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"La idea de creación es la quintaesencia de nuestra Enseñanza, dice el Maestro Omraam Mikhaël Aïvanhov. Cada ser necesita crear, pero la verdadera creación evoca elementos de naturaleza espiritual. El artista que quiere crear debe superarse, sobrepasarse, y, mediante la oración, la meditación, la contemplación, captar elementos de las regiones superiores. Así, descubrimos que las leyes de la verdadera creación artística no son distintas de las leyes de la creación espiritual. Al construir su obra, el artista, emprende un trabajo de regeneración interna idéntica al del espiritualista, e inversamente, en sus esfuerzos hacia la perfección, el espiritualista realiza sobre sí mismo un trabajo de creación idéntico al del artista".
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Seitenzahl: 156
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Creación artística y creación espiritual
Izvor 223-Es
ISBN 978-84-10379-36-7
Traducción del francés
Tituló original:
Création artistique et création spirituelle
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I ARTE, CIENCIA Y RELIGIÓN
Para que la naturaleza del “Arte” os resulte lo más clara posible, es necesario tomar como punto de partida la estructura del ser humano.
Se puede definir al ser humano como una trinidad: está dotado de un intelecto para pensar, un corazón para sentir y una voluntad para actuar. El campo del intelecto es la ciencia. El ámbito del corazón es la religión, la moral. En cuanto a la voluntad, le es necesario actuar, dar forma, crear. Por esta razón, se puede decir que el arte pertenece al campo de la voluntad. La música, la danza, la escultura, la arquitectura, la poesía, la pintura, etc., son distintos medios que el hombre ha encontrado para exteriorizar, concretar lo que tiene en su cabeza y en su corazón. El arte está vinculado a la ciencia y a la religión.
La ciencia busca la luz; la religión, el calor; y el arte, la actividad creadora. Desgraciadamente, los humanos han tenido y tienen la costumbre de dividirlos, e incluso de oponerlos. ¡Cuántas veces hemos presenciado cómo la religión condena la ciencia y el arte! La ciencia, por su parte, menosprecia la religión y considera que el arte es una materia poco seria, mientras que el arte se toma en broma la opinión que la religión y la ciencia tienen de él. A pesar de ello, arte, ciencia y religión están íntimamente relacionados en la vida, en la naturaleza y en el ser humano. Los Iniciados no separan nunca estos tres ámbitos. Instaurada la división, la religión es incapaz de retener a los científicos, quienes, a su vez, la rechazan. Pero lo hacen porque en realidad la rechazan, al no poseer la verdadera ciencia: su ciencia está únicamente centrada en el mundo físico, material, y no conocen la verdadera ciencia, la ciencia de los tres mundos, sobre la cual se basan todas las religiones. En cuanto al arte, se limita a nadar entre dos aguas: unas veces se opone a la moral y a la religión; otras, se opone a la ciencia.
En la naturaleza, os lo repito, la religión, la ciencia y el arte forman un todo. Pero en la mente de los seres humanos están separados. Y no se llegará a la verdadera comprensión mientras se mantengan separados. La ciencia, la religión y el arte forman una unidad, gracias a la cual todo se puede explicar y comprender. El hombre no debe separar nunca las actividades del corazón, del intelecto y de la voluntad. Las tres deben ir fusionadas y unidas, en la misma dirección. El corazón debe dar su fuerza, su amor y su aliento a lo que aprueba el intelecto, y la voluntad debe sellarlo con sus actos. Si el intelecto reprueba y obstaculiza lo que el corazón siente, o si la voluntad, completamente desorientada, se empeña en satisfacer a los dos, el hombre se derrumba. La ciencia es una necesidad del intelecto, la religión es una necesidad del corazón y el arte es una necesidad de la voluntad de expresar algo, de crear y de construir. Estas tres necesidades van unidas, ya que lo que pensáis, a continuación lo sentís, lo amáis, y finalmente lo ejecutáis.
¿Qué pasa en la vida? El hombre planifica y proyecta, luego desea verlo realizado, y por último, se pone a trabajar para realizarlos. Esto es: pensamiento, sentimiento y acción. Naturalmente que algunos, a menudo, hacen lo contrario y actúan sin haber estudiado en profundidad el problema. Entonces, evidentemente, vienen los errores, los sufrimientos y las lamentaciones. ¿Se puede obrar sin reflexionar? Sí, pero sólo cuando se ha alcanzado tal grado de pureza y tal nivel de evolución que cada impulso que nos mueve a obrar está inspirado por la Divinidad misma. Hay seres excepcionales – aunque, desde luego, extremadamente raros – que se han identificado con la Divinidad hasta tal punto que si reflexionasen antes de actuar introducirían en ellos un elemento humano que perturbaría las corrientes divinas bajo cuya influencia están completamente sometidos. Estos seres, después de actuar, miran lo que han hecho y constatan que su actuación ha sido correcta. Obran como Dios mismo. Examinad de qué forma el Génesis nos presenta los seis días de la creación del mundo: cada “día” Dios pronuncia unas palabras y hace que aparezcan los diferentes elementos del universo; al final de cada jornada, Dios ve “que está bien”. Para actuar como Dios, debemos ser como El... pero para ser como El necesitaremos miles de años de trabajo.
