Un rayo de ilusión - Mi adorable jefe - Amor y fuego - Victoria Pade - E-Book

Un rayo de ilusión - Mi adorable jefe - Amor y fuego E-Book

VICTORIA PADE

0,0
6,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Un rayo de ilusión Gabe Trevino había ido al rancho Sandbur para entrenar caballos, no para enamorarse de la hija de la jefa. La seductora heredera podía montar a caballo tan bien como cualquier hombre, pero ocultaba algo y le estaba tentando a que descubriera el enigma que suponía aquella bella y vulnerable mujer. Mi adorable jefe Un matrimonio era lo último que Meg Perry tenía en mente cuando fue contratada como niñera de la inagotable hija de tres años de Logan Mc- Kendrick. Se sentía atraída por aquel atractivo padre divorciado, pero ¿qué mujer no lo estaría? El problema era que su nuevo jefe también parecía encontrarla irresistible… Amor y fuego Aunque había sido la niñera de los hijos de Mick Hanson toda la vida, y había estado enamorada de él durante todo ese tiempo, Kayla James siempre había conseguido mantener una relación estrictamente profesional con su jefe. Pero los niños se habían hecho mayores y ella se enfrentaba a una elección: quedarse y… delatarse, o quitarse de en medio.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 640

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 454 - marzo 2023

 

© 2008 Stella Bagwell

Un rayo de ilusión

Título original: Hitched to the Horseman

 

© 2010 Victoria Pade

Mi adorable jefe

Título original: Marrying the Northbridge Nanny

 

© 2010 Christie Ridgway

Amor y fuego

Título original: Not Just the Nanny

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010, 2010 y 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales,

utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina

Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-566-8

Índice

 

Créditos

 

Un rayo de ilusión

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

 

Mi adorable jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

 

Amor y fuego

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

 

Si te ha gustado este libro…

 

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

GABRIEL Trevino se llevó la botella de cerveza que tenía en la mano a la boca para ocultar la mueca que esbozó al mirar a toda la gente que había reunida en el gran jardín en el que se encontraban. Se preguntó qué demonios estaba haciendo él allí. Normalmente, sus reuniones sociales consistían en compartir una cerveza con sus amigos en el rodeo que se celebrara en la zona. Pero la fiesta de aquel día en el rancho Sandbur no se podía comparar con aquella clase de diversión durante la cual escupían tabaco y maldecían. Incluso los aburridos festejos a los que Sherleen lo había arrastrado durante su desafortunada relación sentimental, se quedaban en nada comparados con aquella espléndida celebración. Era la mejor a la que jamás había asistido.

La comida, la bebida, el grupo musical, las mujeres con gargantillas y pulseras de diamantes que brillaban intensamente… todo era estupendo. Irónicamente pensó que sólo en Texas podía una mujer justificar el vestirse con sus mejores galas para una barbacoa al aire libre.

Apoyado en el enorme tronco de un roble, centró su atención en la pista de baile portátil que habían instalado a cierta distancia de la casa. En aquel momento estaba llena de parejas, algunas mayores y otras jóvenes, que se lo estaban pasando de lo lindo mientras bailaban.

—¿Qué ocurre, Gabe? ¿No te gusta bailar?

Al darse la vuelta, Gabriel vio a Geraldine Saddler, la matriarca del rancho Sandbur. Ésta estaba acercándose a él.

Aquella alta y elegante mujer de pelo canoso no parecía saber cómo poner un sello en la piel de una vaca, pero Gabriel llevaba ya dos meses trabajando en el rancho y la había visto realizar ciertas cosas que impresionarían a algunos de los trabajadores de rancho más experimentados.

—Sólo a veces —contestó.

Geraldine lo miró fijamente y sonrió.

—¿Ahora no te apetece?

Avergonzado ante el hecho de que su incomodidad era obvia, Gabriel se apartó del tronco del roble y se giró hacia la matriarca.

—A mí me basta con mirar, señora.

La señora Saddler desprendía amabilidad y elegancia. Durante un instante, Gabe se preguntó a sí mismo cómo habría sido la vida de su madre si hubiera estado expuesta a aquella clase de riqueza, si hubiera tenido una casa bonita, mucha comida y suficiente dinero como para pagar todas las facturas y, además, poder permitirse lujos.

—Ésta es la primera fiesta que hemos celebrado desde que has llegado al rancho —comentó Geraldine—. Me gustaría que te divirtieras.

—Oh. Bueno, es una celebración muy bonita, señora Saddler. Realmente bonita.

Tomando a Gabe por el brazo, ella se rió.

—Ven, Gabe. Quiero presentarte a alguien.

Como no quería ofenderla, Gabriel le permitió que lo guiara entre la alegre multitud allí congregada. Llegaron a un patio en el cual había varias personas de pie formando un círculo.

Lex Saddler, hijo de Geraldine y el hombre que se encargaba de la venta de ganado en el Sandbur, era una de las personas allí reunidas. Según parecía, acababa de decir algo gracioso ya que una mujer alta y rubia estaba riéndose alegremente. Ésta iba vestida con un vestido blanco de tirantes muy corto que tenía unas llamativas flores estampadas en el dobladillo. A diferencia de la mayoría del resto de jovencitas que habían acudido a la fiesta aquella noche, no estaba muy delgada. Tenía suficiente carne como para llenar el vestido con unas deliciosas curvas.

Al acercarse Gabe y Geraldine al grupo, la joven rubia se dio la vuelta hacia ellos. Casi instantáneamente, la cara de ésta reflejó una leve inquietud, como si verlo a él con Geraldine hubiera sido como haber visto un lobo entre una manada de ovejas.

—Mercedes, ven aquí —la llamó Geraldine—. Me gustaría que conocieras a alguien.

Mercedes. Gabe se percató de que aquélla era la hija de la matriarca del Sandbur. La hermana de Lex y Nicci. Ella era la razón por la que una multitud de invitados había acudido al rancho Sandbur aquella tarde, así como de que él estuviera allí de pie deseando estar en otra parte.

Mercedes se disculpó con el grupo de personas con el que había estado reunida y se acercó a su madre y a Gabe. La suave fragancia de su perfume embargó los sentidos de éste, el cual sintió que Geraldine le soltó el brazo al presentarlos.

—Gabe, ésta es mi hija, Mercedes. Mercedes, éste es Gabriel Trevino. Es nuestro nuevo entrenador de caballos.

Trevino pensó que la hija de la matriarca del Sandbur era joven. Desde luego más joven que él, que tenía treinta y cinco años. Se percató de que lo miró de manera perspicaz con sus ojos azules oscuros y una intensa atracción hacia la sensual belleza que tenía delante se apoderó de sus sentidos. Entonces inclinó la cabeza ante ella.

Mercedes le tendió la mano.

—Encantada de conocerlo, señor Trevino.

Al estrechar la mano que le había tendido ella, a Gabe le sorprendió la firmeza y la calidez de los dedos de aquella mujer.

—Lo mismo digo, señorita Saddler.

Mercedes pensó que él estaba aburrido; pudo verlo reflejado en su cara. Le impresionó ésta debido a lo atractiva que era. Gabriel tenía unas mandíbulas fuertes, un hoyuelo en la barbilla y un perfil de aspecto muy arrogante. La estaba mirando con unos preciosos ojos grises resaltados por unas oscuras cejas. Y su boca… bueno, pensó que habría tenido un aspecto delicioso si hubiera estado esbozando una sonrisa. Pero en vez de ello, Gabriel estaba esbozando una dura mueca de desdén.

Consternada, se dio cuenta de que la reacción de aquel hombre había despertado su curiosidad y continuó apretándole la mano… en parte porque tocarlo le resultaba agradable, así como también porque sabía que aquello estaba haciéndole sentir más incómodo.

