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El Martín Fierro es un largo poema narrativo que inauguró un género literario –la gauchesca– y dejó una huella profundísima en la cultura argentina. En esta primera parte (conocida también como "La ida") Fierro cuenta cómo lo obligaron a abandonar a su familia para servir en el ejército y combatir contra los aborígenes. Cubre ese tiempo en los fortines de la frontera y lo que lo lleva a desertar. Y cuenta, principalmente, cómo fueron los años de su vida fuera de la ley: las tensiones sociales fuertes y cambiantes, la amistad, los cruces infaustos, la libertad boca arriba en las noches estrelladas, la posibilidad de una nueva fuga.-
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José Hernández
Xilografías de ALBERTO NICASIO
Saga
El gaucho Martín Fierro
Copyright © 1872, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726602784
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
1 Aquí me pongo a cantar
al compás de la vigüela,
que el hombre que lo desvela
una pena estrordinaria,
5 como la ave solitaria
con el cantar se consuela.
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
10 que voy a cantar mi historia
me refresquen la memoria
y aclaren mi entendimiento.
Vengan santos milagrosos,
vengan todos en mi ayuda,
15 que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.
Yo he visto muchos cantores,
20 con famas bien otenidas,
y que después de alquiridas
no las quieren sustentar:
parece que sin largar
se cansaron en partidas.
25 Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular
ni las fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan
30 yo también quiero cantar.
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pie del Eterno Padre:
35 dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.
Que no se trabe mi lengua
ni me falte la palabra;
el cantar mi gloria labra
40 y, poniéndomé a cantar,
cantando me han de encontrar
aunque la tierra se abra.
Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
45 como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros, copas y bastos
juega allí mi pensamiento.
Yo no soy cantor letrao,
50 mas si me pongo a cantar
no tengo cuándo acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.
55 Con la guitarra en la mano
ni las moscas se me arriman;
naides me pone el pie encima,
y, cuando el pecho se entona,
hago gemir a la prima
60 y llorar a la bordona.
Yo soy toro en mi rodeo
y torazo en rodeo ajeno;
siempre me tuve por güeno
y si me quieren probar
65 salgan otros a cantar
y veremos quién es menos.
No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando;
con los blandos yo soy blando
70 y soy duro con los duros,
y ninguno en un apuro
me ha visto andar tutubiando.
En el peligro ¡qué Cristo!
el corazón se me enancha,
75 pues toda la tierra es cancha,
y de esto naides se asombre:
el que se tiene por hombre
donde quiera hace pata ancha.
Soy gaucho, y entiéndanló
80 como mi lengua lo esplica:
para mí la tierra es chica
y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica
ni quema mi frente el sol.
85 Nací como nace el peje
en el fondo de la mar;
naides me puede quitar
aquello que Dios me dió:
lo que al mundo truje yo
90 del mundo lo he de llevar.
Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
95 y naides me ha de seguir
cuando yo remuento el vuelo.
Yo no tengo en el amor
quien me venga con querellas,
como esas aves tan bellas
100 que saltan de rama en rama;
yo hago en el trébol mi cama
y me cubren las estrellas.
Y sepan cuantos escuchan
de mis penas el relato
105 que nunca peleo ni mato
sino por necesidá,
y que a tanta alversidá
sólo me arrojó el mal trato.
Y atiendan la relación
110 que hace un gaucho perseguido,
que padre y marido ha sido
empeñoso y diligente,
y sin embargo la gente
lo tiene por un bandido.
115 Ninguno me hable de penas,
porque yo penando vivo,
y naides se muestre altivo
aunque en el estribo esté,
que suele quedarse a pie
120 el gaucho más alvertido.
Junta esperencia en la vida
hasta pa dar y prestar
quien la tiene que pasar
entre sufrimiento y llanto;
125 porque nada enseña tanto
como el sufrir y el llorar.
Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándoló la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
130 las desgracias a empujones.
¡La pucha, que trae liciones
el tiempo con sus mudanzas!
Yo he conocido esta tierra
en que el paisano vivía
135 y su ranchito tenía
y sus hijos y mujer . . .
Era una delicia el ver
cómo pasaba sus días.
