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DESCUBRE CÓMO SER UN LÍDER EN SOLO 21 DÍAS CON ESTE LIBRO ÚNICO QUE CAMBIARÁ TU VIDA. El auténtico liderazgo comienza en ti, despierta al líder que llevas dentro. Este libro no es solo un libro, es una revolución personal y profesional que te impulsará, te desafiará y, lo más importante, te transformará profundamente. Descubre cómo el origen del liderazgo está en tu interior y se extiende para transformar a quienes te rodean. Prepárate para descubrir las habilidades que definen a un gran líder y cambia tu vida.
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Seitenzahl: 271
Veröffentlichungsjahr: 2024
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© del texto: Giacomo Navone, 2024.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2024.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: octubre de 2024.
REF.: OBDO378
ISBN: 978-84-1132-841-8
EL TALLER DEL LLIBRE · PREIMPRESIÓN
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Todos los derechos reservados.
Descubre cómo el verdadero liderazgo comienza por liderarte a ti mismo y se extiende para transformar a los que te rodean.
¡Bienvenido a la lectura de El arte del liderazgo en 21 días! Esto no es simplemente un libro, es una revolución personal y profesional empaquetada en un curso intensivo que te transformará radicalmente, tanto en tu liderazgo como en tu vida. Aquí no solo aprenderás a dominarte a ti mismo, sino también a inspirar éticamente a las personas que te rodean para que se alineen con tus deseos y objetivos.
Este libro te desafiará, te impulsará y, sobre todo, te transformará profundamente. Está diseñado para aquellos que realmente desean dejar una marca en su mundo personal y profesional. En solo 21 días, experimentarás un viaje que cambiará tu vida, durante el que cada capítulo te acercará a la realización de tus sueños.
Más que una lectura, será una experiencia. Te lo garantizo.
Aunque pueda parecer extraño pensar en un libro como una experiencia, me gustaría que buscaras la vida, tu vida, en cada palabra de las próximas páginas. Aquella que, por ahora, tal vez no te ha dado todo lo que hubieras deseado o, aplicando un sano principio de responsabilidad —siempre útil cuando se trata de dar un salto cuántico—, aquella de la que aún no te has permitido tomar todo lo que deseas. Después de más de veinte años en el mundo de la educación, me complace darte la bienvenida a mi pequeño universo interior, que, al igual que el tuyo, está plagado de miles de aventuras y desventuras.
Este libro es el resultado de mi experiencia personal y profesional; de mis aciertos y errores.
Compartiré contigo estrategias, pensamientos, reflexiones y lecciones de vida; un verdadero mapa del tesoro para ayudarte a liderarte a ti mismo, e inspirar y guiar a los demás.
Al final de cada capítulo encontrarás algunas preguntas que te ayudarán a asentar el contenido que acabas de leer, y la última sección contiene ejercicios creados para concretar este camino, para acompañarte en un viaje experiencial de 21 días, durante el cual harás aflorar tu liderazgo.
Amo la palabra liderazgo y ahora te explicaré por qué.
Permíteme que te haga visualizar el liderazgo como un conjunto de habilidades que no se aplican verticalmente en la vida cotidiana de un individuo, sino que se extienden horizontalmente y abarcan todos los ámbitos de su vida.
El liderazgo tiene que ver con quién eres, no solo con lo que haces —el comportamiento es una consecuencia—, así que no es una cualidad que puedas activar o desactivar según los ámbitos en los que vivas. Forma parte de tu identidad y puedes cultivarla o ignorarla: la elección es tuya. Con este libro espero inspirarte para que saques lo mejor de ti mismo, para que construyas la vida de tus sueños.
Para algunos, vivir una vida de éxito significa tener suficiente dinero para permitirse sus caprichos; para otros, significa cumplir un sueño o una misión. Algunos quieren tener un físico atlético para sentirse guapos o estar sanos, y otros desean acceder a la facultad de medicina para cuidar a la gente. Sea cual sea tu definición de éxito, creo que su significado debería ir de la mano de la felicidad. Si la realización de tus planes de vida no te llena de alegría, algo va mal: tienes que pasar a la acción, tal vez cambiando tus planes, tus estrategias o la forma en que vives tus días.
¿Qué sentido tiene invertir tiempo, recursos, energía y emociones en algo que no te da alegría?
El psicólogo y autor Wayne Dyer afirma que la medida de la inteligencia debería ser la felicidad, y estoy cien por cien de acuerdo con este pensamiento. La razón es sencilla: el propósito de la vida es la felicidad y el cerebro es una de las herramientas con las que estamos dotados para realizar ese propósito, de modo que, cuanto más realizados estemos, más nos demostraremos a nosotros mismos y al mundo que sabemos hacer un buen uso de nuestro intelecto. Dicho esto, podemos simplificar diciendo que aquellos que están satisfechos consigo mismos son inteligentes, mientras que los que están insatisfechos consigo mismos no están utilizando su inteligencia de forma funcional. Lo mismo se aplica al éxito. Si obtienes los resultados que deseas pero no eres feliz, debes analizar tu vida para identificar el mecanismo que ha provocado el cortocircuito; de lo contrario, corres el riesgo de ser un triunfador frustrado.
El verdadero líder es, ante todo, capaz de gestionarse a sí mismo, sus emociones y los acontecimientos de su vida, responsabilizándose por ellos.
El siguiente paso es convertirse en un punto de referencia para los demás: un objetivo que solo puede alcanzarse tras tomar las riendas de la realización personal en las propias manos. Aquí, la medida es la calidad de vida de quienes te rodean: mi mejor tarjeta de presentación es la felicidad de las personas a las que he formado y guiado a lo largo de los años.
El tercer elemento que construye la identidad de un líder es la capacidad de influir en los demás mediante una serie de habilidades que le confieren mayor credibilidad.
El momento de las presentaciones al principio de un libro siempre es un reto. Hay tantas cosas que decir sobre cada uno de nosotros que elegir una que nos defina, sin hacer una larga biografía, es arbitrario e incluso peligroso. En parte porque nunca es útil llevar etiquetas, y en parte porque no podemos saber si lo que hemos elegido compartir es lo que la otra persona necesita saber para abordar la lectura con confianza y serenidad.
Si has comprado el libro porque me conoces personalmente o has asistido a alguno de mis cursos, ya te has hecho una idea. Si, por el contrario, el libro te lo han regalado o ha caído en tus manos, tienes la ardua tarea de tomar una decisión: confiar en mí ahora o hacerlo más tarde. En cualquier caso, debes acoger el contenido de las próximas páginas con espíritu crítico —siempre útil— y mente abierta; es la forma más eficaz de sacar lo mejor de cada experiencia.
Desempeño muchos papeles: soy el marido de Giulia, el padre de Vittoria y Margherita, un hijo y un nieto muy querido, un licenciado en psicología de los recursos humanos, un investigador científico, el creador del Curso Genius, de la Soft Skills Academy y de una de las franquicias más importantes del panorama de la formación; dirijo empresas que facturan varios millones de euros al año y dirijo la fundación benéfica One. Pero, si tuviera que elegir una sola cosa para presentarme, la que más me define, diría que soy un hermano mayor. Sin serlo.
Cuando tenía catorce años, pasé de una gran alegría a una gran tristeza en pocos meses, y las secuelas emocionales de aquellos acontecimientos pesaron sobre mi familia durante mucho tiempo antes de que pudiéramos recuperar el equilibrio emocional.
La gran alegría fue descubrir que iba a convertirme en hermano mayor; el hermano mayor de un niño pequeño que siempre me tendría a su lado, que podría contar conmigo para superar cualquier dificultad, y con el que ya me imaginaba viviendo y compartiendo locas aventuras. Cada día fantaseaba con lo que podía enseñarle y reservaba para él mis pensamientos más brillantes, mis errores para evitárselos, mis éxitos para contárselos. En mi mente y en mi corazón había un espacio —un espacio enorme— con su nombre escrito. Había pasado a formar parte de la familia desde el momento en que mi madre nos había dado la noticia.
El gran dolor llegó varios meses después, cuando nadie pensaba que algo pudiera ir mal. Cuando la única preocupación era gestionar ese amor tan desbordante que rebosaba por todas partes; el amor por la cara redonda y regordeta de un hombrecillo desdentado que me miraría como si yo fuera Superman. Descubrir que ese primer encuentro, ese primer abrazo, ese primer momento juntos como hermanos nunca se produciría, dejó un enorme vacío en mi alma. Poco antes también había fallecido mi abuelo materno, por lo que ese dolor adicional fue aún más difícil de sobrellevar: mi madre perdió a un padre y a un hijo en el mismo año y yo nunca llegué a ser hermano mayor. Sin embargo, ese deseo permaneció atrapado en mi interior hasta que me di cuenta de que podía convertirme en un hermano mayor para cualquiera que lo necesitara.
En los meses en que había esperado a mi hermanito, tenía una idea muy clara de cuál debía ser mi papel, así que estaba dispuesto a derramar una cantidad desmesurada de amor incondicional por el mundo. Es cierto que los hermanos hablan, se cuentan secretos, discuten, se pelean, pero en mi opinión las tareas más importantes de un hermano mayor siempre han sido dos: alimentar sin límites su autoestima y hacer que se sienta seguro. Es crucial que crezca sabiendo lo que vale y con la convicción de que es una buena persona; también debe saber que pase lo que pase nunca estará solo, que siempre le cubriré las espaldas y que junto con su hermano encontrará una solución para cada problema. El hermano mayor es aquel a quien confiesas todo: puede decirte que has hecho una tontería, pero luego te ayuda.
Al principio de mi carrera como formador, se me criticaba precisamente por eso, porque me preocupaba demasiado por las personas y por asumir sus problemas. La ingenuidad y la inexperiencia de mis veinte años me impidieron ser eficaz a la hora de convertir ese carácter en valor añadido, pero pronto me di cuenta de que era precisamente en ese margen de mejora donde encontraría mi lugar en el mundo. No fue una reacción emocional a un trauma ni una búsqueda de compensación por lo que mi familia y yo habíamos perdido, sino una elección consciente que resultó ser una de las principales características de mi liderazgo. Todo lo que he construido a lo largo de los años, la magia que he conseguido aportar a mi vida y a las vidas de quienes me rodean, es el resultado de una profunda conciencia del tipo de contribución que quería y sigo queriendo aportar al mundo.
Ser un punto de referencia y ayudar a cada miembro del grupo a alcanzar sus objetivos superando las dificultades es lo que se necesita para crecer.
Es más fácil mirar hacia delante cuando hay alguien que te cubre las espaldas.
Creo en este tipo de liderazgo y sé por experiencia que, para desarrollarlo, necesitas trabajar en ti mismo. El requisito previo esencial para hacer el bien y transferir fuerza o seguridad a otra persona es ser capaz de cuidar de ti mismo.
Nadie consigue grandes resultados solo. Ayrton Senna, piloto campeón del mundo de Fórmula 1, dijo: «Sé que hay un equipo de doscientas, trescientas personas trabajando para mí; saben que llegaré, llegaré a tiempo y daré lo mejor de mí».
Ser responsable de los resultados de un equipo no es solo ser la cara de un triunfo o el cojín que amortigua la caída en un accidente en la carretera —eventualidades que ocurren ocasionalmente—, es también y sobre todo compartir un viaje con compromiso y respeto. Los logros de los que me siento más orgulloso no son la facturación, los retos ganados y las dificultades superadas, sino las personas con las que he compartido el viaje y la forma en que nos hemos apoyado mutuamente.
Edmund Hillary fue el primer hombre que escaló el Everest. Lo consiguió en 1953, después de que miles de personas lo hubieran intentado y muchas de ellas hubieran muerto por el camino. Quizá ya conocías su nombre, pero ¿sabías que desde ese año más de seis mil alpinistas han emulado su hazaña? No hace mucho, una niña de cuatro años incluso consiguió llegar al campamento base situado a cinco mil metros de altitud. Desde el momento en que Edmund rompió ciertos esquemas de pensamiento yendo donde nadie había ido antes y realizando una hazaña comparable a la de Neil Armstrong, que llegó más tarde a la luna, el mundo cambió. Lo que nadie recuerda cuando piensa en la hazaña de Hillary —y lo mismo ocurre con Armstrong— es que no partió solo. Estaba con cuatrocientas personas el día que inició la expedición, y cuando llegó estaba con su sherpa: Tenzing Norgay. Cada una de las cuatrocientas personas que participaron en aquel extraordinario viaje impulsó a Hillary a la cima del mundo, construyendo indirectamente una parte de su éxito; por pequeña que fuera, cada contribución fue indispensable para alcanzar una cima de 8.849 metros de altura.
Este libro es mi forma de volver a ser un hermano mayor, de compartir lo que he aprendido en más de veinte años de trabajo con personas, de mostrarte la dirección que debes tomar para convertirte en quien quieres ser y construir la vida que siempre has deseado. Si no hubiera sentido este impulso interior tan fuerte, nunca habría sido capaz de pedirme tanto y ahora no estaría viviendo el sueño que tengo para mí, mi familia y mis hijas cada día. Tú también puedes hacerlo. Puedes mejorar la persona que eres hoy hasta el punto de sentirte libre para expresarte plenamente, puedes descubrir que tienes una influencia positiva en los demás y utilizarla para ayudarles a hacer realidad sus deseos, y puedes desarrollar las habilidades que necesitarás para cimentar estos logros.
Sé que es una gran promesa, pero estoy seguro de poder cumplirla, porque mi principal función profesional siempre ha sido gestionar y formar recursos humanos. Nunca habría llegado donde estoy si no hubiera dado rienda suelta a mi necesidad de contribuir, así que te invito a que escuches tus emociones para descubrir qué hace latir tu corazón, qué te emociona y por qué estás dispuesto a darlo todo; luego, solo tienes que seguir el flujo de los temas que he preparado para ti en el orden en que los encuentres. Mientras lo haces, ten presente tu objetivo, responde a las preguntas que hay al final de cada sección y continúa hasta el final haciendo los ejercicios de los próximos 21 días. Si realmente lo deseas y estás dispuesto a exponerte, sentirás inmediatamente una profunda transformación.
Lo que voy a contarte no te sorprenderá, pero es necesario partir de aquí, de la constatación de que nadie puede llamarse líder solo porque la jerarquía de una determinada estructura le sitúe por encima de los demás miembros del grupo. Cuando las personas que te rodean tienen que someterse a tus normas u obedecer tus órdenes porque así lo dicta tu autoridad, estás ejerciendo el poder, no el liderazgo.
Sustituir la autoridad por el liderazgo te permite influir en los demás sin necesidad de un trozo de papel que te defina como jefe. Pero ¿cómo desarrollas las cualidades que te convierten en un guía?
El primer paso es sencillo: tienes que ser tu propio guía.
Solo puedes convertirte en mentor de alguien si tú eres el punto de referencia principal en tu vida. Las buenas intenciones son inútiles cuando no van acompañadas de pensamientos y acciones eficaces que te conviertan en un ejemplo.
Por mucho que una persona quiera a su familia y sienta en su corazón el deseo de ser un pilar sólido en el que apoyarse, ocuparse de importantes asuntos personales no deja suficiente espacio, concentración y energía para ocuparse de los demás, especialmente en algunos casos. Piensa, por ejemplo, en alguien que lucha contra el alcoholismo o la drogadicción: ¿cómo puede alguien que vive con una sola cosa en la cabeza tener la previsión y la capacidad de ocuparse de las necesidades de los que le rodean? No puede conseguirlo aunque lo intente con todas sus fuerzas, al menos hasta que se deshaga de la carga que lleva consigo cada día y que condiciona cada uno de sus gestos.
Si piensas que este discurso no te concierne porque afortunadamente estás libre de este tipo de esclavitud, permíteme infundir una duda en tu certeza. Está claro que quienes padecen adicción al alcohol o a las drogas tienen un problema más importante y urgente que resolver antes de preocuparse por su liderazgo; sin embargo, hay muchas personas que, aunque no se enfrentan a dificultades tan paralizantes, luchan a diario contra otros demonios. Podríamos llamarlos fragilidad.
Independientemente de cómo queramos identificarlos, representan un enorme obstáculo para la plena expresión del potencial. Son, por ejemplo, el estrés al que te sometes constantemente y que debilita tu salud mental y física; la ira que nubla tu juicio e influye en cada elección; la tristeza que se cierne como un velo oscuro sobre ciertos momentos del día y te impide ver la alegría que podrías sentir; la falta de energía que te atrapa en una rutina sedentaria y erosiona tus ganas de construir y crear, de vivir; la incapacidad o imposibilidad de gestionar el tiempo para encontrar un espacio donde expresarte más allá de tus obligaciones cotidianas.
¿Cómo puedes ser un guía para los que te rodean y pensar que tienes una comunicación impactante si ni siquiera puedes convencerte a ti mismo de comer sano, hacer ejercicio, dormir adecuadamente y organizar tu horario con más atención?
Los hijos no te hacen caso, los empleados siguen tus indicaciones un día sí y otro no, algunos amigos ignoran tus consejos; al fin y al cabo, cada uno es responsable de sus actos y, si nadie quiere atesorar tu sabiduría, no hay nada que puedas hacer al respecto. Falso.
Falso.
En primer lugar, no se puede dejar a los hijos en la estacada solo porque te cuesta orientarlos; en segundo lugar, los dependientes, como la propia palabra indica, dependen de la presencia de un guía capaz de hacerlos productivos. Hay situaciones en las que tienes un interés directo en que todo vaya bien y otras en las que tu implicación es limitada, pero la credibilidad con la que te diriges a los demás depende siempre, y sobre todo, de la forma en que te comportas.
Es fácil delegar responsabilidades en otros —a menudo lo hacemos sin darnos cuenta—, pero un verdadero líder siempre asume la responsabilidad de los resultados de los miembros de su equipo.
Trabajar en ti mismo es el primer paso para convertirte en el líder que puedes ser. Transformar tu vida en el sueño que siempre has deseado es lo que mereces y lo que puedes conseguir cuando te comprometes a ser un líder eficaz.
«Cuando tenga más dinero, podré comprar la casa de mis sueños y por fin seré feliz».
¿Has tenido alguna vez un pensamiento así?
Sustituye dinero, hogar y felicidad por tus palabras favoritas y dime si esa frase ha pasado alguna vez por tu mente o lleva aparcada ahí mucho tiempo.
La gente piensa que, cuando tengan tiempo, podrán visitar a sus hijos, abuelos, nietos y amigos, así como disfrutar de un merecido descanso. Imaginan que gracias al ascenso podrán permitirse un coche que les dará prestigio. O que un cuerpo esculpido en el gimnasio les permitirá conocer a su alma gemela y ser amados como se merecen.
Lo que estas visiones tienen en común es el orden en que suceden las cosas deseadas: tener, hacer, ser.
Tengo dinero, me voy de vacaciones, soy feliz. Tengo tiempo, visito a mis parientes, estoy relajado. Tengo el ascenso, hago una compra importante, tengo confianza.
La sociedad moderna, marcada por el materialismo, nos ha acostumbrado al deseo de acumular objetos, nos ha educado en la posesión como criterio de éxito y bienestar. En principio, todos sabemos que la felicidad no está sentada en un coche nuevo, contenida en un frasco de perfume caro o servida en un plato de sushi de un restaurante de lujo, y sin embargo, la aspiración a poseer dinero o bienes caros está más extendida que la aspiración de ser feliz.
Pensamos que la felicidad vendrá como consecuencia, que tener abundancia económica nos permitirá hacer lo que nos gusta y así sentirnos realizados.
La vida, sin embargo, funciona a la inversa. Tienes que invertir el orden de los elementos si quieres tomar el control de tus resultados: ser, hacer, tener.
Pretender tener antes de ser es como querer llegar al resultado de una operación matemática sin saber resolverla. No puedes resolver ni siquiera una simple suma si no sabes cómo hacerlo. Primero aprendes a hacer la suma, luego resuelves la operación y finalmente obtienes el resultado. Trivial, quizás, pero indiscutible. Sin embargo, a la gente le gustaría empezar por el final. Sería cómodo, por supuesto, pero inverosímil.
El orden correcto de los acontecimientos refleja una lógica irrefutable.
¿Quieres tener una carrera de ensueño como directivo en una gran empresa? Perfecto. Primero, adquieres las aptitudes y el carácter para ser la persona adecuada para el puesto, luego empiezas a actuar como lo haría un directivo de ese calibre y, por último, puedes aspirar a obtener los resultados que suelen atribuirse a una persona tan capacitada, es decir, dinero, lujo, prestigio. Sin embargo, todo tiene que empezar por quién eres: solo convirtiéndote en un determinado tipo de persona podrás actuar adecuadamente para conseguir lo que deseas.
Tomemos como ejemplo a un futbolista: sería absurdo concederle el Balón de Oro al principio de la temporada. Para ganar un premio tan prestigioso, debe jugar una liga muy buena y para ello tiene que ser un deportista comprometido, decidido, con talento, motivado y trabajador.
Lo que consigues depende de lo que haces y lo que haces depende de quién eres.
Una persona con un ego equilibrado y una buena autoestima, que es de palabra y sabe gestionar sus emociones, puede hacer cosas que otros no pueden hacer y tener más de lo que otros tienen.
La vida no es una competición entre individuos que tienen que demostrar quién es mejor, sino un reto con uno mismo para realizar su potencial, para estar contento con su existencia, satisfecho de sus logros y de la contribución que ha podido hacer a la gente.
Uno de los primeros puntos a tratar cuando se trabaja el liderazgo es la vieja lucha entre la autoestima y el ego. Sin entrar en los tecnicismos de las definiciones que ofrecen las disciplinas psicológicas, podemos decir que el ego dice: «Soy mejor que tú». Nos proporciona lo que necesitamos para sobrevivir y crecer, pero necesita compararse con los demás para sentirse válido y demostrar a los que le rodean que es bueno. Para alimentar el ego de una persona, puedes hacerle un cumplido, pero, si realmente quieres engordarlo, tienes que reconocer su valía delante de alguien que pueda ser testigo de su éxito.
En cambio, a la autoestima no le importa el ego, y dice: «Soy suficiente para conseguir lo que quiero». No necesita reconocimiento porque se basta a sí misma; su recompensa es saber que ha hecho un buen trabajo y, cuando necesita feedback, le parece bien recibirlo en privado porque es asunto suyo.
Para que estas dos fuerzas opuestas puedan expresarse funcionalmente en la vida cotidiana, cada parte de nosotros tiene una tarea que realizar y deben encontrar un equilibrio. Una buena autoestima te hace más fuerte porque te anima a convertir en realidad tus deseos y tu potencial; un ego demasiado desarrollado te hace frágil porque te expone a la manipulación. Aprovechar el ego de las personas puede ser eficaz a corto plazo si buscas un cambio rápido, pero la comunicación basada en el desafío continuo pierde su impacto a largo plazo. Además, las personas con grandes egos suelen tener problemas de autoestima.
Mientras que el ego es lo que, para sentirte bien, te lanza a la búsqueda de cualquier pequeño mérito y te obliga a darlo a conocer al mayor número posible de personas, la autoestima es lo que encuentras por la noche al lavarte los dientes, al mirarte al espejo, al repasar el día en el que has llevado a cabo tus planes lo mejor que has podido, y disfrutar de la satisfacción de sentirte pleno. Sabes que tienes méritos y defectos y te esfuerzas por disfrutar de los primeros y mejorar los segundos, pero eres consciente de quién eres y nada puede hacerte dudar de tu valía.
Trabajando con personas durante tantos años, me he dado cuenta de que, desgraciadamente, no todas se valoran a sí mismas: van por la vida dando tumbos porque afrontan cada reto con el miedo de no estar a la altura y, cuando fracasan —tarde o temprano le pasa a todo el mundo—, piensan que no valen lo suficiente, que no tienen las capacidades para conseguir lo que quieren.
Recuerdo un episodio que me impresionó mucho. Esto me lo contó la madre de un alumno de Curso Genius, el primer curso internacional que enseña un método de estudio personalizado que ayuda a los alumnos a estudiar más rápido, sin estrés y con las notas que desean. Al destacar las particularidades de cada individuo, conseguimos transmitir un método eficaz y garantizar unos resultados que parecen asombrosos, pero que en realidad están al alcance de cualquiera que conozca la estrategia adecuada.
Cuando esta madre vino al curso para darnos las gracias, nos contó que había llegado a casa la noche anterior y había encontrado a su hija en su habitación, sola y llorando. Se había acercado a ella para preguntarle qué había pasado, pero al verla entrar con cara de preocupación, la niña se le había adelantado: «No te preocupes mamá, estoy bien. Son lágrimas de alegría. Estoy bien, estoy más que bien».
«Entonces, ¿por qué lloras, cariño?».
«Por primera vez en mi vida no me siento estúpida. No entendía por qué no me iba bien en la escuela, por qué trabajaba tan duro sin obtener los resultados que quería, por qué me costaba tanto en comparación con mis compañeros. Simplemente no sabía cómo hacerlo. Me faltaba método, no inteligencia. Ahora lo sé, mamá, y soy feliz».
El momento en que te das cuenta de que tus resultados no son lo que te define es milagroso.
Y a veces parece que se necesita un milagro para conseguir o resolver ciertas cosas.
No utilizo esta palabra a la ligera y ahora explicaré por qué.
Para la mayoría de las personas, el concepto de milagro está vinculado a un acontecimiento religioso. Los cristianos, por ejemplo, piensan en Jesús caminando sobre las aguas, pero incluso los ateos tienen su propia concepción de un milagro: un cáncer que desaparece antes de que el paciente se someta a tratamiento, dando lugar a una remisión espontánea que la medicina no puede explicar. Muchas teorías y ninguna respuesta definitiva. Lo único cierto es que un milagro así debe ser bienvenido, agradecido y celebrado.
Cuando a un ser querido le diagnostican una enfermedad terminal, es un momento terrible. ¿Cómo te sentirías si, tras aceptar la idea de perder a esa persona, en lugar de darle el último adiós, descubrieras que aún te quedan muchos años por compartir con ella? ¿Cómo definirías un acontecimiento así? La palabra que vendría a la mente de todos es solo una: milagro.
Sin tener que imaginar escenarios dolorosos como la partida de un ser querido, lo que me propongo hacer ahora es analizar uno de los milagros más famosos de la historia de la religión católica: la multiplicación de los panes y los peces. Si no conoces la historia, te la resumo. Jesús llevaba ya muchos días predicando y la multitud aumentaba cada vez que iba de un país a otro. La comida se consumía rápidamente hasta que un día se acabó. La gente tenía hambre y los apóstoles acudieron a Jesús para saber qué hacer. Les dijo que fueran entre la gente y les pidieran que donaran su comida para poder repartirla entre todos. Ninguno tenía. Cuando las esperanzas estaban a punto de agotarse, se acercó un niño y se dirigió a Jesús diciendo: «Tengo cinco panes y dos peces, puedo repartir un poco para cada uno».
Jesús ordenó a los apóstoles y a algunos discípulos que consiguieran cestas y puso en cada una un trozo de pan y uno de pescado, luego los envió a alimentar a la multitud. Cada vez que uno de ellos metía las manos en el cesto, para su sorpresa encontraba otro trozo de pan y otro trozo de pescado para dar al siguiente.
