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Diario de a bordo de Cristóbal Colón" fue una de las varias obras escritas por Cristóbal Colón en su vida y fue publicada en 1492. Esta obra es un poderoso y revelador diario en el que Colón narra su viaje hacia el Nuevo Mundo, ofreciendo una visión íntima y profunda de su vida y de las condiciones enfrentadas durante su expedición. A lo largo del tiempo, se han escrito y continúan escribiéndose varias biografías sobre este icónico explorador y navegante, con una calidad y amplitud cada vez mayores. Sin embargo, para conocer el pensamiento y el modo de ser de una persona real, no hay nada mejor que escuchar la historia con todas sus circunstancias, errores y aciertos contada por quien las vivió en primera persona. Este es el propósito del diario de Cristóbal Colón: llevar al público al hombre determinado y visionario que, a través de su perseverancia y liderazgo, se convirtió en una de las figuras más influyentes en la historia de la exploración. Esta obra forma parte de la colección "Voces hispánicas", que tiene como objetivo destacar las historias de vida de figuras importantes en la historia hispanoamericana, contadas por ellos mismos.
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Seitenzahl: 273
Veröffentlichungsjahr: 2024
Cristóbal Colón
DIARIO DE A BORDO DE CRISTÓBAL COLÓN
PRESENTACIÓN
DIARIO DE A BORDO DE CRISTÓBAL COLÓN
Cristóbal Colón
1451 - 1506
Cristóbal Colón, nacido en 1451 en Génova, Italia, y fallecido el 20 de mayo de 1506 en Valladolid, España, fue un navegante y explorador cuyo viaje transatlántico de 1492 abrió el camino para la exploración y colonización europea de las Américas. Es conocido por haber realizado cuatro viajes desde España hacia el Nuevo Mundo, siendo el primero de estos en 1492 cuando llegó a las Bahamas, aunque creía haber alcanzado las Indias Orientales.
Primeros Años y Viajes
Cristóbal Colón nació en Génova, aunque hay debates sobre su verdadero lugar de nacimiento. Desde joven, Colón mostró interés por la navegación y el mar, trabajando en varias expediciones comerciales en el Mediterráneo y el Atlántico. Su ambición era encontrar una ruta occidental hacia Asia, algo que presentó a las cortes de Portugal y España. Finalmente, fue patrocinado por los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando, quienes apoyaron su expedición.
"Diario de a Bordo de Cristóbal Colón"
El "Diario de a Bordo de Cristóbal Colón", también conocido como el "Diario del primer viaje", es un documento crucial que registra las observaciones y experiencias de Colón durante su primer viaje transatlántico en 1492. Este diario proporciona una visión detallada de la travesía, desde la partida de las naves, la Niña, la Pinta y la Santa María, desde Palos de la Frontera el 3 de agosto de 1492, hasta su llegada a las Bahamas el 12 de octubre de 1492. En sus escritos, Colón describe las dificultades del viaje, las interacciones con los pueblos indígenas y sus impresiones sobre las tierras que encontró, creyendo haber llegado a Asia.
Impacto y Exploraciones Posteriores
El descubrimiento de Colón tuvo un impacto profundo, iniciando un periodo de exploración, conquista y colonización europea en las Américas. Realizó tres viajes adicionales al Nuevo Mundo en 1493, 1498 y 1502, explorando varias islas del Caribe y partes de la costa de América Central y del Sur. A pesar de sus logros, Colón enfrentó dificultades políticas y personales, incluyendo su arresto y destitución como gobernador de las tierras que había descubierto.
Últimos Años y Muerte
En sus últimos años, Cristóbal Colón luchó por obtener el reconocimiento y las recompensas prometidas por sus descubrimientos. Murió el 20 de mayo de 1506 en Valladolid, España, sin saber que había descubierto un continente desconocido para los europeos. Sus restos fueron trasladados varias veces, y actualmente se encuentran en la Catedral de Sevilla, España.
