La chispa del amor - Victoria Pade - E-Book

La chispa del amor E-Book

VICTORIA PADE

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Las luces de la gran ciudad… o un lugar en el que sentirse en casa? Faith Perry siempre había deseado salir del pueblo de Montana en el que había crecido. Ahora, después de once difíciles años, volvía allí con la intención de averiguar cuál era su lugar en el mundo. Boone Pratt no podía creer que hubiera vuelto su gran amor del instituto. Cuando Faith le pidió que atendiera a su perro, el veterinario se dio cuenta de que seguía sintiendo algo por ella, pero sabía que el corazón de Faith seguía en la gran ciudad. Claro que quizá pudiera hacer que se diera cuenta de que aquel pueblo era el lugar ideal para vivir… junto a él.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 225

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Victoria Pade

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La chispa del amor, n.º 1785- mayo 2019

Título original: The Doctor Next Door

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-869-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ tienes en la cara, Charlie? ¿Has hecho algo malo ahí fuera?

Faith Perry no esperaba una respuesta de su schnauzer cuando la dejó entrar del jardín trasero a la casa, pero la pura raza gris plateado contestó con un gemido.

—Ven aquí, déjame ver —Faith se agachó para echar un vistazo.

Lo que empapaba las barbas del animal y chorreaba por su pecho y patas no era barro ni debido a las primeras lluvias de abril. Era sangre.

—¡Oh, Charlie! ¿Has matado algo?

Charlie gimió de nuevo y miró a Faith con sus enormes ojos oscuros llenos de tristeza, llevándola a pensar que podía estar herida.

Faith levantó en brazos a la perrita de unos siete kilos de peso, comprada hacía un año, atravesó la cocina y se sentó en el sofá de la sala con ella sobre el regazo.

Tras examinarla, descubrió que la sangre provenía del interior de su boca. Temiendo encontrar un pájaro muerto, o parte de una ardilla, Faith le abrió las mandíbulas con los dedos.

Dentro de la boca de Charlie sólo había más sangre. Y un diente roto.

—¿Qué has hecho? —le preguntó, compasiva.

Eran las cuatro de la tarde de un domingo, en Northbridge, Montana, su pueblo natal. Faith llevaba allí menos de veinticuatro horas y no sabía si el veterinario local, que ya tenía una edad bastante avanzada cuando ella dejó el pueblo once años antes, seguía trabajando. Ni si había algún otro veterinario en Northbridge.

Pero sí sabía que su perra necesitaba atención especializada. Cuanto antes.

—Pobrecita —le murmuró a Charlie, llevándola a la cocina. La dejó en el suelo y le acarició el lomo—. Siéntate mientras soluciono esto.

Para sorpresa de Faith, Charlie obedeció.

—Oh, debes de estar muy mal —dijo Faith, ante esa inusual actitud.

Hasta el día anterior, esa casa no había sido su residencia habitual. Era la que utilizaban su ya ex marido y ella cuando visitaban el pueblo. Por esa razón no estaba equipada con cosas necesarias, como una guía telefónica actualizada. Esperando encontrar una, aunque fuera antigua, fue al lavadero contiguo a la cocina.

Se consideró afortunada al encontrar una mini- guía local de hacía dos años en un armario, y volvió con ella a la cocina.

—No, el viejo doctor Chapman no figura —dijo, al no encontrar el nombre—. Boone Pratt es el nuevo veterinario —le dijo a Charlie—. Ya lo sabía. Mi hermana se casó con su hermano, y él no fue a la boda porque tuvo que atender una urgencia de algún animal. Debería haberme acordado.

Pero desde que se había marchado de Northbridge, Faith no se había esforzado por seguir en contacto con nadie de allí excepto su familia. Y ni siquiera recordaba muchas de las cosas que ellos le contaban. Su vida había sido demasiado caótica en los últimos tiempos para prestar atención a más que sus propios problemas y a los asuntos familiares de importancia.

Abrió su teléfono móvil y marcó el número de la clínica veterinaria. Con suerte, habría alguien de guardia durante el fin de semana.

No hubo suerte. Después de dos llamadas saltó el contestador. El mensaje informaba sobre las horas de consulta y después daba un número para casos de emergencia.

Maldiciendo su estupidez por no haber preparado lápiz y papel, Faith repitió el número en voz alta, una y otra vez, mientras colgaba y pulsaba las teclas.

—Vamos, vamos, vamos —rezongó con impaciencia, con cada timbrazo no contestado—. Eres el único veterinario del pueblo. ¿Qué voy a hacer si no contestas…?

