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¿Cómo combatir el miedo y la inseguridad hacia el futuro? Los cambios sociales y económicos que se producen constantemente en nuestra sociedad pueden generar una enorme incertidumbre. Nos desestabilizan y nos impiden avanzar. Con la sensibilidad que lo caracteriza, Josep López muestra como adaptarse a esos cambios a través de gestionar nuestras emociones. Reinventarnos para podernos adaptar al futuro y así tener más confianza, recuperar la ilusión y vivir, en definitiva, una vida más plena.
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Seitenzahl: 239
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Josep Lopez
Confecciona una nueva vida a tu medida
Saga
Reestrénate
Copyright © 2012, 2022 Josep Lopez and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728044728
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
“Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.
Rayuela, Julio Cortázar
Voy a serte franco desde la primera línea: este libro no te va a solucionar la vida. El trabajo (mucho o poco, según de dónde partas, lo que quieras cambiar y cuáles sean tus circunstancias) lo vas a tener que hacer tú, y no siempre será fácil. Así que, si andas buscando soluciones milagrosas del estilo “piénsalo y lo atraerás” o “pasé un fin de semana con un chamán y soy una persona nueva”, te sugiero que dejes este libro en el estante del que lo tomaste o se lo devuelvas a esa amiga bienintencionada (acostumbran a ser ellas) que te lo prestó después de una conversación a media voz en la que le confesaste que necesitabas cambiar de vida. Porque aquí el único milagro, amiga mía, amigo mío, es el trabajo.
Sigamos aclarando cosas: yo, Josep López, no soy un gurú ni un sabio, ni siquiera un maestro. Tengo mis inseguridades y mis debilidades, tengo momentos altos y bajos, he dejado de fumar 1.000 veces y he vuelto a fumar 999, y por si eso fuera poco necesito comer e ir al baño varias veces al día. Eso sí, vivo en un pueblo precioso, tengo dos hijos que adoro y un puñado de buenos amigos que forman una impagable red de afecto (y aquí lo de impagable no es retórico, como te contaré más adelante). Igualmente, disfruto de la vida a diario y con todos los sentidos, tanto de una comida como de una canción, tanto de un tomate maduro como de un baño en el mar, tanto de una conversación como de un beso. En definitiva, me considero una persona afortunada. Te cuento esto para que elijas: si crees que alguien tan “humano” como yo difícilmente puede mostrarte cómo cambiar de vida para tener más bienestar y ser más feliz, que necesitas a alguien más sabio o más seguro de sí mismo, te invito igualmente a que dejes el libro en el estante y blablablá.
Por tu parte, reconoce que si estás leyendo un libro titulado Empezar de nuevo no es precisamente porque estés satisfech@ con la vida que tienes ahora. No te engañes: estás en crisis, o como mínimo algún aspecto importante de tu vida lo está (y por ende el conjunto, pues somos un sistema). Si tu vida fuese un camino de rosas y estuvieses en paz contigo y con los demás tendrías entre las manos cualquier cosa menos este libro: un tenedor, una pelota, una buena novela... Por cierto, esto me recuerda a esas personas que cuelgan mensajes en twitter del estilo: “Maravillosa puesta de sol frente al mar. En una terraza disfrutando de este momento único de felicidad”. ¿Disfrutando? ¡Si estuvieras realmente disfrutando no se dedicarías a escribir mensajes de twitter! Lo más probable es que esa persona esté ahí más sola que la una y soñando con compatir ese momento con alguien, porque la felicidad no está tanto en la puesta de sol como en poder compartirla, como también veremos.
En definitiva, el primer paso para cambiar es reconocer que quieres y/o necesitas cambiar. Y el siguiente, claro, buscar ayuda, pues aunque los recursos están en ti, necesitas alguien que te abra la puerta de esos recursos. En este sentido, el presente libro te resultará de gran ayuda. Porque, si bien es cierto que tú y nadie más que tú eres el artífice de cualquier cambio importante en tu vida, también lo es que todos necesitamos ayuda en algún momento, y que no es solo lícito buscarla y aceptarla, sino también inteligente.
Hay otro punto importante a aclarar: si crees que las personas no cambian (o, como diría algún cenizo, solo cambian a peor), deja este libro en el estante, etcétera. Porque SÍ es posible cambiar. De hecho, es inevitable, está en la esencia del universo: todo cambia constantemente. Puedes cambiar de vida, ya que para cambiar de vida lo principal es que cambies tú, y para eso no necesitas dinero ni posesiones. Te lo repito para que te quede bien grabado: tú puedes cambiar tu vida.
