Cultura escrita y textos en red - Roger Chartier - E-Book

Cultura escrita y textos en red E-Book

Roger Chartier

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Beschreibung

Desde lados opuestos de una misma red, Chartier y Scolari se interrogan para tejer una costura conjunta entre sus saberes complementarios. Dibujan un discurso en la frontera, en un mundo caótico aturdido por el tsunami mediático, en plena crisis de fragmentación textual… quizás disiparán al lector algunos de sus prejuicios y terrores tecnomediáticos. El encuentro entre un historiador del libro y un especialista en comunicación digital no reduce el análisis de la cultura de hoy a ningún resultado apocalíptico. Piden una mirada crítica: reapropiarnos de la biblioteca y la librería, desestigmatizar la tecnología desde la escuela, aprender a utilizarla en beneficio de la sociedad. Juntos, alfabetización mediática y el libro como "objeto perfecto", para construir un espacio público crítico donde ser más libres.

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© Roger Chartier y Carlos A. Scolari, 2019

© Fotografías de cubierta: Ismael Llopis

© Diseño de cubierta: Eduardo Corria

Corrección y edición: J. Ibarz

Primera edición: mayo de 2019, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. Tibidabo, 12, 3º

08022 Barcelona (España)

Tel. 93 253 09 04

[email protected]

http://www.gedisa.com

Preimpresión: Editor Service, S.L.

http://www.editorservice.net

eISBN: 978-84-17690-85-4

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.

Índice

Prólogos

Roger Chartier y Carlos A. Scolari

Cultura escrita y textos en red

Bibliografía

Prólogos

Roger Chartier y Carlos A. Scolari

La técnica y los soportes electrónicos transforman profundamente todas las prácticas de los historiadores. Las operaciones de la investigación, en primer lugar, con la posibilidad de consultar y analizar tanto las colecciones impresas como los fondos de los archivos accesibles fuera de su lugar de conservación. Las modalidades de publicación, en segundo lugar, con la publicación de artículos en revistas digitales o de libros en formato electrónico, sea este entendido como otra modalidad de circulación del libro impreso o bien como una alternativa a la edición tradicional. De ahí, una tercera transformación que se remite a la construcción y recepción de los discursos del saber. Con el texto electrónico, el historiador puede organizar sus demostraciones según una lógica que ya no es necesariamente lineal, sino que es abierta, expansiva y relacional gracias a la multiplicación de los vínculos hipertextuales. Su lector puede comprobar la validez de su análisis consultando por sí mismo los textos (pero también las imágenes, móviles o no, las palabras grabadas o las composiciones musicales) que son el objeto del estudio si, evidentemente, están accesibles en una forma digitalizada. En este sentido, la revolución digital es para la historia, tanto como para las otras disciplinas del saber, una verdadera mutación epistemológica.

De manera que ningún historiador puede evitar reflexionar sobre los efectos de la realidad digital sobre su propio trabajo. Semejante exigencia se ve reforzada cuando el historiador es, como yo, un historiador del libro, de la lectura y de la cultura escrita. ¿Ayuda a descifrar las novedades del tiempo presente el conocimiento de las mutaciones previas: la invención de la imprenta, la aparición del códice, las revoluciones de la lectura? Como sabemos, recurrir a las comparaciones entre el presente y el pasado es a menudo una manera de apaciguar los miedos creados por las realidades nuevas que nos desorientan o asustan. Al revés, ¿permite la aguda observación de nuestro mundo digital una mejor comprensión de las características propias las culturas escritas del pasado? Por la primera vez en la historia de la humanidad, la técnica digital ya no liga el soporte de la comunicación con un contenido particular. Así, obliga a pensar las modalidades sucesivas de la relación que existía entre libro y texto, objetos escritos y discursos, materialidad y lectura.

