El sabor de tus besos - Stacy Connelly - E-Book
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El sabor de tus besos E-Book

Stacy Connelly

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Beschreibung

Estaba acostumbrada a cuidar de los pacientes… ¡no a ser uno de ellos! Jarrett Deeks sabía cómo salvar a un caballo, pero las mujeres de ciudad, como Theresa Pirelli, estaban fuera de su alcance. No obstante, un beso suyo le había hecho tambalearse mucho más que cualquier toro. Se veía reflejado en ella: un poco magullado y muy solo. Después de curarla no iba a poder dejarla marchar. Pero ¿cómo podía convencerla de que se quedase con él? Pasar unas semanas en el rancho que Jarrett tenía en California le pareció a Theresa lo ideal para recuperarse de un accidente, pero el sexy vaquero iba a volver a desequilibrarla completamente.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Stacy Cornell

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El sabor de tus besos, n.º 106 - octubre 2015

Título original: Romancing the Rancher

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7302-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Sabes que puedes quedarte con nosotros.

Theresa Pirelli apartó la mirada de las altas secuoyas que se veían por la ventanilla para posarla en su prima, Sophia Cameron, que la miraba con preocupación. Se obligó a sonreír.

—Me encantaría pasar todo el tiempo que voy a estar mimando a tu precioso bebé, pero los tres necesitáis estar solos.

«Y yo, también».

Tras haber pasado varias semanas en el hospital después de un grave accidente de tráfico y varios meses de recuperación bajo la atenta y preocupada mirada de sus padres, Theresa necesitaba desesperadamente huir, pero de manera que sus padres no se preocupasen todavía más. Por eso había decidido ir a Clearville a conocer al último miembro de la familia.

Pero como su primo Drew pronto iba a casarse con la repostera del pueblo, Debbie Mattson, su familia no tardaría en desembarcar en masa en aquel pueblo del norte de California. Así que su libertad no iba a durar mucho, pero tenía planeado disfrutarla lo máximo posible y aprovechar esos días para decidir qué iba a hacer con el resto de su vida.

—Puedes quedarte con nosotros un par de semanas. No sabes lo mucho que necesito conversaciones de adultos.

A pesar de la queja, Theresa nunca había visto a su prima tan feliz. Era normal, estaba casada con el hombre al que amaba. Un hombre que no era el padre biológico de su hijo y con el que había tenido unos comienzos difíciles, pero Jake había luchado mucho para demostrarle a Sophia que era el hombre de familia que ella estaba buscando y al final se había ganado su corazón.

Era una batalla parecida a la que ella había luchado con su prometido, Michael Parrish, pero, en su caso, la había perdido.

Se puso tensa, como si estuviese intentando frenar físicamente los recuerdos. Cerró la mano derecha con fuerza sobre el regazo, la izquierda, no…

Respiró hondo y se aseguró de que iba a poder hablar con serenidad antes de decir:

—De todos modos, que vaya a alojarme a las afueras del pueblo no significa que no vayamos a vernos.

—Ya lo sé, pero… ¿en una de las cabañas de Jarrett Deeks?

Según había leído Theresa en Internet, además de ser un refugio equino, el Rockin’R ofrecía paseos a caballo, clases y también era un refugio para caballos. A juzgar por la somera descripción que había encontrado de las cabañas, no parecían contar con muchas comodidades. Eran una alternativa para personas que no querían quedarse en el bonito y acogedor bed-and-breakfast que había en el pueblo.

Theresa imaginaba que los cazadores y pescadores que iban a la zona atraídos por su naturaleza salvaje no querrían alojarse en un lugar cuyas habitaciones tenían nombres de flores.

—Seguro que las cabañas están bien —insistió Theresa.

Había trabajado muchas horas como enfermera de urgencias en San Luis y allí había aprendido a dormir donde hiciese falta, ya fuesen incómodos sofás, camas estrechas o incluso sentada en el suelo.

Todo eso formaba parte del trabajo que adoraba, el trabajo para el que vivía…

—Sé que la cabaña va a estar bien —dijo Sophia, sacando a Theresa de sus pensamientos—, pero había pensado que estaríamos juntas en casa, como cuando éramos niñas y venías con tus hermanos.