—Eh.

«¿Eh?».

—¿Es Boone Pratt? —preguntó Faith.

—Sí. ¿Quién eres?

Faith recordó que estaba en Northbridge. Allí todo era mucho más informal.

—Soy Faith Perry…

—Faith —repitió él; obviamente no necesitaba más explicación.

Aquello era Northbridge, habían crecido juntos y asistido al mismo curso en el instituto. Su primo Jared iba a casarse con Mara, hermana de Boone, el domingo. No era ninguna desconocida para él, pero Faith no recordaba haberlo visto desde el día de su graduación.

—Siento molestarte —continuó—, pero acabo de llegar al pueblo, mi perra se ha roto un diente y parece que eres el veterinario.

—No parece. Lo soy. El único del pueblo.

Había pasado del tono amistoso y relajado del «Eh» inicial a uno mucho más cortante. Pero como nunca habían sido amigos, pensó que tal vez ése fuera su versión de tono profesional.

—¿Cómo de mal está el diente? —exigió él.

—Lo bastante para que yo haya visto que está roto y para que haya sangre por todos sitios.

—Tendré que verte en la consulta. ¿Sabes dónde está?

Ella aún tenía la guía abierta, así que leyó la dirección en voz alta. Estaba a un lado de la calle Mayor, a unas manzanas de la casa de Faith.

—Eso es —cortó el veterinario, antes de que acabara de leer la dirección—. Estoy ocupado con algo en casa, fuera del pueblo, tardaré una media hora en acabar y llegar a la consulta. Te veré allí.

Y colgó.

—Bueno, vaya… —murmuró Faith, desconcertada por su brusquedad.

Pero en ese momento los modales, o la falta de ellos, le importaban menos que el bienestar de Charlie.

 

 

Faith llegó a la consulta de Boone Pratt exactamente media hora después. Pero cuando llevó a Charlie en brazos del coche a la puerta, la encontró cerrada. Miró por la ventana y no vio a nadie, así que se sentó en el banco de madera que había debajo a esperar, con Charlie en el regazo.

Temiendo hacer daño a la perra, Faith sólo había limpiado la sangre del pelo. Charlie no estaba tan sucia como cuando había entrado en casa, pero tampoco estaba limpia. A Faith la avergonzaba llevarla allí con el pelo apagado y sin lustre, pero le había parecido que sería una crueldad bañarla en su estado.

Ella sí se había cambiado de ropa. En los círculos en los que se había movido durante los últimos once años, habría sido impensable dejarse ver con la camiseta y los pantalones de chándal que se había puesto para deshacer el equipaje. Incluso para hacer una visita de urgencia al veterinario de Northbridge se había sentido obligada a ponerse una blusa de seda y una falda que le llegaba al tobillo.

También se había soltado la cola de caballo y recogido su pelo color chocolate en un moño.

No había un día en que no se maquillara, pero había comprobado que no tenía manchas de mascara bajo los ojos azul violáceo; que tenía la nariz, delgada y recta, bien empolvada; que sus pómulos altos y bien formados tenían el toque justo de colorete. Incluso se había puesto brillo en los labios.

Aun así, su ex suegra no la habría considerado presentable para acercarse a la peluquería o a la esteticista; pero Faith no tenía tiempo para más.

Además, cuando una sucia camioneta roja aparcó junto a su BMW, no le dio la impresión de que quien bajara de ella podría criticar.

Faith, seguramente porque estaba preocupada por su perra, se fijó más en los detalles que en el conjunto cuando Boone Pratt bajó del automóvil.

Lo primero fueron unas botas polvorientas que hacía tiempo que no veían betún o grasa. Seguidas por unas piernas largas embutidas en pantalones vaqueros desteñidos hasta ser casi blancos en todos los puntos de fricción, y muy manchados de barro. También llevaba una camisa de tela vaquera, tan gastada que colgaba sobre su torso como una gasa diáfana y espectral.

Y no estaba más limpio del cuello para arriba. Guapo, pero sucio.

—¿Boone? —preguntó, intentando no parecer tan decepcionada como estaba en realidad.

—¿Faith? —repuso él.

Ella pensó que debía de haber notado que lo miraba con asombro, y eso no podía ser bueno.

—Gracias por venir. Siento haberte llamado un domingo por la tarde —dijo, dando a su voz un tono de intensa gratitud.

—Es mi trabajo —dijo él, mirándola de arriba abajo.