Legado
El "Diario de a Bordo de Cristóbal Colón" es una obra esencial que no solo documenta uno de los eventos más significativos de la historia mundial, sino que también ofrece una perspectiva única sobre la mente del explorador y las primeras interacciones entre los europeos y los pueblos indígenas de las Américas. El legado de Colón es complejo, marcado por sus descubrimientos y las consecuencias devastadoras para los pueblos indígenas. Sin embargo, su diario sigue siendo un testimonio invaluable de una de las exploraciones más importantes de la historia.
EL PRIMER VIAJE A LAS INDIAS (RELACIÓN COMPENDIADA POR FRAY BARTOLOMÉ DE LAS CASAS)
Este es el primer viaje y las derrotas y camino que hizo el Almirante don Cristóbal Colón cuando descubrió las Indias, puesto sumariamente, sin el prólogo que hizo a los Reyes, que va a la letra y comienza de esta manera: In Nomine Domini Nostri Jesu Christi.
Porque, cristianísimos y muy altos y muy excelentes y muy poderosos Príncipes, Rey y Reina de las Españas y de las islas de la mar, Nuestros Señores, este presente año de 1492, después de Vuestras Altezas haber dado fin a la guerra de los moros que reinaban en Europa y haber acabado la guerra en la muy grande ciudad de Granada, adonde este presente año a dos días del mes de enero por fuerza de armas vi poner las banderas reales de Vuestras Altezas en las torres de la Alhambra, que es la fortaleza de la dicha ciudad y vi salir al rey moro a las puertas de la ciudad y besar las reales manos de Vuestras Altezas y del Príncipe mi Señor, y luego en aquel presente mes, por la información que yo había dado a Vuestras Altezas de las tierras de India y de un Príncipe llamado Gran Can (que quiere decir en nuestro romance Rey de los Reyes), como muchas veces él y sus antecesores habían enviado a Roma a pedir doctores en nuestra santa fe porque le enseñasen en ella, y que nunca el Santo Padre le había proveído y se perdían tantos pueblos creyendo en idolatrías o recibiendo en sí sectas de perdición, Vuestras Altezas, como católicos cristianos y Príncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores de ella, y enemigos de la secta de Mahoma y de todas idolatrías y herejías, pensaron de enviarme a mí, Cristóbal Colón, a las dichas partidas de India para ver a los dichos príncipes, y los pueblos y tierras y la disposición de ellas y de todo, y la manera que se pudiera tener para la conversión de ellas a nuestra santa fe; y ordenaron que yo no fuese por tierra al Oriente, por donde se acostumbra de andar, salvo por el camino de Occidente, por donde hasta hoy no sabemos por cierta fe que haya pasado nadie.
Así que, después de haber echado fuera todos los judíos de vuestros reinos y señoríos en el mismo mes de enero mandaron Vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India; y para ello me hicieron grandes mercedes y me ennoblecieron que dende en adelante yo me llamase Don, y fuese Almirante Mayor de la Mar Océana y Virrey y Gobernador perpetuo de todas las islas y tierra firme que yo descubriese y ganase, y de aquí en adelante se descubriesen y ganasen en la Mar Océana, y así me sucediese mi hijo mayor, y así de grado en grado para siempre jamás. Y partí yo de la ciudad de Granada a doce días del mes de mayo del mismo año de 1492, en sábado. Vine a la villa de Palos, que es puerto de mar, adonde armé yo tres navíos muy aptos para semejante hecho, y partí del dicho puerto muy abastecido de muy muchos mantenimientos y de mucha gente de la mar, a tres días del mes de agosto del dicho año, en un viernes, antes de la salida del sol con media hora, y llevé el camino de las islas de Canaria de Vuestras Altezas, que son en la dicha Mar Océana, para de allí tomar mi derrota y navegar tanto que yo llegase a las Indias, y dar la embajada de Vuestras Altezas a aquellos Príncipes y cumplir lo que así me habían mandado; y para esto pensé de escribir todo este viaje muy puntualmente de día en día todo lo que hiciese y viese y pasase, como adelante se vera. También, Señores Príncipes, allende de escribir cada noche lo que el día pasare, y el día lo que la noche navegare, tengo propósito de hacer carta nueva de navegar, en la cual situaré toda la mar y tierras del Mar Océano en sus propios lugares, debajo su viento, y más, componer un libro, y poner todo por el semejante por pintura, por latitud del equinoccial y longitud del Occidente; y sobre todo cumple mucho que yo olvide el sueño y tiente mucho el navegar, porque así cumple, las cuales serán gran trabajo.
