De nuevo en sus brazos - Unidos por el amor - Déjate querer - Victoria Pade - E-Book

De nuevo en sus brazos - Unidos por el amor - Déjate querer E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

De nuevo en sus brazos Victoria Pade Chloe Carmichael no había vuelto a Montana, desde hacía años. Catorce años exactamente, desde que sus padres la habían separado de su mejor amigo y el amor de su vida, Reid Walker. La razón de su regreso habían sido los negocios, pero no podía dejar de pensar en Reid. Chloe sabía que no debía olvidar el pasado, pero lo cierto era que cuando estaba con él, sentía grandes esperanzas sobre el futuro… Unidos por el amor Nikki Benjamin Los intentos de Charlotte Fagan por quedarse embarazada habían provocado la ruptura de su matrimonio. Pero entonces recibieron aquella llamada; les concedían la adopción. Aun habiéndose separado, su marido, Sean, accedió a fingir que seguían siendo un matrimonio feliz, con la condición de que una vez que les hubieran garantizado la adopción, Charlotte le concediera el divorcio. Déjate querer Gayle Kasper La tranquila vida que Mariah Cade llevaba junto a su hija se vio alterada con la llegada de un desconocido a la pequeña ciudad. Un hombre que despertó en la homeópata sus deseos más profundos. El doctor Luke Phillips había dejado su consulta en la gran ciudad para huir de la tragedia. No esperaba sentirse tan atraído por la belleza y la amabilidad de Mariah. Junto a ella y a su preciosa hija empezó a sentir algo que creía haber perdido para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 416 - noviembre 2019

 

© 2006 Victoria Pade

De nuevo en sus brazos

Título original: Back in the Bachelor’s Arms

 

© 2007 Barbara Wolff

Unidos por el amor

Título original: The Baby Bind

 

© 2007 Gayle Kasper

Déjate querer

Título original: A Family Practice

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-740-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

De nuevo en sus brazos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Unidos por el amor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Déjate querer

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

VERÉ a un paciente más y termino. Estoy de vacaciones la semana que viene y las empiezo hoy a las doce de la noche. Así que, ¿qué sucede? —preguntó el doctor Walker a la enfermera de Urgencias con la que estaba trabajando.

—Sólo nos queda una paciente —respondió la enfermera—. Estamos en la segunda semana de octubre. Primera tormenta de nieve del año, carreteras con hielo… Llamó desde un teléfono a la salida de la ciudad. Dice que está bien, pero el air bag se desplegó y ya sabes la política de la policía de esta zona… Cuando el air bag se infla, los llevan a Urgencias, digan lo que digan los ocupantes del vehículo. Se llama Chloe Carmichael.

Reid se quedó helado.

—¿Cómo dices que se llama?

—Chloe Carmichael —repitió la enfermera. Luego, sin darse cuenta del efecto que producía aquel nombre en Reid, la enfermera agregó—: Daré el alta a la chica con gripe, así podrás ocuparte del accidente de coche… Y con eso terminamos. El próximo turno empieza dentro de un momento. Así que después de esto, son ellos quienes se ocuparán de lo que venga.

Reid no respondió mientras la enfermera se marchaba. Se quedó inmóvil al lado del mostrador que rodeaba el área llamada «la pecera» por el personal médico, una especie de oficina donde hablaban, recogían fichas, iban a buscar suministros y hacían trabajo administrativo.

La sala de Urgencias del único hospital de Northbridge, Montana, tenía cuatro salas que salían de la pecera. Dos de ellas estaban oscuras y vacías. Reid acababa de examinar a una adolescente en la tercera sala. La chica había creído que estaba embarazada y fue un alivio para ella descubrir que lo que tenía era una simple gripe. De tal modo que la nueva paciente sólo podía estar en la cuarta sala.

«Chloe Carmichael», pensó Reid.

Eran las doce menos cuarto del domingo por la noche. Un mal comienzo para sus vacaciones, se dijo.

Reid miró la sala número cuatro. Las luces estaban encendidas. La pared que daba a la pecera era de cristal, y la cortina no estaba totalmente cerrada, así que Reid podía ver parcialmente a su paciente por entre la ropa y el equipo médico colgado de los percheros.

Estaba sentada en la cama con ropa del hospital y, al parecer, tenía mejor aspecto que hacía catorce años, a pesar del accidente de coche.

En aquella época tenía diecisiete años y él dieciocho… Reid la recordó y le pareció que había sido ayer.

La familia de Chloe se había instalado en Northbridge cuando ella era una niña. Vivían cerca de la casa de la familia de Reid, donde aún vivía su madre. Y allí habían permanecido los Carmichael hasta hacía catorce años, cuando se habían ido del pueblo bruscamente. Desde entonces habían alquilado la casa de Northbridge. Hacía unos meses habían puesto la casa en venta y Reid y su hermano habían querido comprarla, puesto que alquilar era una buena inversión en una ciudad universitaria. Aunque la casa aún estuviera relacionada con Chloe Carmichael.

Reid y Luke, su hermano, iban a cerrar la venta de la casa que ella había heredado de sus padres. Pero a Reid le habían dicho que un gestor inmobiliario actuaría como representante de Chloe, porque ella no quería volver a Northbridge.

Entonces, ¿qué estaba haciendo allí?

—Oh, bien, todavía no has entrado a ver a la paciente —dijo la enfermera, sobresaltándolo.

Reid había estado tan concentrado en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que la enfermera había vuelto.

—Ibas a recetarle anticonceptivos a la chica, para que no tuviera ningún otro susto —le recordó la mujer.

—Anticonceptivos… Sí…, son un buen invento —respondió él.

—Eso creo.

Reid escribió la receta, la firmó y se la dio a la enfermera.

Luego fue a la habitación de Chloe Carmichael.

Ella seguía teniendo el pelo negro y rizado, un poco más corto, a la altura de los hombros; la misma tez de porcelana, los mismos labios tentadores y, seguramente, no podía asegurarlo totalmente porque no se los veía bien desde la pecera, los mismos ojos azules.

No, aquellos catorce años no le habían hecho ningún daño. Sólo habían perfeccionado aún más lo que entonces ya era perfecto.

«Maldita sea», se dijo.

Y de pronto lo asaltaron los recuerdos de una de las últimas veces que había visto a Chloe Carmichael, el principio del fin para ellos…

Había sido una noche de verano, en el jardín del frente de la casa que pronto sería suya y de su hermano. La casa de la que los habían echado a su madre, al reverendo y a él. La casa que le habían prohibido a él. La casa de la que Chloe Carmichael tenía que escaparse para hablar con él.

Los recuerdos eran tan vívidos… El recuerdo de cuando había agarrado su suave rostro entre las manos… El recuerdo de haber besado aquellos labios tibios con gusto a sal por sus lágrimas…

—Me da igual lo que digan. Lo nuestro no va a terminar. Esto es sólo el comienzo, te lo aseguro —le había dicho él aquella noche, haciéndose el valiente.

Todo para nada. Nada más que tristeza.

—¿Qué estás haciendo? —lo sorprendió nuevamente la voz de la enfermera—. Creí que querías terminar de una vez con los pacientes para que podamos irnos a casa. Pero veo que sigues aquí. ¿Tienes los pies pegados al suelo o qué?

Reid no respondió mientras la mujer entraba en la pecera para rellenar los papeles de la joven con gripe.

Reid miró hacia donde estaba la paciente que tenía que ver, Chloe Carmichael. Y se dio cuenta de que con sólo oír su nombre sus sentimientos habían salido a la superficie.

Eran sentimientos desagradables. Una rabia terrible, aun después de tantos años.

