Cuba: La forja de una nación. III. La ruta de los héroes - Rolando Rodríguez - E-Book

Cuba: La forja de una nación. III. La ruta de los héroes E-Book

Rolando Rodríguez

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Beschreibung

La aparición de esta primera edición fue recibida como una obra que constituía un aporte a la bibliografía histórica-cubana y por sus méritos recibió el Premio de la Crítica Científico-Técnica del año 1999. Abarca un período esencial de la historia de este país desde las últimas décadas del siglo XVIII hasta finales del XIX. A la vez, constituye una reflexión sobre el tránsito de la nación, que se vuelve más detenido y penetrante en cada uno de sus momentos de mayor polémica y sobre las figuras cardinales o las más controvertidas. El autor ha intentado no eludir ninguno de los problemas cruciales que se presentan a lo largo del período y fundamenta siempre sus opiniones, y lo hace desde su implicación en unos hechos que narra como si los hubiese vivido.

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Seitenzahl: 2248

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

Edición: Maricel Bauzá Sánchez

Diseño de cubierta: Carmen Padilla

Diseño interior: Julio Víctor Duarte Carmona

Composición computarizada: Pilar Sa Leal

Conversión a ebook: Grupo Creativo Ruth Casa Editorial

 

© Rolando Rodríguez, 2005

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2024

 

ISBN 9789590625794 Obra completa

ISBN 9789590625824 Tomo III

 

Estimado lector, le estaremos muy agradecidos si nos hace llegar su opinión, por escrito, acerca de este libro y de nuestras ediciones.

 

Instituto Cubano del Libro

Editorial de Ciencias Sociales

Calle 14 no. 4104, Playa, La Habana

[email protected]

www.nuevomilenio.cult.cu 

 

Índice de contenido
Siglas empleadas en las notas
I. EL ESTALLIDO
Masó: el hombre crucial
II. LA RAZÓN, SI QUIERE GUIAR; TIENE QUE ENTRAR EN LA CABALLERÍA
La incertidumbre
Pero la guerra no podía detenerse
La guerra crece
III. EL PUESTO QUE QUEDÓ VACÍO
Las horas de Jimaguayú
La gran epopeya
Una controvertida política de guerra: la tea
IV. LA FLORIDA: UN DEDO QUE APUNTA HACIA CUBA
Un águila con los párpados bien abiertos
El coraje mambí
V. GRANDES MANIOBRAS
Los oídos sordos de Madrid
Emperador Francisco José: “Europa no existe”
El desventurado frente exterior de la revolución
VI. LOS AGUILUCHOS DE OHIO
Horas amargas en el campo mambí
El águila se apresta a volar
En el nido del águila
VII. LA DERROTA ESTRATÉGICA DE LA COLONIA
Toque de difuntos
Esqueletos en los archivos
La Yaya: Independencia o muerte es y será nuestro lema
VIII. TIEMPOS DE GUERRA
Los emprendedores mercaderes de Wall Street
Un remache para la teoría de la expansión imperial
Parturiunt montes, nascetur ridiculis mus
IX. LA GUERRA DEL TIEMPO
El principio del fin
El amotinamiento de los intereses creados
El Maine en su última singladura
X. REMEMBER THE MAINE
Un casus belli innecesario
La dinámica hacia la guerra
¿Causa interna o externa, accidente o autoprovocación?
El golpe de Estado de Estrada Palma
XI. LA GARRA DEL ÁGUILA
Los escenarios del conflicto
Juegos diplomáticos en medio del olor a pólvora
¿El Maine, casus belli?
Las últimas horas de la paz
XII. UNA CONTIENDA MUY RENTABLE
Una sórdida trama contra la manigua
Rumbo a horas decisivas
Panorama antes de la batalla
XIII. LOS ESTADOUNIDENSES: ¿ALIADOS O ADVERSARIOS?
Un águila vuela entre las aguas del Caribe y el mar de China
Una escuadra irremediablemente perdida
La gran afrenta
XIV. ¿LAS ARMAS DE LA DIPLOMACIA O LA DIPLOMACIA DE LAS ARMAS?
Primera fase de un asalto
La extraña paz que llegó a la manigua
La bolsa o la vida
Las opciones mambisas ante la ocupación
La disolución del ejército mambí: gran objetivo de Estados Unidos
La vigilia de Máximo Gómez
XV. HORAS INCIERTAS
La ocupación, como vía para la anexión
Una trama contra las aspiraciones cubanas
La trampa que...
...se cerró en Remedios
Rumbo a horas tormentosas
XVI. LA ÚLTIMA QUERELLA DE LA REVOLUCIÓN
Las secretas intenciones
Últimas horas en la calzada del Cerro
La inclaudicable bandera de la independencia
BIBLIOGRAFÍA
DATOS DEL AUTOR

Siglas empleadas en las notas

Partido Revolucionario Cubano

PRC

Archivo Nacional de Cuba

ANC

Presidential Papers Microfilms

PPM

National Archives & Record Service (EUA)

NA&RS

National Archives of United States, Record Group

US/NA, RG

Archivo del Ministerio de Estado de España

AMEE

Archivo Histórico Nacional, Sección de Ultramar, España

AHN/U

Archivo General del Palacio Real, España

AGP

Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares, España

AGA

The Library of Congress of United States/ Manuscripts Division

US/LC/MD

The Library of Congress of United States/ Presidential Papers Microfilms

US/LC/PPM

Archivo del Servicio Histórico Militar, Madrid

A/SHM

Archivo General Militar de Segovia

AGM/S

Universidad Central de Las Villas, Biblioteca

UCLV/B

Archivo Provincial de Sancti Spíritus, Cuba

APSS

I. EL ESTALLIDO

En ese día Amador Guerra dispara el primer

tiro por la Independencia en Cayo Espino...

Bartolomé Masó

Resulta innegable que, en el momento en que la nueva etapa de la guerra por la independencia se abrió paso con su voz terrible y su fuerza liberadora, el pueblo cubano se hallaba en mejores condiciones para emprender la batalla que en 1868. Estaba consciente de la incompatibilidad de su economía con los intereses de la península, de la extorsión que significaba de hecho el ingreso casi forzoso de los productos que llegaban desde el país ibérico y que, graciosamente, tenía que pagar más caros que los de otros mercados, de la pobre recepción de sus productos en el mercado protegido peninsular, del hecho de que a los efectos arancelarios Cuba era tratada por la península como país extranjero. Además, sentía una aversión impenitente contra una administración colonial encanallecida; estaba harto de las exigencias de sobornos, del robo y la malversación de los atracadores del erario, cuyos resultados solo en las aduanas en el período entre 1878 y 1894 se cifraban en la monstruosa cantidad de 200 millones de pesos;1de un saqueo del fisco de tal magnitud, que de la renta líquida de Cuba, de unos 50 millones de pesos, nada menos que 30 millones se iban en tributos,2lo cual quería decir que debía pagar el doble de impuestos que un ciudadano español de la península, y de que todo esto sucediera mientras no se alentaba la inmigración en un país donde entre el 70 % y el 80 % de su superficie estaba sin labrar.

Una muestra fehaciente de la falta de sincronía entre los mercados cubano y español se volvían las cifras de 1894. En tanto España había enviado a Cuba 30,6 millones de dólares, esta solo había exportado a la metrópoli unos 8,4 millones, y mientras le compraba a Estados Unidos 32,9 millones de pesos, este adquiría 93,4 millones en productos de la isla.3Esto no solo demostraba las incongruencias del comercio entre Cuba y España, sino también que Estados Unidos iba ya superando a la misma metrópoli, incluso, en las exportaciones a laGran Antilla. Por demás, a causa de la crisis económica mundial comenzada en 1893, los precios del azúcar estaban sumamente deprimidos y el país no andaba nada boyante.