Ella pensó que tal vez su vestimenta le parecía inadecuada, mientras los ojos azul claro la escrutaban con cierto desdén, acompañado por el rictus de su boca. Él aprobaba lo que veía tan poco como ella.

Sin ocultar su desagrado, fue hasta la puerta con zancadas largas y seguras, y abrió.

Faith entró con Charlie, convencida de que le caía fatal a Boone. Y teniendo en cuenta su reacción cuando se había identificado al llamarlo, no era sólo porque no hubiera podido ocultar su desagrado al verlo tan sucio. Pero no entendía el porqué. Habían crecido en el mismo pueblo, sin duda, pero apenas habían cruzado más de diez palabras. Su animosidad no tenía sentido.

O, quizá, Boone Pratt tenía una disposición negativa, como el abuelo de ella, que había sido reverendo del pueblo, famoso por su mal carácter. Pero años de soportar al reverendo, le habían dado una pauta de comparación, y Faith tuvo la sensación de que la mala actitud de Boone Pratt hacia ella se basaba en algo personal.

—Ahí —ordenó él, señalando la sala de consulta que estaba a un lado de la entrada.

Faith llevó a Charlie a la sala, y la colocó sobre la camilla.

Boone Pratt se acercó, pasándose las manos por el cabello, que, libre de polvo, era casi negro.

Faith pensó que necesitaba un corte de pelo; los rizos le llegaban al borde del cuello de la camisa y enmarcaban una bella estructura ósea. Era un rostro que los fotógrafos que se ocupaban de los retratos de familia habrían adorado. Pómulos y mentón bien definidos que contrastaban vergonzosamente con las caras redondeadas de su ex marido y su ex suegro.

Tras su amago de peinarse un poco, el veterinario se lavó las manos concienzudamente en el lavabo que había en un extremo de la encimera. Faith bajó la mirada hacia Charlie y sus ojos también captaron la curva del trasero de Boone Pratt. A pesar de los vaqueros, era un trasero fantástico. Lo bastante como para que Faith tuviera que tragar saliva.

Se secó las manos y se situó frente a Charlie y ella, dominándolas con su impresionante altura, que debía rondar el metro noventa.

—¿Qué tenemos aquí? —preguntó con voz agradable, dirigida a su paciente, a quien ofreció una mano para que la olisqueara.

—Se llama Charlie —contestó Faith.

—Hola, Charlie —dijo Boone Pratt con voz tranquilizadora, sin mirar a Faith—. Te has metido en problemas, ¿eh, amigo?

—Amiga. Charlie es una perra. Sé que el nombre confunde, pero la compré cuando tenía seis meses y ya la habían llamado así, como no es nada femenina, se lo dejé.

Mucha más información de la necesaria, sobre todo porque el veterinario había echado un vistazo tras la corrección inicial de Faith y no había prestado atención a una sola palabra más.

Acarició la cabeza de Charlie con una de sus enormes manazas, con tanta gentileza que la perra se restregó contra él, pidiendo más.

—Ha mordido a algún que otro veterinario —advirtió Faith—. Suelen tener que ponerle bozal para cortarle las uñas o mirarle el trasero.

—Bueno, pues es una suerte que no tengamos que trabajar en esa zona, ¿verdad, chica? —le dijo a la perra, como si la presencia de Faith fuera incidental—. ¿Vas a dejar que te mire la boca?

Su voz sonó tan grave, dulzona y persuasiva que Faith estuvo a punto de abrirla ella. Charlie, que solía ladrar, aullar y morder cada vez que la llevaba al veterinario, se acercó más a Boone, como si él fuera su propietario.

—A ver qué tenemos aquí —sugirió él, abriendo la mandíbula del animal con los dedos. Le bastó un breve vistazo—. Sí, un diente roto, sin duda.

Examinó el resto de la boca de Charlie antes de soltar sus mandíbulas. Entonces, por fin, miró a Faith, mientras seguía acariciando al animal que se apoyaba contra él con toda tranquilidad.

—Se ha roto la mayor parte del molar superior derecho, no queda bastante para poder salvarlo. Tendré que extraérselo.

—¿Cómo habrá hecho eso?

—No lo sé. No lo ha dicho —repuso él.

—Quiero decir que suponía que los perros tenían dientes muy fuertes —corrigió ella, deseando que la tratara con una fracción de la amabilidad que reservaba para Charlie.

—Sí que tienen dientes duros —confirmó Boone Pratt—. Pero si muerden algo más duro aún, pueden romperse como los de un humano.

