El camino de las hormigas - Josep Lopez - E-Book

El camino de las hormigas E-Book

Josep Lopez

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Un libro que mezcla reflexiones con la ficción para conducir a los autores hacia el camino de la escritura. Daniel Cicada tiene solo 48 horas para acabar un libro del que no ha escrito ni una sola línea. Y encima no dejan de interrumpirlo: sus vecinos por un lado, unas molestas hormigas por otro. Pero estos artrópodos pronto le enseñarán una valiosa lección. A través de esta sencilla trama, López consigue hilvanar 29 consejos para futuros escritores.

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Seitenzahl: 140

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Josep Lopez

El camino de las hormigas

29+1 pequeños consejos para escribir mejor

Saga

El camino de las hormigas

 

Copyright © 2020, 2022 Josep Lopez and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728044773

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Para Martí y Rita, mis pequeñas y traviesas hormigas.

camino

1. m. Tierra hollada por donde se transita habitualmente.

2. m. Vía que se construye para transitar.

3. m. Jornada de un lugar a otro.

4. m. Dirección que ha de seguirse para llegar a algún lugar.

5. m. Modo de comportamiento moral.

6. m. Adecuación al fin que se persigue.

7. m. Medio o arbitrio para hacer o conseguir algo.

8. m. Cada uno de los viajes que hacía el aguador o el conductor de otras cosas.

Diccionario de la RAE

“Me lo explicaron y lo olvidé; lo vi y lo entendí;

lo hice y lo aprendí”.

Confucio

1ª PARTE. Los juegos preliminares

a

¡Maldita sea! Hay un hormiguero enorme en el jardín, justo en el centro de la explanada de césped. Sólo me faltaba esto… Es como si me hubiera salido un grano gigante en la punta de la nariz. Odio las hormigas, tan trabajadoras, tan constantes, tan previsoras. Y sobre todo odio que hagan nidos en mi inmaculado y sedoso césped.

Pienso en salir al jardín y chafar el hormiguero de un pisotón, sin contemplaciones, pero me detengo justo en la puerta del estudio. Ahora no puedo distraerme. El lunes tengo que entregar el libro que me encargó Tyrone, mi editor, y todavía no he escrito ni una línea. Recuerdo que me dijo:

- Venga, Cicada -Tyrone me llama siempre por el apellido-, que es un encargo facilito. Pero no me hagas un manual para aspirantes a escritores, eh, sino algo más sencillo: un librito de consejos para que el ciudadano de a pie se comunique mejor por escrito. ¿Me entiendes?

Tyrone siempre dice ¿me entiendes?, nunca ¿me explico?

- Sí, claro –contesté, pero en realidad mi cerebro estaba ocupado en otras cosas y no le prestó más atención que la justa.

- Eso sí, que sea entretenido y cortito, ¿eh? –insistió él-, que hoy en día la gente lee poco y habla demasiado. Cien páginas. Si tiene más le meto la tijera, luego no digas que no te aviso. Ah, y que se pueda aplicar tanto a la comunicación escrita personal como a la profesional. Te doy tres meses, ¿estamos?

Y de eso hace casi tres meses…

 

Siempre lo dejo todo para el último momento. Ya lo hacía cuando era estudiante y, como no me ha ido del todo mal, he mantenido la costumbre. Pero creo que esta vez he apurado demasiado. El lunes se me acaba el plazo de entrega y hoy es sábado. Apenas cuarenta y ocho horas. ¿Se puede escribir un libro en cuarenta y ocho horas? No lo sé.

Para colmo estoy mentalmente agotado. Esta noche Neu, mi perra samoyedo, no ha parado de ladrar y me he tenido que levantar varias veces a ver qué pasaba. En realidad no pasaba nada, o al menos nada fuera de lo normal. Simplemente estaba nerviosa y ladraba. Estoy convencido de que los perros, como los niños pequeños, tienen una especie de detector de inquietud que funciona por empatía: si su amo/progenitor está tranquilo, ellos están tranquilos; si por el contrario está nervioso, ellos están nerviosos. Lo malo es que esta forma natural de funcionar tiene un punto perverso en forma de pescadilla que se muerde la cola: si tu perro o tus niños están nerviosos, tú te pones más nervioso todavía.

