Las reglas de la pasión - Stacy Connelly - E-Book

Las reglas de la pasión E-Book

Stacy Connelly

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Beschreibung

Cosas que no se deben hacer: enamorarse del jefe Allison Warner trabajaba para Zach Wilder como ayudante temporal, pero no había esperado que su jefe fuera irresistible. No tenía la menor duda de que Zach la deseaba, pero después de un desengaño amoroso no sabía si podía arriesgar su corazón con un hombre que no estaba interesado en una relación seria. Zach no tenía intención de cambiar su forma de pensar; el trabajo lo era todo para él y un romance sería un obstáculo que lo alejaría de su objetivo. Sin embargo, ¿por qué iba a negarse a sí mismo una pequeña diversión después de la jornada laboral? Especialmente con una mujer tan deseable como Allison, de quien estaba convencido no buscaba algo duradero. Hasta que las reglas cambiaron de repente…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Stacy Cornell. Todos los derechos reservados.

LAS REGLAS DE LA PASIÓN, Nº 1947 - agosto 2012

Título original: Temporary Boss... Forever Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0754-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

ALLISON Warner jugaba con sus anillos mientras esperaba que su hermana contestase al teléfono, pero después de unos segundos saltó el buzón de voz… otra vez.

Allison suspiró, la desilusión que sentía desde que se mudó a Arizona cinco meses antes hizo que sus ojos se empañasen. Le había dejado varios mensajes, pero resultaba imposible hablar con Bethany. Aun así, respiró profundamente, intentando que su voz sonase alegre.

—Hola, Bethany, soy Allison, tu hermana —bromeó, aunque no estaba de humor—. Es jueves por la tarde y estoy a punto de salir del trabajo. Llamaba para saber si quieres que cenemos juntas esta noche. O podríamos buscar muebles para la habitación del niño. Tengo libre el fin de semana, si te apetece… bueno, llámame.

Allison hizo una mueca mientras colgaba el teléfono. ¿No sabía ya que cuanto más lo intentaba, más se resistía Bethany?

«Tienes que ser paciente».

La ruptura de su relación no había ocurrido del día a la noche y sería una tonta si esperase solucionarlo enseguida. Tardaría algún tiempo.

Afortunadamente, eso era algo que le sobraba.

Después de apagar el ordenador, empezó a colocar las cosas sobre el escritorio: la taza de café que había hecho en clase de cerámica, la violeta africana, a punto de marchitarse, el marco hecho a mano, con piedrecitas que se caían cada vez que lo movía. Su hermana y ella sonreían en esa foto, las cabezas inclinadas en perfecta simetría. Un momento perfecto capturado para la eternidad…

Si en la vida hubiese un botón de pausa para congelar un momento… o mejor, si hubiera un botón para rebobinar y deshacer las cosas que uno había hecho mal…

La fotografía había sido tomada durante la boda de Bethany, cuando su relación era estupenda. Allison tenía agridulces recuerdos de la ceremonia y de la última vez que se reunió toda la familia…

Bethany había sonreído entonces, con los ojos empañados, mientras su padre la llevaba del brazo hasta Gage Armstrong, que esperaba frente al altar.

Pero solo unas semanas después, Allison se había ido a Nueva York con su novio, Kevin Hodges. Eso había sido tres años antes y tres años era mucho tiempo. Tiempo suficiente para que su padre se pusiera enfermo, para que el matrimonio de Bethany se destruyera y para que ella estuviese tan dedicada a su carrera que se había olvidado de todo lo demás.

Había vuelto a casa, pero era mucho más fácil hacer los cinco mil kilómetros entre Nueva York y Phoenix que cerrar la distancia emocional entre Allison y su hermana. Especialmente cuando Bethany había dejado bien clara su opinión:

«Demasiado poco, demasiado tarde».

La verdad que había en las palabras de su hermana era como un peso sobre sus hombros. Daría cualquier cosa por dar la vuelta al reloj y estar con su familia cuando la habían necesitado. Pero eso era imposible y lo único que la hacía seguir adelante era su determinación de aprovechar el tiempo.

—Tienes que hablar con Bethany y hacer que te cuente qué pasó entre Gage y ella —le había dicho su madre antes de embarcarse en un crucero por el golfo de México, un viaje que sus padres habían planeado hacer para celebrar su treinta y cinco aniversario. Desgraciadamente, su padre murió seis meses antes, pero la madre de Allison había decidido hacer el viaje de todas formas como un tributo a su recuerdo.

