Diálogo de una prostituta con su cliente y otras obras - Dacia Maraini - E-Book

Diálogo de una prostituta con su cliente y otras obras E-Book

Dacia Maraini

0,0
9,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Mujeres y sexo, mujeres y amistad, mujeres y sufrimiento: las tres obras recogidas en este volumen exploran el universo femenino en sus facetas más oscuras y misteriosas. El cuerpo femenino rechaza convertirse en mercancía en el diálogo entre Manila y su cliente que da título al libro: una conversación punzante e irónica en la que la mujer utiliza la única arma que tiene a disposición, la palabra, para poner al desnudo las mentiras del hombre, quien habla de amor y protección, pero solo quiere abusar de su cuerpo. En Dos mujeres de provincias, dos criadas consumidas por una vida de servidumbre se confían secretos y recuerdos mientras trabajan en la casa de un hombre al que apenas conocen. A medida que las mujeres ahondan en el relato de sus vivencias,van aflorando en la conversación la frustración y la rabia causadas por una existencia consagrada a cuidar y a honrar a los varones. Una familia de inmigrantes sicilianos protagoniza Los sueños de Clitemnestra. Los episodios de muerte y locura que viven sus componentes oscilan entre la tragedia griega y la violencia urbana e incuban un conflicto mortal entre la madre rebelde, llamada Clitemnestra, y una hija que siente devoción por el padre, la sombría Electra. Tres historias que sacan a relucir las costuras del patriarcado y ofrecen la mirada de mujeres que lo han sufrido en sus carnes; tres denuncias y una imperiosa invitación a cambiar las reglas de nuestra sociedad.De este hilo conductor que une el presente con el pasado nace un texto en el que la escritora consigue devolver a la santa rebelde las palabras que le censuraron, el protagonismo histórico que le arrebató la figura de Francisco, así como destacar el valor rompedor de su renuncia y de su inquebrantable abnegación. En esto, de hecho, reside la desobediencia de Clara, retratada por Maraini con delicadeza y complicidad en un libro a veces duro, salpicado de preguntas y reflexiones: en su obstinada insumisión ante las convenciones de una época dominada, al igual que hoy, por el hombre.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Diálogo de una prostituta con su cliente

PERSONAJES

MANILA

CLIENTE

 

 

 

 

 

 

 

 

MANILA  Entonces, ¿qué? ¿Te desnudas?

CLIENTE  ¡Que no soy una mujer!

MANILA  No, ya lo veo, que tienes rabo.

CLIENTE  Pero tú… ¿tú quién diablos eres?

MANILA  Llevo falda, ¿no lo ves?

CLIENTE  ¿No serás un travesti? Mira que yo con hombres no quiero nada.

MANILA  No, tonto, soy una mujer.

CLIENTE  Las mujeres no se comportan así.

MANILA  ¿Y cómo se comportan?

CLIENTE  Con un poco más de coquetería, de garbo, yo qué se… menean la colita, flirtean.

MANILA  Yo no meneo la colita porque no soy un perro. ¡Desnúdate!

CLIENTE  Joder, pero es que así me desmoralizas, ¿sabes? ¡Me desmoralizas, me desmoralizas!

MANILA  Quítate la camisa, para que te vea.

CLIENTE  ¿Para que veas qué?

MANILA  Para ver si tienes un buen torso.

CLIENTE  ¡Pero perdona, aquí el que compra soy yo, no tú!

MANILA  Claro que eres tú el que compra. Pero a mí me gusta mirar. Yo soy una mirona. ¿Me enseñas el pecho?

CLIENTE  No tiene nada de especial… Nunca he practicado deporte. Mi madre quería que hiciera piragüismo, pero a mí no me apetecía. ¿Sabes qué dice Pellizzetti? Que en el deporte masculino anida más homosexualidad que en un antro de maricas.

MANILA  ¿Quién es Pellizzetti?

CLIENTE  ¿Cómo? ¿No conoces a Pellizzetti? Bueno, claro, tienes razón, no eres más que una pobre puta.

MANILA  Bueno, ¿qué haces, que no te desnudas?

CLIENTE  Perdona, pero ¿qué clase de mujer eres tú?

MANILA  ¿Por qué haces tantas preguntas? Tú compras, yo vendo, zanjemos el trato.

CLIENTE  El trato es que yo te poseo y tú te dejas poseer.

MANILA  No. Tú compras, yo vendo, nada más.

CLIENTE  Pero ¿el qué?

MANILA  Mi coño.

CLIENTE  ¡No pronuncies esa palabra, por favor!