—Así que se ha hecho cargo del trabajo del primo Cord —reflexionó en voz alta—. ¿Cómo se encuentra aquí, en el Sandbur?

—Estoy muy cómodo —contestó Gabe en voz baja—. Su familia ha sido muy amable conmigo.

Mercedes pensó que había algo en el tono de voz grave que empleaba él que la dejaba levemente sin aliento. Se dijo a sí misma que era una tonta y que no debía dejarse llevar por aquella sensación, sensación que desaparecería con el tiempo… al igual que aquel hombre se marcharía del Sandbur. No tenía aspecto de querer echar raíces.

—El Sandbur siempre ha tenido unos excelentes caballos de montar —comentó—. Estoy segura de que le agradará trabajar con ellos. El tío Mingo es una leyenda en el negocio de los caballos.

—Su tío es un hombre muy especial —concedió Gabe.

A Mercedes comenzaron a sudarle los dedos y tuvo que apartar la mano. Se echó levemente para atrás y su madre comenzó a hablar.

—Gabe ha trabajado durante años con caballos problemáticos —explicó con orgullo—. Consigue que superen los problemas que tengan y les enseña a crear un vínculo con el hombre en vez de luchar contra él. Tenemos mucha suerte de tener a Gabe con nosotros.

A Mercedes le intrigó saber qué hacía él por las mujeres. Miró sus dedos y comprobó que no llevaba anillo de compromiso. No le sorprendió. Obviamente no había ninguna mujer en su vida que suavizara su aspereza. Parecía ser un hombre duro y salvaje.

—Eso debe de ser todo un reto —dijo, dirigiéndose a Gabe.

Una leve sonrisa se reflejó en los labios de él. Avergonzada e impresionada, ella se sintió repentinamente invadida por la atracción. Gabe era pura masculinidad, y se dijo a sí misma que cualquier mujer se sentiría atraída por él. Pero la verdad era que hacía muchos años desde que ningún hombre había despertado su interés sexual y no comprendió por qué aquél estaba reavivando las cenizas…

—Por eso mismo lo hago —respondió Gabe.

Mercedes estaba estudiándole la cara detenidamente cuando Lex la llamó desde el otro lado del jardín.

—¡Oye, Mercedes, ven aquí! ¡Ha llegado alguien que llevaba perdido mucho tiempo!

Ella miró por encima de su hombro y vio a su hermano junto a un viejo compañero suyo de clase. Vernon Sweeney, el Ganso del St. Mary High School. Éste era muy dulce y en absoluto tan excitante como el hombre que estaba de pie delante de ella. Pero era alguien que ofrecía seguridad. Y, en aquel momento, la seguridad era algo mucho más fácil de manejar.

Entonces se giró hacia Gabe.

—Un viejo amigo requiere mi atención. ¿Me disculpa?

La estoica expresión de la cara de él no se alteró.

—Desde luego, señorita Saddler.

 

 

Durante la siguiente hora, Mercedes estuvo charlando, riendo y bailando con muchos de los innumerables invitados que se habían reunido en el inmenso jardín del rancho.

Sólo llevaba en casa poco más de una semana y no había tenido tiempo de adaptarse de nuevo al Sandbur antes de que su madre hubiera comenzado con los preparativos de la fiesta de aquella tarde. En realidad, no le había apetecido tener que socializar tanto tan pronto. Habría preferido volver a adquirir el ritmo de la vida civil antes de que la lanzaran ante una multitud de personas. Pero aquella fiesta de bienvenida era importante para Geraldine y no había querido herir los sentimientos de ésta.

A pesar de las distracciones de la velada, así como de haber estado bailando y comiendo, no había podido quitarse de la cabeza al impactante entrenador de caballos… lo que suponía una verdadera tontería por su parte. No había intercambiado con aquel hombre más que unas breves frases y las pocas palabras que él le había dirigido habían sido educadas, pero nada más. Aun así, pensaba que había habido cierta condescendencia en su actitud, como si ella le resultara una persona aburrida o, incluso peor, una niña mimada. No dejó de pensar en aquello mientras bailaba con su hermano.

—Estás bailando mejor que nunca —comentó Lex, esbozando una sonrisa—. Supongo que todas aquellas clases de ballet que recibiste cuando eras niña merecieron la pena.

Ella se rió.

—Pobre mamá —dijo—. Creo que nunca dejé de pelear para que me sacara de aquellas clases.

—Querías llevar chaparreras en vez de un tutú de volantes.

Mercedes suspiró. Le pareció que había pasado mucho tiempo desde que había sido tan inocente. Deseó que su vida hubiera continuado siendo tan simple y segura.

—Era una niña poco femenina y mamá quería que fuera más refinada, como Nicci. Papá también lo quería.

—En absoluto. Papá te quería de cualquier manera —comentó Lex.

Ella no pudo ignorar la manera en la que la bella cara de su hermano se ensombreció. Éste todavía echaba desesperadamente de menos a su padre. Ella también. Daría lo que fuera por tenerlo de nuevo entre ellos. Pero en el año mil novecientos noventa y seis, Paul Saddler había fallecido de lo que la policía había calificado como un accidente de barca.

—¿Te estás divirtiendo, hermana? —le preguntó Lex.

—Desde luego. Es una fiesta estupenda. Mamá se ha superado. Y Cook todavía sigue teniendo su toque especial, ¿verdad? La carne que ha preparado me ha hecho la boca agua.

—Seguro que en Diego García no tenías nada parecido para comer.

Su hermano tenía razón. En la base aérea enclavada en una diminuta isla del Océano Índico no se celebraban fiestas ni se preparaban magníficas comidas hechas en casa. Había pasado los anteriores dos años, años que formaban parte de sus ocho años de preparación para las Fuerzas Aéreas, en aquella aislada isla y tenía que admitir que había olvidado la lujosa y cómoda vida que había disfrutado en el Sandbur.

—El Día de Acción de Gracias comíamos pavo y pastel de nueces —comentó. Entonces se rió—. Pero, por supuesto, lo tenían que traer de fuera… como todo lo demás.

Lex esbozó una sonrisa llena de afecto.

—Te hemos echado de menos, cariño. Todos estamos muy contentos de que estés de vuelta en casa. Te vamos a poner las cosas muy difíciles si tratas de marcharte de nuevo. Simplemente recuérdalo si sientes ganas de viajar.

Aquellas palabras provocaron que Mercedes se sintiera muy querida, pero al mismo tiempo incómoda. Tanto el resto de la familia como su hermano, habían dado por supuesto que había regresado a casa para quedarse. Pero ella no estaba en absoluto segura de que debiera pasar el resto de su vida en el rancho… no cuando los viejos recuerdos y pasados errores continuaban persiguiéndola a cada paso que daba.

Estaba tratando de apartar de su mente el intranquilizador tema de su futuro cuando su mirada se posó en otra de las parejas que había en la pista de baile. Alice Woodson, una antigua compañera de clase suya, estaba acurrucada en el entrenador de caballos. Parecía estar disfrutando mucho de estar entre los brazos de Gabe. Mercedes pensó que aquella mujer estaba loca por los hombres y lo había estado desde el instituto.

—¡Yuju! ¡Eh, hermana! La canción ha terminado. ¿Quieres que sigamos bailando?

Al percatarse de que tanto la música como los pies de su hermano se habían detenido, Mercedes miró a éste y deseó que sus pensamientos no se reflejaran en su cara.

—Creo que voy a sentarme, Lex. Necesito beber algo.

Abrazando a su hermana por la cintura, Lex la guió fuera de la pista de baile. Mientras ambos se acercaban a la mesa más cercana para tomar algo de beber, Mercedes no pudo contenerse.