Allison echaba de menos a su padre; su risa, su cariño, su apoyo. Cuánto le dolería saber que su muerte había separado a sus dos hijas, «sus niñas» como solía llamarlas. Le hubiera roto el corazón. Y aunque Bethany se negase a creerlo, también a ella le rompía el corazón no llevarse bien con su única hermana.

Allison suspiró de nuevo, dejando el marco sobre el escritorio. No podía cambiar el pasado, pero estaba decidida a hacer lo imposible para retomar la relación con su hermana. Bethany necesitaba a su familia más que nunca, quisiera admitirlo o no.

Eran las cinco y media y, mientras recogía sus cosas, comprobó que las oficinas de Seguridad Knox estaban casi vacías. Podría haberse ido media hora antes, pero era su última semana en la empresa de sistemas de seguridad y quería archivar unos documentos.

El lunes, Martha Scanlon volvería a su puesto después de dos meses de ausencia debido a un problema de salud. Allison se quedaría un día o dos para informarle de todo lo que había pendiente y después buscaría otro trabajo temporal.

El trabajo de recepcionista en Seguridad Knox había sido el más largo hasta la fecha. Normalmente, solo estaba un par de semanas en cada sitio, sustituyendo a empleados que estaban de vacaciones o de baja por enfermedad. Trabajar de lunes a viernes, de ocho a cinco, no se parecía nada a las sesenta horas semanales en Marton-Mills, la agencia publicitaria de Nueva York en la que había estado empleada hasta unos meses antes. Pero le gustaba el trabajo temporal y había decidido no volver a concentrarse tanto en su carrera como para descuidar sus relaciones personales.

El sol empezaba a ponerse, dándole a todo un brillo dorado. El final de otro precioso día de primavera, pensó. Y una razón más para volver a Phoenix. El tiempo en el mes de abril era tan soleado y cálido que podías ir todo el día en camiseta y pantalón corto. Aunque, por supuesto, no iba a la oficina vestida de esa guisa. Había dejado sus serios trajes de chaqueta en Nueva York, pero hacía lo posible por vestir de manera elegante e informal a la vez.

«Si quieres triunfar, tienes que vestir como una persona de éxito».

Allison recordaba las palabras de su exnovio, pero también recordaba cómo se había olvidado de sí misma, de quién era en realidad, para hacerse un sitio en el mundo empresarial de Nueva York. Había intentando ser la perfecta profesional y la novia perfecta. La novia de Kevin, un joven recién graduado en la universidad, cuyo padre era amigo del presidente de Marton-Mills. Empezando desde abajo, había esperado pagar un precio profesional por las largas horas de trabajo, pero jamás imaginó el coste en su vida personal.

Nunca volvería a concentrarse por completo en un trabajo y su elección de vestuario iba acorde con esa convicción.

Aquel día llevaba una falda lápiz de raya diplomática y un jersey de cuello cisne negro; un atuendo serio, pero que evitaba ser aburrido gracias a una minúscula tira de encaje rosa en el bajo de la falda.

No había ninguna razón en particular para que hubiese elegido ese atuendo, que llamaba la atención sobre su corto pelo rubio y sus ojos verdes. Ninguna razón en absoluto…

Su pulso se aceleró cuando pasaba frente al despacho de Zach Wilder. Después de dos meses, debería estar acostumbrada a su pelo oscuro, sus vibrantes ojos azules y sus facciones esculpidas. Incluso sus anchos hombros, su delgada cintura y largos miembros deberían ser ya algo aburrido para ella. Pero había algo en aquel comercial que la dejaba sin aliento cada vez que se cruzaban. Que Zach no fuese el hombre adecuado para ella no parecía evitar esa atracción.

Según decían, no había una segunda oportunidad para dar una primera impresión y la primera impresión de Zach había sido… sorprendente.

Se habían encontrado en el ascensor y cuando sus manos se rozaron había sentido como una descarga eléctrica que la recorría de los pies a la cabeza. Semanas después seguía experimentando esa sensación cada vez que se encontraban por los pasillos. Como si ese encuentro hubiera puesto su mundo patas arriba.

Era absurdo darle tanta importancia, pero Allison sabía que no lo había imaginado. Y tampoco había imaginado el brillo de respuesta en los ojos azules de Zach Wilder. Solo escuchar su voz, profunda y ronca, hacía que sintiera un escalofrío. Pero lo que debía recordar era su fama de adicto al trabajo.

Una pena que resultase imposible.

