Huallparrimachi - Lindaura Anzoátegui Campero - E-Book

Huallparrimachi E-Book

Lindaura Anzoátegui Campero

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Beschreibung

Huallparrimachi recoge el nombre del poeta quechua que de adolescente se sumó a las fuerzas de Juana Azurduy y Manuel Padilla, quienes le tomaron especial cariño. Se tratan cuestiones del amor y de la lealtad vividas en una juventud muy particular. La vida de Juan Huallparrimachi realza sus colores de cara al peligro que se cierne en torno de él y de su gente. El libro forma parte del ciclo que Anzoátegui dedicó a figuras y acontecimientos de la Independencia del Alto Perú, de donde surgió Bolivia como nación.

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Seitenzahl: 110

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Lindaura Anzoátegui Campero

Huallparrimachi

 

Saga

Huallparrimachi

 

Copyright © 1894, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726983173

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I

Juana Asurdui de Padilla.

Estamos á mediados del mes de mayo de 1817, época del año en que la bella estacion de las flores y de las mieses, parece que vacila en entregar su dorado cetro, al soplo devastador del invierno. El dia ostenta toda la galanura de las últimas sonrisas del otoño. La brisa, tibia como una caricia, mece suavemente el espeso follaje del corpulento ceiba, bajo cuya sombra detienen sus pasos un apuesto mancebo de tostado rostro, de negros é intelijentes ojos y de esbeltas formas, y una arrogante mujer, cuyo severo perfil romano y mirada profunda y avasalladora, imponen la admiración y el respeto. El vestido negro que la cubre, realza la majestad de su tez, dorada por nuestro esplendoroso sol tropical.

La hermosa mujer decía al mancebo.

—Ya ves que la comision de

que te encargo, valia la pena de que hubiese venido personalmente en busca tuya.

—Te lo repito, Juana: yo habria acudido al Villar en el acto de recibir tu aviso.

—¿Podia contar con tu exactitud conociendo la sensibilidad de tu corazon y los encantos de la preciosa hija de Ronsardes?

La frente del jóven se tiño de un vivo encarnado; pero su interlocutora, suavizando el sonoroso timbre de su voz, prosiguió, sin darle tiempo para replicar.

—No te lo reprocho, Juan; pero, no olvides que Blanca es hija del mejor amigo, del más cruel y activo cómplice de Aguilera.

—¡Oh!, dijo vivamente el jóven, si lo fue en hora menguada para él, la severa leccion que ha recibido de los nuestros, lo volverá á la buena causa á que perteneció ántes.

Juana sacudió con aire de duda, su noble y altiva frente.

—Por otra parte, repuso el mancebo, la gratitud que te debe será la valla que lo contenga. Podrá olvidar que gracia á tu oportuna intervencion, salvaron sus propiedades del furor de nuestras tropas

—¡Niño!, replicó Juana tristemente; ¡cuán errado vas en juzgar por tu excelente corazón el de los otros hombres!

—No me explico tus prevenciones contra Ronsardes, ante la generosidad de tus actos en su favor.

—¿Olvidas que, en algun tiempo, se llamó amigo de mi esposo? Yo lo recordé en el momento en que pude serle útil… Mi intervencion, por lo demás, me redujo á impedir el incendio de su casa tú acababas de salvar su vida y la de su hija.

—Pero, bajo tu poderosa proteccion, pudo ganar este seguro tranquilo refugio, hermana mía.

—Lo eligió don Remigio, mientras calmare la animosidad que ha concitado contra él entre sus vecinos de Tarbita; y yo te encomendé que lo condujeses é instalasen para coronar con ese nuevo servicio el muy importante que acababas de prestarle.

—¿Quieres ver á tus protejidos? La casa que ocupan no está muy léjos.

—¡Ya me guardaría de hacerlo! La perspicacia de Ronsardes sospecharia de mi repentina llegada. Tengo presente la reserva y prudencia que necesitamos, por de pronto alomenos, para le éxito de nuestra empresa. El Capitan Cueto me espera con los caballos ensillados, para volver al Villar: allí aguardaré las noticias que puedas enviarme.

—Y yo no esperaré el amanecer para ponerme en marcha; la luz de la luna me servirá de guía. Iré á pié para mayor comodidad: sabes que soy un andador infatigable; y si son ciertos los avisos que tienes, me prometo encontrar á La Madrid ántes de su llegada Chuquisaca.

—Aunque estuviese ya en los suburbios de la ciudad, es indispensable que desista de su insensato proyecto de tomar esa plaza. Tu inteligencia, tu entusiasmo por la santa causa que defendemos, tu belleza, en fin que subyuga á cuantos te rodean, ha decidido mi eleccion en tu favor: La Madrid no podrá resistirle, hijo mio; y por tu parte, recuerda la porfiada lucha que he tenido que sostener con Fernandez, Cueto y Ravelo par que acepten y se sometan á mi proyecto, eso aumentará tu entusiasmo y doblará tu elocuencia.

