El día soñado - Stacy Connelly - E-Book

El día soñado E-Book

Stacy Connelly

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Los nervios de antes de la boda eran habituales, pero… ¡ella no era la novia! Como organizadora de bodas, la tarea de Kelsey Wilson consistía en asegurarse de que la boda de su prima fuera como la seda, el éxito de su empresa dependía de ello. Pero ¿cómo iba a conseguirlo ahora que Connor McClane había vuelto a la ciudad? El guapísimo detective tenía sus razones para impedir que la boda se celebrara. El problema era que había conseguido que Kelsey empezara a soñar con ser ella quien caminara hacia el altar. Y eso era una locura; Connor y ella no encajaban en absoluto. Sin embargo, ¿por qué se sentía tan bien cuando la tomaba entre sus brazos?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 229

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Stacy Cornell

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El día soñado, n.º 1860- enero 2022

Título original: Once Upon a Wedding

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-591-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO puedo creer que esté haciendo esto», pensó Kelsey Wilson mientras corría por el aeropuerto tan rápido como le permitían su falda recta y zapatos de tacón bajo. Su enorme bolso le golpeaba el costado con cada paso. La correa se enganchó en un mechón de cabello pelirrojo, que se había escapado de su recatado moño, y tuvo la sensación de que alguien la había agarrado para impedirle realizar su tarea.

«La familia cuenta contigo, Kelsey», la voz de su tía resonó en su mente. «Ya sabes lo que puede ocurrir cuando una mujer se enamora del hombre equivocado».

Kelsey no había necesitado el recordatorio de su tía Charlene. Tenía a su madre como ejemplo. Olivia Wilson lo había entregado todo por un hombre que la había abandonado. Olivia tenía dieciocho años cuando conoció a Donnie Mardell, el padre de Kelsey, aunque ella no pensara en él como tal. Donnie le había prometido a Olivia amor eterno y liberarla de sus estrictos padres, y ella había creído cada palabra. Cuando su padre la obligó a elegir entre su familia y Donnie, Olivia eligió a Donnie. Pero mientras la mente de Olivia veía corazoncitos y estrellas, la de Donnie veía dólares. Cuando los Wilson le ofrecieron dinero para que abandonara la ciudad, lo aceptó sin tener en cuenta a su novia y al bebé que llevaba dentro.

En cambio, Emily, la prima de Kelsey, no se había enamorado de un hombre inadecuado. Hijo único de una adinerada familia de Chicago, Todd se había instalado en Scottsdale para crear su propia empresa e incrementar su considerable fortuna. Además, era guapo y agradable; Charlene no habría podido elegir a un yerno mejor.

Kelsey llevaba dos meses trabajando sin descanso para organizar la boda perfecta. El vestido, las flores, la música, la tarta… Lo había hilado todo con precisión equiparable a la del encaje irlandés hecho a mano del velo de Emily. Pero Kelsey sabía lo delicado que era ese encaje. Una mala puntada y todo podía desmoronarse.

Se negaba a que ocurriera eso.

Necesitaba que la boda fuera fantástica. Su reputación profesional dependía de eso: la boda de su prima lanzaría su empresa al estrellato. Había estado tan segura de su éxito que había dado el enorme paso de invertir casi todos sus ahorros en la fianza y alquiler de una pequeña tienda, en Glendale. Al fin y al cabo, su tía y su tío eran gente rica e influyente, con amigos del mismo nivel. Cuando los invitados vieran el resultado de su trabajo, Bodas Amor florecería.

Y, lo que era aún más importante, sus tíos verían que ella podía triunfar, que no era sólo la pariente pobre que habían acogido. Tenía dieciséis años cuando su madre falleció, tras admitir que no era hija única, tal y como le había hecho creer. Olivia tenía un hermano mayor, una cuñada y dos sobrinas; que se convirtieron en la única familia de Kelsey.

—Mantén la cabeza bien alta —le había susurrado Olivia a Kelsey. A pesar de estar pálida y demacrada, sus ojos brillaban con el orgullo que, a los dieciocho años y embarazada, la llevó a abandonar a su familia—. No has crecido como una rica Wilson, pero les demostrarás que eres una jovencita impresionante.

