Una noche en el recuerdo - Stacy Connelly - E-Book
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Una noche en el recuerdo E-Book

Stacy Connelly

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Beschreibung

¿Les dejaría el pasado tener un futuro juntos? Diez años atrás, cuando Ryder se fijó en ella, Lindsay no se lo podía creer. Bastó una única y mágica noche juntos para que todo su mundo cambiara. Ahora la madre soltera volvía a casa… para aclarar las cosas con el chico al que nunca había logrado olvidar. Ryder nunca había olvidado cómo Lindsay se había entregado a él. Pero el secreto que Lindsay guardaba podía destruirlos a ambos. Con el deseo reavivado, aquella podía ser la oportunidad de Ryder para convertirse en el padre y marido que siempre quiso ser… al lado de la mujer que nunca dejó de desear.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Stacy Cornell

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche en el recuerdo, n.º 107 - diciembre 2015

Título original: His Secret Son

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7303-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

EL sitio no había cambiado, pensó Lindsay Brookes con un deje de nostalgia mientras conducía su todoterreno por Main Street. El pequeño pueblo del norte de California en el que había nacido y crecido parecía atrapado en el tiempo. Los edificios victorianos que albergaban eclécticas tiendas y restaurantes permanecían orgullosamente erguidos desde hacía más de cien años supervisando el paso del tiempo e incluso algún que otro terremoto ocasional. ¿De verdad pensaba que habrían sufrido algún drástico proceso de modernización durante la década que había transcurrido desde que ella se fue?

El hecho de que hubiera trabajado duro para dejar atrás a la chica tímida y torpe que se había graduado en el instituto de Clearville no significaba que el pueblo hubiera cambiado también. Ni tampoco que la gente que vivía allí viera lo mucho que ella había cambiado.

Dejando a un lado sus antiguas inseguridades, Lindsay aspiró con fuerza el aire y se agarró más al volante. Tenía sus razones para regresar a su pueblo natal, y cuanto antes cumpliera sus objetivos, antes estaría de vuelta en Phoenix, el lugar donde tenía que estar. El lugar donde la gente la conocía como la mujer fuerte y segura de sí misma que era ahora y que no guardaba recuerdos de la chica dolorosamente tímida y desesperadamente solitaria que una vez fue.

Al mirar por el espejo retrovisor vio a una de las razones de su regreso y el corazón se le llenó de amor… y sí, de preocupación, al ver a su hijo con su omnipresente tableta en la mano.

—¿Robbie? ¿Robbie?

—¿Eh? —el niño parpadeó al mirar a través de su largo y rubio flequillo, con la mirada algo desenfocada tras sus gafas estilo Harry Potter.

A Lindsay le preocupaba un poco su obsesión por los videojuegos, aunque se los limitaba a los que ella consideraba apropiados para un niño de nueve años. Trataba de controlar también el tiempo que pasaba jugándolos, pero eso era más complicado.

—«Tú eras igual a su edad», se recordó, aunque en su caso eran los libros y no los juegos lo que le capturaba la imaginación y la llevaba a un mundo de fantasía. Pero por mucho que quisiera a su hijo, su dulce timidez, el humor estrafalario, la inteligencia que a veces le asustaba, no quería que siguiera sus pasos. Quería que se divirtiera sin aparatos de alta tecnología y que hiciera amigos que vivieran fuera del mundo virtual.

—¿Qué quieres que tenga tu pizza? —le preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Pepperoni y pimienta.

Lindsay no sabía de dónde le venía a su hijo el gusto por la comida picante. Ella solo podía soportar un toque de pimienta negra. Seguramente se debía a que había nacido y crecido en Phoenix, donde los restaurantes mexicanos dominaban el paisaje junto con las palmeras y los cactus. Una imagen repentina acudió de pronto a su mente, la de un chico de pelo castaño con risueños ojos verdes metiéndose en la boca trozos de jalapeño como si fueran caramelos… pero apartó de sí aquel pensamiento.

