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En el ámbito de su Galicia natal, poéticamente recreada a través de la alquimia del recuerdo, sitúa Valle-Inclán "Divinas palabras", su obra cumbre publicada en 1919.
Escrita con plena libertad creadora, aunando una querencia medieval con las corrientes vanguardistas de la época, sobrepasa los límites del drama para ofrecer un texto de lectura imaginativa, sensorial y profunda. Una sucesión de retablos, protagonizados por seres marginados, en los que la avaricia y la lujuria desencadenan la trama: la pugna entre Marica del Reino y Mari-Gaila por la posesión de un enano lisiado que arrastran por ferias y romerías, y el adulterio de esta última con un farandul trashumante.
"Divinas palabras" supone la culminación del ciclo mítico, con una estética muy cercana a los esperpentos. La obra remite a situaciones de crueldad pero tratadas en tono de tragicomedia. Lo trágico y lo grotesco se aúnan en cuadros que remiten al Goya de los «disparates» y los «caprichos», en una auténtica sinfonía de colores interpretada por una galería de personajes sórdidos y miserables. Está habitada con imágenes ancestrales de muerte, de avaricia y lujuria… pero formalmente se sitúa en una vanguardia expresionista. Se trata de la obra más universal del autor gallego.
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Veröffentlichungsjahr: 2024
DIVINAS PALABRAS
DRAMATIS PERSONAE
JORNADA PRIMERA
Escena primera
Escena segunda
Escena tercera
Escena cuarta
Escena quinta
JORNADA SEGUNDA
Escena primera
Escena segunda
Escena tercera
Escena cuarta
Escena quinta
Escena sexta
Escena séptima
Escena octava
Escena novena
JORNADA TERCERA
Escena primera
Escena segunda
Escena tercera
Escena cuarta
Escena última
L UCERO, QUE OTRAS VECES SE LLAMA SÉPTIMO MIAU Y COMPADRE MIAU.
P OCA PENA, SU MANCEBA.
J UANA LA REINA Y EL HIJO IDIOTA.
P EDRO GAILO, SACRISTÁN DE SAN CLEMENTE; MARI-GAILA, SU MUJER, Y SIMONIÑA, NACIDA DE LOS DOS.
R OSA LA TATULA, VIEJA MENDIGA.
M IGUELÍN EL PADRONÉS, MOZO LEÑADOR.
U N CHALÁN.
M UJERUCAS QUE LLENAN LOS CÁNTAROS EN LA FUENTE.
M ARICA DEL REINO CON OTRAS MUJERUCAS.
U N ALCALDE PEDÁNEO.
U NA RAPAZA.
E L CIEGO DE GONDAR.
E L VENDEDOR DE AGUA DE LIMÓN.
U N PEREGRINO.
L A PAREJA DE CIVILES.
U N MATRIMONIO DE LABRIEGOS CON UNA HIJA ENFERMA.
L A VENTERA.
S ERENÍN DE BRETAL.
U NA VIEJA EN UN VENTANO.
U NA MUJER EN PREÑEZ.
O TRA VECINA.
U N SOLDADO CON EL CANUTO DE LA LICENCIA.
L UDOVINA LA TABERNERA.
T ROPAS DE RAPACES CON BURLAS Y CANCIONES.
B EATERÍO DE VIEJAS Y MOZAS.
B ENITA LA COSTURERA.
Q UINTÍN PINTADO.
M ILON DE LA ARNOYA.
C OIMBRA, PERRO SABIO.
C OLORÍN, PÁJARO ADIVINO.
E L TRASGO CABRÍO.
U N SAPO ANÓNIMO QUE CANTA EN LA NOCHE.
F INAL DE GRITOS Y ATURUJOS MOCERILES.
San Clemente, anejo de Viana del Prior. Iglesia de aldea sobre la cruz de dos caminos, en medio de una quintana con sepulturas y cipreses. PEDRO GAILO, el sacristán, apaga los cirios bajo el pórtico románico. Es un viejo fúnebre, amarillo de cara y manos, barbas mal rapadas, sotana y roquete. Sacude los dedos, sopla sobre las yemas renegridas, las rasca en las columnas del pórtico. Y es siempre a conversar consigo mismo, huraño el gesto, las oraciones deshilvanadas.
