Familia prestada - Victoria Pade - E-Book

Familia prestada E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

De pronto, la familia de su hermana parecía cada vez más suya… Un artículo del periódico había llevado a Kira Wentworth a Northbridge, Montana, donde tenía la esperanza de reencontrarse con su hermana después de mucho tiempo. Pero Cutty Grant iba a hacer pedazos su sueño al darle una trágica noticia. A pesar del dolor, Kira se dio cuenta enseguida de que Cutty necesitaba ayuda; con un tobillo roto y sin niñera, sus gemelas de año y medio eran demasiado para el guapísimo papá. Así que Kira se convirtió en niñera y causó una gran impresión en el frágil corazón de su nuevo jefe.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Victoria Pade

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Familia prestada, n.º 1655- noviembre 2017

Título original: Babies in the Bargain

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-513-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

KIRA Wentworth conducía entre ranchos y granjas, camino de la ciudad de Northbridge, en Montana. Era miércoles y aún no había oscurecido por completo. Sin embargo, la mayoría de las tiendas que se alineaban a lo largo de la calle principal de la pequeña ciudad universitaria estaban cerradas. Hasta la gasolinera estaba cerrando cuando Kira detuvo el coche.

—Disculpe —dijo Kira desde la ventanilla de su coche de alquiler. El trabajador de la gasolinera sacó la llave de la cerradura y la guardó en el bolsillo—. ¿Podría indicarme cómo llegar a un sitio?

—Nada está muy lejos en Northbridge —contestó el joven como si la pregunta fuera estúpida. Aun así, se acercó al coche.

—Busco el número ciento cuatro de la calle Jellison —dijo Kira.

El joven de rostro pecoso ni siquiera pareció dudar.

—Es la casa de los Grant. El agente de policía Grant está tendido en la cama con un tobillo roto, así que supongo que estará en casa.

A continuación, le dio unas breves indicaciones y, sin decir una palabra más, rodeó el coche y se dirigió a la única isleta de surtidores y les puso un candado.

—Gracias —gritó Kira.

—De nada —respondió el chico, echando a andar sin siquiera mirarla.

Kira subió la ventanilla del coche y subió el aire acondicionado. Saber que estaba tan cerca de su lugar de destino no hizo sino incrementar su nerviosismo y, con ello, la sensación de calor, ya de por sí alta a mediados de julio.

Se miró en el espejo retrovisor para comprobar que el calor y el largo camino por el campo no habían estropeado demasiado su aspecto. No parecía que hubiera pegotes de máscara de pestañas alrededor de sus ojos azules y comprobó que la capa de pintalabios de color malva no fuera ni demasiado espesa ni tampoco demasiado delgada. Pero, a pesar de haberse aplicado colorete al aterrizar en el aeropuerto de Billings, se veía pálida.

—Puede que ni siquiera sea el mismo tipo —se recordó en voz alta—. Es posible que la búsqueda haya sido en vano.

Pero el recordatorio no le sirvió de mucho. Continuaba sintiendo un montón de mariposas en la boca del estómago y, por si no bastara con la palidez de su piel, el hecho de no dejar de sujetarse el pelo detrás de las orejas denotaba su estado de nervios, un hábito que su padre siempre había odiado.

Sacó un peine del bolso, como si Tom Wenworth fuera a aparecer de un momento a otro para regañarla, y se peinó el cabello liso, de color miel y corte perfecto a la altura de los hombros.

Guardó el peine y se aplicó un poco más de colorete en las mejillas, antes de colocarse el cuello de la blusa blanca, asegurándose de que estaba perfectamente centrado sobre la garganta y alisó las arrugas de la pernera de sus pantalones de pinzas de color azul marino.

Tras una última mirada al espejo se dijo que no estaba perfecta, aunque sí presentable y eso era lo único que podía hacer dadas las circunstancias.

Se dio cuenta de que el reloj del salpicadero marcaba las nueve y cinco y pensó que no debería seguir perdiendo el tiempo. No sabía mucho de las costumbres de una pequeña ciudad, pero si hasta la gasolinera cerraba tan temprano, puede que todo el mundo estuviera ya en la cama. Y no quería arriesgarse a tener que esperar un día más para encontrar lo que andaba buscando.