Estas preguntas acompañaron mi trabajo de historiador de la primera edad moderna, entre los siglos XV y XVIII, desde el fin de los años noventa del siglo pasado. Adquirieron una urgencia mayor en los últimos años, cuando mis preocupaciones como ciudadano se vincularon estrechamente con mis prácticas como historiador. Hoy en día las maravillosas promesas del mundo digital, tanto para la educación como para el debate cívico, no pueden ocultar la ansiedad frente a los espantosos usos de una forma de comunicación que disemina ampliamente falsificaciones, odio y manipulación. ¿Cómo resistir a estos peligros que amenazan tanto la difusión del conocimiento como la vida democrática? Y, más generalmente, ¿debemos considerar que las nuevas formas digitales de las bibliotecas, de los periódicos o de las relaciones entre los seres humanos se substituyen sin pérdida alguna con respecto a las antiguas? ¿O bien debemos rechazar esta percepción inmediata, pero engañosa, de la equivalencia y afirmar la necesidad de asociar las tres culturas de lo escrito que todavía tenemos hoy en día: la escritura a mano, la publicación impresa y la escritura digital?

Estos interrogantes en cuanto a la ecología de los medios y a sus efectos intelectuales y políticos constituyen el hilo conductor del diálogo que entablé en este libro con Carlos A. Scolari.

Roger Chartier

3 de marzo de 2019

¿Cómo interpretar los cambios que está atravesando la mediasfera? Las ciencias sociales han estudiado las transformaciones de los sistemas humanos de comunicación a partir de diferentes perspectivas, desde la historia, una disciplina consolidada y que ha generado infinidad de obras de referencia, hasta nuevos enfoques todavía in progress como la arqueología de los medios o los estudios del cambio mediático en clave evolutiva.

La arqueología de los medios, gracias a los trabajos de autores como Erkki Huhtamo, Jussi Parikka, Friedrich A. Kittler o Siegfried Zielinski, se propone analizar los viejos dispositivos de comunicación desde una mirada que le debe mucho al Foucault de Las palabras y las cosas y La arqueología del saber. Los arqueólogos de los medios se han mostrado muy interesados en los llamados «medios muertos» (dead media) y en la materialidad de los viejos artefactos de comunicación.

Inspirados en los trabajos de Harold Innis, Marshall McLuhan o Neil Postman, los padres fundadores de la media ecology, numerosos investigadores han abordado el análisis del cambio mediático desde una perspectiva evolutiva. Entre ellos, podemos mencionar a Robert K. Logan, quien no sólo ha estudiado junto a McLuhan la aparición del alfabeto sino que también ha propuesto enlaces muy sugerentes entre los fundamentos del cambio biológico y el tecnológico, o a Paul Levinson, el autor de la primera tesis doctoral sobre la evolución mediática, en 1979, dirigida por Neil Postman. Estas dos miradas teóricas, una mucho más «micro» (la media archaeology) y otra más «macro» (la media ecology), han inspirado mis propias investigaciones sobre la evolución de los medios (media evolution).

Allá por el año 2005, después de indagar sobre los nuevos medios digitales interactivos durante toda la década anterior, comprobé que los investigadores de los new media estábamos tan centrados en ellos que no percibíamos los cambios en los old media; los investigadores de los viejos medios, por su parte, relevaban cambios en la prensa o la televisión pero no los vinculaban con la irrupción de la web o los videojuegos. Sólo una mirada ecoevolutiva nos permite tener una visión sistémica, holística, de todos estos cambios.

Respecto a la historia, no tengo mucho que decir: Roger Chartier, mi interlocutor en esta conversación, es uno de los máximos historiadores del libro y de la lectura, motivo suficiente para invitarlos a leer con mucha atención las páginas que siguen. Como explica Chartier en su prólogo, la historia se mueve en doble sentido. Por un lado, los cambios del pasado nos pueden ayudar a comprender las transformaciones del presente. Y viceversa, la digitalización que caracteriza a nuestro tiempo nos permite ver de otra manera otras transformaciones de la esfera mediática como la emergencia de la imprenta o la difusión del telégrafo. Comparto de pleno esa doble lógica: más que ver el pasado como un relato congelado, las actuales mutaciones nos permiten revisitarlo con otras miradas; de la misma manera, en vez de perder el tiempo haciendo predicciones sobre el futuro que nunca se cumplirán, nos conviene indagar sobre los cambios del pasado para comprender mejor las presentes transformaciones de la mediasfera.

Carlos A. Scolari

3 de marzo de 2019

Cultura escritay textos en red

¿Qué es un libro?

CARLOS A. SCOLARI: Podemos comenzar por una pregunta: ¿qué es un libro?

