El marido millonario - Margaret Mayo - E-Book
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El marido millonario E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Bryce Kellerman, un apuesto millonario australiano, sintió una instantánea atracción por Lara. Ella era totalmente diferente a las afectadas cazafortunas con las que tenía que enfrentarse a diario. Pero, claro, Lara creía que él no tenía ni un céntimo. Ella pertenecía a una familia pobre y ya se había casado una vez con el fin de conseguir cierta estabilidad económica... ¡Y había resultado un auténtico desastre! Ahora lo único que buscaba en un hombre era que fuera sincero. ¿Cómo iba entonces Bryce a revelarle su secreto?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2001 Margaret Mayo

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El marido millonario, n.º 5457 - diciembre 2016

Título original: Her Wealthy Husband

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-9049-7

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

TENÍA los ojos más irresistibles que había visto en su vida; un gris humo, casi azul, pero no del todo. Pestañas largas y tupidas, a juego con el negro de su pelo. Él había concentrado su atención en ella inmediatamente, y tal vez debiera haberse sentido halagada, la mayoría de las mujeres lo habrían hecho, pero a ella, sin embargo, la había hecho sentir incómoda.

Lara se dio la vuelta y miró a su tía, que estaba observando cómo la miraba aquel hombre…

–Ven. Ven que te presento –le dijo su tía. Y antes de que Lara pudiera reaccionar, la tomó del brazo.

Los ojos grises no dejaron de mirarla mientras se acercaban. El hombre se separó de la barandilla, se puso recto y esperó. Iba vestido con ropa de sport, con una camisa abierta a la altura del cuello; mostraba un torso musculoso. La piel bronceada hacía pensar que trabajaba al aire libre.

Y era alto.

Lara no se había dado cuenta de lo alto que era hasta que lo había tenido enfrente. Ella era alta, pero él bastante más. Debía de medir un metro noventa aproximadamente. Un metro noventa centímetros de animal masculino. No era particularmente guapo, eran los ojos lo que atraía de él, y lo que parecía darle seguridad. Debía de saber que con unos ojos así podría conseguir a cualquier mujer sobre la que los posara.

¡Y ella estaba en la mira!

–Lara, quiero presentarte a Bryce Kellerman, amigo desde hace años, y ayudante para lo que haga falta. No sé qué haría sin él. Bryce, esta es mi sobrina, Lara Lennox.

–Me alegro de conocerte, Lara –los ojos grises se fijaron en ella mientras extendía la mano, como desnudando su alma.

Lara desvió la mirada instantáneamente. Miró sus manos. Eran muy blancas, comparadas con las de él. Los dedos de Bryce tenían las puntas cuadradas, las uñas perfectamente arregladas. Eran manos fuertes, grandes, más acostumbradas a los trabajos manuales que a acariciar mujeres. Aquella idea la horrorizó, y quitó la mano.

Él le sonrió como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba pensando.

A Lara le daba igual. Ningún hombre le interesaba. Había sufrido suficientemente ya. La culpa había sido suya, lo admitía, pero era un error que no pensaba repetir. Y si su tía tenía en mente hacer de celestina, estaba muy equivocada.

–Os dejo que os conozcáis –Helen sonrió contenta.

Su tía Helen tenía cincuenta y pocos años. Era delgada, rubia, aparentaba cuarenta años. Era viuda desde hacía diez años, y Lara no comprendía por qué no había vuelto a casarse.

Helen había salido de Inglaterra cuando Lara tenía seis años, hacía diecisiete años, y no había vuelto desde entonces, ni siquiera cuando había muerto su marido. No tenía hijos, pero tenía muchos amigos, y amaba tanto a Sidney, que decía que jamás se movería de allí. Pero siempre había mantenido el contacto con su hermana, llamándola por teléfono una vez a la semana. Cuando Helen se había enterado de que Lara se había divorciado, inmediatamente la había invitado a pasar un tiempo con ella, el que quisiera. Incluso le había enviado el dinero del billete de avión.

–¿Y? ¿Te gusta Australia?

La voz de Bryce Kellerman era tan profunda que hizo vibrar los huesos de Lara, como si fueran las cuerdas de una guitarra. Aquel hombre era todo vibración sexual. Y como ella huía del sexo como de la peste, se alejaría de él como primera medida.

–Mucho –contestó Lara con una sonrisa reacia–. Aunque apenas he tenido tiempo de formarme una opinión.

–¿No hace demasiado calor para ti? –él se apoyó en la barandilla. Parecía seguro de sí mismo–. Tienes que tener cuidado.

Lara asintió.