Salió de la gasolinera y giró a la derecha en el único semáforo, a continuación giró a la izquierda y enfiló la calle Jellison. Se encontró con un bonito vecindario, cuyas casas estaban protegidas del sol por altos olmos, robles y arces que se alineaban a lo largo de las dos aceras de la calle. Todas ellas eran casas de madera de tamaño medio que parecían haberse hecho con el mismo molde allá por 1950.

Todas tenían dos plantas, el porche cubierto y se diferenciaban unas de otras por el tono de color tierra con el que estaba pintada la fachada, las contraventanas exteriores, las macetas de flores que había en algunas de ellas y los jardines. Algunos de ellos mostraban elaborados diseños y otros, simplemente, un césped bien cuidado.

La dirección que estaba buscando resultó ser la cuarta casa desde la esquina de la calle. Era una casa pintada de color tostado, con las contraventanas blancas y un columpio de madera en el lado izquierdo del jardín.

Había un todoterreno negro y blanco aparcado en la entrada de la casa con el rótulo de Policía de Northbridge escrito a ambos lados. No había ningún otro coche, por lo que Kira aparcó junto a la acera.

Antes de apagar el contacto del coche, Kira tomó una carpeta del asiento del copiloto y la abrió. Dentro, estaba el artículo del Denver Post del domingo que había recortado y plastificado. Trataba de dos hombres de Montana, un agente de policía fuera de servicio y un hombre de negocios de Northbridge, que se habían lanzado a una casa en llamas para salvar a una familia que estaba atrapada dentro. Los dos hombres habían rescatado a todos los miembros y habían vuelto a entrar a buscar a sus mascotas. Addison Walker había quedado inconsciente al golpearse con una viga y Cutler Grant se había roto el tobillo. Aun así, el agente había logrado sacar al otro hombre inconsciente.

El nombre de Addison Walker no significaba nada para Kira, no así el de Cutler Grant. Kira sí sabía algo de un tal Cutty Grant.

El artículo no daba mucha información sobre ninguno de ellos, pero sí decía que Cutler Grant era viudo y padre de dos gemelas de dieciocho meses.

Aquello había sido una sorpresa. El Cutty Grant que Kira conocía se había casado con la hermana mayor de ésta y habían tenido un hijo. Un niño que tendría unos doce años.

Así que tal vez aquello no fuera más que una búsqueda inútil y el Cutler Grant del periódico no fuera el mismo Cutty Grant que ella conocía. Sin embargo, albergaba esperanzas de que fuera el mismo hombre. Tal vez su esposa fallecida fuera su segunda esposa y pudiera decirle dónde encontrar a Marla y a su hijo de doce años.

Kira guardó el artículo en la carpeta y la dejó en el asiento del copiloto. Apagó el contacto y sin hacer caso de la rigidez de sus hombros, tomó el bolso de piel y salió del coche.

El olor de la mimosa flotaba en el aire. Había luz en las ventanas del piso de abajo y la puerta principal estaba abierta, probablemente para dejar entrar el aire fresco de la noche, por lo que parecía que los habitantes del número 104 de la calle Jellison estaban despiertos.

Subió los cinco escalones que llevaban hasta el porche. Conforme se acercaba a la puerta, pudo ver a través de la mosquitera. Había un hombre sentado en un sillón antiguo, hablando por teléfono. El hombre la vio y sin más le hizo un gesto para que pasara. Kira se preguntó quién se creería que era, y permaneció inmóvil en el porche.

Aunque se rasgos parecían haber madurado, estaba casi segura de que era el Cutty Grant que estaba buscando, pero sabía que no había forma de que él la reconociera. Tan sólo la había visto una vez, durante diez minutos, antes de que la hubieran echado de la habitación. Además, ella había cambiado mucho desde entonces.

Pero al no moverse del porche, el hombre se dirigió a ella con más insistencia y Kira no tuvo más remedio que obedecer.

—Betty, estamos bien —decía el hombre al teléfono—. La familia es lo primero. Tienes que ocuparte de tu madre.