—De acuerdo, pepperoni y pimienta, pero solo en la mitad, ¿de acuerdo? Ya sabes que a la abuela Ellie y a mí no nos gustan las cosas picantes.

Lindsay encontró un sitio para aparcar en la calle al lado de la pizzería y apagó el motor. Bajó la visera con espejo y se tomó un momento para comprobar cómo tenía el pelo y el maquillaje. No esperaba que se hubiera producido ningún desastre en los quince minutos de trayecto desde casa de su abuela, pero nunca estaba de más comprobarlo.

El cabello color miel seguía recogido en la nuca a pesar de que Robbie había insistido en llevar la ventanilla de atrás abierta. Y el maquillaje de día, raya de ojos suave para resaltar sus ojos azul verdosos, rímel y un toque de brillo en los labios, seguía en su sitio.

Al trabajar en una empresa de Relaciones Públicas había aprendido lo importante que era la apariencia. Y aunque estaba de vacaciones, no veía motivo para no lucir su mejor aspecto. Sobre todo porque no sabía con quién se podía cruzar…

El estómago le dio un vuelco al pensar en ello, y se pasó las manos repentinamente húmedas por los pantalones de tela beige. Cuando salió del coche, el sol del atardecer le calentó la cara y se tomó un momento para disfrutar de la fresca brisa que venía del mar. Las temperaturas veraniegas rara vez superaban los veintiún grados, un refrescante cambio en relación con el abrasador calor que habían dejado atrás.

No era la única que se había tomado un momento para apreciar aquella maravillosa tarde de mayo. Los turistas caminaban por la acera y se paraban para hacerse fotos en los bancos que había fuera de las tiendecitas. Las familias caminaban de la mano, algunas se dirigían a la pizzería y otras a la heladería del otro lado de la calle. Un trío de adolescentes ruidosas pasó por su lado riéndose y hablando todas a la vez. Pero Lindsay pudo escuchar con claridad un comentario:

—¡No me puedo creer que en tres meses empecemos la universidad!

Lindsay se las quedó mirando y parpadeó. Parecían muy jóvenes, a veces le costaba trabajo creer que ella hubiera tenido alguna vez esa edad. Que cuando se graduó ya estuviera…

—¡Qué bien! ¡Tienen videojuegos! —la voz de Robbie atajó sus pensamientos.

Como si no hubiera estado jugando todo el camino, pensó ella. El niño se dirigió emocionado a las puertas del restaurante.

—¡Robbie, espera! ¡Mira por dónde vas!

Lindsay vio el inminente accidente, pero estaba demasiado lejos para que su hijo la oyera. Afortunadamente, el hombre que salía de la pizzería y con el que Robbie se tropezó pudo sujetar al niño con una mano sin dejar caer las pizzas que llevaba en la otra.

—¡Eh, cuidado, amigo! No hace falta correr. Sigue habiendo muchas pizzas dentro.

«No hace falta correr».

Las palabras y la voz fueron como un mazazo para el estómago de Lindsay. Se quedó sin aire en los pulmones. Pequeños destellos de recuerdos cruzaron por su mente, y quiso cerrar los ojos. Pero gracias a sus muchas noches sin dormir, sabía que eso solo serviría para que las imágenes se hicieran más intensas.

«No hace falta correr… tenemos toda la noche».

Así que se preparó para enfrentarse a Ryder Kincaid por primera vez desde hacía una década. Los familiares ojos verdes, el pelo castaño, la media sonrisa sexy que había parado el corazón de casi todas las chicas del instituto. Incluido el de Lindsay. Siempre había sido innegablemente guapísimo, incluso en aquel entonces. Y ahora… Lindsay tragó saliva. Ahora aquellas bonitas facciones habían mejorado con los diez años de distancia, diez años de madurez en los que había pasado de niño a hombre.

