El gaucho Martín Fierro - José Hernández - E-Book

El gaucho Martín Fierro E-Book

José Hernández

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Beschreibung

El Martín Fierro es un largo poema narrativo que inauguró un género literario –la gauchesca– y dejó una huella profundísima en la cultura argentina. En esta primera parte (conocida también como "La ida") Fierro cuenta cómo lo obligaron a abandonar a su familia para servir en el ejército y combatir contra los aborígenes. Cubre ese tiempo en los fortines de la frontera y lo que lo lleva a desertar. Y cuenta, principalmente, cómo fueron los años de su vida fuera de la ley: las tensiones sociales fuertes y cambiantes, la amistad, los cruces infaustos, la libertad boca arriba en las noches estrelladas, la posibilidad de una nueva fuga.-

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José Hernández

El gaucho Martín Fierro

Xilografías de ALBERTO NICASIO

Saga

El gaucho Martín Fierro

 

Copyright © 1872, 2022 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726602784

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

I

1 Aquí me pongo a cantar

al compás de la vigüela,

que el hombre que lo desvela

una pena estrordinaria,

5 como la ave solitaria

con el cantar se consuela.

Pido a los santos del cielo

que ayuden mi pensamiento,

les pido en este momento

10 que voy a cantar mi historia

me refresquen la memoria

y aclaren mi entendimiento.

Vengan santos milagrosos,

vengan todos en mi ayuda,

15 que la lengua se me añuda

y se me turba la vista;

pido a mi Dios que me asista

en una ocasión tan ruda.

Yo he visto muchos cantores,

20 con famas bien otenidas,

y que después de alquiridas

no las quieren sustentar:

parece que sin largar

se cansaron en partidas.

25 Mas ande otro criollo pasa

Martín Fierro ha de pasar;

nada lo hace recular

ni las fantasmas lo espantan,

y dende que todos cantan

30 yo también quiero cantar.

Cantando me he de morir,

cantando me han de enterrar,

y cantando he de llegar

al pie del Eterno Padre:

35 dende el vientre de mi madre

vine a este mundo a cantar.

Que no se trabe mi lengua

ni me falte la palabra;

el cantar mi gloria labra

40 y, poniéndomé a cantar,

cantando me han de encontrar

aunque la tierra se abra.

Me siento en el plan de un bajo

a cantar un argumento;

45 como si soplara el viento

hago tiritar los pastos.

Con oros, copas y bastos

juega allí mi pensamiento.

Yo no soy cantor letrao,

50 mas si me pongo a cantar

no tengo cuándo acabar

y me envejezco cantando:

las coplas me van brotando

como agua de manantial.

55 Con la guitarra en la mano

ni las moscas se me arriman;

naides me pone el pie encima,

y, cuando el pecho se entona,

hago gemir a la prima

60 y llorar a la bordona.

Yo soy toro en mi rodeo

y torazo en rodeo ajeno;

siempre me tuve por güeno

y si me quieren probar

65 salgan otros a cantar

y veremos quién es menos.

No me hago al lao de la güeya

aunque vengan degollando;

con los blandos yo soy blando

70 y soy duro con los duros,

y ninguno en un apuro

me ha visto andar tutubiando.

En el peligro ¡qué Cristo!

el corazón se me enancha,

75 pues toda la tierra es cancha,

y de esto naides se asombre:

el que se tiene por hombre

donde quiera hace pata ancha.

Soy gaucho, y entiéndanló

80 como mi lengua lo esplica:

para mí la tierra es chica

y pudiera ser mayor;

ni la víbora me pica

ni quema mi frente el sol.

85 Nací como nace el peje

en el fondo de la mar;

naides me puede quitar

aquello que Dios me dió:

lo que al mundo truje yo

90 del mundo lo he de llevar.

Mi gloria es vivir tan libre

como el pájaro del cielo;

no hago nido en este suelo

ande hay tanto que sufrir,

95 y naides me ha de seguir

cuando yo remuento el vuelo.

Yo no tengo en el amor

quien me venga con querellas,

como esas aves tan bellas

100 que saltan de rama en rama;

yo hago en el trébol mi cama

y me cubren las estrellas.

Y sepan cuantos escuchan

de mis penas el relato

105 que nunca peleo ni mato

sino por necesidá,

y que a tanta alversidá

sólo me arrojó el mal trato.

Y atiendan la relación

110 que hace un gaucho perseguido,

que padre y marido ha sido

empeñoso y diligente,

y sin embargo la gente

lo tiene por un bandido.