—¿Sabes por qué mamá ha invitado a Alice? —preguntó.

Lex frunció el ceño.

—Es una de tus antiguas compañeras de clase, ¿no es así?

—Sí. Pero nunca me llevé muy bien con ella —respondió Mercedes entre dientes—. Aunque parece que alguien de la fiesta sí que lo hace.

Lex miró en la dirección que estaba mirando su hermana y vio como Gabe acompañaba a Alice fuera de la pista de baile. Ambos se acercaron a una mesa.

—¿Gabe y Alice? —comentó, riéndose—. Él simplemente está comportándose como un caballero. No creo que Gabe sea muy mujeriego.

Mercedes frunció el ceño al agacharse y tomar una soda light de uno de los refrigeradores que había en la mesa.

—¿Qué quieres decir?

Su hermano se encogió de hombros como si no quisiera desarrollar mucho el tema… lo que provocó que Mercedes sintiera aún más curiosidad.

Finalmente Lex decidió contestar.

—Creo que ha tenido una mala experiencia y no quiere repetirla.

Ella pensó que podía comprender aquello, ya que había pasado los anteriores ocho años esquivando a los hombres y diciéndose a sí misma que estar sola era mucho mejor que la posibilidad de que le rompieran de nuevo el corazón.

Abrió la lata de soda y dio un sorbo a la bebida mientras analizaba a Gabe de reojo. Éste era alto, tenía los hombros anchos y la cintura estrecha. Los pantalones vaqueros y la camisa que llevaba seguramente formaban parte de la ropa que utilizaba para trabajar. Pero aun así, pensó que llevaba aquellas prendas con tanta clase que lograba que todos los demás hombres parecieran demasiado arreglados.

Esbozó una mueca al observar que Alice le puso una mano en el brazo…

—Entonces será mejor que se mantenga apartado de Alice. Ésta tratará de devorarlo —comentó.

Lex se rió.

—Si estás tan preocupada por él, ¿por qué no vas a rescatarlo y le pides que baile contigo?

Sorprendida, ella se quedó mirando a su hermano. Recordó que durante su época de instituto había sido lo suficientemente atrevida como para pedirle a un muchacho que bailara o que saliera con ella. Pero cuando había crecido, una vez que había amado y había perdido ese mismo amor, su valentía con los hombres había flaqueado. Después, cuando había aprendido de una manera muy dura que confiar en los hombres era muy peligroso, su deseo de estar cerca de un varón en cualquier tipo de circunstancia había casi desaparecido.

—¿Yo? —preguntó—. No soy el tipo de mujer que le pide a un hombre que haga nada.

—Te estás convirtiendo en una altanera, ¿no es así?

Mercedes pensó que, si le dijera a su hermano lo insegura que realmente se sentía, éste se quedaría muy impresionado. Pero no quería que Lex supiera que su alocada hermana se había convertido en una persona prudente que consideraba que los hombres podían hacerle daño en vez de darle placer.

—No —respondió—. Simplemente estoy siendo un poco inteligente.

Lex negó con la cabeza.

—Cobarde.

Ella se preguntó por qué su hermano siempre había sabido cómo incitarla. Al estar de regreso en el rancho, recordó que ser una Saddler implicaba enfrentarse a los desafíos que se encontraba por delante. Quiso que Lex supiera que todavía era digna de llevar el apellido de la familia.

Echó la cabeza para atrás y esbozó una maliciosa sonrisa. Entonces comenzó a dirigirse hacia Gabriel Trevino. Pensó que, en realidad, lo peor que podía hacer el hombre era rechazarla. Y, aunque lo hiciera, sólo se trataba de un pequeño baile. No permitiría que le molestara.

Alice fue la primera que la vio acercarse y esbozó una falsa sonrisa.

—Mercedes, ¿te he dicho lo fabulosa que estás? —le dijo cuando se acercó a la mesa a la que ambos estaban sentados—. Las Fuerzas Aéreas deben de estar relajándose, ya que parece que hayas estado en un balneario. Pero claro, tampoco has tenido que ir por la selva con una pistola en la mano ni nada parecido.

Mercedes apenas miró a la mujer, la cual, al percatarse de que había metido la pata, comenzó a reírse tontamente.

—Me alegro mucho de verte, Alice. Es estupendo que hayas podido venir a la fiesta —dijo Mercedes educadamente. Entonces miró a Gabe—. ¿Le importaría bailar conmigo, señor Trevino? Cuando empiecen a tocar la próxima canción mis pies no se estarán quietos y Lex está completamente agotado.

—Sí, Lex parece exhausto —comentó Alice con sorna.

Ignorando aquel comentario, Mercedes observó que los ojos de Gabe reflejaron cierta sorpresa. Pero a continuación éste se levantó y la tomó por el brazo.

—Perdóname —se disculpó con Alice.

La mujer contestó algo, pero Mercedes no pudo oírlo ya que todo lo que podía oír era el latido de su propio corazón mientras subía con Gabe a la pista de baile.

—¿A qué ha venido todo eso? —le preguntó él cuando estuvieron lo suficientemente alejados de Alice—. ¿Le tiene rencor a esa mujer?

—En realidad, no. Simplemente pensé que era mejor que usted supiera que es una devorahombres. Ya ha estado casada en dos ocasiones y todavía no ha cumplido treinta años.

Para sorpresa de Mercedes, Gabe se rió entre dientes.

—¿Parezco un hombre que no puede cuidarse de sí mismo?

Ella pensó que lo que parecía ser era un hombre que podía ocuparse de todo. Pero acababa de conocerlo y no estaba preparada para darle un efusivo elogio.

—No lo sé. ¿Puede cuidarse solo?

—He sobrevivido durante treinta y cinco años —dijo él cortantemente—. Y lo estoy haciendo bien.

Cuando finalmente llegaron a la pista de baile, el grupo comenzó a tocar una balada acerca del amor perdido. Aquél no era el tipo de baile que Mercedes había querido compartir con Gabe Trevino, pero no había nada que pudiera hacer al respecto en aquel momento.

—¿Por qué me ha pedido que bailara con usted? —insistió él al ponerle una mano en la espalda y comenzar ambos a bailar.

Los brazos de aquel hombre eran muy fuertes y, aunque ella trató de mantener cierta distancia entre su pecho y el torso de Gabe, no pudo conseguirlo. Su muslo penetró entre los de él y, cuando la excitación la embargó, sintió una necesidad desesperada de oxígeno.

—La verdad es que Lex me retó a que se lo pidiera —se sinceró—. Lo hizo porque yo estaba preocupada por usted. Mi hermano pensó que debía acudir a rescatarlo y así lo hice.

—No sé si sentirme halagado o insultado.

Mercedes no supo por qué, pero tras varios años de un autoimpuesto celibato, aquel hombre había despertado su libido.

—Yo no me complicaría con nada de eso —dijo con tanta indiferencia como pudo—. Es sólo un baile.

Aunque tenía la cabeza echada a un lado, supo que él estaba mirándola. Pudo sentir su mirada examinando su perfil, tras lo cual le miró el escote.

En ese momento, Mercedes sintió que un cosquilleo le recorrió el cuerpo. Consternada por la reacción que su cuerpo había tenido ante Gabe, le dio gracias a Dios de que ya hubiera oscurecido, ya que ello le impidió a él ver las gotitas de sudor que le estaban apareciendo en el labio superior.

—Pensé que tal vez sólo estaba siendo generosa… —explicó Gabe— al querer ofrecerle a los empleados la posibilidad de bailar con la realeza.

—Mire, simplemente para que lo sepa… —comenzó a contestar ella— no me considero una princesa ni a usted un simple empleado.