Aquella sonrisa tan sexy seguía allí cuando la miró a los ojos. Tenía una barba incipiente que le definía los esculpidos pómulos y la masculina mandíbula. El corazón le latió con fuerza cuando él se acercó un poco más. Por fin había llegado el momento que había temido y anticipado durante todos aquellos años.

Se lo había imaginado cientos de veces. Su sentida disculpa por el modo en que la había tratado tras aquella única noche de primavera en el último año de instituto. La fría reacción que tendría ella al darse cuenta sin lugar a dudas de que estaba mucho mejor sin él.

Estaban los dos mucho mejor sin él.

Pero resultó que el tiempo no había cambiado nada.

Ni la sonrisa de Ryder ni el modo en que la saludó brevemente con la cabeza antes de marcharse sin decir una palabra.

Ni tampoco el shock de Lindsay cuando los recuerdos se apoderaron de ella, arrastrándola hacia la estúpida, ingenua y solitaria chica a la que Ryder había usado para luego dejarla tirada.

Durante una décima de segundo, el rico y especiado aroma a pizza y los ruidos de los videojuegos cambiaron. Se transformaron en el olor a algo almizclado del pasillo del instituto y en el repicar de la campana de la mañana de una década atrás. Tras años de silencio amando inútilmente a Ryder Kincaid en la distancia, por fin había conseguido que se fijara en ella. Más que eso. Mucho más. Y Lindsay sabía que su vida no volvería a ser la misma.

Había esperado con el corazón latiéndole de emoción al lado de la taquilla de Ryder. Unos cuantos compañeros la miraron de reojo al pasar, como preguntándose qué estaba haciendo en la zona de los chicos populares, pero ella se mantuvo en su sitio. Porque pronto todo el mundo sabría que Ryder Kincaid y ella eran pareja.

Le vio avanzar por el pasillo con el pelo cayéndole sobre la frente, los ojos verdes risueños, el paso lento y confiado. Estaba rodeado de un grupo de amigos, pero es que siempre había sido muy popular. Era quarterback y capitán del equipo de fútbol y varias universidades le habían ofrecido una beca. Todo el mundo quería a Ryder.

La emoción se transformó en nerviosismo, pero Lindsay apartó de sí aquella sensación. Todo el mundo quería a Ryder, pero Ryder la quería a ella. El viernes por la noche se lo había demostrado. Así que esperó a que se fijara en ella para que se le iluminaran los ojos como había sucedido en la fiesta de Billy Cummings. Esperó a que la estrechara entre sus brazos, a que la besara como había hecho tan solo unos días atrás. Esta vez delante de todos sus amigos para que el instituto entero supiera que era su chica…

Esperó y vio asombrada cómo pasaba por delante de ella.

Saludándola con una sonrisa y una inclinación de cabeza.

«Esto no es el instituto. Esto no es el instituto», se repitió Lindsay una y otra vez. «Tú ya no eres esa chica».

Echó los hombros hacia atrás, levantó la cabeza y se dirigió al restaurante. Captó la imagen de Ryder en el ventanal mientras se alejaba con sus anchos hombros, las estrechas caderas y las largas piernas embutidas en vaqueros. Vio cómo se detenía en seco y se giraba muy despacio. Vio la expresión de desconcierto de su bello rostro y le pareció, solo le pareció, que pronunciaba su nombre.

Lindsay siguió andando sin cambiar el paso.

Al menos esta vez era ella la que se había ido.

Cuando Ryder Kincaid volvió a su pueblo natal supo que le tocaría tragarse el orgullo.

Sí, se había ido del pueblo siendo el chico de oro, el chico del brazo mágico que había llevado a su instituto al campeonato y lo había ganado tres de los cuatro años. Había sido el capitán del equipo de fútbol, el rey del baile de fin de curso y había salido con la jefa de las animadoras. Varias universidades le ofrecieron becas, y él escogió la más grande y la mejor… aunque la beca solo le cubría parte de su educación.

Después de todo, iba a ser el tipo más popular del campus y lo mejor de la vida estaba todavía por llegar.