 

 

—El doctor Walker vendrá a verla en un momento —le dijo la enfermera a Chloe.

Al oír el nombre del médico, Chloe rogó que aquel doctor Walker fuera de una familia diferente de la que había conocido ella.

Pero, ¿qué posibilidades tenía de que fuera otra familia?

Pocas.

Al menos, pensó, sus vecinos y amigos habían tenido varios hijos: cinco. Con suerte, el médico sería Cassie Walker, la chica de los Walker. Y si no era así, se conformaría con que fuera cualquiera de los chicos menos Reid. «Éste no, por favor», rogó Chloe.

Northbridge y Reid. Un lugar donde sabía que iba a sentirse incómoda, avergonzada… Y un hombre al que había tenido que herir cuando era un muchacho.

Era un capítulo que no quería recordar y había pensado que no iba a tener que hacerlo.

Cuando habían muerto sus padres, en accidente de barco hacía casi un año, Chloe había heredado la casa de Northbridge.

Pero Chloe no había querido tener nada que ver con Northbridge y había decidido venderla. La misma inmobiliaria que se había ocupado de alquilarla se había ocupado de la venta.

Pero cuando la mujer de la inmobiliaria había tenido compradores la había llamado para ver si ella quería conservar algunos muebles y pertenencias que había en una caja, y si quería que se las enviara.

Chloe había averiguado el precio del envío, pero éste había sido excesivo, así que, puesto que no sabía qué iba a querer guardar o tirar, no tenía sentido que se lo enviaran todo. Y había decidido ver ella misma las cosas.

Así que se había resignado a hacer aquel viaje. Había pensado hacer una escapada rápida para arreglarlo todo y marcharse nuevamente. Prefería que no la viera la gente del pueblo. Y con suerte, había pensado, sólo la verían unos pocos de los que hacía catorce años se habían enterado de los rumores del pueblo.

Pero ahora allí estaba. La había llevado la policía al hospital y la grúa tenía que recoger el coche alquilado. Sería un accidente del que se hablaría en Northbridge, junto con el hecho de que la conductora había sido Chloe Carmichael.

En aquel momento se abrió la cortina que rodeaba la cama y Chloe lo vio.

No necesitaba ver el letrero del hospital prendido en su bata para saber quién era, aunque había cambiado considerablemente desde la última vez que lo había visto. Lo habría reconocido en cualquier parte. Después de todo, el recuerdo de su imagen la había acompañado muchas veces en aquellos catorce años.

—Reid —susurró más para sí misma que como saludo.

Él lo tomó como saludo y respondió:

—Chloe…

Por su tono, Reid tampoco se alegraba de verla, pensó ella. Incluso parecía disgustado.

Chloe respiró profundamente e intentó salvar la situación.

—Eras tú… La enfermera dijo «el doctor Walker» y yo pensé que podría ser Cassie o alguno de tus hermanos… O tú. Y al parecer, eras tú.

—Al parecer —repitió él sarcásticamente.

Aquello no iba a ser fácil, pensó ella.

Reid miró la ficha que tenía en la mano, pero Chloe pensó que lo hacía para no mirarla.

—¿Soltera? —preguntó después de un momento, leyendo—. ¿Hay alguien a quien quieras informar del accidente? Sé que tus padres han muerto…

—Agradecí mucho las flores y la tarjeta que envió tu madre. Me preguntaba cómo supo…

—Hubo un pequeño artículo en el periódico —comentó él, sin apartar la vista de la ficha—. ¿Hay alguien a quien quieras llamar para que venga? ¿Amigos? ¿Otra familia? ¿Novio o prometido?

¿Quería saber si estaba comprometida con alguien?, pensó ella. ¿O sólo era un formalismo para todos los pacientes?

—No, no hay novio ni prometido ni nadie a quien quiera llamar.

Él no pareció acusar su respuesta.

—¿Quieres contarme lo que pasó? —preguntó Reid.

Por un momento Chloe pensó que estaba hablando de lo que había sucedido hacía catorce años. Pero, por supuesto, no era el caso.

—El tiempo era bueno cuando dejé el aeropuerto de Billings —empezó a explicar Chloe—. Pero a medio camino hacia aquí empezó a nevar. Mucho. La carretera se cubrió de hielo y, aunque yo estaba conduciendo a paso de hormiga, el coche se salió de la carretera y choqué contra un poste de teléfono. El motor se apagó. No podía abrir las puertas y tenía el air bag contra la cara. No pude hacer nada más que usar el teléfono móvil para pedir ayuda.

—¿Has perdido la conciencia en algún momento?

—No, pero el policía que vino tuvo que forzar la puerta para sacarme. Cuando estuve fuera, me pareció que no tenía ningún hueso roto ni nada, pero la policía insistió en traerme aquí de todos modos.

¿Estaba divagando?, se preguntó ella. Temía que así fuera. Pero estaba muy irritada tanto por el accidente como por volver a ver a Reid.

—¿Te duele algo? —preguntó él, mirándola.

Y Chloe deseó que no lo hubiera hecho.

—No, en realidad, no. Fue una sacudida, pero no me he hecho daño. El air bag recibió casi todo el impacto. Tengo un par de rasguños en los brazos y una herida en la rodilla, pero por lo demás, estoy bien.

—De todos modos, tengo que examinarte.

Reid no parecía tener ganas de hacerlo. Y ella tampoco se alegraba de que tuviera que ser así.

—¿No hay otro médico? —preguntó Chloe.

—Molly, ¿puedes venir? —llamó Reid por encima de su hombro, en lugar de responder a Chloe.

Apareció la enfermera que Chloe había visto antes.

—¿Ha entrado ya el otro turno? —preguntó Reid.

—No —contestó la enfermera—. Y es posible que tarden un poco. La tormenta ha tomado a todo el mundo por sorpresa. J.T. acaba de llamar. Su coche no arranca, así que va a venir andando. Y cuando he colgado ha llamado Shauna para decirme que su marido ha tenido que salir a arreglar una tubería helada, y que ella tiene que encontrar a alguien que se quede con los niños para venir.

Reid miró a Chloe.

—Si quieres esperarlos, que sepas que Shauna es una enfermera y J.T. un practicante. Ellos nos reemplazan por la noche y si hay algo que no puedan hacer nos llaman. También puedo examinarte estando Molly en la sala, si así estás más cómoda. Tú eliges.

Sí, con Molly se sentiría más cómoda, pensó ella. Lo que quería era terminar de una vez por todas con aquello y marcharse.

—¿Qué tienes que hacer? —preguntó Chloe.

—Tengo que examinarte la cabeza, el cuello y la columna para ver si hay algún daño. Luego las extremidades… —hizo una pausa para dirigirse a la enfermera una vez más—. ¿Te has fijado si hay marcas del cinturón de seguridad?

—Sí. No hay nada —respondió la enfermera.

—¿Marcas del cinturón de seguridad? —preguntó Chloe.

—Si has hecho mucha fuerza contra el cinturón y hay alguna marca, significa que puede haber una herida interna —respondió él como si hasta un tonto debiera saberlo.

—El cinturón se desabrochó solo antes del accidente. Me lo había tenido que quitar. Supongo que ha sido una suerte que el air bag funcionara bien.

—Entonces no tenemos que preocuparnos de daños del cinturón, ¿no?

A ella le pareció notar cierto sarcasmo en su pregunta.

—Te pondré el estetoscopio y apretaré un poco para ver si eso te causa dolor —añadió Reid—. Luego te auscultaré el corazón y los pulmones. Puedo hacerlo con la ropa puesta y te tocaré lo menos posible, créeme.

Porque él no quería tocarla… Y ella no quería que la tocase, ¿no?

