Cuatrocientos noventaitrés días en Cuito Cuanavale - Venancio Ávila Guerrero - E-Book

Cuatrocientos noventaitrés días en Cuito Cuanavale E-Book

Venancio Ávila Guerrero

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Jefe y segundo jefe del 71 Grupo Táctico que, bajo orientaciones precisas del alto mando de las FAR, dirigieron su tropa desde la salida de Menongue hasta su regreso al punto de partida (cuatrocientos noventaitrés días) una vez logradas la retirada de Cuito Cuanavale de las fuerzas sudafricanas, la preparación de las tropas angolanas que permanecerían en el lugar y la entrega de la técnica con que habían despojado de aquellas tierras sureñas al enemigo invasor. Ahora, unidos por sus vivencias y el recuerdo de lo acontecido cada día en los que no faltaron voluntad y entrega, táctica y estrategia, inteligencia y coraje, contaron sobre este quehacer militar que, además, hizo posible la independencia de Namibia y el fin del apartheid.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 422

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2o 1a, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com

Edición: Olivia Diago izquierdo

Diseño y realización de cubierta: Jorge V. Izquierdo Alarcón

Diseño interior y realización: Ariel Feitó Trujillo

Fotos: Autores y archivo de la Casa Editorial Verde Olivo

Corrección: Catalina Díaz Martínez

Conversión a ebook: Madeline Martí del Sol

© Venancio Ávila Guerrero y Eduardo Tauriñán Yáñez, 2014

© Sobre la presente edición

Casa Editorial Verde Olivo, 2024

ISBN: 9789592247529

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, en ningún soporte sin la autorización por escrito de la editorial.

Casa Editorial Verde Olivo

Avenida de Independencia y San Pedro

Apartado 6916. CP 10600

Plaza de la Revolución, La Habana

[email protected]

 

 

Tabla de contenido
Al lector
Introducción
¿Por qué Cuito Cuanavale?
Teatro de operaciones militares
Llegó el Comandante y mandó a parar
Vigía permanente
Asesores cubanos y tropas “en el aire”
En marcha uno de los primeros refuerzos
Fuerza y pasión
El viaje
Nuestro primer ining
Exploración a Caiundo
A toda mecha
Se encendió la mecha
La culebra en movimiento
Adiós Tierra del Miedo
Minas y más minas
Bajo lluvia y amenaza enemiga
Forzamiento del río Masseca
Los médicos rechazan el hostigamiento
Ansias por llegar
En las arenas de Cuito
Aprendiendo a gatear
Bajo el fuego enemigo
Refugio en la carretera
Bautismo de fuego
Sin quitarnos el olor a pólvora
Nuevamente a la carga
Llegada de Polo
Cayeron en la trampa
Se entreteje la victoria
Preámbulo de la derrota final
Proyectiles y más proyectiles
Llegada de Lorente
Último ining
Resistencia y desgaste
En la confianza está el peligro
¿Se acabaron las acciones?
Unidad de Patria o Muerte
Construcción de las obras fortificadas
Los bien conocidos zapadores
Olifant Sululu a embarcarse va
Acto de condecoración
¡Van a lanzar la granada!, ¡la lanzan!,¡la lanzan!
La tristeza torna inolvidable este día
Llegada de Aroche
Los siete
El lento
Kilómetro 23
El valor de una carta
Situación estable y controlada
La culebra regresa victoriosa
Nuevas misiones para el coronel Ávila
Operación Victoria
No todo estaba resuelto
Servicios médicos y algo más
Primera mujer en Cuito
Adelaida Fleites Pérez
Odalys Chalas Ortiz
Celia Duane Lambet
María Guerra Cabrera
Un experimentado artillero
Trabajo titánico para la segunda victoria
Por fin el regreso
Anexos
Significación histórica de la batalla
Oda a Cuito Cuanavale
Testimonio gráfico
Bibliografía
Datos de los autores

A nuestros compañeros del 71 Grupo Táctico,

puño de acero en el corazón de Cuito Cuanavale,

de quienes el enemigo conoció su potencia y habilidad de fuego,

en especial, a los gloriosos combatientes que allí cayeron.

Al concluir este libro de tantísimas horas de trabajo —a esta altura ya incalculables—, se extienden las gratitudes a combatientes, familiares de ellos y nuestros, a instituciones de distintos lugares del país. Fueron tantos los compañeros que brindaron su ayuda, que resulta imposible numerarlos sin que falte el que a última hora nos llamó para que añadiéramos su anécdota,ni el que aportó papel o su tiempo para una nueva impresión. Todos ellos saben de quienes hablamos y saben también cuánto le agradecemos; pero como siempre los más próximos a uno comparten cada idea, cada ilusión, cada minuto y hora de desvelo; no queremos dejar de ofrecerles mil gracias a Diana y Leonor, nuestras esposas, y a nuestros hijos.

Ávila y Tauriñán

 

 

 

Al lector

Transcurren los años y nada se borra de nuestras mentes. Y es que suceden acontecimientos en la vida que, por su importancia, lo marcan a uno para siempre. Todo lo que ocurrió en el sudeste angolano desde el 17 de enero hasta el 3 de junio de 1989, es prueba de ello.

Recientemente, al compañero Venancio Ávila Guerrero le fue planteada, por la Dirección Política de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, junto a otros valiosos compañeros, la tarea de escribir sobre sus vivencias en el cumplimiento de la misión internacionalista en la República Popular de Angola y a él, particularmente, sobre su participación en la defensa de Cuito Cuanavale al frente del 71 Grupo Táctico. Como sabía la motivación que existía al respecto, me invitó a participar en su proyecto.

Con gusto acepté. Trabajamos de lleno en la elaboración del documento, quizás hasta con las características de un guion para una película; felices también porque contamos con la cooperación de oficiales, sargentos y soldados, protagonistas de aquellas gloriosas contiendas, cuyo resultado fue un informe de más de cien páginas. A esta seria labor le siguieron tres reuniones de trabajo, a modo de consulta, con los testimoniantes. Así lo entregamos al Centro de Estudios Militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (CEMI).

Una vez cumplida la actividad, nos percatamos de que contábamos con suficiente contenido, muy interesante además, para escribir un libro. Esa había sido siempre nuestra intención. Desde los primeros días de regreso a la patria, con la misión cumplida, hablamos de ello; pero motivos ajenos a nuestra voluntad, casi siempre vencedora la dedicación a las primeras tareas que nos fueron planteadas, impidieron la concreción de esas páginas. Hoy, con más tiempo que ayer —gracias a la posibilidad que brinda la jubilación—, nos entregamos de lleno a este nuevo proyecto que sale a la luz bajo el título de Cuatrocientos noventaitrés días en Cuito Cuanavale.