Theresa no pudo evitar recordar aquellos veranos tan lejanos. Lo mucho que le había gustado la libertad de pasear por el bosque que había justo delante de la pequeña casa de sus primos.

—A mí también me habría gustado, pero necesito tiempo para mí misma.

Sus cuatro primos le habían ofrecido que se quedase en su casa, pero Sophia y Jake acababan de tener un bebé, Nick y Sam habían encontrado al amor de sus vidas el año anterior y ambos estaban recién casados, y Drew estaba preparando su próxima boda. Sus tíos también le habían ofrecido una habitación en su casa, pero eso habría sido casi como estar en la de sus padres.

Incluso el pequeño apartamento que había encima de la tienda de antigüedades que Sophia tenía en Main Street estaba demasiado cerca. La familia se pasaría por allí en cualquier momento. Y ella los quería y les agradecía su preocupación, pero estaba cansada de fingir que todo iba bien y no quería que nadie se diese cuenta, ni siquiera su familia, de lo mal que estaba en realidad…

«Eso no va a pasar, no me voy a romper».

Abrió la mano, se cubrió con ella la izquierda e ignoró la voz que le susurraba en su cabeza que ya se había roto.

 

 

Unos minutos más tarde, Sophia detenía el coche delante de un edificio rústico que había al final de un camino polvoriento. Entre los árboles, Theresa vio un corral y lo que debían de ser los establos. Abrió la puerta del coche y el aire de principios de la primavera le trajo un ligero olor a heno y caballos. El lugar era tan tranquilo, que pudo respirar hondo y relajarse por primera vez en… en mucho tiempo.

—Creo que este es el despacho de Jarrett —comentó Sophia, acercándose al edificio—, pero no parece que esté aquí.

—Recibí un mensaje confirmando la reserva, así que estoy segura de que el tal Jarrett sabe que iba a venir.

No había encontrado en la página web nada de información acerca de Jarrett Deeks, el propietario de los establos y de las recién construidas cabañas. Sophia había comentado que era una estrella del rodeo retirada.

Theresa se imaginó a un vaquero mayor descansando en una de las mecedoras que había en el pequeño porche. Era el lugar perfecto para recibir a los huéspedes y contarles historias acerca de sus hazañas de los viejos tiempos.

—Debe de estar en los establos —comentó Sophia, frunciendo el ceño.

—En ese caso, no creo que tarde en volver.

Su prima suspiró.

—Según Nick, Jarrett puede llegar a perder la noción del tiempo cuando está trabajando con sus caballos.

Theresa conocía aquella sensación. O, más bien, la había conocido. El ritmo frenético del servicio de urgencias podía llegar a ser abrumador si uno no era capaz de concentrarse en el trabajo. Así que Theresa admiraba la determinación y si eso significaba que se habían olvidado de ella… no le importaba.

Se agarró del borde del coche para poder ponerse en pie y descansó todo el peso de su cuerpo en la pierna derecha. Aun así, los músculos de la parte izquierda de su cuerpo protestaron después del largo vuelo desde San Luis y el viaje en coche desde el aeropuerto. Las operaciones de su rodilla habían ido bien, y gracias a la barra y los tornillos de titanio que le sujetaban el eje femoral ya no necesitaba las muletas que tanto había odiado para andar.

Pero estaba tardando en recuperarse mucho más tiempo de lo que había esperado, aunque sus médicos y terapeutas insistían en que la rehabilitación de su pierna iba bien. Si continuaba con la terapia, acabaría recuperando la fuerza y la movilidad. Era su otra herida, mucho menos evidente que el fémur roto y la rodilla dañada, la que tenía un peor pronóstico.

Le habían dicho que también podría llegar a recuperar el movimiento de la mano izquierda, pero Theresa se temía que su cuerpo supiese más que los médicos. Por el momento, no podía utilizar la mano.

«Mírate, ni siquiera puedes cuidar de ti misma. ¿Cómo vas a ayudar a los demás?».

Aquellas duras palabras retumbaron en su cabeza, pero ella se obligó a moverse, como si pudiese huir de aquel doloroso recuerdo, pero solo pudo desplazarse con dificultad para distanciarse de las palabras que Michael le había dicho en su última discusión.

—Tal vez debiésemos haber ido a los establos —admitió Sophia mientras Theresa se acercaba al porche.