PEDRO GAILO:
… Aquéllos viniéronse a poner en el camino, mirando al altar. Éstos que andan por muchas tierras, torcida gente. La peor ley. Por donde van muestran sus malas artes. ¡Dónde aquéllos viniéronse a poner! ¡Todos de la uña! ¡Gente que no trabaja y corre caminos!…
PEDRO GAILO se pasa la mano por la frente, y los cuatro pelos quédanle de punta. Sus ojos con estrabismo miran hacia la carretera donde hacen huelgo dos farandules, pareja de hombre y mujer con un niño pequeño, flor de su mancebía. Ella, triste y esbelta, la falda corta, un toquillón azul, peines y rizos. El hombre, gorra de visera, la guitarra en la funda, y el perro sabio sujeto de un rojo cordón mugriento. Están sentados en la cuneta, de cara al pórtico de la iglesia. Habla el hombre, y la mujer escucha zarandeando al niño que llora. A esta mujer la conocen con diversos nombres, y, según cambian las tierras, es Julia, Rosina, Matilde, Pepa la Morena. El nombre del farandul es otro enigma, pero la mujer le dice LUCERO. Ella recibe de su coime el dictado de POCA PENA.
LUCERO:
:Tocante al crío, pasando de noche por alguna villa, convendría soltarlo.
POCA PENA:
¡Casta de mal padre!
LUCERO:
Pon que no lo sea.
POCA PENA:
Tú mismo eres a titularte de cabra.
LUCERO:
Pues titulándome padre del crío, considero que no debo legarle mi mala leche.
POCA PENA:
¿Qué estás ideando? ¡No te pido correspondencias para mí, te pido que tengas entrañas de padre!
LUCERO:
¡Porque las tengo!
POCA PENA:
Si el hijo me desaparece, o se me muere por tus malas artes, te hundo esta navaja en el costado, ¡Lucero, no me dejes sin hijo!
LUCERO:
Haremos otro.
POCA PENA:
¡Ten caridad, Lucero!
LUCERO:
Cambia la tocata.
POCA PENA:
¡Escapado de un presidio!
LUCERO hace un gesto desdeñoso, y con la mano vuelta pega en la boca de la coima, que, gimoteando, se pasa por los labios una punta del pañuelo. Mirando la sangre en el hilado, la coima se ahínca a llorar, y el hombre tose con sorna, al compás que saca chispas del yesquero. PEDRO GAILO, el sacristán, levanta los brazos entre las columnas del pórtico.
PEDRO GAILO:
¡A otro lugar era el iros con vuestros malos ejemplos, y no venir con ellos a delante de Dios!
LUCERO:
Dios no mira lo que hacemos. Tiene la cara vuelta.
PEDRO GAILO:
¡Descomulgado!
LUCERO:
¡A mucha honra! ¡Veinte años llevo sin entrar en la iglesia!
PEDRO GAILO:
¿Te titulas amigo del Diablo?
LUCERO:
Somos compadres.
PEDRO GAILO:
Ahora ríes enseñando los dientes, ya te llegará el rechinarlos.
LUCERO:
No temo esa hora.
POCA PENA:
Hasta las bestias del monte temen.
PEDRO GAILO:
Para toda conducta hay premio o castigo, enseña la doctrina de Nuestra Santa Madre la Iglesia.
LUCERO:
Cambie usted la tocata, amigo. Esa polca es muy antigua.
PEDRO GAILO:
Dios Nuestro Señor no baja su dedo porque yo calle.
LUCERO:
¡Bueno!
Una vieja, con mantilla de paño pardo sale al pórtico, después otra, más tarde otra. Salen deshiladas; portan agua bendita en el cuenco de las manos y la van regando sobre las sepulturas. La última tira de un dornajo con cuatro ruedas, camastro en donde bailotea adormecido un enano hidrocéfalo. JUANA LA REINA, sombra terrosa y descalza que mendiga por ferias y romerías con su engendro, interroga al sacristán, de quien es hermana.
LA REINA:
¿Cómo no disteis la comunión en la misa?
PEDRO GAILO:
No había partículas en el copón.
LA REINA:
Hacía cuenta de recibir a Dios. La tierra me llama.