Entonces . . . cuando el lucero
140 brillaba en el cielo santo,
y los gallos con su canto
nos decían que el día llegaba,
a la cocina rumbiaba
el gaucho . . . que era un encanto.
145 Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el día,
al cimarrón le prendía
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormía
150 tapadita con su poncho.
Y apenas la madrugada
empezaba a coloriar,
los pájaros a cantar
y las gallinas a apiarse,
155 era cosa de largarse
cada cual a trabajar.
Éste se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un pellón blando,
160 éste un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
El que era pion domador
enderezaba al corral,
165 ande estaba el animal
— bufidos que se las pela . . . —
y, más malo que su agüela,
se hacía astillas el bagual.
Y allí el gaucho inteligente
170 en cuanto el potro enriendó,
los cueros le acomodó,
y se le sentó en seguida,
que el hombre muestra en la vida
la astucia que Dios le dió.
175 Y en las playas corcoviando
pedazos se hacía el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
180 salía haciéndosé gambetas.
¡Ah tiempos! . . . ¡Si era un orgullo
ver jinetiar un paisano!
Cuando era gaucho baquiano,
aunque el potro se boliase,
185 no había uno que no parase
con el cabresto en la mano.
Y mientras domaban unos,
otros al campo salían,
y la hacienda recogían,
190 las manadas repuntaban,
y ansí sin sentir pasaban
entretenidos el día.
Y verlos al cáir la noche
en la cocina riunidos,
195 con el juego bien prendido
y mil cosas que contar,
platicar muy divertidos
hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
200 era cosa superior
irse en brazos del amor
a dormir como la gente,
pa empezar al día siguiente
las fáinas del día anterior.
205 Ricuerdo . . . ¡ qué maravilla!
cómo andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pa el trabajo;
pero hoy en el día . . . ¡barajo!
210 no se la ve de aporriada.
El gaucho más infeliz
tenía tropilla de un pelo;
no le faltaba un consuelo
y andaba la gente lista . . .
215 Tendiendo al campo la vista,
no vía sino hacienda y cielo.
Cuando llegaban las yerras,
¡cosa que daba calor
tanto gaucho pialador
220 y tironiador sin yel!
¡Ah tiempos . . . pero si en él
se ha visto tanto primor!
Aquello no era trabajo,
más bien era una junción,
225 y después de un güen tirón
en que uno se daba maña,
pa darle un trago de caña
solía llamarlo el patrón.
Pues siempre la mamajuana
230 vivía bajo la carreta;
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güérfano a la teta.
235 ¡Y qué jugadas se armaban
cuando estábamos riunidos!
Siempre íbamos prevenidos,
pues en tales ocasiones
a ayudarles a los piones
240 caiban muchos comedidos.
Eran los días del apuro
y alboroto pa el hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
245 y ansí, pues, muy grandemente
pasaba siempre el gauchaje.
Venía la carne con cuero,
la sabrosa carbonada,
mazamorra bien pisada,
250 los pasteles y el güen vino . . .
pero ha querido el destino
que todo aquello acabara.
Estaba el gaucho en su pago
con toda siguridá,
255 pero aura . . . ¡barbaridá!
la cosa anda tan fruncida,
que gasta el pobre la vida
en juir de la autoridá.
Pues si usté pisa en su rancho
260 y si el alcalde lo sabe
lo caza lo mesmo que ave
aunque su mujer aborte . . .
No hay tiempo que no se acabe
ni tiento que no se corte.
265 Y al punto dése por muerto
si el alcalde lo bolea,
pues áhi no más se le apea
con una felpa de palos.
Y después dicen que es malo
270 el gaucho si los pelea.
Y el lomo le hinchan a golpes,
y le rompen la cabeza,
y luego con ligereza,
ansí lastimao y todo,
275 lo amarran codo con codo
y pa el cepo lo enderiezan.
Áhi comienzan sus desgracias,
áhi principia el pericón;
porque ya no hay salvación,
280 y, que usté quiera o no quiera,
lo mandan a la frontera
o lo echan a un batallón.
Ansí empezaron mis males
lo mesmo que los de tantos.
285 Si gustan . . . en otros cantos
les diré lo que he sufrido.
Después que uno está perdido
no lo salvan ni los santos.