Por supuesto que no, se dijo Chloe.

—¿Me voy o me quedo, entonces? —preguntó la enfermera, confusa.

—¡Quédate! —dijeron ambos al mismo tiempo.

—Quédate —repitió Reid luego.

La enfermera se acercó a la cama mientras él se lavaba las manos. Le sonrió, pero al parecer seguía sin comprender lo que sucedía entre ellos.

Chloe recordó que la mujer le había dicho que era nueva en el pueblo. Lo que quería decir que no sabía que hacía mucho tiempo, cuando eran adolescentes, Chloe y Reid habían estado locamente enamorados.

Hasta que Chloe se había quedado embarazada. Y se había desatado un infierno.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EL lunes por la mañana había sol y el cielo estaba azul.

Reid no había podido dormir. Estaba en el salón de la casa que había comprado con Luke y que compartía con él, frente a la casa de los Carmichael.

Sabía que no se había portado bien aquella noche.

Hacía catorce años la familia Carmichael y Chloe le habían dado una lección sobre frustración y desesperación.

Pero catorce años era mucho tiempo. Y en las tempranas horas de la mañana, una vez que su rabia irracional había cedido, se dio cuenta de que no estaba orgulloso de cómo había actuado la noche anterior. Ni de la forma en que había tratado a Chloe profesionalmente.

Había sido una estupidez comportarse como un adolescente resentido, pero no hacer lo que debía haber hecho como médico era inexcusable.

Era evidente que Chloe no había sufrido ningún daño serio; su experiencia profesional se lo decía. Pero había sido reacio a tocarla. Y la cosa había ido a peor porque al tocarla había sentido algo que lo había hecho volver a la época en que la había acariciado, besado y abrazado, la época en que no había pensado más que en eso.

No había podido examinarla profesionalmente, sin recordarlo. Sin desear más. En un escenario íntimo.

Y de una forma que no tenía nada que ver con su trabajo.

Era inexcusable, inaceptable y estaba totalmente fuera de lugar.

Él no era así como médico. Y mucho menos como hombre.

No es que quisiera ser amistoso con ella. Hacía catorce años él había querido actuar correctamente y había recibido un duro golpe. No quería nada con ella ahora.

Pero mientras Chloe estuviera en el pueblo sería mejor tener un trato amable con ella. Y para eso tenía que olvidarse de sus viejas heridas y hacer las cosas lo mejor posible.

—Eh, ¿qué estás haciendo levantado tan temprano? —le preguntó su hermano Luke.

—No te lo vas a creer cuando te lo cuente —Reid miró a su hermano.

—¿Te refieres a la nieve? Estaba cayendo cuando me fui a dormir —respondió Luke haciendo un gesto hacia la ventana.

—La nieve, no. Lo que la nieve ha traído consigo.

—¿Qué ha traído la nieve?

—A Chloe Carmichael —contestó Reid.

Luke se despertó totalmente.

—¿A Chloe Carmichael? ¿Está aquí? ¿En Northbridge?

—No sólo en Northbridge, sino aquí enfrente —le señaló la calle—. Al parecer, está en la casa.

Luke se acercó a la ventana, al lado de Reid.

—¿Cómo lo sabes?

Reid le contó la historia.

—Necesito café —dijo Luke.

Reid se alejó finalmente de la ventana y siguió a su hermano a la cocina.

—No te van a demandar por mala práctica, ¿verdad? —preguntó Luke.

—Estoy razonablemente seguro de que ella estaba bien.

—¿Y está en la casa?

—Sí.

—¿Le has dicho que estamos trabajando en ella?

Betty, la agente inmobiliaria, les había dado el visto bueno y la llave para que entrasen en la casa. Les había dejado claro que Chloe no quería que la molestasen con nada que tuviera que ver con la casa o con la venta. Y Chloe le había dado un permiso escrito a Betty para contratar a gente para arreglar el inmueble para facilitar el proceso.

Betty les había dado la opción a Reid y a Luke de que hicieran el trabajo ellos mismos. De esa manera matarían varios pájaros de un tiro, porque Chloe tendría menos gastos, puesto que Reid y Luke no le cobrarían la mano de obra, y ellos tendrían hechas las cosas a su gusto y a tiempo de que los inquilinos se mudaran allí.

Betty les había advertido que era un riesgo, porque si la venta no se llevaba a cabo por algún motivo, habrían malgastado su tiempo. Pero como Reid y Luke estaban seguros de que la venta se realizaría, habían decidido asumir el riesgo.

—No le dije nada sobre la casa. No fui… muy simpático con ella.

Luke frunció el ceño.

—¿Estuviste tan antipático como para que decida no vender?

—Estuve muy antipático. Pero ella quiere vender. Además, tenemos un contrato. No puede echarse atrás sólo porque yo haya estado un poco… desagradable.

—Antipático, desagradable…

—Digamos que no fui muy hospitalario… Por ejemplo, no me ofrecí a llevarla del hospital a donde fuera a dormir. Finalmente se lo ofreció Molly. Y fui detrás de ellas, como un tonto… Éramos los únicos dos coches en la carretera.

—Por eso sabes que está aquí.

—Sí. Molly debe de haber pensado que estaba loco.

—Molly lleva muy poco tiempo en el pueblo y no sabe nada de Chloe Carmichael.

—Se dio cuenta de que pasaba algo.

—¿Y a qué ha venido? Betty dijo que su decisión de vender era firme.

—No sé a qué ha venido. Yo me ciño a mi profesión de médico.

—¿No le preguntaste a qué había venido ni sabías que iba a quedarse en la casa hasta que la viste entrar?

—Sí. Sé que debía haberlo preguntado. Pero no estaba de humor.

—¿Qué aspecto tiene? —preguntó Luke.

—Está fantástica —contestó Reid.

Luke sonrió.

—¿Y fue tan desagradable como tú? —preguntó.

—No. Sólo yo.

—¿Y no te dio ninguna idea de a qué ha venido?

—No creo que haya venido a recordar viejos tiempos.

—¿Y qué hacemos ahora? Llama a Betty. ¿Crees que tiene que ir a hablar con Chloe?

Reid sabía lo que tenía que hacer, como médico y como hombre. Así que estaba preparado para esa pregunta.

Agitó la cabeza y dijo:

—Esperaré a que sea más tarde e iré yo mismo. Tengo que asegurarme de que está bien del accidente. Y voy a disculparme por haber sido tan brusco. Tal vez eso suavice la situación.

Luke no se entusiasmó con aquella solución sino que, muy al contrario, se preocupó por Reid.

—¿Puedes hacer eso? ¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

—Creo que tengo que hacerlo —dijo Reid—. Por el bien de la venta, de los inquilinos y de mí mismo. No me gusté a mí mismo anoche.

Luke asintió como si comprendiera.

—No debió de ser fácil volver a verla… Con lo que me costó convencerte de que viviéramos frente a su casa y que comprásemos su casa…

—No, no ha sido fácil volver a verla. Sobre todo porque no me lo esperaba y no estaba preparado. Pero Chloe está aquí. Estamos todos implicados en la venta de la casa y haré lo que tenga que hacer. Además, es mejor que me asegure de que está bien y de que no se me pasó nada en la consulta de ayer.

—¿Estás seguro? Aunque me tomé la semana pasada de vacaciones para hacer las cosas de carpintería, pero podría arreglar algo para esta semana también, si tú no estás en condiciones de enfrentarte a Chloe.

Reid negó con la cabeza.

—La semana pasada tenías vacaciones, pero si te tomases ésta, tendría que ser a tus expensas, y sé que no puedes permitírtelo. Sobre todo ahora, con esta nueva hipoteca sobre nuestras cabezas. Además, viene un sustituto de Billings a reemplazarme, y no sería justo hacerlo volver. No creo que sea para tanto tener que ver a una antigua novia, ¿no?

