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De aquí, de allá y de otro lado también es un viaje reflexivo por los temas que nos interpelan a diario: el rol de la mujer en la religión, la búsqueda de la verdad, la vida después de la muerte, y la crítica a las estructuras eclesiásticas. Con un lenguaje claro y provocador, Fernando Héctor Rebour pone en la mesa de debate siglos de historia y filosofía para invitar al lector a pensar, disentir y dialogar desde la honestidad intelectual. Una obra ideal para quienes buscan pensar fuera de los dogmas y abrazar las preguntas esenciales de la existencia.
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Seitenzahl: 334
Veröffentlichungsjahr: 2025
FERNANDO HÉCTOR REBOUR
Rebour, Fernando Héctor De aquí, de allá y de otro lado también : temas de discusión de ayer, hoy, mañana y siempre / Fernando Héctor Rebour. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6473-3
1. Narrativa. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Ilustración de portada: Patricia Rebour
DEDICATORIA
PREFACIO
CAPÍTULO I - El sacerdocio y las mujeres
CAPÍTULO II - Meditaciones sobre la muerte y la vida eterna
CAPÍTULO III - La Jaula de los locos, la gran epidemia argentina
CAPÍTULO IV - Día de descanso
CAPÍTULO V - La selección blanca del fútbol argentino¿Una Argentina racista?
CAPÍTULO VI - El hombre eterno, camino a su autodestrucción
CAPÍTULO VII - Aborto
CAPÍTULO VIII - Homosexualidad
CAPÍTULO IX - Discriminación
CAPÍTULO X - Pueblos y hombres elegidos
A mis hijos Claudia, Patricia, Vanesa, Cintia y Fernando, que nos han regalado 14 hermosos nietos que han recorrido junto a nosotros parte de la inmensa geografía de este hermoso país que es Argentina. Todos estudiaron y se convirtieron en personas de bien que nos enorgullecen. Hoy, junto a sus compañeros y compañeras de vida, nos siguen acompañando, apoyando y cuidando, ¿por qué no decirlo?, con respecto y cariño, y nos permiten ser unos abuelos felices y presentes.
Son cinco, como los dedos de una misma mano, de igual raíz, pero distintos; cada uno con su personalidad, impronta y carácter que los definió para enfrentar la vida y escribir su propia historia. Son el tesoro más grande que Betty, mi esposa, y yo guardamos a esta altura de nuestras vidas y los consideramos un verdadero don, una bendición que Dios nos ha otorgado.
Un ensayo no es una tesis ni una teoría científica que vierte por escrito una opinión o afirmación concreta de una idea o conocimiento establecido. El ensayo busca interpretar y analizar un tema –o varios en este caso–; opina y sostiene argumentos comunes sobre el mismo, sustentado en ideales generales que razonablemente acepta el autor y los trata con sencillez dentro de su subjetividad. Lógicamente sin agotarlo y dejándolo abierto para pensar y discutir.
Este trabajo, lejos de tener una intención didáctica, solo conlleva reflexiones propias en temas que se charlan y discuten muy cotidianamente en bares, sobremesas, pescando, caminando con amigos, con mi peluquero Claudio –gran ajedrecista y filósofo– y distintas otras oportunidades. Los argumentos tratan de ser equilibrados y objetivos, pero todos sabemos que las visiones, opiniones y hasta estudios colectivos objetivos terminan siempre teñidos de subjetividades. Por eso agrego muchos datos y antecedentes que posiblemente algunos no conocen o han olvidado. Es como la “verdad” que consiste en la coincidencia entre el conocimiento y su objeto (la cosa), entre una afirmación y los hechos o realidad. La verdad no debería ser una opinión o un hecho; debe ser universal, indiscutible, perenne, no caduca nunca, como el amanecer del sol de la mañana que surge por el oriente y se oculta por occidente. La verdad entonces sería universal, en su acepción que pertenece o se extiende a todo el mundo y a todos los tiempos, como el ejemplo expresado de la salida y puesta del sol. Pero, ocurre que hubo verdades que parecían perennes y fueron transitorias, así duraran siglos. Por ejemplo: la tierra era plana, luego esférica, pero centro del universo; luego el sol fue el centro, para pasar con el tiempo a ser una estrella más.
Incluyo a la filosofía dentro de la ciencia en general como madre de todas las ciencias o ciencia de las ciencias. Pues de ella surgen sus principios metodológicos, entre ellos el buscar el porqué de todas las cosas y la utilización del pensamiento crítico, es por ello que cambian las verdades al surgir nuevas experiencias. ¿Todas las verdades son provisorias? Linda pregunta, difícil de contestar. La RAE (Real Academia Española) nos define a la verdad como “la conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente según lo que se dice, siente y piensa”. No aclara mucho, a mi entender, pues la verdad se estima absoluta. Sin embargo, los ejemplos que podemos dar y buscar me llevan a sostener que la verdad es relativa, tanto filosófica como científicamente. Solo si incluimos a la teología encontraremos a quienes dicen que hay algunas verdades absolutas. Pero la teología se equivocó con Galileo y tardó 359 años en reconocer que es la tierra la que gira alrededor del sol y pedir perdón por su error (de 1633 a 1992).