Viernes, 3 de agosto
Partimos viernes tres días de agosto de 1492 de la barra de Saltés, a las ocho horas. Anduvimos con fuerte virazón hasta el poner del sol hacia el Sur sesenta millas, que son quince leguas; después al Sudoeste y al Sur cuarta del Sudoeste, que era el camino para las Canarias.
Sábado, 4 de agosto
Anduvieron al Sudoeste cuarta del Sur.
Domingo, 5 de agosto
Anduvieron su vía entre día y noche más de cuarenta leguas.
Lunes, 6 de agosto
Saltó o desencajóse el gobernario a la carabela Pinta, donde iba Martín Alonso Pinzón, a lo que se creyó y sospechó por industria de un Gómez Rascón y Cristóbal Quintero, cuya era la carabela, porque le pesaba ir en aquel viaje; y dice el Almirante que antes de que partiese habían hallado en ciertos reveses y grisquetas como dicen, a los dichos. Viose allí el Almirante en gran turbación por no poder ayudar a la dicha carabela sin su peligro, y dice que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso Pinzón era persona esforzada y de buen ingenio. En fin, anduvieron entre día y noche veintinueve leguas.
Martes, 7 de agosto
Tornóse a saltar el gobernalle a la Pinta, y adobáronlo y anduvieron en demanda de la isla de Lanzarote, que es una de las islas de Canarias, y anduvieron entre día y noche veinticinco leguas.
Miércoles, 8 de agosto
Hubo entre los pilotos de las tres carabelas opiniones diversas dónde estaban, y el Almirante salió más verdadero; y quisiera ir a Gran Canaria por dejar la carabela Pinta, porque iba mal acondicionada del gobernario y hacía agua, y quisiera tomar allí otra si la hallara. No pudieron tomarla aquel día.
Jueves, 9 de agosto
Hasta el domingo en la noche no pudo el Almirante tomar la Gomera, y Martín Alonso quedóse en aquella costa de Gran Canaria por mandado del Almirante, porque no podía navegar. Después tornó el Almirante a Canaria, y adobaron muy bien la Pinta con mucho trabajo y diligencias del Almirante, de Martín Alonso y de los demás; y al cabo vinieron a la Gomera. Vieron salir gran fuego de la sierra de la isla de Tenerife, que es muy alta en gran manera. Hicieron la Pinta redonda, porque era latina; tornó a la Gomera domingo a dos de septiembre con la Pinta adobada.
Dice el Almirante que juraban muchos hombres honrados españoles que en la Gomera estaban con doña Inés Peraza, madre de Guillén Peraza, que después fue el primer Conde de la Gomera, que eran vecinos de la isla de Hierro, que cada año veían tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de la Gomera afirmaban otro tanto con juramento. Dice aquí el Almirante que se acuerda que estando en Portugal el año 1484 vino uno de la isla de Madera al Rey a le pedir una carabela para ir a esta tierra que veía, la cual juraba que cada año la veía y siempre de una manera. Y también dice que se acuerda que lo mismo decían en las islas de los Azores y todos éstos en una derrota y en una manera de señal y en una grandeza. Tomada, pues, agua y leña y carnes y lo demás que tenían los hombres que dejó en la Gomera el Almirante cuando fue a la isla de Canaria a adobar la carabela Pinta, finalmente se hizo a la vela de la dicha isla de la Gomera con sus tres carabelas jueves a seis días de septiembre.