«El tipo más popular del campus», pensó con ironía. El tipo más popular de un instituto pequeño en un pueblo más pequeño todavía.

No se dio cuenta de lo pequeño que era hasta que salió de allí. Hasta que se pasó toda la etapa universitaria sentado en el banquillo, muy lejos de la carrera deportiva profesional con la que había soñado.

Sin embargo, Ryder aprovechó al máximo sus años de universidad aceptando un trabajo en la construcción a tiempo parcial para pagar todos los gastos que no cubría su beca, y consiguió graduarse en Arquitectura. Entró a trabajar en uno de los estudios más prestigiosos de San Francisco. Un estudio que pertenecía a la familia de su mujer, ahora exmujer. Un trabajo que mucha gente de Clearville creía que había conseguido por enchufe, porque el final de su matrimonio supuso también el final de su carrera. Así que sí, tenía que sonreír y soportar que la gente le pinchara hablándole de sus días de gloria en el instituto y de la pérdida del trabajo, aunque sabía que no se lo merecía.

Tenía grandes sueños cuando estaba en el instituto, todos centrados en el deporte y en la chica que amaba. ¿Cómo había terminado como el malo de la película, el fracasado, cuando eran ellos quienes le habían traicionado?

Ryder dejó a un lado la amargura mientras subía los escalones de entrada de la casa de su hermano. Al menos su familia le había recibido con los brazos abiertos, aunque también ellos le miraban con un interrogante en los ojos. Al menos su madre. ¿En qué momento se había echado todo a perder?

Se suponía que en la familia Kincaid el matrimonio era para toda la vida. El suyo con Brittany apenas había rozado la marca de los seis años.

Hizo equilibrios con las pizzas que tenía en la mano mientras llamaba a la puerta con la otra y la abría. Oyó el ruido que hacían sus sobrinos mientras jugaban en la parte de atrás de la casa, y, por un instante, Ryder pensó en el niño de la pizzería. El que se había tropezado con él cuando salía.

Había visto un atisbo de pelo rubio, gafas grandes y un cuerpo delgado. Después, Ryder había dirigido la atención hacia la mujer que apareció detrás del pequeño.

Tras su matrimonio con Brittany y su turbulenta relación de «ahora sí, ahora no» que se remontaba al instituto, Ryder había aprendido a recelar del sexo opuesto.

Pero eso no significaba que no se fijara en las mujeres guapas. Qué diablos, seguía siendo un hombre. Y la mujer de la acera era sin duda una mujer guapa. Llevaba el cabello rubio oscuro apartado de las delicadas facciones y tenía los ojos muy grandes y de color azul verdoso. No tenía el aspecto de una lugareña que iba a recoger una pizza para la familia.

La instantánea atracción que sintió por ella le pilló desprevenido. La tinta con la que había firmado los papeles del divorcio todavía estaba húmeda, así que mirar a otra mujer era tan inteligente como golpearse la cabeza con un martillo. Por segunda vez.

Fue al alejarse cuando se dio cuenta de que la mujer le resultaba familiar. Había algo en sus ojos, en las expresivas cejas, en el rostro en forma de corazón.

Si la mujer era Lindsay Brookes y le había ignorado cuando dijo su nombre, entonces era un golpe que se merecía.

Ryder se estremeció al pensar en cómo la había tratado en su último año de instituto. Hizo un esfuerzo por no darle vueltas al modo en que la había despreciado. En aquel momento tenía sus razones, buenas razones, pero Lindsay no podía saberlas. Lo único que pudo pensar fue lo obvio, que se había acostado con ella tras una de sus múltiples rupturas con Brittany y que después la había dejado tirada.

—Eh, ¿por qué tienes el ceño fruncido? —le preguntó Bryce, su hermano mayor, cuando Ryder entró en la cocina—. ¿No sabes que la pizza es una comida alegre?

—No es nada —Ryder dejó las cajas en la isla de granito y aceptó el botellín de cerveza que le pasó Bryce. No pudo evitar sonreír mientras su hermano se movía por la cocina con una facilidad que le pilló por sorpresa.

