El dolor del faraón - Josep Lopez - E-Book

El dolor del faraón E-Book

Josep Lopez

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Beschreibung

¿Qué es el dolor emocional? En este libro de Josep López se analiza el dolor emocional y como tratarlo. Muchos lo rechazan, pero López propone abrazarlo, escucharlo, entenderlo y analizarlo. A través de la historia de un joven faraón que huye de su duelo, el autor analiza la importancia del sufrimiento y del dolor como forma de entender unos valores vitales. Con una mezcla de literatura y de neurociencia, en el libro se traza un camino por todas las manifestaciones del dolor emocional.

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Seitenzahl: 117

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Josep Lopez

El dolor del faraón

SOBRE EL DOLOR EMOCIONAL Y CÓMO AFRONTARLO

Saga

El dolor del faraón

 

Copyright © 2020, 2022 Josep Lopez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728044742

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Para mi hermano Fady, cuyas palabras inspiraron buena parte de este libro y siguen inspirándome día a día.

 

Para mi amigo Álex, que también sabe del dolor.

 

Para Toni Munné, maestro, que se cruzó en mi vida en el momento oportuno.

 

Para Cécile Adam, que me brindó su hogar en momentos difíciles.

 

Y para todos aquellos que me enseñaron que hay dolores que curan.

Introducción

Querida lectora, querido lector:

Quiero agradecerte en primer lugar tu valentía. En los tiempos que corren, lo más sencillo sería huir de la palabra dolor y escudarse en banalidades como el entretenimiento televisivo o las discusiones de café sobre si éste o aquél jugador de fútbol lo hizo bien el pasado fin de semana. Sin embargo, tú has salido de tu zona de confort dispuesta/o a averiguar cosas sobre el dolor, a profundizar en esta sensación/sentimiento, desagradable pero indisociable del hecho de existir. Y no sólo eso: también has adquirido este libro, que en su cubierta te ha adelantado, sin ningún tipo de subterfugio o eufemismo, que habla del dolor emocional y de cómo afrontarlo.

Por tanto, esta aventura de compartir, de adentrarnos juntos en un tema a primera vista poco gratificante (pero ineludible en realidad), empieza con un acto de valentía por tu parte, lo cual es un buen principio. Deseo y espero, de todo corazón, que el valor que demuestras te lleve a adquirir aprendizajes útiles para alcanzar una vida más plena.

El dolor, en todas sus variantes (si es que las hay, pues en el fondo sospecho que todo dolor es un mismo dolor), es algo consustancial al ser humano, como también lo es, por otra parte, el placer o la dicha. ¿Conoces acaso a alguien que no haya experimentado en algún momento ambas cosas? Yo no, y supongo que tú tampoco.

No quiero decir, por supuesto, que estemos en este mundo para sufrir, ni que la vida, usando la cita bíblica, sea un “valle de lágrimas”. Nada más lejos de mi intención. Lo que pretendo es que no huyas del dolor, que lo afrontes cuando llegue, pues tiene una función que, bien entendida y asimilada, puede ayudarte a crecer como ser humano.

En este libro veremos qué es en realidad el dolor, tanto el físico como el emocional, y por qué intentamos por todos los medios rechazarlo en lugar de acogerlo y escucharlo. Y también exploraremos algún que otro reciente y revelador descubrimiento científico en el ámbito de las neurociencias sobre el sufrimiento y sus manifestaciones. Eso sí, empezaré, como hago casi siempre, explicándote una historia, un cuento que habla del dolor y de cómo a menudo no sabemos qué hacer con él.

A lo peor resulta que no te gustan los cuentos y ahora acabas de sentir una gran decepción. Si es así, lo siento de veras. Por más que algunos critiquen la fábula como género yo sigo pensando, después de unos años y unos cuantos libros, que “la distancia más corta entre un hombre y la verdad es un cuento”, como dejó dicho Anthony de Mello.

Entiendo, no obstante, que puedas estar cansada/o de fábulas y que prefieras algo más directo: un texto que no te obligue a deducir y a entresacar ideas a partir de metáforas, sino que las formule de una manera explícita y, a ser posible, práctica. Si es así, tengo una buena noticia para ti: este libro se puede leer de varias maneras. La primera es la tradicional: acabas esta introducción, pasas página y lees. Si lo haces así, encontrarás una primera parte consistente en una parábola titulada El dolor del faraón. Para mí, el atractivo de cualquier cuento, y también de este, reside en que puede sugerir y a la vez explicar, puede contener un mensaje pero al mismo tiempo las semillas de otros muchos. Puede, en definitiva, alimentar la razón pero también el alma. Y hoy, más que nunca antes en la historia de la Humanidad, necesitamos de nutrientes para el alma.

Esta fábula con toques kafkianos habla de un jovencísimo faraón que huye a toda costa del dolor, lo cual le lleva a una situación extrema de la que, no obstante y en última instancia, extrae aprendizajes de vital importancia.