Kira no quería que creyera que estaba prestando atención a su conversación y mantuvo la mirada en el suelo. El suelo sobre el que Cutty Grant tenía estirado un pie. Un pie grande y desnudo, el talón cubierto con una escayola que desaparecía bajo la pernera de unos gastados vaqueros que ceñían un muslo digno de admiración.

Trató de controlar la dirección de la mirada, pero sus ojos parecían tener mente propia y continuaron la inspección más arriba del muslo hasta la camiseta blanca de cuello redondo que se adaptaba a su cuerpo como una segunda piel. No cabía duda de que estaba en suficiente buena forma para haber logrado sacar a un hombre de un edificio en llamas. Tenía un torso y unos hombros fornidos que dejaban a la vista la silueta redondeada de unos poderosos músculos, los bíceps de sus brazos tan grandes que estiraban las mangas de la camiseta al límite.

—No, no lo harás.

Por un momento, Kira pensó que estaba hablando con ella y lo miró al rostro, pero él seguía hablando a alguien al otro lado del aparato.

—No puedes ocuparte de nosotros y de tu madre al mismo tiempo —continuó.

De hecho, ni siquiera la estaba mirando. Su centro de atención estaba en el suelo y no parecía darse cuenta de que Kira lo estaba mirando a la cara. Por algún motivo, le resultaba aún más difícil bajar la vista y se quedó estudiando los cambios en su rostro.

Ella recordaba a un chico de diecisiete años tan guapo que le había hecho sentir celos de su hermana por él. Pero aquel chico no era nada en comparación con el hombre. El Cutty Grant adulto tenía el mismo pelo de color arena sólo que ahora lo llevaba corto y un poco revuelto por arriba en vez de largo y desaliñado.

Aunque no era sólo su corte de pelo lo que había cambiado. Su rostro había pasado de tener un atractivo aniñado a mostrarse poderosamente salvaje. Se le había fortalecido la frente. La característica mandíbula y la nariz recta y ligeramente grande parecían más definidas, y cada ángulo de su rostro estaba escrupulosamente recortado.

Seguía teniendo el labio superior más delgado que el inferior y cuando sonreía por algo que le estaba diciendo la otra persona al teléfono, dos surcos se dibujaban a ambos lados de su boca, cuya piel había ganado cierta flexibilidad. Era más sexy aún.

Sus ojos profundos no habían sufrido alteración alguna con el paso de los años. Seguían siendo del mismo tono verde como no había visto otro. Un verde oscuro, como los árboles de Navidad. En conjunto, Kira pensó que nunca antes había conocido a un hombre tan guapo, un hombre al que cualquiera miraría dos veces.

—Sí, esto está hecho un desastre, pero no es asunto de Lucinda —dijo entonces.

Kira necesitaba una excusa para quitarle la vista de encima y allí estaba. Se obligó a echar un vistazo alrededor de la habitación.

No sabía cómo estaría el resto de la casa, pero aquella habitación definitivamente era un desastre. Había juguetes por el suelo, sobre las mesas, en el sofá, hasta en el escritorio. También había ropa de niño por todas partes, incluso sobre la tulipa de una lámpara que había en un rincón. Vio pañales sin usar que sobresalían de una bolsa que había encima de la televisión y, sobre la mesa de centro, una fuente con restos de sándwiches, un vaso de leche medio vacío y otro más pequeño volcado sobre un charco de zumo de naranja. El lugar rezumaba la sensación de desorden allá donde uno mirara y el espectáculo sirvió para atizar el deseo irrefrenable de la meticulosa Kira de ponerse a ordenar. Deseo que venció, por supuesto.

—Hablo en serio, Betty. Olvídate de nosotros hasta que tu madre mejore. Las niñas y yo podemos arreglárnoslas solos.

Kira se dio cuenta entonces de que hasta había algunos restos de basura en las escaleras, más juguetes, más ropa de bebé, hasta un calcetín de Cutty. Era evidente que por mucho que se empeñara en convencer a esa persona por teléfono, no se las estaba arreglando bien.

—De verdad, no es necesario que vengas por la mañana antes de ir a recoger a tu madre al hospital…

Se detuvo, aparentemente al ser interrumpido por su interlocutor que finalmente pareció convencerlo porque Cutty suspiró y dijo:

—Está bien, pero eso es todo. Una hora mañana por la mañana. Después, no quiero verte por aquí hasta que tu madre se haya recuperado por completo. Siempre puedo llamar a Ad para que me eche una mano.