–Eso estoy haciendo.

Siempre que salía se ponía protector solar, y llevaba sombrero de paja. Era algo que le había aconsejado su tía en cuanto había llegado.

–Tu piel me recuerda a las rosas inglesas.

–Apuesto a que se lo dices a todas la chicas –respondió ella secamente. Aquellos cumplidos la molestaban. Parecían tan aprendidos, tan ejercitados… Roger había sido un maestro en piropos.

–Solo si es cierto, y así es en tu caso –dijo él suavemente, tocándole la mejilla con un dedo.

Un suave contacto, y Lara tuvo la sensación de que la estaba marcando como suya. Movió la cabeza levemente, apartándose.

–¿No te gusta que te toque? –preguntó él como si no estuviera acostumbrado a aquella reacción.

–No, la verdad es que no –Lara mantuvo la mirada, no haciendo caso al latido acelerado de su corazón.

–Trataré de recordarlo –dijo él, no muy convencido–. ¿Sabes que te pareces mucho a tu tía?

–Más que a mi madre –asintió ella–. Son hermanas.

–El mismo pelo rubio… Los mismos ojos azules… Tu boca es un poco más… generosa –sonrió él–. Iba a decir «besable», pero algo me dice que eso no te gustaría, ¿me equivoco?

–No.

–¿Qué es lo que te aleja de los hombres?

–¿Quién te ha dicho que me alejo de los hombres? –ella se puso rígida. Era demasiado intuitivo.

–Es evidente. A no ser que sea yo quien no te guste. ¿Hay algo que no sepa? ¿Has oído hablar mal de mí?

–Yo no sabía siquiera que existías hasta hace unos segundos –contestó ella.

En realidad, hubiera sido mejor que no lo hubiese conocido. Había algo en él que la hacía desconfiar. Presentía que era el tipo de hombre para quien las mujeres eran objetos de usar y tirar, sin tener en cuenta sus sentimientos. Se lo decían sus ojos.

Ella era nueva en aquel ambiente. Muchas veces le habían dicho que era guapa, aunque el espejo no le dijera lo mismo. Era rubia. Tenía las cejas muy altas, los ojos muy grandes, y una boca excesiva, y le molestaban los piropos falsos.

–¿Y ahora que sabes que existo? –preguntó él con una sonrisa lacónica.

–Creo que me marcharé. Hay una persona con la que quisiera hablar… Si me disculpas…

Pero Bryce Kellerman no estaba dispuesto a dejarla marchar.

–No he terminado aún –dijo.

Lara frunció el ceño y miró la mano de Bryce en su brazo. Luego lo miró fijamente y no le contestó hasta que él la soltó.

–¿A qué te refieres con que no has terminado? No me había dado cuenta de que habíamos empezado algo…

Helen quiere que nos hagamos amigos –sonrió él–. Sería una grosería decepcionarla.

Lara alzó las cejas.

–Mi tía puede querer lo que le dé la gana. Soy yo quien elige a mis amigos. No tiene derecho a hablar de mí.

–No ha hablado de ti…

–Entonces, ¿cómo…?

–Tu tía piensa que es hora de que me busque una esposa.

–Y sospecho que a mí quiere conseguirme otro marido –agregó Lara.

De pronto, estalló una carcajada entre ellos.

–Creo que al menos deberíamos fingir que nos gustamos –susurró Bryce maliciosamente en voz alta.

–Le alegrará la noche –asintió ella.

–No hace falta que sigamos con la farsa después de esta noche.

–¿Solo esta noche entonces? –preguntó ella.

Bryce asintió.

–¿Damos un paseo por el jardín? –Bryce extendió la mano.

Después de dudarlo un segundo, Lara le dio la suya. Se dio la vuelta y miró hacia la casa. Helen los estaba observando. La vio asentir con la cabeza en señal de aprobación, y luego desaparecieron de la vista. Eran dos almas juntas en la oscuridad de la noche. Se oían las voces, la música, las risas de fondo, pero no veían a nadie, ni nadie los veía.

De pronto, Bryce la tomó en sus brazos, y para horror suyo, Lara se excitó. Desde la ruptura de su matrimonio, había evitado a los hombres, y ahora… ¿Por qué aquella reacción? ¿Por qué se le aflojaban las piernas? ¿Por qué se aceleraban sus pulsaciones? Debía de ser porque se sentía halagada. ¿Qué mujer no lo estaría con un hombre con el magnetismo de Bryce Kellerman?

Pero él se equivocaba si pensaba que podría besarla. Era una noche de luna llena, mágica y sensual, cálida, hecha para el amor, pero no para ella.

