Una segunda vez - Margaret Mayo - E-Book

Una segunda vez E-Book

Margaret Mayo

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Beschreibung

Cuando Sienna conoció al atractivo hombre de negocios Adam Bannerman, tuvo la certeza de haber encontrado el verdadero amor. Pero Adam estaba obsesionado con el trabajo y su turbulento matrimonio se rompió antes de que Sienna pudiera anunciar que estaba embarazada. Ahora que el pequeño estaba enfermo, Sienna creyó que Adam debía saber la verdad. Al encontrarse volvieron a saltar las chispas, pero también afloraron los secretos que los mantenían separados. ¿Podía Sienna poner su corazón en peligro Una segunda vez y dejar que Adam la sedujera para llevarla de nuevo a la cama?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Margaret Mayo. Todos los derechos reservados. UNA SEGUNDA VEZ, N.º 2047 - diciembre 2010 Título original: Married Again to the Millionaire Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9313-8 Editor responsable: Luis Pugni

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Una segunda vez

Margaret Mayo

Capítulo 1

EL CORAZÓN de Sienna latía aceleradamente mientras esperaba ante la verja del jardín del exclusivo bloque de apartamentos, en la orilla del Támesis. Se trataba de una residencia destinada sólo a los más ricos, una categoría a la que Adam no pertenecía la última vez que se habían visto.

Al no obtener respuesta, suspiró aliviada. Estaba a punto de marcharse cuando oyó la familiar voz de Adam a través del telefonillo.

–¿Sienna?

Una voz profunda que, como Sienna sabía por experiencia, podía ser tan suave como el terciopelo o tan afilada como una cuchilla. Adam había usado ambas en el pasado al dirigirse a ella, y Sienna no pudo evitar estremecerse al oírla.

Hasta ese momento no se le había pasado por la cabeza que pudiera estar siendo observada a través de una cámara, e imaginar que Adam llevaba ese rato mirándola le heló la sangre. Estar sobre aviso de su llegada lo ponía en situación de ventaja.

–¡Adam! –¿por qué la voz le salía aguda cuando se había propuesto sonar segura de sí misma? ¿Y por qué Adam la mantenía a la espera en lugar de dejarle entrar? Quizá ni siquiera quería verla. Después de todo, habían pasado ya cinco años–. Tengo que hablar contigo.

–¿Después de tanto tiempo? ¡Qué curioso! Pasa.

Ignorando el efecto que su voz tenía sobre ella, Sienna esperó a que la verja se abriera y cruzó lentamente el jardín hasta llegar a la entrada principal, donde encontró otro telefonillo con cámara de vigilancia. Presionó el botón correspondiente y esperó. Y esperó. Después de lo que le pareció una eternidad, oyó de nuevo la voz de Adam.

–Pareces impaciente, Sienna.

–¿A qué estás jugando? –preguntó ella, irritada, arrepintiéndose de haber tomado la decisión de ir a verlo.

–Intentaba adivinar qué te ha hecho venir.

–Si no me dejas pasar, nunca lo sabrás. De hecho, no te molestes. He cambiado de idea –Sienna giró sobre los tacones ridículamente altos que había tomado prestados para ganar confianza en sí misma y empezó a retroceder sobre sus pasos.

–¡Espera! –dijo Adam. Sienna oyó la puerta abrirse–. Sube al ático. Toma el ascensor de la derecha.

Sienna entró en el ascensor con las instrucciones de Adam resonando en su cabeza. En unos segundos las puertas se abrieron a un corredor recubierto de paneles de haya, con un exquisito suelo de baldosas de color cobre y verde, y una delicada iluminación indirecta. En las esquinas había macetas con plantas y al fondo, un espejo en el que se vio reflejada con expresión aterrada. Sus ojos azules parecían dos ascuas en su pálido rostro, tenía el cabello castaño despeinado y de tanto mordisquearse los labios se le había borrado el carmín. Ésa no era la imagen que quería proyectar, así que se detuvo unos segundos para respirar profundamente, se obligó a sonreír, se peinó y se retocó los labios. Justo cuando guardaba la barra en el bolso, se abrió una puerta y Adam se encaminó hacia ella.