Cada vez que pasaba frente a su despacho no podía evitar mirar de soslayo y siempre lo encontraba con la mirada clavada en la pantalla de su ordenador, apretando los labios cuando algo iba mal o esbozando una sonrisa cuando algo iba bien.

En los raros momentos en los que parecía agotado se frotaba los ojos o movía la cabeza de lado a lado, sin duda intentando relajarse.

En esos momentos, Allison sentía que estaba viendo al auténtico Zach Wilder. Y parecía humano. Vulnerable.

Afortunadamente, eso no ocurría a menudo.

El sillón de Zach estaba apartado del escritorio, como esperando su regreso, pero el despacho estaba vacío y eso la sorprendió. Desde que empezó a trabajar en Knox había oído muchas cosas sobre la innumerable cantidad de horas que trabajaba y el número de clientes que lograba y todo eso le advertía que Zach era un hombre obsesionado con el trabajo y decidido a triunfar a toda costa. Sin embargo, Allison sabía también que todos sus compañeros lo respetaban porque se había esforzado mucho para llegar donde estaba.

Nada que ver con los contactos familiares que Kevin había usado para medrar en el mundo profesional.

Pero, a pesar de las diferencias, Zach seguía pareciéndose al exnovio del que ella había salido huyendo… aunque fuese increíblemente guapo.

Afortunadamente, se marcharía de Knox en unos días y dejaría de pensar en él.

Estaba deseando que llegara el martes, pensó mientras entraba en el ascensor y pulsaba el botón del garaje.

Las puertas casi se habían cerrado cuando una mano masculina las detuvo. Una mirada a esos largos dedos, el blanquísimo puño de la camisa y el reloj en la muñeca y sintió un escalofrío. Ella misma había elegido ese reloj, siguiendo instrucciones de su jefe, como regalo para el mejor comercial del año.

Allison se preparó para lo que estaba a punto de pasar, pero tuvo que contener el aliento cuando las puertas se abrieron y Zach, la fantasía de cualquier mujer, entró en el ascensor.

Tenía sombra de barba y ojeras, un mechón de pelo caía sobre su frente y su corbata, con un estampado rojo, estaba torcida.

—¿Estás bien? —le preguntó. Nunca lo había visto tan desaliñado. Tenía un aspecto… casi como en sus sueños, después de besarla.

¿Qué mujer podría resistirse a la tentación de pasar la mano por su pelo? ¿O usar la siempre perfecta corbata para tirar de él?

Allison se puso colorada. Ella sabía que Zach no besaría a una compañera de trabajo y sabía también que era ridículo albergar ese tipo de fantasías.

Sus ojos azules se clavaron en ella mientras las puertas del ascensor se cerraban.

—Es que pensé que no llegaría a tiempo y te necesito.

—¿Perdona? —preguntó ella, convencida de haber oído mal.

—Que te necesito.

A Allison se le encogió el estómago y estaba segura de que no tenía nada que ver con el descenso del ascensor.

—¿Me necesitas? —repitió.

—Necesito tu ayuda con un cliente.

—Ah, claro. Un cliente.

Por supuesto, pensó, avergonzada. ¿Qué había pensado que quería decir? ¿Que la necesitaba a ella? Por favor, aquel hombre vivía para el trabajo y nada más.

—¿No puedes esperar a mañana? Tengo un poco de prisa.

—No, es una emergencia —respondió él mientras se abrían las puertas del ascensor—. Necesito que vengas conmigo.

Era tarde, pero las luces del garaje aún no estaban encendidas, de modo que todo estaba en sombras. Mientras seguía a Zach, Allison se sentía como en una película de espías. En cualquier momento aparecería el malo y empezaría a disparar…

Afortunadamente, a pesar de su calenturienta imaginación, cuando se detuvo frente a un BMW negro estaba sana y salva.

Casi sana y salva, pensó, cuando Zach puso una mano en su espalda.

—Sube, por favor.

—Hay emergencias médicas, emergencias mecánicas… pero no creo que haya emergencias para una recepcionista.

—Te pagaré el doble, el triple. Lo que tú digas.

—Son las cinco y media, Zach. Quiero irme a casa.

Irse a casa significaba estar sola porque, a pesar del mensaje que le había dejado a su hermana, estaba segura de que Bethany no iba a llamar. Pero ella ya no era una adicta al trabajo y se negaba a sacrificarlo todo por el dinero, el éxito o los demonios que persiguieran a Zach.

—Por favor —dijo él, mirándola a los ojos.