En él encontrarán más de sesenta testimonios que enriquecen las vivencias y los puntos de vista de cuánto Ávila y yo hayamos podido narrar. Las voces de muchos compañeros y las nuestras como autores aparecen cuidando un principio planteado por el Guerrillero Heroico, ErnestoCheGuevara, cuando al opinar sobre un libro que un compañero le había dado a valorar, lerespondió con franqueza y seriedad suyas: “Mira, siempre escribe la verdad, borra todo lo que a ti no te conste y entoncestendrás un buen libro”.

Tanta riqueza testimonial nos permite evaluar, al mismo tiempo, que no es nuestro libro, sino el de un aguerrido grupo de compañeros. Nosotros solo le hemos dado forma, respetando la expresión de cada uno e, incluso, su jocosidad, aun en los momentos más serios o críticos; pero ahí está… porque es una característica inseparable de nuestra idiosincrasia.

Recurrimos a toda o casi toda la literatura que se ha publicado al respecto, tanto por escritores nacionales como por otros foráneos; consultamos lo publicado en la prensa cubana y extranjera y, además, tuvimos acceso a la información ya desclasificada que celosamente conserva el Centro de Información de las FAR.

Aunque en el libro se precisan solo las acciones libradas al este oeste del río Cuito Cuanavale y la participación del 71 Grupo Táctico, una aclaración necesaria consiste en manifestar que los combates por la defensa de esta región y la victoria sobre las tropas sudafricanas y de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita), fue la combinación de muchos factores: el conjunto de acciones de las gloriosas Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola (Fapla) y de la Organización del Pueblo de África Sudoccidental (Swapo); la acertada dirección de nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, del ministro de las FAR entonces, Raúl Castro Ruz y de los órganos de dirección a todas las instancias; la participación directa de los combatientes cubanos en la asesoría a la 6ª Región Militar —brigadas y pequeñas unidades mixturadas de tanques y artillería de las Fapla—; así como las acciones combativas de nuestra aviación.

Esperamos que lo relatado contribuya a enriquecer aún más la historia que han escrito nuestras Fuerzas Armadas Revolucionarias, sobre todo, aquellas páginas que dejaron impresas los combatientes y civiles que allí ofrendaron sus vidas cumpliendo el sagrado deber del internacionalismo. Si es así, fue muy bueno realizar este trabajo.

Los autores

Introducción

Los acontecimientos político militares que dieron origen al comienzo y culminación de la operación Carlota, han sido tratados en diversos trabajos ya publicados en los que, cronológicamente, aparecen las acciones combativas libradas por nuestras tropas y las unidades de las Fapla y Swapo contra el enemigo agresor desde 1975, apoyado incondicionalmente por Sudáfrica y Zaire, sin que faltara la mano del imperialismo yanqui. Por ello, nos referiremos concretamente a la decisión político militar tomada por nuestro gobierno y partido en el Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (EMG-FAR) el 15 de noviembre de 1987 cuando, al regreso de nuestro Comandante en Jefe de los actos conmemorativos por el aniversario setenta de la Revolución de Octubre, le solicitara el presidente de la República Popular de Angola, Eduardo dos Santos, nuestra participación en el escenario de la dirección estratégica Menongue Cuito Cuanavale, momento en que las tropas angolanas asesoradas por los soviéticos se encontraban en una difícil situación.

Al respecto, el 26 de julio de 1988, reunido con el pueblo en la plazaAntonio Maceo de la ciudad de Santiago de Cuba, con motivo del aniversario treintaicinco del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, planteó:

En Angola se creó una situación difícil, crítica, a fines del año pasado. Yo no voy a explicar los factores que determinaron eso, será mejor que la historia lo señale todo: ¿cuáles fueron los errores?, ¿por qué se cometieron esos errores? Solo me limito a decir que Cuba no tenía ninguna responsabilidad con esos errores. Sin embargo, se creó una situación difícil, compleja, crítica, como consecuencia de una gran escalada militar de Sudáfrica, que interviene con motivo de una ofensiva que realizaban las fuerzas angolanas en una región apartada del sudeste del país, contra las fuerzas de la Unita.

A partir de la situación creada en Cuito Cuanavale y sus accesos, este poblado, su puente, nativos, selva, chana, caminos y hasta el cielo, se convirtieron en el punto neurálgico que comenzó a circular en los medios de comunicación de todo el mundo. En nuestro país, madres, padres y familiares en general afinaron los oídos sobre todo lo que acontecía en la lejana tierra, mientras los aguerridos combatientes de las Fapla y cubanos, se aprestaban a un enfrentamiento de “tú a tú” con tropas sudafricanas y de la Unita. Solo la visión, enfoque, inteligencia y análisis, realizados por nuestro Comandante en Jefe, Ministro de las FAR y su alto mando, podían percatarse de que el lugar y los métodos que se emplearían en las acciones combativas posteriores serían el puntillazo de la victoria.

La entrega sin límites, de los miles de combatientes —asegurando, interpretando, trasladando, y en los propios escenarios de la guerra—, que nos encontrábamos en este histórico momento en cualquier lugar de Cuba, Angola u otro país hermano, teníamos la responsabilidad de materializar con nuestro modesto esfuerzo, disciplina y confianza todas las decisiones tomadas y las que resta-ban para derrotar al enemigo en su guarida.

La historia de África será diferente antes y después de Cuito

Cuanavale. Y en esa inolvidable proeza, el pueblo cubano

tendrá por siempre un motivo de legítimo orgullo revolucionario.

Fidel Castro Ruz

¿Por qué Cuito Cuanavale?

Teatro de operaciones militares

A los ríos Cuito y Cuanavale debe su nombre este punto al sudeste de lainmensa geografía angolana. Donde confluyen sus corrientes de agua, había quedado asentada la población, cuyas casas de mampostería, unas cincuenta diseminadas a lo largo de la carretera, quimbos dediversas formas por los alrededores y, a ciertas distancias, aldeas de típicas construcciones de barro y guano, conformaban el paisaje habitacional. Para llegar a este remoto lugar quedan detrás doscientos kilómetros de carretera que lo separan de Menongue, capital de la provincia de Cuando Cubango. En el extremo este de Cuito Cuanavale se hallaba su aeródromo, como lo vimos, semidestruido, sin uso desde el final de la operación Saludando Octubre.1

Desde finales de noviembre de 1987, esta operación había fracasado y las tropas angolanas se vieron obligadas a replegarse bajo una compleja situación; los últimos meses de este año habían sido duros para los heroicos combatientes de las Fapla que se mantenían bajo un constante acoso enemigo.