—Creo que fue algo más que una antigua novia… —dijo Luke.

—Aun así. Debo enmendar mi conducta. Y por otra parte, seguramente no se quedará mucho tiempo. Y después, no creo que vuelva a verla en mi vida. Ése es el incentivo.

—¿Y no sientes nada por ella? —Luke no parecía convencido con el razonamiento de su hermano.

—Sólo cosas malas —respondió Reid sin dudarlo.

Y la sensación que había tenido cuando la había tocado también se encontraba entre aquellos sentimientos malos, pensó Reid.

Porque no era algo que quisiera experimentar.

 

 

Chloe se sentía un poco turbada el lunes por la mañana. El accidente de coche, el reencuentro con Reid Walker y hasta el hecho de que él la hubiera tenido que examinar físicamente había sido una experiencia inquietante. ¡Y encima había descubierto que Reid vivía justo enfrente!

Y por si fuera poco, al llegar a la casa había tenido que limpiar el baño, darle la vuelta a los colchones y poner sábanas limpias y mantas antes de acostarse. Había quedado agotada física y mentalmente.

Y luego había tenido imágenes de Reid metiéndose en su cama. Conclusión: había dormido muy mal.

Eran las siete y veinte de la mañana y notaba que su cuerpo estaba rígido, probablemente como consecuencia del accidente.

La rigidez cedió un poco cuando empezó a moverse por la casa. Quiso ver lo que estaba sucediendo en ella. Había llegado muy tarde el día anterior para hacerlo por la noche.

El salón estaba casi pintado. Había un rollo de moqueta contra la pared. Los muebles que habían dejado sus padres habían desaparecido y había una sola bombilla desnuda en el techo para dar luz.

El cuarto de baño del primer piso tenía un lavabo y un inodoro nuevo y también estaba recién pintado, al igual que los dos dormitorios de arriba. En éstos habían quitado la moqueta y pulido el suelo de madera.

Al parecer, la cocina era lo último en la agenda, después del salón. En ella había latas de pintura, cajas de azulejos esperando en un rincón y un frigorífico que no tenía más que latas de cerveza y soda.

Y había restos de construcción por todos lados.

Después de aquel examen llamó a la agente inmobiliaria, Betty.

Ésta se sorprendió al saber que Chloe había vuelto.

—Me ha sorprendido ver que el trabajo está casi hecho —le dijo Chloe a Betty después de explicarle a qué había ido.

—Te he estado enviando correos electrónicos para explicarte paso por paso lo que se estaba haciendo, y tú has autorizado el precio de los materiales —dijo Betty.

—Supongo que no me he estado poniendo al tanto —respondió Chloe.

Probablemente porque no había querido ocuparse de nada que tuviera que ver con Northbridge, y por ello no le había prestado atención a los correos de Betty.

—Pero sé que te he señalado la cantidad máxima de dinero que quería gastar en esto. Y estoy un poco preocupada, porque por lo que veo, esto excede de mi presupuesto.

—Era necesario hacer todas las reformas. Como te dije por teléfono otras veces, la casa llevaba años alquilándose y necesitaba arreglos. Pero no nos hemos excedido de tu presupuesto, porque Reid y Luke no cobran la mano de obra.

—¿Luke y Reid son quienes están haciendo el trabajo? No me lo habías dicho.

—Te lo dije. Tengo copias de todos los correos electrónicos que te he enviado, y eso te lo he dicho en uno de los primeros. No me respondiste, pero como habías delegado en mí las decisiones que tenían que ver con la reforma de la casa, pensé que no te importaba y no sentías la necesidad de responderme.

Betty le explicó las ventajas de cada una de las reformas, pero Chloe apenas la escuchaba. Su mente estaba en Reid Walker.

Sólo cuando Betty lo nombró, prestó atención.

—¿Va a estar en la casa? ¿Toda la semana? ¿Mientras yo esté aquí? —preguntó Chloe, desencajada.

Betty se quedó en silencio un momento. Luego respondió:

—Sí, Reid tiene intención de estar allí toda la semana, algo que te habría dicho si me hubieras avisado de que ibas a venir y te ibas a quedar en la casa. Pero como tú siempre me has insistido en que no querías ni acercarte por aquí…

Era verdad. Y ésa había sido su intención. Lo que sucedía era que había querido pasar desapercibida y que nadie se enterase de su visita a Northbridge, para marcharse enseguida.

—¿No puede cambiarse eso? ¿El que Reid esté trabajando aquí esta semana? ¿Puedo decirle que no venga?

—Bueno, puedes hacerlo, pero no sería justo que…

En aquel momento sonó el timbre.

Chloe habría querido gritar de frustración, pero sabía que todo era culpa suya, por no haber prestado suficiente atención a Betty y no haberla avisado de su visita.

Chloe se despidió, colgó y fue a abrir. No se había duchado todavía, llevaba pijama y no se había peinado.

Pero no tenía tiempo de cambiarse antes de abrir.

Cuando lo hizo se encontró a Reid con dos tazas de café en la mano.

—¿Firmamos una tregua? —preguntó él, ofreciéndole una taza.

—¿Estamos en guerra? —respondió Chloe, intentando no fijarse en lo guapo que estaba con aquellos vaqueros y aquella camiseta.

Estaba muy atractivo. Aquella ropa resaltaba sus anchos hombros y su cuerpo musculoso. Además, si no se equivocaba en su apreciación, medía un par de centímetros más que a los dieciocho años.

—No quiero estar en guerra —dijo él—. Pero creo que lancé el primer ataque anoche, así que no te culpo si te estás armando para un segundo ataque.

Chloe reflexionó acerca de cómo manejar aquello, si responderle con el mismo resentimiento que había empleado él el día anterior o dejar pasar aquel incidente. Pelear con él sólo empeoraría las cosas, así que decidió no hacerlo.

—Gracias por el café —respondió y agarró la taza.

—¿Podemos hablar? —preguntó él.

—Claro, pasa.

Reid aceptó la invitación. Entró y, señalando los materiales de construcción, dijo:

—Luke y yo hemos estado trabajando en la casa.

—Eso veo… Acabo de hablar con Betty. Me ha dicho que piensas trabajar aquí toda la semana.

—Sí, ése es el plan.

—Y como anoche viste que Molly me dejaba aquí, has decidido ser un poco más amable conmigo para que te deje hacerlo.

—No, la verdad es que no. Cuando vi que Molly te dejaba aquí me maldije y pateé el sillón, y entonces me di cuenta de que tenía que hablar contigo, y no por la reforma de la casa. Así que, déjame que me disculpe y te pregunte si estás bien, físicamente.

—Estoy bien.

—¿De verdad? Porque no podría decir que te haya examinado muy bien. Ahora ya está trabajando en el hospital el médico de Billings que me reemplaza… Podría volver a examinarte…

—De verdad, estoy bien. Estaba un poco rígida cuando me levanté, pero ahora estoy mejor.

—¿No te apareció ninguna herida anoche? ¿No te ha dolido el abdomen? ¿No has tenido dolor de cabeza o dolor de cuello? ¿No…?

—No, no he tenido nada. Estoy bien y no necesito que me vea el doctor de Billings. Si no me hubiera llevado la policía al hospital, yo no habría ido. Pero ellos insistieron.

—Es un alivio que estés bien. No suelo ser un médico tan poco eficiente —agregó Reid.

—Fuiste muy poco eficiente —confirmó Chloe.

—Y debí preguntarte dónde te alojabas y haberme ofrecido a traerte. Fui un cerdo.

