Enamorando a un soltero - Victoria Pade - E-Book

Enamorando a un soltero E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Su pueblo era el lugar en el que menos deseaba estar… Sólo una emergencia podría haber hecho que Jared Perry volviera al pueblo del que se había marchado a los dieciocho años con la intención de no regresar jamás. Pero no podía darle la espalda a un miembro de su familia. Lo que no imaginaba era que la encantadora Mara Pratt le daría un motivo para quedarse… Mara ya había sufrido bastante como para poner en peligro su corazón por un ejecutivo de la gran ciudad. Sin embargo, había algo en Jared que hacía que ella deseara luchar por poder estar juntos…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Victoria Pade

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Enamorando a un soltero, n.º 1775- mayo 2019

Título original: Bachelor No More

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-849-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ALGUIEN sube por las escaleras? ¿Ahora? ¿A las diez de la noche de un domingo? ¡Esta gente es increíble!

—Yo me ocuparé. Tú ve a hacer lo que ibas a hacer —le aconsejó Mara Pratt a la mujer mayor mientras le ofrecía una mano y la ayudaba a levantar su cuerpo con severo sobrepeso de un sillón.

—¿Estás segura?

—Sí. Es uno de los motivos por los que estoy aquí, ¿no? Para servirte de escudo —le recordó.

Celeste Perry logró esbozar una sonrisa tensa y cansada.

—No sé qué habría hecho sin ti esta última semana.

—Yo no sé qué habría hecho sin ti durante mucho más tiempo que una semana —replicó Mara.

Celeste le dio un cálido abrazo y luego señaló su nariz.

—Tienes una pequeña mancha de harina de hacer galletas.

Mara se limpió el punto que le indicó la mujer mayor.

—Ve. Prepárate para meterte en la cama. Mañana será el día más duro y necesitas descansar. En cuanto me deshaga de este periodista, o quien sea, te serviré una copita de brandy y podrás relajarte.

La mujer regordeta asintió y desapareció por una esquina del pequeño apartamento propiedad de la familia Pratt y que durante décadas le había alquilado a Celeste.

No era que supieran que se lo alquilaban a la famosa Celeste Perry, como tampoco habían conocido su verdadera identidad a lo largo de los años en que la habían empleado en su tintorería. Ellos, al igual que el resto de la población de Northbridge, Montana, habían creído que le daban trabajo a una mujer humilde llamada Leslie Vance, una desconocida recién llegada a la ciudad en 1970.

Las pisadas sólidas que subían por la escalera exterior se detuvieron casi al mismo tiempo que Mara oyó cerrarse la puerta del dormitorio de Celeste. Luego oyó que llamaban.

Se miró en el espejo de pared para comprobar su estado mientras preguntaba:

—¿Quién es?

—He venido a ver a Celeste Perry —respondió una profunda voz masculina.

Le pareció una obviedad. Al ser la mujer que en 1960, después de un atraco al banco que había sacudido a la pequeña comunidad, había dejado a dos hijos y a un marido para fugarse con uno de los ladrones, Celeste estaba muy solicitada.

—Eso no me dice quién es usted —expuso Mara, volviendo a comprobar su aspecto.

A principios de semana un periodista y un fotógrafo la habían sorprendido en la puerta y había terminado con una foto poco favorecedora que se había visto por toda la ciudad. Como no quería que eso se repitiera, se cercioró de que su cabello de color cacao que le llegaba a los hombros estuviera bien recogido detrás de las orejas, y que el color resaltara sus pómulos razonablemente altos. Deseó llevar al menos brillo en unos labios que consideraba que debían ser más carnosos, y notó que así como ya tenía la nariz fina y recta limpia de cualquier rastro de harina, había una diminuta sombra de rímel debajo de un ojo azul marino. Se pasó la yema de un dedo por debajo de las pestañas y decidió que había quedado lo mejor que podría llegar a quedar.

—Preferiría no anunciar mi nombre desde aquí afuera —contestó la voz profunda.

Suspicaz, Mara se apartó del espejo y se acercó a la puerta. Pero no pensaba abrirla sin cierta información. Si el hombre que llamaba era, como ella, sus hermanos y una gran parte de los ciudadanos de Northbridge, un defensor de Celeste, podría estar bien. Pero si se trataba de alguien que la condenaba, o uno de los muchos periodistas a la caza de una entrevista, podría ser más arriesgado. De modo que sin saber quién llamaba no pensaba abrir.

—No me importa que no quiera anunciar su nombre. A menos que me diga quién es, será mejor que se marche.