Las barreras de fuego y los golpes de la aviación adversaria se concentraban cada vez más sobre el puente, poblado, aeródromo y centros de dirección de la 6ª Región Militar al oeste del río. Su actividad se mostraba más agresiva y elevada, reinaba la euforia en las altas esferas políticas y militares de Pretoria, quienes seguras y confiadas con el apoyo occidental y el beneplácito de Estados Unidos de Norteamérica se veían, muy pronto, desfilando triunfantes por las calles de Cuito Cuanavale.

Allí había combatientes que, aunque agotados, con un número elevado de heridos, desabastecidos y con dificultades en su man-do, continuaban dando muestras de valor ante un enemigo su-perior en efectivos: tropas de la Unita y sudafricanas con una artillería de largo alcance y la aviación de combate que, desde el 13 de agosto, habían entrado en acciones.

Las unidades de las Fapla resistieron y combatieron “palmo a palmo” contra ese adversario; pusieron en práctica todo tipo de formas irregulares de la guerra. Cada metro de terreno, desfiladero, bosque aislado, se convirtió en baluarte de los hijos de Agostinho Neto, quienes sabían que no podían ceder. Bajo esta compleja situación combativa, fueron obligados a pasar a la defensa, apresuradamente, en los alrededores de Cuito Cuanavale. Una agrupación quedó al este del puente sobre el río, paso obligado y difícil de tomar porque era castigado por la artillería y aviación sudafricanas.

El enemigo quería dar el golpe de gracia a la República Popular de Angola, en Cuito Cuanavale, aniquilando a una de las agrupaciones mejor preparadas y equipadas con que contaba el país: más de nueve mil soldados y oficiales, entre los que se encontraban sesenta asesores militares soviéticos, corrían el riesgo de ser cercados, quedar dispersos y en gran parte exterminados.

Llegó el Comandante y mandó a parar

Tras un vuelo de Luanda a Menongue, partió el coronel Álvaro López Miera hacia Cuito Cuanavale, el 5 de diciembre de 1987.

[…] salimos en dos helicópteros a las cinco de la mañana. Dos Mig-23 nos dieron protección. Llevamos nuestros alimentos —ración fría en lo fundamental—, dos balones de oxígeno para el hospital de campaña y algunas otras cosas.2

Este grupo estaba formado por oficiales de diversas especialidades y tropas especiales, cuya misión consistía en colaborar con las Fapla en la organización de la defensa; a tales efectos se propusieron como objetivos: mantener la protección de Cuito Cuanavale y garantizar que el poblado no fuera ocupado por el enemigo; analizar la situación y el aseguramiento combativo de las tropas Fapla y, en coordinación con su mando, estudiar y concretar acciones que aseguraran la estabilidad de la defensa; informar constantemente la situación de la región, a la jefatura de la Misión Militar Cubana; valorar de manera integral los acontecimientos y proponer al mando medidas inmediatas.

Con la llegada del grupo operativo, que posteriormente se denominó puesto de mando avanzado, comenzó de forma priorizada la organización del mando, la preparación de la artillería para realizar el fuego contra las baterías enemigas que hostigaban la región y ejecutar un trabajo con las Fapla para fortalecer la defensa. En los días siguientes, se reforzó el grupo operativo con el arribo de otros oficiales, también se completó el personal de Seguridad hasta llegar a una compañía de tropas especiales.

Vigía permanente

Si durante la agresión fascista a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas —Segunda Guerra Mundial— y en el acecho a Moscú, las luces del Kremlin nunca se apagaron, en nuestro Estado Mayor General (EMG) y su Puesto de Mando General (PMG--FAR) no fue diferente. Todos los días Fidel trasmitía indicaciones al jefe de la Misión Militar Cubana en Angola (MMCA), general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, se comunicaba con frecuencia con el presidente de Angola Eduardo dos Santos, recomendaba medidas que abarcaban la guerra en general y la situación presentada en Cuito Cuanavale, en particular, cada una de ellas meticulosamente analizadas con Raúl Castro, nuestro ministro de las FAR, y su Estado Mayor General.

La idea estratégica desde los primeros momentos consistía en preparar una sólida defensa, que comprendiera un mínimo de territorio al este del río, debido a que estas tropas de las Fapla estaban a merced de un ataque envolvente por parte de las agrupaciones enemigas, ubicadas más al este, con alta movilidad y apoyadas por su artillería de largo alcance y la aviación. Lo anterior explica cuán desfavorable era el teatro de operaciones para las tropas angolanas, las que venían retrocediendo, cargadas de un gran impedimento entre heridos, enfermos y desprovistas, en la práctica de aseguramiento logístico.

Atendiendo a esta concepción estratégica, las orientaciones y decisiones emanadas del alto mando de las FAR eran, precisamente, trasladar al oeste del río, lo más rápido posible, la mayor cantidad de tropas para evitar que creciera la catástrofe y con ella, la pérdida de la capacidad combativa. De ahí, la exigencia permanente y a tiempo al jefe de la Misión Militar Cubana en Angola, al Ministerio de Defensa de las Fapla y al último soldado. Cada uno cumplía una función importante en esta misión.

A tenor del escenario real y su posible complicación, se ordenó continuar el reforzamiento que desde noviembre había comenzado con oficiales y tropas experimentadas con el objetivo de lograr un conjunto de acciones: fortalecer el mando y las unidades, realizar varios movimientos de los grupos tácticos dislocados en la línea defensiva del sur de Angola, prestar especial atención a la dirección estratégica Menongue Cuito Cuanavale, estrechar las relaciones con las Fapla y Swapo, incrementar las reservas materiales y crear un grupo de contrataque bajo el mando de cubanos, con capacidad de avanzar en profundidad hacia Cuito u otra dirección si la situación lo exigiera.

La idea quedaba totalmente clara, o sea, al este, una pequeña fuerza reforzada con tanques, artillería terrestre, antiaérea, aseguramiento combativo y medios antitanque que constituyera una seguridad combativa, la cual combinaría sus acciones con la creación de los campos minados: antitanque y antipersonal, y fuera capaz de detectar cualquier ataque enemigo con tiempo suficiente, para que nuestra aviación, artillería y tanques desplegados al oeste, le diera contundentes respuestas. “La mesa estaba servida” bajo esta concepción. El enemigo, en su afán de conquistar Cuito Cuanavale, se estrellaría; ahora solo dependía de la astucia, valentía, audacia y ecuanimidad con que actuaran las tropas desplegadas en este complejo teatro de operaciones, distante del resto de las unidades angolano cubanas.

