El hombre a la conquista de su destino - Omraam Mikhaël Aïvanhov - E-Book

El hombre a la conquista de su destino E-Book

Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Beschreibung

¿Por qué nacemos en un determinado país y en una determinada familia? ¿Por qué algunos gozan de buena salud, son inteligentes,ricos, poderosos, triunfan, mientras que otros están limitados y en desventaja? ¿Cuál es el origen y el sentido de los lazos que nos vemos obligados a mantener, sin saberlo,con otros seres?... Incluso el hombre que se cree completamente liberado sufre su destino porque ignora las leyes que le rigen. Al revelar estas leyes a sus discipulos, un Maestro no sólo les ayuda a desenredar los hilos enmarañados de su vida, sino que les proporciona la posibilidad de convertirse a si mismos en maestros de su destino.

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Seitenzahl: 171

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Omraam Mikhaël Aïvanhov

El hombre a la conquista de su destino

Izvor 202-Es

Tituló original :

L’HOMME A LA CONQUETE DE SA DESTINEE

Traducción del francés

ISBN 978-84-10379-19-0

©Copyrightreservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). -www.prosveta.es

I LA LEY DE CAUSA Y EFECTO

I

Desde el momento en que el hombre actúa, desencadena inevitablemente ciertas fuerzas que producen determinados resultados. Esta idea que relaciona la causa con el efecto está contenida originalmente en la palabra “karma”. Aunque posteriormente “karma” ha tomado el sentido de pago por una transgresión cometida.

El Karma-Yoga, uno de los numerosos yogas que existen en la India, no es más que una disciplina que enseña al individuo a desarrollarse mediante una actividad desinteresada, gracias a la cual se libera. Cuando el hombre se vuelve codicioso, astuto y turbulento, crea deudas que deberá saldar, y en ese momento la palabra “karma” toma el significado que la gente le da: castigo por faltas cometidas en el pasado.

En realidad, se puede decir que el karma (en el segundo sentido indicado), se manifiesta cada vez que un acto no es ejecutado con perfección. Pero el hombre ensaya, debe ejercitarse hasta lograr la perfección, y mientras falle en sus intentos deberá corregirse, reparar sus errores y por supuesto deberá sufrir por ello.

Diréis: “¡Entonces, ya que actuando cometemos necesariamente errores y que debemos sufrir para repararlos, vale más no hacer nada! No es así, hay que actuar. Evidentemente sufriréis, pero con ello aprenderéis, evolucionaréis... y un día ya no sufriréis más. En cuanto hayáis aprendido a trabajar correctamente, no habrá más karma. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra, desencadenan ciertas fuerzas que traen consigo consecuencias, naturalmente, pero supongamos que estos gestos y estas palabras estén inspirados en la bondad, la pureza y el desinterés: atraerán consecuencias benéficas, y es lo que llamamos “dharma”.

El dharma es la consecuencia de una actividad ordenada, armoniosa, benéfica. El ser que sea capaz de emprender tal actividad escapará a la ley de la fatalidad, situándose bajo la ley de la Providencia. No hacer nada para evitar las preocupaciones y los sufrimientos no es la solución correcta; debemos ser activos, dinámicos, estar llenos de iniciativas sin que por ello el móvil de nuestras actividades sea ni el egoísmo ni el interés personal. Es la única forma de escapar al desastre. Evadir las consecuencias es imposible: siempre habrá causas y efectos, sea cual fuere vuestra actividad; simplemente si conseguís actuar de manera desinteresada, no se producirán efectos dolorosos, sino alegría, felicidad y liberación.

Si para conseguir la paz no actuamos, no nos desarrollaremos, no aprenderemos ni ganaremos nada. Evidentemente no cometeremos ningún error, pero entonces seremos como piedras: ¡éstas nunca cometen errores! Es preferible ensuciarse, si es necesario, pero aprender. ¿Cómo queréis que un edificio en construcción no tenga manchas de cemento o de pintura? Es imposible. Hay que aceptar esas manchas mientras el edificio crece y se realiza el trabajo. Después, frotamos un poco, lavamos, nos cambiamos de ropa, y de esta manera, por lo menos, conseguimos terminar la casa.