Sienna contuvo el aliento al ver cuánto había cambiado. De ser extremadamente delgado había pasado a tener un cuerpo musculoso y fuerte, como si acudiera regularmente al gimnasio, aunque por lo que solía leer sobre él en la prensa le costaba creer que tuviera tiempo. Su dios seguía siendo el trabajo, al que seguía dedicando todas las horas del día.

Apretaba la mandíbula con su característico hoyuelo bajo sus labios esculpidos, sus ojos azul oscuro se posaban escrutadores sobre Sienna mientras sus negras cejas se arqueaban en un gesto inquisitivo. El único rasgo que permanecía inmutable era su cabello negro y ondulado, despeinado y más largo de lo habitual en un hombre de negocios.

–Vaya, vaya, Sienna. Pensaba que no volveríamos a vernos –su voz profunda resonó en el espacio vacío–. ¿Cómo has averiguado dónde vivo?

Sienna alzó sus finas cejas.

–Apareces en las noticias muy a menudo, así que ha bastado hacer algunas preguntas para averiguarlo.

Durante aquellos años había sido fácil seguirle la pista. Había pasado de ser un simple promotor inmobiliario a comprar empresas en crisis, que desmantelaba y revendía consiguiendo ganancias exorbitantes. Había sido votado hombre de negocios del año en varias ocasiones. Y también era conocido por donar mucho dinero a causas benéficas.

–Siempre supe que tendría éxito –dijo él, encogiéndose de hombros.

–Pero ¿a qué precio? –dijo ella automáticamente . Su obsesión con enriquecerse era una de las razones de que lo hubiera dejado. Adam apretó los labios.

–¿Has venido a hablar de mi éxito o es que quieres dinero? Pues siento...

–Te equivocas –le cortó Sienna, aunque podía entender sus sospechas.

La mayoría de las mujeres que conocía habrían actuado de esa manera, pero ella era demasiado orgullosa y había preferido ser pobre a pedirle dinero. En cuanto al divorcio, siempre le había gustado la idea de estar casada. De haberse enamorado de otro hombre, lo habría solicitado, pero ése no era el caso. Y Adam tampoco había deseado volver a casarse, o se habría puesto en contacto con ella.

Una vez entraron en el apartamento, Sienna se detuvo y miró a su alrededor. Se trataba de un espacio diáfano, con toda la fachada acristalada, que se abría a una terraza de suelo de pizarra decorada con plantas y mobiliario de bambú, con una espectacular vista al Támesis.

El interior tenía una decoración minimalista, con colores delicados, sofás y butacas de cuero marrón y mesas de cristal, una pantalla de televisión gigante en la pared y una sofisticada cocina abierta al salón.

–Toma asiento, por favor –Adam señaló una de las butacas, pero Sienna negó con la cabeza.

–Prefiero que salgamos fuera –a pesar de la amplitud del espacio, la presencia de Adam le hacía sentir claustrofobia.

–Como quieras –Adam la precedió a la terraza–. ¿Quieres beber algo o prefieres decir lo que sea que has venido a decir y marcharte?

La aspereza con la que habló hizo estremecer a Sienna. Siempre había sido un hombre decidido y con una inagotable capacidad de trabajo, pero con el tiempo había adquirido una frialdad y una dureza que no acostumbraba a tener.

–Tomaré algo, gracias.

–¿Té, café, algo más fuerte?

–Sí –contestó Sienna.

Algo que la ayudara a relajarse y no sentirse intimidada. Había ensayado su discurso cientos de veces, pero no había esperado encontrarse con un Adam tan apabullante, tan frío y seguro de sí mismo.

–¿Sí a las tres cosas? –preguntó Adam, alzando una ceja.

–A algo más fuerte.

Adam esbozó una sonrisa de suficiencia.

–¿Vino, brandy?

A Sienna no le pasó desapercibido su tono sarcástico. Alzó la barbilla y clavó sus ojos en los de él. Había olvidado lo guapo que era y por una fracción de segundo sintió, horrorizada, un calor entre los muslos.