Asesores cubanos y tropas “en el aire”

Por vía aérea desde Cuba, llegaron a la ubicación permanente de la 70 Brigada de Tanques, oficiales, sargentos y soldados de todas las especialidades, dispuestos a marchar de inmediato a la primera línea de combate. Para finales de diciembre de 1987, ya arribaban a Cuito Cuanavale los primeros asesores cubanos para las tropas angolanas que se encontraban al este oeste. A estas agrupaciones se les denominó Grupos de Trabajo de Brigadas, estaban formados por siete oficiales de tropas generales, un radista, un clavista, un apuntador y un médico. Para la seguridad de cada grupo se designó un pelotón de tropas especiales, en total eran treintaicuatro compañeros para cada unidad; asesorarían las brigadas Faplas 13, 16, 21, 25, 59 y 66. Paralelamente se reorganizó la artillería en tres agrupaciones compuestas por diversas piezas de cañones 130 y 122 milímetros y BM-21 —en total alrededor de treinta—, con el objetivo de apoyar las acciones combativas al este del río y neutralizar el fuego de la artillería enemiga.

El 10 de enero el coronel Ermio Hernández Rodríguez, que se desempeñaba como jefe de la 70 Brigada de Tanques en Menongue, fue designado jefe del grupo operativo en Cuito Cuanavale, en sustitución del coronel Álvaro López Miera, a quien le fueron planteadas otras misiones.

Considerando que la situación en el teatro de operaciones se seguía complicando y las dotaciones de los tanques y artillería de las Fapla estaban prácticamente diezmadas y con muy baja capacidad combativa, el 13 de enero se decidió asignar a cada tanque angolano dos tanquistas cubanos; se conformaron así dotaciones mixtas y los jefes de piezas de artillería para cada uno de los calibres —BM-21, obús 122 milímetros y cañones de 130—, con el objetivo de aumentar la efectividad de estos medios combativos a partir de los compañeros designados para dichos cargos, junto a los angolanos.

Todo este personal desempeñaría un papel determinante en los futuros combates. No obstante el corto tiempo para prepararse y adentrarse en regiones sumamente complejas por el clima, la propia selva y los accidentes del terreno y en muchas ocasiones aislada una brigada de otra, además de la sensible superioridad enemiga y la distancia del grueso de las tropas, al oeste del río, esta fuerza recibió en el mes de febrero la primera embestida de los sudafricanos y la Unita. El ataque provocó cuantiosas bajas, entre ellas catorce cubanos del batallón de tanques que se encontraba al este.

A partir de este combate se aceleró la decisión planteada por nuestro alto mando de las FAR. Los medios de superación acuática del grupo táctico y las Fapla incrementaron sus misiones de día y noche a fin de trasladar hacia el oeste la mayor cantidad de tropas y medios de las maltrechas brigadas de las Fuerzas Armadas para la Liberación de Angola.

En marcha uno de los primeros refuerzos

Entre las misiones al jefe de la MMCA y en el mensaje envia-do al presidente de Angola Eduardo dos Santos, con fecha 2 de diciembre de 1987, se les planteaba el desplazamiento de varios grupos tácticos, entre ellos, el que reforzaría de inmediato la Dirección de Menongue. Como el Grupo Táctico Independiente Cuito Bie (GTI) se encontraba a unos doscientos kilómetros, se le encomendó esta tarea. Al referir este momento tan crucial, su jefe, el hoy general de brigada Alberto Francisco Ferraz Proenza, rememora:

Partimos de Cuito Bie, aproximadamente, entre las 04:00 y 05:00 del 3 de diciembre […] Organizamos la columna en cuatro destacamentos, con la exploración de tropas incluyendo la ingeniera al frente, las fuerzas principales y la retaguardia. Cada destacamento poseía independencia táctica y el mando desconcentrado a lo largo de toda la columna, así como defensa antiaérea y artillería terrestre. Desde el primer momento las comunicaciones se man-tuvieron estables.

Entre las 12:00 y 13:15, ya habíamos avanzado alrededor de setenta kilómetros y realizado dos paradas de descanso. Yo me encontraba dando indicaciones para la toma de medidas en la extrema vanguardia, flanguardia y retaguardia de manera que garantizaran la seguridad durante el alto, porque la columna se hallaba en una zona de acción de la Unita, cuando observé una nube gris en la retaguardia, en dirección a los Destacamentos 2, 3 y 4. Rápido establecí comunicación con los jefes, como no respondía el jefe del 2º Destacamento de combate, salí hacia el lugar en un tanque T-55 con cuchilla BTU-55 instalada. Allí, una de las esteras de la máquina de combate —el BMD (puesto de mando del 2º Destacamento)— había hecho contacto con una mina reforzada y estaba prácticamente destruida, cercenada en dos pedazos.

Producto de la explosión y el fuego, fallecieron el primer teniente Israel Figueredo Paneque, sustituto jefe del puesto de mando del Grupo Táctico Independiente, y el soldado Juan Díaz García. Tras dar indicaciones con respecto al tratamiento de los heridos y su posterior evacuación, así como las concernientes para la seguridad de todo el personal con el objetivo de evitar otras pérdidas, me desplacé a mi puesto de mando.

Sucedió una nueva explosión, esta en dirección a la vanguardia. Una vez en el lugar de la máquina de combate donde iba el teniente Raúl Valentín Chacón Jorge, jefe de la primera compañía BMD, comprobé que el tanque había realizado un mal giro y, como consecuencia, detonó una mina de menor carga, la cual provocó las explosiones de proyectiles y granadas en el interior de la máquina. La dotación logró salir, algunos compañeros heridos, excepto el teniente Chacón: había quedado atascado adentro.

Cuando volvía a mi posición, al pasar por el BMD de mando del teniente coronel Santiago Santana Guerra, sustituto para el Trabajo Político, el tanque T-55 donde yo me trasladaba rozó la máquina de combate y el compañero cayó al piso, recibió unos golpes en la pierna derecha que se le inflamó de inmediato. La decisión fue evacuarlo para el BTR-60PB (puesto de mando móvil). Ya acomodado el compañero Santana en su interior, di la orden de continuar el desplazamiento e informé al mando superior lo ocurrido.

Pasados unos minutos, cayó en una mina el BTR-60PB; los que íbamos en la parte superior, salimos por el aire; la explosión me lanzó a más de treinta metros, viajé envuelto en una nube de polvo. La fuerza de la explosión y el ruido ensordecedor me dejaron aturdido y con un dolor intenso. Sentía todo el cuerpo entumecido; pero aun en ese estado, oía que mis compañeros me buscaban. Intenté ponerme en pie, no lo logré. Cargado me trasladaron hacia el puesto de mando.