Cierto que lo único que estaba haciendo Bryce era cortar ensalada para su «noche de chicos», pero le seguía resultando extraño verle en el papel de padre. A veces, cuando uno de los niños le llamaba «papá», Ryder seguía esperando que fuera su propio padre quien respondiera, no su hermano.

Desde que había vuelto al pueblo el otoño anterior, Ryder había tenido la oportunidad de ver a Bryce y a su mujer, Nina, en acción. La pareja se llevaba bien, se hablaban con respeto, amor y un sentido del humor que le provocaba una punzada de envidia.

—¿Te acuerdas de Lindsay Brookes? —le preguntó—. Estaba en mi clase en el instituto.

—Creo que sí. Un ratón de biblioteca, creo. Un poco sabelotodo, ¿no? —preguntó Bryce cortando un pimiento.

—Lo parecía, pero en realidad no era así.

—No recuerdo que fuera amiga tuya en aquel entonces.

—Me ayudó en nuestro último año —Ryder siempre se había jactado de sacar buenas notas, pero aquel año hubo más fiestas que horas de estudio y sus exámenes se resintieron de ello—. Me dio clases de Cálculo.

—Eso me suena a cerebrito.

—Sí, era muy inteligente —Ryder se rio—. Y al parecer era incapaz de callarse cuando alguien cometía un error. Ella creía que así ayudaba, y daba la impresión de que no entendía que los demás no lo vieran así.

—Al terminar el instituto sorprendió a todo el mundo cuando empezó a salir con ese primo de los Pirelli, ¿verdad? —preguntó Bryce abriendo la nevera para sacar unos tomates.

—Sí, supongo que se hicieron amigos durante las vacaciones en las que él venía a visitar a su familia, pero aquel verano…

A todos los demás podría haberles sorprendido que aquella chica tímida y callada saliera con el inquietante Tony Pirelli, pero lo único que Ryder sintió fue alivio. No le habría hecho tanto daño en el corazón si se había enamorado tan rápidamente de otro chico. Lindsay y Tony fueron inseparables aquel verano.

«No sé qué ve un chico tan guapo en una mosquita muerta como ella», bufó Brittany cuando las dos parejas se encontraron en el picnic del Cuatro de Julio que se celebró en la plaza del pueblo. Ryder no dijo nada, pero entonces supo que había hecho lo mejor al romper con Lindsay. Aunque Brittany y él no estaban juntos cuando se acostó con Lindsay, su novia le habría hecho la vida imposible a la otra chica si hubiera sabido lo suyo.

—Así es. Y luego… —Bryce se detuvo y torció el gesto cuando dejó el cuchillo sobre la encimera—. ¿Cuándo nos hemos convertido en un par de cotillas que cuchichean en la cocina?

—Seguramente cuando te pusiste ese delantal —dijo Ryder señalando a su hermano con el botellín.

Bryce bajó la vista para mirarse y luego dijo para defenderse:

—Eh, los tomates sueltan mucho jugo.

A Ryder se le borró la sonrisa mientras pensaba en lo que su hermano no había dicho.

«Y luego Lindsay se quedó embarazada». Brittany y él ya estaban viviendo en la universidad para entonces, pero los cotilleos de Clearville viajaban largas distancias. Cuando escuchó la noticia por primera vez, entró en pánico durante un instante al preguntarse algo que su cerebro rechazaba.

«No puede ser mío. Solo fue una vez. Usamos protección. De ningún modo, no puede ser…».

Entonces Brittany le contó todos los detalles. Todo el mundo sabía que Tony Pirelli era el padre, pero él se negaba a casarse con Lindsay. Entonces la familia de Lindsay se marchó del pueblo avergonzada. Una historia tan jugosa como los tomates de Bryce.

—¿Y por qué estás recordando ahora el pasado, si puede saberse?