La brisa le secó el sudor que se le había acumulado en la raíz del pelo y aunque casi no podía ni respirar, Theresa consiguió subir las escaleras del porche.

—Lo esperaré aquí —comentó, señalando una de las mecedoras.

—No, Theresa.

—Sí, Sophia —replicó ella—. Estaré bien.

La temperatura era fresca, pero no tenía nada que ver con la tormenta de nieve que había dejado atrás en San Luis. Un rayito de sol se filtraba entre los árboles, bañando un rincón del porche. Theresa había llevado los guantes largos de lana roja y también los de piel negros, y estaba lo suficientemente abrigada como para esperar en la calle a Jarrett Deeks.

Entre el tiempo que había pasado en el hospital, en la rehabilitación y en casa de sus padres, solo había estado unas horas en el exterior desde que había tenido el accidente de tráfico. Y había dedicado casi todo ese tiempo al doloroso proceso de ir de un médico a otro.

—Iré a por mis cosas y…

Pero Sophia ya iba corriendo de vuelta al coche.

—¡Yo te las traeré!

Y, por supuesto, lo hizo. Sacó la maleta y la bolsa de viaje del maletero y volvió al porche antes de que a Theresa le hubiese dado tiempo a bajar las escaleras.

Esta respiró hondo. Al fin y al cabo, desde que había tenido el accidente había aprendido a tener paciencia. A tragarse la ira, la frustración y la autocompasión al no poder llevar a cabo las tareas más sencillas, desde bañarse hasta ponerse los zapatos. Había avanzado mucho, pero sabía que tenía que seguir siendo paciente. Así que se limitó a decir:

—Gracias.

Mientras su prima dejaba el equipaje a su lado y después le sonreía de oreja a oreja y le daba un abrazo.

—Me alegro mucho de que estés aquí.

La ira y la frustración desaparecieron y, cuando su prima se apartó, Theresa tenía una sonrisa en los labios.

—Yo también.

—¿Por qué sonríes tanto?

—Porque sigues utilizando el mismo perfume, pero además hueles a leche de bebé.

Sophia puso los ojos en blanco.

—Es lo último. El perfume de las madres primerizas agotadas.

Pero Sophia no parecía agotada. Llevaba el pelo moreno corto y sus ojos marrones brillaban con fuerza. Estaba tan adorable como de niña, tan feliz. Theresa ignoró la punzada de envidia.

—En ti funciona —le aseguró ella—. Ahora, vuelve con tu bebé y con tu marido antes de que este venga a buscarte.

—Es increíble, ¿verdad? —preguntó Sophia sonriendo.

Theresa la vio parpadear furiosamente y supo que estaba conteniendo las lágrimas.

—Me había dicho tantas veces que me amaba y que no importaba…

—Pero tú seguías teniendo dudas.

Su prima negó con la cabeza.

—No tenía que haber dudado de él.

—Eres una mujer afortunada, pero estoy segura de que, si le preguntásemos, Jake diría que el afortunado es él. Os tiene al bebé y a ti.

—Dos por el precio de uno —bromeó Sophia—. A todo el mundo le encantan las rebajas.

Después de pasar varios minutos más discutiendo de si Theresa estaría bien esperando sola a Jarrett Deeks, Sophia se marchó por fin. Theresa esperó a que el coche desapareciese de su vida para sentarse en la mecedora. Estaba agotada.

La mecedora cedió bajo su peso y ella se dejó caer. Se alegró de que Sophia tuviese un hombre en el que apoyarse, pero ella había aprendido que estaba mejor sola, por mucho que le temblasen las piernas.

 

 

Jarrett Deeks juró entre dientes al oír acercarse un coche por el camino. Podía ser alguien interesado en dejarle un caballo, o turistas que querían dar un paseo. O un alma cándida dispuesta a adoptar uno de los caballos del refugio, pero él sabía que no.

No, estaba convencido de que aquel coche había llevado al primer cliente que iba a pagar por alquilar las cabañas nuevas. Le dio una última palmada en el lomo a la yegua a la que estaba peinando. Cuando había puesto el anuncio en revistas de caza y pesca, había esperado captar a hombres como él. Tipos que disfrutaban de la naturaleza y que querían escapar de la ciudad. Clearville no era una ciudad, pero el ambiente de la comunidad era casi peor.