—Celes…

—No soy Celeste —le informó Mara, cortando el empleo inseguro del nombre.

—¿Y quién es, entonces? —demandó, desterrada la inseguridad.

—La cuestión es quién es usted —reiteró Mara.

—He venido a ver a Celeste Perry —repitió con firmeza, hablando más despacio, como si ella fuera a entenderlo mejor de esa manera. Luego, en voz más alta, añadió—: Si no es aquí donde puedo encontrarla, entonces, ¿dónde está?

Mara se había enfrentado a varios periodistas que sólo querían revolver en la basura, todos tenaces, algunos ingeniosos, pero ninguno tan insistente como ése. Era como si creyera que tenía derecho a serlo. Lo que ella tenía ganas de hacer era decirle que se fuera a paseo. El problema era que, si la voz alta despertaba las sospechas del policía estatal, de guardia para asegurar que Celeste permanecía en el apartamento bajo un arresto domiciliario extraoficial, también él se presentaría ante la puerta. Y esa noche tendrían poca paz.

De modo que supo que iba a tener que ceder un poco.

—Soy Mara Pratt —respondió—. Y nadie llega hasta Celeste sin pasar por mí.

—¿Pratt? —repitió el hombre—. Conozco a los Pratt. Al menos los conocía. Cam y Scott…

—Mis hermanos mayores. A quienes puedo llamar para que estén aquí en cinco minutos con el fin de que lo escolten fuera de esa puerta si no me dice quién es usted.

—Me llamo Jared Perry.

Oh.

Mara sabía quién era, aunque no lo conociera… después de todo, tenía doce años cuando él se marchó de la ciudad y, siendo seis años mayor que ella, no había existido razón alguna para que sus caminos se cruzaran de ninguna manera memorable.

No obstante, estaba al corriente de que Jared Perry era la oveja negra de la familia Perry. Que se había ido de Northbridge el día de su graduación en el instituto después de mantener una discusión muy pública con su abuelo, por entonces el reverendo local, en la misma ceremonia de graduación. Sabía que desde entonces no había vuelto a la ciudad.

No obstante, también sabía que había hecho una fortuna como aventurero corporativo y que tenía una reputación que intimidaba. Implacable, de voluntad férrea, resuelto y tenaz eran algunos de los adjetivos que la prensa empleaba para describirlo, y el New York Times había dicho que si ponía el ojo en algún negocio, corporación, empresa o conglomerado tambaleante, lo mejor que éste podía hacer era enviarle las llaves de la sede central y así ahorrarse algunos problemas.

También era uno de los nietos de Celeste.

Y alguien a quien la anciana no querría que dejara en el pequeño rellano de madera del exterior del apartamento bajo el frío de enero.

Finalmente, descorrió el cerrojo y abrió la puerta.

Y ahí, a la luz de la única bombilla, se erguía el hombre que exhibía el aspecto de ser un rico magnate acostumbrado a despertar temor y respeto en personas más valientes que Mara.

No obstante, no se movió y lo inspeccionó para cerciorarse de que era quien afirmaba ser.

Desde luego, iba mucho mejor vestido que cualquier periodista de los que había visto, con un abrigo de cachemira largo de color gris marengo. Era alto, de hombros anchos, e imponía, mirándola desde una estatura de al menos un metro ochenta y cinco con unos ojos profundos, intensos y apabullantes incluso en la sombra en la que se encontraban.

Mentalmente comparó lo que veía con el recuerdo de las fotos de Jared Perry en los periódicos y revistas, llegando a la conclusión de que a pesar de que era mucho más atractivo en persona, no cabía duda de que era quien afirmaba ser.

Sin perder un segundo más, dijo:

—Pasa —y se hizo a un lado para permitirle el acceso.

Entró con pasos largos y seguros y pareció llenar toda la habitación.

Mara cerró la puerta y se giró para encararlo.

—Lamento no haberte dejado entrar de inmediato. No te puedes imaginar cuánta gente se ha presentado para ver a Celeste, y no todos con buenas intenciones. Aparte de que es tarde para una visita.

—Acabo de llegar a la ciudad y me gustaría ver a mi abuela —expuso sin rodeos.

—Está extenuada y mañana le espera un día complicado…

—Lo sé. He hablado con mi hermano Noah. Por eso estoy aquí ahora… para hacer lo que pueda para evitar que hable con las autoridades hasta que no tenga un abogado defensor.