Para muchos, la única verdad es la ontológica como la correspondencia entre el conocimiento y la realidad, entre el sujeto cognoscente y el objeto conocido (entre “el intelecto y la cosa”, según Santo Tomás de Aquino). Así, las religiones monoteístas identifican a Dios como una verdad absoluta; también Aristóteles lo consideraba el Primer Motor y causa final de todo movimiento. Pero en su Metafísica sostiene que “la verdad no se da entre las cosas sino en el pensamiento, sería una concordancia del pensamiento con la realidad”. Entonces ese concepto de Dios solo es válido para los creyentes, no para todos los seres humanos. Una verdad ontológica para todos es el ejemplo clásico del triángulo, que tiene tres lados. Hoy como ejemplo que vale como verdad ontológica es que la tierra es un planeta que gira alrededor del sol –verdad que no se consideraba cuando la tierra se creía plana, o el centro del universo, etc.–, el concepto de eternidad (que no tiene principio ni fin) o de infinito (lo que no tiene límite, como el tiempo o los números). Pero… ¿si desaparece quien tiene el conocimiento, desaparece la verdad de esa realidad?, ¿o por lo menos su realidad? Sin embargo, si desaparece el sujeto cognoscente sigue existiendo la verdad de ese objeto conocido, independientemente de nuestro conocimiento o existencia; por ejemplo, la manzana o los números para seguir agregando. Al final algo de razón tiene Savater al considerar “la filosofía como una actividad de crítica permanente, de expresión de la subjetividad e incluso de provocación”; que es lo que he hecho en este párrafo.
Porque muchos aceptamos que hay verdades relativas, pues de las verdades absolutas acepto una que sí está a nuestro alcance: “yo soy, existo” (“cogito ergo sum”, “Pienso; por consiguiente, soy” – René Descartes), “y el mundo circundante que me rodea”, que percibo con mis sentidos, también existe y lo veo e interpreto según mi subjetividad. Rechazo de plano ingresar a las estupideces filosóficas que tratan de convencerme de que no existo y que soy producto del pensamiento de otro. O que existo, pero todo lo otro es producto de mi pensamiento; una creencia metafísica llamada solipsismo (traducido como “solamente uno mismo”) que sostiene que la realidad que nos rodea es incognoscible.
Aquellos que, como este autor, opinan igual que Descartes en este tema –que somos la mayoría, inclusive sin saberlo– está dirigido este ensayo. Para darnos argumentos en muchas ideas y cosas que pensamos en soledad o charlamos con terceros. Para reforzar con datos, historias, números, estadísticas y terceras opiniones que podrán abrirnos un poco más la mente y ver de otra forma la realidad y falsas verdades que nos quieren vender en los medios de comunicación de uno o cualquier otro bando, sean capitalismos, comunismos, populismos, conservadurismos, nacionalismos, liberalismos y todos los -ismos que se les ocurran. Veamos si podemos pensar por nosotros mismos: leer, investigar, buscar y hasta terminar al fin este libro, sea que lo regales, lo recomiendes o lo tires a la basura –cosa que no me ofendería si lo leyeron todo y llegaron a la conclusión de que ese era su destino, esa era la intención a la larga.
Trataremos de ver versiones distintas a las que nos han inculcado desde niños y adolescentes en escuelas, colegios y hasta en muchas universidades ideológicamente dependientes y abortivas del libre pensamiento; donde muchas están cargadas de subjetivismos políticos, teológicos, escuelas filosóficas y proyectos educacionales tendenciosos.
Recordemos algunas verdades slogan: “Perón me ama y Evita también”Argentina. “La revolución como lucha del proletariado”; “Proletarios de todos los países, uníos”Rusia. “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”; “He cometido errores, pero ninguno estratégico, simplemente táctico. No tengo ni un átomo de arrepentimiento de lo que hemos hecho en nuestro país” Fidel Castro en Cuba”; “Dios, Patria y Hogar” viejo lema adoptado por Mussolini en Italia, “Ante Dios y el mundo, el más fuerte tiene el derecho de hacer prevalecer su voluntad”, “La vida no perdona la debilidad”, “El partido nazi no será un sirviente de las masas, sino su amo”Hitler en Alemania; “Para corregir un error, hay que sobrepasar los límites justos: de otra manera, el error no será corregido”; “Una sola chispa puede incendiar toda la pradera”, Mao en China; “Habla suavemente y lleva un gran garrote; llegarás lejos”, Theodore Roosevelt en EE. UU.; y creo es suficiente como botón de muestra.
Hay muchos temas a desarrollar de estas charlas y conversaciones entre amigos, familiares, etc. ¿Cómo elegí los que están en este libro?, pues simplemente por una encuesta personal. Dejé fluir la charla, el vino y la sobremesa; dejé que el entusiasmo brote; siempre alguien se exalta, pero la mayoría lo calma reclamando que los gritos no cubren las razones y los argumentos, eso generalmente calma las fieras. Elegí, por lo tanto, los más recurrentes y me ocupé de analizarlos y opinar.
El tiempo y los lectores dirán si seguimos agregando temas en segundas partes o consideran que han perdido el tiempo y ni siquiera terminaron esta primera.
Por último, y creo es importante, quiero advertir a los lectores que encontrarán en algunos capítulos conceptos o referencias ya mencionados en alguno de los anteriores, redactados de otra forma y adaptados al tema tratado en ese apartado; la razón es sencilla y se trata de “economía de la lectura”, a los efectos que alguno no se sienta con la intención de volver a buscar la narración o mención anterior; aquellos que tenían el concepto claro por conocerlo anteriormente, les pido disculpas y sigan de largo.