–¿Es este un saludo típicamente australiano? –preguntó ella, soltándose–. No sabía que iba a caer en los brazos de todo hombre que conociera.

–Te pido disculpas –él hizo un movimiento de cortesía con la cabeza–. ¿Por qué no nos sentamos y me cuentas la historia de ese muchacho que te arruinó la vida? –la llevó hacia un banco que había cerca.

–Creía que mi tía no te había contado nada –respondió ella.

–Helen es muy discreta. No es más que una sospecha mía, pero muy acertada, a juzgar por tu reacción. No debe de ser un hombre que valga la pena, si ha dejado escapar a una mujer tan hermosa como tú.

¡Más cumplidos! Lara sintió ganas de abofetearlo.

–En realidad, yo lo abandoné –le dijo ella.

A lo lejos, al otro lado del río, brillaban las luces de las casas como si fueran estrellas gigantes. Los cubría un cielo de color púrpura. No se oía nada, excepto el murmullo de voces que provenían de la galería. Era un lugar idílico, y ella no quería que aquel hombre la hiciera hablar de Roger.

–¿Cuánto tiempo estuviste casada?

–Tres años.

–¿Cómo era él?

Lara lo miró.

–¿Y eso qué tiene que ver contigo?

–Es una charla terapéutica sobre tus problemas.

–Yo no tengo ningún problema. Excepto el que me estés molestando con estas preguntas. No quiero contestar.

Una débil sonrisa ablandó las duras líneas del rostro de Bryce. Lo hizo parecer más próximo, más comprensivo.

–Ese es el problema, Lara. Que no liberas tu dolor. El hablar ayuda. ¿Cuánto hace que te divorciaste?

–Casi cuatro meses.

–¿Entonces, la herida está abierta todavía?

Lara asintió. No lo miró. No quería ver compasión en sus ojos. Recordó el día en que les había dicho a sus compañeras de colegio que quería casarse con un hombre rico.

Lara era la más pequeña de cinco hermanos, y había sido criada por su madre. Se había jurado no verse en la misma situación. Había sabido lo que era la pobreza, lo que había luchado su madre para llegar a fin de mes. Y había decido que eso no era para ella.

Después de terminar sus estudios, había conseguido trabajo en una empresa de Relaciones Públicas, y allí había sido donde había puesto sus ojos en Roger Lennox.

Roger era el dueño de la empresa. Tenía mucho dinero y no estaba mal físicamente. El problema era que lo sabía. Tenía a todas sus empleadas rondándolo. Desde el principio Lara había sabido que iba a tener que hacer algo distinto para que se fijara en ella.

Su oportunidad le había llegado un día en que ella estaba cruzando el aparcamiento y había visto a su jefe sentado en su convertible plateado.

–Buenas noches, señor Lennox –le había gritado.

–¡Oh! Eh… Buenas noches –había respondido sobresaltado.

Su coche no arrancaba. Estaba enfadado e incómodo a la vez. Ella habría sentido lo mismo si hubiera tenido problemas con un coche tan caro.

Ella se dio la vuelta y preguntó:

–¿Puedo ayudarlo?

Roger era rubio y de ojos azules. Tenía algunos kilos de más, pero su encanto hacía que la gente lo olvidase. Las mujeres decían que parecía un dios griego.

–¿Usted? Es una mujer…

–Eso no significa que no sepa nada de motores –contestó Lara.

Como había sido la única chica en una familia de chicos, se había pasado la vida observándolos armar y desarmar coches. Y muchas veces los había ayudado, cuando la habían dejado. Sabía de motores igual que un hombre.

Roger Lennox frunció el ceño.

–¿Habla en serio?

–Por supuesto. Abra el capó.

Él, para sorpresa de ella, la obedeció, aunque con el ceño fruncido.

Cuando Roger había salido del coche para ver lo que estaba haciendo ella, había rozado accidentalmente su muslo, y Lara había sentido el impacto de la sexualidad de aquel hombre. Era lo que habían fantaseado todas las chicas del edificio.

–¿Está segura de que sabe lo que está haciendo?

–Si no, no le habría ofrecido ayuda –contestó ella, tratando de disimular su excitación.

Era atractivo, sin lugar a dudas, y había acelerado el latido de su corazón… Y lo más importante era que podía ser parte de su estrategia de casarse con un hombre rico. Las manos de Lara temblaron mientras inspeccionaba el coche.

–¿Quiere volver a probar? –preguntó ella con voz sensual, cruzando mentalmente los dedos para que arrancase. Quería causarle una buena impresión, y no quedar en ridículo.