—¿Dudas que haré todo lo que sea dado hacer para decidir á La Madrid?…

—No, no lo dudo, le interrumpió Juana Y por lo que toca á La Madrid ¿será tan insensato que rechazase las fuerzas, los recursos y la gloria que le ofrecemos? El compromiso que le llevas firmado por mí y por los otros Jefes, le probará la buena fe denuestras proposiciones y el sincero deseo de colocarlo á la cabeza de nuestras divididas tropas. Su presencia hará cesar las rivalidades que existen, por desgracia, entre nuestros caudillos, y levantará el decaido espíritu de los patriotas; así unidos, terminaremos de una vez con las salvajes depredaciones de Aguilera, y dueños de estas espléndidas regiones, con fuerzas y recursos suficientes, podremos pensar, con la seguridad del triunfo, en adueñarnos de las importantes plazas de Potosí y Chuquisaca.

—Y vengar dignamente á tu esposo, á mi querido protector, al ilustre Padilla, exclamó con generoso ardimiento el jóven.

—¿Vengarlo?, contestó la heroica viuda del mártir. ¡No!: la venganza es una pasion ruin y baja; que el móvil de nuestras acciones sea solo el amor á este hermoso suelo, para poderlo ofrecer algun dia libre y feliz á nuestros hijos. ¡Dichosos los que, siguiendo el noble ejemplo de mi esposo, riegan con su sangre generosa este suelo bendito, en demanda de libertad y gloria.

Y los azules y avasalladores ojos de la heroína, se humedecieron á impulsos de su santo entusiasmo.

—Ten admiro y te venero, hermana mía, murmuró el mancebo profundamente conmovido.

Despues de un breve instante de silencio, repuso Juana con el acento irresistible con que señalaba el camino de la victoria ó el de la muerte, á miles de hombres que la seguían electrizados.

—Marcha, pues, á cumplir con resolucion y entera fe, la importante mision de que te encargo, y procura que el éxito corresponde á mi confianza.

—Te juro no volver sin La Madrid, dijo el jóven.

—Gracias, hijo mío. Me dice el corazón que cumplirás tu juramento.

Y extendiéndole los brazos, añadió con maternal ternura.

—Abrázame, Juan y digámonos hasta muy pronto. Dios te proteja, hijo mío, y te bendiga como te bendigo yo, con toda mi alma.

Huallparrimachi recibió con filial respeto, aquella cariñosa demostracion; y Juana Asurdui de Padilla cuyo nombre basta para inmortalizar su patria, se alejó de aquel sitio con el paso tranquilo y lleno de dignidad que la caracterizaba.

El diálogo anterior tuvo lugar, como lo dijimos, al pié de un soberbio ceiba que se alzaba solitario á orillas del rápido y abundoso riachuelo de Orkas, en las cercanias del modesto pueblo de Sopachui, cuyo nombre debia figurar en breve en la heroica lucha de nuestra

Independencia.

II.

Blanca.

Cuando Juan hubo perdido de vista á su ilustre interlocutora, re envolvió en el finísimo poncho de vicuña que abrigaba y dibujaba al mismo tiempo, sus esbeltas formas, y tornó con paso rápido la senda que orillaba el río, abierta entre el dorado pasto de los campos, matizado aun con las últimas flores de la estación.

Despues de veinte minutos de marcha, llegó á la vista de una cabaña colocada ventajosamente en la falda de una colina. Un hermoso tarco, que lucía entre su verde follaje una que otra de sus moradas y fragantes flores, le prestaba deliciosa sombra Juana se detuvo al apercibir en el pequeño corredor de aquella humilde casa el blanco vestido de una mujer, absorta en el contemplacion del eterno verdor de los bosques, que parecen empeñados en cubrir, con incansable solicitud, las profundas quiebras de aquellas elevadas montañas. El jóven avanzó sin ruido.

—¡Blanca!, murmuró dulcemente.

La rubia y delicada niña de volvió con un ligero estremecimiento

—¡Juan!, exclamó, brillando en sus azules ojos un rayo de alegria. Casi he tenido miedo… No te esperaba aun.

El mancebo estrechó contra su agitado corazón las pequeñas manos que se le abandonaban.

—He anticipado la hora, amada mía, contestó con acento bajo y apasionado, porque necesito conocer hoy mismo la voluntad de tu padre sobre mi destino.

—No te comprendo, murmuró Blanca, palideciendo.

—¿No sufres como yo con la incertidumbre de nuestra situacion?

¿Podemos permanecer por más tiempo disimulando este amor que nos abrasa el alma?