El Maestro Peter Deunov dijo un día: “Os di a todos un librito para aprender el alfabeto” (en búlgaro decimos:“bukvartché”...¿y vosotros?... ¿un abecedario? Bueno, un abecedario). “Al cabo de un año os pido que me lo devolváis y algunos de vosotros me devolvéis esebukvartchéabsolutamente limpio, impecable, sin abrir; por lo tanto, no aprendisteis nada. Otros, al contrario, me lo devuelven totalmente roto, manchado; lo abrieron y cerraron centenares de veces, lo han llevado a todas partes, incluso han comido encima... ¡Sí, pero ahora saben leer!” Y el Maestro concluía: “Prefiero eso.” Yo era muy joven entonces y recuerdo que le pregunté tímidamente: “Y yo, ¿en qué categoría estoy?” Me respondió: “¿Tú? En la segunda categoría.” Naturalmente me puse muy contento porque comprendí que era mejor.

No sé en que estado le devolví elbukvartché, pero en todo caso él me clasificó en la segunda categoría: la de la gente que desea que el trabajo se haga... y es cierto. Cometeremos muchos errores, mancharemos y nos salpicaremos, recibiremos críticas e injurias, ¿y qué?, eso no tiene importancia. Hay que saber leer, hay que trabajar, debemos terminar el edificio. Todos aquellos que son siempre razonables y prudentes pero que no se comprometen, no avanzan. Entonces, Señor, ¿qué será de ellos?

Está escrito en elApocalipsis:“Sé frío o caliente porque al tibio le escupiré de mi boca.”¿Por qué, entonces, algunos prefieren seguirsiendo tibios? No hay lugar para éstos. No hay que tener miedo a equivocarse. Cuando aprendéis una lengua extranjera, si no decís nada por miedo al ridículo jamás la hablaréis. No hay que temer el ridículo, hay que tener la osadía de cometer algunos errores para aprender a hablar. Pues bien, ocurre lo mismo con el karma: no hay que paralizarse por el miedo a cometer faltas que tendréis que reparar, ya que a medida que intentamos dar una finalidad divina a nuestros actos, no producimos más karma sino dharma, es decir la gracia y la bendición del cielo.

II

Es imposible escapar a la ley de causa y efecto. La cuestión consiste simplemente en saber qué fuerza estamos activando. Y ahora os diré que la ley más formidable que la Inteligencia cósmica nos haya dado, se encuentra ahí donde nadie la busca, donde los filósofos, teólogos y moralistas no ven: en la naturaleza, y particularmente en la agricultura. Sí... en la agricultura. Todos los agricultores saben que donde plantan una higuera, no recogerán uvas sino higos, y que en un manzano no encontrarán peras. He aquí la mayor de las leyes morales: recogemos lo que hemos sembrado.

Podemos decir entonces que los agricultores fueron los primeros moralistas; fueron ellos quienes se percataron de que la inteligencia de la naturaleza había establecido una ley estricta e inmutable: la ley de causa y efecto. Después, al observar la vida de los hombres, encontraron esta misma ley: si os comportáis con crueldad, egoísmo y violencia, un día u otro ello recaerá sobre vosotros. Esta ley se llama también ley de resonancia, ley de acción y reacción. La pelota rebota y vuelve hacia vosotros.

