Trío - Dacia Maraini - E-Book

Trío E-Book

Dacia Maraini

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Beschreibung

Sicilia, 1743. La peste diezma la población de la ciudad de Messina. Desde el forzoso confinamiento impuesto por la epidemia, dos mujeres —dos amigas— se intercambian cartas. En ellas hablan del tiempo que pasa despacio, del miedo al contagio, de la vida amenazada por una enfermedad ciega e imprevisible y, sobre todo, de amor; del amor que las une al mismo hombre, marido de Agata y amante de Annuzza. En esta intensa novela epistolar —con la que Maraini regresa a la ficción histórica que la consagró como una de las más influyentes autoras del siglo XX— amistad y amor se entrelazan en un delicado equilibrio que ampara de la voraz llama de los celos y de las convenciones sociales la inquebrantable relación que liga a las dos mujeres y que no conoce egoísmo ni exclusividad. En esta delicada obra, impregnada de los aromas y de los colores de una Sicilia tan lejana en el tiempo y a la vez tan cercana al presente, Dacia Maraini nos cuenta qué puede salvarnos cuando fuera todo se derrumba.

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4 de mayo de 2020

 

Querido lector,

 

Solo algunas palabras para explicarte cómo nació esta breve novela.

Mientras me documentaba para escribir La larga vida de Marianna Ucría, a finales de los años ochenta, encontré una crónica sobre la peste en Messina. El año 1743 fue terrible; el historiador Orazio Turriano narra que el 20 de marzo recaló en la ciudad una tartana, un pequeño velero que venía de Grecia cargado de tejidos. Las autoridades del puerto quisieron saber cuántos marineros llevaba a bordo y el capitán dijo que doce, pero tras el recuento resultaron ser once. El responsable del puerto preguntó la razón y el capitán respondió que uno de los marineros había muerto durante el viaje por una enfermedad cardíaca. Los demás se encontraban bien y todo estaba en orden. Pero los guardias del lugar no se dejaron convencer y pusieron a los marineros en cuarentena: una palabra que hoy nos resulta muy familiar, que deriva precisamente de esta práctica de aislar durante cuarenta días los barcos y a sus tripulantes para prevenir el contagio de posibles enfermedades. Dos días después, el capitán del navío enfermó y murió. Sobre el cuerpo se encontraron las marcas que deja la peste. Llegados a ese punto, la embarcación fue puesta bajo secuestro con todo lo que había dentro. Mientras, otros marineros enfermaron. Y aunque habían sido mantenidos en cuarentena, el contagio se propagó fuera de las paredes del lazareto, no se sabe cómo, y algún tiempo después empezaron a enfermar los habitantes de Messina.

En pocas semanas se produjo una hecatombe, por más que las autoridades fueran severísimas en su intento de frenar la epidemia. La gente escapaba y se refugiaba en el campo, y así la enfermedad se expandía por la isla, aunque en el resto de las ciudades se manifestó de una forma más leve y causó pocas muertes.

En Marianna no hablé de este episodio porque me parecía fuera de lugar. Pero no se me fue de la cabeza y lo recuerdo desde entonces. Y cuando mi amigo Vincenzo Drago, de Bagheria, me pidió un texto para su pequeña editorial, decidí escribir una historia con el telón de fondo de aquella epidemia de peste. Una historia de amor, porque en aquella época yo estaba viviendo una complicada situación sentimental.

La narración fue publicada en 2006 con el título Un sonno senza sogni. Era un librito diminuto, adornado con dibujos de varios pintores, como Lucio del Pezzo, Giosetta Fioroni, Fausto Gilberti, Lucia Pescador, Concetto Pozzatti y Tino Stefanoni.

El editor y periodista de Bagheria Vincenzo Drago era una persona exquisita. Uno de esos sicilianos que honran a la isla. Un hombre honesto y amable que siempre combatió contra la mafia y los asuntos sucios de nuestra hermosa Bagheria. Por eso, cuando me pidió que escribiera una historia para él, lo hice de mil amores.

Han pasado muchos años desde aquel día. Vincenzo murió, por desgracia. Y yo no volví a pensar en la historia de las dos mujeres enamoradas del mismo hombre.

Este año, en febrero, estaba en Sicilia para asistir a unos encuentros en varias escuelas. Volví a ver Bagheria, Casteldaccia, Messina. Y cuando oí hablar de la extraña enfermedad que estaba causando estragos en China, volví a pensar en aquella historia, en aquella peste lejana, pero a la vez cercana, porque era el momento de recordar.

A continuación, leyendo que en Milán habían comenzado a darse casos de contagio y que la gente moría de una atroz pulmonía, recuperé el texto y empecé a trabajar en él. Mientras tanto, el número de enfermos crecía en todo el mundo y se comenzaba a hablar de pandemia. Las similitudes con la epidemia de peste en Messina me vinieron a la mente, precisas y claras en las descripciones de los historiadores sicilianos.