—Si lo pudieras conseguir… —musitó Mara. Luego, de forma más audible, indicó—: Le diré que has venido —y con cierto retraso, añadió—: Quítate el abrigo y siéntate.

Por encima del hombro, mientras se dirigía al dormitorio de Celeste, vio que se quitaba el exquisito abrigo y revelaba un jersey de tonalidad rojiza con cuello en V que resaltaba un torso impresionante, y unos pantalones oscuros que le quedaban tan bien que no cabía duda de que habían sido hechos a medida.

Apartó la vista antes de que la sorprendiera mirándolo.

El único dormitorio del apartamento se encontraba al final de un corto pasillo. Al llegar a la puerta, llamó con suavidad.

—Les… —aún le costaba llamarla por su nombre verdadero en vez de por «Leslie». Pero había sido petición de la anciana y trataba de satisfacerla—. Celeste —corrigió desde el otro lado de la puerta—, no se trataba de un periodista. Es tu nieto Jared.

—¿Jared? —repitió con la misma muestra de placer que había mostrado cada vez que sus otros nietos habían pasado a verla durante la última semana, los nietos a los que sólo le habían permitido ver a cierta distancia, salvo en ese momento—. ¿Jared está aquí?

—Sí. En el salón.

—¡Salgo ahora mismo! —exclamó entusiasmada.

Mara se apartó de la puerta, pero se detuvo un instante para observar su propia ropa antes de regresar al lado de Jared Perry.

Vaqueros y una camiseta… con eso no iba a impactar a ese hombre, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Aunque no sabía por qué debería importarle.

El nieto de Celeste no había aceptado su invitación. Aún seguía de pie en un lado del salón, inspeccionando el espacio que incluía una cocina diminuta sólo separada por una media pared.

—Celeste vendrá en un minuto —le informó cuando él la miró expectante.

Asintió y de repente se concentró en estudiarla a ella. La puso nerviosa, ya que su expresión no reveló nada y Mara no supo si le gustaba lo que veía o la consideraba un ejemplo de los provincianos que había dejado atrás.

—¿No preferirías sentarte? —preguntó, con la esperanza de apartar sus ojos de ella.

Pero él no hizo caso de la pregunta ni dejó de observarla.

—Mara Pratt —fue lo único que dijo.

—Sí, soy yo.

—Sólo recuerdo a Cam y a Scott, pero según recuerdo erais muchos.

—Cam, Scott, luego Neily, después yo y después los trillizos… Boone, Taylor y Jon —nombró a todos sus hermanos por orden de nacimiento.

Jared Perry asintió.

—¿Y eres amiga de… Celeste?

Era evidente que también tenía sus problemas sobre cómo llamar a la mujer que, al igual que el resto de los Perry, sólo conocía vaga y periféricamente como la ayudante en la tintorería.

—Trabajó con nosotros abajo desde que regresó a la ciudad y se dio cuenta de que nadie de aquí la reconocía debido al aumento de peso. Era la mejor amiga de mi madre y como ahora soy yo quien dirige la tintorería, mantenemos una relación estrecha —explicó ella.

—¿O sea que hacías de vigilante?

—Más o menos. Estoy aquí para hacerle compañía, cuidar de ella y ayudarla en lo posible. No podía dejar que pasara sola por esta situación.

Él asintió una segunda vez.

—Es muy amable por tu parte.

—Les… Celeste… tu abuela… siempre ha hecho mucho por nosotros —objetó ella, tímida ante el halago.

La mujer de la que hablaban se unió a ellos en ese momento, enfundada en una bata rosa de felpa, con el cabello negro hasta la cintura liberado del sempiterno moño y las mejillas sonrosadas por el entusiasmo de ver a otro de sus nietos una vez que ya sabían quién era.

—¡Jared! —exclamó al entrar en el salón.

—Hola —respondió él.

La incomodidad del momento era evidente, tal como había sucedido con los otros Perry que habían ido a visitar a Celeste en los seis días siguientes a que se hubiera conocido su verdadera identidad.

—Estaba a punto de servirle una copita —intervino Mara—. ¿Te apetece también un poco de brandy?

—Creo que sí —aceptó él como si fuera una sugerencia oportuna.

Mara los dejó en el salón y fue a la cocina. Dudaba de que el brandy barato que sirvió de una frasca de plástico estuviera al nivel de lo que habitualmente bebería Jared, pero Celeste llevaba una vida frugal y era la única opción que se podía permitir.

—Sentémonos —le dijo ésta a su nieto, indicándole el sofá mientras Mara le pasaba a cada uno la copa de brandy.