Fuera quien fuera la persona con quien estaba hablando, debió decir algo que le hizo reír, un sonido profundo y gutural que despertó los deseos más primarios de Kira.

—Lo sé, a Ad no se le da mejor que a mí esto de la casa, pero él podrá hacer más con un chichón en la cabeza que yo con un tobillo escayolado que debería mantener en alto todo el tiempo. Pero no te preocupes. Tengo que dejarte. Tengo visita. Hasta mañana, pero sólo una hora, recuérdalo —añadió con énfasis antes de despedirse.

Colgó y centró toda su atención en Kira.

—Lo siento. Era la mujer que me ayuda con las niñas y la casa. Su madre ha sufrido una hernia de disco y se siente culpable de haberme dejado tirado. Sabe que no sirvo para mucho, pues se supone que no debo usar el pie —dijo señalando el pie herido.

Kira vio que se levantaba y tomaba un bastón que estaba apoyado en la pared a su lado. Aun apoyado en el bastón, debía medir un metro noventa por lo menos y si había creído que tenía un físico imponente mientras estaba sentado, aún era más imponente en pie. Definitivamente todo rasgo aniñado había desaparecido en aquella torre humana. Kira se había quedado muda de asombro.

—Aquí estás. Habría jurado que habíamos quedado en que fuera el jueves por la noche, entre ocho y nueve para asegurarnos de que las niñas dormían. De otro modo, no le habría devuelto la llamada a Betty.

—¿Quién crees que soy? —preguntó Kira recobrando el sentido.

—La estudiante de Periodismo de la universidad que está escribiendo el artículo sobre Ad y sobre mí. ¿No es así?

Eso explicaba por qué la había dejado entrar.

—No soy de la universidad —dijo Kira negando con la cabeza—. Soy Kira Wentworth. La hermana de Marla.

Aquello hizo que su expresión se tornara seria al instante. De hecho, Cutty Grant frunció el ceño de su impresionante rostro.

—Entiendo.

Toda la animación había desaparecido de su voz y no dijo nada en un rato. Kira se sintió inclinada a romper el silencio contándole sus motivos para haber aparecido sin más en su puerta.

—El periódico de Denver publicó un pequeño artículo sobre ti y el otro hombre y el rescate de la familia de una casa en llamas. Era la primera pista que tenía de dónde podía estar Marla desde que los dos os fugasteis hace trece años. La estoy buscando.

Cutty Grant cerró los ojos verdes y Kira vio que tensaba la mandíbula y suspiraba con resignación, no de felicidad. A continuación, señaló hacia el salón.

—Entremos.

Había solemnidad en su tono. Kira sabía que fuera lo que fuera que Cutty Grant tuviera que decirle no iba a ser agradable y apretó el bolso con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos.

—Por favor, siéntate —dijo al ver que Kira se quedaba de pie.

Kira pasó de largo el sofá y quitó una muñeca de la mecedora situada en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto al sofá. Se quedó con la muñeca en brazos, no obstante, mientras Cutty Grant se sentaba en el único hueco libre del sofá y apoyaba la pierna en un cojín sobre la mesa de centro que había delante.

Sin embargo, guardó silencio durante lo que parecía una eternidad. Tampoco la miró. Fijó la mirada en el bastón que balanceaba entre las piernas.

En el silencio, a Kira se le ocurrió que aunque había visto signos de la presencia de las niñas y del propio Cutty por toda la casa, no había visto nada que le indicara que su sobrino y su hermana estuvieran allí. Ella seguía esperando que le dijera que Marla y él se habían divorciado y Marla se había llevado a su hijo lejos de él, y él se había quedado viudo de su segunda esposa y padre de dos niñas…

—Lo siento —dijo Cutty.

Kira supo que era algo muy malo por el tono de su voz. El corazón se le cayó a los pies.

—Marla y yo tuvimos un niño. Tus padres lo sabían, por lo tanto tú también.