MANILA  ¿Por qué? ¿Te da asco?

CLIENTE  Delante de mí, por favor… mira, no la digas delante de mí, me da impresión. Le faltas el respeto a tu cuerpo.

MANILA  Pero ¿qué te pasa? Estamos comerciando, ¿no?

CLIENTE  Sí, comerciando… pero si tú no cumples con tu parte, yo me aflojo, me vengo abajo, pierdo las ganas.

 

Pausa. Manila mira al cliente, que se enrosca un pañuelo alrededor de las sienes doloridas.

 

Cliente  ¿Qué? ¿No hablas?

MANILA  No solo quieres mi coño, también quieres que te dé palique. ¡Que no soy una geisha, oye!

CLIENTE  Te he pedido que no digas groserías.

MANILA  ¿Decir coño es grosero?

CLIENTE  Que no digas esa palabra, por favor. Me pone nervioso.

MANILA  Pero comprarlo a tanto el kilo no te pone nervioso.

CLIENTE  Yo pago, ¿entendido? Pago mucho y no quiero oír esas palabras.

MANILA  Tampoco pagas tanto. Yo vendo mi cuerpo a precio reducido, que incluye el uso de la habitación, de la cama, de las sábanas, del cenicero, de la radio, de la ventana y del váter.

CLIENTE  Sabes que eres mezquina, ¿verdad? Solo piensas en el dinero. ¿No tienes dentro algo que siente, que sufre, que llora…? ¿No tienes un alma?

MANILA  Nunca he oído hablar de ella.

CLIENTE  ¡Qué mala suerte! No se me pasa el dolor de cabeza.

MANILA  ¿Cuántos años tienes?

CLIENTE  Veinticinco, ¿por qué?

MANILA  Hablas como si tuvieras cincuenta.

CLIENTE  Estoy cansado. No he parado en todo el mes.

MANILA  ¿Por qué?

CLIENTE  Pues por las elecciones. ¿Cómo crees que he ganado el dinero para venir aquí?

MANILA  ¿Y para quién has hecho campaña electoral?

CLIENTE  ¡Solo falta que ahora tenga que ponerme a hablar de política con una puta!

MANILA  ¿Eres democristiano?

CLIENTE  Si dices una palabra más sobre política, me levanto y me voy.

MANILA  Vale, ya lo pillo… ¿quieres un café?

CLIENTE  No, quiero descansar. ¿Puedo tumbarme?

 

Manila le mira mientras se tumba y, absorto, se pone a fumar. Se dirige al público.

 

MANILA  Yo lo miro, lo miro bien, pero que muy bien, de arriba a abajo, porque a mí me gusta mirar, siempre pasa igual: yo miro, vuelvo a mirar y luego, zas, caigo en lo que estoy mirando… ese es el riesgo… a mí el mirar me da un escalofrío, como un chorro de agua en la espalda… llega un punto en que, si sigo mirando, me lanzo, es así, me lanzo a la cosa que miro y desaparezco, caigo hasta el fondo, me voy a pique, nado, corro, me estiro… me digo: soy yo, Manila, estate tranquila… pero no, no soy yo en absoluto, soy la cosa que estoy mirando… por ejemplo, un perro que caga en la acera y el dueño le tira de la correa tan fuerte que casi lo ahoga porque se avergüenza, el imbécil que de repente se ve al perro cagando delante de las tiendas del barrio… una caca blanda, amarilla, como de hígado enfermo, porque como él no tiene tiempo, como él es perezoso, él por la mañana duerme hasta tarde, le da al perro sobras medio podridas y el otro está siempre malo. Ahí está el perro, o sea, Manila convertida en el perro, que permanece encogido y con las patas traseras dobladas, el culo apretado, la cabeza alzada hacia el hombre, y dice: «Espera, amor mío, espera; ¿no ves que estoy cagando?».

 

Pausa. El cliente no ha oído nada. Se pone nervioso.

 

CLIENTE  Este silencio me pone de los nervios. Pero ¿qué haces? ¿Te has dormido?

MANILA  No, eres tú el que duerme.

CLIENTE  Pero tú, pero tú… perdona, tú no eres una prostituta, yo de esto entiendo, tú eres otra cosa, una anormal, una desviada, una actriz, una payasa, no sé qué eres, pero desde luego no eres esa cosa que he comprado para follar.

 

Primera interrupción y debate con el público.

 

MANILA  Silencio.

CLIENTE  Pero ¿qué puñetas quieres…?

