Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"En esta antología hay mujeres voladoras, mujeres lobas, mujeres serpientes, brujas, vírgenes, mártires, víctimas y victimarias, extranjeras en su propia ciudad, prisioneras, videntes, asesinas". Doce mujeres. Doce cuentos. Distintas épocas y lugares del mundo occidental. Terror. Estas autoras tienen algo en común: ya sea en vida o en obra –o ambas– todas descendieron a los infiernos; para salvarse a sí mismas o para salvar a otras. Emilia Pardo Bazán, Amparo Dávila, Charlotte Perkins Gilman, Juana Manuela Gorriti, Elaine Vilar Madruga, Mónica Ojeda, Layla Martínez, Silvina Ocampo, Clarice Lispector, Liliana Colanzi, Verena Cavalcante, Mariana Enriquez. Ilustrado por Jules Mamone.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 211
Veröffentlichungsjahr: 2025
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
© Selección, prólogo y comentarios: María Fernanda Ampuero
© de los cuentos: ver en Créditos
© FERA, 2024
Av. Callao 1660
1024, Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.fera.com.ar
Primera edición
Edición: Mara Parra
Curaduría: Victoria Benaim
Ilustración: Jules Mamone
Diseño: Belén Rigou
Digitalización: Proyecto 451
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o por cualquier medio, idéntica o modificada, sea electrónica o mecánicamente; mediante fotocopias, digitalización u otros métodos sin previo permiso expreso de la editora.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723.
Ampuero, María Fernanda
Dantescas : cuentos de mujeres que descendieron a los infiernos / Ma-ría Fernanda Ampuero ; ilustrado por Jules Mamone. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : FERA, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-631-6541-16-1
1. Literatura de Terror. 2. Mujeres. 3. Antología de Cuentos. I. Mamo-ne, Jules, ilus. II. Título.
CDD 809.89287
Índice
Sobre esta edición . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Bailar desnudas bajo la luna de sangre, María Fernanda Ampuero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Vampiro, Emilia Pardo Bazán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
El huésped, Amparo Dávila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
El empapelado amarillo, Charlotte Perkins Gilman . . . . . . . . . . 47
Una visita infernal, Juana Manuela Gorriti . . . . . . . . . . . . . . . . 89
Las fieras, Elaine Vilar Madruga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
Las voladoras, Mónica Ojeda . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
El don de mi familia, Layla Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115
Las esclavas de las criadas, Silvina Ocampo . . . . . . . . . . . . . . 127
La mujer más pequeña del mundo, Clarice Lispector . . . . . . . . 143
El camino angosto, Liliana Colanzi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Transmutación, Verena Cavalcante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .177
El chico sucio, Mariana Enriquez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Bibliografía y libros recomendados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
Créditos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235
Sobre esta edición
Siempre imaginamos que María Fernanda Ampuero sería una gran curadora y prologuista de esta antología de cuentos de terror. Lo que no supimos hasta el final es que sería insuperable. Ni lo bien que la íbamos a pasar trabajando juntas... aunque bienes una forma de decir, dado el tenor de los cuentos.
Sobra aclarar que la selección no fue fácil (¿alguna vez lo es?). Pero en estas mujeres de todos los tiempos y de distintas regiones hay algo muy fuerte en común: en vida o en obra –o ambas– todas ellas descendieron a los infiernos. Dantescas.
Este es el tercero de una colección de libros ilustrados y comenta-dos llamada “Mujeres que leen mujeres”, que buscaacercar la obra clásica de mujeres a nuevas lectoras y lectores. Los primeros títu-los fueron Un cuarto propio, de Virginia Woolf, comentado por Agustina de Diego, y Frankenstein, de Mary Shelley, comentado por Esther Cross. Pero María Fernanda nos desafió: hay que incluir escritoras contemporáneas y que dialoguen con las muertas.
Ahí fue cuando el proyecto se puso místico. Luego vinieron los maridos vampíricos de Pardo Bazán y Dávila, la casa embrujada de Perkins Gilman, los demonios de Gorriti, las vendettasde Vi-lar Madruga, las visiones de Ojeda, los conjuros de Martínez, las ami-enemigas de Ocampo, la definición de amor de Lispector, la religión como arma de Colanzi y el infierno que pueden atravesar las infancias en Cavalcante y Enriquez.