—Sí, lo fuiste.

—Pero esto no es fácil para mí…

—Para mí tampoco.

Aquello los llevó a un silencio incómodo.

—Entonces, necesitas trabajar esta semana aquí… —comentó ella cuando ya no aguantó aquel silencio angustiante.

—Me temo que sí. Northbridge tiene personal sanitario, pero yo soy el único médico del pueblo. No suelo tener muchas vacaciones y, cuando las tengo, es complicado cambiarlas. Y los inquilinos quieren ocupar la casa cuanto antes. Sé que es incómodo para ti que yo esté aquí, pero Betty no me dijo que venías.

—Betty no lo sabía.

—Bueno, estamos en apuros —comentó él.

Después de todo, el resentimiento de Reid de la noche anterior no era totalmente injusto, pensó Chloe, y si arreglar las cosas para que él pudiera hacer su trabajo limaba un poco las asperezas y hacía más llevadera su presencia allí, valdría la pena esforzarse.

—Me da la impresión de que estarás trabajando abajo fundamentalmente, ¿no?

—Sí.

—Supongo que debí avisar a Betty de que venía. Pero es que sólo he venido a ver lo que quedaba en el ático y elegir lo quiero quedarme y lo que voy a tirar. Pero si tú trabajas abajo y yo estoy arriba, creo que hay espacio suficiente con una planta entre los dos para que no nos estorbemos.

—Probablemente no nos molestemos.

—Supongo que no hay problema entonces —concluyó Chloe.

—Te lo agradezco.

En realidad, conseguir lo que quería tenía un peligro, pensó Reid.

—Si te sientes bien, me iré, así te doy un poco de tiempo antes de empezar el día. Tengo que ir a buscar algunos materiales al almacén.

—Es una buena idea.

—De acuerdo, entonces —dijo Reid.

La miró un momento. Después se dirigió a la puerta y se marchó, dejando a Chloe con la imagen de su cara grabada en su cerebro como si fuera la primera vez que lo veía.

Aquel rostro de facciones masculinas, aquel cabello castaño, aquellos labios finos pero sensuales, sus ojos verdes, inteligentes y cálidos…

No, tener a Reid allí toda la semana no sería fácil, pensó.

Y más difícil sería evitar hacer algo para que aquellos ojos verdes la mirasen como la habían mirado hacía mucho tiempo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

CHLOE no sabía a qué hora volvía Reid. Como a la una y media todavía no había llegado, le dejó una nota pegada en la puerta, en la que le decía que entrase sin tocar el timbre porque era posible que estuviera hablando por teléfono. Luego subió a llamar a la empresa de alquiler de coches, llamada que no le dio más que problemas.

Pero durante las dos horas que había estado al teléfono, se había pasado la mayor parte del tiempo esperando, y al oír correr el agua se dio cuenta de que Reid había vuelto.

Y aquello le hizo tener sensaciones contradictorias.

Por un lado la puso tensa. Y por otro, sintió una cierta excitación.

Cuando por fin dejó el teléfono a las cuatro de la tarde, se dio cuenta de que aquella excitación persistía.

Era un poco tarde para empezar a trabajar en el desván, y se planteó no hacer nada, puesto que la idea de que él estuviera allí la distraería. Pensó que tal vez debería ir a saludarlo, y de paso verlo de nuevo…

Pero se dio cuenta de que todo aquello era una excusa para verlo, y que era mejor que empezara con el desván aunque fuera tarde.

El desván estaba lleno de polvo y telarañas. Se dio cuenta de que no podría hacer nada si no limpiaba antes.

Afortunadamente, la vieja aspiradora de sus padres seguía en el armario del pasillo del primer piso, y funcionaba.

Y emprendió su primera tarea: limpiar lo suficiente como para poder trabajar.

Le llevó varias horas hacerlo, hasta entrada la noche.

Se preguntó si Reid estaría aún allí, puesto que no había podido oír nada.

Sabía que era mejor que se hubiera ido, pero la verdad era que esperaba encontrarlo.

Bajó a la segunda planta y se detuvo frente a su dormitorio y su cuarto de baño.

Su sudadera estaba cubierta de suciedad y se alegró de tener una excusa para cambiarse y lavarse, aunque sabía que no debería importarle su aspecto frente a Reid.

Se lavó la cara, se puso maquillaje y se cepilló el pelo. Si bajaba y descubría que Reid no se había ido, se sentiría ridícula por hacer aquello.

Pero no fue así, porque cuando bajó el segundo tramo de escaleras, se encontró con Reid secando una brocha de pintura.

—No sabía si estabas aquí todavía o te habías marchado —dijo Chloe.

Él estaba vestido con los mismos vaqueros y la misma camiseta que había llevado aquella mañana y tenía una sombra de barba oscureciendo su barbilla. Aquello le daba una apariencia muy sexy.

—Acabo de terminar por hoy —respondió él con tono amable, pero reprimido.

Luego, como si no hubiera podido callarse, miró en dirección a la cocina y dijo:

—No hay nada para comer. ¿Qué habías pensado hacer para cenar?

—No había pensado en nada.

Era verdad, ella había pensado hacer una compra al llegar, pero sin coche, y con el cuerpo un poco débil todavía, se había arreglado con las galletas y el queso que había llevado en el viaje. Y luego había estado muy ocupada con la agencia de alquiler de coches como para pensar en lo que cenaría.

—No hay coche ni comida en la casa. ¿Qué te parece si pedimos una pizza? —propuso Reid—. Paul hace entregas a domicilio ahora. Es una de las novedades de Northbridge. Yo te invito.

—¿De verdad? —Chloe se sorprendió.

—De verdad —respondió Reid—. Podemos cenar juntos, ¿no? ¿Compartir una pizza? No es gran cosa, ¿no?

No debería serlo, pero lo era, pensó ella.

Era bastante que él se lo propusiera, que quisiera hacerlo. Y lo era que ella aceptase después de que él demostrase que quería ser agradable, y que era alguien que podía gustarle.

—De acuerdo —dijo Chloe después de dudar—. Creo que podemos compartir una pizza. Somos adultos civilizados.

—Hagámoslo, entonces. ¿La de carne con chile o te has hecho vegetariana?

Chloe conocía la pizzería y recordaba aquella pizza de cuando eran adolescentes. Había sido la favorita de ellos entonces. Y en aquel momento le pareció estupendo.

—No, no me he hecho vegetariana. La de carne con chile me parece bien.

Reid dejó la brocha y sacó su teléfono móvil del bolsillo de su chaqueta vaquera, apoyada encima del rollo de moqueta.

Llamó y pidió la pizza.

—Ya está —dijo luego—. Luke y yo hemos puesto cerveza y refrescos en el frigorífico. ¿Qué te apetece beber?

Antes de que Chloe pudiera contestar, sonó el móvil de Reid.

—¿Por qué no me dices qué te apetece a ti, así voy a buscar la bebida mientras tú contestas el teléfono? —sugirió Chloe.

—Un refresco.

Chloe no pudo dejar de oír la conversación mientras iba a buscar los refrescos. Aunque su tono era de médico, había algo más en aquella charla que le llamó la atención.

Cuando terminó de hablar, Chloe se acercó y dijo:

—No hay sillas, así que habrá que sentarse en el suelo. ¿qué prefieres, sábanas manchadas o moqueta manchada? —preguntó.

—Moqueta manchada —respondió él.

Chloe se sentó con las piernas hacia un lado.

—No quería escuchar, pero no he podido evitarlo. ¿Trabajas con sangre que no es humana?

Reid le recordó:

—¿Te acuerdas de la historia de la mujer del reverendo Perry?