El motor se encendió en cuanto dio vuelta la llave. Roger Lennox la miró sin poder creerlo.

–¿Qué ha hecho?

Estaba claro que él jamás había intentado arreglar un motor de coche.

–El cable distribuidor de electricidad estaba suelto.

–Estoy impresionado. No sabía que las mujeres entendieran de estas cosas. Déjeme que la lleve a casa, es lo menos que puedo hacer.

Ella se había sentido triunfante. Aquello le había salido mejor de lo que había imaginado.

Lara había soltado el capó, se había limpiado las manos con un pañuelo de papel, y se había sentado al lado de Roger Lennox.

–¿Dónde estás? –la voz profunda de Bryce Kellerman interrumpió sus pensamientos.

«Sentada al lado de otro hombre, arruinando mi vida», pensó Lara.

Roger Lennox le había enviado flores al día siguiente, causando un revuelo en la oficina. Había ido a verlo para agradecerle el detalle, como un gesto de buenos modales, se había dicho. Y una cosa había llevado a la otra. En poco tiempo la había invitado a salir. Y se habían casado ocho semanas más tarde.

Ella había conseguido su sueño.

–Estaba pensando en Roger, en el día en que lo conocí.

–¡Ah! –contestó él, como si lo viese todo.

–Yo pensé que había conocido al hombre de mis sueños.

–¿Amor a primera vista?

No podía contestarle que lo que la había enamorado había sido su cuenta bancaria. Era demasiado embarazoso. Había oído decir que el dinero no hacía la felicidad, y no lo había creído, pero ahora sabía que era verdad. Había cometido un estúpìdo error.

–Eso fue lo que creí.

–Entonces, ¿qué es lo que fue mal?

«Más preguntas», pensó ella. Si no tenía cuidado, terminaría contándole toda su vida. Nunca había conocido a un hombre que demostrase tanto interés.

–Varias cosas. En realidad, él era un poco controlador –contestó.

Era una manera de decirlo suavemente. En realidad, Roger había dirigido totalmente su vida.

–Y veo que no eres el tipo de mujer a quien le guste que la controlen –dijo él con una sonrisa medida–. En mi opinión, nadie debería ser controlado. Yo no haría nunca eso, sobre todo a una mujer. Me gusta que se rebelen.

Y Lara Lennox era una mujer que se rebelaba contra lo que no le gustaba. A Bryce le encantaban esos ojos que parecían clavarle puñales, cómo alzaba el mentón orgullosamente, el modo en que su cuerpo se ponía rígido y lo rechazaba.

Él quería romper esas defensas. Quería demostrarle que no todos los hombres eran iguales. Afortunadamente su esposo no la había reprimido por completo. Ella había tenido la suficiente fuerza como para dejar un matrimonio que no funcionaba.

Cuando Helen lo había invitado a la fiesta, él no había estado seguro de querer conocer a su sobrina. Helen era una celestina sin remedio. Llevaba años intentando encontrarle una esposa, y él estaba cansado de su juego.

Si alguna vez se casaba, quería ser él quien eligiera a la chica. Quería estar seguro de que no se interesaba por él por su dinero. Él había tenido algunas mujeres. Se había dejado engañar por una cara bonita y un cuerpo deseable; incluso había estado a punto de casarse una vez, pero en el último momento se había dado cuenta de cómo era la chica en realidad. Empezaba a preguntarse si todas las mujeres serían iguales, si lo que buscaban fundamentalmente era un esposo rico y con éxito.

Aquella muchacha que estaba sentada a su lado lo intrigaba. Aquella mujer hermosa que huía de los hombres era un desafío para él. No le había mentido cuando le había dicho que su piel era como los pétalos de las rosas inglesas.

Quería tocar aquella piel. No le había dado el sol. Jamás había sentido el sofocante calor de aquel continente.

–Dime –dijo ella–. ¿Has estado casado alguna vez?

Él no quería hablar sobre sí mismo. Quería hablar de ella. Quería saberlo todo. Helen había sido muy vaga al hablar de su sobrina, y ella no parecía dispuesta a revelarle nada.

–No –contestó Bryce–. Nunca encontré la mujer adecuada.

–¿De verdad? No lo comprendo –contestó ella.

¿Quería decir aquello que ella estaba interesada en él, a pesar de su aparente indiferencia? Bryce sintió una subida hormonal repentina. Pero se desanimó diciéndose que no sabía nada de ella y que podía ser como las demás.

–No ha sido porque no haya podido elegir. Simplemente no hubo ninguna con la que quisiera casarme.

–Exiges mucho, ¿verdad?