Celeste volvió a ocupar el sillón y en esa ocasión Jared Perry se sentó en el sofá, donde Mara no tardaría en dormir tal como había hecho durante cada noche de la última semana.

—Siéntate con nosotros, Mara —la invitó la mujer cuando ella estaba a punto de retirarse a la cocina para brindarles una pequeña dosis de intimidad.

Pero si Celeste la quería más cerca, no iba a negárselo, por lo que se dejó caer en la otomana cercana al sillón.

En cuanto lo hizo, la atención de la mujer mayor volvió a centrarse en su nieto.

Y también la de Mara.

No pudo evitarlo. Jared Perry era una presencia importante en el pequeño espacio, y mientras Celeste le contaba cómo había estado al corriente de él y del resto de la familia con el paso de los años, Mara evaluó con más atención al hombre arrebatador que tenía sentado enfrente.

El pelo castaño oscuro mostraba una tonalidad rojiza allí donde el sol lo había tocado. Lo llevaba corto a los lados y más largo arriba, pero de forma tan meticulosa que casi había arte en el estilo. Tenía la nariz levemente plana en el puente. Los labios eran algo finos, pero, de algún modo, exuberantes al mismo tiempo. Mostraba unos pómulos no muy sobresalientes, pero por debajo de ellos la cara descendía a una línea mandibular marcada, con un mentón firme y obstinado. La sombra de la barba incrementaba su tremendo atractivo, aunque era demasiado agreste como para encajar con la sofisticación de su ropa.

Y luego estaban esos ojos… unos ojos que en ese momento podía ver que eran de un azul tan claro como para parecer incoloros. Unos ojos notables e hipnóticos que hicieron que pensara que si le apeteciera, con la mirada adecuada podría dejar muda y en trance a cualquier mujer.

—Vayamos al motivo por el que he venido a esta hora de la noche en vez de esperar a verte en un momento más oportuno.

La voz de Jared Perry, igual que un coñac intenso y oscuro, penetró en el estudio al que lo estaba sometiendo a pesar de que no se había dirigido a ella.

—Quiero pedirte que contrates a un buen abogado defensor —continuó él sin rodeos.

—Oh, no creo que eso sea necesario —respondió Celeste con la misma despreocupación que había mantenido durante toda la semana.

Ante esa respuesta, Mara se sintió impulsada a entrar en la conversación.

—Es necesario —recalcó, ansiosa de tener otra oportunidad de decir lo que había aconsejado desde el principio—. Deberías tener un abogado que no sea de oficio. Mañana te van a interrogar el FBI, la policía estatal, detectives del departamento y los abogados de la fiscalía, y tu abogado de oficio no ha pasado más de diez minutos al teléfono contigo.

—Pero eso no importa, porque no he hecho nada respecto a lo que esa gente me va a interrogar —insistió Celeste, tal como había hecho múltiples veces.

—No obstante —persistió su nieto—, desconoces qué clase de pruebas van a presentar en tu contra o cómo las van a plantear y enfocar. Con el atraco a un banco, y ahora que se ha exhumado al segundo ladrón, debido a la sospecha de asesinato, no estás en posición de tomarte esto a la ligera.

Era evidente que Jared Perry estaba bien informado. Pero Celeste movió la cabeza.

—No me lo tomo a la ligera, Jared. Es que no he hecho nada —repitió.

—Entonces, deja que el abogado lo exponga por ti —y pasó a esbozar todos los motivos por los que era imperativo que dispusiera de un letrado contrastado.

Fue elocuente, pero sin exagerar nada, y en el proceso hizo que la situación de Celeste pareciera muy grave, sin importar si era culpable o inocente. De hecho, se mostró tan franco, que hubo momentos en que Mara se encogió ante lo que decía. Los peores pronósticos eran posibles si las cosas no salían como quería la mujer, y el modo en que lo expuso logró que su abuela palideciera.

También él debió de notarlo, porque al finalizar dijo:

—Lamento mostrar el enfoque duro, pero he estado en contacto con la familia y cuando me informaron de que insistías en que te representara un abogado de oficio, no pude creerlo. Supe que alguien tenía que plantearte la situación con crudeza y realismo. Necesitas un buen abogado y no hay más vueltas que darle.

—Tiene razón —coincidió Mara con suavidad—. Sabes que yo también creo que es lo mejor para ti.