En fin, el caso es que después de una noche medio en blanco he tenido que triplicar la dosis habitual de cafeína para empezar a funcionar. Y ahora estoy delante del ordenador con un tembleque nervioso en una pierna, acentuado por el hecho de que no sé por dónde diablos empezar el libro.

 

Tratando de encontrar algo parecido a la inspiración, me levanto de la silla del despacho y hago unos estiramientos: una pierna por aquí, un brazo por allá… Luego aporreo el teclado del ordenador para calentar los dedos: jljmkllask dmfwrkfnñquo bngñijfiwrjn wlrcmfreuijfn lrjhvfnw lermjx,as kdvnfasogkjmts…

Como sigue sin aparecer ninguna idea concreta, hago unos ejercicios de taichí, aunque en seguida me doy cuenta de que el taichí es demasiado tranquilo y me pongo a hacer abdominales: una, dos, ocho, quince… Aquí paro: cuando estás cerca de los cuarenta años, hacer abdominales deja de ser un simple esfuerzo para convertirse en un deporte de riesgo con cierto componente masoquista. Y a mí, la verdad, no me gusta sufrir.

Aprovechando que ya estoy en el suelo, opto por sentarme en la posición de loto (bueno, más o menos) y cierro los ojos tratando de buscar un punto concreto (y a ser posible útil) en mis espesos pensamientos. Respido hondo…

…iiiiiiiiiiiiinspiro…

…expirooooooo…

…iiiiiiiiiiiiinspiro…

…expirooooooo…

Al cabo de media docena de respiraciones se enciende una lucecita entre mis indisciplinadas neuronas. Me doy cuenta de algo curioso: la mayoría de la gente que conozco necesita realizar algún tipo de actividad ritual antes de ponerse a escribir: ir al lavabo, abrir la nevera y zamparse un par de yogurts, correr cinco quilómetros y darse una ducha, estirar los brazos hacia el cielo y hacer crec con los dedos, jugar al baloncesto con la papelera, encender un cigarro… Bueno, esto era antes, cuando aún se podía fumar sin que te amenazaran con la cadena perpetua…

El repertorio es amplísimo, pero existe un común denominador: para escribir hay que ponerse en situación, es necesario adquirir cierto estado mental que podríamos llamar, para simplificar, concentración.

Tal vez podría empezar el libro por aquí. Me levanto de un salto (es un decir), me dirijo al ordenador y escribo con determinación:

La comunicación escrita requiere de cierta preparación. Por supuesto que para poner en un post it “María, hace falta leche, ¿la compro yo o la compras tú?” no hace falta ningúna reflexión previa, pero sí para cualquier otra comunicación por escrito un poco más compleja.

Escribir no es como cortar el césped o freir unas croquetas congeladas, sino más bien como prepararse para una carrera de fórmula 1: cuando llega el momento hay que echar a los mecánicos, a las azafatas y a los fotógrafos, agarrarse fuerte a los mandos y fijar la vista en el asfalto.

Entiendo que esto te pueda resultar difícil si la necesidad o las ganas de escribir te asaltan en el lugar de trabajo, especialmente si se trata de una de esas oficinas que eufemísticamente llaman “diáfanas” y que alguien debería rebautizar como “ruidosas y carentes de intimidad”. La única solución en estos casos es recurrir a unos tapones de esos que venden en las farmacias o colocarte los auriculares del reproductor MP3 con alguna musiquilla más o menos neutra, por supuesto instrumental.

La práctica hace mucho, como lo demuestra la facilidad con que algunos periodistas veteranos se aíslan del ruidoso entorno en una redacción cualquiera para escribir su crónica o su artículo.

No es necesario que el ritual sea siempre idéntico. De hecho, muchas personas lo van variando según el lugar o las circunstancias. Lo importante es que exista un ritual.

Así pues,

ANTES DE EMPEZAR A

ESCRIBIR, BUSCA

UNA BUENA PREDISPOSICIÓN

MENTAL

b

Vale, ¿y ahora qué?

Recuerdo que Tyrone también mencionó algo respecto a la degradación de la comunicación escrita en la sociedad actual (debió oírlo en alguna tertulia; él es incapaz de pensar en estas cosas). Vino a decir que las prisas que rigen nuestra vida presuntamente moderna están acabando con la comunicación escrita. Es decir, que ocupados como estamos haciendo las mil cosas que creemos que son necesarias para ser felices, al final sólo nos queda tiempo para escribir SMS crípticos o correos electrónicos telegráficos.