Se dice que las mujeres no pueden ejercer el sacerdocio porque cuando Jesús eligió a sus seguidores, o apóstoles, opto por 12 hombres; e ignoran que hasta el final de sus días lo acompañó una mujer: María Magdalena. Aparte de ello, ella fue el primer ser humano al que Jesús se presentó resucitado, o sea, como un verdadero Dios o ser sobrenatural. No se le presentó a Pedro, la piedra donde edificaría su Iglesia; ni a Juan, su discípulo más amado; ni siquiera a su madre María, que entregó su vientre y acompañó a su hijo hasta el calvario por fe; o a una persona desconocida que hubiera llenado con su nombre páginas en la sagrada historia.
Ella tiene varios párrafos claramente dedicados en los cuatro Evangelios, fundamentalmente acompañando a María madre en la crucifixión, cuando van a rezar el primer día, en el sepulcro, y en la ya mencionada resurrección. Inclusive, cuenta con algunos versículos confusos como aquellos donde, se supone, la mencionan como María de Betania, aquella pecadora que baña con sus lágrimas los pies de Jesús, los besa y les pone perfumes; una en la casa de Lázaro, otra en la de Simón Pedro, o como la prostituta acusada de adulterio y lista para ser apedreada. Pese a eso, es mencionada 12 veces en los Evangelios después de Jesús, lógico centro; ocupa el quinto lugar de las personas más mencionadas después de la Virgen María, Pablo, Juan y Santiago; y por delante de Juan el Bautista, San José y el resto de los apóstoles; lo que demuestra que no fue un personaje secundario como la quiso presentar la Iglesia Católica por siglos.
En los primeros años del cristianismo, dice la tradición evangélica, fue muy venerada como la discípula preferida e inseparable de Cristo por encima de los otros apóstoles y compañera de María Madre en sus dolores y aflicciones, nunca señalada como esposa o mujer de Jesús. Se mencionan muchas veces sus diferencias, quejas y envidias de Simón Pedro, tanto en la tradición como en los evangelios apócrifos o agnósticos.
Desde los primeros siglos, según la tradición de la Iglesia y especialmente entre los años 150 a 200 d. C., parece que se tomaban como libros sagrados los evangelios escritos por Lucas y Juan, incluidos fragmentos de su apocalipsis; los Hechos de los Apóstoles y 13 Epístolas de Pablo. Esto surge del descubrimiento del Canon de Muratori del año 170 d. C., esos escritos se mantuvieron como sagrados en la liturgia, aunque sin confirmar por el Concilio de Nicea del año 325.
La mujer estaba, en los primeros años del mundo cristiano, en un verdadero primer plano por María Madre y María Magdalena. Algo que chocaba con la tradicional subordinación cultural de la época, donde prevalecía un acérrimo patriarcado y donde los sacerdotes no daban cabida a las mujeres más que para la responsabilidad de la crianza de los hijos o las tareas subalternas de comida y limpieza. Así se integraban al credo de la iglesia la Virgen María, Isabel, madre de Juan el Bautista; Marta, Juana, la mujer de Cusa que era el administrador de Herodes; Susana, Lidia y tantas más. Pero una apóstol mujer molestaba a la larga, una sacerdotisa como la Magdalena que predicara, opinara y estuviera siempre al lado del maestro provocaba en varios o muchos de ellos envidia, celos o enojo.
Con el tiempo, la figura de Jesús junto con los apóstoles, la Virgen María, Juan el Bautista y la mismísima Magdalena, entre otros, tomaron dimensiones inimaginables para el mundo conocido. La mujer que siempre había estado en el plano secundario de las sociedades fuertemente patriarcales, inclusive para los judíos, tomaba otra dimensión con Jesús. No solo por su madre, María, sino porque las mujeres estaban en primerísimo plano en los grandes momentos de la vida, muerte y resurrección de Jesús. No olvidemos que fue a una mujer, la Samaritana en el pozo de agua de Jacob, que él se reconoció como el Cristo por primera vez y fue “mujer” la primera palabra que mencionó el Jesús resucitado, cuando le preguntó a Magdalena: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Son mensajes con un profundo simbolismo del respeto, reconocimiento y amor que quería imponer Jesús en sus seguidores.
Los Evangelios fueron reconocidos oficialmente para la liturgia por el Concilio de Trento (1545-1563). Allí, en la reunión del 8 de abril de 1546, se aceptaron como Libros Sagrados los Evangelios y Hechos de los Apóstoles anteriormente mencionados y los Evangelios de Mateo y Marcos ya incluidos en la llamada Biblia Vulgata, que era la “Vulgata editia” o “Edición divulgada”, reconocida oficialmente desde ese momento por la Iglesia. Se trataba de una traducción de los textos sagrados hebreos y griegos al latín corriente y no al clásico del siglo IV (382 d. C.) por Jerónimo de Estridón a pedido del papa Dámaso I, para ordenar y unificar el credo y liturgia de la Iglesia. Vale esta aclaración para borrar lo de Vulgata como sinónimo de vulgar, ya sea por latín corriente y no vulgar, sino editado, escrito.