¿Qué se puede hacer después de todo esto? Acaso lo dijo mejor Ampuero:
¡Indígnense por las ausentes! ¡Pidan explicaciones! ¡Sean lectores y lectoras fanáticas!
Mara Parra & Vicky Benaim
Editoras de Fera
Bailar desnudas bajo la luna de sangre
“Las mujeres siempre hemos escrito historias de terror. ¿Es que acaso nos olvidamos de que la madre de Frankenstein, la madre de todas nosotras, es Mary Shelley?”
Jessica Amanda Salmonson
What did Miss Darrington See?: An Anthology of Feminist Supernatural Fiction
“La ocupación del escritor de terror no es sobrepasar todos los límites, sino bailar a su alrededor, acelerando ahora, retrocediendo después”.
Kathryn Cramer
Las paredes del miedo
Hace unos meses, la editorial Fera me permitió cumplir un sueño: compilar una antología de autoras de terror de distintas épocas. Algo así como juntar, en un aquelarre de palabras, a las precursoras con las contemporáneas. Una conversación entre muertas y vivas suspendida en la fantasmagoría de la literatura. Una invocación.
Pero no solo eso.
Hace muchos años había fantaseado con hacer una antología llama-da Dantescasen la que incluiría algunos de mis cuentos favoritos. ¿Por qué dantescas? Porque las mujeres de esos cuentos –sus narradoras y sus personajes– han bajado, de una forma u otra, al infierno, como Dante, pero lo han hecho solas, para salvarse ellas mismas, para salvar a otras mujeres o, simplemente, porque las mujeres transitamos los infiernos no porque se nos haya perdido allí un amor, sino porque somos mujeres y hay algo –mucho– de infer-nal en el lugar al que nos ha relegado la sociedad.
Dicho eso, aquí está, en tus manos, Dantescas.
Cuidado: arde.
Espero que, si es la primera vez que vas a leer terror escrito por mujeres, este libro sea la ventana que te permita espiar diferentes voces, diferentes temas, diferentes épocas y te genere deseos de abrirla de par en par, de leer libros enteros de sus autoras, de buscar a otras con las que podrían conversar.
Advierto: no soy la experta de las expertas en literatura de terror escrita por mujeres y, con toda seguridad, aquí vas a notar algunas ausencias, unas las creerás imperdonables, otras te dolerán un poco y algunas más te harán llamarme ignorante. Estás en tu derecho y, además, es cierto: ignoro mucho.
A mí también me duele la finitud, qué le vamos a hacer.
“Es cierto”, escribió Angélica Gorodischer en el prólogo de Esas malditas mujeres. Cuentos de escritoras latinoamericanas
contemporáneas(Ameghino Editora, Argentina, 1998), “hay antologías en las que figura toda América Latina enterita (…) pero se trata de obras inmensas que no habrían tenido lugar en esta colección. Lo que podría hacerse, y esto es un atisbo de lo mucho que nos falta, es incluir en otra antología (…) a las autoras que inmerecidamente han quedado fuera de esta. Y finalmente el asunto de la responsabilidad no necesita explicaciones. Surge cuando una no está presentando un texto propio (…), sino que está tratando de mostrar lo que hacen las demás. En el texto propio basta con el nombre allá arriba o en la carátula (…). En los textos ajenos no basta con el nombre de quien compiló. Al contrario, quien compiló tiene que hacerse cargo, correr el telón y decirseñoras y señores pasen y vean, y entrar a detallar o por lo menos a tratar de describir las delicias que hay dentro del salón de exposiciones esperando por quienes se acerquen a ver los gigantes, los albatros, las viejas señoras que tejen, las niñas obedientes y las maestras ariscas, los enamorados (…), la diferente, el muerto, el soldado, la reprimida (…), la mujer sola, la hábil, la irónica, pasen y vean señoras y señores”.
Pasen y lean.
Lo dicho. Como en toda antología hay ausencias, toda antología es un muestrario incompleto, un atisbo. Sé que echarán en falta a esta y aquella y, quién sabe, esta y aquella –quizás– estarán en una segunda entrega de esta antología.