Que se lo pidiera por favor, algo que seguramente no hacía a menudo, la convenció. Allí estaba el hombre que había intuido, el que había llamado su atención. Un hombre tan profundamente enterrado que seguramente nadie lo conocía. Y aquella podría ser su oportunidad de conocerlo un poco mejor.

Ignorando una vocecita de advertencia en su cerebro, Allison asintió.

—Muy bien, de acuerdo. ¿Qué necesitas?

—Te lo explicaré por el camino.

—¿Dónde vamos?

—Donde vayamos —respondió él crípticamente mientras abría la puerta del coche.

Debería molestarle su arrogancia. Después de todo, estaba haciéndole un favor. Pero mientras se dejaba caer sobre el asiento tuvo que reconocer que no estaba molesta. Al contrario, sentía curiosidad.

Zach no dijo nada mientras iban hacia Scottsdale. Ahora que había aceptado ayudarlo, parecía decidido a no contarle nada.

—Si voy a ayudarte, tendrás que decirme qué esperas de mí.

Zach, que había parado en un semáforo en rojo, giró la cabeza para mirarla. Le pareció ver un brillo de deseo en los ojos azules, pero debía ser un truco de la luz.

La bocina de un coche hizo que Zach volviese a concentrarse en el volante y Allison dejó escapar un suspiro de alivio. No sabía qué la esperaba, pero iba a pasarlo muy mal si dejaba volar su imaginación de ese modo.

—Tengo una cena de trabajo en media hora —dijo él por fin.

—Muy bien, pero ese reloj que llevas me dice que una reunión con un cliente suele emocionarte más.

Todo lo que sabía sobre Zach Wilder le decía que era un hombre que vivía para la conquista, pero parecía extrañamente angustiado.

—Has tenido clientes difíciles muchas veces. ¿Qué tiene esta cena que te pone tan nervioso?

Zach hizo una mueca.

—Se supone que soy impenetrable.

—No te preocupes, eres un misterio —bromeó Allison. Por un lado, Zach era un libro abierto… o más bien una revista económica abierta, concentrado solo en una cosa. En cuanto a la razón, no tenía ni idea—. ¿Por qué no estás más contento?

—Estoy contento —protestó él, irguiendo los hombros—. Esta es mi segunda reunión con James y Riana Collins, de Joyerías Collins. James se ha mudado recientemente a Scottsdale y pensaba dejar las riendas de su empresa, pero su jubilación duró apenas dos meses. Ahora, en lugar de dejarlo ha decidido ampliar sus tiendas en el sur, empezando por Scottsdale y Las Vegas, y hay muchas posibilidades de conseguir que firme un contrato con Seguridad Knox.

—¿Y cuál es el problema entonces?

Zach apretó el volante, como si temiera perder el control del coche.

—Riana me ha dejado un mensaje diciendo que James no podía acudir a la cena.

—Pero puedes cenar solo con ella, ¿no?

—Exactamente.

Allison lo entendió de inmediato.

—Ah, ya veo.

Entendía que Riana Collins lo encontrase atractivo, pero no tenía mucho respeto por alguien que engañaba a su pareja. El matrimonio de sus padres le había enseñado lo maravillosa que era una unión hecha de amor y respeto y se agarraba a ese ideal, aunque su relación con Kevin hubiese acabado en desastre.

—Seguro que la señora Collins…

—Señorita Collins. Riana es la hija de James.

—Ah.

De modo que James Collins no era un marido indignado sino un padre protector.

—De todas formas, imagino que la señorita Collins no es tu primera admiradora, de modo que no será tan difícil decirle que no estás interesado.

¿Sería Zach el tipo de hombre que enviaba flores con una nota diciendo: «no eres tú, soy yo»? ¿O más bien de los que sencillamente dejaban de llamar?

En fin, no importaba, ella no iba a tener una relación con él. Al menos, una relación seria.

—Esto es diferente. Riana Collins no es una chica a la que haya conocido en un bar, es una cliente. Si la rechazase podría no firmar el contrato con Knox y yo no pienso dejar que eso ocurra.

—Bueno… —Allison fingió pensarlo un momento—. Imagino que siempre podrías acostarte con ella.

—Eso no va a pasar.

¿Porque acostarse con la hija de un cliente podría hacerle daño profesionalmente o porque utilizar a una mujer le parecía inmoral? Le gustaría creer que estaba decidido a triunfar, pero no a toda costa. Aunque no podía estar segura.