Desde fines del siglo II se utilizaban las escrituras (Biblias o Libros) en hebreo o griego, esta última era conocida en sus últimas versiones como la de “Los Setenta” o simplemente “LXX”. Posteriormente, se usaron sus traducciones al latín, la llamada “Vetus latina” o Biblia Latina Antigua en sus distintos textos y versiones; estas eran de uso local y adaptadas según las distintas comunidades, incluían los actuales cuatro evangelios, pero también agregaban otros. Inclusive, los 4 evangelios tradicionales tenían diferencias en sus traducciones según las versiones que se utilizaban. Hasta allí, María Magdalena tenía un muy buen ganado lugar en la tradición cristiana.
Recién en el siglo VI (año 521), el papa Gregorio I trató de identificarla peyorativamente en su homilía 33, exponiéndola públicamente como pecadora y prostituta. Es desde ese momento que María Magdalena pasa de ser una primus inter pares de los Apóstoles a una “penitente” o pecadora arrepentida.
Expresa Gregorio I en esa famosa homilía: “Ella, a quien Lucas llama mujer pecadora, a quien Juan llama María; creemos que es la María de la que fueron expulsados siete demonios, según nos cuenta Marcos. ¿Y qué significan estos siete demonios sino los vicios?... está claro, hermanos, que la mujer usó previamente el ungüento para perfumar su cuerpo en actos prohibidos. Eso que antes desplegaba de la manera más escandalosa es lo que ahora ofrece a Dios de la manera más admirable”. Refiere entonces a Lucas 8:1-2 “Aconteció después, que Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios, y los doce con él, y algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malos y de enfermedades: María, que se llamaba la Magdalena, de la que habían salido siete demonios”. Por eso y de esa forma, pasa María Magdalena del altar a ser un personaje secundario.
Pese a todo, Santo Tomás de Aquino (1225-1274) –uno de los Padres de la Iglesia–, se refiere a ella como “Apóstola de los Apóstoles” pues es quien anuncia la buena noticia de la resurrección de Jesús al resto de los apóstoles para que estos y sus seguidores retransmitan la “buena noticia” hasta el día de hoy. Lo único que diferencia y define a un cristiano es que creemos en la resurrección. Resurrección en alma, pero también en cuerpo como ocurrió con Jesús. En el Antiguo Testamento, los judíos hacen menciones muy tangenciales sobre la resurrección, como en Daniel 12:2: “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para la vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua”. Pero hay que forzar mucho la interpretación para separarla de la creencia tradicional del alma etérea que sube al cielo, y compararla con la de Jesús que se presenta corporizado a Magdalena y luego a sus apóstoles.
Santo Tomás sabía griego y latín, había leído y traducido a Aristóteles y sin duda también copias y traducciones del arameo de los libros y escrituras sagradas que llegaron a sus manos de países árabes. Pudo leer originales de los Evangelios que fueron interpretados, y sin duda reescritos y adoptados luego por el Concilio de Trento y posteriores para acomodar la doctrina de la Iglesia; que ya quería perfilarse como la Segunda Roma: suprema y hacedora de los señores feudales, príncipes, reyes y emperadores. La Iglesia no quería ser cabeza del Reino de los Cielos, sino de los Reinos de la Tierra. Allí comienza la degradación y corrupción que dura, salvo contadas excepciones, hasta nuestros días con cardenales y papas que ocultan y protegen la pedofilia, la homosexualidad sacerdotal, los negociados financieros y la riqueza incalculable e innecesaria del Vaticano como Estado. La Iglesia Católica como organización, con sus miembros y jerarquías más conspicuas viviendo, en su gran mayoría, en la opulencia.
Qué lejos quedó la imagen de un Jesús caminante en sandalias, vestido únicamente con dos túnicas: una interior y otra exterior larga hasta los pies, sujeta a la cintura, y un manto para los tiempos de frío; comparado con nuestros obispos, cardenales y papas que, salvo excepciones, visten muy bien y como verdaderos reyes en las ceremonias religiosas. Ni qué hablar de la estética corporal, donde son pocos los que demuestran frugalidad y ayunos espirituales. En ese sentido, hay que reconocer que “nuestro” papa argentino está proponiendo con el ejemplo un cambio, espero se continúe cuando él se vaya; aunque la historia no justifica mi entusiasmo.
Y lo peor de todo es que viven hablando de la caridad, la ayuda y apoyo a los pobres y más necesitados, la distribución de la riqueza, etc. Los que deberían ser los primeros en repartir y distribuir dejan a resguardo sus riquezas, sin duda las más importantes, repartidas en todo el mundo en dinero, joyas, palacios, propiedades, campos inmensos, obras de arte, negocios financieros, cuentas bancarias, etc. Me atrevo a deducir que el Vaticano como Estado propiamente dicho, o sea como organización político-administrativa de una comunidad o sociedad, es el más rico del mundo; o la mayor multinacional con sede en Roma.
Volviendo a la Magdalena, tuvieron que pasar casi 15 siglos para borrar ese escandaloso, sacrílego y maligno comentario. Recién en 1969, el papa Pablo VI retiró ese apelativo de penitente del calendario litúrgico y dejó de considerarla una prostituta arrepentida, aunque todavía muchos, por ignorancia, se quedaron con esa historia ya tradicional.