Jueves, 6 de septiembre
Partió aquel día por la mañana del puerto de la Gomera y tomó la vuelta para ir a su viaje. Y supo el Almirante de una carabela que venía de la isla del Hierro que andaban por allí tres carabelas de Portugal para lo tomar: debía ser la envidia que el Rey tenía por haberse ido a Castilla. Y anduvo todo aquel día y noche en calma, y a la mañana se halló entre la Gomera y Tenerife.
Viernes, 7 de septiembre
Todo el viernes y el sábado, hasta tres horas de noche, estuvo en calma.
Sábado, 8 de septiembre
Tres horas de noche sábado comenzó a ventear Nordeste, y tomó su vía y camino al Oeste. Tuvo mucha mar por proa. que le estorbaba el camino; y andaría aquel día nueve leguas con su noche.
Domingo, 9 de septiembre
Anduvo aquel día diecinueve leguas, y acordó contar menos de las que andaba, porque si el viaje fuese luengo no se espantase y desmayase la gente. En la noche anduvo ciento veinte millas; a diez millas por hora, que son treinta leguas. Los marineros gobernaban mal, decayendo sobre la cuarta del Nordeste, y aun a la media partida: sobre lo cual les riñó el Almirante muchas veces.
Lunes, 10 de septiembre
En aquel día con su noche anduvo sesenta leguas, a diez millas por hora 21, que son dos leguas y media; pero no contaba sino cuarenta y ocho leguas, porque no se asombrase la gente si el viaje fuese largo.
Martes, 11 de septiembre
Aquel día navegaron a su vía, que era el Oeste, y anduvieron veinte leguas y más, y vieron un gran trozo de mástil de nao, de ciento y veinte toneles, y no lo pudieron tomar. La noche anduvieron cerca de veinte leguas, y contó no más de dieciséis por la causa dicha.
Miércoles, 12 de septiembre
Aquel día, yendo su vía, anduvieron en noche y día treinta y tres leguas, contando menos por la dicha causa.
Jueves, 13 de septiembre
Aquel día con su noche, yendo a su vía, que era al Oeste, anduvieron treinta y tres leguas, y contaba tres o cuatro menos. Las corrientes le eran contrarias. En este día, al comienzo de la noche, las agujas noroesteaban, y a la mañana noroesteaban algún tanto.
Viernes, 14 de septiembre
Navegaron aquel día su camino al Oeste con su noche y anduvieron veinte leguas; contó alguna menos. Aquí dijeron los de la carabela Niña que había visto un garjao y un rabo de junco; y estas aves nunca se apartan de tierra, cuando más, veinticinco leguas.
Sábado, 15 de septiembre
Navegó aquel día con su noche veintisiete leguas su camino al Oeste y algunas más. Y en esta noche al principio de ella vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas
Domingo, 16 de septiembre
Navegó aquel día y la noche a su camino al Oeste. Andarían treinta y nueve leguas, pero no contó sino treinta y seis. Tuvo aquel día algunos nublados, lloviznó. Dice aquí el Almirante que hoy y siempre de allí adelante hallaron aires temperantísimos, que era placer grande el gusto de las mañanas, que no faltaba sino oír ruiseñores. Dice él: «y era el tiempo como por abril en el Andalucía». Aquí comenzaron a ver muchas manadas de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se había desapegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaban cerca de alguna isla; pero no de tierra firme, según el Almirante, que dice: «porque la tierra firme hago más adelante».
Lunes, 17 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste, y andarían en día y noche cincuenta leguas y más. No asentó sino cuarenta y siete. Ayudábales la corriente. Vieron mucha hierba y muy a menudo, y era hierba de peñas, y venía la hierba de hacia Poniente. Juzgaban estar cerca de tierra.