Pregunté por mis compañeros y el político. Sentí el peso del silencio. Insistí con autoridad y en forma acalorada. “¡Jefe, Santana murió!”, me dijeron finalmente. Quise verlo. Ya estaba en una camilla cubierto con una sábana. Al pasar por mi lado, pedí que le descubrieran su rostro, lo observé con detenimiento. Ya saben todo lo que uno piensa en momentos como ese. Seis compañeros fuimos heridos.

El 3 de diciembre de 1987 ha quedado grabado para siempre en mi mente y sentimientos, no por coincidir con mi cumpleaños, sino por la pérdida de valerosos compañeros. 

1 Maniobra militar (12-7-1987—4-10-1987) de las Fapla con asesoría soviética en la que no hubo participación de tropas cubanas. Su objetivo era reconquistar Mavinga y aniquilar el bastión principal de la Unita en el sur de Cuando Cubango, al sudeste de la nación. Hasta el mes de agosto se desarrolló con algún éxito; pero dados el método de guerra, la ampliación de la intervención de las fuerzas sudafricanas, la lejanía de las tropas angolanas de sus bases de apoyo y abastecimientos principales y la preparación y disposición combativas no acordes con la compleja misión, sufrieron cuantiosas pérdidas y tu-vieron que reagruparse hacia las inmediaciones de Cuito Cuanavale.

2 César Gómez Chacón: Cuito Cuanavale. Viaje al centro de los héroes, p. 139.

Fuerza y pasión

 

 

El viaje

La planificación de la misión fue la primera tarea. Había comenzado en el propio mes de noviembre de 1987. No llegamos a ella por casualidad y aunque fuimos destinados por distintos “canales”, muy pronto, al transitar y compartir momentos difíciles, peliagudos y de regocijo, quedamos fundidos en uno solo, el teniente coronel Eduardo Tauriñán Yáñez y yo.

A él, le sucedió así…

Cuando le pregunto a mis compañeros que han cumplido misión internacionalista, siempre me dan como fecha de inicio el día en que llegaron al país al cual fueron destinados, sin embargo, yo pienso y, en mi caso así lo expreso: mi misión comenzó a partir del momento en que me hicieron el llamamiento. En ese instante inicié la preparación que entraña una tarea de tal magnitud.

Un día de julio de 1987, llegué al Estado Mayor Provincial de Ciudad de La Habana (EMPCH). Debía participar en una reunión, yo ocupaba el cargo de segundo jefe de la Sección de Preparación Combativa. Ya próximo al salón, vi al general de división Raúl Menéndez Tomassevich conversando animadamente con dos compañeros. Había cumplido varias tareas bajo su mando directo y también había compartido con él en otras actividades no oficiales, lo cual me daba cierta licencia para aproximarme y sumarme al pequeño grupo, formado de manera espontánea. Luego del riguroso saludo según establece el reglamento militar, me incorporé a la charla y de inmediato me percaté de que el tema era misiones internacionalistas.

Los presentes narraban sus anécdotas, y trascurridos unos minutos sentí que las miradas se dirigían a mí, como esperando a que pusiera una, como se dice en buen argot popular; pero yo no tenía qué contar, no había cumplido aún ninguna misión. Un poco turbado, solo atiné a lanzar la pregunta:

—¿Cuándo voy a cumplir una misión, general?

—¡Pronto! ¡Muy pronto, teniente coronel Tauriñán! —respondió con su voz gruesa y sonrisa picaresca.

Muy lejos estaba de imaginar que luego de unos días comenzaría a cumplir una misión que acapararía la atención de una gran parte del mundo, por no decir de todo, dada su importancia político militar. No sabía tampoco que mi nombre ya aparecía en un listado de oficiales que añadirían a su hoja de servicio la asistencia a otros países. Pasados tres o cuatro días, recibí la orden de presentarme de nuevo en el EMPCH. Un tanto intrigado, me dirigí rápido a la Sección de Cuadros. Allí estaba un pequeño grupo de oficiales de diferentes especialidades, a algunos los conocía. No demoró en hacerse sentir la voz del jefe de Cuadros coronel Juan M. Gobea Salles: “¿Tú no querías cumplir una misión?, pues ya estás en eso”, me dijo sonriendo.

Minutos después, un oficial de esa dirección nos explicó que inicialmente habíamos sido escogidos para ejecutar unamisión en Nicaragua, pero como en Angola la situación militar se tornaba cada día más tensa, había que reforzar nuestras unidades con oficiales y relevar a otros que ya habían cumplido. Indagó por nuestra disposición y como era de esperar, un “sí” fuerte brotó de cada garganta.

De inmediato fuimos relevados de los cargos que ocupábamos y todo el tiempo posterior, que no fue mucho, lo dedicamos a nuestra preparación, a la familia y a resolver algunos problemas particulares. Los días pasaron volando, igual a como me encontré quince días más tarde, en un avión Il-62M.

La despedida de la familia fue un poco triste: Eduardito, mi hijo mayor me apretaba a más no poder y su mirada estaba húmeda; Edito, el más pequeño, me daba tremenda “tángana”, decía que quería ir conmigo y Leonor, sacando fuerzas de lo más profundo, me daba aliento para seguir adelante. En otras ocasiones habíamos estado separados: por maniobras, porque ellos residían en otra provincia lejos de donde yo prestaba servicio o por estudios que realicé fuera del país; pero esta vez era en condiciones totalmente diferentes.

Desde la altura, a más de treinta mil pies, trataba de divisar algo para desviar mis pensamientos, los cuales giraban alrededor de la familia que dejaba detrás y de la difícil tarea que tenía por delante; aunque con firmeza me decía que la cumpliría hasta las últimas consecuencias. Solo veía cúmulo de nubes, el mar en ocasiones, allá abajo donde no se me dibujaba ni un barco y luego esa sensación de que flotas en el aire y no avanzas, aunque la poderosa máquina se desplazaba a novecientos kilómetros por hora. Por suerte, estaban las aeromozas con sus atenciones y buen servicio para romper la monotonía, nostalgia y ansiedad. Finalmente el descenso de la nave, pronto divisé una pequeña isla. Solo vi algunas edificaciones y el aeródromo, habíamos arribado a Isla Salt, perteneciente a las islas de Cabo Verde.

Estuvimos breve tiempo, al menos para estirar las piernas después de ocho horas de vuelo. Nos habían informado que si al llegar había algún avión sudafricano, debíamos mantenernos dentro del nuestro.