En 1988, el papa Juan Pablo II da otro importante paso cuando se refiere a María Magdalena como la “Apóstol de los Apóstoles” –tomando la definición del Santo Tomás–, en su carta Mulieris Dignitatem sobre la dignidad de las mujeres. Finalmente, el 10 de junio de 2016 el papa Francisco publicó el decreto donde se eleva a la dignidad la memoria de Santa María Magdalena al grado de fiesta del Calendario Eclesiástico.
Sin embargo, Francisco da como definitiva las palabras de su antecesor y expresa: “El papa santo Juan Pablo II ha tenido la última palabra clara al respecto y esto sigue en pie”, refiriéndose al documento de 1994 que estipula que las mujeres nunca podrían participar del sacerdocio de conformidad con la tradición de la Iglesia, porque el mismo Cristo, que instituyó el Sacramento, determinó que fueran solo varones quienes ejerzan el ministerio. Juan Pablo II cerró el tema en su Ordinatio Sacerdotalis y expresó que la ordenación de mujeres no es ni será permitida porque “la Iglesia no tiene de ninguna manera la facultad de darles a las mujeres la ordenación sacerdotal, y esta sentencia debe ser considerada de modo definitivo por los fieles de la Iglesia”.
Juan Pablo II y Francisco olvidaron quetampoco “la Iglesia tenía de ninguna manera la facultad de quitarles a las mujeres la ordenación sacerdotal” que existíadesde los inicios. Estos dos papas olvidaron que el propio Apóstol Pablo nos contó que Jesús subrayó: “Efectivamente, todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús; pues todos han sido consagrados a Cristo y, por el bautismo, de Cristo han sido revestidos. Ya no hay distinción entre judío y no judío, entre esclavo y libre, entre varón y mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús”. Gálatas 3:26-28. Pablo no dice nada con respecto a excepciones entre ellas y el sacerdocio, pero sí muy claramente, en una de sus cartas, se refiere a “… Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas”. Epístola a los Romanos, 16:1.
En las Biblias modernas de los últimos 30 años, las traducciones oficiales de la Iglesia Católica le sacaron mezquina y aviesamente la palabra “sacerdotisa”, pues tira por la borda su oscura “tradición de la Iglesia”. Pero figura ese texto aún en La Biblia de Ediciones Paulinas –4ª edición el 1 de febrero de 1988, con la aprobación de la Conferencia Episcopal de España–, donde en su página “Colaboradores” figuran los sacerdotes y teólogos de distintas órdenes: OFM (Orden de Frailes Menores de San Francisco), OCD (Orden de los Carmelitas Descalzos), SJ (los Jesuitas), CMF (los Misioneros Claretianos), entre otros.
Pero para no quedar mal, el papa Francisco, luego de confirmar lo manifestado por Juan Pablo II, agregó muy diplomáticamente que: “Hay muchas cosas que las mujeres hacen mejor que los hombres”. Yo agregaría –exagerando– como ejemplo el parir, aunque sin duda él se refiere a la dimensión que la Iglesia le quiere dar a la mujer dentro de la actividad de monjas y hermanas religiosas.
No está claro cuando comenzaron las mujeres a perder su peculiaridad, respeto, presencia o importancia en la Iglesia. Pero no es difícil llegar a la conclusión que, así como se dice, no solo de pan vive el hombre; también podemos decir que no solo por la fe se puede desarrollar una mujer en la Iglesia, sea tomada esta como colectivo social de creyentes o como estructura organizacional en una sociedad fuertemente patriarcal. Cuando comenzaron las discusiones o polémicas entre los propios apóstoles por las distintas interpretaciones de la palabra de Jesús; y esta al ser divulgada de boca en boca, sin un manual o protocolo de fe escrito por el maestro o el Mesías, las cosas comenzaron a complicarse al punto de tener que realizar un primer concilio, el llamado “Concilio de los Apóstoles” o “Concilio de Jerusalén”, allá por el año 50, a menos de 20 años de la muerte de Cristo. Cada apóstol, como es lógico y natural, agregaba a las palabras del Maestro su impronta personal, su historia, su naturaleza, su subjetividad; además de tener que adaptarla a los pueblos que visitaban. El patriarcado era fuerte en ese mundo antiguo y se reflejaba en las comunidades cristianas.
La circuncisión, las relaciones sexuales, la comida de carne de cerdo, las comidas con sangre, la forma de sacrificar los animales para alimentarse y otras costumbres paganas fueron temas tratados y guiados por el cardenal de Jerusalén, Santiago el Justo –para diferenciarlo de Santiago el Mayor, Patrono de España–. Se buscaba facilitar a los gentiles, en especial a los del Mediterráneo, a unirse al movimiento y abrazar la religión y fe cristiana.
Se llegó así al siglo II y comenzó a afianzarse una estructura jerárquica y burocrática en la Iglesia que imposibilitaba la emancipación de la mujer; fundamentalmente porque la educación, noble ideal helénico trasladado a los romanos y llevados por estos al resto del Mare Nostrum, no incluía a las mujeres, salvo muy marcadas y determinadas excepciones. Por ello, la teología, lo mismo que la filosofía y el resto de las ciencias, así como lo básico de leer y escribir, quedaron reservados a los hombres. De esa forma se excluye a las mujeres del ministerio de la Iglesia pese a las enseñanzas y ejemplo de Jesús.