–Vino, por favor.

En cuanto se quedó sola, Sienna cerró los ojos, arrepintiéndose de haberse dejado llevar por el impulso de contactar con Adam después de tantos años de silencio. Lo más sensato sería explicarle la razón de su visita y marcharse inmediatamente. Pero desde el momento en que sus miradas se habían encontrado, había sentido el mismo deseo y conexión con él que en el pasado. Siempre había sido un amante excepcional, ardiente y apasionado. Pero en cuanto se casaron, Adam había pasado de ser su caballero andante a convertirse en un marido distante y obsesionado con el trabajo.

–Aquí tienes.

Sienna abrió los ojos súbitamente y en cuanto se encontró con los de él sintió una vez más que su cuerpo despertaba del letargo. Llevaba años diciéndose que lo odiaba, así que su reacción tenía que ser exclusivamente física. ¿Cómo iba a amar a un hombre que prefería el trabajo a su mujer?

El vino tenía un aspecto delicioso, frío y tentador. Sienna observó a Adam servir una copa del líquido dorado, que al instante creó una capa de condensación en la copa que ella acarició con un dedo al tomarla.

Adam la observó con ojos entornados, haciéndole sentir que había hecho un gesto erótico, como si en lugar de la copa lo hubiera acariciado a él.

Una nueva oleada de calor la recorrió, y Sienna bebió precipitadamente para neutralizarla. Al dejar la copa sobre la mesa, le sorprendió descubrir que casi la había vaciado.

–¿Resulta tan espantoso verme? ¿Por qué no dices ya lo que sea que te ha traído aquí?

La amargura de su tono hizo que Sienna lo mirara. Sus labios se torcían en un gesto adusto y sus ojos la miraban fríos como el hielo.

Para poder contarle el motivo de su visita, Sienna necesitaba sentirse más cómoda con él.

–Tienes una casa muy bonita –dijo–. ¿La compartes con alguien?

–Si lo que preguntas es si tengo novia, la respuesta es «no». Deberías conocerme mejor. Sabes que mi único amor es el trabajo.

–Así que no has cambiado. ¿Y para qué quieres todo esto si no puedes disfrutarlo? –preguntó ella, indicando el apartamento con un movimiento de los brazos.

–Para sentirme seguro y tener cosas que me gustan –Adam no apartaba sus ojos de ella–. También tengo un apartamento en París y otro en Nueva York.

–¿Y no será que ya tienes tanto dinero que no sabes en qué gastarlo? –preguntó Sienna sin poder ocultar su desprecio.

–Si has venido a cuestionar mi estilo de vida...

–No, no es eso –dijo Sienna precipitadamente aunque todavía no estaba preparada para decirle la verdadera razón de su visita. Era un tema tan delicado que necesitaba que Adam estuviera del humor adecuado–. Sólo me extraña que tengas tantas casas y nadie con quien compartirlas.

–¿Estás ofreciéndote? –preguntó él con una sonrisa insinuante que hizo estremecer a Sienna.

Sienna creía muertos sus sentimientos por Adam Bannerman. No quería sentir hacía él nada más que desdén, y si estaba allí era por una razón muy poderosa.

–Ya experimenté lo que significaba vivir con un adic to al trabajo –dijo con frialdad–, y sé que no es nada placentero. Así que no me extraña que no hayas encontrado a ninguna mujer que quiera vivir contigo.

–¿Qué pasa, quieres el divorcio? Siempre me he preguntado por qué no lo habías solicitado.

–Lo mismo digo –replicó Sienna, mirándolo retadora.

–No he tenido ni tiempo ni ganas –dijo Adam con parsimonia, sin apartar los ojos de ella–. Estaba seguro de que algún día tú darías el paso. Lo que no me esperaba era que vinieras a verme en persona.

–Ha sido un error –dijo ella sin pensarlo–. Será mejor que me marche.

No veía posible sacar el tema que la había llevado allí. Aunque le diera lástima imaginar lo solo que iba a quedarse en la vida si seguía obsesionado con el trabajo, Adam había dejado claro que no quería que nada perturbara una vida con la que era feliz.