Kelsey, con las lágrimas quemándole la garganta, había prometido hacerlo. No había imaginado lo difícil que sería cumplir esa promesa.

Pero, por fin, ocho años después, tenía la oportunidad de cumplir su palabra. Kelsey era la organizadora de bodas perfecta: organizada, eficiente y detallista. Lo que había aprendido organizando las citas médicas de su madre, supervisando su medicación y enfrentándose a la compañía de seguros, le había servido para manejar a empresas de catering, músicos, fotógrafos y alguna que otra novia dictadora.

Todas las bodas que acababan en un «sí quiero» eran un tributo al recuerdo de su madre, y el de la de Emily significaría más que cualquier otro. Pero antes de que Emily dijera sus votos, Kelsey tenía que ocuparse de un problema serio.

Nerviosa, Kelsey se quitó el bolso del hombro. Abrió la cremallera y sacó la agenda donde, junto con todos los detalles de la boda, había apuntado los datos del vuelo. Según el tablero informativo, el vuelo de Los Ángeles llegaría a su hora.

Connor McClane estaba de vuelta en la ciudad.

Kelsey pasó a la primera página de la agenda y sacó una foto. Según su tía, la foto tenía diez años, lo que justificaba los bordes gastados y las arrugas. Kelsey temía que hubiera otra razón. Se preguntó cuántas veces había mirado Emily esa foto, pensando en lo que podría haber sido.

Kelsey no había conocido al ex novio de su prima, el epítome del chico malo, pero la foto lo decía todo. Connor McClane apoyado en una motocicleta, con los brazos cruzados y vestido de negro de pies a cabeza: botas, vaqueros y camiseta ajustada sobre el musculoso pecho. Pelo largo y oscuro, una sombra de barba en el mentón y gafas de sol de espejo, completaban el conjunto.

Kelsey veía cuanto necesitaba ver en esa foto, excepto el color de los ojos de Connor McClane. Ese hombre implicaba problemas, tantos como Donnie Mardell. Kelsey lo sabía, igual que sabía que Connor era el hombre más atractivo que había visto en su vida.

Guardó la foto y la agenda en el bolso y fue a la sala de desembarque. Él ya tendría veintinueve años, cuatro más que ella. Supuso que no tendría la suerte de que hubiera envejecido mal o se hubiera quedado calvo.

«Una barriguita cervecera», pensó cruzando los dedos mentalmente. Eso estaría muy bien.

Pero cuando vio al hombre moreno que llegaba por el pasillo, le dio un vuelco el corazón. Ni rastro de arrugas, calvicie o barriga: era pura perfección masculina. Se le secó la boca.

Connor McClane parecía haber saltado de la foto que había visto. Camiseta, vaqueros, botas y gafas de sol; no había cambiado nada.

Kelsey intentó tragar saliva. Una, dos veces.

—¿Señor McClane? —dijo, ronca.

—¿Sí? —se detuvo para mirarla. Kelsey sólo pudo pensar que seguía sin saber de qué color eran sus ojos. Marrones, quizás, a juego con el color caoba de su pelo y piel bronceada. O azules, lo que supondría un vívido contraste con su tez.

Una ceja oscura se alzó por encima de las gafas de sol de espejo, recordándole que tenía que contestar. El rubor tiñó sus mejillas.

—Ejem, señor McClane…

—Mi nombre ya quedó claro. ¿Quién eres tú?

—Me llamo Kelsey Wilson.

Su sonrisa aceleró el pulso de Kelsey. Él inclinó la cabeza y examinó su rebelde cabello rojo, la piel pecosa que ella se esforzaba por disimular y los kilos de más que intentaba esconder bajo la falda color caqui y la blusa holgada. Kelsey se vio reflejada en las gafas de espejo: una imagen distorsionada de sí misma, mucho más baja y ancha, que no le hizo ninguna gracia.

Si hubiera sabido que su tía iba a encomendarle esa misión, se habría puesto otra cosa; una armadura, por ejemplo. Imaginó qué se habría puesto Emily para recibir a su ex novio, pero desechó la imagen por inoperante. El estilo muñeca Barbie no encajaba con ella.

—Caramba —Connor se quedó parado en medio del pasillo—. Los Wilson han enviado un comité de bienvenida. Si hubiera sabido que tendría esta recepción, tal vez habría vuelto antes.