Hay una conocida frase, atribuida a diferentes personas y que por lo tanto forma parte ya del acerbo popular, que dice: “Si yo no cambio, nada cambia; si yo cambio, todo cambia”. Esto quiere decir que si cambias tu punto de vista, tu perspectiva, tu realidad también cambia. Fíjate en un ejemplo que habla de la perspectiva, de cómo una misma realidad puede ser percibida de formas diametralmente opuestas: un apartamento de 50 metros cuadrados es un cuchitril para alguien que aspira a vivir en una gran casa y está acostumbrado a espacios grandes, y si vive ahí se sentirá “encerrado”. Por el contrario, para un estudiante de 20 años que vive con sus padres y además comparte su habitación con un hermano, ese mismo piso de 50 metros cuadrados (o sea, la misma realidad) será un auténtico lujo, y si logra vivir en él se sentirá “liberado”. Es la misma realidad, solo cambia la persona. No hace falta ser Einstein para darse cuenta de esto: si cambias tu punto de vista, la realidad será la misma, pero tú la verás de forma totalmente diferente y, por tanto, para ti “será” totalmente diferente. Eso sin entrar, claro, en los últimos descubrimientos de la física cuántica, que dicen que la realidad no existe, sino que la creas cuando la observas, pero no voy a entrar en eso. Si te digo la verdad, la física cuántica me sobrepasa. La encuentro interesante, pero no encuentro la manera de llevarla al día a día. Así sencillamente te voy a proponer que trabajemos con un sentido práctico, es decir, con objetivos concretos que te permitan crear una nueva vida, una vida mejor para ti y los que te rodean, con aquello de que dispones aquí y ahora.
Cambiar no es fácil ni inmediato, te mentiría si te dijera lo contrario (desconfía de quien lo haga). Tenemos frenos interiores y limitaciones exteriores. Casi siempre cuesta trabajo, incluso mucho trabajo. Y ese trabajo es justamente el que pretendo mostrarte: el trabajo de cambiar profundamente y de aprovechar el cambio para mejorar como persona; el trabajo de gestionar positivamente tanto los cambios voluntarios (los provocados por ti) como los sobrevenidos; el trabajo, en definitiva, de transformarte, de recrearte, de reinventarte, de reestrenarte y confeccionar una nueva vida a tu medida.
Nos seguimos resistiendo al cambio a pesar de que en la naturaleza todo es cambio permanente y nosotros somos parte de la naturaleza. Aunque no lo parezca a simple vista, la situación que vivimos ahora es diferente a la que vivimos hace un minuto y a la que viviremos dentro de un minuto. Tanto nuestro entorno como nosotros estamos constantemente cambiando. Un ejemplo abrumador: en nuestro cuerpo se renuevan en cinco años tantas células como la suma total de las que tenemos, es decir, que cada cinco años es como si desapareciera todo un cuerpo para dar lugar a otro. No todas las células de todos los órganos se renuevan, claro, pero en parte es como si dejáramos de ser una persona para ser otra nueva.
En este libro te mostraré por qué nos resistimos al cambio y cómo vencer esa resistencia. Descubrirás cómo construir un nuevo enfoque vital, tanto en el ámbito profesional como personal, tanto si te has quedado sin trabajo como si acabas de divorciarte, tanto si has sufrido un accidente como si acabas de perder a tu mejor amigo. Verás cómo superar tus miedos y tus creencias limitantes, cómo gestionar las emociones asociadas al cambio, cómo trabajar la confianza, cómo recuperar la ilusión y cómo lograr, en definitiva, una vida más plena.
Bien, si sigues ahí (lo cual quiere decir que no has dejado el libro en el estante y tal y tal), te invito a continuar.
Me gustan los aforismos. Me gusta esa síntesis, ese destilado de conocimiento, que logran algunos sabios con unas pocas palabras. Y, sobre todo, me ayuda enormemente el hecho de descubrir que otras personas, a lo largo de la historia de la Humanidad, se han encontrado en situaciones similares o iguales a las mías y han sabido resolverlas y seguir adelante con algo nuevo en el zurrón de la experiencia. Sin embargo, reconozco que a veces se abusa de este recurso (yo lo he hecho en algunos de mis libros anteriores), y reconozco también que casi siempre esas palabras bellas y sabias necesitan de un libro de instrucciones para saber cómo aplicarlas a nuestra vida cotidiana. Es decir, que lucen mucho pero no son muy útiles. Por tanto, a lo largo de este libro, cuando emplee una cita voy a tratar de explicarla, a menos que sea tan obvia que se explique sola. Y, sobre todo, voy a tratar de explicar cómo llevar a la práctica las enseñanzas que contiene.