II

115 Ninguno me hable de penas,

porque yo penando vivo,

y naides se muestre altivo

aunque en el estribo esté,

que suele quedarse a pie

120 el gaucho más alvertido.

Junta esperencia en la vida

hasta pa dar y prestar

quien la tiene que pasar

entre sufrimiento y llanto;

125 porque nada enseña tanto

como el sufrir y el llorar.

Viene el hombre ciego al mundo,

cuartiándoló la esperanza,

y a poco andar ya lo alcanzan

130 las desgracias a empujones.

¡La pucha, que trae liciones

el tiempo con sus mudanzas!

Yo he conocido esta tierra

en que el paisano vivía

135 y su ranchito tenía

y sus hijos y mujer . . .

Era una delicia el ver

cómo pasaba sus días.

Entonces . . . cuando el lucero

140 brillaba en el cielo santo,

y los gallos con su canto

nos decían que el día llegaba,

a la cocina rumbiaba

el gaucho . . . que era un encanto.

145 Y sentao junto al jogón

a esperar que venga el día,

al cimarrón le prendía

hasta ponerse rechoncho,

mientras su china dormía

150 tapadita con su poncho.

Y apenas la madrugada

empezaba a coloriar,

los pájaros a cantar

y las gallinas a apiarse,

155 era cosa de largarse

cada cual a trabajar.

Éste se ata las espuelas,

se sale el otro cantando,

uno busca un pellón blando,

160 éste un lazo, otro un rebenque,

y los pingos relinchando

los llaman dende el palenque.

El que era pion domador

enderezaba al corral,

165 ande estaba el animal

— bufidos que se las pela . . . —

y, más malo que su agüela,

se hacía astillas el bagual.

Y allí el gaucho inteligente

170 en cuanto el potro enriendó,

los cueros le acomodó,

y se le sentó en seguida,

que el hombre muestra en la vida

la astucia que Dios le dió.

175 Y en las playas corcoviando

pedazos se hacía el sotreta

mientras él por las paletas

le jugaba las lloronas

y al ruido de las caronas

180 salía haciéndosé gambetas.

¡Ah tiempos! . . . ¡Si era un orgullo

ver jinetiar un paisano!

Cuando era gaucho baquiano,

aunque el potro se boliase,

185 no había uno que no parase

con el cabresto en la mano.

Y mientras domaban unos,

otros al campo salían,

y la hacienda recogían,

190 las manadas repuntaban,

y ansí sin sentir pasaban

entretenidos el día.

Y verlos al cáir la noche

en la cocina riunidos,

195 con el juego bien prendido

y mil cosas que contar,

platicar muy divertidos

hasta después de cenar.

Y con el buche bien lleno

200 era cosa superior

irse en brazos del amor

a dormir como la gente,

pa empezar al día siguiente

las fáinas del día anterior.

205 Ricuerdo . . . ¡ qué maravilla!

cómo andaba la gauchada

siempre alegre y bien montada

y dispuesta pa el trabajo;

pero hoy en el día . . . ¡barajo!

210 no se la ve de aporriada.

El gaucho más infeliz

tenía tropilla de un pelo;

no le faltaba un consuelo

y andaba la gente lista . . .

215 Tendiendo al campo la vista,

no vía sino hacienda y cielo.

Cuando llegaban las yerras,

¡cosa que daba calor

tanto gaucho pialador

220 y tironiador sin yel!

¡Ah tiempos . . . pero si en él

se ha visto tanto primor!

Aquello no era trabajo,

más bien era una junción,

225 y después de un güen tirón

en que uno se daba maña,

pa darle un trago de caña

solía llamarlo el patrón.

Pues siempre la mamajuana

230 vivía bajo la carreta;

y aquel que no era chancleta,

en cuanto el goyete vía,

sin miedo se le prendía

como güérfano a la teta.

235 ¡Y qué jugadas se armaban

cuando estábamos riunidos!

Siempre íbamos prevenidos,

pues en tales ocasiones

a ayudarles a los piones

240 caiban muchos comedidos.

Eran los días del apuro

y alboroto pa el hembraje,

pa preparar los potajes

y osequiar bien a la gente,

245 y ansí, pues, muy grandemente

pasaba siempre el gauchaje.

Venía la carne con cuero,

la sabrosa carbonada,

mazamorra bien pisada,

250 los pasteles y el güen vino . . .

pero ha querido el destino

que todo aquello acabara.

Estaba el gaucho en su pago

con toda siguridá,

255 pero aura . . . ¡barbaridá!

la cosa anda tan fruncida,

que gasta el pobre la vida

en juir de la autoridá.

Pues si usté pisa en su rancho

260 y si el alcalde lo sabe

lo caza lo mesmo que ave

aunque su mujer aborte . . .