Gabe pensó que él jamás había sentido pena de sí mismo ni de su posición en la vida. Estaba orgulloso de quién era y decidió dejárselo claro a Mercedes.

—No necesito que sienta pena por mí. Me gusta cómo soy.

Ella le sorprendió al reírse. No fue sólo una simple risa, sino que se rió durante largo rato con alegría. En vez de sentirse enfadado, Gabe esbozó una sonrisa.

—Por favor, llámame Mercedes. Y, para tranquilizarte, Gabe, eres la última persona que creo que necesita que nadie sienta pena por ella.

Él pensó que abrazar a aquella mujer mientras bailaban era maravilloso. Reconoció que era extremadamente sexy, pero no necesitaba tenerla más cerca de lo que ya la tenía. No. Él ya había aprendido muy duramente el precio a pagar por estar con una mujer como ella.

—Escuché que Alice te dijo algo de las Fuerzas Aéreas. ¿Es por eso que has estado alejada del rancho durante un tiempo, porque estabas en las Fuerzas Aéreas?

—He estado fuera durante ocho años —contestó Mercedes—. Trabajé en el Servicio de Inteligencia.

Gabe pensó que aquello no tenía sentido. Una mujer como ella no necesitaba trabajar y mucho menos entrar en la rígida vida militar, pero tuvo que admitir que admiraba su ambición. En realidad tuvo que reconocer que quería descubrir qué había detrás de aquella azul mirada.

—¿Qué te impulsó a entrar en el ejército?

Mercedes se encogió de hombros, pero él se percató de que apartó la mirada.

—Tú y yo somos más parecidos de lo que crees, Gabe. A mí también me gustan los desafíos —comentó—. ¿Y tú? ¿Cómo llegaste a trabajar al Sandbur?

—Conocí a Cord en un seminario de caballos en Luisiana. Le gustó mi trabajo y me preguntó si me interesaría establecerme aquí.

—Y sí que te interesó —dijo ella, estableciendo lo obvio.

—Aquí estoy.

Mercedes pareció estar a punto de preguntarle más cosas cuando la canción terminó.

—¿Quieres que bailemos otra canción? —preguntó Gabe.

Ella sonrió.

—Realmente no debería ignorar al resto de invitados que han venido a verme.

—Entonces… muchas gracias por el baile —respondió él, levantándole la mano y dándole un beso en la palma.

—¿También le diste uno de ésos a Alice? —preguntó Mercedes, impresionada.

Gabe esbozó una leve sonrisa.

—No. Ella no bailó tan bien como lo has hecho tú.

Mercedes se quedó analizando a aquel hermoso hombre durante varios segundos, tras lo cual sonrió pícaramente.

—Oh, está bien. Entonces no me limpiaré la mano —dijo alegremente.

Antes de que él pudiera contestarle, se apartó de sus brazos y se alejó de la pista de baile.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

UNA vez que la fiesta finalmente terminó, Mercedes no se acostó hasta altas horas de la madrugada. Aunque estaba agotada, se despertó antes de que amaneciera, completamente sudorosa y desorientada.

Bajó las piernas de la cama y se llevó una mano a la cara.

Se dijo a sí misma que estaba bien, que se encontraba en su antiguo dormitorio del Sandbur, el dormitorio en el que había jugado de niña y al que habían ido amigas a dormir.

Miró a su alrededor y esperó que su mente se despejara. Se percató de que había estado soñando, pero no con algo placentero ni tranquilizador. El sueño había implicado un hombre y un caballo en un corral. Ella había estado observando la escena desde la valla y había llamado a gritos a aquel señor para tratar de advertirle que estaba a punto de resultar herido. Pero entonces el caballo había lanzado a su jinete al suelo y le había pisado la espalda.

¡Gabe! Había estado soñando con Gabe Trevino. Darse cuenta de ello le impactó casi tanto como el sueño había alterado sus sentidos. No se había ido a la cama pensando mucho en aquel hombre. Bueno, tuvo que admitir que justo antes de quedarse dormida quizá sí que había pensado en el fugaz beso que él le había dado en la palma de la mano. Pero lo que tenía claro era que no había estado obsesionada por Gabe.

Suspiró, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Como de ninguna manera iba a lograr volver a dormirse, decidió que sería mejor si se duchaba y se vestía.

Pocos minutos después, vestida con unos pantalones vaqueros, botas y una bonita camisa veraniega, se dirigió a la cocina. Allí se percató de que se había levantado incluso antes que Cook. La sala todavía estaba a oscuras.

Durante un segundo, consideró la posibilidad de prepararse un café, pero decidió esperar a que toda la familia se despertara para disfrutar de la compañía de ésta.

Entonces salió de la casa por la puerta trasera y se dirigió a los establos. Antes de llegar, pudo ver que una luz brillaba en el barracón. Pensó que los muchachos que trabajaban en el rancho pronto se pondrían en movimiento.

Las palomas estaban arrullando y los pájaros estaban comenzando a cantar. El rancho tenía una tranquila belleza que ella siempre había adorado. Incluso cuando el lugar estaba en ebullición durante el día, era un regalo para la vista y para los oídos.

Desde hacía muchas generaciones, su familia había trabajado y vivido en aquel rancho. Ella misma había nacido allí, en el dormitorio de sus padres.

En aquel lugar estaban sus raíces, pero hacía ocho largos años había arrancado aquellas raíces y se había marchado corriendo tan rápido como había podido. Pero se estaba preguntando si no habría cometido un error al regresar, al tratar de convertir el rancho de nuevo en su hogar, al intentar fingir que podía volver a la vida que había tenido antes de asistir a la universidad y de sufrir un gran engaño por parte de John, antes de lo acontecido en Peterson AFB, antes del humillante error que allí ocurrió.

Tratando de apartar de su mente todo aquello, se acercó a los establos y se subió a una valla que rodeaba a una pequeña manada de jóvenes caballos. Desde allí observó como los potrillos jugaban en el frío aire de la mañana. Pero entonces oyó unas pisadas tras de sí.

Miró para atrás sobre su hombro y le sorprendió ver al hombre protagonista de su perturbador sueño apoyar uno de sus hombros en la valla.

—Te has levantado muy pronto —comentó Gabe.

—Tú también. Hoy es sábado —señaló ella—. No me digas que comienzas a trabajar tan pronto los sábados.

Tras decir aquello, se ruborizó al percatarse de que aquel hombre había logrado introducirse en su subconsciente.

—Ellos no saben que es fin de semana —dijo él, asintiendo con la cabeza ante los caballos.

Mercedes pensó que tenía razón. Nada se detenía en el rancho. Había que alimentar y cuidar al ganado, así como a los caballos, todos los días de la semana.

—¿Utilizas ya ronzal con estos potros? —preguntó.

—Sí.

—¿Y qué es lo que estás haciendo ahora con ellos?

—Los estoy acostumbrando a las mantas y a las sillas de montar. Cuando vayan a cumplir dos años, haré que alguien de poco peso como tú comience a montarlos. ¿Has montado alguna vez un caballo inexperto?

Aunque Gabe estaba de pie y a bastante distancia de ella, su sola presencia impactó mucho a Mercedes, la cual fue muy consciente de su feminidad.

—He montado algunos caballos jóvenes, pero sólo una vez a uno inexperto. Mi padre nos prohibió subirnos encima de ninguno que no estuviera preparado para ser montado… pero yo no siempre hacía lo que se me mandaba.

—Me lo imagino.

Aunque ella no miró a Gabe, pudo oír la alegría que reflejó su voz. Y le hizo sentirse bien.