ROGER CHARTIER: La cuestión, ¿qué es un libro?, fue explícitamente formulada en un texto de Kant, Los principios metafísicos de la doctrina del derecho (que es la primera parte de La metafísica de las costumbres) por una razón jurídica: ¿A quién pertenece un libro? Como objeto material pertenece a la persona que lo ha comprado. En este sentido es el objeto de una primera forma de propiedad. Pero el libro es también un discurso dirigido al público. En este sentido pertenece al autor del texto. Esta ambivalencia se pensaba antes del siglo XVIII mediante una metáfora: la del libro como un ser humano que tiene alma y cuerpo. El libro fue así concebido como un discurso y como un objeto material. Muchas de las discusiones que tenemos se ligan a esta ambivalencia. Podemos abrir el diccionario de la Real Academia Española en su edición de 2001: «Libro: conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen». La primera definición es material y se remite a una forma particular de lo que podemos llamar libro, que es la encuadernación de muchas hojas dentro de un mismo objeto. Es decir, el libro que llamamos «códex» o códice, el libro que apareció en los primeros siglos de la era cristiana y que llega hasta ahora, parece definir el libro. En inglés, book es inmediatamente identificado con esta forma de libro con cuadernos, hojas y encuadernación.

C. A. S.: Es interesante esa primera definición. No dice que el libro deba estar impreso, sólo hace referencia a un paquete de celulosa.

R. C.: Volvamos a la definición: «conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen». Es la idea del libro tal y como lo conocemos. Lo irónico es que la palabra «volumen» en latín definía justamente un libro que no era un códex, sino un rollo. Seguimos. Encontramos en el diccionario una segunda definición: «Obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen que puede aparecer impresa o en otro soporte». Como ejemplo de uso, el diccionario propone: «la editorial presentará el Atlas en forma de libro electrónico». De esta manera, la segunda definición se aleja de la forma material, ya que el libro puede ser un códex o no, puede estar impreso o electrónico. La definición es discursiva: todos los textos no son libros. La definición sugiere una extensión mínima.

C. A. S.: Esta definición cruje un poco, ¿no? No me parece muy bueno eso de fijarle una extensión determinada al libro.

R. C.: El texto contenido en un libro tiene una cierta dimensión que lo diferencia de un artículo y que, al mismo tiempo, se organiza a partir de una arquitectura discursiva global, sea científica o literaria. Esta segunda perspectiva define el libro como una forma particular de discurso. Imagino que para nuestro diálogo la doble pregunta más esencial es saber cuál puede ser el destino del libro tanto como objeto material como forma discursiva en el mundo digital. La primera cuestión se arraiga a la tensión entre, por un lado, la resistencia del libro impreso en el mercado del libro y, por otro lado, su marginalización por diversas razones en el mundo digital, que está más favorable a las formas más breves de los textos que no suponen una arquitectura articulada. Lo que conduce inmediatamente a la segunda discusión: ¿Puede sobrevivir en el mundo digital el libro entendido como una arquitectura textual en la cual cada fragmento (un capítulo, un párrafo, una sentencia) desempeña un papel en relación con la totalidad textual donde está ubicado? Es la percepción de esta totalidad la que define la relación con el códex, inclusive para un lector que no quiere leer todas sus páginas. La forma material indica que extraer un fragmento implica la percepción del papel que desempeñaba este fragmento en la narración o en la demostración. ¿Qué sucede con la arquitectura que definía, con una extensión suficiente, al libro en un mundo en el cual las prácticas de lectura o la forma dominante de los textos no se conforman con la idea de la totalidad? Una apuesta fundamental me parece, entonces, comprender la diferencia de la relación entre fragmento y totalidad en el mundo de la cultura impresa o manuscrita y en el mundo digital.