Para empezar, veamos la cita inicial, que además da título al libro: “Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”. Me encanta esta paradoja que dibujó Cortázar en su mítica novela Rayuela: nada está perdido si se acepta que todo está perdido. Probablemente no necesitas que te lo explique, pero te daré mi interpretación. En ocasiones, cuando la vida nos azota o nos pone del revés, nos empecinamos en no movermos de donde estamos, en seguir luchando cuando la batalla ya está perdida. Sin embargo, si después de la resistencia inicial tenemos el valor de aceptar que esa batalla ya la perdimos, o sencillamente que ese momento de nuestra vida ya pasó y nunca volverá, que hay que perder cosas, que hay que quitarse un vestido para ponerse otro nuevo, podemos empezar de nuevo. De hecho, solo podemos empezar de nuevo cuando aceptamos que ese momento ya no volverá, cuando soltamos lastre, cuando cerramos una etapa y hacemos sitio a una nueva, cuando dejamos que la vida siga su curso natural. Y, cuando lo hacemos, cuando aceptamos que ya perdimos, es justamente cuando empezamos a ganar, pues nos abrimos a lo nuevo, a lo que está por llegar, a una nueva vida.
Como te digo, procuraré usar los aforismos con mesura (perdona de antemano si en algún momento me desboco). Por lo demás, no te diré cosas como que las crisis son oportunidades o que si piensas en positivo atraerás sólo cosas buenas a tu vida. Aunque ambas afirmaciones son en parte ciertas, eso ya lo has escuchado mil veces y no te ha servido (o no del todo). Es más, a lo peor incluso ha sido contraproducente, pues en algún momento te has vuelto descreído o indignado al descubrir que quien te lo aconsejaba estaba tranquilamente sentado en el comedor de su casa de 500 m2 mirando en su iPad los últimos movimientos de una de sus muchas y saneadas cuentas corrientes (alguna de ellas seguramente domiciliada en un paraíso fiscal).
No, no te diré que tienes que sonreir aunque te hayas quedado sin empleo o te hayan diagnosticado un cáncer. Eso es autoayuda barata. Porque ¿quién tiene ganas de sonreir cuando le ha pasado algo así? Nadie. Con el tiempo y mucho trabajo interior podremos aceptar la situación y transitar por ella con alegría y nuevas ganas de vivir, pero de entrada vamos a sentir que estamos muy jodidos, vamos a reaccionar con rabia o con miedo o con tristeza, o con una mezcla de todos estos sentimientos. Y así tiene que ser.
Es cierto que todas aquellas situaciones que vivimos en la vida enconden un aprendizaje. Te diré más: estoy convencido de que la vida nos pone delante justamente las situaciones que necesitamos para aprender lo que tenemos que aprender, y que si no lo aprendemos nos vuelve a poner ante situaciones similares hasta que dejamos de darnos de cabezazos contra la pared. Si miramos nuestra vida en perspectiva y nos fijamos especialmente en aquellas situaciones difíciles y dolorosas que tuvimos que superar y superamos, seguro que de todas ellas aprendimos algo importante que nos sirve ahora para ser un poco más felices... O un poco menos infelices, pues eso que aprendimos tal vez nos ayudó a afrontar mejor la adversidad o la contrariedad que podemos estar viviendo hoy, es decir, a sufrir menos. Y es que, como dice mi amigo Mario Escribano, “también somos más felices en la medida en que desarrollamos la capacidad de soportar la frustración”.