—Sabía que tuvisteis un niño, sí —confirmó Kira con cautela, como si por hablar con más cuidado, pudiera evitar la dura verdad.

—Entonces probablemente sabrás que era autista.

—No, eso no lo sabía —dijo ella, sorprendida—. Sólo sabía que Marla había tenido un hijo porque oí a mi madre cuando se lo dijo a mi padrastro Nunca me lo dijeron directamente. Marla había sido repudiada por completo y no se me permitía ni decir su nombre. Después de aquello, no volví a oírles hablar de ella ni de su hijo.

—Después de aquello, ocurrieron más cosas —había disgusto en su voz, pero pareció reconsiderar lo que estaba a punto de decir y cambió el curso—. Anthony. Lo llamamos Anthony.

Kira reconoció dolor en su voz, un dolor que contrajo su hermoso rostro.

—Espero que lo que me vas a decir no sea tan malo como parece —dijo ella, rompiendo el nuevo silencio.

Cutty Grant inspiró profundamente y sacudió la cabeza para hacerle ver de antemano que sus esperanzas eran en vano.

—Hace diecisiete meses, Marla sacó a Anthony al jardín a tomar el aire. Hacía muy bueno a pesar de que estábamos en febrero. No sé muy bien por qué, pero por alguna razón, Anthony salió corriendo hacia dos coches que había aparcados en la acera. Por la calle venía un todoterreno enorme, más rápido de lo que debería. El conductor no lo vio, ni a Marla que había salido corriendo detrás de él…

A Cutty le estaba resultando tremendamente duro decir lo que estaba diciendo y tras otra pausa terminó.

—El vehículo los atropelló a los dos.

Kira no estaba preparada para algo así. En su fuero interno sabía que era posible que fuera su hermana quien había dejado viudo a Cutty, pero no había creído que fuera la verdad.

—¿Marla está muerta? —susurró.

—Lo siento.

—¿Y Anthony?

—Murió en el acto.

Entre lágrimas, Kira vio que también se humedecían los ojos del hombre, pero no pudo evitar el tono acusador.

—¿Y no nos lo dijiste?

—Marla sobrevivió unas pocas horas tras el accidente —dijo, conteniendo apenas la ira de su voz, aunque se le habían secado los ojos —, y una de las pocas cosas que me dijo mientras estaba consciente fue que no quería que llamara a su padre, que no quería que viniera al hospital. A pesar de que no logró sobrevivir, respeté sus deseos —dijo él, dejando claro que tampoco a él le apetecía tener que ver a Tom Wentworth.

—Pero a «mí» me hubiera gustado saberlo —dijo Kira con toda la calma que pudo mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

Cutty Grant se levantó y cruzó la habitación, cojeando. Regresó con una caja de pañuelos y se la ofreció.

Kira aceptó uno y se secó los ojos mientras luchaba por contener los complejos sentimientos que la recorrían.

—Lo siento —repitió Cutty, sentándose de nuevo—. Si te sirve de consuelo, lo único que lamentó siempre Marla tras fugarnos para casarnos, fue no volver a verte.

No era un gran consuelo. No borraba lo mucho que había echado de menos a su hermana, preguntándose dónde estaría, deseando que la llamara o le escribiera, deseando volver a ser hermanas. No borraba la soledad al crecer sin su hermana mientras buscaba por todas partes pistas para poder encontrarla.

—Traté de buscarla —dijo Kira entre lágrimas, sin comprender realmente por qué era tan importante para ella que él lo supiera—. Mis padres me dijeron que no tenían ni idea de su paradero…

—Te mintieron.

Kira lo había sospechado pero no había logrado que se lo dijeran. No quiso decírselo a Cutty, sin embargo.

—Hablé con tres investigadores privados pero no podía permitirme sus honorarios. Incluso traté de buscar algo en internet. Pero todos mis intentos fracasaron —dijo ella—. Se que no teníamos un parentesco de sangre, pero era mi hermana. Compartimos habitación desde que cumplí tres años. Y, no sé, supongo que más que rivales, éramos aliadas… —la voz de Kira se apagó pero Cutty recogió el balón.

—¿Sabe tu padre que estás aquí ahora?

Kira consiguió controlar las lágrimas y se secó el rostro con un pañuelo.