—Oí que estaba en el pueblo pasando una temporada para ayudar a su abuela, y me pareció verla cuando fui a recoger las pizzas. Tenía… buen aspecto.

—¿Su abuela? —preguntó Bryce fingiendo sorpresa.

—Muy gracioso —Ryder le lanzó un trapo que tenía cerca.

Bryce agarró el trapo al vuelo y se lo puso en el hombro.

—Yo digo que Lindsay tiene que estar espectacular para que te haya llamado la atención a ti. ¿No habías renegado de todas las mujeres desde que te divorciaste?

—No me refería a eso —pero era verdad. Lindsay estaba espectacular. Aunque sobre todo tenía un aire de seguridad, de éxito. Una mujer que había encontrado su lugar en el mundo, muy diferente de la chica que se esforzaba por encajar en el instituto de Clearville—. Me alegró ver que le va bien.

En cierto modo se sentía liberado de la vieja carga de culpabilidad que todavía arrastraba. Sí, en aquel entonces era un adolescente estúpido y salido, pero eso no era excusa para haber tratado a Lindsay como lo hizo. Le debía una disculpa y una explicación al menos, y si tenía suerte, tal vez pudiera arreglar lo que hizo.

Gracias a la llamada que había recibido a primera hora de aquel día, sabía que pronto tendría su oportunidad.

Capítulo 2

HABÍA sobrevivido. Se había encontrado con Ryder Kincaid cuando solo llevaba dos días en el pueblo y había sobrevivido.

Lindsay dejó escapar un suspiro, todavía más afectada por el fugaz encuentro de lo que quería admitir. Diez años. Se suponía que ya debía tenerlo superado. Lo tenía superado. Pero le había impresionado verlo, nada más.

Miró hacia la zona de juegos de la pizzería y sintió cómo se le calmaba el pulso al ver a Robbie. Le había dado permiso para que jugara a los videojuegos mientras esperaban el pedido. Necesitaba un momento para sí misma, y confiaba en que su hijo se pusiera a hablar con algún niño de los que correteaban por allí entre las máquinas. Pero Robbie estaba concentrado disparando contra invasores alienígenas y se limitó a encogerse de hombros cuando un niño se detuvo a su lado a hablar con él. El otro pequeño acabó marchándose.

A Lindsay se le encogió el corazón por su hijo. Por aquella timidez familiar que le llevaba a cerrarse en banda cuando intentaba hablar con los chicos de su edad. Ella recordaba muy bien aquella sensación. El miedo a decir algo que no debía. Y la sensación de hacer siempre lo incorrecto.

Sabía que no podía esperar gran cosa. Robbie y ella estarían en el pueblo solo unas semanas, lo justo para convencer a su abuela de que había llegado el momento de vender la casa y mudarse a Phoenix para estar más cerca de ella y de sus padres.

—¿Lindsay? ¿Lindsay Brookes?

Lindsay se giró en el taburete y vio a una rubia bajita con curvas avanzando hacia ella.

—Cherrie… cuanto tiempo, ¿verdad?

—¡Diez años! —exclamó la otra mujer.

«Y ojalá hubiera sido más», pensó Lindsay, aunque mantuvo la sonrisa. Junto con Brittany Baines, Cherrie Macintosh y su pandilla de amigas eran las dueñas del instituto en aquellos tiempos. Las chicas populares que podían convertir la vida de cualquiera que no fuera de su círculo en un infierno. Como era tímida y estudiosa, Lindsay casi consiguió escapar sin que se fijaran en ella.

Casi. Hasta que se quedó embarazada y fue la comidilla del pueblo.

—Dios mío —comentó Cherrie—, si no hubiera oído que ibas a venir creo que no te hubiera reconocido. Quiero decir, antes eras muy apocada, ¿verdad?

Sí, lo era. Pero eso fue hace mucho tiempo y ya no era esa chica. Llevaba cinco años trabajando para una importante firma de Relaciones Públicas de Phoenix. Se bajó del taburete.