—Sí. El caballo me tiró y me rompí el brazo. No pude participar en el torneo de béisbol femenino que se celebró en el colegio aquel año. Aprendí acerca de los caballos inexpertos de una manera dura.

—No te sientas mal. A todos nos ha tirado alguna vez un caballo —comentó él.

Durante unos momentos, Mercedes permaneció callada. Gabe observó que ésta se levantó y que se bajó de la valla. Iba vestida con una camisa azul y blanca de manga corta. Llevaba una bufanda blanca sobre la cabeza. Al verla de cerca, se percató de que no iba maquillada, pero pensó que igualmente estaba guapísima.

—Será mejor que regrese a casa —dijo ella, esbozando una leve sonrisa—. Todavía no he desayunado ni tomado café.

—No puedo hacer nada acerca del desayuno, pero acabo de preparar café. ¿Te gustaría acompañarme a tomar una taza?

Mercedes miró a su alrededor.

—¿Aquí?

Gabe indicó con la cabeza hacia el granero.

—Tengo un despacho en el granero.

Ella se quedó muy sorprendida.

—Pensé que el despacho de Cord estaba en el granero de las reses.

—Todavía está allí. Pero a mí me gusta aquí… ya que estoy más cerca de las yeguas embarazadas. Muy amablemente, tu madre me dio varias cosas que lo han hecho muy cómodo.

—Me gustaría ver tu despacho —concedió Mercedes—. Y, sobre todo, me gustaría tomar café.

Construido en el mil novecientos, cuando el Sandbur había llegado a ser un rancho en condiciones, el granero era una de las pocas estructuras originales que se había mantenido en pie durante más de cien años soportando el clima del sur de Texas. Siempre había sido uno de los lugares favoritos de ella en aquel rancho.

Al entrar ambos en la gran construcción, Gabe tomó a Mercedes del brazo y la guió por un largo y ancho pasillo hasta una puerta cerrada. Entonces abrió ésta y le indicó a ella que entrara.

En cuanto Mercedes entró en la sala, le impresionó el gran escritorio, la silla, el ordenador, el fax y fotocopiadora, el teléfono, la nevera y la pequeña cocina que allí había.

—¡Increíble! Esto solía ser el cobertizo —comentó, asombrada—. ¿Cómo has logrado realizar una transformación tan grande?

—Algunos de los muchachos me ayudaron a trasladar todo lo que había aquí a otro lugar —explicó él, indicando el sofá que había junto a una de las paredes de la sala—. Siéntate. Quizá reconozcas ese sofá. Estaba en el cuarto de estar de la casa del rancho. Tu madre dijo que de todas maneras necesitaba uno nuevo, pero yo creo que simplemente estaba siendo generosa. Durante la época de partos necesito un lugar en el que poder tumbarme de vez en cuando.

Mientras ella se sentó en el sofá, Gabe sirvió café en dos tazas.

—¿Quieres nata o azúcar? ¿O ambas? —preguntó.

—Nata. Pero sólo un poco. Yo puedo hacerlo —respondió Mercedes, comenzando a levantarse.

Pero él se lo impidió.

—Me las puedo arreglar.

Una vez que sirvió la nata, Gabe le acercó la taza a ella y se sentó a su lado. Aparte de Geraldine Saddler, ninguna otra mujer había entrado en aquellos dominios privados hasta aquel momento. Le pareció extraño el hecho de tener a Mercedes sentada tan cerca.

—Mmm… Gracias —ofreció ella al llevarse la taza a la boca.

Al dar un sorbo a su propio café, él se percató de que no debía haberla invitado a entrar en su despacho. De hecho, no debió haber bailado con ella la noche anterior… ya que no podía quitarse de la cabeza el recuerdo de aquel tentador cuerpo presionando al suyo ni del aroma de su piel. No podía recordar que ninguna otra mujer le hubiera dejado una impresión tan imborrable… y ello sólo podía implicar problemas. Mercedes era rica, fuerte e independiente… al igual que la mujer que se había casado con él para luego abandonarlo y dejarlo completamente destruido.

—Así que has regresado a casa —comentó—. ¿Qué planeas hacer?

—Yo… todavía no estoy segura. Para empezar, voy a darme unos días para adaptarme a la vida civil.

Gabe pensó que ella podía permitirse el lujo de hacer algo así. De hecho, podía permitirse hacer lo que quisiera. Él no podía imaginarse tener tanta seguridad económica. Sherleen había sido rica, tanto antes como después de su matrimonio, pero él jamás había considerado el dinero de ésta como suyo. De hecho, nunca lo había querido y, durante los pocos años que habían estado juntos, había hecho todo lo que había podido para mantenerse económicamente él solo. Pero en aquel momento se sentía atraído por otra mujer rica y se preguntó qué demonios le pasaba. Había aprendido de una manera muy dura que su unión con mujeres ricas no funcionaba.

—Supongo que ésa ha sido una pregunta estúpida por mi parte —dijo.

—¿Por qué dices eso? —quiso saber Mercedes.

—Por nada. Es sólo que… bueno, no es como si tuvieras que salir a buscar trabajo.

—No puedo leerte la mente, Gabe —contestó ella, levantándose del sofá. Comenzó a dar vueltas por la sala—. No sé qué impresión tienes de mí, pero puedo asegurarte que no pretendo quedarme sentada y no hacer nada.

—Eso no se me habría pasado por la cabeza —respondió él con cierto sarcasmo—. Te aburrirías demasiado.

Mercedes se rió.

—¡Vaya contestación! Seguro que cuando fuiste un quinceañero volviste loca a tu madre.

Repentinamente Gabe se entristeció. Aunque se recordó a sí mismo que ella estaba bromeando y que no podía saber nada acerca del fallecimiento de Jenna Trevino, todavía le dolía pensar que había crecido sin su madre y recordar la horrible manera en la que ésta había abandonado este mundo.

—No, no la volví loca —contestó con sequedad—. Mi madre estaba enterrada.

—Oh, siento mucho lo que he dicho —murmuró Mercedes, mirando a Gabe con el arrepentimiento reflejado en la cara—. Lo siento. Eres un hombre joven y simplemente asumí que tu madre seguiría viva. Lo siento tanto.

Tras decir aquello, observó como él suspiró y se percató de que la expresión de su cara reflejaba lo incómodo que se sentía.

—Olvídalo, Mercedes. No lo sabías.

Ella esperó a que Gabe dijera algo más, algo que explicara cómo había muerto su madre. Pero tras varios tensos momentos en silencio, decidió que era mejor cambiar completamente de asunto. Apoyó la cabeza en una esquina del escritorio antes de hablar.

—¿Para qué utilizas el ordenador? ¿Para mantener un registro de las ventas?

—Sí, y también guardo los informes de cada caballo que hay en el Sandbur. Es una gran ayuda para mantener un registro de las razas, de las vacunas, de las heridas que sufren y de su progreso con el entrenamiento. Ya me comprendes.

Mercedes se quedó muy impresionada. Su primo Cord era muy bueno entrenando caballos, pero jamás había sido tan meticuloso al guardar datos.

—Pareces un médico que guarda los datos de sus pacientes.

—Exactamente. Mira, te enseñaré —contestó Gabe, levantándose. Se dirigió a su escritorio.

Ella se dio la vuelta y observó que él encendió su ordenador. Se percató de que aparentemente no se había afeitado aquella mañana y de que tenía el pelo húmedo, como si no hiciera mucho que se había duchado. El olor a jabón, a almizcle y a hombre se había apoderado del pequeño espacio que había entre ambos.