Vamos a trabajar con lo que hay, con lo que cada un@ tiene a mano, y con el equipaje que cada un@ arrastra. Sería absurdo, por ejemplo, que te dijera que para cambiar de vida tienes que hacer una hora de meditación cada mañana, luego ir a un terapeuta a que te haga reiki, después comprar la comida del día (sólo productos frescos, sin conservantes y procedentes de agricultura ecológica, por supuesto) y cocinarla con tranquilidad para que tu energía positiva se transmita a los alimentos; a continuación, comer masticando cada bocado cuarenta veces para hacer una buena digestión, más tarde echar una siesta, luego hacer un par de horas de deporte suave y visitar a un quiropráctico para que te ponga la columna en su sitio; y antes de cenar, practicar una hora de yoga y hacer unas cuantas visualizaciones; y en tus ratos libres (¡¿?!) relacionarte con la familia y socializarte con la gente del barrio o del pueblo, pues las personas más felices son las que se sienten socialmente más integradas; ah, y dedicar unas horas a ayudar a personas desvalidas de tu comunidad o de los llamados países del tercer mundo, pues también se ha demostrado que las personas más felices son las que más se entregan a los demás.
No, no te voy a proponer un programa de actividades que no podría asumir ni un jubilado. Vas a tener que trabajar, eso ya te lo he dicho y te lo repito, y eliminar hábitos o sustituirlos por otros, y elegir a qué dedicas tu valioso tiempo (y por tanto, también “deselegir” o descartar), pero no hace falta que lo abandones todo y te vayas a meditar al Tíbet.
Te contaré una cosa que me sucedió hace unos años. Estaba leyendo cuando de pronto choqué contra una palabra como quien choca contra una farola: “Procrastinación”. Volví atrás y la leí un par de veces: “Procrastinación”. ¡Qué mal sonaba! Parecía un insulto. Me costaba pronunciarla incluso mentalmente... La frase decía: “La procrastinación es el principal enemigo de la acción y la iniciativa”. Formaba parte del libro Licencia para vivir, de mi amigo Fady Bujana, cuyo primer manuscrito estaba en mis manos. Lo primero que pensé, lo reconozco, fue: “Claro, Fady es libanés y el español es su cuarta lengua, así que seguro que ha querido decir ‘predestinación’ o ‘postración’ o...”. Se me ocurrió consultar el diccionario. Lo hice sólo para cerciorarme de que la palabreja no existía más que en la mente políglota y algo confusa (pensaba yo) de mi amigo. Pero me llevé una buena sorpresa al ver el resultado de la búsqueda:
“Procrastinación: Acción de procrastinar, o sea, diferir, aplazar.”
Ahí me di cuenta de tres cosas, a saber:
Porque cualquier iniciativa, incluso si está destinada a conservar lo que ya hay, es el principio de algo nuevo, de una acción de cambio (“iniciativa”, como es obvio, está emparentada con “inicio”). Así que si quieres cambiar tu vida, o aquello de tu vida que no funciona, puedes y debes empezar a hacerlo AHORA. De hecho, ya has empezado, aunque de momento estás en lo que podríamos llamar el precalentamiento, o, usando el símil futbolístico, has saltado del banquillo, donde estabas repantingad@, y estás haciendo ejercicios de calentamiento en la banda.
Ahora bien, no puedes empezar ningún cambio consciente y duradero sin un mínimo de estabilidad. Quien te diga lo contrario no sabe nada de tu vida, y quizás poco de la vida. No puedes plantearte objetivos importantes si tienes a los acreedores todo el día llamando a tu móvil porque tu empresa está al borde de la quiebra o si estás profundamente deprimido porque te acaba de abandonar tu pareja. Primero tienes que conseguir lo que llamo una Situación de Equilibrio Mínimo (SEM: curiosamente, son las mismas siglas de Servicio de Emergencias Médicas, y es que lo primero que hay que hacer es afrontar las urgencias). No puedes plantearte hacer yoga para sentirte mñas equilibrado si tienes una herida abierta en la cabeza por la que sangras continuamente. Eso sí, una vez detengas la hemorragia, no lo aplaces más, no te entretengas pensando que ya habrá tiempo o que ya se presentará la oportunidad. Si ya no hay incendios que apagar, no postergues, no procrastines. ¡Ponte manos a la obra!
La lista de excusas para aplazar/procrastinar la acción es larguísima. Lo sé porque yo también las he utilizado. Las llamo “esques”. He aquí algunos de los más habituales:
No pongas más excusas. No tienes que dejar de trabajar o de cuidar a tus hijos para empezar un proceso de cambio en profundidad. No te hace falta más dinero ni una situación de absoluto equilibrio en tu vida. De hecho, te adelanto que nunca vas a tener un verdadero equilibrio hasta que empieces a cambiar para aprender a afrontar mejor los cambios. Hasta que te equipes con un nuevo y más ligero equipaje para transitar por la vida.
