El cojo de la bocina y otras historias - Ciro Bianchi Ross - E-Book

El cojo de la bocina y otras historias E-Book

Ciro Bianchi Ross

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Beschreibung

¿Cómo murió Carlos Manuel de Céspedes? ¿Quién era el personaje popular conocido como "el cojo de la bocina"? ¿Cuántos entierros tuvo el héroe Julio Antonio Mella? Durante décadas Ciro Bianchi Ross ha atraído la curiosidad de los lectores del diario Juventud Rebelde con su columna dominical consagrada a la historia. Sirva el presente volumen de regalo a quienes semanalmente se dan cita con este notorio periodista e intelectual cubano. Valga asimismo este sumario de artículos, para cautivar a nuevos destinatarios con sugestivos relatos del pasado de nuestro país.

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Edición: Yolanda Aguirre Choy

Corrección: Roxana Fonseca Mena

Diseño de cubierta: Sergio Rodríguez Caballero

Composición: Abel Sánchez Medina

Conversión a ebook: Idalmis Valdés Herrera

© Ciro Bianchi Ross, 2019

© Sobre la presente edición:

Editorial Oriente, 2023

ISBN 9789591112941

Instituto Cubano del Libro

Editorial Oriente

J. Castillo Duany No. 356

Santiago de Cuba

E-mail:[email protected]

https://editorialoriente.wordpress.com

www.facebook.com/editorialoriente.scu

Índice de contenido
El autor del Himno
El gallito bayamés
La bayamesa
Fusilado
Cómo murió Carlos Manuel de Céspedes
La Cámara vs. Céspedes
El golpe de Estado
San Lorenzo
Peligro
Vivir en San Lorenzo
El último día
“¡Han muerto al presidente!”
Muerto y desenterrado
Un vicepresidente de EE.UU. juró en Limonar
El vice que no fue
Un hombre enfermo
Con la aprobación del Congreso
El mensaje a García
Nace un best seller
Graduado de West Point
Los hechos
Final
Washington vs. Madrid: Páginas de la guerra
Una cronología
Últimos días
Flota del Atlántico
“Voy al sacrificio”
El héroe trágico
España se desmoraliza
Circula un rumor…
Shafter obedece instrucciones
89 corresponsales de guerra
Cuba heroica. Antonio Maceo
General, no abandono a José
Otras batallas
Ascensos
El Napoleón de la guerrilla
Dos heridas en 235 combates
Días crueles
Dios me dé tiempo y medios
Así cesó la soberanía española
Una nación desolada
¡Viva Cuba libre!
Un presidente norteamericano en La Habana
Fuera de protocolo
Corona de las frutas
Cal, el Callado
Un presidente saliente
Recibimiento apoteósico
El cojo de la bocina
Hasta borracho me da pena
Una legal y otra secreta
Primeras Damas
El Cuchillo de Toyo
Doña América
Las mujeres mandan
Jefes de policía
Como si tal cosa
Un detective con un solo cliente
Un general disfrazado de mujer
Se busca un jefe
Pedraza con tres estrellas
Muerte en La Palma
Siete jefes en cuatro años
Orfila
Caramés con su pelotón
Los entierros de Mella
Peligro en el muelle
El discurso de Rubén
Todas las organizaciones
No es Mella
Cuba en primera plana
El choque se hace inevitable
Pacto de silencio
El día que lo iban a matar
Mella: ni olvidado ni muerto
Con el himno y la bandera
Pico Mella
Un gramo de bronce para Mella
La puerta secreta de Batista
La letra del año
Changó da la espalda al general
Una tarde en Kuquine
Complejo de Napoleón
300 millones
Lo que dijo Silito
Fabulosas recaudaciones
El indio
Así murió José Antonio Echeverría
¿Estaba vivo?
Llega la familia
Retenido el cadáver
La revolución llegará al poder
Cómo supo Batista de la llegada del Granma
Canasta en Miramar
Alegría de Pío
Matthews sube a la Sierra
Cómo supo Fidel de la fuga de Batista
Último mes
¡Esto es una traición!
Raúl
¿Dónde está mi bandera cubana?
Emilia y Miguel
Aventuras y desventuras
Final
Datos del autor

Este libro es para Mayra

El autor del Himno

Los que lo conocieron lo recordaban como un hombre esbelto y elegante. Alto. De maneras distinguidas. Airoso. De carácter dulce y comunicativo, siempre con la sonrisa a flor de rostro, y que sabía sin embargo ser también dominante y autoritario, audaz. Amante de las letras y de la música. Cultísimo. Su nombre era Pedro Figueredo Cisneros y sus compañeros y amigos le llamaban Perucho. Hace 149 años —10 de octubre de 1868— Carlos Manuel de Céspedes se alzó en armas contra el colonialismo español. Hace 149 años —20 de octubre de 1868— Perucho Figueredo dio a conocer, en un Bayamo en poder ya de la Revolución, el Himno Nacional cubano.

El gallito bayamés

Pedro Figueredo nació en Bayamo, en el seno de una familia acomodada, el 18 de febrero de 1818, y cuando, en su ciudad natal, cursó las primeras letras tuvo a Carlos Manuel de Céspedes y a Francisco Vicente Aguilera como compañeros de clase. Tenía 15 años de edad cuando sus padres decidieron enviarlo a La Habana. Haría aquí estudios de bachillerato y tendría entre sus profesores a su coterráneo José Antonio Saco, una de las voces cumbres del pensamiento cubano en el siglo xix. Por su arrojo y coraje, sus compañeros le llamaban “el gallito bayamés”. Transcurrieron cuatro años y se graduó como bachiller en filosofía. Quiere estudiar Derecho y lo hace en la Universidad de Barcelona. Carlos Manuel será aquí otra vez su condiscípulo. Cuando concluye la carrera (1842) viaja por varios países de Europa antes de regresar a la Isla.

Ya en Cuba, contrae matrimonio y gestiona, ante la Real Audiencia de Puerto Príncipe, la reválida de su título. Los hijos —once en total con la misma mujer— le vienen uno detrás del otro y goza el letrado de tranquilidad económica, pero los tiempos no son buenos. O’Donnell, el capitán general, reprime con saña a los que sueñan y laboran por la independencia de Cuba, y se muestra implacable con los negros, aun con los libertos, a los que, con razón o sin ella,involucra en la supuesta Conspiración de la Escalera. Corre el año1844. Es el año del cuero.

A partir de ahí se complejiza el panorama de la colonia. Narciso López mueve sus peones anexionistas y los reformistas tratan de ganar terreno en la vida política. Los que en Bayamo no simpatizan con España deben buscar acomodo. Céspedes se va a Manzanillo mientras que otros sientan plaza en Puerto Príncipe. Perucho decide instalarse en La Habana, y el 30 de mayo de 1856 solicita al ayuntamiento capitalino la autorización pertinente para incorporar su título de abogado. Se relaciona aquí con gente de letras y emprende la publicación deEl Correo de la Tarde. No pocas firmas prestigiosas aparecen en sus páginas. Colaboran en el periódico el Conde de Pozos Dulces, Rafael María de Mendive y José Fornaris, entre otros. Poco duraEl Correo de la Tarde. Los tiempos no son propicios para el periodismo.

Vuelve Perucho a Bayamo y se establece en su finca Las Mangas. Mueren sus padres, y sus hermanos deciden invertir la herencia en un ingenio azucarero. Quiere Perucho que sea la fábrica de azúcar más eficiente de la Colonia. Lo organiza con cuidado, mejora las condiciones de vida de los negros e incrementa los índices productivos.

Pero no hay paz. Redacta Perucho Figueredo un memorial dirigido a la máxima autoridad de la Isla a fin de que releve al Alcalde Mayor de Bayamo, hombre de incapacidad notoria, y la máxima autoridad no se lo perdona. Lo condenan a catorce meses de arresto domiciliario, tiempo que aprovecha para estudiar táctica militar y escribir artículos de costumbre.

La bayamesa

En 1867 llega a Bayamo una comisión de la Gran Logia santiaguera. Se quiere organizar la masonería en dicha ciudad, y luego de limar asperezas y superar discrepancias surgidas entre Perucho y Francisco Maceo Osorio, logra constituirse la logia Redención con Francisco Vicente Aguilera como Venerable Maestro. Ya para entonces se conspira en Bayamo, al igual que en otras regiones cubanas. Aguilera, entonces el hombre más rico de Oriente, prepara la revolución y Carlos Manuel de Céspedes, dado a los lances de riesgo, aporta su energía vivaz y su resolución.

Entre muchos otros, están en la conspiración Maceo Osorio y el abogado Perucho, que viaja a La Habana a fin de hacer contacto con los conspiradores de la capital. Como ha hecho estudios de solfeo y violín y siente afición por la música, Maceo Osorio le pide que componga un himno de guerra. Acepta Figueredo la sugerencia y compone una pieza que instrumentaría el violinista y director de orquesta Manuel Muñoz Cedeño. El futuro Himno Nacional cubano se dejaría escuchar por primera vez en la iglesia mayor de Bayamo durante un Te Deum con motivo de la fiesta del Corpus Christi de 1868. Ese día en el templo está en su sitio de honor el gobernador Julián Udaeta. No demora la primera autoridad local en advertir el espíritu levantisco de aquella música, algo así como un llamado a la insurrección, y lo comenta con Muñoz Cedeño. Conversa también con el compositor.

—No, no es un himno bélico —asegura Pedro Figueredo.

La conspiración sigue su curso. El 10 de octubre Céspedes se alza en armas en su ingenio Demajagua, y Figueredo sigue el ejemplo en su finca Las Mangas. Allí lo visita una comisión del gobernador Udaeta. Le garantiza el indulto si depone de inmediato su actitud. Perucho no acepta la propuesta. Hace saber que su determinación no tiene marcha atrás. Tomás Estrada Palma, que viene entre los comisionados, abandona el grupo y se pasa al lado de Perucho.

Deciden los insurgentes poner sitio a Bayamo. Los españoles se rinden y los libertadores ocupan la ciudad. El pueblo, concentrado en la plaza, pide a gritos a Figueredo que exteriorice la letra del himno que a partir de ahí se conocerá comoLa Bayamesa, a semejanza deLa Marsellesa. Apoyado sobre el lomo de su cabalgadura, escribe Figueredo los versos y la multitud los repite a gritos. Son los de las dos estrofas que hoy conforman el Himno Nacional. Desde la celda donde lo han encerrado, el gobernador Udaeta escucha la música. Claro que era un himno de guerra. No se había equivocado. Pronto prenden letra y música entre los bayameses. No demora en reproducir los versos un periódico impreso en la manigua y a partir de ahí, y durante años, los versos del Himno, junto con su música, se trasmiten oralmente de padres a hijos.

Fusilado

Recibe pronto Figueredo los grados de mayor general, pero todos siguen llamándole Perucho.

Tras la Asamblea de Guáimaro (1869) se le designa subsecretario de Guerra. Renuncia tras la destitución de Manuel de Quesada, General en Jefe del Ejército Libertador, pero Céspedes no acepta su dimisión.

El enemigo lo sorprende enfermo y en compañía de su familia en la finca Santa Rosa. Tras una tenaz resistencia es hecho prisionero y a su lado quedan presas sus hijas. En un barco español son trasladados a Santiago de Cuba. El 16 de agosto de 1870 es presentado Pedro Figueredo a un consejo de guerra.

Se conserva su declaración ante los jueces. Dijo:

—Soy abogado y como tal conozco las leyes y sé la pena que me corresponde. La de muerte. Pero no por eso crean ustedes que triunfan, pues la Isla está perdida para España; el derramamiento de sangre que hacen ustedes es inútil y ya es hora de que reconozcan su error. Con mi muerte nada se pierde pues estoy seguro de que a esta fecha mi puesto estará ocupado por otra persona de más capacidad. Si siento la muerte es tan solo por no poder gozar con mis hermanos la gloriosa obra de la redención que habían inaugurado y se encuentra ya en el final.

El consejo de guerra lo condena a muerte, y el 17 se le comunicó la pena. El Conde de Valmaseda le ofrece el indulto a cambio de la promesa de no hacer armas contra España. Expresa al mensajero:

—Dígale al Conde que hay proposiciones que no se hacen sino personalmente para personalmente escuchar la contestación que merecen… Yo estoy en capilla ardiente y espero que no se me moleste en los últimos instantes que me quedan de vida.

Está ya tan débil que apenas puede caminar hasta el paredón de fusilamiento. Pide que lo conduzcan en coche y, para escarnecerlo, lo obligan a cabalgar sobre un asno hasta el lugar de la ejecución. Cuando montó en él a duras penas podía sostenerse. Sus ejecutores se burlaban del bayamés. Respondió con serenidad al escarnio:

—Está bien, está bien; no será el primer redentor que cabalga un asno.

Ya ante el paredón le ordenaron que se arrodillara. Se negó con firmeza, y cuando ya se daba la orden de disparar, recordó parte de la letra del Himno Nacional que había compuesto y gritó:

—Morir por la patria es vivir…

Era el 17 de agosto de 1870. Tenía Perucho Figueredo 51 años de edad.

10 de octubre, 2017

Cómo murió Carlos Manuel de Céspedes

En el campamento de la Somanta recibió Carlos Manuel de Céspedes la notificación del acuerdo de la Cámara de Representantes que lo despojaba de la Presidencia de la República. Se cuenta que el oficial que le llevó el aviso lo encontró ante una mesa tosca, ingiriendo su colación habitual, en un ambiente de total pobreza. Céspedes, que ya sabía del acuerdo de la Cámara, tomó el sobre y lo colocó junto a su plato. El mensajero, con respeto, lo instó entonces a que leyera el aviso; temía que sufriera algún percance si se imponía de su contenido después de la comida. Céspedes desatendió el pedido. Dijo: “Joven, siéntese a compartir mi mesa, y así podrá usted decir el día de mañana que almorzó con un Presidente. Si abro el sobre ahora, no será posible...”.

En opinión de los historiadores Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo en su introducción a los escritos del Padre de la Patria, publicados en 1974, la deposición de Céspedes fue la antesala de su muerte. Dos días después de haberlo destituido, la Cámara lo privaba de sus ayudantes, su escolta y sus convoyeros y lo conminaba a trasladarse a la residencia del nuevo gobierno mientras se corrían los trámites de traspaso de los archivos de la Presidencia y varias pertenencias oficiales. Estallaban de golpe los odios y rencores que sus enemigos disimularon mientras ocupó la Presidencia. Como los adversarios vencidos en la antigua Roma, se vio obligado a seguir al gobierno durante tres largos meses, sin dejarse humillar, sabiendo dar la respuesta oportuna a cada insolencia, a cada injuria.

El suplicio terminó el 27 de diciembre de 1873. Ese día, Céspedes recibió autorización para moverse libremente o mantenerse en la órbita del gobierno. Se decidió por lo primero. El ejecutivo se dirigiría a Camagüey; Céspedes lo haría hacia Cambute, donde pensaba esperar el pasaporte que le permitiría salir de la Isla. Su esposa, Ana de Quesada, y no pocos amigos se concertaban para sacarlo de Cuba. Un bote tripulado vendría a buscarlo para llevarlo a Jamaica. Pero el hombre del 10 de octubre, no quiso dar ese paso como un desertor, sino con el beneplácito del Gobierno que no le negaría el permiso. Pero sí podía. El 23 de febrero le comunicaban formalmente la negativa, “porque el gobierno no cree conveniente en manera alguna, que sin causa poderosa y justificada salgan fuera de su territorio los que en él militan y le deben forzosamente sus servicios”.