Los panes y los peces se multiplicaron dentro de las cestas. Así, un seguidor tras otro, todos fueron alimentados.
Seas religioso o no, lo que nos interesa explorar es el concepto de milagro y los dos elementos que lo distinguen. El primero es muy sencillo, pero para destacarlo es necesario identificar al protagonista de la historia.
¿Quién es el protagonista de esta historia?
Podrías pensar que es Jesús —de hecho, es él quien realiza el milagro—, pero yo creo que es el niño. Jesús cree en el milagro antes de que ocurra porque él mismo lo produce y sabe que es capaz de hacerlo; el niño en cambio, aunque sabe que tiene poca comida y ve a cientos de personas en la plaza, cree en el milagro por pura fe.
Cuando alguien cree en el milagro antes de que ocurra, el milagro ocurre.
He aquí la primera característica indispensable.
La segunda es aún más sencilla: no se critica el milagro.
La reacción correcta ante un milagro solo puede ser una: ¡guau!
Ya sea una enfermedad grave que desaparece, la multiplicación de alimentos por Jesús, un mentalista, mago o ilusionista que hace que sucedan cosas que no puedes explicar, tu mente desconcertada no sabe cómo reaccionar y el único sonido que sale de tu boca es ¡guau!
¿Te imaginas a uno de los apóstoles, mientras distribuía la comida, presenciando cada vez el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, quejándose de que habría sido mejor multiplicar lasaña? ¿O algún otro que al ver a Jesús caminar sobre el agua comentara: «¡Mirad a este que ni siquiera sabe nadar!»?
No lo creo.
No se puede criticar el milagro.
¿Quieres saber dónde quiero llegar con esto?
Te lo explico ahora.
Debes respetar estas dos reglas: creer en ti mismo y no criticarte.
¿Por qué?
Porque eres un milagro.
Sin mencionar la religión, tomemos el ejemplo de la remisión espontánea de un cáncer.
Cuando te ocurre a ti o a alguien a quien quieres, es realmente un milagro.
En la vida cotidiana de los seres mortales como nosotros, los milagros son acontecimientos que suceden a pesar de ser estadísticamente improbables.
Un tumor de cada cien mil experimenta una remisión espontánea, y la cifra se eleva a seiscientos mil cuando se trata de tumores terminales. Raro, muy raro, y sin embargo ocurre. Y cuando sucede, te quedas sin palabras; simplemente... ¡guau!
Creo que estás de acuerdo conmigo.
¿Por qué eres un milagro?
Porque las probabilidades de que vinieras al mundo como eres son aún menores. Eres el resultado de un conjunto infinito de acontecimientos, elecciones y situaciones que te llevaron a ser simplemente tú; un pequeño desvío en el camino y podrías haber visto la luz como hombre en lugar de mujer o viceversa; podrías haber nacido sin el don de la vista o del oído; podrías haber tenido una voz diferente, una apariencia diferente, un cerebro diferente.
Todo lo que das por sentado es en realidad un milagro.
Tus padres se eligieron el uno al otro, pero podrían haberse asociado con otra persona y entonces tú no habrías nacido; en su lugar, habría nacido un ser humano diferente. También maravilloso, por supuesto, pero no habrías sido tú.
Aquel día, a esa hora, tus padres hicieron el amor y, de millones de espermatozoides, solo uno fue elegido para fecundar el óvulo que sobrevivió a las dificultades del primer trimestre. Casi el 30 % de los embarazos se interrumpen en ese momento, pero tú fuiste testarudo, fuerte, decidido; te aferraste a la vida y naciste para convertirte en la extraordinaria persona que eres hoy.
Si calculamos todas las variables vistas hasta ahora, llegamos a una cifra impresionante que atestigua el milagro que representas.
La probabilidad de que fueras como eres era solo de una entre cuatrocientos billones.
Estés de acuerdo o no, lo reconozcas o no, la verdad es que eres un milagro; y a la verdad le importa un pepino tu punto de vista, no cambia para acomodarse a tus inseguridades: eres y sigues siendo un milagro.