No hay tiempo que no se acabe

ni tiento que no se corte.

265 Y al punto dése por muerto

si el alcalde lo bolea,

pues áhi no más se le apea

con una felpa de palos.

Y después dicen que es malo

270 el gaucho si los pelea.

Y el lomo le hinchan a golpes,

y le rompen la cabeza,

y luego con ligereza,

ansí lastimao y todo,

275 lo amarran codo con codo

y pa el cepo lo enderiezan.

Áhi comienzan sus desgracias,

áhi principia el pericón;

porque ya no hay salvación,

280 y, que usté quiera o no quiera,

lo mandan a la frontera

o lo echan a un batallón.

Ansí empezaron mis males

lo mesmo que los de tantos.

285 Si gustan . . . en otros cantos

les diré lo que he sufrido.

Después que uno está perdido

no lo salvan ni los santos.

III

Tuve en mi pago en un tiempo

290 hijos, hacienda y mujer;

pero empecé a padecer,

me echaron a la frontera.

¡Y qué iba a hallar al volver!

Tan sólo hallé la tapera.

295 Sosegao vivía en mi rancho

como el pájaro en su nido;

allí mis hijos queridos

iban creciendo a mi lao . . .

Sólo queda al desgraciao

300 lamentar el bien perdido.

Mi gala en las pulperías

era, cuanto había más gente,

ponerme medio caliente,

pues, cuando puntiao me encuentro,

305 me salen coplas de adentro

como agua de la virtiente.

Cantando estaba una vez

en una gran diversión;

y aprovechó la ocasión

310 como quiso el Juez de paz . . .

Se presentó, y áhi no más

hizo una arriada en montón.

Juyeron los más matreros

y lograron escapar.

315 Yo no quise disparar;

soy manso, y no había por qué.

Muy tranquilo me quedé

y ansí me dejé agarrar.

Allí un gringo con un órgano

320 y una mona que bailaba

haciéndonos rair estaba

cuando le tocó el arreo.

¡Tan grande el gringo y tan feo,

lo viera cómo lloraba!

325 Hasta un inglés sanjiador

que decía en la última guerra

que él era de Inca-la-perra

y que no quería servir,

tuvo también que juir

330 a guarecerse en la Sierra.

Ni los mirones salvaron

de esa arriada de mi flor;

fué acoyarao el cantor

con el gringo de la mona;

335 a uno solo, por favor,

logró salvar la patrona.

Formaron un contingente

con los que en el baile arriaron;

con otros nos mesturaron

340 que habían agarrao también:

las cosas que aquí se ven

ni los diablos las pensaron.

A mí el Juez me tomó entre ojos

en la última votación:

345 me le había hecho el remolón

y no me arrimé ese día,

y él dijo que yo servía

a los de la esposición.

Y ansí sufrí ese castigo

350 tal vez por culpas ajenas;

que sean malas o sean güenas

las listas, siempre me escondo:

yo soy un gaucho redondo

y esas cosas no me enllenan.

355 Al mandarnos nos hicieron

más promesas que a un altar.

El Juez nos jué a ploclamar

y nos dijo muchas veces:

“Muchachos, a los seis meses

360 los van a ir a revelar.”

Yo llevé un moro de número.

¡Sobresaliente el matucho!

Con él gané en Ayacucho

más plata que agua bendita:

365 siempre el gaucho necesita

un pingo pa fiarle un pucho.

Y cargué sin dar más güeltas

con las prendas que tenía:

jergas, poncho, cuanto había

370 en casa, tuito lo alcé:

a mi china la dejé

media desnuda ese día.

No me faltaba una guasca;

esa ocasión eché el resto:

375 bozal, maniador, cabresto,

lazo, bolas y manea . . .

¡El que hoy tan pobre me vea

tal vez no crerá todo esto!

Ansí en mi moro, escarciando,

380 enderecé a la frontera.

¡Aparcero, si usté viera

lo que se llama cantón . . .!

Ni envidia tengo al ratón

en aquella ratonera.

385 De los pobres que allí había

a ninguno lo largaron;

los más viejos rezongaron,

pero a uno que se quejó

en seguida lo estaquiaron

390 y la cosa se acabó.

En la lista de la tarde

el jefe nos cantó el punto,

diciendo: Quinientos juntos

llevará el que se resierte;

395 lo haremos pitar del juerte;

más bien dése por dijunto.

A naides le dieron armas,

pues toditas las que había

el coronel las tenía,

400 según dijo esa ocasión,

pa repartirlas el día

en que hubiera una invasión.