Perderse en una gran ciudad era casi tan sencillo como perderse en la naturaleza. En ambos lugares podía alguien sentirse pequeño e insignificante, a punto de desaparecer para que jamás lo encontrasen. Sin embargo, en aquel pueblo…

No podía desaparecer ni aunque lo intentase. Todavía no había llegado a Main Street cuando la mitad del pueblo ya parecía saber quién era y la otra mitad estaba intentando averiguarlo. La curiosidad y el boca a boca habían sido útiles tanto para su refugio de caballos como para los establos. Y estaba seguro que también lo ayudaría con las cabañas.

No obstante, todavía no sabía si le gustaba tener gente en su propiedad. Aunque había vivido gran parte de su vida profesional delante de muchas personas, había dejado aquel mundo atrás.

La afinidad que sentía con los animales le había dado un nuevo aliciente en la vida cuando su carrera en los rodeos se había terminado y sus fans, sus amigos e incluso la mujer que había asegurado amarlo habían desaparecido de su vida. Se había sentido tan perdido como algunos de los caballos que no sabía dónde habrían terminado de no haber montado él el refugio.

Sus botas retumbaron en el suelo de hormigón mientras avanzaba por el pasillo central, orgulloso, mientras Silverbelle, el último animal que había salvado, sacaba la cabeza en busca de un premio. Él le dio un trozo de zanahoria que le tenía reservado. Estaba decidido a mantener el refugio abierto para poder ayudar a muchos más caballos.

Por eso había pensado en alquilar cabañas. Cabañas para cazadores y pescadores. Hombres campestres, como él. No tanto para mujeres. Y mucho menos para Theresa Pirelli.

¿Cómo se le había podido ocurrir a esta querer alojarse en el Rockin’R? Si no quería quedarse con su familia, el bed-and-breakfast del pueblo era perfecto para ella. Elegante, refinado y delicado, con un bonito jardín y unas habitaciones llenas de encaje y flores.

Jarrett estaba seguro de que Theresa era una mujer moderna, pero con la piel cremosa, el pelo negro azabache y los ojos azules, tenía una belleza etérea, atemporal. Cuando la había visto en una de las bodas de los primos de esta, había pensado que parecía una de esas princesas de los dibujos animados que a su hermana tanto le habían gustado de niña, con los ojos grandes, la sonrisa enorme, el pelo largo, suelto.

Su lugar no era una cabaña rústica, salvo que con ella se alojasen siete enanitos.

Suspiró y salió de los establos, y miró el denso bosque que rodeaba su propiedad. Aspiró el aroma a pino y a mar, y también la paz y la tranquilidad. Hacía mucho tiempo que se había dado cuenta de que estaba mucho mejor con animales que con personas, pero, por el momento, eran las personas las que lo ayudaban a pagar las facturas.

Jarrett no era un hombre caprichoso, pero el seguro de vida de su padre había sido como un regalo final o, más bien, una patada en el trasero desde el más allá. Si su padre no hubiese pensado en su futuro, habría tardado años, si no décadas, en tener el dinero o los terrenos necesarios para montar el refugio equino y ponerlo en marcha. Gracias a su padre, lo había conseguido.

Pero se había gastado mucho dinero en reformar el pequeño rancho y los establos, y luego estaban las facturas del heno y el pienso, y del veterinario, así que lo que le quedaba no duraría mucho tiempo más. Por eso había pensado en alquilar cabañas. Si conseguía que estas fuesen un éxito, se sentiría mejor al aceptar más animales.

Lo que significaba que tenía que permitir que Theresa Pirelli se alojase allí aunque no fuese el lugar apropiado para ella. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta vaquera y giró la curva que había antes de llegar al pequeño despacho.

Enseguida vio a Theresa sentada bajo un rayo de sol que daba en el porche. Al acercarse más se dio cuenta de que tenía los ojos cerrados. Aprovechó para estudiarla con calma. Tenía la piel pálida, demasiado pálida, y el pelo negro recogido en una coleta. Tenía ojeras y los pómulos más pronunciados de lo que él recordaba. Y aun así estaba tan guapa que a Jarrett se le cortó la respiración.

Las botas de vaquero no estaban hechas para andar con sigilo, y Theresa abrió los ojos en cuanto él piso el primer escalón. Al verlo, sus ojos se abrieron todavía más.