En el instituto odiaba ser tan alta. Odiaba todo lo que la hiciera destacar sobre los demás, y había pasado la mayor parte de aquellos años encogida. Pero había aprendido que la gente alta era considerada por los demás más inteligente y exitosa que los bajos. Y aunque llevaba sandalias de tacón bajo, le sacaba más de una cabeza a Cherrie.

—Tienes razón, lo era. Gracias a Dios ya no somos las mismas que en el instituto.

Cherrie parpadeó como si intentara captar la indirecta que escondían las palabras de Lindsay.

—Ya, claro. Eso fue hace mil años, ¿verdad?

¿Eran imaginaciones suyas o había un tono esperanzado en la voz de la otra mujer? Como si Lindsay hubiera podido olvidar los crueles cotilleos que la habían perseguido las últimas semanas antes de que sus padres y ella dejaran el pueblo.

Sin Brittany y el resto de la pandilla, Cherrie no parecía tan intimidante. De hecho parecía un poco necesitada y con ganas de agradar. Una persona que habría seguido a las demás chicas para encajar.

Lindsay no esperaba sentir pena por nadie de aquel grupo del instituto, pero tal vez eso también demostraba lo mucho que había cambiado.

—Tienes razón. Eso ya es agua pasada.

—Claro. Y será estupendo encontrarse con todo el mundo en la reunión del mes que viene. Seguirás aquí para entonces, ¿verdad?

A Lindsay no se le ocurría nada peor que acudir a la celebración de los diez años de su graduación. ¿Rememorar cuatro años de puro infierno? Sí, desde luego, qué divertido.

—No sé si podré ir —le dijo a Cherrie.

—Bueno —la otra mujer se rio—. Es gracioso, porque si hubieras llegado unos segundos antes podríamos haber tenido nuestra propia minireunión. Se acaba de ir Ryder Kincaid. ¿Sabías que había vuelto?

—Algo he oído —agua pasada o no, no estaba dispuesta a contarle a Cherrie que la presencia de Ryder había dado pie a su propio regreso.

Cherrie se inclinó hacia ella y le dijo:

—Dejó a Brittany, ¿sabes? Fue de repente. Una sorpresa total. Brittany y yo seguimos siendo las mejores amigas aunque no nos vemos mucho. Confiaba en que viniera a la reunión, pero dice que sería demasiado duro. Tantos recuerdos de Ryder y ella juntos, ¿sabes? Está tratando de ser fuerte, pero se le nota que está destrozada.

—Vaya, siento escuchar eso —dijo Lindsay. No era del todo mentira, pero su preocupación no era por Brittany.

—Llevaban juntos toda la vida —continuó Cherrie—. Eran la pareja perfecta, el matrimonio que todo el mundo pensaba que duraría para siempre. Ryder no dice nada —murmuró bajando todavía más la voz—. Pero, ¿qué va a decir? Marcharse de ese modo…

El zumbido de sus palabras se mezcló con las risas y los ruidos de la zona de juegos. ¿Qué sabía realmente Lindsay de Ryder? Lo cierto era que apenas le había conocido cuando era un chico, y no tenía ni idea de qué clase de hombre era ahora. Qué clase de padre sería…

Cuando supo lo de su divorcio y que había vuelto a Clearville, Lindsay se lo tomó como una señal. Tras décadas de secretos, medias verdades y mentiras directas, había llegado el momento de ser clara. Pero no se trataba solo de hacer lo correcto, sino de hacer lo mejor para Robbie. Su hijo era lo más importante, más que la culpa con la que cargaba desde hacía tanto tiempo. Más que los derechos de Ryder como padre. Robbie era lo primero.

Toda historia tenía dos versiones, y aunque la mejor amiga de Brittany, Cherrie, supiera la de su amiga, Lindsay necesitaba escuchar la versión de Ryder. Necesitaba saber qué clase de hombre iba a entrar en la vida de su hijo. Necesitaba saber que no le daría la espalda al niño como al parecer había hecho con su esposa y su matrimonio.