Recordé que en una ocasión, en un vuelo de regreso a Cuba, hicimos también una escala de poco tiempo en otra isla, en este caso Santa María, perteneciente a las Azores, Portugal, donde no pudimos descender y tuvimos que soportar tremendo calor dentro de aquella nave, que según son de cómodas y frescas durante el viaje, son calurosas e incómodas cuando se detienen. Pero esta vez no sucedió así, bajamos, descansamos, no pude saciar mi curiosidad, porque solo vi lo que mi vista recogió en el trayecto de la nave a las edificaciones y viceversa.

La sala donde permanecimos era bastante grande, a través de sus paredes de cristales observé otras con el típico movimiento de los pasajeros: maletas y documentos en manos y un andar rápido. Queriendo abarcar más fui hasta el baño. Era grande, ¡limpio!, abrí la pila de agua del lavamanos y qué rápido comprendí por qué el nombre de Isla Salt; el agua era blanca pero no transparente, de un color lechoso, mojé un dedo y probé y ¡brrrrr!, salada, tan salada que llegué a pensar que ahí se concentraba la mayor cantidad de sal de todo el océano. En eso oí la llamada, apresuré el paso.

De nuevo en el aire, ya sabía que nos aproximábamos a nuestro lugar de destino. Seis horas después, catorce desde la salida de La Habana, y al fin Luanda. Durante el descenso para el aterrizaje pude divisar una costa un tanto oscura, mar algo rizado y de inmediato una tierra rojiza, todo muy rápido. Sentí el golpe al hacer contacto con la tierra, y en la medidaen que el avión perdía velocidad, comencé a ver lo inusual enun aeropuerto, cerca de su pista: camiones, ra-dares con redes de camuflaje, aviones de combate, medios de defensa antiaérea. Me dije: “Recuerda que acabas de llegar a un país en guerra”. Al descender el espectáculo fue mayor, más técnica militar que mis ojos no alcanzaron ver por la ventanilla y muchos hombres vestidos de camuflaje, vehículos de diferente designación, rápidos movimientos.

A pie, nos acercamos a las instalaciones destinadas paraactividades militares. Desde lo alto de un edificio central, observé el letrero que indicaba el arribo al aeropuerto internacional 4 de Febrero de Luanda, capital de la República Popular de Angola.

No me detendré a describir Luanda desde el punto de vista geográfico, arquitectónico ni histórico, otras personas con más elementos y conocimientos ya lo han realizado de forma magistral, solo cuento mis impresiones, lo que mis ojos y mente inquieta y curiosa lograron percibir; la estancia en el aeropuerto fue breve, un saludo por parte de un oficial e indicaciones para que ocupáramos los ómnibus que nos trasladarían a los lugares y unidades donde cumpliríamos la misión.

Durante el trayecto aprecié una ciudad bella. Altas edificaciones, vías anchas y asfaltadas, pero todo en un abandono total, me impresionó observar a ambos lados de las calles enormes basureros con muy malos olores, entre los edificios y carros abandonados; personas con hambre apreciable, mal vestidas y la mayoría descalza; pero más impactante aún me resultó ver a jóvenes sin piernas o brazos. Enseguida recordé lo que había escuchado en Cuba: las minas, esas mortíferas armas que te sorprenden cuando menos las esperas y, en el mejor de los casos, te deja como aquellos seres que yo veía.

Según salíamos de la ciudad, el panorama cambiaba pero en detrimento: pequeñas casas, redondas casi todas, y construidas con bloques de barro, ticholos les llamaban, que hacían con una mezcla de fango —arcilla roja—, hierba —pienso que para una mejor compactación—, y agua; esa sustancia la colocan en un pequeño molde de madera —cajón pequeño— y la secan al sol durante varios días.

En el sur, donde permanecí todo el tiempo, era difícil encontrar la tierra roja, el terreno era arenoso; las cubiertas de estas casas se hacían de capí, zinc, cartón, madera, etcétera, y la fijaban con piedras bien pesadas para soportar las inclemencias del tiempo, fundamentalmente el viento. Pronto pude apreciar que esta modalidad abundaba en las construcciones de los quimbos, solo que en el techo predominaba el capí. A mi mente volvían recuerdos de mi niñez en el central Manatí, actual provincia de Las Tunas. Yo salía con mi abuelo materno, a él le gustaba recorrer los alrededores del central, es decir, las colonias cañeras, donde existían tiendas de víveres, cuyos dueños, paisanos de mi abuelo español, conversaban generalmente sobre el terruño que habían abandonado; entonces yo me entretenía dando vueltas por el caserío y veía los típicos bohíos construidos con varas de madera y recubiertos de barro rojo, aunque se pintaban de cal blanca, los años y las inclemencias del tiempo, descubrían los materiales con que se habían edificado. Al final concluía diciéndome: “Aunque aún mejor, porque contaban con varias piezas”. Las que veía allá tenían una sola.

Transcurrido un breve tiempo de marcha, llegamos a una pequeña unidad de tránsito, con estrechas y largas barracas, una plaza central de formación, alto y grande el anfiteatro y un área destinada a oficiales, que venían de vacaciones a Cuba o que ya habían cumplido su misión. Estaba compuesta por un pequeño patio cementado, a su alrededor había cuartos de seis u ocho camas y al final un salón de estar, este “hotel”, así me pareció después de muchos meses en el sur, se nombraba Futungo.

Durante varios días permanecí en este lugar hasta que me designaran a una unidad. Mi inquietud crecía según se marchaban otros compañeros que, como yo, habían esperado su ubicación. ¡Qué decir de las historias sobredimensionadas para mí en aquel momento y que pude comprobar después! Traté de que, al menos, los veteranos no salieran con las suyas: ¡susto no! Las conversaciones giraban sobre enfermedades, animales, la cuacha (Unita) como allí se le conoce, entre otros temas de mucha expectativa. Aunque imaginarse lo peor también es bueno, ya que uno comienza a tomar medidas muy serias, es decir, inicia una autopreparación fuerte. Recuerdo las noches, cada cual revisaba varias veces y de forma minuciosa el lugar donde dormía, previendo no tener de acompañante una cobra. Sin embargo, en los dos años que estuve en tierra angolana solo vi tres, pero no dejaba de revisar como si hubiera visto miles.

Días después me mandaron a buscar a la Sección de Cuadros de la MMCA junto a otro compañero que recién había llegado. A él lo designaron jefe del Estado Mayor de la Brigada de Tanques de Viana y yo lo acompañaría para, durante una semana, tomar experiencia de trabajo, fundamentalmente en el cargo de jefe de Operaciones, ya que esta podía ser mi designación, pero en otra unidad. Siempre pensé que trabajaría en mi especialidad —artillería terrestre— pero me propuse no sorprenderme, pues una gran cantidad de compañeros de mi arma habían tenido que desempeñarse en otras funciones. Esto era común en el caso de los artilleros.

