La vuelta de Martín Fierro - José Hernández - E-Book

La vuelta de Martín Fierro E-Book

José Hernández

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Beschreibung

En esta segunda parte del poema fundacional de la literatura argentina las aventuras del gaucho Martín Fierro cambian de tono. Su estadía con los mapuche no lo convence, por lo que escapa una vez más. Entonces se reencuentra con sus hijos y les da consejos que destilan todo lo aprendido durante su vida agitada. Entretanto aparecen figuras míticas, como el Viejo Viscacha, y se muestra un duelo de payadores: el duelo de los que cantan. Hay quienes ven en este cierre del ciclo del Martín Fierro la lógica del rebelde asimilado, hay quienes consideran que su luz se lleva perfecto con el prisma de la madurez.-

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José Hernández

La vuelta de Martín Fierro

 

Saga

La vuelta de Martín Fierro

 

Copyright © 1879, 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726602777

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

I

MARTÍN FIERRO

Atención pido al silencio

y silencio a la atención,

que voy en esta ocasión,

si me ayuda la memoria,

a mostrarles que a mi historia

le faltaba lo mejor.

Viene uno como dormido

cuando vuelve del desierto;

veré si a esplicarme acierto

entre gente tan bizzarra

y si al sentir la guitarra

de mi sueño me despierto.

Siento que mi pecho tiembla,

que se turba mi razón,

y de la viguela al son

imploro a la alma de un sabio

que venga a mover mi labio

y alentar mi corazón.

Si no llego a treinta y una

de fijo en treinta me planto,

y esta confianza adelanto

porque recibí en mi mismo,

con el agua del bautismo,

la facultá para el canto.

Tanto el pobre como el rico

la razón me la han de dar;

y si llegan a escuchar

lo que esplicaré a mi modo,

digo que no han de rair todos:

algunos han de llorar.

Mucho tiene que contar

el que tuvo que sufrir,

y empezaré por pedir

no duden de cuanto digo;

pues debe creerse al testigo

si no pagan por mentir.

Gracias le doy a la virgen,

gracias le doy al Señor,

porque entre tanto rigor

y habiendo perdido tanto,

no perdí mi amor al canto

ni mi voz como cantor.

Que cante todo viviente

otorgó el Eterno Padre;

cante todo el que le cuadre

como lo hacemos los dos

pues sólo no tiene voz

el ser que no tiene sangre.

Canta el pueblero... Y es pueta;

canta el gaucho... Y, ¡ay Jesús!,

Lo miran como avestruz,

su inorancia los asombra;

mas siempre sirven las sombras

para distinguir la luz.

El campo es del inorante,

el pueblo del hombre estruido;

yo que en el campo he nacido

digo que mis cantos son

para los unos... Sonidos,

y para otros... Intención.

Yo he conocido cantores

que era un gusto el escuchar;

mas no quieren opinar

y se divierten cantando;

pero yo canto opinando,

que es mi modo de cantar.

El que va por esta senda

cuanto sabe desembucha,

y aunque mi cencia no es mucha,

esto en mi favor previene;

yo se el corazón que tiene

el que con gusto me escucha.

Lo que pinta este pincel

ni el tiempo lo ha de borrar;

ninguno se ha de animar

a corregirme la plana;

no pinta quien tiene gana

sino quien sabe pintar.

Y no piensen los oyentes

que del saber hago alarde;

he conocido aunque tarde,

sin haberme arrepentido,

que es pecado cometido

el decir ciertas verdades.

Pero voy en mi camino

y nada me ladiará;

he de decir la verdá;

de naides soy adulón;

aqui no hay imitación;

esta es pura realidá.

Y el que me quiera enmendar

mucho tiene que saber;

tiene mucho que aprender

el que me sepa escuchar;

tiene mucho que rumiar

el que me quiera entender.

Más que yo y cuantos me oigan,

más que las cosas que tratan,

más que los que ellos relatan,

mis cantos han de durar;

mucho ha habido que mascar

para echar esta bravata.

Brotan quejas de mi pecho,

brota un lamento sentido;

y es tanto lo que he sufrido

y males de tal tamaño

que reto a todos los años

a que traigan el olvido.

Ya verán si me despierto

cómo se compone el baile;

y no se sorprenda naides

si mayor fuego me anima;

porque quiero alzar la prima

como pa tocar al aire.

Y con la cuerda tirante

dende que ese tono elija,

yo no he de aflojar manija

mientras que la voz no pierda,

si no se corta la cuerda

o no cede la clavija.

Aunque rompí el estrumento

por no volverme a tentar,

tengo tanto que contar

y cosas de tal calibre,

que Dios quiera que se libre

el que me enseñó a templar.

De naides sigo el ejemplo,

naides a dirigirme viene;

yo digo cuanto conviene,

y el que en tal güeya se planta,

debe cantar, cuando canta,

con toda la voz que tiene.