Naturalmente, las diferencias son muchas: en aquel entonces no se conocían los virus como ahora y se creía que la peste nacía del aire insalubre y de las aguas estancadas, pero los remedios eran los mismos: aislamiento de los enfermos, prender fuego a todo lo que pudiera propagar el contagio, prohibir las aglomeraciones de cualquier tipo. Una vez se supo que aquella era la tartana que había traído la peste a Messina, la quemaron en la playa. Incluso la obsesión por encontrar un culpable se repite con el tiempo, a pesar de los descubrimientos médicos y de la liberación de las supersticiones. Entonces se hablaba de misteriosos e infernales apestados, hoy se habla de China. La necesidad de designar a alguien que cargue con todas las culpas parece irresistible. Desde luego, es más fácil combatir a un enemigo diabólico movido por intenciones diabólicas que a un enemigo invisible y carente de intenciones. Las responsabilidades existen, pero no más allá de la razón. Quien ha atentado contra el equilibrio ecológico por intereses inmediatos, sin pensar jamás en el bien del planeta, en efecto es responsable, y eso debería constituir una advertencia que invitara al cambio. Pero cuesta menos identificar a un culpable con malas intenciones, inmediato y cercano, al que agredir y vituperar.

La novela ha tomado cuerpo rápidamente, gracias a todo lo que ya había aprendido sobre el siglo XVIII siciliano en la época en la que me documentaba para escribir La larga vida de Marianna Ucría. Espero ser capaz de comunicar a los lectores las emociones que yo he sentido escribiendo estas páginas.

 

Un cariñoso saludo,

Dacia Maraini

Trío

Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia

 

 

 

Messina, 5 de mayo de 1743

 

Querida Annuzza,

 

Ayer, mientras cosía un vestidito para mi niña, llegó corriendo Crocifissa, completamente sudada y sin aliento, para decirme que por la calle había tropezado con una rata muerta. «Una rata cubierta de sangre», gritó aterrada, «casi la piso». Y siguió gritando que las ratas salen de las alcantarillas cuando están enfermas, y llevan consigo pulgas infectadas que, según ella, «saltan como murciélagos, se pegan al hombre y lo hacen enfermar también, ¿lo entiendes?».

En realidad, yo no sabía que las ratas transmitieran la peste. La última vez que hubo una epidemia en Messina yo aún no había nacido. He oído muchas veces a mamá que hablaba de ello, pero nunca hizo referencia a las ratas.

Intenté calmar a Crocifissa, pero ella estaba tan nerviosa que no podía articular palabra. Le preparé una infusión de orégano y malva. Al final se calmó, pero no pudo ni siquiera preparar la cena, así que la mandé a la cama con unas gotas de láudano.

Cuando llegó Girolamo le conté lo de la rata y el miedo de Crocifissa. Él dijo que eran bobadas de mujercilla. Que Messina está tan viva y tan activa como siempre y que no hay que alarmarse por una estúpida rata muerta.

Le preparé una sopa de cebolla y acelgas. Me preguntó que si había algo dulce de postre. Le dije que no, que Crocifissa se había ido a la cama a toda prisa. Pero luego me acordé de que quedaba media cassata1 de cuando vinieron a vernos los Patané. Y él la devoró. Creo que a mediodía no había comido. A veces lo veo como perdido y me doy cuenta de que piensa en ti. No le pregunto nada por no obligarle a mentir. Me disgusta cuando está así de absorto y lejano. Pero es momentáneo, porque esa misma noche me llenó de besos y caricias.

 

Con afecto,

Agata

 

 

 

Palermo, 17 de mayo de 1743

 

Querida Agata,

 

Me has preocupado con la historia de la rata muerta. Mira que Crocifissa tiene razón. La última epidemia de peste se manifestó precisamente con una muerte masiva de ratas. Ten cuidado con lo que haces. Es muy contagiosa. Si yo fuera tú, me mudaría durante un tiempo al campo. En estos casos cualquier prudencia es poca.

Girolamo, ya lo sabes, se debate entre tú y yo. Su mujer por una parte, la mejor amiga de su mujer por otra. Sabe que nos escribimos y que conocemos sus sentimientos, pero parece que no cree en la sinceridad de nuestra amistad. Para él dos mujeres que aman al mismo hombre no pueden pensar más que en venenos y cuchillos. ¿Cómo explicarle que la amistad, la de verdad, supera los celos y florece hasta sobre las piedras con la fuerza de una preciosa plantita robusta, a lo mejor un poco retorcida, pero con raíces profundísimas? Cuando se ama, se desea que el amado esté bien, ¿no es así? Pues yo deseo su bien, pero también el tuyo. Por eso no protesto y no me agito. Encontraré la manera de adaptarme a este singular triángulo, aunque en algunos momentos duela.

Escríbeme pronto.

 

Con el afecto de siempre,

Annuzza

 

 

 

Castanea, 28 de mayo de 1743

 

Querida Annuzza,

 

Desde la última vez que te escribí han pasado muchas cosas. Las ratas muertas se han multiplicado por las calles de Messina. La gente ha empezado a hablar de peste. Pero las autoridades aún no han dicho nada. Estabais en lo cierto Crocifissa y tú cuando os alarmasteis.