—Lo dudo —farfulló Kelsey.

Connor McClane había planificado su regreso a la perfección, volvía para arruinar la boda de Emily. La tía Charlene estaba segura de ello. Kelsey sólo sabía que su prima había estado a punto de tirar su futuro por la borda por ese hombre; y entendía que Emily sintiera la tentación de hacerlo de nuevo.

—No subestimes tu atractivo —dijo él. Aunque ella no podía verlo tras las gafas de sol, tuvo la sensación de que le había guiñado un ojo.

—Mi atractivo no viene al caso —Kelsey enderezó la espalda—. Estoy aquí para…

«Mantenlo alejado de Emily, Kelsey. Me da igual cómo lo hagas, ¡pero mantén a ese hombre lejos de mi hija!».

—Para hacer, ¿qué, Kelsey Wilson?

Dijo su nombre con voz grave y seductora. A Kelsey se le ocurrieron muchas cosas que hacer, que su tía Charlene no habría aprobado. O tal vez sí; no sabía hasta dónde esperaba que llegase para alejarlo de Emily.

—Para recogerte —contestó, esbozando una sonrisa edulcorada—. Vamos a recoger tu equipaje.

—Lo llevo todo conmigo —dijo Connor, dando un golpe a la bolsa que colgaba de su hombro.

Kelsey la miró y se preguntó si llevaría allí su ropa de vestir. Tal vez pensaba ir a la iglesia en moto, con cazadora de cuero y vaqueros, igual que cuando dejó el pueblo diez años antes.

—Traes poco equipaje. No debes pensar quedarte mucho tiempo —dijo. Su tono debió denotar esperanza, porque Connor soltó una risita.

—Me quedaré el tiempo que haga falta —dijo, echando a andar con grandes zancadas—, pero bastaran unos cuantos días.

Kelsey tomó aire antes de hacer la pregunta de rigor.

—Unos cuantos días, ¿para qué?

—Para impedir que Emily se case con el hombre equivocado.

 

 

Connor no había sabido qué esperar a su llegada. Le había dado a Emily los datos del vuelo con la esperanza de que fuera al aeropuerto. Quería hablar con ella a solas, sin su familia y su prometido. Pero no le habría sorprendido encontrar allí a todo el clan Wilson, como un pelotón de fusilamiento. Sin embargo, no había esperado que lo recibiera una pelirroja diminuta.

—¿Por cierto, quién eres? —preguntó, pero la mujer no estaba a su lado. Miró hacia atrás.

Kelsey estaba inmóvil, con los ojos marrones muy abiertos y expresión de horror. No se parecía nada al resto de los Wilson y eso picó su curiosidad. Como él, no encajaba en los elegantes clubs de campo que frecuentaba la familia.

«Una Wilson inadaptada, que mira desde afuera», pensó. Sus miradas se encontraron. Sintió un escalofrío de conexión y lo desechó.

—¿Vienes o no?

—No pensarás que puedes volver después de diez años y retomar la situación donde la dejaste, ¿verdad? —el rubor de sus mejillas ocultaba sus pecas—. ¡No eras bueno para Emily entonces y tampoco lo eres ahora!

Viniendo de una Wilson, sus palabras no podían considerarse un insulto. Además, no tenía ninguna intención de retomar la relación donde Emily y él la habían dejado. Había cometido el error de pensar que Emily y él tenían un futuro juntos, y no iba a repetirlo. Emily había buscado a alguien que la rescatara de la vida que sus padres habían diseñado para ella, y él había sido lo bastante joven como para creerse un héroe.

Connor había madurado, sabía que no era el héroe de nadie. Aun así, las palabras de Kelsey atizaron su resentimiento.

«Despreciable. Inútil. Alborotador», había gritado Gordon Wilson cuando descubrió a su hija saliendo a escondidas para verlo. Connor, que de niño había recibido más de un golpe de su padre, se enfrentó al hombre con arrogancia.

Pero las palabras secas y cortantes de Charlene Wilson pusieron fin a su pose de gallito de pelea.

«Desde que Emily nació, sólo ha tenido lo mejor», le había dicho con voz gélida—. Le hemos dado el mundo. ¿Qué ibas a poder darle tú?