He visto rodar la bola

y no se quiere parar;

al fin de tanto rodar

me he decidido a venir

a ver si puedo vivir

y me dejan trabajar.

Sé dirigir la mansera

y tambien echar un pial;

sé correr en un rodeo,

trabajar en un corral;

me se sentar en un pértigo

lo mesmo que en un bagual.

Y enpriéstenmé su atención

si ansí me quieren honrar

de no, tendré que callar,

pues el pájaro cantor

jamás se para de cantar

en árbol que no da flor.

Hay trapitos que golpiar

y de aquí no me levanto;

si quieren que desembuche:

tengo que decirles tanto

que les mando que me escuchen.

Déjenmé tomar un trago:

estas son otras cuarenta

mi garganta esta sedienta,

y de esto no me abochorno,

pues el viejo, como el horno,

por la boca se calienta.

II

Triste suena mi guitarra

y el sunto lo requiere;

ninguno alegrías espere

sino sentidos lamentos

de aquel que en duros tormentos

nace, crece, vive y muere.

Es triste dejar sus pagos

y largarse a tierra ajena

llevándose la alma llena

de tormentos y dolores;

mas nos llevan los rigores

como el pampero a la arena.

Irse a cruzar el desierto

lo mesmo que un forajido,

dejando aquí en el olvido,

como dejamos nosotros,

su mujer en brazos de otro

y sus hijitos perdidos.

¡Cuantas veces al cruzar

en esa inmensa llanura,

al verse en tal desventura

y tan lejos de los suyos,

se tira uno entre los yuyos

a llorar con amargura!

En la orilla de un arroyo

solitario lo pasaba,

en mil cosas cavilaba

y, a una güelta repentina,

se me hacía ver a mi china

o escuchar que me llamaba.

Y las aguas serenitas

bebe el pingo trago a trago,

mientras sin ningún halago

pasa uno hasta sin comer,

por pensar en su mujer,

en sus hijos y en su pago.

Recordarán que con Cruz

para el desierto tiramos

en la pampa nos entramos,

cayendo, por fin del viaje,

a unos toldos de salvajes,

los primeros que encontramos.

La desgracia nos seguía:

llegamos en mal momento;

estaban de parlamento

tratando de una invasión

y el indio en tal ocasión

recela hasta de su aliento.

Se armó un tremendo alboroto

cuando nos vieron llegar;

no podiamos aplacar

tan peligroso hervidero;

nos tomaron por bomberos

y nos quisieron lanciar.

Nos quitaron los caballos

a los muy pocos minutos;

estaban irresolutos;

¡quién sabe qué pretendían!

Por los ojos nos metían

las lanzas aquellos brutos.

Y déle en su lengüeteo

hacer gestos y cabriolas;

uno desató las bolas

y se nos vino enseguida;

ya no créiamos con vida

salvar ni por carambola.

Alla no hay misericordia

ni esperanza que tener;

el indio es de parecer

que siempre matar se debe,

pues la sangre que no bebe

le gusta verla correr.

Cruz se dispuso a morir

peliando y me convidó.

"Aguantemos", dije yo,

"El fuego hasta que nos queme".

Menos los peligros teme

quien más veces lo venció.

Se debe ser mas prudente

cuando el peligro es mayor;

siempre se salva mejor

andando con alvertencia

porque no está la prudencia

reñida con el valor.

Vino al fin el lenguaraz

como a trairnos el perdón;

nos dijo: "La salvación

se la deben a un cacique;

me manda que les esplique

que se trata de un malón."

"Les ha dicho a los demás

que ustedes quedan cautivos

por si cain algunos vivos

en poder de los cristianos,

rescatar a sus hermanos

con estos dos fugitivos."

Volvieron al parlamento

a tratar de sus alianzas,

o tal vez de las matanzas,

y, conforme les detallo,

hicieron cerco a caballo

recostándose en las lanzas.

Dentra al centro un indio viejo

y alli a lengüetiar se larga;

¡quién sabe qué les encarga!

Pero toda la riunión

lo escuchó con atención

lo menos tres horas largas.

Pegó al fin tres alaridos

y ya principiaba otra danza;

para mostrar su pujanza

y dar pruebas de jinete,

dió riendas rayando el flete

y revoliando la lanza.

Recorre luego la fila,

frente a cada indio se para,

lo amenaza cara a cara

y, en su juria, aquel maldito

acompaña con su grito

el cimbrar de la tacuara.

Se vuelve aquello un incendio

mas feo que la mesma guerra:

entre una nube de tierra

se hizo allí una mezcolanza

de potros, indios y lanzas,

con alaridos que aterran.

Parece un baile de fieras

sigún yo me lo imagino;

era inmenso el remolino,

las voces aterradoras;

hasta que al fin de dos horas

se aplacó aquel torbellino.

De noche formaban cerco

y en el centro nos ponían;

para mostrar que querían

quitarnos toda esperanza,

ocho o diez filas de lanzas

alrrededor nos hacían.