MANILA  Me sé mi papel. Es solo que estaba pensando qué quiere decir «entender de prostitutas». (Dirigiéndose a un hombre del público) Perdone, ¿usted entiende de prostitutas? ¿Ha estado alguna vez con una? Según usted, ¿una prostituta se comporta de manera especial, reconocible? ¿En qué consiste?

 

Aquí, según las respuestas del público, se desarrolla el debate, que los actores interrumpen con las frases de su texto para recomenzar la actuación.

 

CLIENTE  Pero tú, perdona, tú no eres una prostituta, yo entiendo de esto…

MANILA  Pero ¿qué puñetas quieres tú, se puede saber? ¡Y quítate esa camisa, venga!

CLIENTE  Pero es que, perdona, así parece que eres tú la que compra y yo el que vende, no me cuadra.

MANILA  Pues entonces di tú cómo lo hacemos.

CLIENTE  Hagamos como que nos hemos encontrado por casualidad en el tranvía, yo te he tirado los tejos y tú estás pensando en si traicionar a tu marido o no.

MANILA  No me apetece. Y, además, yo no tengo marido.

CLIENTE  Pues haz como que lo tienes, ¿no?

MANILA  Vamos, que tengo que hacer el teatrillo.

CLIENTE  No, hombre, ¿qué tiene que ver? Tú solo sígueme la corriente.

MANILA  Yo no hago el teatrillo. Yo vendo mi coño y basta.

CLIENTE  ¡Te he dicho que no hables así, me cago en la puta! ¡Me despoetizas!

MANILA  Tienes unos ojos verdes preciosos. ¿Son verdes o celestes?

CLIENTE  Bonitos, ¿verdad?

MANILA  De cuerpo eres poca cosa. O sea, delgaducho. ¿Me enseñas las manos?

CLIENTE  Me desmontas, joder, me desmontas.

MANILA  Manos bonitas, señoriales. Está claro que tú, con estas manos, no trabajas. Tú trabajas con la cabeza. Por eso te duele.

CLIENTE  Es todo un trabajo de cabeza. Y de estómago. Hace falta cuajo.

MANILA  Y tienes una boca bonita.

CLIENTE  Me lo dice todo el mundo.

MANILA  Sonríe un poco… bonitos dientes, no está mal.

 

Él sonríe.

 

MANILA  Sigue sonriendo… bonita sonrisa. Un poco lúgubre, pero bonita. ¿Cómo te llamas?

CLIENTE  Bonito esto, bonito lo otro… pero ¿quién de nosotros es el que compra, eh?

MANILA  Estás forrado, ¿eh?

CLIENTE  ¿Qué quieres?, ¿que te ponga una tiendecita de recuerdos en el Quadraro?

MANILA  ¿Tienes una tienda?

CLIENTE  Mi padre.

MANILA  ¿Y tú?

CLIENTE  Estudio. Económicas y empresariales.

MANILA  Y has ganado dinero con la campaña electoral…

CLIENTE  Escucha, Manila… Yo, mira, porque no soy un toro bravo, que si no a estas alturas ya te habría lanzado a la cama sin tanto miramiento. A mí me gusta el ser humano, me gusta entender, ver, me gusta que tú seas tú y yo sea yo, no quiero comportarme como una bestia, yo aprecio las buenas maneras; en cierto sentido, soy un caballero.

MANILA  ¿No serás un fascista?

CLIENTE  No… yo soy un demócrata… ¿por qué?

MANILA  Yo no me acuesto con fascistas.

CLIENTE  Mira que, para ser una puta, eres bastante caprichosa.

MANILA  ¡Ocúpate de tus asuntos! ¿Entonces, qué? ¿Te la quitas, esa camisa?

CLIENTE  Yo no me quito nada. Dios, qué dolor de cabeza, ¿tienes una aspirina?

MANILA  Voy a mirar.

 

Coge las aspirinas y le pasa la caja.

 

CLIENTE  No, así no.

MANILA:  ¿Pues cómo?

CLIENTE  Aquí, en medio de la palma de la mano, así. Yo la recojo con la lengua y siento tu carne… con mi madre siempre lo hago así… Y ella se ríe… porque le chupo la mano… gracioso, ¿no? Me llama cachorrillo. ¿Me haces un masajito en los pies, Manila?

 

Manila le coge los pies.

 

MANILA  Los pies hablan; cuentan muchas cosas, los pies. Mi abuela decía: mira siempre los pies de un hombre. Si son demasiado pequeños, ni te acerques a él. Si brillan, ni te acerques a él. Si son esqueléticos, ni te acerques a él. Si en cambio huelen mal y tienen cosquillas, entonces cógelos entre las manos, son pies amigos. A ver, ¿te la quitas, esta camisa?