Jarrett se dio cuenta de que Theresa no lo había reconocido y se presentó:

—Soy Jarrett Deeks.

—Usted… usted es… —balbució con el ceño fruncido—. Lo siento, no esperaba… Soy Theresa Pirelli. Encantada de conocerlo.

Él asintió y de repente se olvidó del discurso de bienvenida que había practicado y se sintió incómodo.

—La cabaña no está lejos de aquí. Puedo traer el coche…

—Si no está lejos, ¿por qué no caminamos? —preguntó ella, levantando la barbilla.

«Porque pareces tan débil que podrías caerte con un soplo de aire».

Jarrett supo que no debía comentar aquello en voz alta. Había oído hablar del accidente que Theresa había sufrido. Sabía que estaba allí para asistir a la boda de otra de sus primas, pero pronto se dio cuenta de que había otra razón: para recuperarse. Tal vez incluso para decidir qué iba a hacer con su vida.

Si a él se le hubiesen dado mejor las palabras, si se le hubiesen dado mejor las mujeres que los caballos, tal vez habría intentado decirle que la entendía.

En su lugar, respondió:

—Por supuesto. Caminemos.

Tomó las dos maletas inmediatamente. No podía permitir que intentase llevarlas ella.

—Puedo llevarlas yo —insistió Theresa.

—Forma parte del servicio —respondió él.

Theresa frunció el ceño y él se preparó para que lo contradijese, pero su concentración y su frustración pronto se volcaron en levantarse de la mecedora. Apoyó los pies en el suelo y se dio impulso, compensó la debilidad de la parte derecha y, por un segundo, Jarrett temió que se cayese.

Con las maletas en ambas manos, juró entre dientes al verla tambalearse. Soltó las maletas y la sujetó de los brazos, y su mente registró la delgadez y fragilidad de estos mientras su cuerpo aspiraba su femenino aroma a flores.

Sus miradas se cruzaron. Theresa separó los labios rosas claros que estaban muy cerca de los de él, lo suficientemente cerca como para sentir su aliento contra la piel. Lo suficientemente cerca como para que Jarrett se preguntase… lo que ya se había preguntado la primera vez que la había visto: ¿Cómo sería besar a Theresa Pirelli?

Capítulo 2

 

DespuÉs del breve encuentro con el tosco vaquero, Theresa pensó que tenía que reconsiderar su definición de la palabra retirado.

Jarrett Deeks no hablaba con acento texano y ella no se lo imaginaba sentado en la mecedora, contando anécdotas a los huéspedes.

A juzgar por las pocas arrugas que tenía a ambos lados de la boca, ya que por culpa del sombrero calado casi no le había podido ver los ojos, debía de tener pocos años más que ella, que tenía veintiocho. Era joven, viril y desprendía una energía contenida similar a la de un animal enjaulado, o tal vez uno de sus caballos, que estuviese deseando ser libre.

Por un segundo, había sentido aquella energía cuando la había sujetado. Jarrett había soltado las maletas bruscamente y se había acercado para ayudarla.

Y cuando la había tocado…

Theresa todavía podía sentir el calor de sus manos en los hombros. Todavía podía sentir la atracción que la había sacudido al darse cuenta de que Jarrett Deeks no era en absoluto como ella se lo había imaginado.

No pudo evitar mirarlo de reojo mientras iban hacia la cabaña. No era mucho más alto que ella. Tenía el rostro muy masculino, la nariz claramente rota, los pómulos marcados e iba sin afeitar. Su cuerpo parecía todo músculo y por debajo del sombrero asomaba el pelo castaño y grueso.

Theresa intentó luchar contra el calor que estaba invadiendo su cuerpo y que amenazaba con derretir incluso sus músculos y huesos no dañados. Era una debilidad que no podía permitirse. Estaba reaccionando exageradamente ante el primer hombre que la tocaba en varios meses, a excepción de los médicos y terapeutas que la habían tratado.

Sintió vergüenza, pero supo que iba a sobrevivir.

Tenía que haberse dado cuenta de que retirado no tenía por qué significar viejo. Lo cierto era que ella no tenía ni idea de rodeos, pero sí sabía de deportes. Y, más concretamente, de lesiones relacionadas con los deportes. Una lesión grave podía terminar con la carrera de un atleta a cualquier edad, y retirado en el mundo de los deportes solía significar de más de treinta años.

