios no miró por donde iba?

Ella misma se preguntó por qué no habría mirado al cruzar. Se forzó en girar la cabeza y mirar al poseedor de aquella profunda voz. Obviamente era el hombre que la había atropellado. Detrás de él estaba su coche con la puerta del conductor abierta y el motor encendido.

–¿Que por qué no he mirado? –dijo Rhianne con la misma dureza que había empleado aquel hombre–. ¿Por qué demonios no miró usted? Esto es una calle muy transitada y debería haber estado muy pendiente.

–¿Está herida?

El hecho de que él hubiera tardado tanto en preguntarle aquello enfadó aún más a Rhianne. Cerró los ojos ya que necesitó dejar de mirar aquella hermosa cara de hombre, cara que se había acercado demasiado a ella. El hombre se había puesto de cuclillas y la estaba mirando.

–Hola, ¿puede oírme?

¡Aquel extraño pensaba que ella se había desmayado! Rhianne abrió los ojos y se levantó. Se sintió débil, pero no le pareció que se hubiera roto nada. Sus piernas todavía la mantenían en pie y podía mover los brazos. Sintió la cadera un poco dolorida y supuso que al día siguiente la tendría amoratada, pero aparte de eso estaba bien.

Cuando miró a su alrededor, se percató de que una muchedumbre se había congregado en el lugar. La gente tenía reflejada en la cara curiosidad y preocupación. Pero la única cara que ella vio con claridad fue la del hombre que le había tendido la mano para ayudarla a levantarse… mano que había ignorado.

–Ha sido culpa mía. Me disculpo –dijo él, mirándola intensamente con unos preciosos ojos marrones.

Bajo cualquier otra circunstancia, a ella le hubieran parecido unos ojos muy atractivos. Pero en aquel momento sólo vio los ojos de un hombre que había jugado un papel decisivo en el hecho de que ella hubiera hecho el ridículo en público. Aunque, en realidad, no había sido sólo culpa de él… pero eso no iba a admitirlo.

Oyó el murmullo de las voces de la gente al dispersarse la muchedumbre.

Deseó que no hubiera ocurrido nada, que nada hubiera cambiado… que ella siguiera estando en el trabajo que adoraba y que no hubiera realizado aquel espantoso descubrimiento acerca de Angus.

–Disculpas aceptadas –contestó, percatándose de que el hombre todavía estaba mirándola de cerca.

–Ha sido, desde luego, un error por mi parte –insistió él–. Me disculpo sinceramente. Si puedo hacer algo para…

Por primera vez desde el incidente, Rhianne se percató de que aquel hombre no era inglés. Tenía la piel aceitunada y el pelo oscuro y ondulado, así como un profundo y atractivo acento.

–No se preocupe –aseguró–. No estoy herida; puede marcharse. Yo… –repentinamente la cabeza comenzó a darle vueltas y se llevó una mano a la frente.

De inmediato, un par de fuertes brazos la sujetaron y la apoyaron en un musculoso cuerpo. Incluso con lo aturdida que estaba, pudo darse cuenta de que aquel hombre se cuidaba mucho. Respiró profundamente pero, al sentir cómo la fragancia de él invadió sus sentidos, deseó no haberlo hecho. Supo que siempre que oliera aquel aroma recordaría aquel momento.

–Usted está herida –insistió el hombre que la había atropellado–. Permítame que la lleve a su casa; es lo mínimo que puedo hacer. ¿O necesita un médico? ¿La llevo al…?

–¡No, no es nada! –interrumpió ella.

–Pues entonces la llevo a casa.

–¡No! –espetó Rhianne con más determinación. No tenía ningún hogar… acababa de salir del que había tenido hasta aquel momento. No podría soportar regresar de nuevo.

–En ese caso, la llevaré a mi casa –declaró él de manera imperativa–. No puedo dejarla sola en estas condiciones.

–¿En qué condiciones? –preguntó ella, echándose para atrás. Sus atractivos ojos azules se abrieron como platos–. Estoy bien. Sólo tengo unos pocos moretones, eso es todo.

–Lo que necesita es una buena taza de té, ¿no es ésa la manera inglesa de hacer las cosas? Es culpa mía el haberla atropellado y me debo asegurar de que no sufre ningún efecto secundario serio.

