El año de 1815 - Lindaura Anzoátegui Campero - E-Book

El año de 1815 E-Book

Lindaura Anzoátegui Campero

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Beschreibung

Durante un breve remanso en la guerra de independencia en el Alto Perú, Juana Azurduy y Manuel Ascencio Padilla cenan y conversan con otros personajes en el pueblo de La Laguna. Las tropas realistas se acercan, pero ellos y sus simpatizantes están listos para resistir. Esta obra de Anzoátegui narra uno de los episodios más intensos de ese tiempo americano, con el estilo dialogado y agudo que caracteriza a varios de sus libros. Representa además un hito en la memoria de la figura de Azurduy, sin dudas la protagonista.

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Seitenzahl: 82

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Lindaura Anzoátegui Campero

El año de 1815

Episodio histórico DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA POR EL NOVEL

Saga

El año de 1815

 

Copyright © 1895, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726983159

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I

El pueblo de La laguna, el más importante de la Provincia de Tomina, sirvió muy frecuentemente de cuartel, ya á las fuerzas realistas, ya á las patriotas, durante nuestra larga y heroíca guerra de la Independencia. Su ventajosa situación topográfica para las operaciones de los contendientes, su clima sano y benigno y la abundancia de recursos para las necesidades de la vida, explican el empeño con que era disputada su posesión por patriotas y realistas.

Era el mes de octubre de 1815, y La Laguna hospedada con aire de fiesta á las fuerzas del célebre guerrillero D. Manuel Asencio Padilla. Nacido en Chayanta, el 29 de setiembre de 1773, tenía á la sazón 42 años de edad, y sus hazañas, conocidas desde 1812, le daban grande nombradia é inmensa popularidad en la dilatada región que desde Valle Grande se estiende hasta Chuquisaca.

Como nos proponemos relatar un episodio histórico apénas conocido entre los innumerables que abrillantan nuestra guerra de la Independencia alto-peruana, vamos á permitirnos trascribir en seguida, y con legítimo orgullo, los notables conceptos que sobre ella emite el insigne historiador americano, General D. Bartolomé Mitre.

"Es esta, dice, una de las guerras más extraordinarias por su genialidad, la más trágica por sus sangrientas represalias y la más heroica por su sacrificios oscuros de deliberados… la humildad de sus caudillos, de sus combatientes y de sus mártires, ha ocultado por mucho tiempo su verdadera grandeza, impidiendo apreciar, con perfecto conocimiento de causa, su influencia militar y su adelanto político."

"Como esfuerzo persistente, que señala una causa profunda y general, ella duró quince años, sin que durante un solo día se dejase de pelear; de morir ó de matar, en algun rincón de aquella elevada región mediterránea. La caracterizaba moralmente el hecho de que, sucesiva ó alternativamente, figuraron en ella ciento dos caudillo, más ó menos oscuros, de los cuales solo nueve sobrevivieron á la lucha, pereciendo los noventa y tres restantes en los patíbulos ó en los campos de batalla, sin que uno solo capitulase, ni diese ni pidiese cuartel en tan tremenda guerra. Su importancia militar puede medirse más que por sus batallas y combates por la influencia que tuvo en las grandes operaciones militares, paralizando por más de una vez, la acción de los ejércitos poderosos y triunfantes." (Historia de Belgrano, pagina 559.)

Padilla, uno de los más notables entre los ciento dos caudillos patriotas alto-peruanos, hacia poco que instalar su cuartel general en La Laguna, el pueblo de sus simpatias y que se honró más tarde con su nombre.

El dia en que damos comienzo á nuestra narración, era templado y sereno. Sentíase ese dulce bienestar que acompaña á los primeros halagos de la primavera; y el descanso que el infatigable caudillo concedia á sus tropas. Aumentaba el contento general del pueblo.

Muchos de los vecinos de La Laguna habian ofrecido alojamiento á Padilla, pero éste prefirió tomarlo en una de las casas que pusiera completamente á sus órdenes su entusiasta y leal amigo D. José Barrera; esa independiente, la última que y terminaba la calle hácia el camino á Chuquisaca y cuyas paredes interiores daban ya á campo descubierto. Allí se instaló el caudillo, bajo el pie de sencilla y pacífica naturalidad que se complacia en gozar durante las cortas treguas concedidas á su infatigable actividad.

Vamos a penetrar a la habitación á que nos guian las alegres voces que en ella se oyen. Ocupa el centro una cuadra y sólida mesa del rojo y perfumado cedro de nuestra frontera, cubierta con uno de aquellos manteles tegidos en Mojos, cuya desaparición lamenta en nuestros dias toda mujer de órden. Colorada simétricamente está la pesada vajilla de plata, producto del memorable Cerro de Potosí y trabajada con esmero por artífices de aquella imperial y opulenta Villa. Atrae una codiciosa mirada el lejitimo é incomparable queso de Pomabamba, flanqueado por dos ventrudas y verdosas botellas, de esas que solia enviarnos el industrioso Cochabamba, llenas esta vez del rojo y preciado vino del privilejiado valle de Cinti; y no faltaba tampoco, aunque en botella de más modestas dimensiones, el suave y aromático licor de una blanca de aquel hermoso valle; y en uno de los extremos de la mesa, campeando por sus respetos, una colosal jarra de loza vidriada del país, colmada con la amarillenta y sabrosa chicha cuyo secreto de fabricación conserva hasta hoy el pueblo de La Laguna. Dorados pines, grandes como ruedas de molino en miniatura, complementaban los aprestos de la merienda acostumbrada en aquellos patriarcales tiempos.