Tuve en mi pago en un tiempo
290 hijos, hacienda y mujer;
pero empecé a padecer,
me echaron a la frontera.
¡Y qué iba a hallar al volver!
Tan sólo hallé la tapera.
295 Sosegao vivía en mi rancho
como el pájaro en su nido;
allí mis hijos queridos
iban creciendo a mi lao . . .
Sólo queda al desgraciao
300 lamentar el bien perdido.
Mi gala en las pulperías
era, cuanto había más gente,
ponerme medio caliente,
pues, cuando puntiao me encuentro,
305 me salen coplas de adentro
como agua de la virtiente.
Cantando estaba una vez
en una gran diversión;
y aprovechó la ocasión
310 como quiso el Juez de paz . . .
Se presentó, y áhi no más
hizo una arriada en montón.
Juyeron los más matreros
y lograron escapar.
315 Yo no quise disparar;
soy manso, y no había por qué.
Muy tranquilo me quedé
y ansí me dejé agarrar.
Allí un gringo con un órgano
320 y una mona que bailaba
haciéndonos rair estaba
cuando le tocó el arreo.
¡Tan grande el gringo y tan feo,
lo viera cómo lloraba!
325 Hasta un inglés sanjiador
que decía en la última guerra
que él era de Inca-la-perra
y que no quería servir,
tuvo también que juir
330 a guarecerse en la Sierra.
Ni los mirones salvaron
de esa arriada de mi flor;
fué acoyarao el cantor
con el gringo de la mona;
335 a uno solo, por favor,
logró salvar la patrona.
Formaron un contingente
con los que en el baile arriaron;
con otros nos mesturaron
340 que habían agarrao también:
las cosas que aquí se ven
ni los diablos las pensaron.
A mí el Juez me tomó entre ojos
en la última votación:
345 me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y él dijo que yo servía
a los de la esposición.
Y ansí sufrí ese castigo
350 tal vez por culpas ajenas;
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan.
355 Al mandarnos nos hicieron
más promesas que a un altar.
El Juez nos jué a ploclamar
y nos dijo muchas veces:
“Muchachos, a los seis meses
360 los van a ir a revelar.”
Yo llevé un moro de número.
¡Sobresaliente el matucho!
Con él gané en Ayacucho
más plata que agua bendita:
365 siempre el gaucho necesita
un pingo pa fiarle un pucho.
Y cargué sin dar más güeltas
con las prendas que tenía:
jergas, poncho, cuanto había
370 en casa, tuito lo alcé:
a mi china la dejé
media desnuda ese día.
No me faltaba una guasca;
esa ocasión eché el resto:
375 bozal, maniador, cabresto,
lazo, bolas y manea . . .
¡El que hoy tan pobre me vea
tal vez no crerá todo esto!
Ansí en mi moro, escarciando,
380 enderecé a la frontera.
¡Aparcero, si usté viera
lo que se llama cantón . . .!
Ni envidia tengo al ratón
en aquella ratonera.
385 De los pobres que allí había
a ninguno lo largaron;
los más viejos rezongaron,
pero a uno que se quejó
en seguida lo estaquiaron
390 y la cosa se acabó.
En la lista de la tarde
el jefe nos cantó el punto,
diciendo: Quinientos juntos
llevará el que se resierte;
395 lo haremos pitar del juerte;
más bien dése por dijunto.
A naides le dieron armas,
pues toditas las que había
el coronel las tenía,
400 según dijo esa ocasión,
pa repartirlas el día
en que hubiera una invasión.
Al principio nos dejaron
de haraganes criando sebo,
405 pero después . . . no me atrevo
a decir lo que pasaba.
¡Barajo! . . . si nos trataban
como se trata a malevos.
Porque todo era jugarle
410 por los lomos con la espada,
y, aunque usté no hiciera nada,
lo mesmito que en Palermo
le daban cada cepiada
que lo dejaban enfermo.
415 ¡Y qué indios, ni qué servicio,
si allí no había ni cuartel!
Nos mandaba el coronel
a trabajar en sus chacras,
y dejábamos las vacas
420 que las llevara el infiel.
Yo primero sembré trigo
y después hice un corral,
corté adobe pa un tapial,
hice un quincho, corté paja . . .
425 ¡La pucha, que se trabaja
sin que le larguen ni un rial!