—¿Disimulado? ¡Oh! no: á mi me hubiera sido imposible… Estoy cierta de que mi padre lo ha comprendido, y jamás me ha dado á entender que lo desaprobase.

—¿Y su silencio basta para satisfacer, amada mía? ¿No has olvidado lo ceremonioso y reservado que se muestra conmigo?

—La amistad no brota como el amor, Juan del cambio de una sóla mirada… ¡Hace tan poco tiempo que mi padre te conoce! ¿por qué no esperar á que te conozca mejor y te estime como lo mereces?

—¡Esperar aun!, dijo Juan tristemente. ¿Podemos contar con el tiempo, por ventura? ¿No sería posible que, de un instante al otro, resolviese tu padre su regreso? ¿qué pretexto habria ya que disculpase mi permanencia cerca de UU?

—Es verdad, murmuró Blanca con angustia.

—¿Comprende ahora mi resolucion de hablar hoy mismo á D. Remigio?

—No lo hagas en este momento, repuso vivamente la jóven.

—Y ¿porqué, Blanca mía?

—Si te lo digo, vas á burlarte de mis aprensiones, Juan.

—Nó: te lo juro. Nuestra situacion es tal, que no debemos desdeñar el más pequeño incidente.

—Escucha, pues, dijo la jóven en vos baja y precipitada. Hace más de una hora que mi padre se ha encerrado en su habitacion con aquel hombre de que te he hablado alguna vez.

—Y que te inspira temor, medrocilla.

—¡Si tú lo conocieses, Juan!…

Un dia llegó en compañía de mi padre, nunca ha sabido de donde… Taciturno y sombrío, lo seguía desde entonces como su sombra… Se quedó en Tarbita cuando nos vimos obligados á venir aquí…

De eso, ¿lo recuerdas?, hace un mes…

—¿Puedo olvidarlo, Blanca?…¡He sido tan dichoso durantes este corte tiempo!

—Esta es la tercera vez que busca á mi padre aquí… Debe ser portador de malas nuevas, te lo aseguro, Juan, porque mi padre queda preocupado y displicente despues de sus entrevistas con ese hombre.

—Sea de ello lo que fuere, ¿cómo podrian influir esos asuntos sobre la resolución de tu padre respecto á nuestra suerte?

—Deja que pase la perniciosa influencia de ese hombre. Mi padre no tardará en calmarse, y mañana… murmuró la niña, ruborizándose vivamente.

—¡Mañana será tarde!, interrumpió Juan con tristeza. Mañana estaré léjos de ti.

Blanca lanzó un grito.

—¡Abandonarme!, exclamó, á punto de desfallecer.

Al grito de la jóven, se entreabrió la puerta del cuarto situado á uno de los extremos del corredor, y asomó por ella la cabeza de un hombre.

—¿Qué sucede, Blanca?, preguntó sobresaltado.

—Juan habla de abandonarnos, padre mío, contestó la jóven, sin disimular su desconsuelo.

D. Remigio salió vivamente al corredor, cerrando préviamente la puerta.

—¡Abandonarnos!, exclamó, clavando en el mancebo una mirada que hacia parecer siniestra el color indeciso y claro de sus pupilas. ¿Desde cuando lo proyecta U., D. Juan? Ayer no nos dijo U. una palabra al respecto.

—Es verdad, contestó el jóven con visible embarazo, pues la sobra misma del disimulo, repugnaba á su leal naturaleza. Pero juzgo que mi presencia aquí se hace ya innecesaria.

—Comprendo el deseo de U. de volver al lado de Doña Juana, repuso Ronsardes.

Juan se contentó con hacer un ligero movimiento de cabeza.

—¿Y se marcha U. muy pronto?, insistió D. Remigio.

A esta pregunta neta y directa, dijo resueltamente el mancebo.

—¿Querría U. concederme un momento de entrevista, Sr. Ronsardes?

—De mil amores; y si desea U. hablarme á solas…

—Al contrario: ruego á U. que la Señorita Blanca nos honre con su presencia.

Un relámpago de sombrío contento, alumbró las claras y frias pupilas de D. Remigio; mientras sus delgados y descoloridos labios sonreían bondadosamente al señalar á Juan que pasase á la habitacion que servía de sala y de comedor en la modesta cabaña. Indicó al jóven una silla, y él y Blanca tomaron asiento en un tosco banco.

—Me tiene U. á su disposicion, dijo el mancebo.

Juan profundamente emocionado y con voz trémula y baja contestó.

—Gracias por su condescendencia, Sr. Ronsardes; crea U. que al solicitarle esta entrevista, no he olvidado que nuestras relaciones son de época muy reciente.

—Hay relaciones de relaciones, mi jóven amigo, repuso D. Remigio con alentadora amabilidad. La que me liga con U. tiene profundas raices en mi gratitud; porque á mi vez me precio de tener buena memoria, y los señalados servicios…