PRÁCTICA 1
Haz un ejercicio que nunca falla. Durante una semana, ponte ante el espejo cada mañana (sí, claro, puedes tomar un café antes) y pregúntate: “Si este fuera el último día de mi vida, ¿haría lo que voy a hacer?”. Tienes que ponerte realmente en situación, no vale con lanzar la pregunta al aire sin pensar en su verdadero significado.
Apenas te llevará un minuto. Cuando lo hayas hecho, responde con total sinceridad, no te engañes, no te apoyes en falsas excusas.
Si la mayor parte de los días (o sea, al menos 4 de 7) tu respuesta es “no”, el diagnóstico está claro: necesitas cambiar de vida.
Mira a las personas que tienes cerca: tus padres o hijos, tu pareja, tus amigos, tus compañeros de trabajo. ¿Hace un año eran iguales a como son ahora? ¿Y hace cinco? ¿Y diez? ¿Tenían el mismo peinado, vestían la misma ropa, decían las mismas cosas?
Nos hacemos viejos, nos crece la barriga o se nos arruga la piel, engordamos o nos adelgazamos, nos volvemos más egoístas o más generosos, más crédulos o más incrédulos. Es evidente que vamos cambiando, pero ¿podemos cambiar de verdad, podemos recrearnos, transformarnos en una nueva persona? Y lo más importante: ¿podemos, mediante este cambio interior, cambiar también nuestra vida y hacer que sea más plena y feliz?
La cultura popular dice que no. De hecho, hay una fábula, atribuida al griego Esopo, que habla de esto y que dice más o menos así:
“En cierta ocasión, una rana estaba sentada tranquilamente en la orilla de un río esperando a que algún insecto incauto se acercara más de la cuenta y entrara en el radio de acción de su lengua pegajosa. De pronto, oyó detrás unos pasos discretos y se giró. Al ver que era un escorpión, dio un brinco y se puso en guardia.
- No temas, amiga rana -le dijo el escorpión-. Sólo he venido para pedirte un favor. ¿Podrías ayudarme a cruzar el río? Es que a este lado no encuentro comida ni una hembra con la que procrear.
- ¿Y cómo te puedo ayudar a cruzar el río? -preguntó con desconfianza la rana.
- Podrías llevarme subido a tu espalda. Soy más pequeño que tú, y además muy ligero.
- ¡Ni pensarlo! -exclamó el batracio-. Tú eres un escorpión y yo sé cómo son los escorpiones. Si te llevo en mi espalda, en algún momento no podrás resistir la tentación y me picarás.
- No seas tonta -replicó el escorpión poniendo cara de buen chico-. ¿No ves que si te pico y te hundes yo, que no sé nadar, me ahogaré también?
La rana pensó que aquello tenía cierta lógica. Si le clavaba su aguijón ambos morirían, por lo que no había motivo para pensar que el escorpión pudiera hacer algo así.
- De acuerdo -le dijo entonces-. Te ayudaré.
El escorpión se subió a la espalda de la rana, que dio un salto y empezó a nadar hacia la otra orilla con todas sus fuerzas para vencer la inercia de la corriente. A medio trayecto, en una zona de remolinos, el escorpión se puso nervioso, sintió miedo y aguijoneó a la pobre rana, que emitió un quejido mientras sentía cómo el veneno empezaba a extenderse por su cuerpo y anulaba sus fuerzas.
Mientras ambos se ahogaban y eran arrastrados por la corriente, la rana aún tuvo ánimos para preguntar:
- ¡¿Por qué lo hiciste, escorpión?! Tú también vas a morir. No lo entiendo...
- Lo siento, rana, es mi naturaleza, y no puedo actuar contra ella. No he podido evitarlo, no puedo dejar de ser quien soy, ni actuar de forma distinta a como he aprendido a comportarme.
Y después de esto desaparecieron los dos, el escorpión y la rana, bajo las aguas del río.”
La moraleja está clara, ¿verdad? Todos tenemos una forma de ser y no podemos cambiarla. O como dicen algunas personas de manera fatalista: “No te engañes: la gente no cambia”. Esta creencia está muy extendida en nuestra sociedad. Se ha arraigado profundamente a lo largo del tiempo, como lo demuestra el hecho de que la fábula de Esopo, que vivió en la antigua Grecia hacia el siglo VI antes de Cristo, haya llegado hasta nuestros días. Sin embargo, su mensaje es rebatible, como tú mism@ vas a descubrir a lo largo del proceso de transformación que justo aquí y ahora estás iniciando.