–No voy a dejarte marchar hasta que me digas por qué has venido –dijo él en tono autoritario–. ¿Por qué no te acabas el vino?

Sienna le lanzó una mirada de indignación y acabó el vino de un trago.

–Ya está –dijo. Y se puso en pie.

Adam la imitó, y ella se alegró de llevar unos tacones que le hacían tan alta como él. Al menos así se sentía menos intimidada. Él insistió:

–¿Qué te ha traído aquí?

Sienna cerró los ojos y tragó saliva. Tenía que hacerlo. No había marcha atrás. Tomó aire y finalmente dijo:

–He venido a decirte que tienes un hijo.

Capítulo 2

ADAM se quedó perplejo al oír las palabras de Sienna. ¡Un hijo! ¡Un hijo que debía tener cuatro años y del que ella no se había molestado en hablarle!

Sentía la sangre bullir en sus venas y habría querido gritar a Sienna, sacudirla por los hombros por haber tardado tanto en decírselo.

Le resultaba imposible de asimilar. Jamás había imaginado nada parecido. Nunca había querido una familia. Era feliz tal como estaba. No quería un hijo que irrumpiera en su rutina. ¿Y por qué habría decidido Sienna contárselo en aquel momento y no cuando descubrió que estaba embarazada? Sus ojos brillaron de ira al sospechar la respuesta.

–No soy el padre, ¿verdad? Lo que quieres es mi dinero. Márchate, Sienna. ¡Márchate!

Tenía que estar mintiendo. Ninguna mujer criaría un hijo sin pedir ayuda económica, sin exigir al padre que asumiera su responsabilidad.

Sienna se cuadró de hombros y sus fantásticos ojos azules centellearon. Parecía una tigresa protegiendo a su cría.

–Te aseguro que es tuyo.

–Eso dices –Adam no pensaba dejarse engañar tan fácilmente.

–¿Quieres una prueba definitiva? Sabes que es muy fácil conseguirla.

Sus miradas se encontraron y Adam vio en los ojos de Sienna que estaba siendo sincera. Su sospecha quedó arrinconada en alguna parte de su cerebro, y se dijo que tal vez afloraría de nuevo cuando viera al niño. Él se parecía mucho a su padre, así que podía esperar encontrar algún rasgo común en su hijo.

Se cruzó de brazos y habló con severidad:

–Si es verdad que es mi hijo, ¿por qué has esperado tanto a decírmelo?

El corazón le golpeaba el pecho con fuerza. Prefería mantenerse a cierta distancia de Sienna por temor a no poder reprimir el impulso de sacudirla por los hombros hasta que explicara por qué había guardado el secreto.

Estaba preciosa con una blusa blanca y negra y unos elegantes pantalones negros que resaltaban la sexy curva de su trasero. Unas sandalias negras de tacón la hacían tan alta como él, y llevaba su lustroso y espectacular cabello castaño en una melena desigual que enmarcaba su delicado rostro. No tenía en absoluto el aspecto de una madre de un niño de cuatro años lleno de energía.

–Mi primer instinto cuando supe que estaba embarazada fue decírtelo –dijo ella, manteniendo la mirada fija en él–. Pero como siempre habías dejado claro que no querías tener hijos, supuse que daría lugar a otra desagradable pelea –Sienna alzó los hombros y los dejó caer–. Así que decidí criar a Ethan sola.

¡Así que su hijo se llamaba Ethan!

–¿Y por qué has venido? –preguntó Adam con aspereza, pasando por alto la incomodidad que le causó la parte de verdad que había en las palabras de Sienna.

Aunque siempre dijera que no quería tener hijos, jamás habría dejado desatendido a un hijo o una hija suyos. Les habría dado su amor y habría cambiado su estilo de vida por ellos. O eso creía, a pesar de que en el fondo sabía que habría odiado tener que hacerlo.

–Si no quieres dinero –añadió sin esperar respuesta para evitar pensar en sí mismo–, ¿por qué has decidido contármelo?