Otra demostración palmaria, en el plano económico, de las causas que motivaban el agravio consistía, según datos de la época, en que, entre 1878 y 1894, de 568 millones de pesos que le habían estrujado para cancelar el acápite de gastos del presupuesto, nada menos que 218 millones se habían destinado a los pagos del ejército y la marina. Además, la deuda contraída a cuenta del tesoro de Cuba montaba en 185 millones de pesos (unos 115 por habitante).4Es decir, tanto por los pagos a las fuerzas armadas dislocadas en su territorio como por la cancelación de la deuda, esas “cargas de la nación” pesaban enteramente sobre la isla. Caso típico de las relaciones coloniales. ¿Tenía o no razón aquel diputado español en cortes que se preguntó si las colonias no eran para explotarlas?

Por añadidura, como resultado de la crisis económica mundial, en Cuba había hambre. Eso lo diría en agostoLa Lucha, yEl País, alarmado, señalaba que enPlacetas había desempleo. Poco después, elBoletín Comercial de La Habanaseñalaba que la situación del campo se volvía terrible por la falta de dinero.5

Los cubanos apuntarían todo esto como causas de la guerra; mas, no serían los únicos en hacerlo. Con sinceridad, a poco del estallido revolucionario, los republicanos españoles lo repitieron en su prensa. En un artículo deLa Justicia, dirían: “Buscaba la metrópoli el medio de obtener a todo trance ventajas comerciales arancelarias a costa de la isla; mantenía un sistema administrativo que permitía el fraude y enriquecía a cientos de estafadores a costa del país explotado [...] y España era mirada, no como lo que es, como una nación madre y generosa, sino como una red de tigres, ansiosos de dominación y de riquezas a costa del sudor y de la sangre cubana”.6

Por su parte, la Liga Agraria, organización de los cerealeros deCastilla, criticaba en su órgano de prensa las esquilmaciones de las leyes de cabotaje, las cuales gravaban duramente las importaciones que hacía Cuba de artículos de primera necesidad, mientras se dejaban entrar prácticamente libres los suntuarios ocuasisuntuarios. También denunciaba la reexportación que hacía España de artículos fraudulentamente “nacionalizados” en la península.7

De otra parte, al cubano le escandalizaba la negación de los recursos para la mejora de sus condiciones de vida, la falta de escuelas, la situación lastimosa de los maestros a quienes se les debían meses y meses, las pésimas condiciones sanitarias, la falta de caminos y el desdén por la creación de otras obras de infraestructura. Al mismo tiempo, cuestión primordial, le resultaba odiosa e insoportable las represión en su contra en su propia tierra, la falta de libertades, los gobernadores militares, los abusos de la guardia civil y la policía, la opresión que sentía casi sobre cada acto suyo, la preterición en su patria a la hora de ocupar cargos públicos, mientras tenía que pagar no solo los 50 000 pesos oro que percibían anualmente los capitanes generales de la isla o los más de 96 000 de los ministros de Ultramar, sino también la nómina de toda la piara de funcionarios hambrientos que enviaba la península.8No sin aciertoAntonio Maura señalaría que Cuba era gobernada a través de un cacicato de peninsulares que viajaba a la isla para enriquecerse y repatriarse.

También se quejaba el cubano de que, dadas las restricciones al voto, muy pocos estaban posibilitados de ser electores en los comicios a los diversos cargos en municipios, provincias y a cortes. Cómo resultaba posible que se le dijera que era tan ciudadano español, como el de la península, y allá regía el voto universal y en la isla se era elector si se alcanzaba determinada cifra en el censo de contribuyentes. ¿Resultaba o no Cuba una colonia, aunque, mero eufemismo, la llamaran provincia española? Todas las calamidades enumeradas y otras más pesaban sobre el cubano y no tenía esperanza alguna de que variara aquella situación sórdida. Los desengaños producidos a raíz de la terminación de la guerra del 68, y hasta ese momento, eclipsaban toda la fe en el logro de la remoción de los obstáculos que entrababan su existencia si no era por vía de las armas.

Junto a todo esto, el pueblo cubano iba tomando conciencia de sí, porque la revolución de antaño le había dado el cemento con que fraguar la nación. Esa lucha le había dado orgullo y sentido de una historia propia. Además, le había probado que podía sostenerse en guerra contra un adversario muy poderoso, si fuera necesario, durante mucho tiempo. En su evolución, el cubano también había creado una psicología diferente a la del peninsular. Sus sentimientos y emociones tenían un sello particular y su visión ecuménica estaba conformada por rasgos que lo diferenciaban y caracterizaban en su singularidad. Añadidamente, sus sentimientos de pertenencia a un grupo humano radicado en una tierra dada y su aspiración a dirigirse por sí mismos, habían tomado carta de naturaleza entre sus integrantes. Su cultura, hija de transculturaciones, mixtura esencialmente de la española y africana, hacía mucho tiempo había ganado perfiles que la distinguían de sus progenitoras y estaba enraizada. Por los factores materiales ya apuntados y estos de carácter espiritual, Cuba tenía todos los rasgos de una nación y había forjado una nacionalidad, y esa nación ya gestada estaba dominada por otra, mediante mecanismos de Estado; pero aquella no estaba dispuesta a soportar señoríos durante más tiempo. Y si una trataba de mantener el régimen colonial a que había hecho derivar su dominio, la otra se lanzaba a eliminarlo de su suelo para completar los atributos de un Estado que le pertenecería. El antagonismo, definitivo e irreversible, tenía que solucionarse. Con su dibujo de la situación,José Martí había conducido años atrás aCristino Martos a precisarlo lúcidamente en aquella frase de “O ustedes, o nosotros”.

Si algo resulta posible afirmar, con toda certidumbre, es que, como la revolución del 68, no porque unos pocos miles de criollos se unieran al bando español, o al pie de 2 000 hijos de los pueblos de España lo hicieran del lado cubano9o porque hubiese un cariño de fondo entre unos y otros, la estallada se trataba de una guerra civil. No consistía en una pugna entre grupos de poder o clases de una misma nación, que resolvían por las armas cuentas irreconciliables, sino dos naciones frente a frente.

Cánovas del Castillo, quien a poco del estallido de la insurrección retornaría al poder, emplearía el argumento de la guerra civil para esconder ante la opinión pública los intereses de quienes detentaban los poderes económicos y políticos de la península y la isla, los cuales devenían grandes impulsores de la guerra. Para ese ocultamiento, para enturbiar los motivos, nada mejor que una retórica patriotera. No por gusto la voz deMiguel de Unamuno se levantaría contra la contienda, para decir que “los gastos de la guerra recaen sobre todos los ciudadanos: los provechos, sobre los dueños del capital”. Mas, dijera Cánovas lo que dijera, no solo por las relaciones de dominio sino por el mismo hecho de que los componentes del pueblo cubano solo en parte fueran de origen español ya aleja la posibilidad de hablar de guerra civil. La contienda en marcha se trataba, en realidad, de la expresión armada de una revolución anticolonialista.

Si se hubiese tratado de una guerra civil, la conflagración hubiera perdido legitimidad, pues no sería entonces el enfrentamiento de naciones en pugna, sino la aspiración de un grupo o facción a ganar por las armas la supremacía sobre el otro. No devendría resultado de una demanda intrínseca de las necesidades propias de la evolución nacional cubana. Desde ese punto de vista, pudiera pensarse que se les imponía a los pueblos de uno y otro lado delocéano un precio trágico, el cual haría pensar quién sabe en qué ambiciones desmedidas con el consiguiente demérito del independentismo. Incluso a partir de esta idea habría que darle razón al manso e incruento reformismo, con su pretensión de tapar las cuitas con remiendos sin salirse de abajo del palio de la soberanía española. Una sola es la verdad: se trataba de una revolución de liberación nacional, que buscaba por vía de las armas fracturar el cascarón colonial, el molde a que estaba sometido un pueblo que deseaba tener personalidad propia ante el mundo, para manejar sus destinos según lo entendía y con el cambio de contexto, establecer transformaciones en su desenvolvimiento. Se valoraba a sí mismo con derecho a ostentar su soberanía, y como no se le permitía alcanzarla de otra forma tomaba las armas.