Tomaron los pilotos el Norte marcándolo, y hallaron que las agujas noroesteaban una gran cuarta, y temían los marineros y estaban penados y no decían de qué. Conociólo el Almirante; mandó que tornasen a marcar el Norte en amaneciendo, y hallaron que estaban buenas las agujas. La causa fue porque la estrella que parece hace movimiento, y no las agujas. En amaneciendo, aquel lunes, vieron muchas más hierbas y que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante. Y dice que aquellas fueron señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta leguas de tierra. El agua de la mar hallaba menos salada desde que salieron de las Canarias; los aires siempre más suaves. Iban muy alegres todos y los navíos quien más podía andar andaba por ver primero tierra. Vieron muchas toninas, y los de la Niña mataron una. Dice aquí el Almirante que aquellas señales eran del Poniente, «donde espero en aquel alto Dios, en cuyas manos están todas las victorias, que muy presto nos dará tierra». En aquella mañana dice que vio un ave blanca que se llama rabo de junco que no suele dormir en la mar.
Martes, 18 de septiembre
Navegó aquel día con su noche, y andarían más de cincuenta y cinco leguas, pero no asentó sino cuarenta y ocho. Llevaba todos estos días mar muy bonanza, como en el río de Sevilla. Este día Martín Alonso, con la Pinta, que era gran velera, no esperó, porque dijo al Almirante desde su carabela que había visto gran multitud de aves ir hacia el Poniente, y que aquella noche esperaba ver tierra y por eso andaba tanto. Apareció a la parte del Norte una gran cerrazón, que es señal de estar sobre la tierra.
Miércoles, 19 de septiembre
Navegó su camino, y entre día y noche andarían veinticinco leguas, porque tuvieron calma. Escribió veintidós. Este día a las diez horas, vino a la nao un alcatraz, y a la tarde vieron otro, que no suele apartarse veinte leguas de tierra. Vinieron unos llovizneros sin viento, lo que es señal cierta de tierra. No quiso detenerse barloventeando el Almirante para averiguar si había tierra; más de que tuvo por cierto que a la banda del Norte y del Sur había algunas islas, como la verdad lo estaban, y él iba por medio de ellas. Porque su voluntad era de seguir adelante hasta las Indias, «y el tiempo es bueno, porque placiendo a Dios a la vuelta se vería todo»; éstas son sus palabras… Aquí descubrieron sus puntos los pilotos: el de la Niña se hallaba de las Canarias a cuatrocientas cuarenta leguas; el de la Pinta, a cuatrocientas veinte; el de la donde iba el Almirante, a cuatrocientas justas.
Jueves, 20 de septiembre
Navegó este día al Oeste cuarta del Noroeste y a la media partida, porque se mudaron muchos vientos con la calma que había. Andarían hasta siete u ocho leguas. Vinieron a la nao dos alcatraces y después otro, que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella. Tomaron un pájaro, con la mano, que era como un garjao; era pájaro de río y no de mar: los pies tenían como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después, antes del sol salido, desaparecieron. Después vino un alcatraz: venía del Oesnoroeste; iba al Sudeste, que era señal que dejaba la tierra al Oesnoroeste, porque estas aves duermen en tierra y por la mañana van a la mar a buscar su vida, y no se alejan veinte leguas.
Viernes, 21 de septiembre
Aquel día fue todo lo más calma y después algún viento. Andarían entre día y noche, de ello a la vía y de ello no, hasta trece leguas. En amaneciendo, hallaron tanta hierba que parecía ser la mar cuajada de ella, y venía del Oeste. Vieron un alcatraz. La mar muy llana como un río y los aires los mejores del mundo. Vieron una ballena, que es señal de que estaban cerca de tierra, porque siempre andan cerca.
Sábado, 22 de septiembre
Navegó al Oesnoroeste más o menos, acostándose a una y otra parte. Andarían treinta leguas. No veían casi hierba. Vieron unas pardelas y otra ave. Dice aquí el Almirante: «Mucho me fue necesario este viento contrario, porque mis gentes andaban muy estimuladas, que pensaban que no ventaban estos mares vientos para volver a España. Por un pedazo de día no hubo hierba; después, muy espesa.