La naturaleza nos demuestra a cada instante que solo hay una cosa permanente: el cambio. Los seres vivos, sin excepción, nacemos, crecemos, envejecemos y morimos; las fases lunares y las mareas se suceden sin pausa; la climatología varía de un día para otro (incluso de una hora para otra), etc. Nada en la naturaleza permanece inalterable, ni siquiera las grandes montañas o las simas, sometidas a los desplazamientos de las gigantescas placas tectónicas.
Si vamos a un nivel micro todavía veremos más cambios: incluso una mesa o un ladrillo están compuestos por partículas subatómicas que no paran de viajar a gran velocidad de un sitio para otro, como si tuvieran prisa por llegar a alguna parte o como si el equilibrio del Universo dependiera de su incesante ir y venir (lo cual podría ser cierto, por otra parte).
La realidad de las cosas es la impermanencia, el cambio constante, como bien saben los budistas, que llegaron a esta sabia conclusión mucho antes de que nos lo demostrara la física cuántica. Basta con echar un vistazo a la naturaleza de todo lo que nos rodea. Incluso una mesa o un edificio experimentan a diario transformaciones a nivel molecular o atómico, imperceptibles a nuestros ojos, pero reales y hasta medibles. Esa es la verdadera naturaleza de las cosas. El problema es que nos hemos alejado demasiado de la naturaleza y hemos olvidado que eso es así.
Incluso las ideas que parecen más estables e inamovibles caducan en algún momento. Mientras escribo esto leo en el periódico que gracias a un experimento nuclear se ha demostrado que unas partículas llamadas neutrinos pueden viajar a una velocidad superior a la de la luz (¡más de 300.000 kilómetros por segundo!). De ser cierto, esto tiraría por tierra buena parte de la teoría de la relatividad de Einstein. O sea, más de un siglo después, esta teoría que parecía irrefutable dejaría de serlo. Y es que nada permanece inalterable, tampoco en la ciencia o en el arte, y una teoría o un estilo solo son válidos hasta que aparecen otros que los sustituyen o los invalidan.
El mundo cambia constantemente, incluso nuestro mundo interior. Basta con que observes un momento tu mente para darte cuenta de ello:
Las personas también cambiamos, lo cual me parece una muy buena noticia para el tema que nos ocupa, pues si no pudiéramos cambiar tampoco podríamos reinventarnos ni hacer que nuestras vidas cambiaran en la dirección que queremos (y yo no habría podido escribir este libro ni conectar contigo). En el día a día tendemos a categorizar sobre nuestra forma de ser, o sobre la forma de ser de otras personas, con expresiones del tipo “es aburrido” o “soy torpe”. Pero por fortuna tenemos no sólo la capacidad sino incluso la necesidad de cambiar varias veces de forma de ser a lo largo de la vida. De hecho, podemos cambiar a cualquier edad, como lo demuestran los últimos estudios en neurociencias, que han descubierto que el cerebro es mucho más “plástico” de lo que se creía. Hasta hace poco pensábamos que los seres humanos nacíamos, crecíamos, nos formábamos hasta una cierta edad y más adelante ya no había nada que hacer: ya estábamos “hechos”. Ahora se sabe que lo que creamos hasta una cierta edad es una personalidad, una “forma de ser”, pero que la personalidad se puede modelar (si bien no es fácil, como veremos). Puede que cueste más cambiar a los 60 que a los 30, pero no es por la incapacidad del cerebro para adaptarse, sino porque la imagen que tenemos de nosotros mismos está más arraigada y nos cuesta mucho vernos de otra manera. Y, claro está, porque nos creemos aquello que nos han explicado de que “a mi edad, cómo voy a cambiar”, es decir, porque nosotros mismos nos autoimponemos creencias limitantes (a menudo somos nuestro peor enemigo, ¿verdad?).
Por tanto, las personas SÍ podemos cambiar y ese es el principal motor para crear una vida nueva. En realidad, no hacemos otra cosa que cambiar a lo largo de nuestras vidas. Es cierto que tenemos una esencia, algo más o menos inmutable, pero el resto se puede modificar: es posible cambiar nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar, es posible poner conciencia en nuestro día a día y actuar con confianza, coraje y corazón. Es posible, en definitiva, recrearse, reinventarse, rehacerse, regenerarse: cambiar para empezar una vida nueva.