Aún no lo sabemos.
En todo caso, que generen molestia ciertas ausencias es buena señal: las autoras de cuentos de terror son conocidas, queridas, reclamadas.
¡Indígnense por las ausentes! ¡Pidan explicaciones! ¡Sean lectores y lectoras fanáticas!
Alguna vez escuché que una antología es una antojologíade quien recopila los cuentos. No mentiré: estos cuentos me gustan. No me gustan porque están escritos por mujeres, me gustan porque son buenos. Digo más: estos cuentos me dicen algo –o mucho–; los encuentro memorables, bien escritos, delatores, esclarecedores, luminosos sobre una época, pero no solo a mí: pienso que nos permiten ver la evolución de los derechos de las mujeres en relación a su salud –sobre todo a su salud mental–, a cómo son vistas en la sociedad, a sus traumas, a la relación con sus parejas, a la maternidad, al incesto, al abuso sexual, a los mitos que las rodean, a los peligros y horrores que las destruyen y las construyen.
A la venganza. Ay sí, a la venganza.
Quiero decir, me gustan los cuentos de esta antología porque me permiten ver lo que no había visto e ir donde nunca había ido. ¿No es eso lo más maravilloso de la literatura?
Sobre la selección, hay cuentos que tenía clarísimo que quería incluir, cuentos con los que he trabajado, que he leído, releído y ana-lizado a lo largo de los años. También sabía que, de una manera casi sobrenatural, hay una hermandad nítida entre cuentos escritos con cien años de distancia.
Otros me fueron sorprendiendo en la búsqueda. De algunas auto-ras ni siquiera sabía que incluyeron elementos sobrenaturales en su literatura, de algunas autoras ni siquiera he sabido qué decir: la
atronadora explosión de su escritura me ha dejado sin palabras. Ya lo verán.
Entre todos estos cuentos hay un hilo viscoso que las vuelve a todas hermanas de sangre.
Bestias, perras, diablas, monstruas, vampiras, criaturas incompren-didas, prisioneras, diosas.
Estas señoras, las escritoras y también las protagonistas de sus cuen-tos, podrían sentarse a conversar sobre sus obsesiones compartidas.
Sería hermosísimo y peligroso.
Tal vez eso, también, es una antología.
Hay casas, muchísimas casas (“¿estos autores han reconocido sus casas?, ¿o han reconocido alguna otra verdad metafórica? El resultado de la psicología es ineludible. Las casas son ineludibles”. Kathryn Cramer), que son cárceles, santuarios o manicomios para los personajes; hay dioses, diosas y rituales paganos que llenan las ausencias que dejan religiones convencionales; hay videncia, dones, leyendas encarnadas, personajes diabólicos o vampíricos.
Hay, y tal vez con esto me quedaría, muchísimo dolor, muchísima incomprensión y muchísima soledad. El terror es un género por medio del que se exorcizan sus traumas, nuestros traumas.
La literatura de terror es la literatura cuyo territorio emocional es el terror (recomiendo muchísimo la lectura de Poderes de la perversiónde Julia Kristeva).
Compilar una antología es hacer un viaje solitario para escribir una guía de lo que a ti te ha interesado. Sabes dónde empiezas, pero no sabes lo que te vas a encontrar en el camino y, sobre todo, a quiénes –y de qué manera– vas a convencer de que hagan su propio viaje. Espero que, a partir de estos cuentos, inicien su propia genealogía de autoras. Todas, escúchenme bien, todas tenemos que elegir nuestra genealogía.
Hacer una antología es reconocer a tus abuelas, madres, hermanas, hijas.
Hacer una antología, también, es meterse al otro lado del espejo.
Encontré varias sorpresas (Emilia Pardo Bazán, genia, te amamos; Verena Cavalcante, carajo, eres una BESTIA de la escritura), confirmé algunas sospechas (“El chico sucio”, de Mariana Enriquez, es uno de los mejores cuentos del siglo XXI; “El empapelado amarillo”, de Charlotte Perkins Gilman: pionero de casi todos nuestros cuentos; Amparo Dávila, eres la diosa salvaje de nuestros altares) y con las nuevas lecturas descubrí nuevas riquezas, subtonos, símbolos que había pasado por alto (“Las voladoras”, de Mónica Ojeda, es pura poesía y obedece a las leyes de la poesía para contar un terror; “La mujer más pequeña del mundo”, de Clarice Lispector, es una preciosísima pieza de orfebrería sobre la otredad; Layla Martínez explica como nadie la crueldad omnipresente de la guerra civil española, el gen maligno que tomó posesión de un país entero… y de una niña).