Nunca volvería a cometer el error de enamorarse de un hombre como Kevin Hodges, pero si estaba equivocada sobre Zach, si demostraba no ser un avaricioso obsesionado por el trabajo y el dinero, ¿podría dejarse llevar por la atracción que sentía por él?

Si era diferente… en fin, tal vez esa noche tendría oportunidad de descubrirlo.

—Muy bien, entonces no te gusta mezclar los negocios con el placer —dijo Allison.

Algo que ella misma debía recordar. Porque estando en su coche, respirando el aroma de su colonia masculina, casi podría pensar que aquello era una cita. Que Zach estaba llevándola a cenar a un romántico restaurante. Allison sintió un escalofrío al imaginar que la miraba con intensidad mientras apretaba su mano…

—No.

La abrupta negativa de Zach interrumpió su ensoñación.

—¿Qué?

—Estaba diciendo que no mezclo los negocios con el placer.

—Ah, claro. Estrictamente profesional —asintió ella—. ¿Entonces yo estoy aquí para hacer de carabina?

—Algo así.

En fin, si solo era por una noche…

—¿Conoces el dicho: «dos es compañía, tres es multitud»?

—Sí, claro —respondió él.

Allison esbozó una sonrisa.

—Entonces, yo soy tu multitud.

Capítulo 2

ZACH había sabido que Allison Warner sería un problema desde el día que la conoció. Pero ese día no sabía que era una recepcionista temporal en Seguridad Knox.

¿Cómo iba a saberlo? No se parecía nada a Martha Scanlon, la recepcionista habitual. Allison, que llevaba un jersey azul pálido y una falda con estampado geométrico, había llamado su atención cuando lo adelantó en el garaje de la empresa para quitarle el sitio, haciéndole un travieso guiño.

Bajo los fluorescentes del garaje, su pelo corto tenía todas las tonalidades de rubio, desde el trigo al caramelo, los mechones mezclándose a la perfección, destacando su preciosa piel dorada y sus elegantes facciones.

Sería fácil decir que era «guapa» o «encantadora», pero ese guiño le decía que era un ángel con un demonio sobre el hombro.

Zach había aparcado a su lado. Se decía a sí mismo que era porque tenía prisa por volver a la oficina, pero sabía que no era cierto. Y cuando miró por encima de su hombro, la expresión burlona de la rubita parecía decir que había esperado que la siguiera.

—¿Subes? —le preguntó.

Cuando sonreía le salía un hoyito en la mejilla.

Uno solo, no dos. Eso parecía decir que aquella era una mujer diferente, única, y Zach intuyó que era una persona capaz de encontrar humor en cualquier situación, aunque eso significara reírse de sí misma.

Abrió la boca, dispuesto a hacer un comentario ingenioso, pero cuando ella sonrió de nuevo se le trabó la lengua.

—Esto… sí.

«Pues claro que va a subir. Este es un garaje subterráneo, idiota».

Y, por supuesto, había visto un brillo burlón en los ojos verdes, como si estuviera riéndose de él.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Zach le hizo un gesto para que entrase, decidido a aprovechar el trayecto para recuperar su orgullo masculino. Aunque su madre, Caroline, siempre le decía que debía casarse y tener hijos, eso no iba a pasar. Pero si había olvidado cómo hablar con una chica guapa, claramente trabajaba demasiado.

Los dos alargaron la mano al mismo tiempo para pulsar el botón y cuando se rozaron Zach podría jurar que había recibido una descarga eléctrica.

Y no le había pasado solo a él; el brillo en los ojos verdes dejaba claro que también ella lo había sentido.

Y eso había sido suficiente para que le prestase una atención especial a aquella chica tan guapa, a pesar de la cantidad de trabajo que había sobre su escritorio, por no hablar del ascenso que estaba a punto de conseguir.

—¿Vas a la cuarta planta? ¿A Seguridad Knox?

—Sí, hoy es mi primer día —respondió ella—. ¿Trabajas allí?

Ese debería haber sido el final de la atracción. Zach nunca mantenía relaciones con compañeras de trabajo porque era demasiado complicado.

Desgraciadamente, no había podido olvidar esa sonrisa, ese primer roce…

«Ella no va a dejar que lo olvide», pensó, lanzando una mirada acusadora hacia el asiento del pasajero.

Aunque Allison no había hecho nada para recordarle ese primer encuentro, en realidad no tenía que hacerlo. El sonido de su risa desde la recepción hacía que se le encogiera el estómago y cada vez que le sonreía, ese hoyito en su mejilla le recordaba que aquella mujer podía hacer lo que ninguna otra: conseguir que olvidase su trabajo.