Allí estaban vigilante

cuidandonos a porfía;

cuando roncar parecían

"Huincá", gritaba cualquiera,

y toda la fila entera

"Huincá", "Huincá", repetía.

Pero el indio es dormilón

y tiene un sueño projundo;

es roncador sin segundo

y en tal confianza es su vida,

que ronca a pata tendida

aunque se de güelta el mundo.

Nos aviriguaban todo

como aquel que se previene,

porque siempre les conviene

saber las juerzas que andan,

donde estan, quienes las mandan,

que caballos y armas tienen.

A cada respuesta nuestra

uno hace una esclamación,

y luego en continuación

aquellos indios feroces,

cientos y cientos de voces

repiten al mesmo son.

Y aquella voz de un solo,

que empieza por un gruñido,

lega hasta ser alarido

de toda la muchedumbre,

y ansí adquieren la costumbre

de pegar esos bramidos.

III

De ese modo nos hallamos

empeñaos en la partida;

no hay que darla por perdida

por dura que sea la suerte,

ni que pensar en la muerte,

sino en soportar la vida.

Se endurece el corazón,

no teme peligro alguno;

por encontrarlo oportuno

allí juramos los dos:

respetar tan sólo a Dios;

de Dios abajo, a ninguno.

El mal es árbol que crece

y que cortado retoña;

la gente esperta o bisoña

sufre de infinitos modos;

la tierra es madre de todos,

pero también da ponzoña.

Mas todo varón prudente

sufre tranquilo sus males;

yo siempre los hallo iguales

en cualquier senda que elijo;

la desgracia tiene hijos,

aunque ella no tiene madre.

Y al que le toca la herencia,

donde quiera halla su ruina:

lo que la suerte destina

no puede el hombre evitar,

porque el cardo ha de pinchar

es que nace con espinas.

Es el destino del pobre

un continuo zafarrancho

y pasa como el carancho,

porque el mal nunca se sacia,

si el viento de la desgracia

vuela las pajas del rancho.

Mas quien manda los pesares

manda también el consuelo:

la luz que baja del cielo

alumbra al más encumbrao,

y hasta el pelo mas delgao

hace su sombra en el suelo.

Pero por más que uno sufra

un rigor que lo atormente,

no debe bajar la frente

nunca, por ningún motivo:

el álamo es mas altivo

y gime constantemente.

El indio pasa la vida

robando o echao de panza;

la única ley es la lanza

a que se ha de someter:

lo que le falta en saber

lo suple con descondianza.

Fuera cosa de engarzarlo

a un indio caritativo:

es duro con el cautivo,

le dan un trato horroroso;

es astuto y receloso,

es audaz y vengativo.

No hay que pedirle favor

ni que aguardar tolerancia;

movidos por su inorancia

y de puro desconfiaos,

nos pusieron separaos

bajo sutil vigilancia.

No pude tener con Cruz

ninguna conversación:

no nos daban ocasión,

nos trataban como ajenos

como dos años, lo menos,

duro esta separación.

Relatar nuestras penurias

fuera alargar el asunto.

Les diré sobre este punto

que a los dos años recién

nos hizo el cacique el bien

de dejarnos vivir juntos.

Nos retiramos con Cruz

a la orilla de un pajal;

por no pasarlo tan mal

hicimos como un bendito

en el desierto infinito,

con dos cueros de bagual.

Fuimos a esconder allí

nuestra pobre situación,

aliviando con la unión

aquel duro cautiverio,

tristes como un cementerio

al toque de la oración.

Debe el hombre ser valiente

si ha rodar se determina,

primero, cuando camina;

segundo, cuando descansa;

pues en aquellas andanzas

perece el que se acoquina.

Cuando es manso el ternerito

en cualquier vaca se priende;

el que es gaucho esto lo entiende

y ha de entender si le digo

que andábamos con mi amigo

como pan que no se vende.

Guarecidos en el toldo

charlábamos mano a mano:

eramos dos veteranos

mansos pa las sabandijas,

arrumbaos como cubijas

cuando calienta el verano.

El alimento no abunda

por mas empeño que se haga;

lo pasa uno como plaga,

ejercitando la industria,

y siempre como la nutria

viviendo a la orilla del agua.

En semejante ejercicio

se hace diestro el cazador:

cai el piche engordador,

cai el pájaro que trina;

todo bicho que camina

va parar al asador.

Pues allí a los cuatro vientos

la persecución se lleva;

nadie escapa de la leva

y dende que el alba asoma

ya recorre uno la loma,

el bajo, el nido y la cueva.

El que vive de la caza

a cualquier bicho se atreve,

que pluma o cáscara lleve,

pues, cuando la hambre se siente,

el hombre le clava el diente

a todo lo que se mueve.

En las sagradas alturas

esta el Maistro principal

que enseña a cada animal

a procurarse el sustento,

y le brinda el alimento

a todo ser racional.

Y aves y bichos y pejes

se mantienen de mil modos:

pero el hombre en su acomodo