—Sí, aquel escándalo que se armó en mil novecientos sesenta porque la mujer se escapó con dos peones de una granja que en realidad eran ladrones, ¿no?

—Sí. Están reconstruyendo el puente y han encontrado una bolsa con las pertenencias de uno de los ladrones. Dentro estaban los sacos de dinero vacíos y la bolsa tenía unas manchas, supuestamente de sangre.

—Sangre humana —dijo ella.

—No hay modo de saberlo a simple vista. Sobre todo después de tanto tiempo. Yo hice las pruebas iniciales… Y lo primero que hay que determinar es si se trata de sangre humana. Si es sangre animal no se molestarán en llevar la prueba al laboratorio de Billings. Gracias a mis pruebas sabemos que es sangre humana.

—Pero en esa llamada parecía que alguien te lo estaba diciendo a ti.

—Me lo estaban confirmando. Era una llamada del laboratorio forense. Llamé al analista esta mañana y él me ha devuelto la llamada. Yo tenía razón, la sangre era humana, pero el laboratorio hizo unos análisis más extensos y han podido determinar el tipo de sangre. Y, al parecer, no es de Celeste Perry.

—O sea, que es de alguno de los ladrones.

—Tenemos datos médicos de Celeste de antes de mil novecientos sesenta con los que comparar la sangre. Pero no tenemos nada de los ladrones, aunque es posible que sea de uno de los dos. Luke y el resto de policías de aquí van a revisar la investigación que se hizo hace tiempo. Ahora que se ha confirmado mi prueba y que han encontrado pelo y tejido, es posible que se busque un cuerpo.

—¡Vaya! ¡Qué noticia para Northbridge!

—Sí, todo el mundo habla de ello —dijo Reid.

—¿No tienes que comunicárselo a la policía?

—El médico forense va a llamar a Luke formalmente y le dará un informe. A mí me han llamado por cortesía, porque el médico forense y yo estudiamos juntos en la universidad.

En aquel momento sonó el timbre.

Reid abrió la puerta y saludó a una adolescente por su nombre.

Chloe no reconoció a la chica ni su nombre, lo que era indicativo del tiempo que no había estado en Northbridge.

Reid pagó la pizza y la chica se marchó.

Les habían llevado también platos de papel y cubiertos de plástico.

Cuando abrió la pizza ella exclamó:

—¡No parece que haya cambiado!

—Ya sabes cómo es Northbridge. Pocas cosas cambian.

Reid le sirvió una porción y luego se sirvió él.

Cuando Chloe la probó dijo que estaba mejor que nunca.

Pero después de hablar del renovado escándalo del pueblo y de la cena, cayeron en un silencio incómodo.

Ella no sabía qué decir, y se puso a hablar de cualquier cosa, aunque sabía que él no estaría interesado.

Pero cualquier cosa era mejor que el silencio.

—Me parece que hoy has adelantado más trabajo que yo. Me he pasado toda la tarde discutiendo con la empresa de alquiler de coches.

—¿No les gustó lo del accidente? —dijo él.

—Eso no es lo peor. Yo pagué el seguro, pero han perdido los papeles y han querido hacerlo pasar como que no estaba cubierto. He tenido que ir por otros canales para demostrarlo. Y luego querían hacerme pagar la grúa a Billings… Y cuando finalmente aceptaron que tenían que hacerlo ellos, he tenido que pelear para que me reconocieran que el contrato tiene una cláusula en la que pone que se comprometen a enviar otro coche.

—¿Y van a hacerlo?

—De mala gana, porque estoy en medio de la nada, como me han dicho. Pero no lo tendré aquí hasta el fin de semana, el viernes o el sábado. Insisten en que no pueden hacerlo hasta entonces y no ha habido nada que dijera o con lo que los amenazara, que pudiera convencerlos. Son unos desgraciados.

Reid sonrió internamente al ver lo alterada que estaba.

—Yo estaré aquí toda la semana, así que si hay algún sitio adonde no te apetezca ir caminando, puedo llevarte —dijo él.

Aquel ofrecimiento fue la segunda sorpresa de la noche, y aunque sabía que era mejor no ir con él a ningún sitio, a ella le agradó saber que podía contar con ello.

—Gracias —dijo.

Chloe rechazó otra porción de pizza, pero Reid se sirvió otra.

—¿A qué te dedicas? —le preguntó Reid.

—¿Conoces los juguetes que se regalan a los niños en los restaurantes de comida rápida? Yo los diseño.

Él sonrió.

—Bromeas…

—No. Juguetes que giran, con ruedas, muñecos, figuras de acción… Los hago yo.

—¿Cómo te metiste en ello?

—He seguido pintando y dibujando. Pensé que quería ser diseñadora gráfica. Hubo un encargo para diseñar un juguete en mi clase, y entonces no sólo descubrí que servía para ello y que me gustaba, sino que el juguete que diseñé, un bicho robótico, ganó un par de premios y me lo compró una empresa de juguetes en miniatura. Me ofrecieron un trabajo en aquel mismo momento. Lo rechacé porque quería terminar mis estudios, pero seguían interesados cuando acabé. Trabajo con ellos desde entonces.

—Increíble.

Reid parecía sinceramente impresionado, aunque no sabía cuánto podía estarlo si comparaba lo que hacía ella con lo que hacía él.

—¿Y tú qué? Jamás dijiste que querías ser médico.

—Surgió en la universidad. Al mismo tiempo que me di cuenta de que tenía aptitudes para las clases de ciencia, empecé a trabajar como conserje en el hospital. El viejo doctor Seymour vio que me interesaba la Medicina y me animó a estudiarla. De hecho, me tomó como discípulo suyo y me enseñó muchas cosas antes incluso de que entrase en la facultad de Medicina. También me recomendó cuando llegó el momento de presentarme al puesto, y así fue como entré.

—¿Dónde fuiste?

—A Wayne State, en Detroit. Hice mi residencia allí también, en el centro de la ciudad. Después de aquello, trabajar en Northbridge fue muy fácil.

—No creo que lo sea, si eres el único médico del hospital.

—Me lleva mucho tiempo —admitió Reid—. Y no duermo mucho, pero lo tengo más fácil que el viejo Seymour, quien me precedió, porque hay más personal. Hay tres enfermeras, en lugar de una, como tenía Seymour. Hay un practicante y un ayudante del médico.

—¿Qué sucedió con el doctor Seymour?

—Hizo lo que siempre había dicho: jubilarse y retirarse a su barco. Se pasa el tiempo pescando.

—¿Ya no practica la Medicina?

—Viene al hospital los miércoles, da una vuelta, mete la nariz un poco en todo, quiere conocer los nuevos artilugios que se emplean… Pero tiene ochenta y seis años. Cuando tengo que ver a algún antiguo paciente suyo le gusta estar presente. Y aun con la poca vista que tiene a veces descubre cosas que se me han pasado a mí.

—¿Te gusta ser médico?

—Sí, sobre todo aquí. Tengo que hacer un poco de todo y he heredado el papel de padre de todos que tenía el doctor Seymour, aunque sea demasiado joven para ello.

Ella no quería pensar en Reid como padre, ni siquiera como sustituto de uno.

Reid miró el reloj y dijo:

—Me tengo que ir.

—¿No quieres más pizza? —preguntó ella, con cierto tono de esperanza en la voz.

—Creo que no puedo más. Además, lo que quede te servirá para tener algo de comer aquí. ¿No decías que era tu desayuno favorito?

—Mmm… Pizza fría… —exclamó ella.

Reid se puso de pie y ella hizo lo mismo.

Cuando Chloe lo acompañó a la puerta, Reid se detuvo con la mano en el picaporte, la miró y dijo:

—Ha estado bien la cena.