CLIENTE  Anda, sí… ya está. ¿Qué te parece?

MANILA  No está mal. Pero eres un poco peludo. A mí los hombres con pelo en el pecho no me gustan. Yo al hombre lo juzgo por el pecho. Si tiene vello, es un hipócrita y un vanidoso. Luego miro la cintura. Y luego el culo. Y al final, la polla. Aunque es la cosa menos expresiva del hombre. Es más, es la más falsa. Porque si os interesa saberlo, la polla nunca dice la verdad. Cuando está hinchada y erecta como amenazante, que parece que te quiera perforar, al final resulta que es una bonachona un poco idiota que con la primera palabra un poco dura se acurruca asustada. Si en cambio es tímida y dulce y está siempre un poco húmeda, que te hace pensar que ni puede ponerse tiesa, hala, resulta que esa es la más alborotadora, la más lista, la que nunca se cansa y de repente te escupe dentro el semen cuando menos te lo esperas y te deja embarazada en un plis plas. Luego están esas pollas melancólicas, largas y estrechas, lisas y calientes, que las coges con la mano y te dices: ¡qué belleza, qué elegancia! Pero luego resulta que son las más vagas, son pollas vanidosas que solamente se hinchan si las adulas, y en el mejor momento se ablandan y basta un golpe de tos para que se te salgan de dentro. También hay pollas con forma de pera, gordas por abajo y finas en la punta, y esas son las más aburridas, siempre en guerra, porque la base dice una cosa y el vértice dice otra y así no se llega a ningún lado. Y luego están las pollas que parecen un bloque, como si se hubieran tragado una escoba, que están siempre en posición de firmes como legionarios, y con esas hay pocas esperanzas: parten para la guerra, plantan la bayoneta en el cuerpo del enemigo y vuelven a la trinchera para recibir nuevas órdenes. Esas son las peores, las más tontas, las más abobadas, no entienden nada y dan asco. Hay también pollitas sin problemas, alegres y cotillas, que siempre están curioseando, normalmente apestan a fritura de pescado, y se meten por todas partes, tienen predilección por la boca y por el culo, quieren entrar por aquí y por allá, y si no te apetece, se quejan, protestan, se retuercen como gusanos. Luego está la polla susceptible, que se ofende en cuanto le dices hola; está la polla despistada, que nunca sabe cuándo es el momento bueno y se pone dura siempre cuando es hora de que se vaya. Está la polla infantil que necesita las caricias de mamá. Y la polla masoquista, que si no le das un golpetazo en cuanto la ves, se pone de morros y no consigue ni sentarse. Ahí está la trampa de la polla, que nunca dice la verdad.

 

Pausa. El cliente se despierta.

 

CLIENTE  ¡Oye!, ¿qué me haces en los pies?

MANILA  Te hago un masaje, ¿no?

CLIENTE  Me he dormido. ¿Cuánto rato he dormido?

MANILA  Media hora.

CLIENTE  Joder, he perdido media hora. Una rebajita, ¿no?

MANILA  Y una mierda. Tú te has dormido, pero yo he trabajado.

CLIENTE  Con los pies de un muerto.

MANILA  Con pies o sin pies, lo mismo da. Mi tiempo de trabajo lo he invertido. Tú has pagado también por el uso de la cama y la almohada.

CLIENTE  Hablas como si tuvieras estudios. Pero ¿de dónde vienes?

MANILA  De hecho, soy licenciada en Filosofía y Letras.

CLIENTE  ¡Oh, Dios, qué dolor de cabeza! Pero, perdona, ¿qué pinta una licenciada en esta habitación?

MANILA  ¡Adivina!

CLIENTE  Pero ¿por qué no estás enseñando en una escuela, en vez de estar aquí en una cama con un desconocido?

MANILA  No es asunto tuyo.

CLIENTE  Pero es que así me desmontas, Manila, me desmontas, joder, haces que me venga abajo.

MANILA  Vale, te desmonto, pero luego te vuelvo a montar, así que ¿qué hacemos?

CLIENTE  Bueno, ahora desnúdate tú un poco, ¿no?

MANILA  Mira, aquí el guapo eres tú, porque yo, como todas las cosas que se compran y se venden, estoy un poco ajada y no me apetece desnudarme.

CLIENTE  Vale, como quieras. ¿Me pones la mano en la frente? ¿Sabes qué dice mi madre cuando tengo fiebre? «Fiebre, fiebrecilla, delirio, enfermedad, vete a tu casa ya, que aquí para tus dientes no hay pan».