El viaje a Viana lo realizamos sin ningún problema, por carretera, en un auto Lada, lo que no volvería a ocurrir hasta mi regreso a Cuba. Todo el tiempo anduve sobre el duro hierro de los carros blindados.

No puedo describir mucho este pequeño pueblo, fue muy corta mi estancia y aunque viví en una casa del poblado, todos los días salía muy temprano y regresaba de noche. Pasaba la mayor parte del tiempo en la unidad. Solo puedo decir que Viana se encuentra al sudeste de Luanda, a más de veinte kilómetros, según pude calcular. Contaba con algunas casas de construcción típica de los portugueses: puntal un tanto alto, techo de tejas y paredes de bloques, con cerca perimetral que encierra varias casas, cuyos patios son comunes. De allí recuerdo un ferrocarril sin uso, y una fábrica de cerveza.

Recibí de los compañeros todo tipo de ayuda y atención. A pesar de sus innumerables tareas, no dejaron de dedicarme el tiempo que les solicitaba, ni de brindarme sus experiencias. Por las mañanas, igual que en todas las unidades, las actividades para los jefes principales comenzaban con una breve reunión, en la que se puntualizaban las tareas del día. El primer asunto de la agenda siempre correspondía al jefe de Información, él daba una panorámica de las acciones del enemigo en Angola y, en especial, en la región donde actuaba la unidad. En estos encuentros no demoré en conocer el nombre de Cuito Cuanavale, Mavinga y otros pueblos; por el mapa, veía que todo estaba al sur. Lo que escuchaba sobre las acciones del enemigo y de las Fapla no era muy alentador: columnas de abastecimiento atacadas por la aviación sudafricana, repliegues de brigadas Fapla con grandes pérdidas materiales y humanas... Mi oído captaba y la vista iba hacia el sustituto para el Trabajo Político de la brigada, compañero José A. Betancourt a quien conocía desde Cuba y con quien había compartido en muchas ocasiones. Recuerdo su mirada: fruncía el seño y me abría grande los ojos, luego sonreía como diciéndome: “Estás oyendo, amárrate bien los pantalones que la cosa está que arde”, sin embargo ni él ni yo sabíamos que, precisamente, para esa región donde la cosa estaba caliente tenía que trasladarme unos días después a cumplir mi misión.

A los pocos días le solicité al jefe de la brigada, que les comunicara a los jefes de la misión que ya estaba listo para partir. Volví a Luanda y Futungo, pero con la orden de presentarme al día siguiente en la Sección de Cuadros. Esa noche me acosté bastante tarde, conversé mucho, sobre todo, con los que se encontraban de tránsito por las vacaciones —estas aún no habían sido suspendidas—. Los compañeros hacían conjeturas sobre el lugar adonde me mandarían y me daban alguna información que conocían.

Por la mañana temprano me trasladé al Estado Mayor de la Misión Militar Cubana en Angola. Ya me esperaba en la Sec-ción de Cuadros, su jefe. Sin rodeo me planteó que, aunque era artillero me habían designado para el cargo de jefe de Operaciones de una brigada de tanques, que los compañeros allí me ayudarían mucho, sobre todo, el jefe del Estado Mayor de la brigada, quien tenía gran experiencia; por él supe que ya había cumplido su misión y esperaba el relevo. El lugar era Menongue y la brigada de tanques, la No. 70. Me deseó éxitos y me ofreció algunos consejos. Solo le quedó por decirme que retornara a Futungo y esperara allí, pues dada la lejanía tendría que trasladarme en avión.

Contento le comuniqué a los compañeros mi designación, ellosme esperaban también con ansiedad. “¡Caballeros, ya tengo unidad!”, así llegué de alborotado al grupo. “¡Ya me plantearon la misión! ¡Voy para Menongue!”

Dicho esto y apreciar un cambio brusco en las caras fue una misma cosa. Rápido comprendí la transformación de sus rostros; solo atiné a decir: “¡Ñoooo, parece que me man-daron para casa del carajo!” En un mapa de Angola que estaba en el salón de recreación me localizaron Menongue. Yo tenía buena vista, pero… para más referencia me dijeron que los cubanos lo conocían como la Finca del Miedo e, históricamente, Serpa Pinto o Fin del Mundo.

Menongue es la capital de la provincia de Cuando Cubango, la segunda en extensión territorial del país, está situada al sudeste y limita con dos naciones: al sur Namibia y al este Zambia. Se encuentra a 1 360 metros sobre el nivel del mar, la humedad relativa es muy baja, de ahí que en el verano, aunque exista una alta temperatura, se suda poco. Para describir la ciudad, tomaré del autor César Gómez Chacón, la descripción que de aquellas tierras él hiciera en su libro Cuito Cuanavale. Viaje al centro de los héroes.

[…] es apenas una pequeña ciudad que arrastra consigo el signo de la guerra. En su barrio residencial se levantan unos pocos edificios que no sobrepasan las cinco plantas y numerosas casas de mampostería, algunas de ellas conservan su antigua imagen de mansión de blancos. Alrededor de todo el poblado se extienden, multiplicados a lo infinito, los quimbos con sus típicas chozas redondas, de madera, barro y capí.

[…] El polvo y la pobreza se respiran en cada uno de sus vericuetos. Solo el hermoso y apacible río, donde a cualquier hora del día retozan los niños y lavan las mujeres, borra en cierta forma la nostálgica y real imagen de una ciudad herida por la guerra.3

¡Qué impresión! ¡Qué difícil fue asimilar la existencia de tantas personas carentes de sus extremidades superiores o inferiores! Las había visto en Luanda, pero no tantas, y era lógico; aquí se combatía directamente y, además, existía un centro donde estas personas, casi el noventa por ciento jóvenes, residían. A este lugar llegué en un vuelo ejecutivo, así se llamaban los viajes aéreos que realizaban los principales jefes cubanos y angolanos. El mío no se llamaba así por mi presencia, sino porque viajé en el avión que utilizaba el jefe de la misión, con una comisión encabezada por el sustituto para el Trabajo Político de la MMCA. Como la componían pocos compañeros, había asientos desocupados y, fui incluido en el vuelo.

El avión, antes de aterrizar, dio varias vueltas en círculo cerca de la pista, de forma descendente y lanzando bengalas con el fin de contrarrestar el disparo de cohetes antiaéreos. Eso lo supe después con el decurso del tiempo. Como es lógico, toda la atención de los compañeros que esperaban este vuelo, se centró en la comisión, por lo tanto, mi llegada pasó inadvertida.