—Sí —respondió ella, contenta por su comentario.

—Entonces, ¿crees que podemos hacer esto? ¿Olvidar lo pasado? —preguntó Reid.

—¿Tú qué opinas? Quiero decir, ¿puedes olvidar lo pasado?

Él la miró un momento con aquellos ojos verdes. Su mirada no era la de hacía catorce años, pero tampoco la de la pasada noche ni la de aquella mañana. Y eso fue un alivio para ella, aunque habría querido más.

—Puedo intentarlo —respondió Reid finalmente.

—Me alegro.

—Entonces, supongo que te veré mañana. ¿A qué hora es lo más temprano que puedo empezar para no molestarte?

—Cuando quieras. Usa la llave que te dio Betty y entra. Aunque yo no me haya levantado, no se oye nada desde arriba y podré seguir durmiendo.

—De acuerdo, pero intentaré no hacer ruido hasta que sepa que estás despierta.

Ella asintió.

—Buenas noches, entonces. Que llegues sano y salvo a casa —bromeó Chloe.

Se quedaron un momento allí, mirándose.

Chloe no pudo evitar recordar muchos momentos como aquél, en que se habían dicho «buenas noches» con un beso.

Reid la habría besado, pero en cambio dejó de mirarla y fijó los ojos en el picaporte.

—Gracias por la pizza —comentó Chloe.

—De nada.

Y Reid se adentró en la noche otoñal.

Chloe cerró los ojos y recordó aquellos besos de hacía catorce años con los que se había ido sonriendo a la cama.

¿Serían iguales los besos de Reid después de todo ese tiempo? ¿O habrían cambiado y madurado como su apariencia?

Deseó tener la oportunidad de comprobarlo.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

NO te asustes, voy a subir.

Chloe oyó las palabras de Reid desde abajo de las escaleras que conducían al desván.

La sola idea de verlo le aceleraba el corazón.

Eran las siete de la tarde del martes y, aunque habían estado trabajando en la casa todo el día, no se habían visto.

A las ocho de la mañana Chloe había estado despierta y había oído la puerta de entrada. Y un momento más tarde lo había oído subir hasta su dormitorio y luego bajar.

La curiosidad la había hecho levantarse y abrir la puerta de su habitación. Había una taza de café humeante esperándola en el suelo.

Ella le había gritado «gracias» por la escalera y él le había dicho «de nada», y no había habido ningún otro contacto.

Había bebido el café después de ducharse y había decidido no comer la pizza, ya que normalmente sólo desayunaba un café. Luego se había metido en el desván.

A la hora de la comida, cuando finalmente ella había bajado al territorio de Reid, éste había estado hablando por teléfono, así que Chloe apenas lo había saludado con la mano, había agarrado una porción de pizza y un refresco y había vuelto al desván a comer mientras ponía un poco de orden.

Pero Reid estaba allí todavía. Apareció y la saludó.

—Llevas tanto tiempo aquí sin siquiera asomar la nariz que empezaba a preocuparme la idea de que te hubiera secuestrado una rata gigante de desván.

—¿Una rata gigante de desván? —rió ella.

Reid entró al desván y se detuvo cerca de ella. Observó la habitación.

Ella lo miró. Estaba vestido casi exactamente como el día anterior, con unos vaqueros y una camiseta manchados de pintura. Pero aquel día estaba afeitado.

A Chloe le gustaba tanto con barba como sin ella. Pero le gustaba pensar que se había molestado en afeitarse.

—Cuando vi la casa me sorprendió ver tantas cosas aquí… —comentó Reid.

—A mí también. Al parecer, marcharse deprisa hace que se olviden muchas cosas.

—Está más limpio que cuando lo vi yo —comentó Reid.

—Ayer me pasé el día limpiando, quitando polvo y telarañas. Hoy he estado haciéndome una idea general de lo que hay. Tengo que ver qué doy, qué tiro y qué me llevo. Espero avanzar más mañana.

—Es mucho trabajo.

—Más de lo que esperaba —dijo Chloe—. He empezado con algunas cosas mías… —señaló dos cajas que había a un lado—. Son ropa y cosas que daré a la iglesia. Pero esta caja tal vez te interese —señaló una caja de cartón que había a sus pies, decorada con pegatinas con flores y corazones, y con un letrero de Privado escrito en varios sitios.

—No lo sé. Pone Privado.

—Por si mis padres se la encontraban escondida debajo de la cama. Hay algunas cosas que hasta es posible que quieras que te devuelva.

—¿Has encontrado cosas mías?

—Recuerdos… A no ser que prefieras no…

Reid miró la caja con precaución. Chloe pensó que Reid estaba decidiendo si quería verla o no.

—¿Un envoltorio de hamburguesa? —preguntó Reid cuando ella abrió la caja.

—De Tastee Dog. Fue donde me llevaste a cenar antes del baile de fin de curso de ese año. ¿Sigue existiendo todavía? —preguntó Chloe.

—¿Tastee Dog? Sigue allí.

Reid miró el envoltorio.

—¿De verdad que guardaste un envoltorio de hamburguesa?

—No sólo lo guardé. Lo lavé y lo tuve pegado a la pared un tiempo. No sólo fue mi primera cita contigo, fue la primera cita de mi vida, y tuve que rogar a mis padres para que me dejaran ir. Ya sabes cómo eran mis padres, y yo sólo tenía catorce años y tú eras un «hombre de quince».

Reid le devolvió el envoltorio de hamburguesa, puso los ojos en blanco y, como si fuera un adolescente, exclamó:

—¡Las chicas son tan bobas!

—¡Ten cuidado con lo que dices! ¡Porque aquí hay unas cuantas cosas tuyas sentimentales y bobas!

—No, no puede ser —bromeó Reid—. Soy un chico duro.

—Oh, chico duro, me estás pidiendo que te ponga en ridículo —respondió Chloe, buscando en la caja hasta que lo encontró.

—Una botella de leche vieja y un arco roto… ¿Buscabas en mi basura o qué? —preguntó Reid, como si no hubiera visto nunca aquello.

—¡Tú me los regalaste y sé que lo recuerdas!

Chloe notó su sonrisa mal disimulada, y supo que él lo recordaba perfectamente, aunque no quisiera admitirlo.

—Era de nuestra canción, la que ponían en la radio, cuando dijiste que estábamos juntos, la canción de amor de Rod Stewart que habla de una botella de lluvia y de un arco… Ésta era una botella de lluvia, evaporada ahora, pero una botella de lluvia, y éste es un arco roto.

—Es una suerte que fuera una primavera lluviosa, porque si no, no habría podido llenarla —dijo a modo de admisión Reid—. La sacaba fuera cada vez que se suponía que iba a llover, y uno de mis hermanos me la quitaba siempre. Al final, tuve que subirla al tejado cuando estaban todos dormidos, y levantarme antes que nadie al día siguiente.

—O sea que realmente era una botella de lluvia y no una de agua… A mí me pareció la cosa más romántica que alguien pudiera hacer por mí —confesó Chloe.

—¿Y lo fue?

—Sí —se rió ella.

Chloe levantó una caja de zapatos llena de recuerdos y dijo:

—Servilletas, cajas de cerillas, cualquier cosa que pudiera meter en el bolso era un recuerdo de los lugares a los que íbamos.

—¿Cleptomanía?

—Las adolescentes necesitan inmortalizar todo lo relacionado con sus novios.

Reid vio algunas flores secas y preguntó por ellas.

—Algunas son flores que me regalaste en mi cumpleaños o en ocasiones especiales, o simplemente para ser dulce conmigo. Los ramilletes son de los bailes a los que fuimos juntos. Diez en total.