Y es lo pior de aquel enriedo
que si uno anda hinchando el lomo
ya se le apean como plomo . . .
430 ¡Quién aguanta aquel infierno!
Si eso es servir al gobierno,
a mí no me gusta el cómo.
Más de un año nos tuvieron
en esos trabajos duros,
435 y los indios, le asiguro,
dentraban cuando querían:
como no los perseguían
siempre andaban sin apuro.
A veces decía al volver
440 del campo la descubierta
que estuviéramos alerta,
que andaba adentro la indiada;
porque había una rastrillada
o estaba una yegua muerta.
445 Recién entonces salía
la orden de hacer la riunión
y cáibamos al cantón
en pelo y hasta enancaos,
sin armas, cuatro pelaos
450 que íbamos a hacer jabón.
Áhi empezaba el afán,
se entiende, de puro vicio,
de enseñarle el ejercicio
a tanto gaucho recluta,
455 con un estrutor ¡qué . . . bruta!
que nunca sabía su oficio.
Daban entonces las armas
pa defender los cantones,
que eran lanzas y latones
460 con ataduras de tiento . . .
Las de juego no las cuento,
porque no había municiones.
Y chamuscao un sargento
me contó que las tenían,
465 pero que ellos las vendían
para cazar avestruces;
y ansí andaban noche y día
déle bala a los ñanduces.
Y cuando se iban los indios
470 con lo que habían manotiao,
salíamos muy apuraos
a perseguirlos de atrás;
si no se llevaban más
es porque no habían hallao.
475 Allí sí se ven desgracias
y lágrimas y afliciones,
naides le pida perdones
al indio, pues donde dentra
roba y mata cuanto encuentra
480 y quema las poblaciones.
No salvan de su juror
ni los pobres angelitos:
viejos, mozos y chiquitos
los mata del mesmo modo;
485 que el indio lo arregla todo
con la lanza y con los gritos.
Tiemblan las carnes al verlo
volando al viento la cerda,
la rienda en la mano izquierda
490 y la lanza en la derecha;
ande enderiesa abre brecha
pues no hay lanzaso que pierda.
Hace trotiadas tremendas
dende el fondo del desierto;
495 ansí llega medio muerto
de hambre, de sé y de fatiga;
pero el indio es una hormiga
que día y noche está dispierto.
Sabe manejar las bolas
500 como naides las maneja;
cuanto el contrario se aleja
manda una bola perdida
y, si lo alcanza, sin vida
es siguro que lo deja.
505 Y el indio es como tortuga
de duro para espichar;
si lo llega a destripar
ni siquiera se le encoge:
luego sus tripas recoge
510 y se agacha a disparar.
Hacían el robo a su gusto
y después se iban de arriba,
se llevaban las cautivas
y nos contaban que a veces
515 les descarnaban los pieses
a las pobrecitas, vivas.
¡Ah, si partía el corazón
ver tantos males, canejo!
Los perseguíamos de lejos
520 sin poder ni galopiar.
¡Y qué habíamos de alcanzar
en unos bichocos viejos!
Nos volvíamos al cantón
a las dos o tres jornadas
525 sembrando las caballadas;
y pa que alguno la venda,
rejuntábamos la hacienda
que habían dejao resagada.
Una vez entre otras muchas,
530 tanto salir al botón,
nos pegaron un malón
los indios y una lanciada,
que la gente acobardada
quedó dende esa ocasión.
535 Habían estao escondidos
aguaitando atrás de un cerro.
¡Lo viera a su amigo Fierro
aflojar como un blandito!
Salieron como máiz frito
540 en cuanto sonó un cencerro.
Al punto nos dispusimos
aunque ellos eran bastantes;
la formamos al istante
nuestra gente, que era poca;
545 y golpiándosé en la boca
hicieron fila adelante.
Se vinieron en tropel
haciendo temblar la tierra.
No soy manco pa la guerra
550 pero tuve mi jabón,
pues iba en un redomón
que había boliao en la Sierra.
¡Qué vocerío, qué barullo,
qué apurar esa carrera!
555 La indiada todita entera
dando alaridos cargó.
¡Jué pucha! . . . y ya nos sacó
como yeguada matrera.