Fue un placer sentar en la misma mesa a Liliana Colanzi con Juana Manuela Gorriti y escucharlas hablar sobre los distintos tipos de
demonios que persiguen a las mujeres, sobre todo a las más jóvenes, o a Elaine Vilar Madruga con Silvina Ocampo: descubrí que tenían mucho que contarse sobre el espanto, el rencor, la sororidad y la transformación de humanas en bestias que crea la violencia machista.
En esta antología hay mujeres voladoras, mujeres lobas, mujeres serpientes, brujas, vírgenes, mártires, víctimas y victimarias, extranjeras en su propia ciudad, prisioneras, videntes, asesinas. En esta antología hay espacio para todo tipo de horrores y también para evidenciar cómo las autoras, con el paso de las décadas, hemos elevado el volumen del espanto –o sea, de la voz– para helar la sangre de maneras más brutales, viscerales y rotundas.
Ya era hora.
Por supuesto, esta no es la única antología de escritoras de terror que existe. Venus en las tinieblas. Relatos de horror escritos por mujeres, selección de Antonio José Navarro, de la editorial Valdemar (España, 2022) es uno de mis libros más queridos y trabajados (de hecho, compartimos “El empapelado amarillo” de Charlotte Perkins Gilman). Sin embargo, en Venus en las tinieblas–y en muchas otras antologías de literatura de terror, como la bellísima Damas Oscuras. Cuentos de fantasmas de escritoras victorianas eminentesy Reinas del abismo. Cuentos fantasmales de las maestras de lo inquietante(publicadas por Impedimenta en España en 2017 y 2020 respectivamente), que recogen nada más autoras anglosajonas– extraño a las hispanoamericanas y brasileñas que, sin haber inaugurado la literatura gótica como tal, son extraordinarias representantes del género, tanto así que le han dado la vuelta para
reflejar realidades tan siniestramente nuestras como la desigualdad social, el desamparo de la infancia, la maligna influencia de la religión y las sectas, la violencia política y social, el racismo, el clasismo, las dictaduras.
Sí que debo hacer un aparte para mencionar una antología hermanísima de Dantescas: Aquelarre de cuentos. Antología de terror insólito escrito por mujeres(editado por Inés Ordiz y Sandra Casanova Vizcaíno para Editorial Huso, 2021). Esta antología también la habitan dos de nuestras autoras: Liliana Colanzi y Mariana Enriquez comparten habitación propia con otras extraordinarias autoras hispanoamericanas.
Así la definen sus editoras:
“Los aquelarres son asambleas de brujas en las que se invocan demonios, se conjuran espíritus y se da la bienvenida a lo Otro. En ellos, arde lo establecido. La reunión literaria que representa este volumen, no obstante, pretende ser la hoguera alrededor de la cual se reúnen dieciséis excelentes escritoras de Latinoamérica y España, sus mujeres ficcionales y sus lectores. El hechizo debe ser colaborativo: definir y exorcizar los miedos que brotan de la opresión, imaginar otros modelos y, finalmente, construirlos”.
Para este trabajo, el de antologadora –o antojologadora– también fue importante ver cómo Socorro Venegas y Juan Casamayor en Vindictas. Cuentistas latinoamericanas (Páginas de Espuma/UNAM, España, 2020) literalmente sacaron del olvido –de la oscuridad– a numerosas escritoras que, por haber sido el canon un asunto de hombres durante siglos, habían sido relegadas a ediciones
mínimas, a suplementos ya desaparecidos, a publicaciones nunca reeditadas.
Me quedo con esto de Socorro Venegas del prólogo de Vindictas:
“Es fundamental cuestionar y desestabilizar la convicción de que ya hemos leído a los mejores cuentistas latinoamericanos. Como en muchos otros campos, los lectores se han perdido, ni más ni menos, la mitad de la creación literaria, concebida por la otra mitad del mundo: se han perdido la mirada de las mujeres, su mundo interior contado por ellas mismas”.