Rhianne ya no pudo seguir protestando. Con el brazo apoyado en el de él, se dejó guiar por aquel extraño hasta su vehículo. Al ayudarla éste a entrar en el coche, se percató de otro olor; a cuero, a un cuero lujoso y suave. Era un vehículo grande. Y caro.

Se preguntó quién sería aquel hombre. Se percató de que estaba preocupado. Iba vestido con un elegante traje gris oscuro, camisa blanca y corbata color mostaza.

–Puedo yo sola –declaró cuando él se acercó para ayudarla a abrocharse el cinturón de seguridad.

Pero aquel hombre ignoró sus quejas y le abrochó el cinturón. Al tenerlo tan cerca, ella se sintió impactada ante tanta belleza masculina; era un extraño peligrosamente atractivo.

De nuevo, la fragancia de él impregnó el aire. Era una leve fragancia a almizcle. Rhianne se percató de que él estaba teniendo un gran impacto en ella y deseó no estar cometiendo un gran error al permitir que la llevara a su casa.

En realidad, no sabía nada acerca de él. Ni siquiera sabía su nombre. Pensó que obviamente aquel hombre se sentía culpable por el accidente ya que si no, ella no estaría allí sentada. El esfuerzo de pensar fue demasiado y tuvo que cerrar los ojos. No los abrió de nuevo hasta que el vehículo no se detuvo y él apagó el motor.

Miró a su alrededor y vio un impresionante edificio. Pero no era una casa, sino que era un hotel. Inquieta, se preguntó para qué lo utilizaría y si tenía por hábito llevar allí a mujeres indefensas.

–¿Vive en un hotel? –le preguntó, ajena al nerviosismo que reflejó su voz. Sintió cómo se le aceleró el corazón y se encontró extrañamente mareada.

El hombre sonrió.

–Vivo en el ático, que es una suite. Venga… –contestó, tendiéndole la mano– permítame que la ayude a subir. Le garantizo que estará perfectamente segura. Mi principal objetivo es asegurarme de que no ha sufrido ningún daño. Soy completamente responsable de la situación.

–No fue culpa suya –declaró Rhianne–. Yo no miré por donde iba.

Aquel extraño levantó una ceja a modo de recordatorio de la enfática declaración que había realizado ella cuando había afirmado que todo había sido culpa de él. Pero, aun así, su voz permaneció perfectamente calmada.

–Yo debería haberla visto y haber podido esquivarla. Pero no hablemos de eso ahora. Subamos a mi suite para que usted se tome una taza de té. Después, me podrá contar qué era lo que la estaba perturbando tanto… hasta el extremo de que ni siquiera me vio acercarme.

Rhianne casi contestó que no había nada que la perturbara. Pero cambió de idea. Seguramente aquel hombre la estaba poniendo a prueba, estaba tratando de averiguar qué problema había. Pero ella no tenía ninguna intención de compartir sus intimidades con un extraño.

Mientras se acercaron andando al hotel, sintió cómo él la sujetó por el codo y no pudo evitar preguntarse de nuevo si estaba haciendo lo correcto. No quería tomar té ni que la compadecieran. En realidad, no debía estar allí en absoluto. Invadida por el pánico, se apartó de él y habría salido corriendo si aquel hombre no la hubiera agarrado por el brazo.

–Usted no está en condiciones de ir sola a ningún sitio –insistió él con firmeza–. Si tiene miedo de mí, puedo solicitar que un miembro femenino del personal del hotel suba para cuidarla. Aunque le aseguro que no será necesario en absoluto –añadió, mirándola fijamente con sus ojos oscuros.

Todo lo que Rhianne pudo ver reflejado en ellos fue sinceridad. Se sintió un poco tonta y respiró profundamente.

–No será necesario –comentó sin saber qué otra cosa decir para no parecer aún más idiota.

Aquél era el peor día de su vida y el hecho de que un completo extraño fuera amable con ella cuando la habían traicionado de una manera tan horrible le hizo sentirse agradecida y con ganas de llorar al mismo tiempo. Y aquello no era algo a lo que estuviera acostumbrada. Era muy extraño que llorara ya que había crecido en un ambiente familiar en el cual había sido necesario ser fuerte y siempre se había sentido orgullosa del hecho de que podía manejar cualquier situación.

Pero en aquel momento, aquel hombre la estaba viendo en su momento más duro… cosa que no le vino bien a su orgullo. Mientras subieron en el ascensor al ático del hotel, se sintió desasosegada. Tenía alborotado su pelo castaño rojizo y el miedo reflejado en los ojos.

–¿Es ésta su residencia permanente? –preguntó en un esfuerzo por romper el silencio. No comprendió por qué alguien elegiría vivir en un hotel–. ¿O está aquí por asuntos de negocios?

–Ambas cosas. Los negocios son los que me están manteniendo aquí y esta suite me es muy conveniente. Tiene todo lo que necesito.

Aquel hombre tenía aspecto de tener mucho dinero. Se podía ver en la manera en la que iba vestido, en su forma de comportarse y en la confianza que irradiaba. Pero había algo más que aquello. Incluso en su estado de angustia, Rhianne se percató de que era un encanto. Supuso que dejaba encandiladas a todas las mujeres que conocía. Era guapo, dulce, tenía un cuerpo perfecto y un brillo en sus ojos marrones que, si ella no hubiera estado tan consternada, tal vez le habría afectado los sentidos.

Pero en aquel momento era inmune ante cualquier hombre, por muy guapo y rico que fuera. No quería tener ninguna relación sentimental hasta que no pasara mucho tiempo.

Se preguntó qué estaba haciendo allí y por qué había permitido que él la convenciera de ir a su suite. En realidad, aquel hombre no podía hacer nada por ella. No estaba herida y no había habido motivo para que él insistiera tanto en asegurarse de que estaba bien. Estaba acompañando a un completo extraño a su suite de hotel. ¡Era una estúpida!

Como si le hubiera leído los pensamientos, su acompañante le tendió la mano.

–Creo que ya es hora de que nos presentemos. Soy Zarek Diakos. ¿Y usted es…?

Rhianne sonrió levemente. ¡Zarek Diakos! Aquel nombre parecía griego y no pudo evitar preguntarse qué clase de negocios le habría llevado a Inglaterra.

–Yo soy Rhianne Pickering –se apresuró en decir.

El ascensor se detuvo y las puertas de éste se abrieron silenciosamente.

–Bueno, Rhianne Pickering, bienvenida a mi humilde morada.

Nerviosa, ella salió del ascensor y anduvo sobre una hermosa alfombra. Zarek la guió hacia un salón del mismo tamaño que el apartamento que ella había compartido con su amiga. Ni siquiera se percató de que se había quedado boquiabierta. Las paredes estaban cubiertas de costosos cuadros venecianos y arañas de cristal. Un lujo extremo.

–¿Alquilas esta suite? –preguntó, ajena al hecho de que su voz fue poco más que un susurro.

Zarek se encogió de hombros.

–Quizá te parezca un poco ostentoso, ¿no es así? En mi experiencia, obtienes lo que pagas. Puedo permitírmelo, por lo que… ¿por qué no rodearme de cosas bellas? Trabajo muy duro durante el día y es un placer regresar a casa.

Rhianne pensó que no podría vivir en un lugar como aquél, ni siquiera durante unas vacaciones. Se preguntó cómo podía nadie sentirse cómodo en aquellos excesivamente decorados sillones.

–Por favor, siéntate –le invitó él–. Voy a pedir el té.

Ella se sentó en el borde de una silla y observó cómo Zarek regresó a su lado al terminar de hacer su pedido.

–Cuéntame cómo te sientes verdaderamente –pidió él al sentarse en una silla junto a ella.

–Dolorida –contestó Rhianne, suspirando–. Pero, aparte de eso, estoy bien. Realmente no tengo por qué estar aquí.

–Agradece el hecho de que yo no hubiera estado conduciendo más rápido ya que, en ese caso, tal vez no habrías tenido la suerte de sólo resultar magullada. ¿Te importaría contarme qué fue lo que provocó que trataras de cruzar sin mirar?

–Estaba muy pensativa, eso es todo.

–Ah… –dijo Zarek, levantando las cejas como si no creyera aquella simple explicación.

Ella apoyó la cabeza en las manos.

–Tengo un dolor de cabeza terrible. ¿Tienes alguna aspirina?

Él se levantó de inmediato y Rhianne obtuvo lo que había pretendido; que no continuara haciéndole preguntas. Pero aquel respiro no duró mucho. Zarek regresó con un vaso de agua y unas pastillas. Se las entregó y se quedó de pie junto a ella hasta que se las hubo tomado.

–¿Te gustaría tumbarte? –le preguntó.

–No, estaré bien –contestó Rhianne con firmeza, pensando que echarse en una cama en la suite de aquel hombre no le parecía muy buena idea.

–Podría llamar a un médico.

–He dicho que estaré bien –dijo ella aún más rotundamente–. Pero sí que me gustaría ir al cuarto de baño.

–Desde luego, ¿cómo no se me había ocurrido? –respondió él, acercándose a abrir una puerta al otro lado de la sala.

Rhianne se levantó y miró dentro, pero sólo pudo ver una cama. ¡Una cama con cuatro columnas! Se le revolucionó el corazón. Pensó que estaba pisando territorio peligroso.

–El cuarto de baño está a la derecha –explicó Zarek como si le hubiera leído los pensamientos. Su cara no reflejó otra cosa más que una sincera preocupación por el bienestar de ella. Pero Zarek Diakos era un hombre peligroso. Era extremadamente sexy y Rhianne no habría sido humana si no hubiera sentido cierta reacción ante él. Tenía unos ojos marrones realmente llamativos, ojos poseedores de unas largas pestañas. Su nariz era muy recta, de aspecto imperial, y tenía unos labios carnosos. En aquel momento estaban cerrados, pero sabía que bajo ellos se escondían unos perfectos dientes blancos.

Era todo masculinidad. Incluso su cuerpo era hermoso. Se había quitado la chaqueta y la había colgado con mucho cuidado en un perchero que había en la entrada de la suite. A través del delicado algodón de su camisa, ella pudo ver el oscuro vello que le cubría el pecho.

Angus no tenía vello en el pecho. Su cuerpo era suave, sin pelo y… Enojada, Rhianne se apresuró en apartar cualquier pensamiento de él de su mente. Aquel hombre ya no se merecía un lugar en sus recuerdos. Entonces se apresuró en dirigirse al cuarto de baño.

Zarek supuso que a ella le preocupaban más cosas que los leves moretones que había sufrido. Cada vez que pensaba en las consecuencias que podía haber tenido el accidente, se ponía enfermo. Gracias a Dios había reaccionado rápido. Rhianne había comenzado a cruzar delante de él como si deseara morir. Todavía ni siquiera comprendía cómo no la había herido gravemente.

Le dio la impresión de que ella todavía no se había percatado de lo cerca que había estado de la muerte. Era una mujer atractiva con un bonito pelo castaño rojizo que caía ondulado sobre sus hombros y unos preciosos ojos azules. Pensó que era una pena que éstos reflejaran tanta tristeza, tristeza que él no creía que estuviera toda causada por el accidente. Algo estaba perturbándola.

Quizá Rhianne comenzara a relajarse y a confiarle sus problemas. Pensó que le vendría bien. Él no se había encontrado nunca antes en una situación como aquélla, pero sintió que ella necesitaba desahogarse. Había declarado que no quería ir a su casa, por lo que obviamente era algo que había ocurrido allí lo que estaba preocupándola.

Cuando sirvieron el té, Rhianne salió del cuarto de baño y volvió a sentarse en el salón. Una vez que se hubo bebido dos tazas, pareció un poco más animada. Dejó de estar tan pálida e incluso logró esbozar una leve sonrisa. Fue una sonrisa encantadora que provocó que se le iluminara la cara y que pareciera aún más bella.

Zarek había estado con muchas mujeres, pero Rhianne era… bueno, era Rhianne. Una atractiva mujer sin ningún tipo de interés en él y muchos problemas sobre sus hombros.

Bebieron aún más té y finalmente él sugirió llevarla a su casa.

Pero en ese momento la tristeza volvió a apoderarse de los ojos de ella.

–No puedo regresar allí –comentó con la mirada empañada por las lágrimas.

De inmediato, sin siquiera pensar en lo que estaba haciendo ni en que sus acciones serían malinterpretadas, Zarek se arrodilló frente a ella y la abrazó. Rhianne apoyó la cabeza en su hombro y permaneció de aquella manera durante varios segundos. Él respiró la fragancia de su champú y, al acariciarle la cabeza, se percató del abundante pelo que tenía.

Pero no le gustó aquello. Ni siquiera un poquito. No le gustaron las sensaciones que habían comenzado a apoderarse de su cuerpo. Se estaba comportando como un buen samaritano y se dijo a sí mismo que lo que estaba sintiendo no estaba permitido.

Con delicadeza, la apartó de su lado.

–¿Te encuentras mejor?

Rhianne asintió con la cabeza y él le acercó un pañuelo para que pudiera secarse las lágrimas.

–¿Te importaría contarme qué ocurre?

–Es algo íntimo.

–Y yo soy un extraño al que es muy improbable que vuelvas a ver. Ya sabes lo que dicen acerca de compartir los problemas. Nunca se sabe, quizá te sientas mejor. Te prometo que no se lo diré a nadie.

Ella esbozó una involuntaria sonrisa. Aquel hombre parecía comprender sus necesidades. Era cierto; lo más probable era que tras aquel día no volviera a verlo. Eran simplemente un par de extraños… a pesar del hecho de que él la hubiera invitado a su casa y de que ella hubiera llorado en su hombro.

Pero pensó que no podía contarle algo tan personal… aunque repentinamente deseó hacerlo.

Se sentía muy infeliz y compartir sus penas con un extraño no sería tan difícil como contárselo a su madre o a una amiga. Éstas harían preguntas. Conocían a Angus. Pero aquel hombre simplemente la escucharía y consolaría.

–No sé por dónde empezar –dijo finalmente.

–Por el principio siempre está bien –respondió Zarek.

Rhianne mantuvo silencio durante tanto tiempo que finalmente él se acercó a tomarle las manos entre las suyas.

–¿Ha sido un hombre el que te ha dejado en este estado? –preguntó en voz baja.

Ella asintió con la cabeza y repentinamente las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas.

Él odiaba ver llorar a una mujer ya que le hacía sentir incómodo. Nunca había sabido cómo tratarlas cuando estaban en ese estado. Aunque, en realidad, las mujeres que habían llorado delante de él con anterioridad lo habían hecho para lograr algo. Pero Rhianne era diferente; no había podido contenerse. Algún hombre la había herido profundamente y ella estaba realmente angustiada. No le extrañó que no se hubiera molestado en mirar al cruzar la calle.

En silencio, observó cómo ella se secó las lágrimas con el pañuelo que le había dado. Sintió una intensa necesidad de abrazarla hasta que dejara de llorar. Pero se contuvo.

–Esta mañana he perdido mi trabajo –comenzó a explicar Rhianne, mirando al suelo en vez de a él–. La compañía para la que trabajaba ha sido absorbida y han despedido a media plantilla. Yo trabajaba como secretaria del director gerente, pero no ha supuesto ninguna diferencia. Me ordenaron que despejara mi escritorio y que me marchara. Así de simple.

–Ya veo –comentó él en voz baja–. No es una práctica que yo apruebe, pero desafortunadamente ocurre. ¿Qué tiene que ver tu novio en todo esto?

Rhianne se estremeció. Una vez más, Zarek deseó consolarla, pero de nuevo se contuvo.

–Me marché a casa. Estaba enfadada y disgustada. Había perdido un trabajo que me encantaba. ¿Y qué encontré? A mi novio, al hombre con el que me iba a casar, haciéndole el amor a mi mejor amiga –confesó ella, rompiendo a llorar de nuevo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EN AQUELLA ocasión, Zarek no pudo contenerse. Lo que le había contado Rhianne le había perturbado mucho. Se acercó a ella y la abrazó estrechamente.

Se preguntó qué clase de hombre haría algo así. Lo que le quedó claro fue que no era un hombre que amara a Rhianne como evidentemente ella lo amaba a él.

Pero aquello no era asunto suyo. Acababa de conocerla y no debía sentir nada. Pero como había formado parte del accidente, de alguna manera se sintió involucrado.

–Ese tipo es un malnacido –declaró con dureza–. ¿Cómo puede haberte hecho eso? No se merece tus lágrimas. Deberían colgarlo del árbol más alto. ¿Qué le dijiste cuando lo encontraste en tal apuro?

–No dije nada –admitió Rhianne, esbozando una irónica mueca–. No podía creer lo que había visto. Me sentí enferma. Simplemente me di la vuelta y salí corriendo… ¿y por qué te estoy contando todo esto? Es mi problema, no tuyo. Lo siento, debería marcharme –añadió, apartándose de él. Entonces se levantó y se sintió estúpida por haber confesado la verdad.