En el transcurso de los siglos – conforme se sucedían las civilizaciones – la ciencia, la religión y el arte se han disputado el primer puesto. Durante largo tiempo, la religión ha ejercido su predominio en Occidente y ha puesto trabas a la ciencia y al arte. Pasado este período, viene otro en el que el poder de la religión declina y es la ciencia la que toma el mando, y en la actualidad se puede decir que el futuro pertenece a los artistas. Cada día la gente les ama y les aplaude más y hasta el Cielo quiere, en este momento, manifestarse a través de los artistas, músicos, poetas, escultores. ¿Por qué razón?
Para el hombre no hay nada tan esencial como el arte. Esto se remonta a la infancia de la humanidad. Porque, ¿cuáles son las primeras manifestaciones del niño? Al niño no le preocupa ni la filosofía ni la ciencia ni la moral. El niño es un “artista”: gesticula, hace mímica, llora... Las malas lenguas dicen que llora. ¡Qué va! A mí me gusta puntualizar, y afirmo que lo que el niño hace es cantar o, por lo menos, ejercitarse en espera de que su laringe y sus pulmones estén a punto. Por lo demás, mirad cómo baila cuando apenas consigue mantenerse sobre sus piernas, y cómo dibuja y pinta incluso antes de haber aprendido a leer y a escribir. Dadle cubos y arena: construirá casas y castillos, convirtiéndose en arquitecto.
La historia de la humanidad ha estado marcada desde sus comienzos por el arte. Más tarde la religión consiguió prevalecer; después la ciencia ha logrado imponerse. Pero de nuevo, en el futuro, será el arte – os lo repito – el que tendrá la primacía. ¿Por qué el arte? ¿Por qué no la religión o la ciencia?
Desde hace siglos la religión, o mejor dicho los representantes de la religión, no han estado realmente a la altura de su misión al abandonar los fines espirituales por los intereses materiales: la autoridad, el prestigio, el poder, el dinero. En lugar de enseñar a los hombres la verdadera fe les han enseñado el fanatismo; en lugar de liberarlos han buscado – con demasiado frecuencia – el modo de utilizarlos y explotarlos. Jesús decía a los fariseos y a los escribas: “Desgraciados de vosotros, hipócritas que cerráis a los hombres las puertas del reino de los cielos; no entráis ni dejáis entrar a los que quieren hacerlo...” Este reproche se puede hacer extensivo a la mayoría de los clérigos de todas las religiones. Por esta razón los seres humanos abandonan – cada vez más – las iglesias y los templos. En cuanto a la ciencia, se encamina hacia investigaciones de tanta envergadura que se ha convertido en materia de especialistas. A pesar de apreciar la importancia de los descubrimientos científicos, la mayoría de las personas no puede realmente comprenderlos ni centrar su interés en ellos.
Sólo el arte puede conmover a los humanos y despertarlos a la verdadera vida. Esto no significa que no debamos criticar ciertas tendencias que se dan actualmente en el arte; al contrario, incluso podríamos afirmar que están lejos de lo que los Iniciados entienden por “Arte”, es decir, una actividad que reúne la verdadera ciencia y la verdadera religión. Sin embargo, es el arte el que salvará al mundo: un arte consciente, iluminado por las verdades de la sabiduría y del amor. En el futuro el primer lugar se otorgará a los artistas, ya que el verdadero artista es, al mismo tiempo, sacerdote, filósofo y sabio. Porque la misión del artista consiste en realizar en el plano físico lo que la inteligencia concibe como verdadero, lo que el corazón siente como bueno, para que el mundo superior, el mundo del Espíritu, pueda descender a encarnarse en la materia.
II LA FUENTE DIVINA DE LA INSPIRACIÓN
Si el hombre no ha sabido antes elevarse mediante el pensamiento para contemplar otras imágenes y otras existencias superiores a él que puedan servirle de guía o de modelo, no podrá mejorar nada sobre la Tierra.