Logrado excluir, por acción u omisión, a las mujeres del ministerio y administración teológica de la comunidad cristiana o iglesia, a partir del siglo III comenzó a surgir la vida monástica en comunidad; o sea, un conjunto o grupo de seguidores de Cristo dedicados a la oración y la contemplación al creer que de esa manera están más cerca de Él, compartiendo las pocas posesiones que conservaban luego de entregar todo a los pobres.
Al principio, esos monjes o creyentes cristianos vivían solos como ermitaños en cuevas, tiendas o chozas en el desierto, de allí que tomaban el nombre del griego monasterion (uno solo). Luego, ese nombre siguió como “monasterio” para designar el lugar donde habitaban varios o muchos de ellos en una comunidad religiosa. Se menciona a San Antonio en el siglo III, en Egipto, como un monje cristiano qué se internó junto a sus seguidores en el desierto a vivir una vida de oración y penitencia.
En el siglo VI apareció San Benito, que creó una comunidad con tres reglas de convivencia estrictas de pobreza, castidad y obediencia al Abad o superior de la orden. Esos serían los votos de las futuras órdenes religiosas que surgieron más adelante.
Se dice, según la tradición, que los monasterios de mujeres surgieron casi al mismo tiempo que los de hombres, y que sus superiores o abadesas eran familiares o hermanas de los clérigos más importantes de la zona. Se menciona a San Pacomio como fundador de varios monasterios, entre ellos dos de mujeres; lo mismo que San Antonio Abad y San Basilio que también fundaron monasterios o conventos de mujeres. También San Jerónimo, uno de los Padres de la Iglesia y traductor de las escrituras del hebreo y griego al latín ya mencionado (La Biblia Vulgata), fundó en Belén, por el año 400, sendos monasterios para los hombres y mujeres religiosas de su comunidad junto a Paula, su hija espiritual. Pero ya estaba instalada la supremacía del hombre sobre la mujer religiosa.
María Magdalena, la discípula preferida de Jesús y Apóstol de los Apóstoles, ya había quedado lejos en la historia. La mujer pasó a ser sierva de la Iglesia en el sentido lato y literal. Gregorio I la bajó del altar y ya nadie pensó en el sacerdocio u orden sagrado femenino. Muchas brujas en la Edad Media fueron a la hoguera por insinuar semejante herejía.
Desde San Agustín en el siglo IV, sacerdotes, obispos, teólogos y padres de la iglesia no pudieron, ni quisieron, ni intentaron dejar de lado la idea dominante del patriarcado, vieron siempre a la mujer sometida al hombre y confirmaron esa idea ancestral dominante. Idea que tomó Pedro 3:7, quien pide a “los maridos ser comprensivos y respetuosos con sus mujeres, pues la mujer es un ser más delicado” y los escritos de Valerius Maximus “La debilidad de la mente y el rechazo de su deseo de trabajo duro, debe advertir a las mujeres de que deben poner todas sus fuerzas para trabajar diligentemente en su autoformación”. Factorum et dictorum memorabilium, libro IX, 1-3. Lo que lleva a San Agustín en la misma línea de pensamiento al sostener “que el varón es el sexo más digno”y otras frases con cierto sentido misógino. Hijos de un tiempo y esclavos de la cultura dominante.
También refiere a su debilidad física y condiciones intelectuales inferiores, escribiendo “Hay también un orden natural en los seres humanos, de modo que las mujeres sirvan a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte. Hay, pues, una clara justificación en las dominaciones y en las servidumbres, de modo que quienes sobresalgan en la razón, sobresalgan también en el dominio”.
Hasta el propio Santo Tomás en el despertar del segundo milenio se refería a la mujer como “un ser endeble y defectuoso” o “que el padre debe ser más amado que la madre, pues él es el principio activo de la procreación, mientras que la mujer es tan solo el principio pasivo”. Con esa cultura medieval y arcaica, la iglesia (con i) fundamentó sus argumentos. ¿Es el Espíritu Santo el que los guía?
Al lector que le gusta investigar y consultar encontrará también muchas frases de San Agustín y Santo Tomás resaltando y alabando las virtudes de las mujeres. Sin duda, los que tiran las piedras leen las primeras y no las favorables y sin duda las jerarquías de la Iglesia hacían eso en su momento para alejar a la mujer del sacerdocio.
Tampoco se habló de la Inquisición que tuvo su origen al sur de Francia en el año 1184, luego al norte de España en los reinos de Aragón y Castilla, ni de los escandalosos papados de la edad media, conocidos como “los años de los papados de la pornocracia”, como Juan XI (año 931), elegido con 20 años de edad, o su sobrino luego papa Juan XII (955) “el fornicario”, elegido con 17 años y que murió asesinado a martillazos, según las malas lenguas, por un marido que lo encontró en la cama con su esposa; o Bonifacio VIII que según Dante en su Divina Comedia: “se ganó un lugar permanente en el octavo círculo del infierno”, o el papa León X (Giovani de Médici, hijo de Lorenzo de Médici “El Magnífico”), designado cardenal a los 13 años por otro corrupto, el papa Inocencio XIII. Tampoco podemos dejar de mencionar al papa Benedicto IX, sobrino y descendiente de varios de los nombrados anteriormente, que fue tres veces papa entre 1032 y 1048, pues vendía el papado y luego volvía al cargo, así fue el descendiente de San Pedro N.º 145, 147 y 150, todo un récord como el balón de oro entre Messi o Cristiano Ronaldo. No me querrán convencer que en esas elecciones estaba presente el Espíritu Santo. Así, con ese espíritu, decidían también que la mujer no podía ejercer el sacerdocio.