Todo era ajetreo en la larga pista del aeropuerto, en las áreas de taxeo y hangares: aviones de combate en disposición de partir, carros auxiliares de todo tipo, personal de aseguramiento con rápidos movimientos, pilotos con sus trajes de vuelo y cascos bajo el brazo. Si en el aeropuerto de Luanda había imaginado la guerra, aquí la viví: sentí sus estruendos, la metralla y vi el fuego de sus bombas.

Buscando cómo dirigirme a la unidad, apareció ante mí un yipi en el que dos soldados recogían la prensa y correspondencia. Me dirigí a ellos. Tan pronto les comuniqué el motivo de mi presencia, muy solícitos se brindaron a llevarme hasta el Estado Mayor de la 70 Brigada de Tanques, para donde también iban. Me sentía bien por la disciplina de estos muchachos y la forma afectuosa con que era atendido, incluso parecían contentos con mi llegada. “Me estaban esperando”, hasta pensé; aunque según pasaron los días constaté que las relaciones interpersonales eran siempre así. Y es que la lejanía de la patria y de los seres queridos, las tensiones y carencias hermanan a los hombres. No exagero, los cubanos que cumplimos misiones lo sabemos perfectamente. Cualquier contradicción, se resolvía por la vía de la conversación y el entendimiento mutuo. Entre tantos caracteres diferentes solo primaba nuestra tarea principal, lo demás quedaba subordinado.

Al arribar a la unidad, recibí una grata sorpresa: me encontré con compañeros que conocía de Cuba. Eso facilitó que rápidamente me llevaran ante el jefe del Estado Mayor de la brigada, teniente coronel Arturo Ferrer Rubí. Me dijo que desde hacía algunos días me estaba esperando, que no tenía jefe de Operaciones, porque el compañero que ocupaba ese cargo se había enfermado con paludismo y complicado con hepatitis. A partir de ese instante y hasta su partida, fue, además de un gran jefe, un magnífico compañero, quien me enseñó lo necesario para que pudiera cumplir con exactitud mis obligaciones, las cuales no eran pocas.

Me presentó al jefe de la brigada, coronel Ermio Hernández Rodríguez; él me recibió con muestras de satisfacción, me puso al tanto de la situación que existía en la brigada y le ordenó al jefe de Estado Mayor que me mantuviera al corriente de todo. No faltaron sus exhortaciones a trabajar con ahínco en la misión que tenía por delante. “Esa es mi intención. No dude de que todo mi esfuerzo estará dedicado a ello, el resultado dirá la última palabra”, le contesté casi al tiempo en que un fuerte apretón de manos sellaba el compromiso expresado.

Ese primer día conocí a los oficiales que trabajarían conmigo, las instalaciones del Estado Mayor, su puesto de mando soterrado, el lugar donde dormiría y también recibí el armamento personal: AK plegable, pistola Makarov con sus correspondientes parques, cantimplora, bayoneta…

A pesar de que el peso de mi equipo aumentaba vertiginosamente, me sentía más seguro; ya tenía lo necesario para mi autodefensa. No obstante, mis compañeros empezaron a “meterme miedo”, que si la cobra, que si el lento, que las minas, la Unita, el hostigamiento, que si…, que si… lo cual acogí con un poco de seriedad, no lo niego, y comicidad producto de las anécdotas, sobre todo las contadas por Angelito, un teniente coronel especialista en Defensa Química con quien había trabajado en La Cabaña.

Ángel Hernández Armas es el prototipo del jodedor cubano. Me decía que durante una marcha, a un compañero lo había mordido una cobra en el mismo ano, mientras realizaba sus necesidades fisiológicas en un área muy boscosa, y cosas así por el estilo que provocaban la risa de todos. Como algo especial me dijo que si hostigaban el lugar donde nos encontrábamos con morteros o cohetes GRAP-1P —cohete reactivo de gran poder, parecido al lanzacohetes múltiple BM-21—, que no perdiera tiempo y me trasladara por las zanjas de comunicación a un refugio cubierto que estaba destinado a nosotros. Al darme la información Angelito, no lo tomé del todo en serio, pero como los demás compañeros mantenían el rostro inmutable, daban cierta credibilidad a lo que me decía.

Así transcurrió ese primer día. Al llegar la noche, el teniente coronel Ferrer me dijo que descansara o que aprovechara para que le escribiera a mis familiares, pues después tendría pocos momentos para hacerlo. Ya sabía que el trabajo era mucho e incluía horario nocturno, para el sueño solo contaría con unas pocas horas.

Le tomé la palabra y fui a hacer mis cartas: me trasladé a Cuba, a mi casa; conversé un rato con los míos, les di consejos sobre las más disímiles situaciones y les trasmití ánimo y confianza en que no me sucedería nada. Menos mal que todo había sido a través de un papel, porque de pronto, me iluminó un centelleo como el de un reflector que enciende y apaga, apenas unos segundos después sentí una explosión, y otra, y más…, y un fuerte estremecimiento de la tierra, polvo sobre la cabeza. “¡Ñoooo! ¡Carajo! El cuento de Angelito era verdad”, exclamaba y corría por dentro de la trinchera como un lince.

Ya en el refugio, busqué rápidamente la cara de Angelito y este, al ver mis ojos bastante abiertos, me dijo muy sonriente: “¿Qué te parece? Te presento a Menongue… ¡la Finca del Miedo!” La risa de todos aflojó la tensión del momento. Este fue mi bautismo de fuego. Luego, con un grupo de medidas que se aplicaron, se le hizo muy difícil a la Unita repetir el hecho.

Después supe que en esos casos, yo como jefe de Operaciones, tenía que dirigirme al puesto de mando y, junto a los jefes de Estado Mayor, Información y Artillería trabajar en el rechazo y respuesta al fuego enemigo.

Transcurrieron días de mucho trabajo, pero me sentía mejor así, ya que la monotonía y el tedio son malos compañeros, te alargan las horas, te permiten pensar más, quienes me conocen saben que mi carácter solo se adapta a la actividad mientras más intensa mejor. Yo estudiaba constantemente la estructura de la brigada, sus misiones, aseguramiento, visitaba las unidades, participaba en todos sus quehaceres y realizaba reconocimiento del terreno junto al compañero Ferrer. Este trabajo de cada día fue creando entre los dos un ambiente de camaradería que, sin olvidar la relación jefe subordinado, fue de mucho provecho para el cumplimiento de cada tarea.

Ya Ferrer esperaba su relevo. Saber que disponía de poco tiempo nos obligaba a profundizar en todos los aspectos; al irse debíamos quedar, al menos, con una parte de sus conocimientos y experiencia. Las misiones internacionalistas tenían un tiempo de duración de veinticuatro meses,