Él había intentado darle libertad, la oportunidad de vivir su vida sin inclinarse ante las expectativas de su familia. Si alguien le hubiera dado esa oportunidad a su madre, las cosas habrían sido distintas y tal vez seguiría viva. Pero cuando tuvo que elegir, Emily no lo eligió a él. Tomó el camino fácil y, al final, él había hecho lo mismo. Pero no volvería a fallar. Estaba allí para ayudar a Emily, pensara lo que pensara la escultural pelirroja que tenía ante él.

—Mira, seas quien seas, no me conocías entonces y no me conoces ahora. No tienes ni idea de para qué soy bueno —agachó la cabeza y bajó el volumen de su voz, para no llamar la atención.

Estaba lo bastante cerca de Kelsey para captar un leve aroma a canela. Ella palideció y las pecas destacaron claramente en su piel. Connor metió las manos en los bolsillos para no trazar una estrella en su mejilla, siguiendo las pecas.

—Sé cuanto necesito saber —sus ojos chocolate destellaron—. No eres bueno para Emily. Nunca lo fuiste… —vio que Connor miraba por encima de su hombro—. ¿Qué haces? —exigió.

—Asombroso. No se ven las cuerdas.

—¿Qué cuerdas?

—Las que utiliza Charlene Wilson para controlarte.

—Tía Charlene no me controla.

Él no recordaba haber oído a Emily mencionar a una prima, pero no solían hablar de genealogías.

—Es curioso, porque suenas igual que ella.

—Porque ambas queremos proteger a Emily.

Él estaba allí precisamente para hacer eso mismo. Puso rumbo hacia el aparcamiento.

—Yo también.

—Ya —Kelsey tenía dificultades para seguirle el paso y Connor acortó la zancada—. ¿De quién crees que tienes que protegerla?

—De Charlene. De ti —siguió antes de que Kelsey pudiera protestar—. Sobre todo, de Todd.

—¿De Todd? Eso es ridículo. Todd quiere a Emily.

Connor había visto lo que un hombre podía hacerle a una mujer en aras del amor. Lo había visto y había sido incapaz de evitarlo… Desechó los oscuros recuerdos de su madre y de Cara Mitchell.

—Todd no es el chico de oro que los Wilson creen. Ese tipo es mal asunto.

—¿Cómo ibas a saberlo tú? —lo retó Kelsey, mientras salían al soleado exterior—. Mi coche está por aquí.

—Lo supe en cuanto lo vi —contestó Connor, siguiendo a Kelsey hacia el aparcamiento.

Ella se detuvo de repente y estuvieron a punto de chocar. Cuando se dio la vuelta, su hombro rozó el pecho de Connor, y él pensó que esa mujer encajaría perfectamente en sus brazos.

—No conoces a Todd —ella estrecerró los ojos.

—¿Cómo lo sabes?

—Emily me lo habría dicho —farfulló. Fue hacia un coche que casi se fundía con el gris del suelo de cemento.

A juzgar por la discreción de su vehículo y de su ropa, parecía que Kelsey Wilson era una mujer a quien le gustaba pasar desapercibida. Pero Connor estaba acostumbrado a fijarse en los detalles. Habría apostado a que el brillante cabello que llevaba recogido en la nuca era más largo y rebelde de lo que parecía. Y la ropa informe no conseguía ocultar sus impresionantes curvas.

—Si Emily te lo cuenta todo, entonces sabrás que Dunworthy y ella pasaron un fin de semana en San Diego hace poco, ¿no? —esperó a que Kelsey asintiera—. Conduje hasta allí para verlos y cenamos juntos. ¿Emily no lo mencionó?

—Hum, no —admitió Kelsey con desgana.

—Me pregunto por qué. ¿Tú no? —la presionó.

No había mucho que contar al respecto, pero no iba a admitirlo. Había creído que no volvería a ver a Emily. Pero cuando se enteró de que iba a casarse, le pareció que llamarla y darle la enhorabuena serviría para dejar el pasado atrás. Lo último que había esperado era que Emily lo invitara a cenar con ella y su prometido cuando estuvieron de vacaciones en California. Había aceptado, pensando que la reunión lo libraría de sus remordimientos. Si Emily había encontrado a Don Perfecto, eso justificaría que él se hubiera marchado de Scottsdale.