—¿Y hay que sacárselos?

—No siempre. A veces pueden salvarse, como los de las personas. Pero no en este caso.

—¿Podrá apañarse sin él?

—Se adaptará.

—¿Qué implica la extracción? No estoy segura de tener estómago para sujetarla mientras le sacas el diente —confesó Faith.

Boone Pratt la miró como si estuviera loca.

—Tendré que llamar a mi ayudante. Haremos un reconocimiento completo para comprobar que Charlie está bien de salud…

—Está bien. La llevé a vacunar hace un mes. Y es demasiado activa para estar enferma.

—Después anestesiaremos a Charlie y le sacaré el diente —siguió él, haciendo caso omiso de su comentario—. Sería imposible hacerlo simplemente sujetándola.

—¿Hay que dormirla? —preguntó ella, inquieta.

—No lo haría si no fuera necesario. Pero si prefieres una segunda opinión, puedes llevarla a otro sitio. Puedo recomendarte algunos veterinarios de Billings.

—No es que no me fíe. Simplemente no tengo experiencia en estas cosas. No sé nada de los problemas dentales de los perros, y las personas no necesitan anestesia general cuando les sacan un diente —se defendió Faith.

Boone Pratt no contestó. Era obvio que se le daban mejor los animales que los seres humanos.

—¿Y vas a hacerlo ahora? —preguntó. No había sido su intención bajar la vista hacia su ropa mientras lo decía. Había sido una respuesta refleja, al pensar que la consulta estaba inmaculada, pero Boone Pratt distaba de estarlo.

—La misma Faith de siempre —farfulló él.

Faith no tenía ni idea de a qué se refería, pero no le cupo duda de que era algo insultante.

—¿Disculpa?

Él movió la cabeza de lado a lado, como si la actitud de ella le pareciera increíble.

—Estaba domando a un caballo cuando llamaste —dijo, como si le molestara tener que darle explicaciones—. Mientras mi ayudante prepara a Charlie, iré a casa a ducharme. Cuando regrese, estaré limpio. Puede que incluso vuelva a lavarme las manos antes de operar. Y utilizaré guantes quirúrgicos…, eso también lo hacemos aquí, en la tierra de los palurdos.

—¿La tierra de los palurdos?

—¿No es así como llamabas a Northbridge? ¿La razón por la que querías irte lo antes posible? Y ahora, aquí estás, honrándonos con tu estirada y altanera presencia. Qué afortunados somos.

Faith lo miró con los ojos abiertos como platos. La consideraba estirada y altanera.

—¿Dije yo eso: la tierra de los palurdos?

—Sí.

—¿Cuándo?

—En el instituto.

—¿En el instituto? ¿Estás enfadado por algo que dije hace más de una década y que ni siquiera recuerdo haber dicho?

—¿Enfadado? No estoy enfadado —la miró como si estuviera loca—. Ni tú ni nada de lo que puedas haber dicho me importa lo más mínimo. Sólo quería aclararte que en Northbridge las cosas se hacen igual que en la ciudad. El instrumental está esterilizado y tomamos las precauciones necesarias para evitar el riesgo de infección.

Por más que lo negase, sonaba enfadado y Faith sintió la necesidad de insistir.

—¿Te hice algo malo que no recuerde?

—No, en absoluto —contestó él, como si se enorgulleciera de no haberle dado esa oportunidad—. A ver, ¿quieres que opere o no?

Faith no dudaba que trataría bien a Charlie. La perra lo miraba con adoración. Por el bien de su mascota, decidió hacer de tripas corazón.

—Te agradecería que la operases.

—Cuidaré bien de Charlie y le diré a mi ayudante que te llame cuando acabemos para decirte cómo ha ido la extracción.

—¿Podré venir a llevármela cuando acabéis? —preguntó Faith, comprendiendo que la estaba echando de allí.

—Necesitará cuidados cuando se despierte, así que será mejor que se quede conmigo. Al menos esta noche —decretó Boone Pratt.

—Puedo cuidarla yo —alegó Faith—. Al fin y al cabo me ocupo de ella el resto del tiempo.

—No te imagino ensuciándote las manos —dijo él, cortante—. Pero puedes encargarte del postoperatorio, si es lo que quieres.

Faith no tenía ningún miedo de lo que pudiera implicar el postoperatorio. Pero quería que Charlie recibiera el mejor cuidado posible y ella no tenía experiencia; era lógico asumir que el veterinario la cuidaría mejor.

—Supongo que estará mejor contigo —aceptó.