—¿Diez?

—El año que terminabas el instituto fuimos a un baile para Navidad, que fue nuestra primera cita, y luego hubo varios de primavera…

—Me acuerdo que una vez, en un baile de primavera, estabas con gripe —recordó Reid.

—Sí, viniste a verme, me trajiste comics de Spiderman y te quedaste todo el tiempo conmigo —dijo ella, buscando las revistas.

Cuando las encontró se las mostró para demostrarle que las había guardado.

—Te traía literatura y tú te dormías encima de mí.

Era verdad, literalmente se dormía con su cabeza en el regazo de Reid mientras él le acariciaba el pelo.

—Sí, y no querías despertarme, así que te quedabas hasta tarde y tenías problemas con tus padres —agregó Chloe.

—No era para tanto.

—Sí lo era para mí. Sabes que yo no me habría atrevido a llegar tarde a casa porque no me habrían dejado volver a verte.

Reid no comentó nada de aquello y miró la caja. De pronto descubrió un folleto de papel verde y exclamó:

—¿«Raleigh canta para el público»? ¿Has guardado eso? —preguntó Reid, entusiasmado.

—¿De qué otro modo íbamos a seguirle la pista a Raleigh para que cantase en nuestra boda? —preguntó Chloe, refiriéndose a una broma que solían hacer.

Ambos pertenecían al coro del instituto y durante el último año de Reid habían sido invitados a un concierto de tres días para que actuasen en Billings. Para entonces varios de sus compañeros habían formado pareja y, en la última noche que habían estado allí, deseosos de tener una cita en la gran ciudad, Chloe, Reid y otros cuatro tortolitos habían salido de sus habitaciones cuando habían apagado las luces y se habían ido al único sitio al que podían llegar: al salón del hotel. Allí cantaba Raleigh Riley, quien decía que podía cantar cualquier cosa que le pidiera el público. Raleigh era un hombre de ochenta años que tocaba una guitarra acústica, y cantaba con voz ronca un repertorio de cinco canciones.

—Nos divertimos mucho aquella noche, a pesar de lo mal que cantó Raleigh.

—Sí, recuerdo aquellas canciones horribles, cantadas tan mal por Raleigh —agregó Chloe, mientras volvían a reírse, ignorando la parte de inocentes sueños de matrimonio que estaban tan seguros entonces de poder realizar en el futuro.

Chloe rebuscó en la caja y anunció:

—Aquí están tus botas altas de goma —dijo Chloe mostrando sus botas—. Pensé que podrías querer que te las devolviese.

—Ah… Me acuerdo que quise que las usaras para lavar los coches, cuando decidimos juntar dinero haciéndolo.

—Para que no me mojase.

—Para que no pudieras ponerte aquellos shorts, en realidad. Estaba protegiendo lo que era mío.

Chloe había oído muchas veces aquella historia, pero quiso repetir la secuencia. Y mientras que el sentimiento posesivo de Reid adolescente la había enternecido siempre, ahora le producía un cosquilleo.

Lo último que había en la caja era una camisa de franela que había sido de Reid. Era algo que había querido tener para recordar su piel cuando él no estaba con ella. Y de pronto sintió que no quería deshacerse de ella.

—Probablemente quieras que te la devuelva —dijo ella, mostrándosela.

Reid sonrió al ver la camisa.

—Me gustaba verte con ella puesta —dijo.

Por un momento se quedaron callados, mirando la camisa, simplemente.

Luego Reid dobló la camisa y se la dio a Chloe.

—Quédate con ella —dijo con sinceridad.

Y Chloe la recibió del mismo modo, porque quería tenerla.

Y para romper aquel momento Chloe revolvió la caja y dijo:

—Eso es todo.

—¿No hay fotos? —preguntó, decepcionado—. Había muchas. Yo tengo algunas incluso.

Chloe tenía muchas, todo un álbum. Pero no quiso decírselo, porque lo tenía guardado en su apartamento y de vez en cuando lo miraba.

—Pude rescatarlas y me las llevé conmigo, por eso no están aquí.

—¿Tuviste que esconderlas?

—Ya sabes cómo fue. Mis padres, mi madre sobre todo, querían borrar todo rastro tuyo. Me sorprendió encontrar esta caja. Mi madre hizo quemar todo aquella noche que nos separamos. No pude llevarme nada a la casa de mis abuelos. Las fotos estaban debajo de una ropa, por eso no las vio. Mi padre debe de haber guardado esto sin que lo supiera mi madre.

Reid se puso serio y frunció el ceño. Chloe supo por qué. Y lamentó haberle cambiado el estado de ánimo.

Al rato, Reid pareció relajarse nuevamente. Su recorrido por el pasado había terminado, así que Chloe puso la tapa de la caja y dijo:

—¿Has terminado el trabajo de hoy?

—He acabado por hoy, y he terminado de pintar el salón. ¿Qué te parece si me cambio de ropa y te llevo a hacer la compra? No puedes vivir a base de pizza y café.

Chloe sabía que tenía que hacer compra, sólo que no le apetecía enfrentarse a la gente de Northbridge.

—¿No es muy tarde para ir a comprar? —preguntó.

—Las tiendas abren hasta tarde algunos días en época del curso escolar.

—Debes de estar cansado. Llevas trabajando todo el día.

—Eso no es problema para mí, ¿y para ti?

Chloe sabía que Reid pensaba que no quería estar con él. Pero no se trataba de eso. Aunque no iba a decírselo.

—Voy a ser sincera: no me entusiasma la idea de ver a la gente del pueblo. Tenía intención de venir, hacer una compra rápida e irme después de terminar lo que he venido a hacer. Pero el accidente ha cambiado mis planes y, cuanto más tiempo estoy aquí, más cobarde me siento.

—¿De qué tienes miedo?

—No lo sé. Probablemente sea una tontería después de tanto tiempo, pero sé cómo es este pueblo y estoy segura de que la historia de la chica de los Carmichael que se quedó embarazada fue motivo de conversación durante mucho tiempo después de marcharme.

—Sí. Eso y lo que dijo tu madre aquella noche cuando fuimos a decírselo todos a tu familia. El echar a mi madre, a mí, y hasta al reverendo, fue un hecho que llamó la atención de los vecinos. Hubo cotilleos, sí.

—Yo sé cómo trataban mi madre y sus amigas a la gente que estuvo implicada en escándalos…

—Pero sólo hay unos pocos que se dedican a difamar con sus cotilleos. Además, ha pasado mucho tiempo, Chloe. No creo que suceda nada ahora. Quiero decir, sí, es verdad que ya comentan que has vuelto, mi madre se lo ha oído decir esta mañana a seis personas. Pero la historia de la mujer del reverendo Perry es la noticia del momento. En cuanto a ti, la gente querrá verte simplemente, y saber cómo te ha ido en estos años. Estoy seguro de que no te señalarán ni murmurarán, aunque nos encontremos con alguna de las antiguas amigas de tu madre.

—No lo sé…

—Ven. Tienes que salir, respirar aire fresco y comprar comida. A mí no me dilapidaron, ¿por qué van a dilapidarte a ti?

Había pasado tanto tiempo desde que Reid había pasado aquel temporal, que tal vez se hubiera olvidado de cómo había sido enfrentarse a la gente por primera vez. Y a ella le resultaba difícil.

—Sabes que no fuimos los únicos críos en una situación así —agregó Reid al ver que ella no decía nada—. Ni seremos los últimos.

Se puso de pie y le dio la mano.

—Ya verás. Si estoy equivocado, pagaré yo la comida.

—Tengo que cambiarme —comentó ella.