Y con esto de Juan Casamayor, del mismo prólogo:
“Una antología es una historia de ausencias. Vindictasno viene a ocupar todo un territorio, sino que es una señal a seguir”.
También fue importante en mi proceso la antología Las paredes del miedo de Kathryn Cramer (Grupo Libro, España, 1991), que habla precisamente de la arquitectura, de la casa, casona, internado, aldea, casa de muñecas, mansión o cabaña como presencia casi viva, como personaje dentro de la historia de terror.
Dice Kathryn Cramer en el prólogo, “Arquitectura literaria”:
“En Casas de la menteabogué por la metáfora de la casa como mente y desarrollé un argumento político para comprender el terror arquitectónico como una forma de comprender el mal sistémico. Al invocar lo fantástico, el terror nos permite acceder a multitud de cosas horribles, que son demasiado dolorosas para percibirlas
directamente. La arquitectura del miedo es el horror central de la vida en el siglo XX, es un castillo de Escher, en el que el mal se ha perdido repetidamente y, liberado, ha invadido nuestros lugares seguros y nos ha dejado emocionalmente inseguros y con la duda entre la naturaleza de la realidad y la naturaleza de los horrores reales. La literatura de terror puede proporcionar comprensión para los horrores que no son de ficción y, aún más importante, quizás una lúcida respuesta emocional a través del espejo del arte”.
No puedo hablar de mis búsquedas y de la bibliografía que me ha servido para compilar y entender lo que quería contar en Dantescassin mencionar el libroSoy lo que me persigue. El terror como ficción del trauma,de Ismael Martínez Biurrun y Carlos Pitilla Salvá (Dilatando Mentes Editorial, España, 2021), un librazo que me abrió la cabeza y me permitió entenderme como persona y como autora, entender la ficción que amo y, obviamente, a las autoras que están en esta antología.
“Buena parte de la narrativa de terror consiste, esencialmente, en el relato metaforizado de una experiencia traumática, de sus consecuencias y manifestaciones (…). Los relatos y las representaciones que hacen de la vida un lugar predecible y sujeto a nuestra comprensión, súbitamente, quedan en entredicho. La rotura de los mapas del mundo y las asunciones de seguridad que acaece con el trauma es, en cierto modo, una caída de la autoridad simbólica que nos sostiene”.
Tampoco puedo dejar de mencionar el magnífico prólogo de Mariana Enriquez a los Cuentos reunidosde Amparo Dávila (Páginas de Espuma y Fondo de Cultura Económica, España, 2022); las dos,
amadísimas dantescas: “pero hay una diferencia muy importante en la obra de Amparo Dávila y sus monstruos. La mayoría de sus protagonistas son mujeres y narradoras. El punto de vista es otro. ¿Era el fantástico, como género no mimético, el que ayudó a decir sobre las mujeres cosas que no podían pronunciarse, para las que quizás el lenguaje resultaba esquivo, recóndito, secreto, casi tabú?”.
Quizás esta pregunta de Enriquez sea la única correcta. Quizás el género fantástico sea el que nos permitió y nos permite a las autoras desnudarnos a la luz de la luna de sangre e invocar a las diosas de la furia y del poder y, como una invocación repetida hasta el infinito, decirnos unas a otras a través del tiempo y el espacio: “escríbelo, escríbelo, escríbelo”.
María Fernanda Ampuero
Emilia Pardo Bazán
No se hablaba en el país de otra cosa. ¡Y qué milagro! ¿Sucede todos los días que un setentón vaya al altar con una niña de quince?