C. A. S.: Es indudable que el libro aún ocupa un lugar central en la vida cultural. Cuando vemos a un niño leyendo, es algo bueno. El libro que tiene entre manos está cargado de valores positivos, no parece que estuviera perdiendo el tiempo. En cambio, ese mismo niño con un dispositivo móvil o frente a una pantalla, es casi considerado un pequeño monstruo. Incluso se empieza a hablar de adicción… El libro mantiene este prestigio que brinda ser el lugar del saber. Obviamente, esta concepción es histórica. En un momento también se veía a los libros como una posible amenaza (seguramente después volveremos sobre este tema). Otra idea que tenemos, quizá la más difundida, es que el libro es un producto industrial hecho por un editor en una imprenta. Sin embargo, gracias a sus investigaciones sobre la historia del libro y la lectura, sabemos que el formato libro no se reduce al libro industrial de Gutenberg: el libro es una interfaz de lectura que tiene más de 2.000 años de vida. En un momento de su evolución ese objeto dio un salto a la reproducción mecánica… y ahora está dando otro salto a la reproducción y circulación digital. Por eso hablamos de e-books o libros digitales. Y ahí se podría abrir el debate semántico: ¿podemos considerar «libros» a estos objetos digitales que están en las pantallas y en los cuales se simula el gesto de pasar página? Siempre nombramos lo nuevo con las palabras de lo viejo… Si Tim Berners-Lee introdujo el concepto de «página web» (webpage), es porque no tenía otra forma de llamar lo que estaba en la pantalla. Por el mismo motivo, hablamos de «libros digitales». A lo mejor todavía es prematuro y seguimos utilizando palabras viejas para nombrar lo nuevo. Pero también hay que recordar que lo nuevo tiende a parecerse mucho a lo viejo: Gutenberg quería copiar el libro manuscrito por medios mecánicos y que se pareciera todo lo posible a esas magníficas obras.

Respecto a los cambios que estamos viviendo y las nuevas materialidades de la lectura y la escritura, debemos ante todo tomar nota de un hecho: no hay ámbito de la vida social que no esté siendo transformado por las tecnologías digitales. Cuando uno toma distancia, se aprecia con bastante claridad que ya hubo cambios tecnológicos y textuales a lo largo de la historia del Homo sapiens. Ya hemos pasado por transformaciones similares, pero nunca de manera tan acelerada… Antes, el pasaje de una interfaz de lectoescritura a otra tardaba siglos o incluso milenios. Las tablillas duraron milenios; el papiro también, cientos de años, y el códex manuscrito tuvo más de 1.500 años de vida hasta la llegada de Gutenberg. Y pasaron unos cuantos siglos hasta que la imprenta hiciera sentir su influencia y el libro impreso se convirtiera en un objeto realmente popular. Lo que nos diferencia de esas transformaciones es el ritmo del cambio: ahora no estamos hablando de miles o cientos de años sino de una generación. ¡La web tiene sólo 10.000 días de vida! La primera página web fue subida a la red en agosto de 1991. Y si vemos todo lo que ha pasado en esos 10.000 días... Siempre conviene tomar distancia histórica a la hora de analizar estas transformaciones. Esa mirada lejana nos ayuda a interpretar lo que está pasando pero también a asumirlo de otra forma. No hay que hacerse el harakiri si hay transformaciones en este objeto tan querido que es el libro o en las prácticas de lectura. Como dije antes, el cambio es veloz y cuesta acostumbrarse.

Leer y escribir

R. C.: Yo diría que es más la simultaneidad de tres tipos de transformación que caracterizan al mundo contemporáneo. La primera transformación es técnica, y la comparación tan frecuente entre la invención de Gutenberg y el mundo digital se remite a la novedad de la técnica de inscripción, de comunicación y de transmisión de los textos.

La segunda transformación es morfológica. De ahí, la comparación menos hecha pero más relevante con los siglos II, III, IV, cuando la forma del libro que hemos mencionado a partir de la definición del diccionario (el códex) se ganó cada vez más importancia a expensas de la forma de libro que leían los griegos o los romanos que era el rollo. A menudo se habla de la oposición entre el códex y el papiro, pero no todos los rollos eran sobre papiro y no todos los códices sobre pergamino. Pensando en la morfología del libro, debemos considerar que nos encontramos frente a una transformación radical en el mundo digital. Por primera vez el soporte de lo escrito, la pantalla, no está vinculado con un texto en particular. El rollo asociaba un objeto material y el texto particular que este objeto material contenía. En el libro manuscrito impreso en forma de códex existe también esta relación. Con la pantalla, por primera vez tenemos un vehículo, un soporte, que puede recibir todos los textos que quiera leer o escribir el lector.

La última transformación se remite a las revoluciones de la lectura. Fueron numerosas y de larga duración. En la Edad Media, la lenta posibilidad de adquisición de la lectura silenciosa, visual, sin la necesidad de leer oralmente para sí mismo el texto leído. En el siglo XVIII