Pero en la cena, Connor no vio a una mujer que hubiera crecido, madurado y encontrado su lugar en la vida. En los ojos de Emily vio la misma mirada atrapada que cuando se habían conocido; una mirada que no podía ni quería ignorar.

 

 

Kelsey tenía las manos en el volante y la vista en la carretera, pero era demasiado consciente de Connor McClane para prestar atención a los edificios, carteles y señales. El aire acondicionado le llevaba el aroma marino y fresco de su loción para después del afeitado. Su enorme cuerpo apenas cabía en el asiento del pasajero. Cada vez que sus brazos se rozaban, se le aceleraba el pulso.

Había tenido razón al pensar que el hombre era peligroso, y no sólo para el futuro de Emily sino también para su propia paz mental.

—Es increíble cuánto ha crecido la ciudad. Tantas carreteras y casas nuevas… —Connor miró una señal—. Eh, toma la siguiente salida.

Kelsey obedeció, deseando poder dejarlo en un hotel y dar por cumplido su deber familiar. Por desgracia, no bastaba con hacer de chófer. Connor había admitido que pretendía arruinar la boda de Emily. Si no se lo impedía, su negocio se iría a pique. Nadie iba a confiar en una organizadora de bodas que no conseguía llevar a buen puerto la boda de su prima.

—¿Adónde vamos? —preguntó. Sentía pánico.

—La familia de mi amigo Javi tiene un restaurante por aquí. La mejor comida mexicana que has probado en tu vida.

—No me gusta la comida mexicana.

—Pobre Kelsey —movió la cabeza—. No te va lo picante, ¿eh?

Ella lo miró de reojo. Seguía luciendo las malditas gafas, pero imaginó lo que pensaba. Había vuelto para reconquistar a Emily y demostrar a los Wilson que lo habían subestimado diez años atrás. Entretanto, podía pasar el rato flirteando con ella. Sin saber por qué, la idea le dolió, aunque no era la primera vez que un hombre la había utilizado para intentar acercarse a su bella y deseable prima.

—Digamos que he salido chamuscada antes.

Tras un breve silencio, Connor volvió a hablar con tono amistoso y sin deje seductor.

—Este sitio te gustará —se rió—. No sabes cuántas veces he comido aquí. Si no hubiera sido por la señora Delgado…

A Kelsey la intrigó la calidez y gratitud que captó en su voz. No parecía hablar sólo de comida. Entró al aparcamiento.

El restaurante era una vieja hacienda de estuco, de techo plano y entrada arqueada, pintada de color terracota. En el porche había enormes macetas llenas de plantas resistentes al calor: vincas rosas y blancas, gazanias amarillas y grupos de cactus.

Kelsey seguía al volante cuando Connor bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Desconcertada por su caballerosidad, agarró el bolso y aceptó su mano, deseando que Connor no adivinara cuánto la sorprendía el gesto.

Él la condujo por el camino de mosaico rojo, verde y amarillo que cruzaba la gravilla, sin soltarla. Kelsey sentía su palma dura y masculina, pero en absoluto callosa, en la suya.

Cuando abrió la puerta de madera tallada, él le soltó la mano y puso la suya en su espalda. Ella se estremeció de arriba abajo. Ese leve contacto no debería excitar todas sus terminaciones nerviosas, y menos aún hacer que su mente se desbocara con imágenes de esa mano en su espalda desnuda.

Desesperada, miró a su alrededor. Había una docena de mesas redondas en el centro de la habitación y otras cuadradas junto a las paredes. Olía a pimientos a la brasa y a especias.

—¿Qué te parece? —Connor agitó la mano, señalando las paredes de colores vivos, las piñatas que colgaban del techo y los tapices de lana.

Se quitó las gafas de sol. Sus ojos no eran marrones ni azules, sino de un verde glorioso. A Kelsey le recordaron la primavera y el frescor de la hierba cubierta por el rocío. Sin gafas, Connor McClane parecía más joven, asequible y bueno.

—¿Ha cambiado?

—No, está exactamente igual. Como debe ser —afirmó él con determinación. Kelsey se preguntó si alguien había amenazado con cambiar ese restaurante tan importante para sus amigos.