Domingo, 23 de septiembre
Navegó al Noroeste y a las veces a la cuarta del Norte y a las veces a su camino, que era el Oeste; y andaría hasta veintidós leguas. Vieron una tórtola, y un alcatraz y otro pajarito de río y otras aves blancas. Las hierbas eran muchas, y hallaban cangrejos en ellas. Y como la mar estuviese mansa y llana, murmuraba la gente diciendo: que pues por allí no había mar grande, que nunca ventaría para volver a España; pero después alzóse mucho la mar y sin viento, que los asombraba, por lo cual dice aquí el Almirante: «Así que muy necesario me fue la mar alta, que no pareció salvo el tiempo de los judíos cuando salieron de Egipto contra Moisén, que los sacaba de cautiverio.»
Lunes, 24 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste día y noche, y andarían catorce leguas y media. Contó doce. Vino al navío un alcatraz y vieron muchas pardelas.
Martes, 25 de septiembre
Este día hubo mucha calma, y después ventó; y fueron su camino al Oeste hasta la noche. Iba hablando el Almirante con Martín Alonso Pinzón, capitán de la otra carabela Pinta, sobre una carta que le había enviado tres días hacía a la carabela, donde según parece tenía pintadas el Almirante ciertas islas por aquella mar. Y decía Martín Alonso que estaban en aquella comarca, y decía el Almirante que así le parecía a él; pero puesto que no hubiesen dado con ellas, lo debían de haber causado las corrientes que siempre habían echado los navíos al Nordeste, y que no habían andado tanto como los pilotos decían. Y, estando en esto, dijo el Almirante que le enviase la carta dicha. Y, enviada con alguna cuerda, comenzó el Almirante a cartear en ella con su piloto y marineros. Al sol puesto, subió el Martín Alonso en la popa de su navío, y con mucha alegría llamó al Almirante, pidiéndole albricias que veía tierra. Y cuando se lo oyó decir con afirmación, el Almirante dice que se echó a dar gracias a Nuestro Señor de rodillas, y el Martín Alonso decía Gloria in excelsis Deo con su gente. Lo mismo hizo la gente del Almirante; y los de la Niña subiéronse todos sobre el mástil y en la jarcia, y todos afirmaron que era tierra. Y al Almirante así pareció y que habría a ella veinticinco leguas. Estuvieron hasta la noche afirmando todos ser tierra.
Mandó el Almirante dejar su camino, que era el Oeste, y que fuesen todos al Sudoeste, adonde había parecido la tierra. Habrían andado aquel día al Oeste cuatro leguas y media, y en la noche al Sudoeste diecisiete leguas, que son veintiuna, puesto que decía a la gente trece leguas porque siempre fingía a la gente que hacía poco camino porque no les pareciese largo; por manera que escribió por dos caminos aquel viaje, el menor fue el fingido, y el mayor el verdadero. Anduvo la mar muy llana, por lo cual se echaron a nadar muchos marineros. Vieron muchos dorados y otros peces.
Miércoles, 26 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste hasta después de mediodía. De allí fueron al Sudoeste hasta conocer que lo que decían que había sido tierra no lo era, sino cielo. Anduvieron día y noche treinta y una leguas, y contó a la gente veinticuatro. La mar era como un río, los aires dulces y suavísimos.
Jueves, 27 de septiembre
Navegó a su vía al Oeste. Anduvo entre día y noche veinticuatro leguas; contó a la gente veinte leguas. Vinieron muchos dorados; mataron uno. Vieron un rabo de junco.
Viernes, 28 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste, anduvieron día y noche con calma catorce leguas; contaron trece. Hallaron poca hierba; tomaron dos peces dorados, y en los otros navíos más.