Celeste alzó la copa de brandy de la que apenas había bebido unos sorbos y se la acabó. Luego, durante largo rato, clavó la vista en el suelo antes de hablar con voz débil:

—Supongo que estaba siendo ingenua. Si los dos estáis tan seguros…

—Llamaré ahora mismo —indicó su nieto, sacando un teléfono móvil del bolsillo como si sólo hubiera estado esperando el visto bueno.

Al ver que la mujer mayor se había encogido bajo el peso de todo lo que le había dicho su nieto, Mara le apretó la mano.

—Es una buena decisión —le aseguró, aliviada de que alguien la hubiera convencido—. No puede hacerte ningún daño disponer de un letrado competente.

—Puede, si me hace parecer culpable después de contarles a las autoridades que no me importaba la presencia de un abogado porque no tengo nada que ocultar —expuso.

Mara no había pensado que Jared estuviera escuchando, pero al parecer así era, porque antes de poder tranquilizar a Celeste, comentó:

—No te hace parecer culpable. No es más que lo que ellos esperan de alguien en tu situación —luego, sin una mínima pausa, comenzó a hablar por teléfono.

—Eso es verdad —confirmó Mara antes de ir a la cocina y regresar con el brandy para rellenar la copa de Celeste.

La mujer mayor volvió a beberse el licor barato como si necesitara calmar sus nervios.

Entonces Jared dejó de hablar y volvió a centrar la atención en su abuela… aunque una vez asumido el mando, dejó de flotar un ambiente familiar en el aire. Mara tuvo la impresión de que era como lo vería cuando entrara en una reunión ejecutiva para anunciar de repente que había adquirido la empresa.

—El problema ahora es lo que me temí al enterarme de que el interrogatorio sería mañana… Stephanie no puede venir hasta el miércoles. Vamos a tener que tratar de aplazarlo…

—Oh, ya no quiero aplazarlo más. Quiero acabar de una vez —indicó Celeste, sonando incluso más alarmada.

Mara lo entendía y cortó a Jared cuando amagó con querer descartar la ansiedad de la mujer con un simple movimiento de la mano.

—Sé que estás convencida de que con el simple hecho de contar tu historia mañana acabarás con todo, que es lo que anhelas —comentó Mara—. Pero es mejor estar seguros que lamentarlo.

Celeste volvió a girar el rostro pálido hacia su nieto.

—¿Dejarán las autoridades que se aplace el interrogatorio? ¿No dará la impresión de que quiero ganar tiempo?

—No sé si lo aceptarán. Pero haremos todo lo posible, y no nos importa si parece que quieres ganar tiempo…

—A mí me importa —intervino Celeste con un leve deje de pánico en la voz.

—Lo único que debe preocuparte es salir de esta situación y Stephanie es la mujer idónea para lograrlo. Deja que ella se preocupe de todo. Es la mejor en su campo y desde ahora mismo está trabajando en el caso —comentó con algo parecido a la admiración.

Mara se preguntó si sería algo más que admiración por la pericia de la abogada.

—¿Cuánto costará? —quiso saber la anciana.

—No te costará nada —afirmó Jared—. Conozco a esta mujer, lo llevará como un favor a mí, me debe uno, y sean cuales fueren los gastos que surjan, yo los cubriré.

La curiosidad de Mara por Stephanie y su relación con Jared Perry aumentó.

Celeste asintió, pero pareció incluso más demacrada que cuando se reveló su identidad y le estalló toda esa situación. Mara empezaba a preguntarse si no debería haber echado a Jared Perry cuando llamó a la puerta.

—¿Cuándo sabremos si se aplaza el interrogatorio? —preguntó la mujer con timidez.

—No hasta mañana. Pero en cuanto lo sepa, te llamaré.

Celeste asintió y tragó saliva con esfuerzo.

—Creo que ahora necesito ir a acostarme, si está bien.

—Buena idea. Te queremos con todos los sentidos alerta —decretó él.

Mara volvió a ayudarla a levantarse del sillón.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

Celeste sonrió con desdicha.

—Quizá ser ingenua no estaba tan mal. No quiero que nadie piense que necesito abogados caros y aplazamientos para ocultar algo.

—Nadie pensará eso —le aseguró Mara—. Tienes derecho a recibir la mejor defensa posible y es sólo eso. Aunque haya sucedido de repente —la otra mujer asintió con expresión indecisa—. Deja que el brandy haga su trabajo y descansa un poco —la instó.

Entonces Celeste se volvió hacia su nieto y le tomó la mano entre las suyas.

—Gracias por venir. Y por querer ayudar.