El shock no se le había pasado y a pesar de que no bebía, pensó que necesitaba una copa para asimilar la noticia.

–Porque... –empezó Sienna balbuceante, bajando la mirada– Ethan ha estado muy enfermo –alzó la mirada nublada por el dolor–. Estuvo a punto de morir de meningitis, y me di cuenta de que si moría sin que lo conocieras habría cometido una injusticia.

Adam sintió una presión en el pecho y la sangre acelerársele en las venas. ¡Su hijo había estado a punto de morir y él ni siquiera lo había sabido! Cruzó la distancia que lo separaba de Sienna a grandes zancadas y la tomó por los hombros con tanta fuerza que ella hizo una mueca de dolor, pero a Adam le dio lo mismo.

–¿Qué clase de madre eres si eres capaz de negar una figura paterna a tu hijo, y más en un momento como ése? –gruñó–. ¿Está bien?

Sienna asintió con la cabeza, pero en lugar de intentar soltarse se quedó mirándolo con tristeza. Adam vio cómo se formaban unas enormes lágrimas en sus ojos y rodaban por sus mejillas, y mientras una parte de él hubiera querido secárselas con delicadeza, la otra, la que estaba furiosa, habría querido golpearla. Finalmente no hizo ni una cosa ni otra; la soltó, sacó un pañuelo del bolsillo y se lo puso en la mano. Luego dio media vuelta y dirigió la mirada hacia el horizonte de Londres, aunque no veía nada porque estaba cegado por la rabia, la decepción y el descubrimiento de que su hijo había estado a las puertas de la muerte sin él saberlo.

Sintió un nudo en la garganta y un extraño sentimiento que no supo identificar. Habitualmente era un hombre frío, que evitaba las emociones tanto en su vida profesional como en la privada. Y sin embargo, Sienna acababa de hacer una mella en su armadura.

Saber que tenía un hijo ya era lo bastante desconcertante como para además averiguar al mismo tiempo que había estado a punto de morir. No supo cuánto tiempo permaneció en aquella actitud hasta que la voz de Sienna lo sacó de su ensimismamiento. Se volvió hacia ella.

Sus ojos, que a veces parecían turquesas, estaban extremadamente claros.

–Lo siento –dijo en voz apenas perceptible.

–¿Dime una cosa –preguntó él enfurecido–, si mi hijo no se hubiera puesto enfermo, me lo habrías contado?

–No lo sé –respondió Sienna sin apartar los ojos de él–. Sinceramente, no lo sé. Pero por la manera en que estás reaccionando creo que hice lo acertado. Es evidente que sigues sin querer hijos y que el trabajo es lo primero para ti –hizo una pausa, pero Adam no la contradijo. Sienna continuó–: Ethan no habría tenido un padre si me hubiera quedado contigo. Para cuando hubieras vuelto de trabajar, él ya habría estado en la cama; y te habrías marchado antes de que él despertara, y eso no es lo que un niño necesita.

Hizo otra pausa, pero Adam tampoco dijo nada porque sabía que tenía razón. Sienna continuó:

–Sin embargo, creo que debéis conoceros aunque luego sigamos viviendo cada uno nuestra vida.

–En otras palabras –dijo él entre dientes, odiando la imagen de sí mismo que le presentaba por muy verdadera que fuera–, ahora te consideras con derecho a exigirme dinero, tal y como sospechaba.

–¡Maldito seas, Adam Bannerman! Lo único que quie ro es que mi hijo sepa lo que es el amor de un padre, pero está claro que me he equivocado –estalló Sienna con ojos centelleantes al tiempo que daba media vuelta sobre sus peligrosos tacones.

Se oyó un crujido al mismo tiempo que Sienna se tambaleó y uno de los tacones salió disparado. Adam se movió con presteza y la sujetó para evitar que se cayera, tomándola en sus brazos y estrechándola contra sí.