PEDRO GAILO:
Sí que estás decaída.
LA REINA:
Esta madre roe en mí.
PEDRO GAILO:
¡Madre llamas a la tierra! ¡Madre es de todos los pecadores! Y el sobrino, ¿va despertándose? Él alumbra algún conocimiento, hermana mía.
LA REINA:
¡Malpocado!
PEDRO GAILO pone su ojo bizco sobre el enano, que con expresión lela mueve la enorme cabezota. Y la madre le espanta las moscas que acuden a posarse sobre la boca belfa donde el bozo negrea. Tirando del dornajo cruza la quintana y sale a las sombras de la carretera. La perra del farandul, levantada en dos patas, ensaya un paso de danza ante aquella figura triste y color de tierra. Lentamente el animal se dobla, y agacha la cola aullando con el aullido que reservan los canes para el aire de muerto. LUCERO silba, y la perra, otra vez en dos patas, va para su amo que ríe guiñando un ojo.
LUCERO:
Este animal tiene pacto con el compadre Satanás.
PEDRO GAILO:
Hasta que tope quien le diga los exorcismos y reviente en un trueno.
LUCERO:
Reventaremos los dos.
PEDRO GAILO:
Con la verdad quieres levantar una duda.
LUCERO:
Me has conocido el pecado.
POCA PENA:
¡Cuánta pamema!
LUCERO:
¡Ven acá, Coimbra! Y mira mucho cómo respondes a una pregunta. Mano derecha para el Sí. Mano siniestra para el No. El rabo te queda para El Qué Sé Yo. Y ahora responde sin mentira: A este amigo, ¿su señora le hace Don Cornelio?
Coimbra, siempre en dos pies, reflexiona moviendo la cabeza manchada de negro y azafrán, con cascabeles en la punta de las orejas. Poco a poco, poseída del espíritu profético, queda inmóvil mirando a su dueño, y tras un momento de vacilar, temblantes los cascabeles de las orejas, comienza a mover furiosamente el brazuelo izquierdo.
LUCERO:
Amigo, Coimbra responde que no. Ahora va a decirnos otra cosa: Coimbra, ¿tendrías ciencia para conocer si este amigo está llamado a ser de la Cofradía de los Coronados? Mano derecha para el Sí. Mano siniestra para el No. El rabo le queda a usted, señorita, para El Qué Sé Yo.
Coimbra, removiendo la cola y ladrando, vuelve a saltar en dos patas, y con leve y alterno temblar en los brazuelos, se avizora mirando al farandul. Los cascabeles de las orejas tienen un largo y sutil temblor. El farandul sonríe siempre guiñando un ojo, y de pronto la perra se decide a levantar el brazuelo derecho.
LUCERO:
¿No estarás equivocada, Coimbra? Saluda, Coimbra, y pide perdón a este amigo de haberle calumniado.
PEDRO GAILO:
¡Mala ralea! Burlas de un réprobo no afrentan.
LUCERO:
Amigo, hay que tomarlo como juego. ¡Al avío, Poca Pena!
PEDRO GAILO:
Mucho vas a reír en los Infiernos.
POCA PENA tercia el pañolón, recogiendo al niño en sus pliegues, y el farandul se carga a la espalda la jaula del Pájaro Sabio. Caminan.
POCA PENA:
¡Ten entrañas de padre, Lucero!
LUCERO:
¡Boca callada!
POCA PENA:
Romperé la esclavitud de esta vida. Me desapartaré de ti.
LUCERO:
¿Sospechas que iría a cortejarte? Estás engañada.
POCA PENA:
Ya fuiste una vez y a un hombre diste muerte.
LUCERO:
Mi intención no era.
POCA PENA:
Si el golpe venía para mí, ¿por qué lo erraste?
LUCERO:
Suspende la tocata. ¿Tiene alpiste el pájaro?
POCA PENA:
Se niega a comer.
LUCERO:
Coimbra, ¿dónde encontraremos otro? ¿Te parece pedírselo al compadre Satanás?
POCA PENA:
Pamemas.
Se desconsuela el niño en brazos de la madre, y sobre la espalda del errante bambolea la jaula del pájaro que saca la suerte: Dorada bajo el Sol, es Alcázar de la Ilusión.