Puedes leer el cuento o saltártelo, caso de que seas de la liga anti-fábulas. Si optas por esto último, vé directo a la segunda parte del libro, consistente en un breve ensayo (aunque esta palabra es desmesurada en este caso) sobre el dolor emocional. He tratado de sintetizar mis creencias sobre el particular, basadas en experiencias propias y en estudios u opiniones ajenos, y he procurado reunir unas pocas claves que te ayuden a entender tu propio sufrimiento, actual o pasado.

También, cómo no, puedes leer la fábula y no el ensayo. En cualquiera de los casos el libro sigue funcionando, pues debajo de ambos, parábola y ensayo, reside el mismo mensaje. Un mensaje que se podría sintetizar así:

“Detrás de un dolor físico suele residir un dolor emocional. Y detrás de un dolor emocional casi siempre hay una negación de la vida. El dolor sólo se puede superar transitándolo hasta llegar de nuevo al amor por la vida”.

Adelanto ya a los susceptibles que no soy científico y que, por tanto, no aportaré evidencias que sustenten esta tesis más allá de experiencias propias y/o próximas. No pretendo otra cosa que realizar una aportación vivencial, algo que nos dé pistas para entender el dolor que a veces nos atrapa y que, por otra parte, es indisociable del hecho de vivir. Porque, como dice uno de los personajes de la fábula, “la vida a veces duele, y ese dolor forma parte de la vida”. O, parafraseando la fórmula cartesiana, “duele, luego existo”.

Creo que la lectura de este libro puede aportarte algo de comprensión sobre la función del dolor emocional en nuestras vidas y, sobre todo, facilitarte la manera de sobrellevarlo o superarlo de la forma más digna y provechosa. Y es que el dolor, si bien puede paliarse, no puede ser evitado por completo, entre otras cosas porque eso nos convertiría en seres insensibles y monstruosos. Es decir, inhumanos.

Por último, quisiera que este libro fuera también una reivindicación de la expresión de las emociones en todos los ámbitos de la vida. A menudo se transmite la idea, sobre todo a través de algunos medios de comunicación, de que sólo estamos autorizados a expresar la alegría, y así acabamos creyendo que sólo esa emoción está aceptada socialmente. Si esta idea cala, y creo que lo está haciendo, educaremos a niños que serán adultos incompletos, pues no se darán el necesario permiso para experimentar la tristeza o el miedo, y mucho menos para expresarlos. Y no sabrán que la función de esas emociones es curar. Es más, que son la principal herramienta para sanar las grandes heridas de la vida.

 

L’Ametlla del Vallès, diciembre de 2009.

1ª PARTE El dolor del faraón

1

El joven Meriatón se levantó aquella mañana con una molestia en su pierna derecha. No era como otros dolores que había experimentado a lo largo de sus dieciocho años de vida, como cuando siendo niño cayó por las escaleras del templo de Hatshepsut y se desolló una rodilla, o como aquella ocasión en que un halcón se instaló en su hombro y le clavó las garras. Esta vez se trataba de un dolor impreciso pero incesante, obstinado, que le impedía cualquier acción que no fuera estar pendiente de su pierna.

Aunque hasta ese momento de su vida había procurado no quejarse y mostrarse como un faraón fuerte y digno del designio de los dioses, la persistencia del dolor le alarmó sobremanera, así que con un grito llamó a su sirviente de cámara, el viejo esclavo Hem, que acudió con la mayor presteza que le permitieron sus cansadas piernas.

- ¿Qué desea mi bienamado faraón, hijo de los dioses y dios él mismo en la tierra? -saludó el esclavo rodilla en tierra.

- Déjate de formalismos, Hem, y llama de inmediato a la sacerdotisa Sejmet. Noto una sensación extraña en la pierna derecha y no sé qué hacer.

- ¿Queréis decir que os duele, Señor?

- No sé... Sí, creo que sí... -titubeó-. Ya sabes que no suelo quejarme, pero este dolor es muy extraño...

Se quedaron ambos en suspenso un instante y Hem pensó que, efectivamente, el joven Meriatón apenas se había quejado en toda su vida de dolor alguno, ni siquiera cuando un año atrás sus padres murieron de forma trágica y él tuvo que ascender al trono y ocupar su lugar. Fue un momento difícil para todos en la corte, sin embargo el joven Meriatón no mostró afligimiento de ninguna índole, como si los dioses le hubieran dado una fuerza sobrenatural para distinguirlo del resto de los humanos. Durante los meses siguientes, su rostro todavía infantil mantuvo en todo momento el pétreo gesto de la esfinge de Giza, tanto en el uso de su mando como en el trato con su séquito, lo cual le reportó fama de dios en la tierra, inmune a los sufrimientos cotidianos de sus fieles. El viejo Hem sospechaba, sin embargo, que bajo la dureza del rostro del joven faraón había un torrente de emociones contenidas. Por eso, y porque le tenía un gran afecto, decidió mantenerse atento a cualquier pequeña alteración en el ánimo de Meriatón.

