Cuidado con los celos - Lindaura Anzoátegui Campero - E-Book

Cuidado con los celos E-Book

Lindaura Anzoátegui Campero

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Beschreibung

Cuidado con los celos es, según especialistas en la obra de Lindaura Anzoátegui, una de sus mejores novelas. Jorge Rubias se ha mudado con su hija Rafaela a una hacienda en el Departamento de Chuquisaca. El aire de misterio que nimba a los recién llegados acrecienta la curiosidad de la gente del pueblo. En diálogo continuo con los lectores, la narradora nos lleva a conocer la vida hogareña y las peripecias de esos personajes, a los que se les irán sumando otro puñado de figuras y vivirán tragedias, situaciones equívocas y reacomodamientos.

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Seitenzahl: 68

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Lindaura Anzoátegui Campero

Cuidado con los celos

POR El Novel

Saga

Cuidado con los celos

 

Copyright © 1893, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726983180

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I. En que da principio nuestra historia

La casa de hacienda de D. Jorge Rubias, situada en uno de los puntos más feraces de la espléndida frontera del Departamento de Chuquisaca, se ofrece triste, casi lúgubre á nuestra vista, como todo lo que lleva el sello de la soledad y del abandono.

La puerta principal se abre rara vez para dar paso á los pocos servidoros que conserva Jorge, y que, aun más rara vez van á la próxima aldea, distante dos leguas de la casa, despertando con su presencia la ávida curiosidad de sus desocupados vecinos, ansiosos de conocer el género de vida adoptado por Rubias y su jóven hija.

Preciso es decir que Jorge, desde su llegada, se habia mostrado de una frialdad glacial ante los que se apresuraron á hacerle la visita de buena vecindad; de suerte que, intimidados y confusos, se retiraban sosteniendo entre ellos, con más ó menos variantes, el siguiente diálogo:

—¡Jesús!, compadre, ¡vaya la cara de pocos amigos que nos ha puesto D. Rubias!

—¡Calle U, hombre! ¡si casi me caigo de vergüenza!

—¡No mostrarnos siquiera á la niña!, observó uno de los jóvenes que formaba el cortejo.

—¡Vean no mas al picaron!

Apuesto á que viniste sólo por conocerla.

—Por eso fue, y porque UU. nos decian á los mozos del pueblo que el tal D. Rubias era un hombre campechano.

—Así lo conocimos, hijo; verdad es que de esa época pasan algunos años y que entónces trajo á su mujer, que era un bocado de ángeles.

—Y ¿por qué no la ha traido ahora? ¿Será ya viudo?

—¿Quién puede saberlo? Yo tenia buenas ganas de preguntarle por ella, pero, con la seriedad con que se nos plantó delante, no me atreví á decir, esta boca es mia.

—¡Lástima de no haber visto á su hija!, insistió el jóven. Se dice que ha estado años y años viajando con su padre, y que conoce hasta Paris de Francia.

—¡Tanto! Y ¿qué tenemos con éso?

—Pues ¡vaya!; ¿acaso se ve cada día una mujer educada en la Uropa?

—¡Calla, hombre! En mis idas á Sucre, yo he trompezado con muchas que han ido á la Ingalaterra y hasta á Londres, y eran tan lomismísimo.

—Puede que así sea, contestó el jóven con aire incrédulo, pues para nuestros sencillos habitantes de la frontera, una mujer que haya estado fuera de Bolivia y sobre todo en Paris, adquiere perfecciones ideales.

—Maldito lo que á mi se me da ni por el padre ni por la hija, interrumpió un tercero; con no volver á su casa á recibir desaires, estamos del otro lado.

—No será el hijo de mi padre quién eche de ménos á ese ageno.

—Ni yo.

—Ni yo tampoco.

—Quédense D. Rubias con sus humos, que para nada nos hace falta en el pueblo; y él en su casa y Dios en la de todos.