—Es muy probable —se fue con la perra a otra sala.

Faith se quedó mirando la puerta boquiabierta.

—Lo único peor que un palurdo, es un palurdo grosero y antipático —masculló para sí.

—Lo he oído —clamó la voz grave de Boone Pratt tras la puerta.

—¡Bien! —dijo ella, aunque en realidad habría preferido que no la hubiera oído.

Giró sobre los talones y salió de la consulta de un hombre al que, en su opinión, por guapísimo que fuera, podía partirle un rayo.

Después de que operara a Charlie, claro.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

EH, señorita Charlie, la norma en esta casa es que los animales no suben a la cama, por eso tienes un almohadón en el suelo —informó Boone Pratt a la schnauzer a primera hora de la mañana del lunes, cuando se despertó y vio a su paciente sentada ante él, mirándolo con ojos muy abiertos y tristes.

Sus cinco perros, todos ellos al menos cuatro veces el tamaño de la schnauzer, lo miraban desde diferentes lugares del dormitorio, probablemente asombrados por la audacia de la perrita.

Pero Charlie ignoró la reprimenda y se acurrucó al costado de Boone con un gemido, dejando claro que aún no se encontraba bien.

—Ya lo sé, a nadie le gusta sentirse mal —la consoló él, rodeándola con un brazo.

El despertador no había sonado aún, así que cerró los ojos, con la esperanza de echar otra cabezadita. Había estado levantado casi toda la noche, con Charlie. La anestesia le había provocado vómitos, como ocurría en muchos casos. Además, el analgésico que le había administrado a veces tenía el efecto secundario de inspirar una respuesta sonora, así que la perrita había gemido con cada exhalación. Él era consciente de que no sentía dolor, pero era una reacción que solía preocupar a los propietarios. Previendo esas dos reacciones, había optado por quedarse con Charlie en vez de enviarla a casa tras la operación. Sobre todo teniendo en cuenta que en casa estaría Faith Perry.

Como si Charlie supiera que acababa de pensar en su ama, le golpeó el costado con la pata.

—Sí, lo sé. Ayer me porté fatal con ella —le reconoció a la perra.

Y lo cierto era que no tenía ninguna buena razón que justificara su comportamiento.

—No soy ningún canalla, en serio —dijo.

Lo que no podía confesar, ni siquiera al animal, era lo que había motivado su comportamiento. Nunca se lo había dicho a nadie. Algo que lo hacía estremecerse con sólo recordarlo.

Su primer amor había sido Faith Perry. Y no soportaba pensar en ello.

No había sido uno de esos enamoramientos de macho dominante. Fundamentalmente porque él no había sido esa clase de chico.

Era granujiento y llevaba aparato en los dientes. A los diecisiete años penas medía un metro sesenta, era regordete, tímido e inmaduro cuando, de repente, descubrió que sólo podía pensar en Faith Perry.

Su enamoramiento había sido de los de miradas de carnero degollado, tartamudeos, rubores e imposibilidad de controlar su cuerpo. El tipo de enamoramiento que todos habrían ridiculizado si hubieran estado al tanto. Un amor sin esperanza que le hizo sentirse por completo inadecuado.

Sobre todo porque ella apenas era consciente de que él existía y nunca había ocultado su deseo de huir de aquel pueblo de mala muerte para integrarse a una vida llena de cultura y gente con clase. Sangre azul, eso era a lo que había aspirado, a relacionarse con personas de sangre azul.

Y cada vez que se había acercado a ella, que le había recogido un libro o un lápiz, ofrecido apuntes de alguna clase que se hubiera perdido, o cualquier otra del millón de cosas que había hecho para buscar su compañía, lo había mirado igual que el día anterior, cuando bajó del coche, como si fuera el ejemplo perfecto de los palurdos que quería dejar atrás.

Así que durante los dos últimos años de instituto, se había sentido rechazado, resentido e inepto.

La había odiado tanto como la adoraba.

Y el día anterior la había castigado por ello.

Pensó que tal vez si fuera un poco canalla…

Por otro lado, no tenía buena opinión de las personas que se sentían superiores a los demás, y más en concreto de los que se creían demasiado buenos para su pueblo de nacimiento y el estilo de vida y los valores que iban unidos a él.