Este hecho no es en sí ni bueno ni malo, sólo algo que sucede. La comunicación humana evoluciona y cambia constan_ temente. Lo único negativo es que para expresarnos con un cierto grado de profundidad sigue siendo necesario conocer los resortes de la comunicación escrita, y algunas personas los están olvidando, lo que es casi lo mismo que decir que se están olvidando de pensar. Porque no expresarnos bien por escrito es un síntoma evidente de que no pensamos bien. O sencillamente de que no pensamos.

De pronto de abre la puerta del estudio y asoma una cabeza.

- ¿Se puede?

Es Eva. Lleva una taza de café en la mano.

- Sí, pasa.

Arrastra una pequeña maleta tamaño fin de semana. Se va a París, al congreso anual de anticuarios más importante del mundo, donde pronunciará una conferencia. Eva es una crack de las antigüedades asiáticas. Vivió un tiempo en Hong Kong y tiene muy buenos contactos allí. La idea inicial era que yo la acompañara a París y aprovecháramos la ocasión para celebrar mi cumpleaños con un plan irresistible: cena en Maxim’s y paseo bajo la luz de la luna a orillas del Sena. Era la ocasión ideal para disfrutar de un fin de semana romántico: en primavera y sin niños (se han quedado con la madre de Eva). Pero mi maldita manía de dejarlo todo para el último momento se ha cargado el plan. Debería odiarme, pero está sonriente. Deja la maleta y el café, se sienta en mi regazo y me abraza. Pienso que no me la merezco.

- ¿Cómo lo llevas? –pregunta.

- Fatal. Esta vez me parece que he metido la pata hasta el fondo. Tyrone me odiará y no volverá a contratarme. Además, tendré que devolverle el anticipo, y no andamos sobrados de pasta…

- Vamos, no te preocupes. Siempre dices lo mismo y al final llegas justo a tiempo. Sólo te falta el empujoncito inicial.

- Ya, será eso…

Eva suspira y me mira con esa condescendia celestial que los profesores más pacientes emplean con sus alumnos más torpes. Está irresistible cuando se pone maternal. Si no fuera por las prisas…

- A ver, Daniel, se trata de reunir en unas pocas páginas los pasos más importantes que debería seguir alguien que tenga que comunicarse por escrito y que quiera hacerlo mejor, ¿no es así?

Asiento.

- De acuerdo, entonces dime, ¿cuál es para ti el requisito más importante que debe cumplir un texto para llegar a su lector?

- Bueno, lo más importante es que esté bien escrito. O sea, que comunique algo de forma eficaz.

Eva me mira con un mohín de incredulidad, como diciendo: “¿Seguro que eso es lo más importante?”. Me obligo a pensar un poco más, pero ella se me adelanta.

- Tal como lo dices –apunta-, parece que escribir sea un acto poco menos que mecánico, es decir, que bastaría con conocer una serie de normas de comunicación y aplicarlas, como tú dices, de forma eficaz. Parece que sea una actividad estrictamente racional.

Tiene razón. No basta con saber cómo funciona la comunicación. De hecho, muchas personas no se plantean el hecho de que al escribir están realizando un acto de comuni_ cación. Simplemente escriben de una forma intuitiva y logran llegar a su destinatario.

- ¿Recuerdas –prosigue Eva- eso que me dices a veces, medio en broma medio en serio, de que los hombres sois digitales y las mujeres analógicas? Pues bien, tópicos a parte, creo que escribir es un acto eminentemente analógico. Tiene que haber alma, no sólo unos y ceros. Detrás de un texto tiene que verse a la persona que lo ha escrito.

- Una mezcla de razón y emoción –digo.

- ¡Eso me gusta! –exclama Eva.

Mientras aparto mi mano derecha de su cadera y garabateo la frase en un papel, veo de reojo cómo Eva levanta la cabeza y cierra los ojos tratando de recordar algo.

- ¿Sabes lo que leí el otro día? Que las personas tenemos tejidos neuronales en diferentes órganos del cuerpo, no sólo en el cerebro. O sea, que tenemos diferentes cerebros repartidos por todo el cuerpo, o mejor dicho, que tenemos un solo cerebro, pero que no está todo en la cabeza. No es una suposición, lo dicen los científicos.