Sábado, 29 de septiembre
Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron veinticuatro leguas; contó a la gente veintiuna. Por calmas que tuvieron, anduvieron entre día y noche poco. Vieron un ave que se llamaba rabihorcado, que hace vomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa. Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra veinte leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo Verde. Después vinieron dos alcatraces. Los aires eran muy dulces y sabrosos, que dice que no faltaba sino oír al ruiseñor, y la mar llana como un río. Parecieron después en tres veces tres alcatraces y un horcado. Vieron mucha hierba.
Domingo, 30 de septiembre
Navegó su camino al Oeste. Anduvo entre día y noche, por las calmas, catorce leguas; contó once. Vinieron al navío cuatro rabos de junco, que es gran señal de tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas. Viéronse cuatro alcatraces en dos veces. Hierba, mucha. Nota: Que las estrellas que se llaman las Guardas, cuando anochece, están junto al brazo de la parte del Poniente, y cuando amanece están en la línea debajo del brazo al Nordeste, que parece que en toda la noche no andan salvo tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche: esto dice aquí el Almirante. También en anocheciendo las agujas noroestean una cuarta, y en amaneciendo están con la estrella justo; por lo cual parece que la estrella hace movimiento como las otras estrellas, y las agujas piden siempre la verdad.
Lunes, 1 de octubre
Navegó su camino al Oeste. Anduvieron veinticinco leguas; contó a la gente veinte leguas. Tuvieron grande aguacero. El piloto del Almirante tenía hoy, en amaneciendo, que habían andado desde la isla de Hierro hasta aquí quinientas sesenta y ocho leguas al Oeste. La cuenta menor que el Almirante mostraba a la gente eran quinientas ochenta y cuatro leguas; pero la verdadera que el Almirante juzgaba y guardaba eran setecientas siete.
Martes, 2 de octubre
Navegó su camino al Oeste noche y día treinta y nueve leguas, contó a la gente obra de treinta leguas. La mar, llana y buena siempre. «A Dios muchas gracias sean dadas», dijo aquí el Almirante. Hierba venía del Este al Oeste, por el contrario de lo que solía: parecieron muchos peces; matóse uno. Vieron un ave blanca que parecía gaviota.
Miércoles, 3 de octubre
Navegó su vía ordinaria. Anduvieron cuarenta y siete leguas; contó a la gente cuarenta leguas. Aparecieron pardelas, hierba mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta; y no vieron aves algunas. Creía el Almirante que le quedaban atrás las islas que traía pintadas en su carta. Dice aquí el Almirante que no se quiso detener barloventeando la semana pasada y estos días que había tantas señales de tierra, aunque tenía noticia de ciertas islas en aquella comarca, por no se detener, pues su fin era pasar a las Indias; y si se detuviera, dice él, que no fuera buen seso.
Jueves, 4 de octubre
Navegó a su camino al Oeste. Anduvieron entre día y noche sesenta y tres leguas; contó a la gente cuarenta y seis leguas. Vinieron al navío más de cuarenta pardelas juntos y dos alcatraces, y al uno dio una pedrada un mozo de la carabela. Vino a la nao un rabihorcado y una blanca como gaviota.
Viernes, 5 de octubre
Navegó a su camino. Andarían once millas por hora. Por la noche y día andarían cincuenta y siete leguas, porque aflojó la noche algo el viento; contó a su gente cuarenta y cinco. La mar en bonanza y llana. «A Dios — dice — muchas gracias sean dadas.» El aire muy dulce y templado, hierba ninguna, aves pardelas muchas, peces golondrinas volaron en la nao muchos.
Sábado, 6 de octubre
Navegó su camino al Oeste o Güeste, que es lo mismo. Anduvieron cuarenta leguas entre día y noche; contó a la gente treinta y tres leguas. Esta noche dijo Martín Alonso que sería bien navegar a la cuarta del Oeste, a la parte del Sudoeste; y al Almirante pareció que no decía esto Martín Alonso por la isla de Cipango, y el Almirante veía que si la erraban que no pudieran tan presto tomar tierra y que era mejor una vez ir a la tierra firme y después a las islas.
