Las leyes del amor - Margaret Mayo - E-Book

Las leyes del amor E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Abby Sommers, una abogada sin tiempo para el amor. Hallam Lane, un perfecto caballero con todas las mujeres... menos con Abby. Abby sabía mucho de leyes, pero muy poco del amor. Hallam no tenía tiempo para mujeres profesionales y, desde luego, no quería que Abby representara a su hijo. Ella sabía que había algo en su pasado que le impedía amar a mujeres como ella, pero aun así no pudieron evitar dar rienda suelta a su pasión...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1997 Margaret Mayo

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Las leyes del amor, n.º 973 - julio 2021

Título original: Ungentlemanly Behaviour

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-872-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HALLAM Lane no era en absoluto como Abby había imaginado. Después de hablar con su hijo, se había creado la imagen de un tirano de rostro severo, no muy alto e insensible a las necesidades de Greg, pero nada podía estar más lejos de la verdad. El padre de Greg superaba el metro ochenta de estatura y era increíblemente atractivo, pese a tener una nariz un tanto aquilina y la mandíbula muy marcada. Con sus ojos negros de gruesas pestañas podía cautivar a una mujer sólo con mirarla, y eso era precisamente lo que estaba haciendo en aquellos momentos.

Durante unos minutos, Abby había podido observarlo sin que él lo supiera. Se presentó a la cita antes de la hora y su ama de llaves le hizo pasar a una sala de estar que daba a los extensos jardines de la mansión de los Lane y le dijo que iría a avisarlos. Sin embargo, una llamada de teléfono la entretuvo y mientras Abby esperaba de pie contemplando los jardines, los dos hombres aparecieron tras los amplios ventanales de la sala. Greg se estaba riendo por algo que había dicho su padre y Hallam Lane le había pasado el brazo por los hombros amigablemente. Luego Greg se había apartado para darle un puñetazo de broma en respuesta a un comentario de su padre y se habían dirigido a la casa riéndose y abrazados como buenos camaradas.

Al entrar en la sala de estar, Hallam Lane pareció un poco sorprendido al ver a una joven desconocida de pie esperando. Luego, miró su reloj.

–La señorita Sommers, si no me equivoco. Ha llegado antes de tiempo.

–Lo siento –dijo Abby, y luego dedicó a Greg una sonrisa afectuosa–. Hola otra vez.

Greg parecía intranquilo y le sonrió débilmente, pero Abby no tuvo tiempo de preguntarse cuál podía ser el motivo porque Hallam Lane le tendió la mano cirniéndose sobre su metro sesenta y siete de estatura. Unos ojos de terciopelo negro la escrutaron con atención.

–Por favor, siéntese –le dijo.

Tenía una voz grave tan sexy como su cuerpo y Abby se sintió aún más confundida. Había ido convencida de que Hallam Lane le desagradaría y con la intención de interceder por Greg ante él, y en cuestión de minutos, no sólo había presenciado una afabilidad inesperada entre padre e hijo sino una atracción muy peligrosa. Algo raro en ella.

En sus años de universidad, había salido con muchos compañeros pero no había tenido ninguna relación seria porque había pasado la mayor parte del tiempo tratando de demostrar su valía, de combatir los prejuicios y tener éxito en un mundo regido por hombres. Lo había conseguido, no en vano había heredado el espíritu luchador de su padre, y a la edad de veintinueve años ya había adquirido una excelente reputación en su profesión. Disfrutaba siendo abogada. Cada caso que aceptaba era un nuevo reto y, aunque no lo había planeado, los jóvenes se habían convertido en su especialidad, posiblemente porque Abby era todavía joven y le resultaba muy fácil conectar con ellos.

Cuando Greg fue a verla, simpatizó con él enseguida y aceptó su caso de inmediato, pero el joven sugirió que conociese primero a su padre para poder tener su aprobación.

–Creo que cuando me aconsejó que recurriera a su firma, pensó que Sommers era un hombre –había dicho Greg con ironía–. Mi padre está en contra de que las mujeres trabajen en profesiones liberales y tendrá que persuadirlo de que es la persona apropiada para este caso.

Abby señaló entonces que a sus dieciocho años no necesitaba el consentimiento de su padre, pero Greg se encogió de hombros con ansiedad.

–Prefiero no contradecirlo.

Fue entonces cuando Abby imaginó a Hallam Lane como un pequeño tirano, y en ningún momento se le pasó por la cabeza que se hallaría ante aquel ejemplar perfecto de la especie masculina. Tenía el pelo grueso y negro, plateado en las sienes, y vestía un jersey de cachemira y pantalones de lana de color negro que resaltaban su cuerpo musculoso. Estaba sentado enfrente de ella, al lado de Greg, y era evidente que no había parecido entre ellos. Greg tenía el pelo castaño, ojos grises y serenos y un rostro afable: nunca dejaría sin aliento a una mujer sólo con mirarla. Abby supuso que había salido a su madre y se preguntó por qué no estaba presente.

Abby dejó a un lado aquella extraña atracción hacia Hallam Lane y adoptó una pose de total eficiencia, alegrándose de haber escogido bien el vestuario para su cita. Normalmente, en el bufete, vestía de manera informal para que sus jóvenes clientes no se sintieran intimidados, pero aquella mañana, con idea de impresionar al padre de Greg, había escogido uno de los trajes de corte severo que reservaba para sus apariciones en los tribunales. Se había recogido su melena pelirroja en una trenza y no llevaba pendientes, en realidad la única joya que lucía era un anillo de granates heredado de su madre. Salió de casa convencida de que el padre de Greg no podía pasar por alto su aspecto conservador y responsable, pero lo que Abby no imaginaba era que ningún traje podía ocultar el hecho de que era una mujer increíblemente sensual.

–Vayamos al grano, ¿le parece, señor Lane? –dijo Abby con tono enérgico y rostro deliberadamente inexpresivo–. Su hijo me ha expresado su deseo de que nos conociéramos. Parece considerar necesaria su aprobación antes de que acepte el caso.

Hallam Lane asintió lentamente, turbándola con su penetrante mirada.

–Es cierto, pero parece extrañada.

–Es mayor de edad –dijo Abby, y se encogió de hombros para sofocar la excitación que aquel hombre le provocaba–. Los padres no suelen interferir, aunque conocerlo me ayudará a formarme una idea mejor de Greg y de sus circunstancias.

–¿Interferir? –repitió Hallam Lane frunciendo el ceño–. No estoy interfiriendo, Sommers, sólo defiendo los intereses de mi hijo. Quiero asegurarme de que cuenta con la mejor representación legal posible.

–Por supuesto –se disculpó Abby enseguida–. Ha sido una elección desafortunada de palabras, señor Lane. Le aseguro que no lo he dicho con ánimo despectivo.

–Me alegro de oírlo –dijo con sonrisa glacial–. Pero la cuestión sigue siendo la misma, que no estoy preparado para permitir que una mujer lleve el caso de mi hijo. Me temo que ha hecho el viaje en balde.

–¿Y por qué no? –repuso Abby. Se había enfrentado a discriminaciones como aquélla en muchas ocasiones. Con su figura esbelta y pelo de color vivo, y el balanceo inconsciente de sus caderas al andar, ningún hombre la tomaba en serio ni creía que era abogada. Frunció el ceño–. ¿No cree que es su hijo quien debe tomar la decisión?

–No cuando será mi dinero el que pague sus honorarios –señaló Hallam Lane en tono resuelto. Era una respuesta innecesariamente áspera y Abby se la tomó como una ofensa personal. Alzó la barbilla y lo miró con chispas en los ojos.

–¿Acaso tiene la impresión de que en mi profesión las mujeres no trabajan tan bien como los hombres?

Desgraciadamente, mientras hablaba, Abby sintió que una horquilla se salía de su sitio. Maldijo en silencio y levantó rápidamente la mano para comprobar que no se había despeinado, pero vio que los ojos negros de Hallam Lane contemplaban con aprobación cómo su pecho sobresalía con el movimiento del brazo. Era una típica reacción masculina y a Abby le hirvió la sangre. Bajó la mano inmediatamente, pero los ojos negros siguieron con el escrutinio y recorrieron su cuerpo centímetro a centímetro, sin detenerse hasta llegar a sus pies menudos enfundados en zapatos de cuero negro. Abby se sintió como si la estuvieran desnudando e inspiró con irritación.

–Si ha terminado ya, señor Lane, me gustaría que contestara a mi pregunta.

Lo miró con ojos verdes brillantes de indignación, y sus pestañas cubiertas de rímel temblaron, como todo su cuerpo. Empezaba a comprender por qué Greg había insistido en conseguir la aprobación de su padre.

–La verdad es que no tengo fe en las abogadas. ¿Qué le ha pasado a Neville Sommers? ¿Se ha jubilado?

–Mi padre murió –dijo Abby con expresión sombría.

–Lo siento –repuso Hallam Lane inmediatamente–. No lo sabía. Era un buen hombre, el mejor.

–Y yo he ocupado su puesto –añadió Abby con orgullo, retándolo con sus ojos verdes.

–Dadas las circunstancias, lo lógico es que su firma eligiera a uno de los socios más antiguos.

Y con más experiencia, quería decir, ¡no una mujer bonita y femenina! A Abby le temblaron las aletas de la nariz, era evidente que aquel hombre era un auténtico machista.

–¿Y cómo va a saber lo buena que soy si no me pone a prueba? –replicó Abby, dispuesta a no dejarse achantar. Le había costado mucho llegar hasta donde estaba.

Los ojos de terciopelo negro la miraron con un brillo enigmático.

–¿Cuántos años tiene, señorita Sommers?

–Los suficientes –respondió Abby con serenidad, aunque sabía que no aparentaba tener veintinueve años–. Creo que la decisión recae en su hijo, señor Lane –añadió–. Está contento de poder recibir mi ayuda.

Greg había permanecido callado, pero en aquel instante la miró con ansiedad, como tratando de advertirla, pero fue demasiado tarde.

–Dudo que Greg tenga nada que decir en esto –gruñó su padre–. Ya se ha metido en bastantes líos como para que una mujer incompetente empeore su situación.

–No estoy de acuerdo –dijo Abby manteniendo un tono sereno y profesional, aunque empezaba a montar en cólera por dentro–. Estoy acostumbrada a defender a jóvenes y personalmente creo que Greg y yo podríamos…

–Yo no lo creo –la interrumpió Hallam Lane.

–Pero, padre, pienso que…

Era la primera vez que el chico hablaba, pero una mirada glacial de su padre lo silenció al instante.

–Lo que tú pienses no tiene nada que ver con esto –declaró Hallam con firmeza.

–Pero la señorita Sommers me cae bien, estoy seguro de que…

–Greg, déjame que yo me encargue de este asunto.

Abby no podía comprender por qué aquel hombre no dejaba a su hijo hablar por sí mismo y sintió lástima por el joven.

–Considero que mi edad está a mi favor en lo que respecta a su hijo –le dijo a Hallam Lane, tratando de ser razonable–. Puedo conectar con los jóvenes mucho mejor que los socios más antiguos, como Grypton o Evans, y creo que ello redundaría en beneficio de Greg. ¿Podría hablar con su mujer? Debería ser una decisión conjunta.

–No hay ninguna señora Lane –dijo Hallam con el ceño fruncido, y Abby supo que había puesto el dedo en la llaga. Seguramente, su matrimonio no había durado, y si era así de machista, podía comprender perfectamente por qué–. Y creo que es hora de que se vaya. Puede comunicar a sus socios el motivo de mi negativa… y si tienen algo de sentido común, se librarán de usted.

Abby abrió la boca para objetar, vio que Greg le suplicaba con la mirada que no dijera nada más y la cerró. Si aquélla era la decisión de Hallam Lane, y su hijo estaba dispuesto a aceptarla, no tenía sentido discutir aunque pensara que estaba cometiendo un grave error. Se puso en pie, tomó su bolso y salió de la habitación. Cuando llegó a la entrada principal, le tendió la mano y le sonrió cortésmente:

–Adiós, señor Lane. Siento que piense así.

Al tocarlo sintió como si le corriera lava por las venas. A pesar de la hostilidad que le había mostrado, era un hombre peligrosamente atractivo y Abby retiró la mano a toda prisa. Hallam Lane sonrió con satisfacción, como si supiera el efecto que estaba produciendo en ella y pensara que respondía a un patrón preconcebido de mujer. A no ser que fueran imaginaciones suyas, pensó Abby.

–Greg debió imaginar cuál sería mi parecer –dijo bruscamente con los ojos fijos en Abby–. No debió hacerle perder tiempo. Adiós, Sommers.

Abby miró al chico sintiendo verdadera lástima por él.

–Adiós, Greg –se despidió, y caminó hacia su coche consciente de que Hallam Lane seguía observándola.

Una vez en el interior de su Rover azul metálico, inspiró hondo, encendió el motor y se alejó tan bruscamente que levantó grava. La verja de hierro forjado enclavada en el alto muro que rodeaba la finca se abrió automáticamente al acercarse y Abby no pudo evitar preguntarse qué tenía que ocultar aquel hombre para que su casa fuese una fortaleza. No solía pensar mal de nadie, pero le había parecido un hombre muy poco razonable.

Cuando regresó al edificio elegante pero discreto de la firma Grypton, Sommers & Evans de la ciudad inglesa de Shrewsbury, Abby seguía pensando en la injusticia de lo ocurrido. Se quitó la chaqueta, la colgó con impaciencia en el perchero, arrojó el expediente Lane a la basura y se dejó caer en su silla. Cuando sonó el teléfono, se sorprendió al oír decir a su secretaria que se trataba del señor Lane.

–¿Hallam Lane? –preguntó, sin pararse a pensar por qué le había venido primero su nombre a la cabeza.

–No, creo que es Gregory –respondió Linda.

–Entiendo –dijo Abby lentamente–. Pásamelo –quizás hubiera convencido a Hallam Lane para que recapacitara–. Hola, Greg, qué sorpresa, ¿ha cambiado tu padre de idea?

–Qué va –repuso enseguida el joven–. Pero ha salido y quería decirle lo mucho que siento que hiciera el viaje en balde. Realmente pensé que al conocerla…

–No tienes que disculparte –lo interrumpió con suavidad–, en mi trabajo trato con toda clase de personas. Pero te agradezco que hayas llamado.

Hubo una pequeña pausa antes de que Greg volviera a hablar.

–No llamaba sólo para disculparme… la verdad es que quiero que me represente. ¿Lo hará? –preguntó con ansiedad.

Abby anticipó en su cabeza las consecuencias de lo que le estaba pidiendo. Ir en contra de los deseos de Hallam Lane podía causarle muchos problemas y, como poco, provocaría fricciones entre padre e hijo.

–No creo que sea una buena idea. Tu padre…

–La decisión es mía –la interrumpió Greg, sorprendiéndola con su determinación.

–¿Y por qué no te opusiste delante de él? –replicó Abby frunciendo levemente el ceño.

–Porque lo respeto, imagino –le dijo con ironía–, y raras veces le contradigo… Además, no lo consideré prudente, teniendo en cuenta el lío en el que ya estoy metido. Pero, en serio, quiero que me ayude, así que he pensado que no podrá hacer nada ante un hecho consumado. Yo no he robado nada, se lo aseguro. Estaba…

–Greg –lo interrumpió Abby con firmeza–. Lo haré, pero sólo con la condición de que tu padre esté de acuerdo. Habla con él otra vez, dile lo que me has dicho, que confías en mí, y luego ven a verme. ¿A las diez de la mañana te parece bien?