—Voy a ayudar, de eso puedes estar segura.

—De acuerdo… —musitó Celeste. Luego se despidió de los dos y los dejó a solas en el salón.

Cuando Mara oyó que la puerta del dormitorio se cerraba, encaró a Jared.

—He estado intentando que aceptara un abogado, pero no me atreví a asustarla para que lo hiciera.

La miró con una ceja enarcada.

—¿Estás diciendo que no debería haberlo hecho? —la desafió.

—Sólo digo que yo no pude y que tal vez un enfoque menos agresivo habría…

—Creo en hacer lo que hay que hacer… sin importar lo que sea y los medios a emplear —dijo mientras se ponía el abrigo—. Pero, claro, por lo general yo soy la persona que entra y ordena las cosas cuando nadie más parece dispuesto a hacerlo.

En ese momento comprendió que su fama era real.

Y quizá debido a eso y al cambio que había experimentado Celeste antes de irse a la cama, vaciló un poco en su convicción de que lo que acababa de conseguir fuera algo positivo.

—Es mejor que Celeste tenga un abogado, ¿verdad? —preguntó con un atisbo de incertidumbre.

—¿Un abogado que no esté ahogado en trabajo, gane un mal sueldo y sea indiferente al caso como le suele ocurrir a los de oficio? Sí.

—Esta mujer a la que has contratado… o alistado, ¿hará todo lo posible por Celeste?

La estudió con los ojos entornados.

—¿Vuelvo a percibir suspicacia hacia mí? —preguntó, aludiendo a su anterior pregunta a través de la puerta.

—Lo cierto es que no te conozco. Y tú realmente no conoces a Celeste. No serás un lobo con piel de cordero, presionándola para que haga algo que termine por perjudicarla en vez de ayudarla, ¿verdad?

Eso pareció divertirlo un poco, porque esbozó una leve sonrisa.

—¿Por qué iba a hacer algo así?

—Hay gente que cree que Celeste participó en el robo y que mató al socio de su amante. Hay otros que creen que, como mínimo, fue cómplice de todo. Y hay personas que piensan que aunque no cometiera esos delitos, debería sufrir las consecuencias por haber abandonado a su marido y a sus hijos del modo en que lo hizo.

—Yo no soy ninguna de esas personas.

—Pero podrías querer vengarte de ella por tu abuelo o porque abandonara a tu padre o… no sé, por no ser una abuela cariñosa cuando eras niño.

Eso pareció divertirlo incluso más, porque la sonrisa de esa boca sexy se amplió.

—De hecho, siempre he pensado que mi abuela y yo podíamos ser espíritus afines si llegábamos a disponer de la oportunidad de conocernos. Así que no, no tengo nada por lo que poder querer vengarme de ella. Sinceramente, estoy aquí para ayudar.

Mara supo que podía estar inventándoselo, pero no tenía manera alguna de saber si mentía.

Y también ella la había presionado para que contratara a un abogado privado. Una vez que Jared Perry lo había conseguido, no le quedaba mucha más alternativa que confiar en él. Lo que no evitaba que se preocupara.

Alzó el rostro hacia el hombre alto, fuerte y confiado que tenía delante.

—Si estás mintiendo y haces algo para herirla…

La amenaza le causó una sonrisa abierta y divertida que provocó unos surcos en sus mejillas; de no haber estado inquieta por las intenciones que podía albergar, la habría encandilado.

—¿Qué me harás? —preguntó con un jolgorio apenas contenido.

Por desgracia, Mara no disponía de amenaza alguna, y menos de una buena.

—Será mejor que esto sea lo que dices que es —fue lo único que pudo manifestar.

—Cuidado, no creo que sepas con qué estás tratando.

—Ten cuidado tú, o podrías terminar sin rodillas.

No supo de dónde había salido eso o cómo había logrado que sonara tan ominoso. Tampoco sabía qué haría si él la presionaba. Pero, de todos modos, clavó la vista en sus ojos.

Hasta que él parpadeó.

No porque ella hubiera ganado el duelo visual, sino porque él no podía reír sin quebrar el contacto.

—Relájate, Mamá Osa —dijo—. Sólo he venido a ayudar a tu cachorro —fue hacia la puerta, la abrió y luego añadió—: Estaré en contacto —entonces salió y cerró a su espalda.

Mara se desinfló y comprendió que conocer a Jared Perry había tenido un impacto sobre ella.

Un impacto que iba acompañado de un hormigueo.

Y, sorprendentemente, también eso era excitante.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

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