–Supongo que sí.

–¿Y nunca has encontrado a la señorita Perfecta?

–Aún, no.

Pero tal vez esa noche hubiera tenido suerte. Si se parecía a su tía, él no tendría quejas. Helen era una mujer maravillosa, y muy cariñosa. El dinero no significaba nada para élla. Siempre había dicho que lo que contaba era la actitud y la personalidad de una persona.

–Este es un lugar muy bonito –comentó Lara–. Tan distinto de los que conozco… Yo vivo en una ciudad pequeña, sin río, ni lagos en muchos kilómetros a la redonda. El agua es tan relajante… ¿No crees?

–Mucha gente opina como tú –contestó él.

–¿Y tú no?

–Ya sabes, los que vivimos en un sitio, no lo apreciamos.

–Yo no me cansaría nunca de esto, ni de Darling Harbour. Mi tía me llevó allí el otro día. No sé por qué se llama así, pero es un nombre muy adecuado. No me daban ganas de marcharme de aquel lugar…

–Me alegro de que te guste. Uno de nuestros primeros gobernantes, sir Ralph Darling, le puso su nombre. Los aborígenes lo llamaban Tumbalong.

A él le habría gustado llevarla allí, pero sabía que era demasiado pronto. Lara trataba de resultarle simpática por su tía. Pero después de aquella noche…

¿Querría volver a verlo?

Por primera vez en su vida Bryce Kellerman se sintió inseguro.

Capítulo 2

PASARON cinco días desde la fiesta y Lara no había vuelto a saber nada de Bryce Kellerman. Para su horror, estaba decepcionada, y no comprendía por qué, puesto que había dejado claro que no quería volver a verlo. ¿Acaso no estaba mejor sin un hombre en su vida?

Helen también había hecho algún comentario al respecto.

–Tal vez esté ocupado. Le daremos unos días más y luego lo invitaremos a cenar.

Ella no le había mencionado a Bryce, así que supo que Helen seguía con su juego. Pero, aun así, la idea de volver a verlo aceleraba su corazón. También le molestaba que él hubiera causado una fisura en su armadura. Tenía que tener cuidado.

Pero Helen no tuvo que invitarlo, puesto que al día siguiente, al volver de un recorrido por la ciudad, encontraron un mensaje para Lara en el contestador automático. Me gustaría llevarte a cenar esta noche, decía su voz profunda. Lara sintió escalofríos al oírla. Te recogeré a las ocho. Si hay algún problema, llámame.

Aunque su tía estaba entusiasmada, Lara la decepcionó diciendo:

–No quiero ir. No quiero tener ninguna relación con él.

Helen agitó la cabeza.

–Bryce nunca te hará daño.

Tal vez fuera cierto. Pero no iba a arriesgarse.

No obstante, a pesar de sus pensamientos, se oyó decir:

–Supongo que no hay nada de malo en una sola cita.

–Eso te dará la oportunidad de conocerlo mejor –dijo la mujer con una sonrisa–. Si yo tuviera veinte años menos, me casaría con él.

–¿Quién habla de matrimonio? –preguntó Lara indignada.

Helen sonrió.

–Solo quería que supieras que es un buen partido.

–He venido aquí para superar la relación con un hombre, y no para que me atrape otro –contestó Lara, enfadada con su tía.

Pero cuando apareció Bryce, con aquel aspecto tan atractivo, Lara no pudo aquietar su corazón. Su cabeza le advertía que no se dejara envolver por él, pero no podía negar que era un hombre muy atractivo, que la atraía a su pesar.

Claro que Roger también le había resultado irresistible los primeros meses, hasta que se había dado cuenta de cómo era en realidad. Su marido la había utilizado. Había hecho el amor cuando había querido, y jamás había tenido en consideración sus propios deseos y necesidades…

Bryce podía ser igual.

Lara se había puesto un vestido azul pastel y sandalias. Llevaba el pelo recogido, y el único maquillaje era rímel y brillo de labios. No necesitaba nada más.

Bryce la miró detenidamente, y le dijo:

–Estás deslumbrante.

Lara tragó saliva y fingió no darle importancia.

–El vestido no es nuevo. Hace años que lo tengo.

–Sea como sea, el color te queda muy bien. Hola, Helen, te prometo cuidar muy bien a tu sobrina.

–Sé que lo harás –dijo Helen con una sonrisa–. Lara tiene llave, así que no hace falta que la traigas temprano por mí.

Lara frunció el ceño.

–Vendré temprano, Helen –contestó.

–Como quieras, querida. Y ahora, marchaos y pasadlo bien.