Aun así, eso no excusaba su comportamiento. No sabía por qué pensar en Faith Perry hacía que se sintiera incómodo, dado que su enamoramiento había muerto de forma natural muchos años antes. Suponía que le recordaba algo que habría preferido olvidar: una etapa adolescente llena de tristeza y sufrimiento que preferiría haber evitado. Una fase que lo avergonzaba, incluso si había conseguido ocultarla ante todos en aquella época. Siempre que oía rumores de que Faith iba a ir a visitar a su familia, evitaba los lugares en los que podría encontrarse con ello.

Pero, recientemente, las bodas habían supuesto un problema.

Hacía unos meses, su hermano, Cam, se había casado con Eden, la hermana de ella. Y se acercaba la fecha de la boda de Mara, su hermana, con Jared, primo de ella.

Para la boda de Cam y Eden, Faith sólo había ido a pasar el día. Él había sabido que sería imposible evitarla por completo, pero había planeado mantener las distancias. Situarse al otro extremo de la habitación y no dedicarle más que la cortesía mínima.

Pero al final lo habían llamado para una operación de urgencia, y no había asistido al evento. En la boda de Mara, pensaba utilizar el plan de evitarla y mantener las distancias.

Por desgracia, contestar al móvil el día anterior había revivido en él su ya muy lejana y silenciosa humillación. Había intentado controlarla, y no le había ido mal hasta que bajó de la furgoneta y vio a su «majestad», dar un respingo de rechazo al verlo.

«Eso es», había deseado decirle, «estoy sucio y sigo siendo un palurdo en la tierra de palurdos que tú tanto despreciabas».

Ella seguía siendo la Señorita Perfección, sentada tiesa y compuesta en el banco, con un peinado y una ropa que le daban aspecto de bibliotecaria solterona.

Lo que no quería decir que no estuviera guapa. La Faith mujer era aún más bella que la Faith adolescente, y entonces ya le había parecido la chica más guapa del pueblo.

Incluso recogido, su pelo brillaba bajo el sol. Tenía el color siena bruñido de la salsa de mole que él le ponía a las enchiladas.

Su rostro no había envejecido, parecía más refinado y delicado, con piel suave, pálida y perfecta como crema de leche.

Antes de bajar de la furgoneta, había pensado que su boca debía de saber dulce, sin duda. Se curvaba hacia arriba en las comisuras y tenía una profunda hendidura central que formaba una especie de corazón lánguido, color rosa pálido.

Y antes de que lo taladrara con su mirada de repulsa, había pensado que incluso el color de sus ojos era más intenso, una mezcla de violeta y azul, brillante como el rocío en la hierba.

Se había mentalizado antes de bajar de la furgoneta, temiendo que una mirada de esos ojos lo llevara a tropezar o caer, como habría hecho cuando tenía diecisiete años. Pero ella lo había ayudado a evitarlo con la expresión de asco que vio en su rostro, y que tuvo el mismo efecto que si le hubiera echado un cubo de agua helada encima.

Desde luego, la había ocultado rápidamente. Le había pedido disculpas por molestarlo en su día libre. Le había agradecido que fuera hasta allí y no lo había tratado como si fuera un delincuente. Pero para entonces era demasiado tarde. Había leído sus pensamientos antes de que ella se pusiera en pie. Y le había resultado imposible ser agradable.

Se había fijado en todo lo demás cuando ella se levantó, comprobando que no tenía mal tipo, en absoluto. Por lo que dejaban entrever la poco favorecedora ropa que llevaba puesta. Sus caderas se movieron con gracia cuando lo precedió hacia la consulta, y eran del ancho adecuado. También vio que la aburrida blusa dejaba claro que no era plana, en absoluto.

Pero a pesar de su aspecto, y de su cortesía simulada, la había tratado del peor modo posible.

«Para demostrarle que soy tan bruto como cree…».

De hecho, eso había rezongado cuando creyó que no la oía. Que lo único peor que un palurdo, era un palurdo grosero y desagradable.

La Señorita Remilgada sabía ladrar. Eso parecía contradecir sus modales de clase alta.

Aunque lo hubiera insultado, le había gustado que sacara su mal genio.

Por desgracia, no quería que la nota del día anterior fuera la dominante en la boda de su hermana, Mara no se merecía eso. De hecho, tenía que admitir que Faith Perry tampoco. En realidad nunca le había hecho nada. Que él y el resto de Northbridge no estuvieran a la altura de sus expectativas, era su problema. Ella se lo perdía.

Pero él no quería dar la impresión de ser un maleducado. Ni siquiera ante alguien que se consideraba mejor que él. De hecho, estaba dispuesto a demostrar que era mejor que ella pidiéndole disculpas por cómo la había tratado.