No podemos pasar por alto que el papa Clemente IV tuvo que “rajarse-correr-escapar” a Viterto, un pueblo al norte de Roma, para estar un poco más tranquilo y alejado de las internas cardenalicias y de los aristócratas de la ciudad eterna que mucho influían en las decisiones de la Curia. Cuando murió en 1862 se armó un gran “tole tole” que duró casi tres años, pues los dos bandos de cardenales, los carolinos que querían un francés y los gibelinos que querían un italiano (o del Sacro Imperio Romano), no se ponían de acuerdo. Hasta que los pobladores de Viterbo se cansaron de mantenerlos y aguantarlos, los encerraron “bajo llave”, en latín “conclave” (se cuenta que varios cardenales murieron descompensados por la drástica reducción de comidas y bebidas). Allí se pusieron rápidamente de acuerdo y eligieron uno de “afuera”, un cardenal que andaba de “cruzada” por Jerusalén, más precisamente en Acre, al norte de Haifa.
Tampoco olvidemos a los siete papas de Aviñón entre el 1309 y 1376, del famoso cisma de la iglesia católica de occidente (posterior al cisma de la iglesia de Roma y Constantinopla de 1054); o el de Alejandro VI (el español Rodrigo Borgia entre 1492 y 1503; corrupto, libertino, incestuoso, amante de su propia sobrina, con mujer e hijos; podridos por la vanidad, el dinero y el poder, vendedores de Obispados a la nobleza y luego indulgencias a los mejores postores. Borgia fue uno y quizás en más mencionado por la literatura universal, pero lejos de ser el único, ni el primero y mucho menos el último. Dejo mi lista aquí, para no ser tildado de antipapa. Debo reconocer que hubo muchos que intentaron cambiar la historia y no pudieron, como Juan XXIII “El Bueno” o Juan Pablo I, muerto misteriosamente al mes de asumir su papado. Se me viene a la mente la famosa novela de Morris Wets Las Sandalias del Pescador, luego éxito cinematográfico con Anthony Quinn como protagonista; pero la vida real es más dura y fantástica que las novelas o el cine.
Menciono todo esto para tratar de ver cuándo se perdió el mensaje de Jesús, cuándo la corrupción ingresó entre los seguidores de los apóstoles y los sucesores de Pedro, cuándo el Espíritu Santo comenzó a alejarse de la iglesia burocrática clerical o, mejor dicho, cuando la iglesia comenzó a alejarse de Él y dejó de concurrir a los cónclaves para elegir al sucesor de Pedro, pues en definitiva los papas deberían ser eso exclusivamente: los jefes espirituales de la iglesia; como ocurre en la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla (Estambul) con su Patriarca que es el sucesor del Apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro.
Esa iglesia extraviada y corrupta fue imponiendo la tradición por la cual las mujeres no podían integrar el orden sagrado del sacerdocio; no tengo ninguna duda de que, si hubiera habido mujeres sacerdotes en ese momento, la invasión satánica, metafóricamente hablando, no hubiera ocurrido. Porque no los habrían matado a martillazos como a Juan XII, pero sí las monjas les habrían cortado los testículos y el pene a todos esos herederos de San Pedro descarriados, serían todos eunucos. Ese fue el verdadero temor e impedimento.
Recordemos el mito (o verdad, historia similar a la del rey Arturo) de “Juana la Papisa” que se dice fue papa a fines del siglo IX unos dos años hasta que fue descubierta al tener un niño en plena calle de Roma, en lo que hoy es la esquina de SS Quatro y vía dei Querceti, donde se construyó una pequeña capilla que alimenta la leyenda y es otra de las atracciones turísticas. Luego de eso se creó otra leyenda que cuenta que a partir de allí se hizo una silla letrina (un inodoro, que ya existían), para controlar los testículos y el pene de los designados papas en el cónclave antes de la fumata blanca. La Iglesia sostiene que ese mito se basó en que el papa Juan VIII (872-882) era de poco carácter y algo andrógeno o afeminado.
Y estas historias siguen con el papa Formoso (891-896) que tras su muerte fue desenterrado, juzgado por orden del nuevo papa Esteban V en el llamado en la historia como “el sínodo del cadáver”, donde sus cardenales enemigos políticos hasta hicieron poner un sacerdote detrás del asiento donde habían sentado al apestoso cadáver, para que respondiera como un ventrílocuo las preguntas que le hacían sus acusadores. Fue condenado, parcialmente mutilado en los dedos de su mano derecha (con los que bendecía) y enterrado (otras fuentes afirman que fue arrojado al Tíber, estimo en este caso con cadenas y piedras). A los pocos meses, su cuerpo es recuperado por orden del papa Teodoro II, reivindicado y enterrado en San Pedro. Ni hablar del Juan XII (955-964) designado papa con 18 años, llamado “el fornicario” (por fornicador) y cabeza de la famosa “pornocracia” de la época; se dice que terminó muerto de unos martillazos infligidos por un carpintero que lo sorprendió en la cama con su esposa. Como estas hay muchas más historias que nos dicen que el Espíritu Santo no se asomaba por Roma desde muy temprano; pero dejo al criterio de cada lector introducirse en estas historias de la iglesia (siempre con i minúscula); que quiso condenar a muerte, influenciando a Napoleón, al pobre Marqués de Sade, un “nene de pecho” al lado de los mencionados que solo utilizó su propia experiencia e imaginación para sus novelas eróticas.