Así, al pie de la letra: quince y dos meses acababa de cumplir Inesiña, la sobrina del cura de Gondelle, cuan-do su propio tío, en la iglesia del santuario de Nuestra Señora del Plomo –distante tres leguas de Vilamorta– bendijo su unión con el señor don Fortunato Gayoso, de setenta y siete y medio, según rezaba su partida de bau-tismo. La única exigencia de Inesiña había sido casarse en el santuario; era devota de aquella Virgen y usaba siempre el escapulario del Plomo, de franela blanca y seda azul. Y como el novio no podía, ¡qué había de po-der, malpocadiño!, subir por su pie la escarpada cuesta que conduce al Plomo desde la carretera entre Cebre y Vilamorta, ni tampoco sostenerse a caballo, se discurrió que dos fornidos mocetones de Gondelle, hechos a car-gar el enorme cestón de uvas en las vendimias, llevasen
a don Fortunato a la silla de la reina hasta el templo. ¡Buen paso de risa!
Sin embargo, en los casinos, boticas y demás círculos, digámoslo así, de Vilamorta y Cebre, como también en los atrios y sacristías de las parroquiales, se hubo de convenir en que Gondelle cazaba muy largo, y en que a Inesiña le había caído el premio mayor. ¿Quién era, vamos a ver, Inesiña? Una chiquilla fresca, llena de vida, de ojos brillantes, de carrillos como rosas; pero qué de-monio, ¡hay tantas así desde el Sil al Avieiro! En cam-bio, caudal como el de don Fortunato no se encuentra otro en toda la provincia. Él sería bien ganado o mal ganado, porque esos que vuelven del otro mundo con tantísimos miles de duros, sabe Dios qué historia ocul-tan entre las dos tapas de la maleta; solo que…. ¡pchs!, ¿quién se mete a investigar el origen de un fortunón? Los fortunones son como el buen tiempo: se disfrutan y no se preguntan sus causas.
Que el señor Gayoso se había traído un platal, consta-ba por referencias muy auténticas y fidedignas; solo en la sucursal del Banco de Auriabella dejaba depositados, esperando ocasión de invertirlos, cerca de dos millones de reales (en Cebre y Vilamorta se cuenta por reales aún). Cuantos pedazos de tierra se vendían en el país, sin regatear los compraba Gayoso; en la misma plaza de la Constitución de Vilamorta había adquirido un grupo de tres casas, derribándolas y alzando sobre los solares nuevo y suntuoso edificio.
—¿No le bastarían a ese viejo chocho siete pies de tierra? —preguntaban entre burlones e indignos los concurrentes al Casino.
Júzguese lo que añadirían al difundirse la extraña noti-cia de la boda, y al saberse que don Fortunato no solo dotaba espléndidamente a la sobrina del cura, sino que la instituía heredera universal. Los berridos de los pa-rientes, más o menos próximos, del ricachón, llegaron al cielo: hablose de tribunales, de locura senil, de encie-rro en el manicomio. Mas como don Fortunato, aunque muy acabadito y hecho una pasa seca, conservaba ín-tegras sus facultades y discurría y gobernaba perfecta-mente, fue preciso dejarle, encomendando su castigo a su propia locura.
Lo que no se evitó fue la cencerradamonstruo. Ante la casa nueva, decorada y amueblada sin reparar en gastos, donde se habían recogido ya los esposos, juntáronse, armados de sartenes, cazos, trípodes, latas, cuernos y pitos, más de quinientos bárbaros. Alborotaron cuanto quisieron sin que nadie les pusiese coto; en el edificio no se entreabrió una ventana, no se filtró luz por las ren-dijas: cansados y desilusionados, los cencerreadores se retiraron a dormir ellos también. Aun cuando estaban conchavados para cencerrar una semana entera, es lo cierto que la noche de tornaboda ya dejaron en paz a los cónyuges y en soledad la plaza.
Entre tanto, allá dentro de la hermosa mansión, aba-rrotada de ricos muebles y de cuanto pueden exigir la
comodidad y el regalo, la novia creía soñar; por poco, y a sus solas, capaz se sentía de bailar de gusto. El te-mor, más instintivo que razonado, con que fue al altar de Nuestra Señora del Plomo, se había disipado ante los dulces y paternales razonamientos del anciano marido, el cual solo pedía a la tierna esposa un poco de cariño y de calor, los incesantes cuidados que necesita la ex-trema vejez. Ahora se explicaba Inesiña los reiterados «No tengas miedo, boba»; los «Cásate tranquila», de su tío el abad de Gondelle. Era un oficio piadoso, era un papel de enfermera y de hija el que le tocaba desempe-ñar por