—Buenas tardes. ¿Mesa para dos? —preguntó una joven que lucía una blusa campesina roja y una falda blanca con volantes.

—Sí. ¿Está la señora Delgado?

Kelsey se quedó atónita al oír a Connor hablar en español. No entendía una palabra, pero su voz la acariciaba como chocolate caliente.

«¡Cuidado! Connor McClane ha regresado por una sola razón. Y no eres tú», se dijo.

La camarera los llevó a una mesa de rincón. Kelsey acababa de sentarse cuando una voz masculina resonó en la sala.

—¡Mira quién anda por aquí! —un guapo hombre hispano, vestido con camisa blanca y pantalones caqui, se acercó a la mesa.

Connor se levantó y le dio una palmada en la espalda.

—¡Javi! ¡Me alegro de verte!

—¿Qué tal la vida en Los Ángeles?

—Bien. ¿Cómo está tu madre? La camarera dice que hoy no está aquí.

—Está medio retirada, así que sólo viene a patearme el trasero la mitad de los días —se rió Javi.

—Creí que nunca bajaría el ritmo.

—Esto significa mucho para ella. Aún no sé cómo agradecértelo.

—Olvídalo, amigo —interrumpió Connor—. No es nada comparado con lo que tu familia ha hecho por mí a lo largo de los años.

Kelsey se preguntó si intentaba ser modesto, aunque no cuadraba con lo que sabía de él. Su expresión denotaba más culpabilidad que orgullo.

—No pienso olvidarlo, y encontraré la forma de pagártelo —insistió Javi—. ¿Quieres quedarte en mi casa mientras estés aquí?

—No, gracias. Tengo habitación en un hotel —se volvió hacia Kelsey—. Javi, quiero presentarte a alguien. Javier Delgado, Kelsey Wilson.

Javi dio un respingo al oír el apellido.

—Hay gente que no aprende nunca —dijo, lanzando a Connor una mirada de advertencia. Sus ojos oscuros destellaron y sonrió—. Es un placer conocerla, señorita. Cuide de él, ¿quiere? No es tan duro como cree ser.

—Lárgate —Connor le dio un golpe en el hombro y volvió a sentarse—. Y tráenos comida. Me muero por una enchilada de tu madre —le devolvió la carta sin abrirla—. ¿Y tú, Kelsey?

—Hum, no estoy segura —la carta estaba en español a la derecha y en inglés a la izquierda, pero a pesar de la traducción, no sabía qué pedir.

—Tráele una quesadilla de pollo, con crema agria y guacamole. Y beberemos margaritas.

—La mía sin alcohol —dijo Kelsey. Ya era bastante malo que hubiera pedido su comida, no necesitaba que pidiera su bebida, y menos una cargada de tequila, que se le subiría a la cabeza.

—Dos margaritas, una de ellas virgen —dijo Connor con un guiño.

Kelsey se puso roja como un pimiento.

—Eso está hecho —Javi fue hacia la cocina.

Connor se recostó y miró a su alrededor. Su boca se curvó con una sonrisa de nostalgia.

—He echado de menos este lugar.

—¿Y por qué no has vuelto antes? —preguntó Kelsey, curiosa a su pesar.

—Nunca tuve una razón para hacerlo, supongo.

—Hasta ahora, que vienes a colarte en la boda de Emily —dijo ella con tono plano.

Él apoyó los musculosos antebrazos en la mesa, acortando la distancia entre ellos. Su sonrisa dio paso a una expresión de tozudez.

—En primer lugar, no habrá boda. En segundo, si la hubiera, no me colaría. Estoy invitado.

—¡Invitado! —sorprendida, se echó hacia atrás—. ¿Quién…? —gruñó al ver el brillo de los ojos esmeralda—. ¿En qué estaría pensando Emily?

—Expresó sus pensamientos con toda claridad.

Connor se metió la mano en el bolsillo trasero, sacó una invitación y se la ofreció, retador. Ella la agarró, casi temiendo leerla. La caligrafía infantil de Emily cruzaba el papel de vitela color crema.

 

Por favor, di que vendrás. No puedo imaginarme el día de mi boda sin ti.