II

De las cuatro sillas que están en cuatro costados de la mesa, tres de ellas se hallan ocupadas por los comensales.

—Oiga U., Padre, decia uno de ellos á su vecino, engañemos el tiempo de alguno modo, por ejemplo, contándome de qué manera dejó el acetre para esgrimir la espada contra los godos. El interpelado sonrió mirando al tercer personaje que envolvia silenciosamente una respetable cantidad de exquisito tabaco tarijeño en una hoja de maiz, flexible y suave como un a de papel.

—D. Manuel se lo contará mejor que yó, contestó al curioso, púes nadie como él para decir las cosas en cuatro palabras.

—No, Padre, insistió el primero; no es cuestión de pocas palabras, sinó de matar el hambre con la charla. Cuente U., hombre.

—Bueno!… ¡Si me lo ordena el Coronel!

—Qué órden ni qué niño muerto! Hasta para abrir la boca necesita U. de licencia, como si se encontrase en un campo de batalla?

—Allá voy, D. José ¡Jesus! ¡y el genio de pólvora que tiene sin haber recibido ni un mal fogueo de escaramuza!

—Oiga, hombre, que no por eso sirvo con menos decisión y peligros á la pátria.

—Eso es tan cierto D. José, intervino el silencioso personaje, que con el dolo hecho de haberme cedido su casa, se expone U. á la venganza de los realistas.

—¡Eh! D. Manuel…¿y cree U. que á mi se me importa de ello un bledo? Cumplo con mi deber, satisfecho el cariño que le tengo… Pero oiga U., fraile ¿piensa que no veo sus maliciosas guiñadas? Ha procurado picar mi amor propio para librarse de contarme su historia ¡Bribonazo! El cuento, el cuento sin remisión.

—Misericordia! ¿No vé U., hombre, que estoy cayéndome de pura debilidad?

—¡Quite U.! ¡Un fraile soldado con esos melindres!

—Júzgueme U. ante el enemigo, que ahora en las dulzuras de la paz, mi pobre estómago…

—No más lamentos, Padre Polanco, exclamó alegremente desde la puerta una mujer que traía en las manos una colmada fuente.

—Grátias agamus Dómino!… ¡Y el olorcillo que despide el potaje, Da. Juana!

—Como que yo lo he guisado para el paladar de Manuel, ¡Ea! Á la mesa y á comer como Dios manda.

III

Sabido es por toda persona cuyo apetito ha sido aguzado por la espera, con qué egoismo se consagran los primeros momentos á satisfacer esa imperiosa necesidad. Aprovechemos de ellos para dar una breve idea de nuestros cuatro comensales.

El dueño de casa de franco y bondadoso rostro, es uno de aquellos honrados vecinos de pueblo, con sus puntos de testarudez, tipo que felizmente, no se ha extinguido en nuestro país.

El Padre Dn. Mariano Suarez Polanco, secretario, consejero, sombra del cuerpo del caudillo, es de estatura mediana, muy en relación con su temperamento nervioso, que presta tanta actividad á su cuerpo y tanta energia á su alma. Su prematura calvicie, dá mayor realce á la blancura mate de su ancha frente, bajo la que fulguran sus pardos é inteligentes ojos. En su rostro pálido y cuidadosamente afeitado, hacen muy buen efecto sus labios rojos prontos á entreabrirse con una sonrisa burlona. Una pequeña capilla gris, echada negligentemente sobre los hombros, es el único distintivo de su carácter sacerdotal.

D. Manuel Asencio Padilla, ancho de hombros, cabeza pequeña y altivamente sentada sobre un robusto cuello, demuestra la fuerza muscular de su bien equilibrado temperamento; así como la fijeza avasalladora de sus negros ojos, la configuración de su morena frente y el acentuado pliegue que contrae sus labios, dando natural seriedad hasta á la sonrisa que tara vez los entreabre, revelan la tranquila y firme convicción del hombre seguro de sí mismo é inquebrantable en sus resoluciones.

Réstanos presentar el esbozo de Da. Juana Asurdui de Padilla, nacida en Chuquisaca y contando á la sazon 34 años de edad.

De aventajada estatura, las perfectas y acentuadas lineas de su rostro, recordaban el hermoso tipo de las trastiberinas romanas. Al verla tan bella, al sentirse subyugado por la natural y serena dignidad que le consagran los suyos, y que, llegado el caso, pudiera eclipsar la autoridad y los prestigios de su esposo (Da. Juana Asurdui, era adorada, por los naturales que la rodeaban, como á la imagen de la Virgen [Mitre, "Historia de Belgrano", pág. 598]

—¿No gusta U. Señora, una copa de cinteño? Le preguntó Dn. José al ver que Juana no habia llevado á sus labios el rojo líquido.

—Gracias… Prefiero siempre el agua.

—¿El agua?… Pues solo la acepta mi estómago como componente de la chicha. ¿No es verdad que U. piensa como yo, D. Mariano?