Algunas cifras del censo de población de 1887 permiten ilustrar con más amplitud la situación de la isla en aquellos instantes, y observar precisamente algunos de los aspectos injuriantes de orden social ya apuntados, sin dudas caldo de cultivo de la lucha, y algunos adicionales.10En aquel entonces, los habitantes sumaban, en total, algo más de 1,6 millones, aunque ya las estimaciones han establecido que en 1895 el monto frisaba 1,8 millones. De todas formas, pelearía con un país de cerca de 18 millones de habitantes. También, según la encuesta, los blancos eran alrededor de 1,1 millones y los negros, mulatos y asiáticos superaban los 528 000. El censo clasificaba a cubanos y peninsulares como españoles, y dentro de esto los cálculos establecen que los peninsulares, en relación con la cifra total, podían llegar a unos 223 000.11La cifra de habitantes por kilómetro cuadrado arroja elementos interesantes en cuanto al escenario donde se llevaría adelante la lucha. Mientras en la provincia deCamagüey el número era de 2; enSantiago de Cuba, de 7,8, y enLas Villas, de 15,3. En el antiguo occidente se comportaba de la siguiente forma:La Habana, 52,4;Matanzas, 29,4, yPinar del Río, 15,1. En relación con la instrucción, las cifras se volvían alucinantes: a esas alturas, solo el26 %de la población estaba alfabetizado, pero si entre los blancos este porcentaje ­llegaba al 33 %, entre los no blancos alcanzaba únicamente el 10,7 %. En provincias, comoPinar del Río, el analfabetismo entre los no blancos se cifraba en el97 %. No podía ser de otra forma en un país donde, según el censo, el número de escuelas públicas era de solo 770, lo que significaba que, respecto de 1880, su número había disminuido en 37, y puede agregarse que en 1895,de la tributación general del país a la instrucción pública solo se destinaba el2,5 % del presupuesto. Como resultado de todo esto puede apuntarse que, en este último año, menos del 4 % de la población estaba escolarizada.12

Como se ve, en especial, a negros y mulatos y, entre estos, a los ex esclavos, les resultaba intolerable la desigualdad que se mantenía en los hechos, a pesar de las medidas dictadas tendentes a reconocerles sus derechos. La memoria histórica les señalaba que la falta de equidad era hija legítima de la colonia y pensaban que solo la independencia transformaría la situación. Mas, no eran los sentimientos los que únicamente los conducían a esta actitud. La falta de oportunidades para un desarrollo humano se mostraba tan sólido y evidente como una montaña. Para ellos era todo lo peor: los salarios miserables, el trabajo más rudo, el desempleo aterrador, la ignorancia absoluta, la expectativa de vida más corta, la covacha más inmunda. La sordidez de la vida a que eran sometidos mordía su carne y su espíritu. Por eso, todos los intentos que hizo la colonia por atraer a las masas de negros y mulatos, de dividir a los cubanos, de azuzar la animadversión de los negros contra los blancos —a la vez que, entre estos últimos, seguía alentando el espantajo de la guerra de razas— resultaron, en su esencia, estériles.

Es una verdadera pena que algunos historiadores españoles modernos hayan tratado de justificar la situación perversa en que se hallaba la isla, con el argumento, cuando menos ingenuo, de que el sistema colonial español no era peor que los demás y las críticas que sobrevendrían en el 98 resultaron exageradas e injustas. Si fuese cierto que la colonia española no era peor que las demás, solo cabría entonces pedir que todas hubieran desaparecido de inmediato.

En relación con la composición social de los hombres que encabezaban esta vez la revolución, había diferencias entre ellos y quienes en 1868 habían originado la rebelión contra España. Los jefes de ahora no eran aquellos patricios de antaño, sino esencialmente hombres que no se distinguían por la grandes riquezas: provenían más bien de los propietarios de pequeñas y regulares heredades rurales o pertenecían a capas medias urbanas. Por eso no sería difícil encontrar en la conducción del proceso médicos, abogados, ingenieros, maestros y periodistas; hombres que, en general, contaban con poco o ningún patrimonio. Con extrema rareza, a las filas de los encabezadores se añadiría algún propietario importante. A pesar de las enormes contradicciones con la metrópoli, definitivamente los hacendados, los terratenientes, no estaban dispuestos a ir a un enfrentamiento con ella. Esta vez no habría hombres de la estatura moral y política de aquellos grupos deOriente yCamagüey, que en la contienda prolongada le habían plantado cara a España. Era como si se hubiese quemado todo el combustible revolucionario que animó a los sectores de aquella clase que insurgieron para siempre enDemajagua oLas Clavellinas, y sus pares de ahora se dispusiesen a estar ajenos a la lucha o, incluso, del lado malo del conflicto. Únicamente, un sector de esta burguesía cambiaría su actitud, cuando adentrada la contienda, para evitar la tea incendiaria o en los momentos en que vieron que la revolución vencía, se dispusieron, sin dejar por entero a un lado sus convicciones reformistas o incluso anexionistas, a entregar fondos a la guerra o colaboraron en el exterior con la delegación revolucionaria cubana.

Detrás de los líderes revolucionarios marcharían, de nuevo, blancos y negros, y un fuerte contingente de chinos, los peones del campo y sitieros de escasos recursos, colonos minúsculos, parceleros, realenguistas y precaristas, y hombres sencillamente sin tierra, en un país, donde todavía la había inculta y en cierta cantidad mostrenca; al extremo de que en 1899 una cifra, evidentemente muy conservadora, la hacía llegar a no menos de 37 000 caballerías13y, desde luego, la colonia no otorgaba tierras. Esta masa, el grueso absoluto de los combatientes, estaba insatisfecha con la situación y ansiaba acabar con la fuente de sus cuitas: la odiosa colonia. Con la independencia se colmaría la aspiración de unos de obtener tierra propia o la de otros de que desapareciera la explotación que de forma diversa, según los tipos de cultivos, se ejercía en su contra. Esto último porque el régimen establecido permitía la más violenta explotación de los hacendados sobre los colonos, de los comerciantes intermediarios sobre los cosecheros —en ambos casos, muchos de los primeros españoles y cubanos casi la totalidad de los segundos—,y a esto se añadían los impuestos abusivos del Estado, que les cortaba el resuello con sus esquilmaciones. De esa manera, los campesinos percibían de una forma u otra que sus agravios los generaba el Estado español, que ante él lo encarnaban los peninsulares. Por esto, estaban dispuestos a asociarse a un proyecto revolucionario anticolonialista. En aquella contienda, los jornaleros, fuente abundante de las filas mambisas, aún más si eran negros, que mucho conocían ya el tiempo muerto de los ingenios, podían esperarlo todo de la revolución estallada.

De zonas urbanas también llegarían desempleados a la insurgencia. Destacadamente, no pocos estudiantes —sobre todo de la universidad—, ceñirían el machete a la cintura y se cubrirían con el sombrero de yarey. Del exterior, en respaldo de las fuerzas patrióticas, arribarían tabaqueros expedicionarios para integrarse como soldados a la hueste insurrecta. Provendrían de aquella masa de conciencia sin fisuras enclavada enCayo Hueso,Tampa oNueva York. En cuanto a los obreros cubanos de las manufacturas de la isla, si bien sus simpatías estarían de manera mayoritaria del lado de la independencia, la incorporación a la manigua no se produciría densamente; aunque, en las poblaciones, habría que contar con que nutrirían el numeroso desfile de los laborantes. Hubo entre los proletarios, quienes se mantuvieron al margen de los acontecimientos; influía sobre ellos el papel del apoliticismo neutralizador de las ideas ácratas o la adscripción a la reformista Sociedad General de Trabajadores, que hallaba expresión política en el autonomismo. Sin embargo, dirigentes anarquistas, comoEnrique Crecci, caerían luchando en los campos de batalla de Cuba libre. También a la manigua llegaban artesanos y minúsculos comerciantes cubanos, un mosaico que revelaba las fuerzas populares de la nación.