Agitada, apartó la mirada. Durante los anteriores ocho años había trabajado con hombres todos los días. Algunos de ellos habían sido guapos, incluso sexys. Unos pocos se habían convertido en sus amigos. Y uno de ellos… bueno, había pensado que Drew era un amigo muy especial hasta que éste le había demostrado que no era su amigo en absoluto. Pero él jamás había provocado que pensara en noches apasionadas ni en un beso hambriento como Gabe había hecho.

Había creído que su apetito sexual había muerto junto con sus esperanzas de encontrar el amor. Pero por alguna razón que no podía comprender, Gabe Trevino parecía estar haciéndole volver a la vida.

—Mira… —dijo él, interrumpiendo los pensamientos de Mercedes— aquí hay una estadística de uno de los caballos. Echa un vistazo.

Ella dejó la taza en el escritorio y se acercó para ponerse de pie junto a Gabe. Se forzó en mirar la pantalla del ordenador en vez de a él.

—Está todo aquí —observó—. Su cumpleaños, su árbol genealógico, su color y marcaje, sus visitas al veterinario, sus análisis de sangre… —añadió. Continuó analizando el documento y encontró los comentarios personales de Gabe, algunos de los cuales leyó en alto—. Su encanto es engañoso. Intenta rebelarse si el ambiente no está completamente tranquilo. Alcanza una velocidad magnífica, pero necesita que lo monte un jinete experto.

En ese momento hizo una pausa.

—¿Significa eso que debes montarlo tú? —preguntó, dándose la vuelta. Esbozó una provocadora sonrisa.

Pero en cuanto vio que él fruncía el ceño, supo que aquel comentario le había molestado.

—Por cierto, ¿qué estabas haciendo por aquí? —exigió saber Gabe, ofendido. Pero no pudo evitar preguntarse cómo sabrían los húmedos labios de ella.

—Uh… ¿a qué te refieres? —preguntó Mercedes con la voz quebrada.

Antes de poder contenerse, él le agarró el brazo y la acercó a su cuerpo.

—Me refiero a qué hacías por la zona de los establos, cerca del granero —contestó—. Sabías que era probable que te encontraras conmigo —añadió, odiando la manera en la que las suaves curvas de ella lo provocaban. La excitación le recorría las venas cada vez que la miraba.

—Me acerqué al exterior de las cuadras porque hace una mañana preciosa y fresca. Quería salir de la casa. Pero éste es el último lugar en el que pensé que te encontraría —contestó Mercedes.

La pobre excusa de ella provocó que Gabe resoplara con una mezcla de sarcasmo y humor.

—¿De verdad? Pues es aquí donde trabajo. ¿Dónde pensaste que estaría?

—En la cama. ¡Donde está el resto de la gente ahora mismo!

—Todo el mundo está en la cama… menos tú y yo —indicó él, sintiendo que una llamarada de pasión le recorría el cuerpo.

Mercedes se humedeció los labios con la lengua y, al observar aquello, Gabe acercó la cara a la suya.

—Si piensas… —comenzó a decir ella.

—Yo pienso muchas cosas —interrumpió él—. Pero sé que ambos estamos pensando en esto…

Ella no supo si se echó sobre Gabe o si fue éste quien tomó la iniciativa, pero lo siguiente que sintió fue la caliente y atrayente boca de él sobre la suya mientras la abrazaba por los hombros.

Aquella íntima conexión le impresionó tanto que no tuvo tiempo de pensar en resistirse. A continuación, al comenzar los labios de Gabe a devorarle la boca, se percató de que no quería resistirse. No quería hacer otra cosa más que disfrutar de aquel abrazo.

A los pocos instantes sintió que sus sentidos comenzaban a derretirse. Gimió al apoyar las manos en los fuertes hombros de él. Pero en ese momento, Gabe se apartó de ella.

La abrupta separación de sus cuerpos provocó que Mercedes tuviera que apoyarse en el escritorio para no caerse. Se quedó mirándolo, fascinada y asombrada a la vez, y sintió que le ardían los labios.

Cuando por fin recuperó el aliento, se dirigió a él.

—¿A… a qué ha venido eso?

—Para dejarte claro que no me gusta jugar, Mercedes. Ni contigo ni con ninguna otra mujer. Si lo intentas de nuevo, te prometo que… te quemarás.

—Eres un pedante —espetó ella, gruñendo—. ¿Crees que todas las mujeres que se acercan a ti quieren acostarse contigo?

Sin previo aviso, Gabe se acercó y la tomó por el brazo. Mercedes observó como los dedos de éste se hundieron en su carne y en ese momento las vio… vio unas feas cicatrices en la muñeca de él, cicatrices que se extendían por su brazo.

—Gabe… tu…

Antes de que pudiera decir nada más, él apartó la mano y se apresuró en alejarse de ella.

—Márchate de aquí —espetó—. Ve a encontrar otro hombre que te divierta.

—Por si se te ha olvidado, el Sandbur es mi hogar. Si quiero entrar en el granero o en cualquier otro lugar del rancho en el que estés tú, ¡lo haré! Y si no te parece bien, puedes simplemente… ¡marcharte!

Sin esperar a que Gabe contestara, Mercedes salió del despacho y del granero. Una vez fuera, se percató de que el sol estaba ya brillando con fuerza. Tenía los ojos llenos de lágrimas.

En su despacho, él apagó el ordenador y se sentó en la silla de su escritorio. Pero casi de inmediato se levantó y tomó su taza. Mientras se servía más café, maldijo. No supo qué lo había poseído e incitado a abrazar y besar a aquella mujer.

Ella no había hecho más que bromear; nada de lo que había dicho o hecho justificaba su comportamiento. Aunque Mercedes se hubiera acercado por allí con la intención de verlo, aunque estuviera utilizándolo para divertirse, él no debía haber caído en el juego. Le gustaba pensar que no era tan tonto como para perder la cabeza por una cara bonita.

Pero en el momento en el que ella se había puesto de pie junto a él, su femenina fragancia le había embargado los sentidos y había perdido el sentido común. Incluso en aquel momento, el simple recuerdo de los labios de Mercedes bajo los suyos fue suficiente para que se quedara muy excitado y frustrado al mismo tiempo.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

 

MÁS tarde aquella misma mañana, Mercedes estaba en su dormitorio tratando de motivarse para sacar las cosas de las cajas que había arrinconadas en una esquina. Hasta aquel momento, sólo había colgado unos pocos vestidos en el armario.

Se preguntó a sí misma por enésima vez qué estaba haciendo en el rancho. Ni ella misma sabía si había regresado allí para quedarse o para pasar un tiempo antes de encontrar otro trabajo en algún lugar distinto.

Suspirando, se acercó a la gran ventana de la habitación. Las vistas estaban parcialmente tapadas por las enormes ramas de un roble, aunque a través de éstas podía ver parte del patio del rancho. Al recordar su encuentro con Gabe Trevino, se ruborizó.

Se llevó los dedos a los labios y pensó que nunca antes la habían besado de aquella manera tan apasionada. Le resultó vergonzoso reconocer lo mucho que la había excitado aquel beso.

Había pensado que John había sido un amante experto. Había creído que jamás conocería a ningún otro hombre cuyas caricias le derritieran los sentidos. Pero Gabe había logrado eso y mucho más. Los breves momentos que había pasado en sus brazos le habían hecho sentirse como una tigresa hambrienta. Había deseado arrancarle la ropa y después hacer lo mismo con la suya propia. Había sentido la necesidad de rendirse completamente ante él. Le asustó darse cuenta de que Gabe había despertado su adormecida sexualidad…

—Cariño, ni siquiera has comenzado a sacar las cosas de estas cajas. ¿Te gustaría que Alida subiera a ayudarte?

Al oír la voz de su madre, Mercedes se apartó de la ventana y vio que Geraldine había entrado en su dormitorio. Ésta tenía la preocupación reflejada en la cara.