Pues, lector mio, faltaríamos á nuestro carácter de historiador verídico, si no te confesásemos, muy confidencialmente, que, a pesar de tan cuerda determinacion, pero guardando profunda reserva unos de otros, no dejaban de acribillar á preguntas al anciano indio José, antiguo y leal servidor de Jorge, en las pocas ocasiones que éste parecia por el pueblo. El discreto criado, escuchaba con la paciencia de Job, aunque en silencio, los repetidos interrogatorios, acabando por contestar, con inalterable mansedumbre, que el patron y la niña gozaban de salud, y que la Señora estaba en Sucre, perfectamente buena.

Advertimos, ademas, que en la parte juvenil de los vecinos, la curiosidad llegó á su paroxismo; y que durante muchas noches, las tinieblas fueron discreto testigo de escalamientos en las altas pero ruinosas paredes del huerto de la casa de Jorge, donde la luz del alba sorprendia á horcajadas, anciosos y magullados á los mozos del pueblo, con la frustrada esperanza de apercibir aunque no fuese mas que la sombra que proyectase el cuerpo de la hija de Rubias, en alguna puerta ó ventana de la casa.

Verdad es que el cambio notado en el carácter y el modo de ser de Jorge, disculpaba los comentarios á que los desocupados vecinos se entregaban.

Hacia 18 dias que Rubias habia visitado su magnífica propiedad, en union de su jóven y encantadora esposa, Dolores del Valle, ricos ámbos de amor y de esperanza, ébrios de felicidad; queriendo gozar de su brillante luna de miel allí, donde las exigencias sociales, no pudieron turbarlas con sus banales cumplimientos.

Y ella bella y enamorada pareja, se entregaba sin reserva á la pasion que la embargaba, bajo la lujosa vejetacion que los cubría, acariciados por la húmeda y perfumada brisa de los bosques y por el canto de las aves, arrullados por el murmullo del manso y caudaloso rio que, distante media legua de la casa, desataba en suaves ondulaciones su caudal sereno y profundo, no siendo raro que llegasen hasta sus esmaltadas orillas, sin darse cuenta del tiempo ni de la distancia.

Fue, pues, entónces que los tímidos vecinos del pueblo, se aventaron á cumplir con una de las pocas reglas de urbanidad que recuerda el hombre de campo, de aquellas sus duras épocas de escuela, yendo á ponerse á las órdenes de los jóvenes esposos. La afectuosa y natural cordialidad de Jorge y la belleza y sencillez de Lola, cautivaron á aquellas buenas gentes, deslumbradas, ademas, por el lujo y la elegancia con que el amante esposo, habia reconstruido y amoblado su casa, para que sirviese de abrigado nido á sus amores.

Obligado en breve á ocupar su puesto en la distinguida sociedad de Sucre, abandonaron aquella tranquila y deliciosa morada, desapareciendo, como un brillante meteoro, de la vista de sus sincero y sencillos adoradores.

Y algunos años más tarde, éstos vieron con sorpresa la ruina lenta pero progresiva de la casa de Rubias, de aquel único modelo de gusto y de elegancia, ruina que se extendia al esmerado huerto y á los lindos jardines que formaban, en mejores tiempos, el encanto de la bella y encantadora Lola. Interrogado José por su incomprensible descuido, el fiel servidor sacudía tristemente la cabeza y contestaba:

—¿Qué puedo hacer yo para remediar lo que sucede si así lo quiere el patron?

Sentadas estas explicaciones, tomamos nuestra relacion en la época en que, calmados ya los ánimos y agotadas las conjeturas á que dio lugar el nuevo método de vida adoptado por Rubias y su hija, cada vencino del pueblo consagró sus afanes á sus negocios ó sus placeres, ocupándose de vez en cuando, y eso incidentalmente, de lo que pudiera suceder en la casa de Jorge.

Pero nosotros, lector querido, haciendo uso de nuestro no contradicho derecho, vamos á introducirte sin ceremonia, allí donde no alcanza á llegar ni con el pensamiento, el más audaz de los vecinos de Rubias: á la casta y perfumada habitacion de Rafaela.

II. Señora y criada.