En relación con las agrupaciones políticas actuantes cuando estalló el conflicto, había que dar por descontado que los integrantes de Unión Constitucional se colocarían de forma intransigente del lado de la metrópoli. Ahora bien, ¿qué harían los autonomistas, quienes, con la prédica a favor de su causa y sin desearlo, habían puesto las entrañas más sucias de la colonia al descubierto? ¿Se decidirían, como cubanos, a volverse hacia el independentismo o se plegarían a la servidumbre? ¿Serían patriotas o austriacantes? ¿Echarían, por fin, a un lado su utopía, irrealizable, porque los intereses creados jamás le darían paso a su propuesta y se entregarían a la única causa que tenía realidad, la deMartí, ese soñador inconmensurablemente más objetivo y realista que ellos? También cabría preguntarse qué harían los autotitulados reformistas, tan dispuestos a adscribir la anexión, como había parecido a lo largo de los últimos años, con tal de eliminar los dogales que ataban sus intereses. En la coyuntura, una vez desatada la guerra, ¿se pondrían a favor de una causa cuyos resultados los podría beneficiar o decidirían no hacer armas contra los mambises? ¿Podría el miedo sin fundamentos a perderlo todo al llegar la independencia, hacerlos permanecer apegados a la colonia, que también a ellos ahogaba? ¿Recordarían que el vínculo colonial no solo creaba dificultades con las exportaciones a Estados Unidos, sino a las relaciones con cualquier otra economía, porque si se firmaban tratados con las repúblicas delRío de la Plata, que exportaban tasajo a la isla, la contrapartida resultaban los vinos españoles y no el tabaco cubano, mientras a la vez el mercado ibérico, como si fueran todavía los tiempos del mercantilismo, permanecía cerrado para el azúcar y tabaco torcido y en rama de la isla? Cabe recordar al respecto que, en los días del alzamiento, importantes firmas comerciales deLa Habana elaborarían una exposición dirigida a los diputados que representaban a Cuba en las cortes, con la solicitud de la derogación de las leyes de cabotaje.14

Si había dudas en relación con las posiciones que adoptarían estas fuerzas, a partir de los intereses económicos que se movían en su entorno, por el contrario, es posible, establecer con precisión algunos de los sectores que, aferrados a sus beneficios, serían feroces enemigos de la insurrección: los financieros que le prestaban al Estado, los comerciantes que sacaban partido de las importaciones protegidas, los abastecedores de los institutos armados, la jauría de empleados malversadores y envueltos en la prevaricación y, como es lógico, las capillas de generales y políticos, que a la sombra de tamaños beneficios obtenían su cuota de cohecho. En general, un clero poco instruido y tan fanatizable como un voluntario habanero, conformado casi en su totalidad por peninsulares, se adheriría a la causa colonialista y pediría a las tropas que trajeran muchas orejas de mambises, solo algunos abnegados sacerdotes cubanos y, por notable excepción, un par de españoles, se unirían a la causa insurrecta. Por otra parte, como la clase obrera estaba formada, en buena medida, por trabajadores españoles, hay que contar que en su inmensa mayoría vestirían el rayadillo de los voluntarios. Por igual lo harían los ­labradores españoles, en muchos casos canarios, quienes a causa del tipo de cultivos que emprendían se concentraban en algunas regiones; sobre todo, enPinar del Río y el norte deOriente.

A esas fuerzas endógenas, favorables al dominio de España sobre Cuba, se le unían en la metrópoli en la defensa del partido de la intransigencia y la guerra los detentadores de los intereses del grupo Comillas, como Trasatlántica Española, el Banco Hispano Colonial y el deCastilla, otros grandes accionistas de estos entes financieros que detentaban la deuda de Cuba, los industriales catalanes y vascos, y los harineros castellanos y cántabros, que no podían permitir se les fuera de las manos el comercio privilegiado con la isla. Por igual, estarían los políticos, como Romero Robledo, de quienes ya se conocen sus vínculos con Cuba. En el caso particular del personaje apuntado, no debe olvidarse que, además de sus ingenios, era accionista de Trasatlántica Española; es decir, estaba ligado al grupo Comillas. Para colmo, JoséCánovas del Castillo, el hermano del jefe conservador, continuaba en contubernio conManuel Calvo y la sucesión deZulueta. También propulsaría la lucha una prensa, que respondía en no poca medida a los intereses detallados, dispuesta a dejarse desollar mientras vociferaba que España se jugaba el honor en la guerra de Cuba. Este conjunto de fuerzas y clanes haría derramar mares de sangre y lágrimas a los pueblos cubano y español. Por supuesto, en la porfía entablada en la isla antillana no participarían los hijos de las familias con medios económicos, porque el caduco sistema de quintas imperantes permitía la llamada “redención a metálico”; es decir, pagar quien podía 1 500 pesetas para condonar la obligación de prestar servicios armados (2 000 si se trataba de hacerlo en Ultramar) y lograr que en su lugar marchase a Cuba algún pobre campesino andaluz o un pescador gallego, el hijo de un cochero deMadrid o un obrero textil deBarcelona. Para no eliminar el sistema, se argumentaba que no podía abolirse porque constituía uno de los medios de financiar gastos militares. Sobre el sistema, bien diría Blasco Ibáñez que era la variante de la esclavitud para pobres parias que carecían de fortuna.15

Lo único que podría obtener en la guerra ese españolito enviado a ella era un pasaje gratis en los buques de Comillas —apiñado en el cual con malas condiciones higiénicas posiblemente lo harían constituirse en baja antes de desembarcar—, un uniforme y un fusil, para caer en todo caso en la manigua cubana víctima primordialmente no del machete revolucionario o del mosquito insurgente, sino en realidad de quienes lo enviaban. Cuánta pena da ese soldado español al que se engañaba con la palabrería patriotera de que lucharía por una unidad nacional falsificada, en realidad para mantener sometida una colonia rentable para unos cuantos, que luchó valerosamente, en ocasiones más allá del deber, a veces hambriento, enfermo, con los pies desnudos, sin paga, para defender intereses que no eran suyos. Junto a la admiración por su valor, todavía produce pena recordar al heroicoEloy Gonzalo,Cascorro, aquel soldado español que murió en combate en los campos de Cuba al acometer una acción suicida.

El Socialista, el diario dePablo Iglesias, poco después de iniciada la contienda, le diría a la burguesía española que no hablase de patria, para ­traducirlo en el envío de soldados a Cuba, porque esa patria, la de sus intereses, le tocaba a ella misma y a nadie más ir a defenderla. Los desposeídos, los pobres, no tenían patria, y constituía una injusticia hacerles pelear por lo que no era suyo.16

A pesar del estallido de la contienda, no se modificaría el plan político para el gobierno de la colonia. El Partido Unión Constitucional, pese a ser una sombra, seguiría manejando la cosa pública. Unos datos lo demuestran. Gracias a la manipulación del censo electoral, solo en la provincia deLa Habana, de 37 ayuntamientos los integristas dominarían ese año en 31 y en el consistorio de la capital, de 32 concejales únicamente se sentarían dos o tres cubanos.17

No le faltaría razón aEl País, deLa Habana, sobre la miopía interesada del gobierno español en las cuestiones insulares, cuando en septiembre, entre lamentos, señaló en un editorial: “En la conciencia pública está, como verdad indiscutible, que durante los diez y siete años transcurridos desdeel Zanjón a la fecha, los gabinetes deMadrid han hecho muy poco por consolidar la paz [...] los constitucionales no han procurado más que conservar a todo trance su influencia y su predominio en las esferas oficiales [...] en esos años de paz, los más propicios que ha habido en Cuba para labrar su bien y preparar su porvenir, sólo han pensado los gobiernos y sus auxiliares, en quitar fuerza, restar prestigio y negar autoridad al Partido Autonomista, que era, sin embargo, la mayor garantía del orden y de la paz pública”.18