- ¿Quieres decir que para comunicar bien por escrito hay que utilizar a la vez esos cerebros? – sugiero.

- Exacto. Digamos que escribir es tanto un acto intelectual como emocional, o sea, de la persona en su conjunto. Aunque, eso sí, sin perder el contacto con la realidad exterior, que es lo que compartimos con el resto de personas, y por tanto el referente común que todos tenemos para entendernos.

No es que me sorprenda. Eva es una persona brillante, con eso que algunos llaman una cabeza bien amueblada. Si no le hubiera dado por las antigüedades podía haberse dedicado perfectamente a la aeronaútica o a la astrofísica, dos materias tan lejanas y complejas para mí que creo que sólo están al alcance de las mentes más privilegiadas del planeta. Pero aunque lo sé y la conozco desde hace años, a menudo logra superar mis mejores expectativas.

- Oye –le digo con voz melosa-, ¿por qué no te quedas y me ayudas con el libro? Yo sabría recompensarte como te mereces…

- ¡No, no, ni hablar! El escritor eres tú. Además, ya sabes lo importante que es para mí este congreso.

- Pero, amor mío, tu sabes mucho…– insisto.

Eva se levanta de mi regazo y se dirije a la puerta. La abre, se gira de medio lado y sonríe:

- Yo sólo sé que te quiero.

Y desaparece camino de París.

 

Eva ha encendido la chispa. De pronto me lanzo sobre mi archivo de citas. A ver… ¡Aquí está! Dice así: “Sentir sólo es una manera sofisticada de pensar”. Es de Paul Slovic, director del Decision Research Center. ¡Sentir y pensar son dos caras de la misma moneda!

Vuelvo sobre las citas y encuentro una del divulgador Eduardo Punset: “Hoy sabemos que incluso cuando una persona toma una decisión lógica, racional, es una decisión contaminada por una emoción. Hace poco que se acepta que sin emociones no hay proyectos. En el inicio de cualquier actividad hay una emoción”.

Escribir presupone un proyecto de escritura, sencillo o complejo, por tanto podríamos decir que detrás de un texto siempre tiene que haber una emoción (o más de una). Y es importante identificarla.

Tecleo:

Un texto lo crea una persona, y las personas somos indisociables de nuestras emociones.

Estar en contacto con tus emociones es tener presentes tus vivencias, tus lecturas, tus afectos: aquello que te hace único/a. Puedes escribir una memoria anual de empresa sin el menor apasionamiento, sin necesidad de hurgar en alegrías o tristezas propias, pero incluso en ese caso el resultado será muy diferente si escribes con alma o sin ella.

Todavía hoy se entiende a muchos niveles que escribir es una cuestión eminentemente técnica, es decir, que para comunicarse por escrito lo importante es dominar los intríngulis del lenguaje. Pero ese paradigma está en crisis: lo esencial no es tanto saber el cómo, sino tener un qué, pues es mucho más fácil aprender a escribir que aprender a sentir.

En el mundo de la empresa (o de las organizaciones, por ser un poco más genéricos) se tiende a anular la expresión de las emociones por considerar que estorban o distraen del cumplimiento de las obligaciones o que pueden entorpecer una gestión eficaz. Pero eso está cambiando, y lo hará todavía más en el futuro: las organizaciones, al final, son la suma de las personas que las integran, y las personas tenemos emociones (por no decir que somos nuestras emociones). Y expresarlas, de forma oral o por escrito, será dentro de poco una práctica tan habitual como saludable.

Por tanto, lo principal, lo esencial, es estar conectado con tu interior, con tu espíritu, con tu alma. Y con sus manifestaciones coyunturales, también llamadas emociones.

No se trata de que rechaces la realidad y te mires el ombligo. La realidad que te envuelve y compartes con los demás es un alimento esencial, pero tienes que pasarla por el tamiz de tu personal e intransferible sensibilidad para que tenga verdadero valor.

En resumen, para comunicarte bien…

CONECTA ANTE TODO CON

TUS EMOCIONES

c

Pues vale, voy a conectar con mis emociones: on!

A veeeerrrrrrrrrr…