Al principio nos dejaron

de haraganes criando sebo,

405 pero después . . . no me atrevo

a decir lo que pasaba.

¡Barajo! . . . si nos trataban

como se trata a malevos.

Porque todo era jugarle

410 por los lomos con la espada,

y, aunque usté no hiciera nada,

lo mesmito que en Palermo

le daban cada cepiada

que lo dejaban enfermo.

415 ¡Y qué indios, ni qué servicio,

si allí no había ni cuartel!

Nos mandaba el coronel

a trabajar en sus chacras,

y dejábamos las vacas

420 que las llevara el infiel.

Yo primero sembré trigo

y después hice un corral,

corté adobe pa un tapial,

hice un quincho, corté paja . . .

425 ¡La pucha, que se trabaja

sin que le larguen ni un rial!

Y es lo pior de aquel enriedo

que si uno anda hinchando el lomo

ya se le apean como plomo . . .

430 ¡Quién aguanta aquel infierno!

Si eso es servir al gobierno,

a mí no me gusta el cómo.

Más de un año nos tuvieron

en esos trabajos duros,

435 y los indios, le asiguro,

dentraban cuando querían:

como no los perseguían

siempre andaban sin apuro.

A veces decía al volver

440 del campo la descubierta

que estuviéramos alerta,

que andaba adentro la indiada;

porque había una rastrillada

o estaba una yegua muerta.

445 Recién entonces salía

la orden de hacer la riunión

y cáibamos al cantón

en pelo y hasta enancaos,

sin armas, cuatro pelaos

450 que íbamos a hacer jabón.

Áhi empezaba el afán,

se entiende, de puro vicio,

de enseñarle el ejercicio

a tanto gaucho recluta,

455 con un estrutor ¡qué . . . bruta!

que nunca sabía su oficio.

Daban entonces las armas

pa defender los cantones,

que eran lanzas y latones

460 con ataduras de tiento . . .

Las de juego no las cuento,

porque no había municiones.

Y chamuscao un sargento

me contó que las tenían,

465 pero que ellos las vendían

para cazar avestruces;

y ansí andaban noche y día

déle bala a los ñanduces.

Y cuando se iban los indios

470 con lo que habían manotiao,

salíamos muy apuraos

a perseguirlos de atrás;

si no se llevaban más

es porque no habían hallao.

475 Allí sí se ven desgracias

y lágrimas y afliciones,

naides le pida perdones

al indio, pues donde dentra

roba y mata cuanto encuentra

480 y quema las poblaciones.

No salvan de su juror

ni los pobres angelitos:

viejos, mozos y chiquitos

los mata del mesmo modo;

485 que el indio lo arregla todo

con la lanza y con los gritos.

Tiemblan las carnes al verlo

volando al viento la cerda,

la rienda en la mano izquierda

490 y la lanza en la derecha;

ande enderiesa abre brecha

pues no hay lanzaso que pierda.

Hace trotiadas tremendas

dende el fondo del desierto;

495 ansí llega medio muerto

de hambre, de sé y de fatiga;

pero el indio es una hormiga

que día y noche está dispierto.

Sabe manejar las bolas

500 como naides las maneja;

cuanto el contrario se aleja

manda una bola perdida

y, si lo alcanza, sin vida

es siguro que lo deja.

505 Y el indio es como tortuga

de duro para espichar;

si lo llega a destripar

ni siquiera se le encoge:

luego sus tripas recoge

510 y se agacha a disparar.

Hacían el robo a su gusto

y después se iban de arriba,

se llevaban las cautivas

y nos contaban que a veces

515 les descarnaban los pieses

a las pobrecitas, vivas.

¡Ah, si partía el corazón

ver tantos males, canejo!

Los perseguíamos de lejos

520 sin poder ni galopiar.

¡Y qué habíamos de alcanzar

en unos bichocos viejos!

Nos volvíamos al cantón

a las dos o tres jornadas

525 sembrando las caballadas;

y pa que alguno la venda,

rejuntábamos la hacienda

que habían dejao resagada.

Una vez entre otras muchas,

530 tanto salir al botón,

nos pegaron un malón

los indios y una lanciada,

que la gente acobardada

quedó dende esa ocasión.

535 Habían estao escondidos

aguaitando atrás de un cerro.

¡Lo viera a su amigo Fierro

aflojar como un blandito!

Salieron como máiz frito

540 en cuanto sonó un cencerro.

Al punto nos dispusimos

aunque ellos eran bastantes;

la formamos al istante

nuestra gente, que era poca;

545 y golpiándosé en la boca

hicieron fila adelante.