Al estallar la guerra, según el gobernadorEmilio Calleja e Isasi, las fuerzas militares destacadas en Cuba que se enfrentarían a los mambises se encuadraban en 16 batallones de 600 plazas y contaban adicionalmente con 3 200 reclutas.19En total, en los números, unos 12 800 soldados de línea. Por su parte,Enrique Collazo dice que, con el cuerpo de policía y la guardia civil, las fuerzas acumulaban unos 20 000 hombres.20Hay que añadir que, a poco, los voluntarios, fuerza formada en su inmensa mayoría por trabajadores españoles del área urbana, montarían unos 60 000. A esta agrupación se sumarían los guerrilleros, una parte peninsulares y canarios, y otra cubanos blancos y negros al servicio de España, quienes ganaban un peso al día del cual le descontaban la comida y, al decir deMartí, serían reclutados entre la hez de los caseríos, delincuentes y vagos. En realidad, constituían el resultado de un parasitismo social creado por la falta de medios de vida, tanto en el campo como en los poblados. Como en la guerra anterior, no pocos serían sus desmanes y los patriotas sentirían por ellos el odio profundo que distaron de tenerle al soldado español. En el caso de los criollos, al considerárseles traidores, a diferencia del trato respetuoso que recibiría el soldado regular, los mambises no vacilarían, en cuanto supieran de su presencia, en perseguirlos para darles “una macheteada” o fusilar a Caín, tan pronto dictase el fallo un consejo de guerra sumarísimo o diera la orden un jefe menos apegado a las formalidades.

Como fuerzas navales, las autoridades disponían de 13 cañoneras, que no constituían precisamente la crema de la armada española.21Calleja ­confesaría, más tarde, que el ministro de Guerra le había dicho que pidiera lo que necesitase para la campaña, y él había respondido que todo, porque no tenía nada.22Lástima que el plan de Fernandina fuese traicionado y Estados Unidos le hiciera tan gran favor al régimen colonial. Quizás entonces, la historia hubiese cambiado.

En cuanto al escenario donde se desenvolvería la guerra, lo describió un folleto español de 1895, escrito momentos antes de estallar la lucha,Reconocimiento Topográfico Militar de la Isla de Cuba, del capitánManuel Peñuelas Vázquez. Su autor señalaba que el terreno interior del país se veía interrumpido por grandes manchas de monte firme, como decía le llamaban en Cuba al bosque. Las sabanas estaban cubiertas de una vegetación herbácea que podía muy bien ocultar a un hombre sobre su cabalgadura. La manigua estaba formada por maleza espesa y arbustos, matorrales y plantas trepadoras. El monte firme, que alcanzaba leguas y leguas, resultaba el terreno más importante en el orden estratégico para la guerra de guerrillas. Sobre la necesidad de su exacto conocimiento, apuntaba: “¡Ay de aquel que desconociendo esto se arriesgue por ellos, queriendo atravesarlos sin práctico y sin guía; su perdición es segura, viniendo al momento la desorientación, la fatiga, el cansancio y el desaliento”. También alertaba que los bosques se volvían tan tupidos que no entraba ni un rayo de luz y en su interior el ambiente resultaba caluroso y sofocante. Para abrirse paso se hacía necesario abrir trochas con el machete.

Señalaba además que había grandes extensiones de cañaverales que servían de barreras naturales y si se quemaban se convertían en obstáculos importantes, porque resultaba difícil sofocar el fuego y acreditaba que podía provocar la asfixia o elpasmodebido a un enfriamiento repentino. Añadía que, si bien la quema de cañaverales causaba grandes pérdidas, a veces las operaciones defensivas u ofensivas lo imponían.

En cuanto a los caminos, el militar español los clasificaba en carreteros, de herradura y senderos, y, según él todos eran infernales. Entre mayo y agosto o septiembre, la temporada de lluvias, se volvían intransitables. De carreteras no quería hablar porque, las pocas que había, estaban en el más completo abandono. Las condiciones del terreno en el posible teatro de operaciones eran tales que, en cuanto caían cuatro gotas de lluvía, se hacía cenagoso y en él quedaban clavados hombres, carros y caballos.

A la par anotaba que en el área rural había potreros para la cría de ganado, en cuyo interior estaba la casa de vivienda; estancias, que también eran fincas para la crianza de ganado o aves de corral; sitios, con bohíos aislados de campesinos que labraban algún terreno propio o ajeno, y ranchos, de menor valor que aquellos. Sitierías y rancherías constituían agrupaciones de bohíos que no llegaban a ser poblados. Aseguraba, por igual, que en los ingenios había talleres de herrería y carretería, enfermería con pequeñas farmacias y un buen número de casas. En los edificios del ingenio podían alojarse fuerzas de caballería e infantería. En las estancias se cultivaban yuca, boniato y ñame, y se criaban aves de corral, cerdos y corderos. En los tanques había agua y en sus alrededores la leña no escaseaba. Por su ubicación, los ingenios, ­siempre que se les fortificara, podían servir de centros de operaciones. Los recorrían ferrocarriles, y algunos se enlazaban con las líneas férreas generales. No resultaba raro encontrar en ellos teléfonos y, de esa forma, se comunicaban con las poblaciones próximas y las estaciones del ferrocarril.

Agregaba que, en términos de defensa, durante la guerra, había que evitar establecer destacamentos en los puntos más avanzados de las costas y siempre habría que desechar los que no tuvieran una fácil y pronta comunicación por tierra firme o mar con los puntos de apoyo y huir de los cubiertos de bosques, porque, además de ser inútiles, estarían en las proximidades de manglares y ciénagas y la constante humedad del suelo resultaba foco de fiebres palúdicas. Sentenciaba que en las guerras de Cuba convenía, como en ninguna, conservar la disciplina, economizar las municiones y que la acción individual tuviese, sin echar a un lado la ayuda mutua entre los soldados, cierta libertad e independencia. Aconsejaba que el traje de campaña de las tropas fuese ligero, el calzado de becerro con suela como el utilizado en las alpargatas, sombrero de jipijapa o yarey, macuto de tela impermeable, capote de monte y machete bien afilado que sirviera, a la vez, de bayoneta.

El capitán terminaba con esta afirmación: “Los hijos del país son dóciles, cariñosos y sumisos, de viva imaginación y clara inteligencia, apasionados por el baile, la música y la poesía, aficionados á instruirse, y amantes como nadie de la libertad. Con cariño y dulzura, con buenos razonamientos, con buenos ejemplos en los actos todos de la vida, y con un poco de energía se les gobierna fácilmente”. Quizás, en el momento en que el oficial español le puso punto final a su obrita, la desflagración de las armas anunciaba ya la nueva contienda, que esos dóciles cubanos, tan amantes de la libertad, emprendían.

Masó: el hombre crucial

Desde principios de año, los augurios de que algo iba a suceder en la isla se mostraban en la acentuación de la estrecha vigilancia a que las autoridades españolas tenían sometidos a los cubanos que se movían enHaití yJamaica y el alerta a los mandos militares sobre la posibilidad del arribo de alijos con armas, a las costas cubanas. El 18 de febrero el comandante militar deGuantánamo telegrafiaba a sus jefes y les señalaba la conveniencia de “examinar” un barco haitiano, visto frente a la playa de La Mula23y, ese mismo día, el propio capitán generalCalleja pasaba un telegrama circular a las provincias en el que exhortaba a establecer “mucha vigilancia” ante la sospecha de que la goletaMeteor, que se decía viajaba entre Mobila y Nicaragua, estuviese en realidad tratando de desembarcar un alijo de armas en Cuba.24La inquietud se aprecia en que, solo al día siguiente, era el comandante de Manzanillo quien informaba de la presencia de dos vapores “sospechosos” frente a Ojo del Toro.25

También, la inquietud se ponía de manifiesto en las comunicaciones que trasmitían el temor de posibles alzamientos y en los anuncios que en tal sentido se hacían. El 5 de enero el general oriundo de Cuba,Jorge Garrich, comandante militar deHolguín yLas Tunas, recibía una carta confidencial en que le decían: “Sigue el embullo con más fuerza. Según las cartas que acabo de leer, el movimiento se prepara para Marzo, y de ello estoy bien empapado y cada vez cuentan mejor conmigo”.26Por su parte, a principios de febrero,Manuel García, en una entrevista paraLa Discusión, anunció que la guerra estallaría antes de un mes.27

Otros jefes militares españoles enviaban noticias intranquilizadoras. El 14 de febrero, en un telegrama, el generalAgustín Luque, gobernador militar deLas Villas, le confiaba al capitán general,Calleja, que el jefe de la guardia civil deCienfuegos le había informado que el 15 o el 16 se intentaría alterar el orden por las zonas deCamarones y Ciego Montero y que el comandante de Colón le señalaba que el movimiento tendría lugar en Aguada de Pasajeros.28Otro telegrama más, del coronel subinspector del 18º Tercio, deSanta Clara, le decía que el levantamiento de carácter independentista tendría lugar deCamarones aOjo de Agua yMal Tiempo.29Sin embargo, el 15, el general Luque aseguraba que eran totalmente falsas estas noticias.30Pero el día 21, el general Lachambre, gobernador militar deSantiago de Cuba, le comunicaba al capitán general: “Separatistas muévense en toda la provincia y es seguro alzamiento. CostasGibara, según aviso general Garrich, se han encontrado alijo caja armas. Estamos preparados, pero imposibilitados de obrar, por garantías vigentes”. Y dos días después le comunicaba en un telegrama al capitán general: “En vista de los pocos recursos Alcaldes Municipales y de la gravedad que supone reviste el movimiento si se iniciase, suplica el Gobernador Civil que desde luego, las autoridades militares auxiliadas por las civiles tomen la iniciativa necesaria para contenerlo”.31Entretanto, con exactitud, el comandante militar deManzanillo trasmitía el 21 la confidencia recibida por el teniente jefe del distrito de Campechuela, desde Calicito, de que se trabajaba para un alzamiento el 24,32y el 23 el comandante jefe deGuantánamo informaba que esa noche y al día siguiente habría baile “en casa dePeriquito Pérez”, en Playa del Este y Palma, y de allí se saldría para la manigua.33No obstante, ese día, el general Garrich le telegrafiaba al jefe del estado mayor: “Creo no ocurrirá nada, solo se nota intranquilidad”.34Estaba demasiado confiado, y esa intranquilidad que percibía debió haberle confirmado que estaban en vísperas del estallido de la revolución. Si se va a ver, mucho más cercano a la verdad estaba el presidente del comité del Partido Autonomista enGuantánamo, que la mañana del día 24 se presentó ante el comandante militar de la plaza para protestar de que su agrupación política no tenía nada que ver con los sucesos revolucionarios que todos los indicios indicaban próximos a ocurrir y proclamó que, por el contrario, condenaban toda revuelta.35

A pesar de los preparativos, el levantamiento no se produjo bajo los augurios más favorables para la nueva causa mambisa y estuvo a punto de terminar en desastre. Aquel 24, domingo de carnaval, solo enOriente yMatanzas se desarrollarían acciones armadas. Desde el 22, previsoramente, muchos revolucionarios habían salido a ocupar sus puestos. Ese día, el generalBartolomé Masó Márquez recibió un telegrama que decía: “Diga director Liberal publique el domingo 24 artículo recomendado”, y lo firmaba “Martínez”.36Masó había pedido el aplazamiento de la insurrección para marzo, pero al recibir este telegrama, que en realidad enviabaJuan Gualberto Gómez, a pesar de que lo creyó confuso lo interpretó como una confirmación de la fecha del pronunciamiento. Por eso, abandonóManzanillo y desde su finca La Jagüita ordenó a diferentes fuerzas bajo su mando movilizarse por Calicito, Yara y Bayate, y el 24, al grito de independencia, recoger las armas que pudieran. Entretanto, comunicó a otros conspiradores que actuaban bajo su dirección que debían lanzarse a la lucha. Como resultado, deManzanillo salió el catalán José Miró Argenter, a rebelarse en la jurisdicción deHolguín junto a los hermanos Sartorio, que allí levantarían la bandera. Por su parte, el generalGuillermo Moncada, tan pronto recibió noticias de que se había fijado para el 24 la fecha del inicio de la rebelión, dio instrucciones a los grupos que le estaban subordinados de tomar ese día las armas, y, a poco, abandonóSantiago de Cuba rumbo a la manigua. Minado por la tuberculosis, no mucho después fallecía de ese mal, pero en los campos de Cuba libre adonde había acudido para cumplir, casi sobre su propio cadáver, el compromiso contraído. EnGuantánamo se aprestaron a tomar las armas varios grupos, entre ellos, el dePedro A. Pérez,Periquito, quien estaba fuera de la ley desde los tiempos de Purnio; enEl Cobre, se alzaríanAlfonso Goulet y el abogado Rafael Portuondo Tamayo; enEl Caney lo haríaVictoriano Garzón y, enSan Luis,Quintín Bandera. En Baire, de acuerdo con Moncada, se alistó a lucharSaturnino Lora, y enJiguaní otros conspiradores que respondían a las órdenes deJesús Rabí. El 23 de febrero, enMatanzas,Juan Gualberto Gómez partió para el campo junto con Antonio López Coloma y otros patriotas. Sus fuerzas aumentarían con las que vendrían al mando del doctorPedro Betancourt. Junto a este se les uniríaManuel García, quien se había comprometido a unirse al alzamiento con 50 hombres. A poco, enCamagüey, aparentemente aislados de la decisión de Cisneros Betancourt de esperar primero el alzamiento enOriente, algunos jóvenes ensayarían ponerse en pie de guerra.

Por fin, en los lugares previstos, comenzó el 24 de febrero la rebelión. Pronto, en el caso deOriente, varias partidas más se pronunciarían enBrazo del Cauto, en la jurisdicción deBayamo, yBaracoa.

A cuenta de la insurgencia deSaturnino Lora y sus hermanos, enBaire, destacada con fuerza en los partes en no poca medida por el poco conocimiento que se tuvo en los primeros momentos de los otros focos estallados en la provincia deOriente,37se le daría de manera inexacta al grito de independencia el nombre de aquella localidad.

Por cierto, se ha polemizado sobre ciertos hechos que se le achacan a las fuerzas de la zona, unidas a las deJiguaní, que han creado alguna confusión en torno a su actuación. Se dice que aquellas fuerzas de Baire, junto con las deJiguaní, que después de varios días abandonarían sus pueblos para ir a acampar al potrero deLas Yeguas, ya bajo el mando del coronelJesús Rabí, al queSaturnino Lora en un gesto airoso le había pasado el mando, levantaron allí durante 10 días la insignia autonomista, una bandera con los colores de la española cruzada por dos barras blancas.38No solo esto, según un telegrama del día 26, del teniente de la guardia civilManuel Sopena, a sus jefes, había entrado en forma pacífica enBaire, lugar donde se hallaban de 900 a 1 000 hombres armados de tercerolas, y al pedirles a los jefes cubanos que depusieran su actitud le respondieron que no lo harían hasta que no se aprobaran las reformas de Maura y se destituyese al alcalde deJiguaní.39Sin embargo, la posición incontestablemente independentista de aquellos hombres hace muy dudosas las aparentes intenciones reformistas de los sublevados.40En todo caso, la explicación debe estar en que se trató de una estratagema por si fallaba el levantamiento. Pero esta situación duró poco, porque no mucho después los insurrectos tiraron el trapo vergonzoso y enarbolaron la bandera cubana.41No por gusto, el capitán generalCalleja comunicó el día 27 al ministro de la Guerra que las condiciones expuestas por los sublevados consistían en un pretexto “para esperar acontecimientos”,42y también afirmó ese día en otro telegrama: “Convencido de que los revoltosos propónense mantenerse dando así tiempo para que rebelión se extienda paulatinamente y que cabecillas residentes extranjero desembarquen declaro estado guerra provincias CubaMatanzas”.43En efecto, ese día Calleja decretó el estado de guerra en las provincias señaladas.44Todavía el general José Lachambre, jefe de la provincia deSantiago de Cuba, dio un elemento más sobre la verdadera actitud de los sublevados deBaire yJiguaní al informar, el 2 de marzo, a Calleja, que una comisión autonomista los había visitado, estos habían dado el grito de Viva España y la Autonomía y pedían 10 días de plazo para consultar a otras zonas en armas antes de decidir su actitud, petición que consideraba absurda porque lo que trataban era de ganar tiempo, “disimulando su actitud separatista”.45

Desde sus inicios, el alzamiento estuvo lleno de tropiezos y estos seguirían de inmediato, hasta parecer que el intento se desmoronaba y terminaría, como los anteriores, en un lamentable fracaso. EnLa Habana, el 24 mismo fueron detenidos el generalJulio Sanguily y el coronelJosé María Aguirre, y enLas Villas el teniente coronelFrancisco Carrillo, y, poco después, la partida deJuan Gualberto Gómez, López Coloma y sus 16 compañeros fue dispersada y hechos prisioneros. Con este grupo no se habían reunidoManuel García y sus hombres, porque, según un informe de la guardia civil en la madrugada del 24 al 25, el controvertido personaje cayó en una emboscada que le tendieron y resultó muerto.46Posiblemente había sido víctima de una traición. También, desaparecería la partida alzada en el inicio de la lucha, en la inmediaciones deJagüey Grande, capitaneada por el médico Martín Marrero. La del antiguo bandido José Álvarez,Matagás—acogido por igual al Jordán de la revolución—, que aparecería días más tarde del momento del levantamiento por zonas situadas entre Aguada de Pasajeros yCienfuegos, después de una intensa persecución de fuerzas españolas y algunos fuegos, se escondería en lo profundo de la Ciénaga de Zapata en espera de horas mejores.

Circunstancialmente hay que decir que, por cuenta de ella y de informaciones exageradas,Calleja decretaría el 4 de marzo el estado de guerra en la provincia deSanta Clara,47aunque tres días después ya Luque consideraba pacificada la provincia.48Días antes,Juan Gualberto Gómez, al quedar solo tres hombres de su grupo y estar localizados y querer hacer lo único posible con vistas a volver más adelante a la lucha, acogerse al bando de indulto dictado, había sido hecho prisionero. Después, sería deportado a los presidios africanos con una condena a 20 años de reclusión. En cuanto a López Coloma, capturado con las armas en la mano, caería ante un pelotón de fusilamiento en el foso de los Laureles, de la Cabaña. Entretanto, el alzamiento enHolguín parecía fracasado desde sus inicios, al extremo que el día 27 los españoles calculaban que la partida de Miró y los Sartorio la componían solo 10 hombres,49y el 9 de marzo el capitán general informaba aMadrid de la presentación de los dos hermanos.50Para más, enSantiago de Cuba, aquel abogado, Urbano Sánchez Hechevarría, que había coqueteado con laGuerra Chiquita y, en 1890, con un levantamiento junto aAntonio Maceo; de nuevo, después de visagios y más visagios de adhesión al independentismo, volvió por tercera vez a eludir compromisos y el mismo 24 embarcó rumbo a México. Quizás haya sido por cobardía, pero no puede olvidarse su labor para crear confusiones, detener la hora del levantamiento y averiguar más de lo que debía,51y que Polavieja, en 1890, hubiese dicho que estaba empleando a Ulpiano Sánchez, militar del ejército español y hermano del abogado —otros dos, Francisco y Bernardo, fueron gallardos patriotas—, para influirlo a favor de España. No por gustoMartí referiría una opinión sobre él que, para estar en los dos bandos, Urbano había enviado a su hijo a la guerra. Por otra parte, aunque el territorio deOriente se moteaba de partidas, eso sí, mal armadas, sin mucha disciplina y jaqueadas por las tropas españolas, al resultar pulverizado el alzamiento enMatanzas y poner presos el general Federico Alonso Gasco, enPinar del Río, a cinco presuntos conspiradores,52y en realidad tranquilasLas Villas yCamagüey, era de esperar que el desastre de la insurrección coronaría finalmente todos los esfuerzos.

Quizás, un parte deCalleja al ministro de la Guerra, del día 4 de marzo, sintetice la situación. Decía que con la presentación de Martín Marrero, que había levantado la partida deJagüey Grande, quedaba terminado el movimiento enMatanzas. También señalaba que enOriente el general Lachambre había emprendido operaciones sobreBayamo,Jiguaní,Baire,Manzanillo yHolguín, sin que esto impidiera que comisiones de los autonomistas hicieran gestiones de paz. Añadía que, según un presentado de la partida dePeriquito Pérez, las fuerzas deGuillermo Moncada,Quintín Bandera yVictoriano Garzón, no rebasaban los 180 hombres mal armados, y enGuantánamo se extremaba la persecución. Precisaba que, según el cónsul de Costa Rica, allí continuaban losMaceo, y el deSanto Domingo informaba lo mismo deMáximo Gómez. De todas maneras, tres cañoneras vigilaban la costa deOriente y a estos se sumaría el buqueConde de Venadito.53

En relación con los hechos de occidente, caben algunas preguntas: ¿por quéJulio Sanguily fue hecho prisionero en su casa el día 24? ¿Incluso, no debía desde antes haber emprendido ya el camino del monte, como muchos de los demás líderes de la conspiración? ¿No había sido, acaso, él quien desde la isla más había apremiado aMartí a adelantar la hora de los acontecimientos, por el temor de que, de dilatarse el plazo, fuese arrestado? Se vuelve algo asombroso que el jefe de occidente estuviese en su vivienda del Cerro el día en que debía estar, no solo fuera del alcance de las autoridades españolas, sino al frente de los combatientes en el campo. Según narraríaPedro Betancourt, quien, por movilizar a grupos deMatanzas que no acudirían finalmente a la cita, había quedado en la ciudad hasta la mañana del 24, el jefe de una de estas células le exigió, para lanzarse a la manigua, pruebas de queJulio Sanguily estaba rebelado, porque “se tenía noticia cierta (hablaba de un telegrama recibido no sé por quién) que dicho Jefe no se movería deLa Ha­bana, quedando, según él, acéfala nuestra organización”.54Por igual, otros grupos invocaron, para incumplir su compromiso, “las versiones que llegaban deLa Habana” respecto de esto mismo. Esos rumores también alcazaban al coronel José MaríaAguirre, porque se decía que, a la par de Sanguily, había retirado las órdenes de alzamiento. Sin discusión, la causa del fracaso de la insurrección en occidente y que se apagaran los fuegos por largos meses, se debió en no poca medida a la extraña inmovilidad deJulio Sanguily.