—Mamá, en las Fuerzas Aéreas no tenía una empleada de servicio. Y ahora apenas la necesito.

—No tienes por qué enfurruñarte —contestó su madre—. Simplemente te estaba ofreciendo ayuda. ¿O preferirías que te ayudara yo?

—No, me las puedo arreglar sola —insistió Mercedes. Pero al percatarse del dolor que reflejó la cara de su madre, se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla—. No pretendo ser dura, mamá. Simplemente estoy cansada, eso es todo. Esta semana pasada ha sido un poco ajetreada y creo que todavía no me he recuperado del desfase horario.

No comentó que tener empleados del hogar le hacía sentir culpable y demasiado mimada, sobre todo tras algunas cosas realmente lamentables que había visto durante las misiones de rescate que habían llevado a cabo tanto en Estados Unidos como en el extranjero debido a incendios, inundaciones y terremotos.

—Y la fiesta de ayer terminó muy tarde —concedió Geraldine, sonriendo a su hija—. Supongo que debí haber esperado un poco para celebrarla. Pero todos estaban tan emocionados ante tu regreso que no quise retrasarlo.

Asintiendo con la cabeza, Mercedes se acercó a la cama de matrimonio de su dormitorio y se sentó en el borde del colchón.

—Me alegra que no esperaras. Fue agradable ver de nuevo a todo el mundo.

Geraldine se acercó a una butaca que había cerca de la cama y se sentó en ella. Cuando se cruzó de piernas, Mercedes pensó que su madre apenas había envejecido durante los anteriores ocho años. Estaba bastante delgada y en forma para ser una mujer de sesenta y cuatro años. Su canoso pelo brillaba mucho y tenía una piel muy delicada. El año anterior había comenzado a tener relaciones de nuevo con un senador de Texas viudo. Mercedes admiraba su coraje y le había alegrado mucho que no hubiera renunciado a vivir tras la muerte de su marido.

—Cariño, no hemos hecho nada en este dormitorio desde que te marchaste a las Fuerzas Aéreas —comentó Geraldine, mirando a su alrededor—. Tal vez te gustaría cambiarlo un poco. Quizá podíamos pintarlo o poner muebles y un cubrecamas nuevos.

Las paredes del dormitorio estaban pintadas de un rosa pálido y los muebles eran de roble. Mercedes no quería cambiar nada de aquella habitación… sino que quería cambiar ella misma. Pero no sabía cómo empezar, no sabía cómo olvidar el dolor y el engaño, ni cómo iba a tener una familia propia cuando no confiaba en los hombres.

—Esta habitación está bien, mamá. No quiero cambiar nada.

—Bueno, como Nicci ya no está en casa… —continuó Geraldine como si no hubiera oído a su hija— podrías quedarte con su dormitorio si te gusta más.

Nicci se había casado con Ridge y había tenido una niña, Sara Rose.

—No —contestó Mercedes—. Aquí estoy bien.

—Pues no lo parece, cariño —comentó su madre—. No quiero presionarte pero, sinceramente, estoy preocupada por ti, cielo. Pensé… bueno, digamos que había esperado que regresar a casa te hubiera hecho sentir mejor acerca de ciertas cosas.

—¿Qué cosas? —preguntó Mercedes.

—Bueno, me refiero a ese malnacido… John. Y no me digas que no sigues deprimida por él. Yo había pensado que después de ocho años te lo habrías quitado de la cabeza. Pero no. Todavía hay veces en las que te quedas mirando al vacío con una expresión de pena reflejada en la cara. Sinceramente, Mercedes, estoy harta de verla.

—¡Eso no es cierto! —espetó su hija—. No estoy deprimida por John Layton. ¡Dios mío, mamá! Tú misma acabas de decirlo; aquello ocurrió hace más de ocho años.

—Pero no lo has olvidado.

Mercedes se preguntó cómo iba a olvidar la experiencia más humillante y desgarradora de toda su vida. John había sido su profesor de historia en la Universidad de Texas. Había sido un hombre serio y tranquilo, muy intelectual y extremadamente guapo. Cuando había mostrado por primera vez interés romántico en ella, Mercedes había estado entusiasmada. Pero más tarde, al evolucionar su relación y convertirse en una apasionada aventura, ella había creído sinceramente que la amaba y que quería que se casaran. Había pensado que los dos juntos podían conquistar el mundo…

—Mira, mamá. Yo pensé que John era el amor de mi vida —intentó explicar—. Creí que iba a ser mi marido. ¡El padre de mis hijos!

—Pero en vez de ello, aprendiste de una manera muy brusca que él ya estaba casado y que iba a tener un hijo. Créeme, Mercedes, eso sería suficiente para borrar todos los recuerdos de amor de mi mente. Pero, según parece, eres muy distinta a mí —comentó Geraldine—. Supongo que tengo el corazón demasiado duro como para permitir que un playboy despreciable arruine mi vida.

—Si lo que piensas es que todavía me importa John, estás muy equivocada. De hecho, no podría importarme menos. Es sólo que todo lo que ocurrió hizo que me diera cuenta de lo fácil que es que un hombre te abandone. No sé si alguna vez seré capaz de volver a confiar en alguno.

Pero Mercedes no le explicó a su madre que el engaño de John no era la única razón por la que tenía miedo de comenzar una relación sentimental. Hacía tres años, un aviador llamado Drew Downy la había engañado de manera terrible. Por culpa de éste, su estatus había sido disminuido y la habían reprendido severamente por su error de enjuiciamiento. Le había costado muchos meses de duro trabajo el volver a recuperar la confianza de sus superiores. Y todo había sido causado porque había confiado en un hombre, porque había creído que era su amigo y que verdaderamente se preocupaba por ella. Pero en vez de serle leal, Drew la había delatado por haber compartido información confidencial que él mismo le había incitado a que revelara. Con sólo recordar todo aquello, se sintió humillada y dolida.

—Que Dios te ayude —murmuró Geraldine.

—Mamá, tengo otras cosas en la cabeza —contestó Mercedes, tratando de ocultar la amargura que se había apoderado de ella—. Y no tienen nada que ver con encontrar un hombre.

—Está bien —respondió su madre, indignada—. Así que quieres que el sexo, el amor y el matrimonio sean tus últimas preferencias en la vida. ¿Y cuál es la primera?

Mercedes se apresuró en apartar la mirada de su madre al recordar el encuentro que había tenido con Gabe aquella misma mañana. El sexo no era algo que no hubiera tenido en la cabeza cuando él la había besado. Pero no iba a permitir que ocurriera de nuevo… no si podía evitarlo.

—Quiero ser productiva, mamá. Útil. Quiero sentir que estoy donde debo estar.

Claramente preocupada por la actitud de su hija, Geraldine se levantó y se acercó a ella.

—Cariño, sé que con la experiencia que has adquirido en Inteligencia podrías obtener un trabajo donde quisieras. Ganarías mucho dinero, aunque no lo necesitas, pero lo tendrías en caso de que, Dios no lo quiera, el rancho se viniera abajo. Pero no estoy segura de que ponerte a trabajar para el Estado sea lo que realmente necesitas ahora mismo.

—Yo tampoco estoy segura de ello —se sinceró Mercedes—. ¿Pero qué se supone que debo hacer, mamá? No soy de las personas a las que les gusta estar sin hacer nada. Y no puedo estar detrás de las vacas desde por la mañana hasta por la noche.

—¡Hay muchas más cosas que hacer por aquí! Pregúntales a tu hermano y a tu primo Matt. Ambos trabajan muchísimo cada día para mantener este lugar en marcha. ¡Quizá haya llegado el momento de que alguien más en la familia aporte su granito de arena!