Se vinieron en tropel

haciendo temblar la tierra.

No soy manco pa la guerra

550 pero tuve mi jabón,

pues iba en un redomón

que había boliao en la Sierra.

¡Qué vocerío, qué barullo,

qué apurar esa carrera!

555 La indiada todita entera

dando alaridos cargó.

¡Jué pucha! . . . y ya nos sacó

como yeguada matrera.

¡Qué fletes traiban los bárbaros,

560 como una luz de lijeros!

Hicieron el entrevero

y en aquella mescolanza,

éste quiero, éste no quiero,

nos escojían con la lanza.

565 Al que le dan un chuzaso

dificultoso es que sane:

en fin, para no echar panes,

salimos por esas lomas

lo mesmo que las palomas

570 al juir de los gavilanes.

Es de almirar la destreza

con que la lanza manejan.

De perseguir nunca dejan

y nos traiban apretaos.

575 ¡Si queríamos, de apuraos,

salimos por las orejas!

Y pa mejor de la fiesta

en esta aflición tan suma,

vino un indio echando espuma

580 y con la lanza en la mano

gritando: “Acabau, cristiano,

metau el lanza hasta el pluma.”

Tendido en el costillar,

cimbrando por sobre el brazo

585 una lanza como un lazo,

me atropeyó dando gritos:

si me descuido . . . el maldito

me levanta de un lanzaso.

Si me atribulo o me encojo,

590 siguro que no me escapo;

siempre he sido medio guapo

pero en aquella ocasión

me hacía buya el corazón

como la garganta al sapo.

595 Dios le perdone al salvaje

las ganas que me tenía . . .

Desaté las tres marías

y lo engatusé a cabriolas.

¡Pucha! . . . Si no traigo bolas

600 me achura el indio ese día.

Era el hijo de un casique

sigún yo lo avirigué;

la verdá del caso jué

que me tuvo apuradazo,

605 hasta que, al fin, de un bolazo

del caballo lo bajé.

Áhi no más me tiré al suelo

y lo pisé en las paletas;

empezó a hacer morisquetas

610 y a mezquinar la garganta . . .

pero yo hice la obra santa

de hacerlo estirar la jeta.

Allí quedó el mojón,

y en su caballo salté;

615 de la indiada disparé,

pues si me alcanza me mata,

y, al fin, me les escapé

con el hilo en una pata.

IV

Seguiré esta relación

620 aunque pa chorizo es largo

el que pueda hágasé cargo

cómo andaría de matrero,

después de salvar el cuero

de aquel trance tan amargo.

625 Del sueldo nada les cuento,

porque andaba disparando;

nosotros, de cuando en cuando,

solíamos ladrar de pobres:

nunca llegaban los cobres

630 que se estaban aguardando.

Y andábamos de mugrientos

que al mirarnos daba horror;

le juro que era un dolor

ver esos hombres, ¡por Cristo!

635 En mi perra vida he visto

una miseria mayor.

Yo no tenía ni camisa

ni cosa que se parezca;

mis trapos sólo pa yesca

640 me podían servir al fin . . .

No hay plaga como un fortín

para que el hombre padezca.

Poncho, jergas, el apero,

las prenditas, los totones,

645 todo, amigo, en los cantones

jué quedando poco a poco;

ya nos tenían medio loco

la pobreza y los ratones.

Sólo una manta peluda

650 era cuanto me quedaba;

la había agenciao a la taba

y ella me tapaba el bulto;

yaguané que allí ganaba

no salía . . . ni con indulto.

655 Y pa mejor hasta el moro

se me jué de entre las manos;

no soy lerdo . . . pero, hermano,

vino el comendante un día

diciendo que lo quería

660 “pa enseñarle a comer grano.”

Afigúresé cualquiera

la suerte de este su amigo,

a pie y mostrando el umbligo,

estropiao, pobre y desnudo.

665 Ni por castigo se pudo

hacerse más mal conmigo.

Ansí pasaron los meses,

y vino el año siguiente,

y las cosas igualmente

670 siguieron del mesmo modo:

adrede parece todo

para aburrir a la gente.

No teníamos más permiso,

ni otro alivio la gauchada,

675 que salir de madrugada,

cuando no había indio ninguno,

campo ajuera, a hacer boliadas,

desocando los reyunos.

Y cáibamos al cantón

680 con los fletes aplastaos,

pero a veces medio aviaos

con plumas y algunos cueros

que áhi no más con el pulpero

los teníamos negociaos.

685 Era un amigo del jefe

que con un boliche estaba;

yerba y tabaco nos daba

por la pluma de avestruz,

y hasta le hacía ver la luz