Por cierto, el levantamiento dio un nuevo dato sobre problemas de dinero relacionados con Sanguily. Según el general JoséMiró Argenter, al caer prisionero López Coloma, se le encontró una carta de Sanguily aPedro Betancourt en la cual urgía le remitiera 2 500 pesos; mas, no para la revolución sino a causa de una situación personal tan precaria que lo había obligado a empeñar el revólver y el machete.55

Sin embargo, frente a la conducta deJulio Sanguily, hubo otros gracias a quienes la revolución se salvó y, entre ellos, gloria imperecedera le cabe a ese noble y abnegado patriota de aquellos que prepararon el alzamiento del ingenioDemajagua:Bartolomé Masó. Al amanecer del 24, ya establecido su campamento, dio el grito de independencia y, ese día, con una acción en Cayo Espino frente a tropas españolas,56fuerzas suyas se disputan con las deEnrique Tudela, quien atacó el fuerte de Hatibonico, en la región deGuantánamo, haber quemado los primeros cartuchos por la libertad. En la proclama de ese día, dirigida a los cubanos, les dijo que la revolución pensaba conquistar, en breve plazo, la independencia, la única solución a que debían aspirar todos. También, que con la insurrección coincidiría la llegada de varias expediciones conducidas porMáximo Gómez yAntonio Maceo. En otra proclama a los peninsulares, les recordaba la justicia de la causa cubana y que, si bien quedaba a su voluntad defenderla o no, les podía asegurar que mientras no hostilizaran la causa insurrecta se les consideraría como hermanos, lo cual era parte del programa de la revolución.57Esta resultaba una demostración más de que la guerra no iba contra los españoles como tales.

El día 23, el capitán generalCalleja había reunido a la junta de autoridades y propuesto suspender las garantías, pero de la votación resultó un empate. Por eso, decidió comunicar la situación aMadrid y ordenar esa noche la publicación de un bando mediante el cual implantaba la ley de orden público de 23 de abril de 1870.58Pudiera aducirse que Calleja tardó en reaccionar, porque desde semanas antes tenía no pocas señales de que algo grave se estaba agitando en el seno de la isla e, incluso, el 21 los gobernadores civiles de las provincias le habían avisado de la posibilidad de alzamiento el 24. Pero no es lo que parece haber sucedido. Da la impresión de que solo el 23 se tuvo la certidumbre de que sería al día siguiente la fecha marcada para el ­comienzo de la insurrección. Las órdenes deJosé Martí, desde el exterior, señalaban con severidad que únicamente las cabezas más relevantes de la conspiraciónpodían conocer la fecha del 24, yJuan Gualberto Gómez solo la confirmó el22. De una parte, Calleja no podía actuar dando garrotazos de ciego, aunque hubiese rumores de alzamiento, porque estos podían ser una estratagema de los elementos de Unión Constitucional para bloquearles el paso a las reformas de Abarzuza. Por tanto, solo tomó medidas cuando tuvo confidencias que valoró de auténticas y estas únicamente pudieron haberle llegado el 22 ó 23 de febrero. En efecto, hay una prueba irrefutable de que fue el sábado 23 que estuvoal tanto de que algo iba a suceder el 24, porque aquel día envió un telegramaal gobernador civil deSanta Clara, en el que le decía: “Confidencias acusan decidido propósito de Carrillo para dar mañana grito rebelión en Remedios. Ordene V.S. al Comandante Guardia Civil Remedios que lo detenga mañana, no conviniendo que Alcalde tenga noticias”.59Sin embargo, el 24, el comandante militar de Remedios argumentó que Carrillo había llegado con él en el tren de Camajuaní donde había jugado a los gallos, había absoluta tranquilidad en la jurisdicción y le parecía inoportuno detenerlo por las consecuencias que tendría entre sus parciales. A esto, Calleja replicó ya el mismo 24 que Carrillo debía haber dado la noche del 23 el grito de independencia y, dados los alzamientos deMatanzas yGuantánamo, no convenía que estuviese en libertad.60También, en informe al ministro de la Guerra, Calleja le dijo que “Noticias confidenciales dieronme certidumbre que el 24 actual debía estallar extenso movimiento insurreccional”.61Queda, por consiguiente, evidenciado que las autoridades habían recibido información de lo que iba a ocurrir el día fijado por la dirección de la conspiración. Llama la atención que el gobernador general no ordenara la inmediata prisión de Carrillo y la hubiese pospuesto para el mismo domingo 24. Eso quería decir, de seguro, que todavía no tenía todas las claves y participantes de la conspiración en la mano y esperaba obtener detalles de un momento a otro.

De dónde procedían las noticias confidenciales que Callejas menciona le dieron la certidumbre del momento del estallido de la revolución. En aquellos días se hizo tan pública la presunción de queJulio Sanguily había delatado laconspiración, queRafael Guerrero, en suCrónica de la guerra de Cuba, de1895, diría que corría la versión de que el pretenso jefe insurrecto no estaba preso en la Cabaña sino solo detenido, con el fin de ponerlo a cubierto de la ira de los separatistas, que “le consideraban traidor por haber descubierto el plan de la proyectada revolución”.62

Enseguida que estalló la insurrección, el Partido Autonomista evaluó las opciones que tenía delante y, en vez de decidirse por un suicidio honorable, se dispuso a cometer el más imperdonable de los crímenes políticos contra la nación: la colaboración con el régimen colonial. El 25, ayuntados con las directivas de los partidos Reformista y Unión Constitucional, sus dirigentes acudieron a palacio a hacer profesión de lealtad al régimen y ofrecer sus buenos oficios para desalzar a los sublevados.63 Como se evidencia, el grueso de la burguesía cubana se decantaba a favor de la colonia. Aunque no sería la única acción que lo revelaría. También lo ratificó la condena del Círculo de Hacendados al alzamiento y, por igual, no mucho después acciones como la de Mariano Artiz, propietario del Narcisa, de Yaguajay, de poner gratis a disposición de las tropas españolas la línea férrea que poseía y la de vaporcitos, desde aquella localidad a Caibarién.64

Aquel viaje al palacio de la plaza de Armas anunció también, junto a la postura adoptada por el Partido Reformista, la que suscribía la burguesía industrial y comercial, casi en su totalidad peninsular, disidente del integrismo: optaba por echar a un lado sus reticencias y ponerse de parte de la metrópoli. Su miedo a un porvenir dominado por los cubanos, resultaba el platillo más pesado de la balanza. Tampoco cabe dudas de que una ilusión contribuyó a situarla en esta posición: ahora, el Partido Reformista era el correspondiente al Liberal de España, que estaba al frente del gobierno. Esto, pensaban, le daba una cuota de poder y, por eso se ufanaba de las órdenes que llegaban deMadrid de hacer elegir diputados a personajes suyos como Arturo Amblard.65

La posición autonomista dio por resultado que, de inmediato, una comisión del partido marchase a ponerse en contacto conMasó, el patriarca manzanillero. El viejo revolucionario, indudablemente percatado de que se necesitaba ganar tiempo para esperar la llegada de los demás líderes revolucionarios, aceptó mantener una entrevista con los mediadores. El 6 de marzo, en la finca La Odiosa, se produjo el encuentro. El autonomista Herminio Leyva le dibujó a Masó y sus compañeros un cuadro patético de la situación en que estaban: el país se volvería contra los insurrectos, porque no quería la guerra, y en el occidente, todo había fracasado. Además, no había un motivo claro para la insurrección, porque la demanda de algunos alzados era la autonomía, y, por demás, podían olvidarse de que recibirían armas. En nombre de las autoridades, Leyva prometió el indulto si deponían su actitud, y, al dirigirse a Masó, le dijo que así salvaría la vida. Gallardo, enhiesto como una palma, con la vista nublada por tantos recuerdos de lucha y sufrimientos, el heroico manzanillero recordó que él era uno de los padres de la patria y le respondió: “¿Y mi dignidad?” A continuación, Masó le señaló al enviado que enOriente había otros sublevados, y eso le exigía sostenerse en guerra.

Pero el caudillo manzanillero sabía que necesitaba ganar tiempo, y, como Felipe II, podía decir: el tiempo y yo somos dos. De manera que solicitó una tregua para visitar otras jurisdicciones en armas. Según explicó, ante la propuesta hecha, debía escrutar la disposición de los demás mambises en relación con la postura a asumir. A su vez, los comisionados plantearon que informarían a las autoridades españolas ya que nada podían decidir. Según el general Lachambre, el día 8 Leyva le informó que nada se iba a conseguir con las conversaciones y que resultaba necesaria la acción de la ­fuerza.66

Al día siguiente de la entrevista de