Domingo, 7 de octubre
Navegó a su camino al Oeste; anduvieron doce millas por hora dos horas, y después ocho millas por hora; y andaría hasta una hora de sol veintitrés leguas. Contó a la gente dieciocho. En este día, al levantar el sol, la carabela Niña, que iba delante por ser velera, y andaban quien más podía por ver primero tierra, por gozar de la merced que los Reyes a quien primero la viese habían prometido, levantó una bandera en el topo del mástil y tiró una lombarda por señal que veían tierra, porque así lo había ordenado el Almirante. Tenía también ordenado que al salir del sol y al ponerse se juntasen todos los navíos con él, porque estos dos tiempos son más propios para que los humores den más lugar a ver más lejos. Como en la tarde no viesen tierra, la que pensaban los de la carabela Niña que habían visto, y porque pasaban gran multitud de aves de la parte del Norte al Sudoeste (por lo cual era de creer que se iban a dormir a tierra o huían quizá del invierno, que en las tierras de dónde venían debía de querer venir, porque sabía el Almirante que las más de las islas que tienen los portugueses por las aves las descubrieron), por esto el Almirante acordó dejar el camino del Oeste y poner la proa hacia Oessudoeste, con determinación de andar dos días por aquella vía. Esto comenzó antes una hora del sol puesto. Andarían en toda la noche obra de cinco leguas, y veintitrés del día. Fueron por todas veintiocho leguas noche y día.
Lunes, 8 de octubre
Navegó al Oessudoeste y andarían entre día y noche once leguas y media o doce, y a ratos parece que anduvieron en la noche quince millas por hora, si no está mentirosa la letra. Tuvieron la mar como el río de Sevilla; gracias a Dios, dice el Almirante. Los aires muy dulces como en abril en Sevilla, que es placer estar a ellos: tan olorosos son. Pareció la hierba muy fresca; muchos pajaritos del campo, y tomaron uno que iba huyendo al Sudoeste, grajaos y ánades y un alcatraz.
Martes, 9 de octubre
Navegó al Sudoeste. Anduvo cinco leguas; mudóse el viento y corrió al Oeste cuarta al Noroeste, y anduvo cuatro leguas. Después con todas once leguas de día y a la noche veinte leguas y media. Contó a la gente diecisiete leguas. Toda la noche oyeron pasar pájaros.
Miércoles, 10 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Anduvieron a diez millas por hora y a ratos doce y algún rato a siete, y entre día y noche cincuenta y nueve leguas. Contó a la gente cuarenta y cuatro leguas no más. Aquí la gente ya no lo podía sufrir: quejábase del largo viaje. Pero el Almirante los esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que podrían haber. Y añadía que por demás era quejarse, pues que él había venido a las Indias, y que así lo había de proseguir hasta hallarlas con la ayuda de Nuestro Señor.
Jueves, 11 de octubre
Navegó al Oessudoeste. Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramujos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas.
Después del sol puesto, navegó a su primer camino, al Oeste; andarían doce millas cada hora y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son veintidós leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra e hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vio primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vio lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repostero de estrados del Rey, y díjole que parecía lumbre, que mirase él, y así lo hizo y viola; díjole también a Rodrigo Sánchez de Segovia, que el Rey y la Reina enviaban en el armada por veedor, el cual no vio nada porque no estaba en lugar de la pudiese ver.
Después de que el Almirante lo dijo, se vio una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser indicio de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban decir y cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese primero que veía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil maravedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de media noche pareció la tierra de la cual estarían dos leguas Amañaron todas las velas, y quedaron con el treo, que es la vela grande sin bonetas, y pusiéronse a la corda, temporizando hasta el día viernes, que llegaron a una islita de los Lucayos, que se llamaba en lengua de indios Guanahaní. Luego vinieron gente desnuda, y el Almirante salió a tierra en la barca armada, y Martín Alonso Pinzón y Vicente Yáñez, su hermano, que era capitán de la Niña. Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro.