El Cristo que no conocía - Carlos Feilberg - E-Book

El Cristo que no conocía E-Book

Carlos Feilberg

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Beschreibung

Estás frente a una clave que permite, a cualquier ser humano, apartarse del sufrimiento inútil. El primer escalón en el verdadero e inimaginablemente gozoso camino de la realización superlativa Humana. Es una llave… Un pequeño cilindro de bronce con algunos dientes. Así de simple… Pero que es capaz de permitir que una puerta se abra. Desde allí se accede a un lugar donde se Vive cada día, cada minuto, como una maravilla. "El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lucas XVII, 20-21). NUESTRA REALIDAD Y DESTINO, DEPENDEN DEL YA MISMO, DE ESTE INSTANTE MÁGICO DONDE TODO PUEDE SUCEDER. DONDE TODO ES NUEVO SI SABEMOS VERLO.

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CARLOS FEILBERG

El Cristo que no conocía

Una enseñanza perdida

Feilberg, Carlos El Cristo que no conocía : una enseñanza perdida / Carlos Feilberg. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3895-6

1. Ensayo. I. Título. CDD A864

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de Contenidos

PRÓLOGO

CAPÍTULO I

El mensaje de la cruz

CAPÍTULO II

Las siete naturalezas de energía de nuestro ser según manifiesta nuestro cuerpo.“La teoría del Abrazo”

CAPÍTULO III

El Puer Aeternus

CAPÍTULO IV

Los siete pecados capitales y el “Puer Aeternus” o “Niño Dios”

CAPÍTULO V

Este momento es la puerta del Cielo

CAPÍTULO VI

Las sonrisas de Cristo

CAPÍTULO VII

Memoria del corazónEl mapa

CAPÍTULO VIII

El moco en el árbol

EPÍLOGO

A mis hermanos,

Y hermanas,

a mis hermanitos,

a mis hijos y mis padres,

al coro humano.

A todos los Ángeles.

A la consciente red

de “trapecista de circo”,

que un metro sobre nuestras cabezas

envuelve al planeta

y propicia

gran parte del acontecer

de nuestra existencia.

A la miríada de seres

que escribimos este libro.

PRÓLOGO

La extraña versión de “El Cristo” que derramo en las próximas páginas, no es de mi autoría absoluta. En la dedicatoria refiero a “la miríada de seres que escribimos este libro”. En efecto, creo a ultranza que nuestra humanidad tiene su propia mente de la cual todos tomamos parte. Esa mente, que de alguna manera es el resultado de la sumatoria de los más de siete mil millones de almas que conformamos nuestra humanidad, no se limita a su sola existencia. Creo también, que el origen de esta imperfecta, peligrosa y violenta raza que nos caracteriza, guarda el modelo primigenio, ese que reconocemos inmediatamente a través de la palabra “humano”. Este “primer Dios” que nos vincula, nos protege, nos guía, nos habla. Mucho de nuestro acontecer diario, tal vez, sea condicionado por este ser, el que es, según creo, una sumatoria de seres… como un coro. Así comprendo que estas páginas no son una obra propia. De hecho, algunos acontecimientos en mi vida fueron propiciatorios de esto mismo. Relato:

En la década del 90 impartía clase de una extraña forma de yoga la que no corresponde explicar, ni justificar sus fundamentos en estos párrafos. Paralelamente participaba con mi hermano Eduardo Feilberg, mi hermano espiritual Alberto Colella, y Mario Torrea de “retiros” en tres de las abadías Benedictinas de Argentina. El caso es que Eduardo, habitante de la ciudad de Quilmes, estaba muy relacionado con la Capilla Benedictina de Ezpeleta, partido de Quilmes. Allí puso dinero y esfuerzo en su construcción hasta la realización final. Entonces decidió crear un “coro de cantos Gregorianos” para lo cual nos reclutó en principio, a quienes compartíamos retiros. Es decir, Alberto, Mario y yo entre otros. A mi vez, en el espacio que usábamos para la práctica de “nuestro Yoga” llamado “Otro Sol, arte y salud”, tuve el impulso de crear un espacio para la “contemplación cristiana”: Contemplación es un término equivalente y más feliz, según creo, que “meditar”. No me extenderé en esto ya mismo. A nuestro salón de clase lo teñí con luz azul. (Hay un relato de Yogananda en el que cuenta que en el momento en que Cristo vino a visitarlo antes de su partida de este mundo, su dormitorio, en el que meditaba se tiñó de un color azul opalino). Coloqué en el frente una imagen del “Cristo Pantocrator” como objeto de observación durante la contemplación. También se acompañaba con música apropiada y cantos como “Cristo color de nube, ven”. Eduardo quiso llevar este formato a la capilla Benedictina de Ezpeleta, pero dijo, “no vamos a sacar los pies del plato, así que vamos a pedir autorización en las abadías”. En principio fuimos a la “Abadía del Niño Dios” en Victoria, en la provincia de Entre Ríos. Y allí tuvimos un encuentro con el Padre Abad Carli Oberti. A él le gustó mucho la idea y nos recomendó consultar con el hermano Paco, Prior de la abadía. (Francisco Robles Muñoz). Tal vez uno de los místicos más importantes de sud américa, y no exagero. Paco nos recibió con mucho entusiasmo y buscó en su biblioteca unos diez libros antiguos místicos cristianos, muchos de ellos de oriente. Nos prestó ese increíble botín. Entonces fuimos a la Abadía Benedictina de Lujan. Allí el padre abad Rivas se mostró muy entusiasta también con el proyecto. Nos derivó con el hermano Guillermo Anaya, un místico equivalente a Paco. (Creo que camina sin tocar el suelo, jaja). A su vez nos prestó con muchas recomendaciones otros diez libros, entre ellos “La Filocalia”. Eduardo no es afecto a leer en papel, lo de él es la compu. Así que me dijo: “Leé vos estos libros y después me contás”. De pronto me encontré sobre mi pequeña mesa de trabajo del dormitorio, veinte libros de la mística cristiana sugeridos por dos eminencias. Allí encontré reflexiones y temperamentos a veces de gran profundidad y otras no tanto, según mi opinión. Se estaba “cocinando” El Cristo que no conocía. Desde la altura me estaban propiciando el camino. Me estaban dando fundamento cierto antes de que imaginara escribir nada. Hasta que finalmente sucedió. Esta costumbre de preguntar “por qué” como los niños me fueron develando (quitando el velo), página a página, los textos que inspiraron este libro.

CAPÍTULO I

El mensaje de la cruz

“¿Querés conocer a los monjes de la abadía Benedictina de Luján? La pregunta a boca de jarro de mi hermano Eduardo no llamó demasiado mi atención. —“¡Dale, acompañame! ¡No pierdas la oportunidad de disfrutar de la paz y el silencio de ese hermoso lugar y lo inspirador de sus ceremonias!”. Aún luego de este “in crescendo” mi rostro no lucía con el entusiasmo esperado: ¡Otra vez tratando de “engancharme” con los monjes esos!... ¡Qué constancia que tiene!... Pensé para mis adentros, luego de un momento le espeté: —De sobra sabes que, si bien fui bautizo, “tomé la comunión” y me casé bajo un techo católico, hoy muy poco tengo que ver con sus rituales y ceremonias. Me declaro “cristiano de Cristo” y punto. Además, te recuerdo que soy “Kriyaban yogui”, incansable lector de arqueología egipcia, amante de la doctrina esotérica de Gurdjieff, esto es lisa y llanamente “cristianismo esotérico”, practicante de las técnicas de Tai-Chi-Chuan, entusiasta lector de filosofías orientales y un declarado hijo de Buda. ¿Qué pueden ofrecer esos monjes católicos que llame mi atención? – Y como para dejarlo sin respuestas agregue: “Las iglesias me aburren”. Eduardo pacientemente respondió: —El viernes es feriado administrativo, si te disponés a una experiencia nueva, podemos ir… los viernes sus ceremonias se interpretan absolutamente en latín… para compensar tu esfuerzo y compañía… después te invito a comer a una parrilla de ruta en la que cocinan unos churrasquitos de lomo de cerdo, que sirven en sándwich de pan francés, ¡exquisitos! ¡Combinan bárbaro con una cerveza casera recién tirada!” —“¿Rubia, o negra?” —pregunté nada más que para enterarme… —¡La que prefieras! —Fue la respuesta… —Bueno… al final de cuentas no me vendría mal conocer algo acerca de esos monjes famosos… ¡Todo el mundo los nombra! ¡Monjes Benedictinos de acá, monjes Benedictinos de allá!... ¿Qué pasa? ¿Están de moda?... escuche decir que el Papa es también Benedictino… “Benedicto XVI” agregó Eduardo calificando tácitamente a mi comentario de redundante. Luego de un moderado silencio proseguí: jueves, 11 de febrero de 2010 total… si me aburro, salgo a caminar por allí, ¡y chau!, algo habrá para ver... Quizás la “santería”. ¡Ah!, aprovechando la oportunidad, podría comprar una botella del popular “licor benedictino” que producen esos misteriosos monjes a partir de setenta y tres hierbas, según dicen… hace un tiempo probé apenas una copita y quedé con el antojo de tomar otra… bueno, podría tener un litro en reserva, para acompañar moderadamente alguna película de televisión…

Pasando muy cerca de la maravillosa basílica de Luján, a un costado del camino que conduce desde la ruta Panamericana hasta la localidad de Jáuregui, se halla la “Abadía Benedictina de Luján”.

Se la encuentra desviando la marcha repentinamente hacia la derecha, en alguna parte de la afilada ruta, sin anuncios previos. Alguien que la busque recorriendo ese camino sin estar bien alerta, seguramente rebasará el lugar, sin acertar a la entrada.

A veinte metros desde el asfalto y luego de cruzar la tranquera de troncos barnizados, generalmente abierta, nuestro viaje sigue por un camino de tierra cubierto de polvo de ladrillo, casi tan prolijamente extendido como en una interminable cancha de tenis en medio de una cerrada arboleda de eucaliptos.

A poco de andar, un pequeño cartel a un costado nos certifica que ya estamos muy cerca del “licor benedictino”; dice con prolijas letras pintadas sobre la madera de barniz: “Abadía Benedictina de Luján”. Más adelante, a unos cien metros desviándose en forma de horqueta hacia la derecha del recto camino principal, y distante otros cien metros, los rojos, los verdes y el azul del cielo enmarcan el blanco de la curiosa forma edilicia de su iglesia y del complejo habitacional de los monjes.

El austero ámbito religioso que allí descubrimos, sorprende y acaricia nuestra alma con su dulcísima paz y cantos de pájaros matutinos en coincidencia con la predicción de Eduardo.

El recinto es amplio, de pisos negros, lustrados, blanco de sobriedad por las paredes que lo envuelven. Un extraño entramado de maderas lustradas sostiene el techo. Poseído de esa sensación de mágica rareza es que recibí aquella primera impresión. De diseño resuelto en cabreadas múltiples, original en su concepción, o al menos, poco común. Sólo un pequeño escalón separa el espacio de los monjes del de los fieles. Una liviana puerta de rejas a dos hojas, construida en arabescos de hierro de finísima hechura, a espaldas del oficiante, guarda el sagrario y dos lámparas votivas. La casi exclusiva imagen que da temperamento al recinto, a tres metros de altura detrás del altar, es una rara y enigmática cruz color verde cemento con Cristo crucificado, también teñido del mismo color. Digo “rara” porque es la primera en su diseño que encuentro entre las innumerables iglesias en las que puse mi pie. De dos metros y medio el madero vertical y la figura de tamaño natural, (Bueno, representa a un hombre de aproximadamente un metro y noventa centímetros de altura), claramente rompe con los diseños tradicionales tan comunes de ver.

Tratando de imaginar las razones de esta curiosa elección, comienzo a sospechar que algunas coincidencias pueden no ser casuales. Lo primero que llamo mi atención es la posición algo inclinada de los brazos con respecto del horizonte y la posibilidad que pueda relacionarse esta circunstancia con el devenir del tiempo. Así descubro con gran sorpresa, que es valedero pensar que seguramente no fueron casuales las razones que inspiraron al artista y especialmente a quienes decidieron su elección para encabezar sus rituales diarios, el adoptar tan particular imagen. No erraremos al suponer que no fue colocada allí “porque la pared se veía despojada” sino con una muy definida intencionalidad. Dando “rienda suelta” a nuestra imaginación, podemos abrir un libro virtual de elevada sabiduría semi oculto en los significados de ese Icono. Es como imaginar que los antiguos artesanos que idearon aquellos murales egipcios, plenos de significado, han vuelto a su tarea. Aquellos, por ejemplo, explicaron desde las formas, aspectos psicológicos humanos. Es como contar lo “incontable”, utilizando un mural o figura… plasmar la propia visión de la realidad superior posible, desde una “metáfora gráfica”. En este caso, un “relato místico” que surge de la concepción de la imagen Crística.

Así pensaba mientras distraídamente miraba al mozo servir mi jarro de vidrio con muy espumosa cerveza casera de un color dorado subido brillando con la dicroica que le caía a plomo. Y claro, a la espera del ya añorado sándwich de Felipe y churrasquito de lomo de cerdo. A mí me gusta con chimichurri. Ajo, perejil, aceite de oliva, vinagre blanco, condimento para pizza… Esas cosas…

Con la vista fija en un camión de hacienda que se acomodaba en el estacionamiento de la parrilla y jugando con un maní salado entre los dientes, comprendí que categóricamente esa misteriosa cruz se erige como un complejo símbolo que interactúa con los concurrentes al lugar. Un mensaje que encierra mil palabras desde la forma humana. Un discurso entretejido en las particularidades de la apariencia que nos penetra silenciosamente por las retinas.

Desconozco absolutamente si el pensamiento de los monjes que habitan esa abadía es coincidente con el mío, o simplemente es una casualidad. Pero guardando el más absoluto respeto y aceptación por su sabiduría y tarea en este mundo, puedo sin embargo jugar a imaginar el simbolismo que encierra esta curiosa figura. En definitiva, un nuevo intento sincero de búsqueda por esclarecer el propio sendero de realización religiosa. Puedo apreciar también, que para esto es necesario un gran esfuerzo por desaferrarse de los preconceptos que nos conforman de alguna manera. Los mismos que construyen una telaraña, que no nos deja crecer. Que nos envuelve, más que una telaraña, una jaula de creencias limitantes. Ideas fijas en el fondo de nuestra mente como, por ejemplo, qué imaginamos que es realmente “Dios”, “quién es Cristo”, “qué es la religión”, qué quiere decir “ser santo”, “qué dicen realmente los evangelios y los libros místicos de todas las religiones a mi alcance”, qué imaginamos finalmente, acerca del significado de nuestra vida. Para poder intentar colocarnos a la altura del soberbio mensaje que está magnifica figura Crística nos ofrece, debemos permitirnos poner en tela de juicio nuestros arquetipos… nuestros paradigmas, nuestras convicciones y certezas. Con absoluta honestidad, intentar comprender y evaluar desde nuestro juicio, con la herramienta que poseemos, de filo relativo. Percibir, a nuestra medida, como es el ideal humano que quieren participar con nosotros quiénes con un esfuerzo quizás de muchos años, plasmaron en ese Ícono su más profunda certeza. Sin duda será de mucho provecho permitirse “jugar” a buscar esta perla semioculta.

Observemos detenidamente esta obra de talla particular, y descubriremos “algo más” que la cruz que conocemos desde siempre. A primera vista, la simpleza de la imagen parecería no sugerir nada extraordinario. Pero no es así, imagino descubrir en ella una “partida de ajedrez”, la que en lugar de tejer “armonías” entre las piezas, nos sugiere aspectos de la pura belleza humana. Claramente me propone un trascendente discurso escrito desde las formas. Veo sin dudar un gigantesco paradigma que nos habla desde su aspecto y color. La imagen antropomórfica de una realidad trascendente. Un elevadísimo discurso con forma humana. Tal vez estas declaraciones parezcan un tanto exageradas y delirantes, pero analicemos juntos:

Es lícito pensar que quien concibió la imagen, por alguna razón que creyó muy importante, eligió los tonos verdosos en lugar de los amarillos o rojos. Detengámonos a observar que la ausencia del color de la carne, el hecho que no se vea sangre sobre su piel y la omisión de algunas heridas notables aceptadas tradicionalmente, como la del pecho o la corona de espinas, ubican a esta escultura, en la intención del autor, fuera del plano de la realidad material. Nos habla de la posible realidad de un ser habitando una dimensión fantástica, trascendente, distinta… Ya no es la cruda representación sangrante de Cristo en el Gólgota, es claramente una figuración.

Acercándole la lupa del discernimiento, podemos suponer también que el devenir del tiempo se halla simbolizado por la posición relativa de los brazos en el madero horizontal. Es claro ver que su línea de horizonte está inclinada. El derecho, ligeramente más alto, debe indicar el futuro y el izquierdo más bajo el pasado respectivamente. En una imagen tan escrupulosamente construida no puede tratarse de un descuido. Es claramente intencional. Cuando usted lee o escribe lo hace de izquierda a derecha, y la mayoría de las personas de nuestro mundo occidental y cristiano hacen lo mismo. Por lo que podemos imaginar que el artista nos quiso mostrar una línea de tiempo de izquierda a derecha. Razón por la cual el preconcepto de que el pasado es lo que está del lado izquierdo (lo que escribí o leí) y el derecho el futuro (lo que escribiré o leeré) es una estructura de pensamiento instalada en nuestra programación mental. Quizás si adelantamos un paso en el pensamiento, la intención de lo que se quiso escribir allí es: “Cristo está en el centro de la historia”, o “Cristo habita el presente, el eterno presente”, es decir el punto medio entre pasado y futuro. El punto medio del brazo horizontal de la cruz.

En efecto, surge con simpleza la observación de que el madero vertical cruza solamente en un exacto lugar a la representación del tiempo, o sea, el madero horizontal, en el punto medio entre pasado y futuro. El presente, el “Eterno Presente” en el que Jesucristo se manifiesta. Si hubiera sido colocado en el punto histórico donde Cristo caminó sobre esta tierra, su garganta se situaría en algún lugar sobre el brazo izquierdo de la cruz, o en el derecho, de acuerdo al criterio con que se considere el inicio de la cuenta del tiempo humano, o historia. Pero no, se encuentra, de hecho, en forma equidistante a los extremos, en el esquivo pero eterno instante presente. Eterno por propia definición. Creo comprender claramente que el presente siempre es “presente”, no deriva. Por ejemplo, “El observador”, que es lo más mío en mí, éste que soy atento a los pensamientos, las palabras, la coherencia de estas páginas. El mismo que cree que “mira” las letras que escribe, siempre habita el presente. Siempre que me detengo a observar es presente. Somos una realidad atemporal “El presente”. Por nuestra proyección hacia el mundo material, (el observador), creemos que coexiste con el tiempo, pero un examen más profundo nos permite apreciar sin lugar a dudas que no deviene ni depende de él1. ¡He allí, el sentido de nuestra inmortalidad! Nuestra confusión puede “livianamente” explicarse a través del conocido caso del cuento de “los palos de luz”2, los que parecen avanzar al ser observados a través de la ventanilla del tren. Si el observador se ubica en la posición de uno de los postes mencionados descubre claramente que lo que avanza es el tren, mientras que el poste permanece “anclado” con respecto al piso.De forma similar, fascinados por nuestra inmersión en el tiempo, no comprendemos nuestra propia naturaleza. Bue… quizás deba “aflojar” con la cerveza casera…

Eduardo levantó la vista demorándole por un momento la existencia en este mundo material a un pobre trozo de chinchulín de cordero que brillaba en sí mismo y en su labio inferior para poder hablar. —¿Y cómo sabes que es así y no algo casual? Digo… tantas cosas raras que ves en la cruz…

—Meneando la cabeza al tiempo que escupía sobre mi puño cerrado un carozo de aceituna exclamé: ¡Vos querés que me coma el león! Dejáme imaginar que es cierto. De todos modos, son demasiadas “casualidades” para que lo sean. Observá cuidadosamente... sus ámbitos son austeros, despojados... no amontonan cosas “porque sí”... especialmente elementos decorativos... prestá atención al hecho de que es la única imagen en todo el recinto. Es cierto que existen algunas más, pero no con la misma relevancia... permanece allí, sobre el altar. Pensá que todos los oficios y las tareas más importantes de esa comunidad suceden a “la sombra” de esa escultura. Y por lo que pude ver, esos religiosos comprometen sin reticencias sus vidas a su tarea asumida veinticuatro horas de cada día de toda su vida, hasta el último aliento... El fundamento de su accionar tiene ciertamente un peso como para no tomar a la ligera. Lo dicho… ¡¡¡NO ES CASUAL QUE ESA IMAGEN ESTÉ ALLÍ!!! ¡Acompañame a descubrir los mensajes que anhela transmitirnos!

Miré por un momento a Eduardo que esquivando unas sillas de mimbre buscaba llegar al baño. Usé su tenedor y el mío para mezclar el aceite de oliva que había derramado sobre el berro. Como un relámpago una nueva idea vino al tejido de mi mente:

Si sólo un punto del madero vertical toca al horizontal y este último representa la escala del tiempo, todos los puntos del primero sobre el nivel del segundo y por debajo trascienden la dependencia del devenir… o indican otra forma de relacionarse con el tiempo, PERO SIEMPRE DESDE EL PRESENTE. Quizás aquel asunto de las once dimensiones “simultáneas y paralelas”… En efecto, ningún punto del madero vertical “se corre” de la referencia que toca en el madero horizontal, “el presente”. Si pusiéramos una luz sobre la cruz, o exactamente debajo, la única sombra que podríamos ver del leño vertical sería su proyección sobre el centro del horizontal. (Si no tendríamos un palo vertical cruzado en diagonal.) Los puntos “hacia arriba hacia abajo” significan la existencia de otras dimensiones de realidad en las que no se es esclavo de lo que denominamos “tiempo” y solamente se relacionaría con este desde el concepto de “presente”. Detengámonos a pensar que determinamos que el devenir del tiempo es una característica de la extensión del madero horizontal, es decir, fuera de él no existe el tiempo, o es otra cosa que no imaginamos. Universos diferentes con un punto de contacto llamado por nosotros “PRESENTE”. Como ocurre en nuestros sueños, en los que acontecen situaciones independientes de nuestro tiempo de reloj. Estos pueden ambientarse y relacionarse con personas que ya no viven, con lugares que ya no están. Es el caso, metafóricamente hablando, de una casa que se recicló para construir otra totalmente diferente y uno en sueños vivencia la que ya no está. Como cuando vuelve a nuestra experiencia de fantasía un paisaje de nuestra infancia, de un lugar lejano. La vivencia de este sueño claramente se independiza del tiempo cronométrico, para permitirnos navegar, como corcho sobre una cascada, en una naturaleza de tiempo diferente. Y del espacio, según lo definimos habitualmente. Puede suceder aquí, en Esquel, Bariloche o París.

La escalera que simboliza la evolución del ser no deviene con el tiempo. El madero vertical. Acontece en otra realidad diferente. Analicemos si el puro amor, o la paz tienen que ver con el tiempo. Nuestra engañosa realidad nos puede llevar a creer que sí. Pero por ejemplo el amor a la madre o al padre, a un hijo o hermano, persiste cruzando edades. Es fácil entender que simplemente “tomando sol” y dejando que el tiempo pase nada sucede con tu ser en lo que a crecimiento humano se refiere. Amor, paz, gozo interior, alegría por la propia existencia. Pero aprovechando el tiempo que utilizamos “tomando sol” para crecer en esas virtudes, las que incluyen la concordia (compartir tu corazón con el resto humano), sí, sucede: tu ser, como brote de una semilla a flor de tierra, se extiende cobrando altura.

—Sí, claro, (dijo Eduardo, con el que habíamos concordado en flan casero mixto, es decir con crema y dulce de leche casero, más una medida de oporto en vaso). Si pudiéramos representar al madero horizontal tal si fuera un huerto apetecible, las hormigas que habitan el vertical solo podrían llegar a él a través del punto de unión… el presente, según vos… además la hormiga “reina” y los zánganos seguramente se alojarían en el lado superior del palo y las obreras en el inferior...

—¡Sorprendente tu razonamiento, Eduardo! ¡Deberías tomar cerveza casera más seguido! Tu comentario me ayuda a encontrar algún significado más: Si metafóricamente hablando fundiéramos en una sola pieza al cuerpo humano y la cruz, el madero vertical representaría la escala del ser. Observá que el propio madero horizontal es perfectamente perpendicular al vertical, separándose de la intencionalidad manifiesta en los brazos (la proyección de los brazos es inclinada, la del madero no), indicando la línea del horizonte, delimitando lo material en contraposición de lo etéreo, en el simbólico cuerpo Crístico. Basta recordar el formidable espectáculo de un campo abierto o el propio mar para entender claramente que la tierra se observa bajo el horizonte, el aire, el cielo azul, por encima. En efecto, “como con tus hormigas” es posible imaginar una escala de jerarquías del ser, que va en aumento desde los pies hasta la cabeza. “Debajo del horizonte” indicaría en el cuerpo de la imagen, la natural condición de la carne, de lo denso, sufriente. Más oportunamente dicho, la forma de existencia entre la euforia y el dolor. Hacia arriba de la línea del horizonte, lo liviano, sutil, glorioso... la sonrisa...

Eduardo lanzó una carcajada al tiempo que involuntariamente escupía partículas del queso duro que masticaba en ese momento, apurando el último trozo del platito aún después del flan. Tosiendo dijo: —Puede ser cierto que los monjes quieran dar un testimonio de su pensamiento a través de esta imagen… pero tu imaginación es realmente frondosa... ¿Te drogas?... – No... —dije dubitativo— pero solamente sé que soy propenso a cualquier cosa... fumé cigarrillos rubios con filtro por más de veinte años... - ¿Tomamos café? ¿Jarrito? (dijo finalmente Eduardo). – Sí, claro -respondí-. Irlandés para mí... —¡Sí, sí! Que sean dos...

Dejemos todo esto allí por ahora, como aquel aviso publicitario del dentífrico que vimos en la pared al pasar. ¡¡Pero de todos modos abrámonos a sospechar que puede haber algo o alguien!!... que no se sirve del tiempo para existir ni del espacio tal cual lo conocemos... Solo juguemos a imaginar que el cuerpo Crístico proyectado al madero vertical indica el “nivel de ser” humano posible. Y el horizontal, aquello que llamamos “todo nuestro tiempo”, el tiempo de Cristo en nuestra humanidad, “entre palma y palma”.

Ya que el madero horizontal simboliza a “nuestro tiempo”, puestos a imaginar, podríamos afirmar que el nivel global de “nuestra Humanidad” pertenece a las características propias de “la garganta”, el madero está a esa altura de la imagen. Es decir, en nosotros prepondera lo que se conoce como “lecto comprensión”, la lógica de las palabras, los procesos intelectuales propios de la lógica...

Reflexionando en estas suposiciones descubro un nuevo elemento que surge de su propio peso: Justo en el cruce de los maderos se ubica la garganta de Cristo, su verbo en el presente, eterno presente. “Siempre está allí”, hablando a nuestra humanidad o nivel humano. Indicando el eterno valor de la doctrina del amor que lleva al perdón o del perdón que lleva al amor, (calificando alguna particularidad sobresaliente del perdón como la actitud “neutra” de corazón, inmanencia de “La Paz”). No creo que se pueda perdonar si no se ama y no se pueda amar si no se perdona. Entre otras particularidades que nos es permitido vislumbrar de la suprema realidad, amor y perdón se parecen a la conjunción del hidrógeno y el oxígeno, los que juntos se transforman en agua, para cuyo fin resultan “inseparables”. Es revelador analizar el significado de la palabra “perdón”, más allá del “Yo te perdono, hermano” (claro acto intelectual de soberbia). Describiré, en lo posible, el luminoso calidoscopio de la palabra “perdón” que imagino, avanzando estas páginas.

Deseo definir concluyentemente, una vez más, ya resultando tristemente reiterativo, la razón por la que digo “Su verbo en el eterno presente”. El eje vertical, a pesar de su longitud, sólo puede manifestarse sobre el horizontal en un único punto, “el cruce”. Por lo que para “alguien que camine” por el eje horizontal (el tiempo) sólo se topará en el vertical con la garganta de Cristo, “el verbo”, su palabra, en el centro de pasado y futuro, el presente. Y como analizaremos en páginas próximas, sin resultar ya necesario, el presente es siempre presente, no deviene.

Ya frente a mi computadora desgrabo estas y otras reflexiones registradas en mi mp4 durante el día del sándwich de lomito de cerdo:

El Glorioso halo de luz que rodea la cabeza parece brotar desde una posición algo más elevada que la garganta, desde la nuca. Allí se encuentra la médula oblonga, la base del cerebelo, lugar denominado por grandes maestros hindúes, como Paramahansa Yogananda, “la boca de Dios”, o sitio de entrada de Energía Cósmica. Suponiendo, claro está, que la vida que anima a la carne es de naturaleza etérea, cósmica, y se vuelca en nuestro cuerpo como un vaso en la playa que recibe el agua de las olas que rompen en la arena. Doy fe, que en ese lugar de la nuca es posible escuchar claramente durante la práctica de la “Técnica de OM” que enseña Yogananda, el sonido cósmico.

En mi caso, lo escuché como “el rodar de un cilindro de cemento sobre el cemento”... un sonido “sordo”, grave. Es lo mejor que se me ocurre para explicarlo