¡Qué fletes traiban los bárbaros,
560 como una luz de lijeros!
Hicieron el entrevero
y en aquella mescolanza,
éste quiero, éste no quiero,
nos escojían con la lanza.
565 Al que le dan un chuzaso
dificultoso es que sane:
en fin, para no echar panes,
salimos por esas lomas
lo mesmo que las palomas
570 al juir de los gavilanes.
Es de almirar la destreza
con que la lanza manejan.
De perseguir nunca dejan
y nos traiban apretaos.
575 ¡Si queríamos, de apuraos,
salimos por las orejas!
Y pa mejor de la fiesta
en esta aflición tan suma,
vino un indio echando espuma
580 y con la lanza en la mano
gritando: “Acabau, cristiano,
metau el lanza hasta el pluma.”
Tendido en el costillar,
cimbrando por sobre el brazo
585 una lanza como un lazo,
me atropeyó dando gritos:
si me descuido . . . el maldito
me levanta de un lanzaso.
Si me atribulo o me encojo,
590 siguro que no me escapo;
siempre he sido medio guapo
pero en aquella ocasión
me hacía buya el corazón
como la garganta al sapo.
595 Dios le perdone al salvaje
las ganas que me tenía . . .
Desaté las tres marías
y lo engatusé a cabriolas.
¡Pucha! . . . Si no traigo bolas
600 me achura el indio ese día.
Era el hijo de un casique
sigún yo lo avirigué;
la verdá del caso jué
que me tuvo apuradazo,
605 hasta que, al fin, de un bolazo
del caballo lo bajé.
Áhi no más me tiré al suelo
y lo pisé en las paletas;
empezó a hacer morisquetas
610 y a mezquinar la garganta . . .
pero yo hice la obra santa
de hacerlo estirar la jeta.
Allí quedó el mojón,
y en su caballo salté;
615 de la indiada disparé,
pues si me alcanza me mata,
y, al fin, me les escapé
con el hilo en una pata.
Seguiré esta relación
620 aunque pa chorizo es largo
el que pueda hágasé cargo
cómo andaría de matrero,
después de salvar el cuero
de aquel trance tan amargo.
625 Del sueldo nada les cuento,
porque andaba disparando;
nosotros, de cuando en cuando,
solíamos ladrar de pobres:
nunca llegaban los cobres
630 que se estaban aguardando.
Y andábamos de mugrientos
que al mirarnos daba horror;
le juro que era un dolor
ver esos hombres, ¡por Cristo!
635 En mi perra vida he visto
una miseria mayor.
Yo no tenía ni camisa
ni cosa que se parezca;
mis trapos sólo pa yesca
640 me podían servir al fin . . .
No hay plaga como un fortín
para que el hombre padezca.
Poncho, jergas, el apero,
las prenditas, los totones,
645 todo, amigo, en los cantones
jué quedando poco a poco;
ya nos tenían medio loco
la pobreza y los ratones.
Sólo una manta peluda
650 era cuanto me quedaba;
la había agenciao a la taba
y ella me tapaba el bulto;
yaguané que allí ganaba
no salía . . . ni con indulto.
655 Y pa mejor hasta el moro
se me jué de entre las manos;
no soy lerdo . . . pero, hermano,
vino el comendante un día
diciendo que lo quería
660 “pa enseñarle a comer grano.”
Afigúresé cualquiera
la suerte de este su amigo,
a pie y mostrando el umbligo,
estropiao, pobre y desnudo.
665 Ni por castigo se pudo
hacerse más mal conmigo.
Ansí pasaron los meses,
y vino el año siguiente,
y las cosas igualmente
670 siguieron del mesmo modo:
adrede parece todo
para aburrir a la gente.
No teníamos más permiso,
ni otro alivio la gauchada,
675 que salir de madrugada,
cuando no había indio ninguno,
campo ajuera, a hacer boliadas,
desocando los reyunos.
Y cáibamos al cantón
680 con los fletes aplastaos,
pero a veces medio aviaos
con plumas y algunos cueros
que áhi no más con el pulpero
los teníamos negociaos.
685 Era un amigo del jefe
que con un boliche estaba;
yerba y tabaco nos daba
por la pluma de avestruz,
y hasta le hacía ver la luz