Jesús dijo: “Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo...” Expresaba este deseo porque El había contemplado el Cielo, en el que todo es perfecto y espléndido, y por tanto deseaba que la Tierra se convirtiera en algo semejante. Pero esto presupone necesariamente que el hombre se evada de las realidades terrestres – mediocres, opacas y confusas – y contemple las regiones celestiales para que después, a su regreso, pueda reajustar las cosas y organizarlas según los modelos que ha contemplado. Este es, precisamente, el trabajo de los Iniciados: en sus meditaciones, en sus contemplaciones llegan a comprender, a captar esta perfección que está en lo alto, esforzándose luego en reproducirla aquí, en la Tierra. Pero los humanos – excepto los que pertenecen a las Escuelas Iniciáticas – desconocen este método, no están habituados a dejar la Tierra para contemplar un mundo superior y, por esta razón, han acabado por hacer de la Tierra algo horrible.
La meditación y la contemplación tienen por finalidad el permitir que el hombre alcance un nivel de conciencia superior, que luego influirá en sus gustos, juicios y actitudes. Pero es preciso saber cómo meditar, cómo contemplar y sobre qué tema hacerlo. Mucha gente medita, pero lo hace sobre temas muy prosaicos: cómo mejorar sus negocios, cómo ganar dinero, cómo abrazar a aquella mujer... – “¿Qué haces?” – “Medito...” Pero, ¡sólo Dios sabe cuál es el tema de su meditación! El gato también medita: medita cuál es la mejor forma de atrapar al ratón. Existen muchas clases de meditación... A pesar de todas sus meditaciones, los humanos chapotean en las mismas debilidades, en los mismos vicios, en las mismas groserías porque no conocen todavía el secreto de la verdadera meditación.
La verdadera meditación consiste en elevarse primeramente hasta un mundo que nos sobrepasa, en sentirse maravillado ante él y en reflejar luego este sentimiento. Si después de una meditación os quedáis fríos, apagados, sin inspiración, algo falla. Una meditación debe cambiar, cuanto menos, vuestra mirada, vuestra sonrisa, vuestros gestos, vuestro modo de andar y debe añadir algo nuevo, más sutil: cuanto menos, una partícula que vibre en armonía con el mundo divino. Estos son los criterios para saber si se ha meditado bien o no.
La meditación es, en primer lugar, la elección de un tema elevado por el intelecto sobre el que os concentráis. Después de unos minutos, podéis abandonar esta concentración para contemplar la belleza que habéis conseguido alcanzar, para dejaros impregnar por ella. Y, por último, si podéis, os identificáis con esta belleza. La primera etapa es, pues, la concentración y la meditación; después viene la contemplación: os detenéis ante una imagen perfecta, bebéis en la fuente de esta imagen, os reunís con ella, sois felices. Por último os identificáis con ella, y alcanzáis la plenitud. Estos métodos son útiles, magníficos; cuando los conozcáis, podréis obtener grandes resultados. De lo contrario toda vuestra vida será inútil: os imaginaréis que habéis realizado algo importante cuando, en realidad, no habréis hecho absolutamente nada.
Los grandes genios del pasado – pintores, escultores, músicos, poetas – trabajaban de acuerdo con estos métodos y, gracias a ellos, han podido legar obras maestras a la humanidad.
Antes de empezar su trabajo se recogían, meditaban y pedían la bendición del Cielo, ya que la imaginación sólo puede ser iluminada por la luz que envía el Cielo. Recibían así la revelación de la verdadera belleza y la posibilidad de expresarla y transmitirla. Sí, el hombre puede crear obras maestras cuando está inspirado porque todo en él trabaja merced a esta luz espiritual que ha recibido. Nada inmortal puede producirse fuera del espíritu.
No tenéis más que mirar cuántos poemas empezaban con una invocación a los dioses o a las musas en los tiempos antiguos. Era una forma de mostrar que el artista, antes de crear, debe dirigirse a seres superiores para pedirles que participen en su trabajo. El alma y el espíritu del hombre tienen antenas, están preparados para comunicarse con la Divinidad. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, y le ha dado la facultad de crear maravillas; sólo hace falta que el hombre desarrolle esta facultad, que no la descuide como hace la mayoría hoy en día.
¿Creéis que es fácil encontrar artistas que recen y mediten? Ahora todos son genios, ¿comprendéis? No necesitan la ayuda del Cielo, no necesitan que nadie les inspire. De ahí que sus obras no contengan ese elemento de eternidad que hace tan valiosas las obras del pasado, y reflejen, en cambio, las regiones infernales del subconsciente. Los artistas responsables de tales obras arrastran a la humanidad a su perdición. Pensadores y escritores que no han meditado nunca ni han alcanzado el éxtasis, que nunca se han elevado hasta las regiones celestes para contemplar la estructura del universo, escriben libros que disgregan completamente a sus lectores y les inspiran la duda, la rebelión, el gusto por el desorden y la anarquía. Actualmente muchas obras son el fruto de escritores que nunca han hecho el esfuerzo de elevarse hasta las regiones superiores del espíritu. Diréis: “Pero, ¿cómo lo sabe?” Por los estados de ánimo que nos provoca: cuando un escritor no logra despertar la naturaleza superior que llevamos dentro, es evidente que nunca ha visitado el Cielo.