—Mis padres murieron en un extraño accidente el año pasado. Venían de pasar el día en la montaña. Una roca se desprendió y golpeó su coche por detrás. Murieron en el acto.

—Lo siento —dijo él una vez más—. Tu madre era una buena mujer.

Eso era cierto. Una buena mujer que no había tenido fuerza alguna sobre el imperativo hombre con quien se había casado. El hombre que había adoptado a su hija de tres años: Kira.

Pero ésa no era la cuestión. Kira había viajado hasta Northbridge con la esperanza de encontrar a su hermana, la esperanza de encontrar lo que le quedaba de familia y la verdad era que los únicos miembros que le quedaban eran las gemelas de Cutty Grant.

—El artículo decía que tienes dos hijas de dieciocho meses.

—Están arriba, durmiendo —confirmó él con una nota de alegría en la voz al mencionarlas.

—¿Son hijas de Marla?

—Sí. Apenas tenían tres semanas cuando ocurrió el accidente.

—Mis sobrinas —dijo Kira. Lazo carnal o no, eran hijas de Marla y Kira sentía que tenía una conexión con ellas.

—Supongo —concedió Cutty.

—Me gustaría conocerlas. ¿Me dejarás? —preguntó en un impulso.

Cutty frunció el ceño una vez más y no pareció dar saltos de alegría.

—Como te he dicho, están dormidas.

—Lo sé, pero…

Y fue entonces cuando, de repente, el desastre de la habitación le llamó la atención y se le ocurrió algo.

—¿Qué te parece si sustituyo a la mujer con la que estabas hablando por teléfono hace unos minutos? —dijo sin dejar que la idea fermentara en su cabeza.

—¿Betty? ¿Sustituir a Betty? —parecía confuso y receloso al mismo tiempo.

—Has dicho que se ocupaba de las niñas y te ayudaba en casa y, sin ella y sin poder valerte de tu pie, estás en un aprieto, obviamente. ¿Qué te parece si lo hiciera yo? Me gustaría ayudar y, de esa forma, podría conocer a las niñas. Fortalecer lazos con ellas.

Cuanto más lo consideraba, mejor le sonaba pero, a juzgar por la mirada de Cutty, la idea no había tenido el mismo efecto en él.

—¿No tienes un trabajo y un marido o un novio o algo esperándote en casa?

—No, no lo tengo. En mayo terminé mi doctorado en microbiología. Daré clases en la universidad de Colorado durante el primer semestre del año, pero no empiezo hasta agosto. No estaba muy segura de lo que iba a hacer hasta entonces. Así que estoy libre.

—¿No tienes marido ni novio? —preguntó de nuevo y Kira no sabría decir si estaba buscando una salida para sí o satisfacer su curiosidad.

—No, ni marido ni novio. Sólo tengo una buena amiga, Kit, pero puede arreglárselas sin mí. Además, me recogerá el correo y regará las plantas, por lo que no será ningún problema quedarme.

—¿De verdad quieres pasar las vacaciones de verano ocupándote de nosotros? ¿Cambiar pañales? —preguntó Cutty con escepticismo.

—Estoy deseando —dijo ella, disgustada por el tono de desesperación de su voz—. Admito que no tengo ninguna experiencia con niños —le confesó porque le parecía justo advertírselo—. Pero en lo que se refiere a la limpieza…

—Eres hija de Tom Wenworth —dijo Cutty—. No sé, pero a mí me gustan las cosas un poco más informales.

—Está bien ser informal. Yo también puedo serlo —dijo ella aunque no estaba muy segura de lo que significaba ser informal en una casa con niños.

Pero Cutty no parecía convencido. De hecho, parecía más bien confuso, como si estuviera a punto de decirle no, gracias. ¿Pero por qué haría algo así? Estaba claro que necesitaba ayuda y ella se la estaba ofreciendo.

Bien podía ser que aún albergara resentimiento hacia su familia por la forma en que habían ido las cosas trece años atrás cuando llegó a casa de sus padres con Marla y les dijo que había dejado a su hija de diecisiete años embarazada.