Enmudecida, Mercedes se levantó de la cama. Pensó que sus padres le habían ofrecido una niñez magnífica y le habían permitido elegir su propio camino. Pero tal vez durante los años en los que había estado fuera, su familia había esperado que regresara para ayudar en el rancho.

—Si estás tratando de hacerme sentir culpable, mamá, lo has conseguido —murmuró.

Apenas acababa de decir aquello cuando sintió las manos de su madre sobre los hombros.

—¡Mercedes! —exclamó Geraldine, dándole la vuelta a su hija con delicadeza—. No estoy tratando de hacerte sentir culpable. Siento si lo he hecho. Pero estoy intentando espabilarte, sacarte de este estado de confusión en el que llevas desde que te marchaste del Sandbur.

Esbozando una mueca, Mercedes recordó que hacía ocho años, tras el engaño de John, había conocido a un reclutador de las Fuerzas Aéreas en el campus de la universidad. Al principio había visto la oportunidad de unirse al ejército como una válvula de escape a la difícil situación en la que se encontraba. Pero tras su entrenamiento en la base Lackland, su visión de la carrera militar había cambiado. En aquel momento, su servicio como soldado de la fuerza aérea había sido importante para ella. Era algo de lo que se había sentido orgullosa.

—No he estado viviendo en un estado de coma —dijo entre dientes.

—Está bien. Tal vez debería haber dicho que has estado escondiéndote en tu trabajo —concedió su madre—. Te encantaba estar en Diego García, ya que aquella diminuta isla estaba apartada del resto del mundo. Si te soy sincera, pienso que, si hubieras podido decidir, te habrías quedado allí para siempre.

A Mercedes le enfureció lo muy equivocada que estaba su madre. Si hubiera querido quedarse en la isla, todo lo que habría tenido que hacer hubiera sido volver a alistarse. Incluso podría haber hecho de las Fuerzas Aéreas su carrera. Pero había sentido la necesidad de regresar a casa.

—¿Y qué demonios crees que estuve haciendo allí? ¿Beber margaritas y tocar la guitarra a la sombra de una palmera? —no pudo evitar preguntar.

—Tu trabajo… mientras muy convenientemente te olvidabas del resto de tu vida —contestó Geraldine con el enfado reflejado en los ojos.

Impactada, Mercedes se quedó mirando a su madre. Nunca habían discutido tan duramente. Antes de que pudiera contestar, observó como Geraldine se marchaba de la habitación.

Entonces, con los ojos llenos de lágrimas, se acercó al armario y sacó sus viejas botas de montar favoritas.

 

 

Aquel mismo día por la tarde, Gabe salió de los establos con una silla de montar al hombro. Oyó un caballo galopar y se dio la vuelta. Vio a Mercedes a caballo dirigiéndose hacia el patio del rancho. Al llegar a la puerta de un corral, ésta detuvo al animal.

Él observó como ella se bajaba con mucha agilidad del caballo. Entonces se acercó a uno de los muchachos del rancho.

—Oye, James, ¿la señorita Saddler ha estado montando a Mouse? —le preguntó.

—Sí —respondió el muchacho—. Se lo llevó a montar poco antes de la hora de comer.

Gabe maldijo en silencio. Mouse todavía necesitaba muchas horas de entrenamiento ya que era muy impredecible.

—¿Se lo entregaste tú?

—No —respondió James, mirando a Gabe—. Lo eligió, lo ensilló y le puso las riendas ella misma.

—¿Lo ensilló y le puso las riendas ella? —quiso saber Gabe, impresionado. No mucha gente era capaz de hacer aquello.

—Eso es lo que he dicho. Me dejó muy sorprendido. Quiero decir que, aunque es la hija de la jefa, parece muy delicada. Había supuesto que siempre le habían dado los caballos ya ensillados. Nunca antes había visto a una chica ponerle las riendas a un caballo.

Gabe miró de nuevo a Mercedes, la cual estaba calmando poco a poco al animal mientras le daba vueltas por el corral al que habían entrado. Desde el momento en el que la había conocido, aquella mujer le había sorprendido y tuvo que reconocer que no era la princesa mimada que había pensado. Pero lo que sí que causaba eran problemas.

—Supongo que podría haber intentado impedirle que montara a Mouse —continuó James—. Pero no pareció estar de humor como para recibir consejos míos. Todo lo que pude hacer fue advertirle que es muy nervioso.

—No te preocupes —dijo Gabe antes de acercarse a la valla del corral. Dejó la silla de montar sobre ésta y se dirigió hacia Mercedes.

Cuando llegó a su lado, ella ya había amarrado a Mouse a un poste y le estaba desabrochando la silla de montar.

—Buenas tardes —saludó Mercedes al acercarse Gabe a ella.

—Buenas tardes —respondió él, preguntándose a sí mismo por qué no podía mantenerse alejado de aquella mujer.

Mercedes le estaba haciendo perder el control.

—Veo que has montado a Mouse —comentó tras unos instantes.

—¿Es ése su nombre?

—Es su apodo.

—No es muy bueno —contestó ella—. Este caballo no tiene miedo de nada.

Gabe pensó que aparentemente Mercedes tampoco temía nada.

—¿Te ha dado algún problema?

—Ninguno —respondió ella como si aquella pregunta le hubiera sorprendido—. Es un caballo encantador. Me gusta mucho —añadió, acariciando el cuello del animal.

—Entonces debes caerle mejor a Mouse que el resto de los muchachos. Normalmente es muy malo. Hace unas semanas, lanzó al suelo a uno de los chicos y éste se rompió la clavícula.

Finalmente Mercedes le quitó la silla de montar al animal y la dejó sobre la valla.

—Mouse sabía que yo confiaba en él —aseguró—. Y era todo lo que necesitaba para confiar en mí.

Gabe pensó que jamás habría esperado que aquella mujer comprendiera la psicología equina.

—Bueno, Mercedes, me alegra haberte visto. Creo… quiero disculparme —comentó.

—¿Crees que quieres disculparte? ¿O sabes que quieres disculparte? —preguntó ella.

—Quiero disculparme —respondió él, acercándose a Mercedes—. Esta mañana me he comportado muy mal. No tenía ningún derecho ni razón para… eh… agarrarte como hice en el despacho. Tú solamente estabas bromeando y debí tomarlo de esa manera.

—¿Estás hablando en serio? —quiso saber ella, sorprendida.

Gabe sintió como se le revolucionó el corazón y pensó que ninguna mujer, ni siquiera su ex esposa, le había afectado tanto como Mercedes. Había estado pensando en ella todo el día.

—Claro que sí —contestó.

Ella suspiró, esbozó una leve sonrisa y bajó la cabeza. Pasaron varios segundos hasta que él se percató de que estaba llorando. Verla en tal estado le impactó mucho.

—¿Mercedes? —dijo con suavidad, poniéndole una mano en el hombro—. ¿Qué ocurre?

—Perdóname, Gabe. Normalmente no me comporto como si estuviera teniendo una crisis sentimental.

—No pretendí hacerte daño —respondió él, el cual comenzó a acariciarle el hombro inconscientemente—. Olvida lo que te dije esta mañana.

—No es por ti… aunque me alegro de que ya no estemos peleados.

Al ver las lágrimas que continuaron brotando de los ojos de Mercedes, Gabe sintió unas irresistibles ganas de abrazarla y de besarle aquellas lágrimas. Se sintió aturdido, ya que jamás había tenido el impulso de consolar a nadie… salvo cuando había sido un niño pequeño y había encontrado a su madre llorando por las facturas sin pagar, momento en el que la había abrazado estrechamente.

Observó que Mercedes se secó las lágrimas con la mano.