MANILA  Apuesto a que tu madre es cajera.

CLIENTE  ¿Cómo lo has adivinado?

MANILA  Hacia mediodía se va para hacer la comida y en la caja se queda tu hermana.

CLIENTE  No, mi novia.

MANILA  Tienes novia y vienes aquí. ¿No haces el amor con ella?

CLIENTE  Claro que lo hago, ni que estuviéramos en el siglo xix.

MANILA  ¿Entonces?

CLIENTE  Entonces, ¿qué?

MANILA  ¿Entonces qué falta te hace venir aquí para que te mime yo?

CLIENTE  ¿Sabes que hablas igual que mi madre? ¿Qué necesidad habrá de ir con esas pelanduscas, a gastar dinero, ahora que tienes que comprarte los muebles para la casa?

MANILA  ¿No te gusta tu novia?

CLIENTE  Es guapísima: alta, delgada, rubia, tan frágil que me da miedo tocarla. Sabe mecanografía y es diplomada en estenodactilografía. Además, gana bastante dinero. Y, sobre todo, me quiere. Cuando viene a casa me dice: «Elige tú, ¿qué te apetece comer?». Yo elijo en el Talismán de la felicidad 1 los platos más complicados y ella me los prepara. ¿Sabes el caldito con trufa?

MANILA  ¿Qué es?

CLIENTE  El caldito con trufa… un guiso de ranas con leche, nata, guisantes, canela, jengibre, nuez moscada, copos de avena, mantequilla y trufa por encima… Mi madre está muy contenta con ella. Siempre están juntas, me espían, me chantajean, se me ponen en contra y yo tengo que jugársela a las dos. Yo necesito independencia. Y, además, ciertas guarrerías con ella no puedo hacerlas.

MANILA  ¿Por ejemplo?

CLIENTE  Masajearme los pies, por ejemplo… Ella esto no lo haría.

MANILA  ¿Los pies son una guarrería?

CLIENTE  Y luego siempre está mi madre de por medio. Yo, cuando follo con ella, tengo la impresión de estar follándome a mi madre…

MANILA  ¡Haz eso otra vez!

CLIENTE  ¿El qué?

MANILA  Así, abre los ojos de par en par, ¿sabes que son de verdad preciosos?

CLIENTE  Si los miras fijamente puedes ver en ellos una rosa que palpita.

MANILA  ¿Eso también te lo dice tu madre?

CLIENTE  ¿Por qué? ¿No crees que sea cierto?

MANILA  ¿Cómo tiene los ojos tu novia?

CLIENTE  Pequeños. Negros. Lo tiene todo pequeño. Los dientes pequeños, los ojos pequeños, como los de un cerdo, las manos pequeñas como las de un monito, los pies pequeños como los de un ratoncillo, los pechos pequeños como nabos. Pero ¿tú crees que una mujer puede ir por ahí sin un buen pecho? ¿Me enseñas tu pecho, Manila?

MANILA  Deja mi pecho en paz, que está durmiendo.

CLIENTE  Es que yo tengo una debilidad por el pecho, el pecho me excita, yo sin el pecho no consigo hacer nada.

MANILA  ¿Qué más te da el pecho? Es un pecho y ya está, ¿para qué lo quieres?

CLIENTE  Yo me engancho a él, me entretengo con él, lo chupo, para mí el pecho lo es todo.

MANILA  El mío tiene hasta leche, imagínate.

CLIENTE  ¿Leche? Ay, Dios, la leche. ¿Tienes leche? Pero ¿por qué?

MANILA  Porque hace unos meses tuve un hijo, idiota, ¿por qué crees que una puede tener leche?

CLIENTE  Ay, Dios, se me está poniendo tiesa.

MANILA  Por fin, pues quítate los pantalones.

CLIENTE  Pero tú eres rara, es una cosa que me desinfla, me vengo abajo. No eres normal, me desmontas.

MANILA  ¡¿Y a ti qué más te da si no soy normal?!

CLIENTE  Pero ¿en serio tienes leche?

MANILA  Sí, ¿por qué?

CLIENTE  Me acabas de dejar descolocado con esta noticia. Porque, ¿sabes?, cultivo una pasión desenfrenada desde que era un chaval. Me escondía en la capilla oscura para estar a solas con la estatua de la Virgen, y luego me enganchaba a su seno y lloraba y me tragaba las lágrimas y sentía la leche que chorreaba y acababa corriéndome como un tonto dentro de los pantalones. Venga, Manila, ¿me haces ese favor?