Había olvidado la sensación de abrazarla, su delicada fragancia a lluvia de verano que por un momento lo embriagó. Sienna se había transformado en una mujer hermosa y sensual. Adam notó que se excitaba y la separó de sí al instante. Sienna acababa de darle una noticia devastadora y en lugar de odiarla la deseaba. Además, debía evitar que supiera que todavía tenía ese efecto sobre él si no quería que lo utilizara a su favor. Todavía no estaba convencido de que el único motivo de su visita fuera hablarle de la enfermedad de Ethan. Debía haber alguna razón oculta.

Sienna se sintió estúpida por haber roto el tacón y más aún cuanto intentó imaginar cómo volvería a casa. Tendría que llamar un taxi aunque fuera un gasto que no pudiera permitirse. Además, tendría que comprar un par de zapatos nuevos para devolvérselos a su amiga. Y lo peor de todo era la humillación de la escena y haber necesitado que Adam la ayudara.

Le lanzó una mirada furibunda y se quitó la otra sandalia antes de entrar al salón con paso decidido. No pensaba pasar ni un minuto más en su asfixiante presencia.

–¿Dónde crees que vas? –preguntó Adam a su espalda.

–A casa.

–No digas tonterías. No puedes ir descalza.

–¿Prefieres pagarme un taxi? –preguntó ella, airada.

–Puede que sí. O podría llevarte yo mismo y conocer a mi supuesto hijo.

–¿Supuesto? –Sienna dio media vuelta y clavó en él una mirada incendiaria–. Si alguna vez conoces a Ethan, quiero prepararlo. Ni siquiera sabe de tu existencia.

–¿Y quién cree que es su padre?

–No tiene edad para hacer ese tipo de preguntas –dijo Sienna, encogiéndose de hombros, aunque mentía. Ethan había hecho la pregunta en más de una ocasión, pero ella había logrado evitar responderla.

–Puesto que algún día tendrá que saberlo, ¿por qué no ahora mismo? –insistió Adam.

–Porque primero tengo que hablar con él –replicó Sienna, cortante–, y ayudarlo a entender por qué no has formado parte de su vida.

Adam sonrió con cinismo.

–¿Y qué le dirás? ¿Qué su padre ha estado demasiado ocupado ganando dinero? Seguro que le encanta. A la mayoría de la gente le parece una buena idea.

–La mayoría de la gente no sabe la agonía que significa vivir junto a alguien así –dijo Sienna con desdén. Vio una vena palpitar en la sien de Adam y supo que había puesto el dedo en la llaga–. Te agradecería que llamaras un taxi.

Adam cerró los ojos y Sienna supo que se debatía entre hacer lo que le pedía o insistir en llevarla él mismo. Cuando ya creía que iba a tratar de imponerse, Adam tomó el teléfono y dijo algo. Al colgar, se dirigió a ella:

–Mi coche está a tu disposición.

Sienna enarcó las cejas, preguntándose si había algo, aparte de la felicidad de un matrimonio, que el dinero no pudiera comprar. Pero en lugar de hacer un comentario sarcástico, se limitó a darle las gracias.

–Antes de que te marches debemos concertar una cita –dijo entonces Adam. Y Sienna sintió que el corazón se le encogía–. Tenemos que hablar de nuestro hijo y de su futuro.

Sienna estaba segura de que una vez analizara la situación, Adam le haría sugerencias que ella no querría aceptar. A pesar de haber tomado la iniciativa y ser la responsable de haber echado a rodar la bola de nieve, sintió que el aire se le congelaba en los pulmones al pensar en volver a ver a Adam para hablar de Ethan y para que padre e hijo se encontraran.

Pero no tenía más remedio que afrontar las consecuencias. Adam era capaz de sugerir que ambos se mudaran a su casa. O quizá se limitaría a ofrecerles una suma de dinero. Después de todo, dedicaba su vida a ganarlo y encontraba en él la respuesta a todo en la vida.

Por otro lado, era lógico que Ethan reaccionara entusiasmado al conocer a su padre, pero no sería consciente de que no supondría más que una figura distante. Así que le correspondía a ella tomar las decisiones, decidir si debían seguir viviendo como hasta entonces, ofrecer a Adam la posibilidad de verlo ocasionalmente...