Y él no podía dejar que eso ocurriera. Su infancia era un doloroso recordatorio de lo que pasaba cuando un hombre perdía la cabeza por una mujer. Y Zach no pensaba repetir los errores de su padre.

¿Entonces por qué le había pedido ayuda?

«Porque es la única que puede ayudarte».

Y mientras estuviera exclusivamente concentrado en el trabajo, tal vez no pasaría nada.

—¿Cuándo vuelve Martha? —le preguntó.

Cuanto antes se fuera de la empresa, mejor. Se olvidaría de ella en cuanto no la viese en la oficina.

—El lunes —respondió Allison—. Pero yo vendré un par de días más para contarle todo lo que hay pendiente.

—Ah, me alegro. De que Martha se encuentre mejor, quiero decir.

—Sí, claro.

Algo en el tono de Allison le dijo que ella no estaba demasiado contenta.

—¿Has pensado quedarte definitivamente en algún sitio? —le preguntó. «No en Knox, por favor, no en Knox»—. Un puesto permanente te daría la oportunidad de ascender y…

—No —lo interrumpió ella—. Eso no es para mí.

Me gusta el trabajo temporal, ir de empresa en empresa, conocer gente nueva… así es imposible aburrirse.

Zach no la creyó. ¿Quién rechazaría la posibilidad de tener éxito en la vida, de ganar dinero? Eso era lo que lo empujaba a él cada día. Tal vez porque él siempre vivía con el miedo de no estar a la altura, de fracasar…

Pero cerraría el trato con Collins. Si no aquella noche, en un par de días. Conseguir ese contrato haría que le dieran el codiciado puesto de director del departamento comercial, por delante de Bob Henderson.

Zach estaba seguro y no pensaba dejar que los flirteos de Riana Collins se pusieran en su camino.

Pero cuando Allison cruzó las piernas y, sin poder evitarlo, miró sus bien torneadas pantorrillas, Zach temió que aquella solución acabase siendo más peligrosa que el problema.

—¿Has quedado aquí con Riana Collins? —le preguntó Allison cuando aparcó frente a un club de jazz.

Y Zach entendía su sorpresa.

—Ella ha elegido el sitio.

Más tarde, el club estaría lleno de gente tomando martinis y escuchando música, pero a las seis de la tarde no había casi nadie. Sin duda, Riana había pensado que era un sitio perfecto para una cena íntima.

Por eso le había pedido a Allison que lo acompañase, para recordarle a Riana que su relación era estrictamente profesional. ¿Pero quién iba a recordárselo a él en lo que se refería a Allison Warner?

«Apartar la mirada de la pelota es un error».

Así era como su padre lo habría explicado. Y Nathan Wilder sabía lo que podía costar un error. Nathan había sido la estrella del equipo de fútbol del instituto, con una prometedora carrera por delante cuando apartó los ojos de la pelota. Cuando cometió el error de dejar embarazada a su novia.

«Podría haberlo tenido todo».

No había sido un gran padre, pero le había enseñado una lección que Zach no olvidaría nunca. Y él no cometería ese error, no dejaría que nadie lo distrajera, ni Riana Collins ni Allison Warner.

Intentando calmarse, Zach empezó a hablarle de la historia de Joyería Collins, con tiendas en Chicago y Nueva York, las celebridades que llevaban sus diseños en la alfombra roja y la atención que ese contrato llamaría sobre Seguridad Knox.

En sus prisas por hablar para olvidar lo guapa que era, no se dio cuenta de que caminaba por delante de Allison hasta que ella murmuró algo que no entendió.

—¿Perdona?

—Todo el mundo en Knox habla sobre este contrato —repitió ella, encogiéndose de hombros—. Así que he entrado en Internet para investigar un poco.

—¿Ah, sí?

Eso mostraba una iniciativa que Zach no había esperado. Allison era una empleada temporal y su trabajo consistía en sonreír a los clientes, ofrecerles café mientras esperaban, contestar al teléfono, pasar llamadas… y ella misma había dicho que no tenía grandes ambiciones profesionales.

¿Entonces por qué se molestaba en averiguar algo sobre Joyerías Collins?

—Busqué el nombre de James Collins en Google, pero no creo que lo que sé vaya a ayudarte esta noche— dijo ella, un poco a la defensiva.

—No, claro, porque ir preparado a una reunión no sirve de nada —bromeó él.

Allison enarcó una ceja.

—No es por eso por lo que me has pedido que viniera contigo.