 

Era peor de lo que había supuesto. Casi parecía una proposición. Se preguntó si Emily tenía la esperanza de que Connor impidiera su boda.

—Vale —dijo, intentando quitarle importancia—, Emily te ha invitado.

—No es una invitación. Es un grito de socorro.

—Es… un punto final —dijo ella, consciente de la debilidad de su argumento—. Emily ha seguido con su vida y espera que tú hagas lo mismo.

—¿Qué te hace pensar que no lo he hecho?

—¿Estás casado? ¿Comprometido? ¿Tienes una relación seria? —lo presionó.

Cada negativa le confirmó que no había olvidado a Emily. Kelsey no podía culparlo. Su prima era bellísima, exterior e interiormente. Kelsey sabía bien lo lejos que era capaz de llegar un hombre para entrar en su vida.

—No hay ninguna razón para que no esté aquí, Kelsey —dijo Connor, quitándole la invitación.

Allí, en Arizona, para impedir la boda, se recordó Kelsey. No allí con ella. La llegada de la camarera con las bebidas la libró de contestar.

—Por las nuevas amistades —Connor alzó su copa de margarita.

—¿Y por los viejos amores? —le contestó, burlona, chocando su copa con la de él.

—Mejor por las viejas amistades… y los nuevos amores —corrigió él, risueño. Aprisionándola con la mirada, alzó la copa y tomó un sorbo. Dejó escapar un ronroneo de placer. El sonido pareció vibrar, salir de su cuerpo e introducirse en el de ella—. No sabes lo que te estás perdiendo —dijo, relamiéndose.

Ella lo sabía bien. El sabor del beso de un hombre, la reminiscencia de su olor en la ropa, la sensación de un cuerpo duro contra el suyo. Se preguntó cuánto tiempo hacía que un hombre no le robaba el aliento, la cordura. Semanas, meses… más bien años.

Era extraño que no hubiera echado en falta nada de eso hasta que vio a Connor McClane en el aeropuerto. Entonces había sentido el primer pinchazo de ¿soledad? ¿lujuria? No lo sabía.

—¿No vas a probarlo?

Miró la boca de Connor y, durante un segundo, se imaginó inclinándose sobre la mesa para probar el tequila de sus labios.

—Kelsey, ¿no bebes? —gruñó él. Su mirada ardiente dejó claro que sabía que ella estaba sedienta, pero no precisamente de margarita.

Ella pensó que si vaciaba la copa de un trago, tal vez su mente se helaría y su cuerpo se refrescaría. Tomó un sorbo de la mezcla ácida y fría, con poco éxito.

Connor McClane superaba con creces a una copa helada y sin alcohol.

—No puedes aparecer de repente y decidir qué es lo mejor para Emily —afirmó, dejando la copa en la mesa—. Da igual que no te guste Todd. No eres tú quien va a casarse con él. La opinión de Emily es lo único que importa.

—¡Ya! —Connor soltó una carcajada—. ¿Cuánto crees que importó su opinión cuando salíamos?

—Eso era distinto.

—Sí, porque yo era un don nadie de mala sangre, en vez de un adinerado empresario de alcurnia con el sello de aprobación de los Wilson.

Kelsey controló su expresión para no demostrar cuanto la afectaba su definición de «don nadie de mala sangre». Se preguntó qué pensaría Connor McClane si supiera que ella tenía más en común con él que con sus ricos primos. Pero se liberó de la sensación. Daba igual qué tuvieran en común; estaban en bandos contrarios.

—¿No se te ocurrió que los padres de Emily creían que era demasiado joven? Acababa de dejar el instituto y sólo hablaba de fugarse contigo.

—Exactamente.

—¿Eh? —Kelsey movió la cabeza. Había esperado una vehemente refutación.

—Puede que entonces estuviera ciego, pero he aprendido un par de cosas —sonrió de medio lado—. Emily siempre fue una buena chica que no dio problemas a sus padres. No fumaba, ni bebía ni tomaba drogas. Nada de tatuajes o piercings.

—Por supuesto que no.

Desde que Kelsey se había instalado con sus tíos, había vivido a la sombra de su prima. Sabía lo perfecta que era Emily; su aventura con Connor era el único error que demostraba que era humana.