Hem observó el rostro contrito de su Señor y supo que algo había empezado a cambiar, por lo que salió de sus pensamientos y corrió al templo de Horus en busca de la sacerdotisa Sejmet.

 

Cuando la divina adoratriz y cantora de Amón-Ra llegó ante el joven faraón, echado de lado en la cama con las dos manos agarrando su pierna derecha, se arrodilló con sigilo y dijo en un susurro, como para no importunarlo:

- Decidme, Señor del Sol, ¿en qué puedo serviros?

Meriatón se incorporó, sobresaltado:

- ¡Gracias a los dioses que habéis llegado, Sejmet! Veréis, desde que he despertado esta mañana noto en mi pierna derecha una sensación desagradable en forma de... Cómo os lo podría explicar... Como si alguien desde dentro apretara con miles de punzones en todas direcciones para salir... Es muy extraño, jamás había experimentado nada igual.

Sejmet se incorporó y avanzó en dirección a Meriatón. Inclinándose hacia él preguntó:

- ¿Y decís que la sensación ha aparecido de repente?

- Sí, esta mañana desperté de un sueño en el que aparecía mi señor padre y noté de inmediato el dolor.

- ¡Ah, un sueño! -exclamó Sejmet tensando de pronto la espalda. La simple mención de aquella palabra la había puesto en guardia, como un chasquido a una cobra.

- ¿Y puedo preguntaros qué pasaba en ese sueño?

- Pues... Aparecía un escorpión, creo recordar. Y sangre negra esparcida por el rostro de mi padre.

- ¡Ah, una señal!

La sacerdotisa levantó las manos al cielo y empezó a recitar una salmodia incomprensible.

- Decidme, Sejmet, ¿qué está sucediendo? -la interrumpió, insólitamente alarmado, Meriatón.

- El escorpión y su sangre -explicó la adoratriz- son una señal de que debéis purificaros, sin duda. Algo en vuestro proceder reciente no ha sido del agrado de Horus, que os ha enviado una señal en forma de dolor.

- ¿Y entonces?

- Debéis ofrecer a los dioses un sacrificio ritual. Enviadme al templo diez jóvenes que todavía no hayan sangrado y yo me ocuparé del resto.

- ¿Estais segura de que...?

- ¡¿Dudáis de mi capacidad para comunicar con los dioses?! -se atrevió a cortar la sacerdotisa.

- No, Sejmet, ya sabéis que os tengo en gran consideración. Es sólo que no veo cómo el sacrificio de unas niñas puede aplacar mi dolor.

- Alguna vez os lo he explicado, joven faraón: nuestras vidas están en manos de los dioses, que hacen y desahacen a su conveniencia. Sus designios no son de nuestra incumbencia. Simplemente debemos atender las señales que nos envían para que sus iras no se desboquen y nos condenen al oscuro sueño en lugar de a la luminosa vida eterna.

- Está bien, Sejmet, sea como dices.

 

Cuando la sacerdotisa hubo abandonado los aposentos reales, Meriatón pidió agua a su sirviente, al que seguidamente ordenó:

- Dispón que diez pequeñas esclavas, todas en edad impúber, sean llevadas al Templo de Horus para ser sacrificadas.

Hem dio un respingo y tensó de golpe todo su enjuto cuerpo. Luego recuperó el gesto sumiso e inclinándose dijo: - Joven Meriatón, Señor del Alto y el Bajo Egipto, os ruego perdonéis mi atrevimiento al hacer esta pregunta, pero no puedo por menos que formularla: ¿es ese sacrificio el precio que Sejmet os ha dicho que debéis pagar para que desaparezca vuestro dolor en la pierna?

- Sí, así es, ¿por qué lo preguntas?

Hem se arrodilló para que sus palabras no parecieran altivas a los oídos de su señor:

- Veréis, no hay razón alguna para pensar que el dolor de unas pobres niñas tenga alguna relación con el de vuestra pierna. Me atrevo a afirmar que, de hecho, no existe ninguna.

- Sí, yo también tengo mis dudas sobre eso, a pesar de lo mucho que admiro a Sejmet. Pero, ¿qué otra cosa puedo hacer?

- Sé que os sonará extraño, pero el dolor que sentís en la pierna os está hablando.

- ¿Qué quieres decir?

- Pues que trata de deciros algo. Y os haría mucho bien escucharlo, si me permitís el atrevimiento.

- Pero, ¿cómo quieres que escuche a algo que no habla, viejo Hem?

Sin esperar respuesta se giró hacia el paisaje árido que se extendía más allá del ventanal de sus aposentos y lo observó como si fuera la primera vez que lo veía. Aunque trató de disimularlo, se sintió preso de la duda y la inquietud.