Antes, en la segunda quincena de enero, supieron los mambises que tropas españolas operaban cerca de Cambute, y el “Presidente Viejo”, como ya se le llamaba, resolvió trasladarse a San Lorenzo, en la prefectura de Guaninao, en la Sierra Maestra, refugio que le había recomendado su amigo, el brigadier José de Jesús Pérez. Allí llegaba en la noche del 23 con una comunicación para el prefecto del lugar. Decía: “Capitán Prefecto José Lacret Morlot: Va a esa Prefectura el ex Presidente de la República, ciudadano Carlos Manuel de Céspedes, en calidad de residenciado. Calixto García”.

¿Residenciado? Lacret Morlot no sabía qué significaba esa palabra. Inquirió con el coronel Céspedes y Céspedes, hijo del presidente que lo acompañaba, y no supo o no quiso decirlo. Fue el propio Céspedes, con la serenidad que lo caracterizaba, quien explicó: “Joven, esa comunicación quiere decir que no podré moverme del lugar que usted me señale sin expresa orden de usted”. A lo que Lacret contestó: “Presidente, estoy más que nunca a sus órdenes”.

La Cámara vs. Céspedes

Antes de proseguir, cabe preguntarse si fue legal o no la deposición de Céspedes aquel 27 de octubre de 1873, en Bijagual de Jiguaní. El enfrentamiento entre el legislativo y el ejecutivo venía desde mucho antes. Cuando en diciembre de 1869 la Cámara destituyó al Mayor General Manuel de Quesada de su cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, Céspedes, sin ocultar su disgusto por la medida, designó a su cuñado agente confidencial de Cuba en el exterior con la misión de allegar recursos para la revolución. Fue una forma de demostrar su desacuerdo con la Cámara. El Presidente tenía la facultad constitucional de nombrar ministros, embajadores, plenipotenciarios, cónsules y agentes en el exterior. El nombramiento del General en Jefe y su democión eran facultades de la Cámara de Representantes. El Presidente era asimismo un funcionario de nombramiento cameral.

Se dice que cuando Quesada, ya destituido como Jefe del Ejército y en vísperas de su partida, fue a despedirse de Céspedes, lo instó a que asumiera la dictadura. Pero Céspedes, hombre de leyes, se negó a irse por encima de la Constitución vigente entonces en el campo insurrecto, que era la de Guáimaro. Quesada le advirtió: “Tenga entendido, ciudadano Presidente, que desde hoy mismo comenzarán los trabajos para la deposición de usted”.

Tuvo razón Quesada, y la Cámara lo demostró con la creación del cargo de Vicepresidente de la República y la designación de Francisco Vicente Aguilera para ocuparlo, en un intento de sustituir a Céspedes sin herir la sensibilidad de los insurrectos orientales que sentían un hondo respeto por Aguilera. Por otra parte, la Cámara consultó con la Junta Republicana de Cuba y Puerto Rico y determinaron que cesantear a Céspedes tendría una repercusión desfavorable en el exterior.

Las tensiones entre el Legislativo y el Gobierno aflojaron a lo largo de la segunda mitad de 1870 y el primer semestre del año siguiente. La Cámara carecía de apoyo militar paradeponer a Céspedes. Moría “Moralitos”, el implacable fiscaldel Presidente, y Zambrana, otro de sus enconados adversarios, se amiga con Quesada, y lo expulsan del cuerpo. En Camagüey, centro del Poder Legislativo, la guerra se endurece y no hay lugar para asambleas ni discursos. Sin sosiego para funcionar, la Cámara termina por declararse en receso luego de investir al Presidente de poderes extraordinarios. Los diputados pasan a Oriente y piden protección a Máximo Gómez. Asiste El Viejo ala entrevista que sostienen con el Presidente, y Gómez advierte al Gobierno lo inconveniente de mover con el Ejecutivo 150 hombres “desmoralizados” que comprometen su seguridad. Recomienda al Gobierno reducir su personal a lo indispensable para poder atender con desahogo su subsistencia y seguridad y moverse con la rapidez que exijan las circunstancias. Pide por último que todos los hombres útiles pasen al Ejército y la Cámara recese, “pudiendo sus miembros retirarse a los puntos donde más les conviniera”.

El 25 de septiembre de 1873 la Cámara reanuda sus funciones. Tiene ahora el incentivo de proceder a la destitución del Presidente. Lo acusarán de extralimitación de facultades, nepotismo, lentitud y obstrucción de las elecciones para cubrir vacantes de diputados y de algunos cargos más. El Presidente Viejo, en una larga carta a su esposa que comienza a escribir el día 10 y termina el 23 de febrero, cuatro días antes de su caída en combate, apunta las que él considera como verdaderas causas de su democión: el nombramiento de Manuel de Quesada al frente de la Agencia Confidencial, el interés de la Cámara en inmiscuirse en los asuntos del Ejecutivo, la tentativa de convertir al Presidente de la República en un mayordomo de cada diputado y, como subraya Rafael Acosta de Arriba, la ambición de varios jefes mambises inconformes con sus territorios y con sus atribuciones, y consientes de la resistencia del Presidente a contribuir con un nefasto caudillismo que ya había causado estragos en las repúblicas sudamericanas, una vez obtenida la independencia de España.

El golpe de Estado

Con relación al grave suceso de Bijagual de Jiguaní, dice Enrique Collazo, se cubrieron las apariencias, “pero se echó al aire la semilla que sembrada por malas manos habría de germinar más tarde en las Lagunas de Varona. La ambición, el descontento y los rencores personales se cubrieron con el respeto a la Ley”.

Mientras tanto, qué pensaba el Padre de la Patria. Le han arrebatado la Presidencia, pero, dice Acosta de Arriba, “el vencido en la pugna de poderes no alzó su voz para reclamar, disentir o siquiera protestar”. Escribe: “Es verdad que el acuerdo de la Cámara adolece de nulidad, pero no me toca a mí ventilar esa cuestión...”. Y más adelante: “En esta coyuntura, ¿qué debía hacer yo? Obedecer a lo dispuesto por uno de los artículos de nuestra Constitución que faculta a la Cámara para deponer libremente al Presidente...”. Recapitula Acosta de Arriba: “En fin, Céspedes sabía que un artículo de la Constitución de Guáimaro, el noveno, permitía su deposición por la Cámara cuando esta lo considerase, pero como jurista y constituyente que era, conocía también que el proceso no había sido tan simple y que había habido rejuegos, trampas y falacias leguleyas”. Guarda silencio, sin embargo:

La sesión de la Cámara en la que se destituyó al Presidente de la República en Armas se preparó de antemano, se ensayó como una obra de teatro. En días previos se montó el espectáculo. Se practicaron los discursos, se dispuso quién hablaría primero y quién después, y se distribuyeron las acusaciones que cada cual haría al Presidente ausente.

Dieciséis diputados conformaban la Cámara de Representantes. El 27 de octubre de 1873, cuando deponen a Céspedes en la reunión de Bijagual de Jiguaní, físicamente eran trece. El quorum mínimo permitido por el propio parlamento era de nueve diputados. Nueve fueron los camerales que asistieron a la reunión de destitución. De ellos, solo ocho votaron. Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía, se abstuvo. Dijo o insinuó que no lo haría por “pudor”, pues la democión del Presidente lo favorecía como presidente de la Cámara. Ante la ausencia del vicepresidente Francisco Vicente Aguilera, Cisneros ocupó la presidencia con carácter interino. Aguilera nunca la desempeñó. Jamás volvió a Cuba. El hombre más rico de Oriente moriría en Estados Unidos en la mayor miseria.