Volviendo unos párrafos atrás, como dijo Sor Juan Inés de la Cruz “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo que tanto culpáis”. Retomo la prohibición del sacerdocio a las mujeres; claro que hubo reacciones y así surgieron las órdenes en conventos y monasterios, como los Benedictinos en el 529, los Cartujos en 1084, los Franciscanos en 1209, los Dominicos en 1216 y tantas otras que trataban de tener otra visión de la palabra y obra de Jesús, muy distinta a la Curia Romana. Lo mismo ocurría con las órdenes de monjas y hermanas religiosas, entre las más antiguas estaban la de Santa Clara de Asís 1250, las Concepcionistas en 1489 o Carmelitas de 1562 y tantas otras de monasterios desde los dos primeros fundados por San Pacomio, y luego otros por San Antonio Abad desde el siglo IV.
El reconocimiento actual de los papas a la figura y santidad de María Magdalena no los mueve un ápice para considerar el derecho de la mujer al sacerdocio. Parece que el Espíritu Santo tiene líneas de comunicación distinta con otros credos cristianos, pues iglesias como la Anglicana de Inglaterra, Presbiteriana de Escocia, Episcopal de EE. UU., Católica Mariavita de Polonia y otras tienen el sacerdocio femenino, incluidas obispos.
Hay muchas formas de leer, interpretar y considerar La Biblia, tema que puede ser para un capítulo completo. Pero resumidamente en este punto del sacerdocio femenino, creo que indiscutiblemente no puede dejar de considerarse que ES el contexto cultural de subordinación de la mujer al hombre y no la palabra del Verbo o la iluminación del Espíritu Santo la que llevaron a esa fuerte discriminación y proscripción de la mujer en el Orden Sagrado y cargos eclesiásticos en la cúpula de la Iglesia.
“El Verbo (la Palabra) se hizo carne”, Juan 1:14; no “hombre” o “varón”; encarnó para llevar a cabo su obra; y la época, la cultura, la sociedad y la propia ya mencionada subordinación histórica y ancestral del pueblo judío, daban prioridad al hombre desde la propia interpretación literal creacionista del Génesis, donde Dios hizo todo en siete días y creó primero al hombre Adán y luego a Eva. Eso teóricamente ocurrió en el año 3760 a. C. donde arranca el “Génesis” o inicio del mundo, hoy en el 2025 hace 5.785 años.
Sin decirse ni escribirse, pareciera que el Señor de los Cielos, el Creador, Nuestro Dios, tiene sexo y MASCULINO. Por eso envió a su hijo primogénito Jesús, VARÓN y este designó a Simón-Pedro, otro VARÓN, como su continuador para edificar su Iglesia. Todo claro y establecido en las escrituras en forma “tácita” o sobreentendida. ¡ESTÁ CLARO, CONVENCE!, PUES A MÍ NO. La sexualidad es un don que el creador diseñó para la multiplicación de sus criaturas, en especial el hombre. Pero el Dios Increado es simplemente la fuente de toda existencia, es el último. ¿Por qué?, pues hasta allí llega nuestro conocimiento, fe, filosofía y especulaciones dialécticas.
Las Escrituras no le otorgan a Dios sexo ni género, lo describen como un Espíritu Puro; pero el hombre lo antropomorfizó en sus pinturas, figuras, cuentos y novelas, generalmente anciano y con barba larga. El más famoso es el fresco en la bóveda de la Capilla Sixtina llamado La creación de Adán pintado en 1511 por Miguel Ángel Buonarroti.
Ese sentido figurativo y metafórico de la Biblia no puede tomarse literalmente, pues contradice toda la Historia, Antropología y ciencias del hombre sobre el universo y la tierra. El Homo sapiens tuvo su aparición hace unos 315.000 años en Marruecos, se encontraron rastros en Etiopía de hace 200.000 años y grandes muestras en Pinnacle Point (Sudáfrica) de hace 165.000 años. Los restos del Hombre de Cromañón de hace 45.000 años o los pintores de las Cuevas de Altamira (España) de hace 40.000. Esos eran hijos del mismo Creador y enésimos abuelos antecesores del Adán y Eva expulsados del Edén. No podemos dejar de mencionar que uno de los primeros esqueletos de homínidos bípedos (llamado Lucy), con más de 3.000.000 años, fue encontrado en Afar en el Cuerno de África, en referencia a una cadena evolutiva.
Lo elemental de la Geología (ciencia que estudia el origen, formación y evolución de la tierra) y la Paleontología (que estudia el origen y evolución de la vida en esta misma tierra) nos inhibe de mayores comentarios. Los tiempos bíblicos son simbólicos, metafóricos y es lógico que así lo fuera. Las ciencias mencionadas, como la Geología o Paleontología, tuvieron el despegue de su desarrollo a partir del siglo XIX e hicieron explosión en el siglo XX con los adelantos tecnológicos del Carbono 14, ADN, etc.
Y hoy día está probado científicamente que la evolución anatómica del hombre fue larga desde el Homo erectus