Tenía que haberse dado cuenta… ¡O tenía que habérselo preguntado a Sophia! Si hubiese sabido que Jarrett tenía más o menos su edad tal vez habría estado más preparada, menos sorprendida. Menos… intrigada.

No, eso no era cierto. No se sentía intrigada, sino solo sorprendida. Jarrett Deeks no era como había esperado, pero eso no lo convertía en un misterio que tuviese que resolver. Tenía sus propios problemas, no necesitaba añadir a un vaquero chapado a la antigua, si no viejo, a su lista.

Sobre todo, porque le había resultado demasiado fácil darse cuenta de que no había tenido que hacer ningún esfuerzo para levantar sus maletas.

Antes del accidente, Theresa no había sido de esas mujeres que insistían en hacer las cosas por sí mismas, aunque sí hubiese sido capaz de cuidarse sola. Podía cambiar una rueda del coche y comprobar el nivel de aceite. Podía realizar ciertos trabajos de mantenimiento en su pequeño apartamento. Pero había agradecido que un hombre se comportase como un caballero, le había gustado que le abriesen la puerta del coche o que la dejasen entrar delante a un restaurante.

A Michael se le había dado bien aquello. Siempre había insistido en pagar la cuenta, le había regalado flores y le había llevado las bolsas. Y ella, después de haber crecido con tres hermanos que solo se habían aprovechado de su debilidad, había pensado que era agradable que la tratasen como a una princesa.

Pero desde el accidente, desde Michael, tenía la necesidad de luchar por su independencia. Quiso abofetear a Jarrett Deeks por haber levantado sus maletas sin hacer ningún esfuerzo. Quiso gritarle por ir andando más despacio para esperarla. Pero la dura realidad era que no tenía la energía necesaria para hacer ninguna de aquellas cosas.

A pesar de que iban andando muy despacio, ya estaba agotada. No podía ni pensar en llevar las maletas. Ni siquiera podía sostener una conversación con el hombre que iba andando a su lado, en silencio, y que no le había dado ninguna muestra de querer hablar con ella.

Pero después de un minuto oyendo solo el crujir de las ramas y de la grava bajo sus pies, hasta él pareció darse cuenta de que llevaban demasiado tiempo en silencio y empezó a hablarle de la propiedad.

—En total hay seis cabañas, pero están bastante separadas y, aunque no lo estuvieran, en estos momentos es mi única clienta. Supongo que su familia vendrá a buscarla si necesita ir al pueblo, pero también puede tomar prestada la camioneta del rancho si quiere. He llegado a un acuerdo con la tienda de deportes del pueblo, le harán un descuento si necesita material para cazar o pescar.

Jarrett no podía haberle dejado más claro que no pintaba nada allí, pero Theresa sonrió al oír hablar de cazar y pescar.

El siguiente ofrecimiento le borró la sonrisa del rostro.

—También puede venir a los establos…

—No monto a caballo.

Él redujo el paso todavía más, casi deteniéndose, para mirarla.

—Hay diferentes paseos, dependiendo de la habilidad, podría enseñarla…

—No me interesa. Lo siento —respondió ella bruscamente.

Sabía montar a caballo y le había gustado mucho hacerlo.

De hecho, de niña se había enamorado de los caballos cuando sus padres la habían mandado a un campamento de verano que ofrecía clases de equitación. Después, los había convencido para que la llevasen a montar también durante el resto del año. Había ido progresando y, en los años de instituto, había llegado incluso a competir.

En esos momentos, montar a caballo era como tantos otros anteriores placeres de la vida: un recuerdo de todo lo que ya no podía hacer. Su pierna izquierda no podría soportar el peso si intentaba montar por el lado correcto. No necesitaba intentarlo para saber que no tenía fuerzas para hacerlo ni el tono muscular necesario para sujetarse a la silla con las rodillas y los muslos. Tampoco podría sujetar las riendas, un movimiento brusco del animal y acabaría en el suelo.

Aunque estaba segura de que Jarrett podría ensillar a alguna yegua vieja y afable, nunca sería lo mismo. No sería un reto ni sería emocionante, como en el pasado.