Gregory aceptó de mala gana y, después de colgar el teléfono, Abby se quedó pensando en cómo sería el siguiente encuentro entre padre e hijo. Para ella había sido toda una sorpresa sentirse atraída por Hallam Lane. Personalmente, le parecía que casi todos los hombres eran arrogantes, dominantes y despreciativos delante de una profesional con éxito y había levantado su propia barrera ante ellos. Entonces, ¿por qué había sentido aquella fascinación instantánea? Podía ser peligroso, sobre todo si Greg conseguía convencer a su padre de que cambiara de idea. Sólo de pensar en volver a ver a Hallam Lane sintió un escalofrío.

Pasó deliberadamente a pensar en Greg, y se preguntó cuánto tiempo hacía que no tenía madre. Podría ser parte de su problema… ¿habría sido un niño problemático? Tendría que averiguar el pasado de aquel joven, ¿y quién mejor que su padre para desvelárselo?

 

 

Pocos minutos antes de las diez del día siguiente, su secretaria le anunció por teléfono que el señor Lane estaba esperando a que lo recibiera.

–Hazle pasar –dijo Abby enseguida, contenta de que Greg hubiese convencido a su padre. Le parecía increíble. Pero la sonrisa que desplegó cuando se abrió la puerta desapareció al ver a Hallam Lane entrar en su despacho. Se puso inmediatamente de pie para no sentirse en desventaja ante aquel hombre alto y fornido, y no hubo preliminares por parte de ninguno de los dos.

–Si ha venido a prohibirme que lleve el caso de Greg está cometiendo una estupidez –dijo con firmeza–. Greg confía en mí y quiere que sea yo…

–Está gastando saliva.

–No lo creo –replicó Abby frunciendo el ceño. Hallam Lane llevaba un traje gris oscuro que realzaba las formas delgadas pero fuertes de su cuerpo; tenía razón al pensar que era peligrosamente atractivo–. Da la casualidad de que tengo fe en su hijo.

–No he venido a denigrarla, Sommers. Puede ocuparse de los asuntos de Greg.

–No entiendo –repuso Abby, sintiéndose por un instante en desventaja, y deseó haberse vestido de otra forma. Se había puesto un vestido de algodón de color verde esmeralda que hacía juego con sus ojos… y que le hacía parecer aún más joven. Además, llevaba el pelo suelto y le caía por los hombros como un torrente de fuego rojo de gruesas ondas–. ¿Qué le ha hecho cambiar de idea?

–Greg me recordó que es mayor de edad y que puede tomar sus propias decisiones –explicó Hallam Lane con ironía–. No es que esté del todo de acuerdo con él, ya ha cometido algunos errores trágicos en su corta vida.

Mientras hablaba, aquellos ojos negros hicieron un cuidadoso estudio de sus labios y luego se deslizaron lentamente hacia sus senos, claramente moldeados por la fina tela de algodón. Era una acción deliberada y destinada a saber cómo reaccionaba ella, y se indignó.

–Si pretende utilizar el sexo como arma, está perdiendo el tiempo –le dijo fríamente, poniéndose a la defensiva. No podía negar que sentía cierta excitación en su interior, pero no iba a permitir que se diera cuenta.

–¿Quién habla de sexo? –preguntó sonriendo con sarcasmo.

–No me gusta la forma en que me mira, señor Lane. De hecho su actitud me resulta extremadamente ofensiva.

Abby nunca había hablado así a un futuro cliente ,o al padre de un cliente, pero había algo en aquel hombre que la irritaba. ¿O acaso tenía miedo de su propia sexualidad, del modo en que conseguía excitarla sin ni siquiera proponérselo? Hallam Lane sonrió ampliamente, dejando ver unos dientes de un blanco inmaculado.

–Soy un hombre de carne y hueso, Sommers, que admira a una mujer hermosa. Si quiere ver algo más, eso sólo confirma lo que imaginaba.

–¿Qué quiere decir con eso? –dijo Abby levantando la cabeza.