—¿Sabes? —aventuró Kira—. No tengo nada que ver con lo que ocurrió entre mi padre y tú. Sé que las cosas se pusieron muy feas. Me mandó a mi habitación, pero yo me quedé escondida en las escaleras, escuchando. Era un hombre difícil…

—Eso se queda corto. Era un tirano.

Kira no se lo negó.

—Pero nadie puede cambiar el pasado y ahora él ya no está ni tampoco Marla. Pero están las niñas. Y yo. Perdí todos esos años en que podía haber estado con ella, con Anthony, y no puedo recuperar el tiempo, pero podría tener un futuro con las niñas. Si me dejas.

Kira odiaba el tono de súplica que había adquirido su voz. Y a Cutty Grant debió ocurrirle lo mismo porque vio que se le tensaba la mandíbula y la voz.

—No soy el malnacido que tu padre pensaba que era. El tipo de malnacido que te mantendría alejada de tus sobrinas.

—Yo no pensé, «no pienso», que lo seas. Sólo sé que tus sentimientos debieron ser duros…

—Más de lo que te imaginas, pero soy consciente de que sólo eras una niña, que no tuviste nada que ver con aquello.

—¿Entonces dejarás que me quede?

De nuevo, Cutty no respondió, y Kira sabía que no tenía muchas ganas de acceder, aunque de verdad necesitara su ayuda.

Aunque al final Kira pensó que Cutty quería demostrarle que no era un mal tipo y que no la estaba castigando por algo de lo que ella no había sido responsable.

—Supongo que podemos intentarlo.

Kira estaba tan contenta que no pudo evitar sonreír.

—¿Puedo empezar ahora mismo? —preguntó echando un vistazo al desastre que los rodeaba.

—Todo estará aquí mañana.

Kira pensó que sería mejor irse de allí antes de que cambiara de opinión.

—Entonces, te agradecería si me dijeras dónde puedo encontrar un motel donde pasar la noche y volveré aquí mañana por la mañana.

Una vez más, Cutty dejó que el silencio se extendiera entre ellos mientras parecía considerar su respuesta.

—Si no te molesta demasiado la idea, puedes quedarte en la parte trasera de la casa, donde Marla y yo vivimos cuando llegamos aquí.

—No, no molesta. Además, será mejor si estoy más cerca.

Cutty no parecía convencido, pero no retiró la invitación.

—¿Has traído equipaje?

—Está fuera, en el coche de alquiler.

—Ve a por él y te ensañaré el apartamento.

Kira no quería perder tiempo negándose, así que se apresuró a salir al coche y sacó la bolsa del maletero.

Cutty no se puso en pie hasta que regresó. Entonces, la condujo por el salón, atravesaron un arco y llegaron a una cocina tan desastrosa como el resto de la casa. Sostuvo la puerta abierta para que pasara Kira y salieron al jardín. Frente a ellos había un edificio que parecía haber sido un garaje en algún momento.

—Este sitio era de mi tío Paulie. Convirtió el garaje en un apartamento para Marla y para mí y luego le adosó un nuevo garaje.

—¿Aquí vivisteis después de fugaros? —preguntó Kira mientras atravesaban el tramo de césped y Cutty le abrió la puerta del apartamento.

—Hasta que mi tío murió y nos lo dejó todo. Nos mudamos a la casa. Lo reformamos y cambiamos todo el mobiliario. Habitualmente, lo alquilo a estudiantes de la universidad, pero está vacío en verano.

Cutty buscó el interruptor de la luz. Tres lámparas se encendieron a la vez, iluminando un espacio diáfano que dejaba a la vista un estudio.

No había paredes y sólo los muebles determinaban para qué se usaba cada parte del apartamento. Una cama de matrimonio y un armario delimitaban la zona dormitorio. Un pequeño sofá y un sillón, una mesa de centro y una televisión designaban el salón. Y unos armarios de cocina, un fregadero, una cocina con dos fuegos y horno, un frigorífico y una pequeña mesa con dos sillas formaban la cocina.

—Aquella puerta que hay junto al armario conduce al cuarto de baño —dijo Cutty sin moverse—. Hay una bañera, pero el calentador es bastante pequeño y si friegas muchos cacharros tendrás que esperar media hora antes de darte un baño.