Al contemplar las obras maestras de un artista verdaderamente inspirado por el Cielo, os unís a existencias que os sobrepasan y empezáis a sentir y a vivir lo que su creador ha vivido; y os veis obligados, aún sin querer, a recorrer el camino que él ya ha recorrido. Os introduce en las regiones que él ha descubierto y contemplado. Esta es la utilidad del arte, su lado educativo. Cuando el hombre se eleva hacia las regiones superiores, recibe de ellas partículas que siguen trabajando, vibrando a través de él. Y vibran de tal forma que producen transformaciones en el mundo entero. Este es el ideal del verdadero artista, el ideal de un Iniciado.
En definitiva los Iniciados, los místicos y los artistas tienen una misma finalidad: actuar favorablemente sobre la humanidad. Los artistas, a través de sus obras maestras; los místicos, por medio de sus emociones espirituales, de sus virtudes; los Iniciados, los grandes Maestros – a quienes yo sitúo siempre en lo más alto porque casi tocan el Cielo – por su poder de propagar la luz. Los artistas trabajan buscando formas que sean lo más parecidas posible a la belleza ideal; los místicos, los religiosos trabajan para mejorar el terreno psíquico, moral, es decir, el contenido; los Iniciados, los grandes Maestros trabajan en el terreno de la razón, es decir, de las ideas y de los principios.
Estas tres categorías de criaturas se unen en su deseo de mejorar y de perfeccionar sin cesar a la humanidad, aunque utilizan caminos distintos, según sus facultades y dones: los primeros utilizan la forma; los segundos, el contenido; los terceros, la razón. Artistas, místicos e Iniciados: cada categoría dotada de facultades y medios diferentes. Se trata de una misma realidad, de la misma quintaesencia, pero la forma de expresarla es diferente. Estas tres categorías corresponden a los tres principios esenciales del hombre: espíritu, alma y cuerpo; intelecto, corazón y voluntad; pensamiento, sentimiento y acción. En realidad, los tres son necesarios pero tiene primacía la inteligencia, la comprensión; después le sigue la moral, el sentido místico, un corazón inmenso y sensible; por último la acción, el trabajo para mejorar el mundo entero. El hombre completo es aquél que es capaz de ensamblar estos tres mundos: la filosofía, la religión – que comprende a su vez la moral – y el arte.
El primer deseo de un verdadero Iniciado es el de hacer realidad la plegaria de Jesús: “Hágase tu Voluntad así en la Tierra como en el Cielo...” Esta plegaria contiene toda la filosofía iniciática, todo el programa del discípulo, del verdadero cristiano. No se trata de contentarse con pronunciar la fórmula y pedir al Señor que envíe a alguien para que la haga realidad. No, nos toca a nosotros llevarla a cabo. Somos nosotros los que debemos ponernos a trabajar para hacer que la Tierra sea como el Cielo.
Es preciso que lo sepáis: si no consagráis el tiempo, el esfuerzo y el amor suficientes como para ir a las alturas a contemplar y aprehender las realidades celestiales, nunca conseguiréis instaurar el Cielo en nada de lo que hagáis. Porque las cosas no se hacen de cualquier manera. Expresar la belleza sin aprender a entrar en contacto con ella, resulta imposible. Y, sin embargo, muchos artistas creen que viviendo una vida estúpida y desordenada crearán obras sublimes. No, mientras no se esfuercen por poner orden en su vida y se purifiquen, crearán esperpentos que reflejarán el grado de evolución en el que están.
Por lo demás, el hombre es lo que es y no puede expresar la belleza divina, la belleza eterna en toda su pureza: al hacerla pasar a través de él, a través de su corazón y de su intelecto, deja sobre ella su huella, le comunica elementos de su propia naturaleza, de su propio temperamento. Así pues, el grado de belleza que el artista puede lograr y expresar – por medio de su obra – depende mucho de lo que él es. La belleza es como un rayo de luz que sólo aparece con todo su esplendor cuando atraviesa un medio perfectamente transparente. En un medio opaco, el rayo se desvía y se deforma. Por esta razón es absolutamente imprescindible que el artista haga un buen trabajo sobre sí mismo antes de crear, transformándose en una materia tan transparente y vibrante que pueda ser atravesada por la belleza divina.