–¿Acaso no todas las mujeres son iguales? Sobre todo cuando trabajan en un mundo de hombres. Supongo que un hogar e hijos es lo último que desea. Gana mucho dinero y es libre de tener tantas relaciones como guste, e imagino que a ciertos hombres les resulta emocionante salir con mujeres de éxito. Yo personalmente prefiero a las que se comportan como mujeres de verdad.

Abby se preguntó cómo había surgido todo aquello.

–Estoy segura de no haber querido provocar nada de esto, señor Lane –dijo con voz tensa–. Creo que lo que dice está totalmente fuera de lugar y que será mejor que se vaya.

Sabía que estaba echando a perder la oportunidad que le había dado de llevar el caso de Greg, pero, cielos, no tenía por qué aguantar sus insultos. Se dirigió a la puerta y la abrió, y para su sorpresa descubrió que su hijo estaba en la sala de espera. Pero antes incluso de que pudiera decir palabra o esbozar una sonrisa, una mano más fuerte que la suya la volvió a cerrar. Abby se volvió hecha una furia.

–¿Qué demonios se ha creído que…?

–Sólo quiero probar algo –murmuró Hallam Lane, y la estrechó contra su férreo cuerpo, inmovilizándola con una mano en la espalda y otra en la nuca. Buscó sus labios sin vacilación.

Abby se sorprendió tanto que durante los primeros segundos se quedó inmóvil, permitiendo que la besara aunque le pareciese una locura, y cuando finalmente se resistió y empezó a aporrearlo exigiendo que la soltara, se turbó al ver pequeñas llamas de deseo en la negrura de sus ojos. Pero lo que más la asustó fue descubrir su propia respuesta ardiente a la sensualidad de aquel hombre.

–Bueno, bueno, Sommers –dijo con una sonrisa de satisfacción y ojos burlones cuando la soltó finalmente–. No me ha decepcionado.

Abby le lanzó una mirada salvaje, aunque en realidad era consigo misma con quien estaba enfadada.

–Es usted despreciable.

–Y usted, Sommers, está preciosa cuando se enfada… y también es una mujer muy predecible.

–Está muy equivocado, señor Lane. ¿Y sabe una cosa? Siento que Greg tenga un padre como usted, tan amoral.

Hallam sonrió peligrosamente sin parecer molesto por sus rudas palabras.

–Se lo advierto –le dijo con un brillo de acero en la mirada–, no quiero que condenen a mi hijo.

–Depende de si es inocente, señor Lane –repuso Abby con expresión fría y desdeñosa.

–Es su trabajo demostrar que lo es –le recordó Hallam.

–¿Lo dice por preservar su buen nombre?

Abby sabía que estaba jugando con fuego, pero hacía tiempo que había dejado a un lado la discreción en lo referente a aquel hombre. Los ojos negros centellearon.

–Limítese a hacer el trabajo por el que se le paga.

Abrió la puerta de golpe e hizo un gesto a su hijo para que pasara. Greg miró a su padre, luego a Abby, y su expresión preocupada dio a entender que les había oído discutir.

–Hasta luego, hijo –gruñó Hallam antes de salir del despacho.

Abby habría agradecido disponer de unos segundos para recobrar la compostura antes de hablar con Greg.

–Mi padre parecía muy enfadado –dijo el joven en voz baja.

–Lo estaba.

–¿No habrá cambiado de idea sobre…?

–Por supuesto que no –lo tranquilizó Abby enseguida.

–¿Entonces por qué…?

–No tiene importancia, Greg –lo interrumpió nuevamente, y le habló en tono suave y amistoso, sintiéndose otra vez dueña de sí misma–. Siéntate. Tenemos mucho de que hablar.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ABBY rezó para no volver a ver al padre de Gregory Lane. Se sentía muy confusa por los sentimientos que suscitaba en ella: estaba enfadada con él porque se hubiese atrevido a besarla, y furiosa consigo mismo por haberlo permitido. Hallam Lane le resultaba tan atractivo que lamentaba que no le agradaran las mujeres con carrera, y desde luego, era el primer hombre que la había impactado.