Recogeréis lo que hayáis sembrado. Si estudiamos detalladamente esta ley fundamental, si ampliamos su significado, se transforma en un sistema rico y profundo, ya que cada verdad esencial tiene aplicaciones en todos los planos. Explicada en detalle, esta ley genera todo un sistema filosófico; he ahí por qué la religión ahora es tan rica en normas y preceptos. Pero en el fondo, encontramos que el origen de todas esas reglas es una sola ley: “Recogemos únicamente lo que hemos sembrado.” A continuación de esta ley añadimos otras igualmente verídicas a modo de extensión, de ampliación en el plano filosófico. Por ejemplo, las palabras de Jesús:“No hagáis a los demás lo que no queréis que os hagan”, no son más que la prolongación de estaley.

Los que niegan y rechazan todas esas leyes fundamentales, se alejan cada vez más de la verdad; su alma está desgarrada por la duda y la incertidumbre y la existencia les golpea profundamente. Sin embargo la verdad es muy simple, está ahí, delante de ellos. ¿Por qué los pensadores actuales no quieren reconocerla y proponen toda clase de nuevas teorías que están en desacuerdo con la Inteligencia cósmica? Al no creer que existe una moral basada en las leyes de la naturaleza, su razonamiento es falso, sus conclusiones son falsas, y todos aquellos que leen sus libros, los siguen y adoptan sus errores, caen en el desorden, la angustia y las tinieblas. Entonces, ¡tened cuidado! Debéis aprender a razonar y a juzgar. Si no tenéis criterio, cualquiera podrá induciros a error. Vigilad, no os dejéis influir por intelectos humanos oscuros, seguid la Inteligencia cósmica, la cual ha ordenado y organizado las cosas maravillosamente.

Aunque no creamos en Dios, no podemos dejar de reconocer la existencia de un orden en la naturaleza, lo cual implica la existencia de una inteligencia creadora de este orden. Reparad al menos en el hecho de que una simiente produce a su semejante. ¿Cómo no ver en ello la obra de una inteligencia? El simple hecho de observar esta ley obliga a cambiar la visión del mundo. Podemos no creer en Dios, pero no podemos dejar de creer que toda simiente se reproduce exactamente, ya sea a través de una planta, un árbol, un insecto, un animal o un hombre... Esta ley es absoluta y debe haceros reflexionar. Podéis permitiros el ser ingratos, injustos, crueles o violentos, pero entonces no dudéis que esta ley tarde o temprano actuará a expensas de vuestra propia vida. Por ejemplo, tendréis hijos, y como se os parecerán, seréis vosotros los primeros en sufrir, a través de ellos, vuestro propio comportamiento. Aunque Dios no existiese, la Inteligencia cósmica está aquí y tenéis pruebas continuas de ello.

Hacéis lo que os viene en gana y creéis que no padeceréis consecuencia alguna... Creed lo que queráis, la Inteligencia cósmica ya lo ha escrito todo. Cada pensamiento, sentimiento o acto es una semilla que empieza a crecer, y si habéis sido ingratos, crueles, injustos o violentos, encontraréis un día en vuestro camino las mismas ingratitudes, injusticias, crueldades y violencias; os caerán encima veinte, treinta o cuarenta años después, y en ese momento comprenderéis que existe una Inteligencia cósmica que lo registra todo.

Dejad si queréis la Biblia, los Evangelios y también los profetas, las iglesias y los templos, pero al menos aceptad esta ley que está ahí, irrefutable: recogeréis lo que hayáis sembrado. “Quien siembra vientos, recoge tempestades”, dijeron los sabios después de haber observado con atención las cosas. En cuanto a los sabios, a los pensadores que rechazan esta verdad, también serán atrapados, es inevitable, no podrán escapar a las consecuencias de sus actos, y en ese momento, comprenderán. Siendo tan inteligentes, ¿cómo no ven lo que es tan simple?... e incluso os digo que a partir de esta ley podemos restablecer todos los libros sagrados del mundo entero... sí, solamente a partir de esta ley.

Muchos se dicen: “Evidentemente tal y tal cosa están escritas en la Biblia, en los Evangelios, pero, ¿existe verdaderamente Dios?” Yo os respondo: esto no tiene que preocuparos y tampoco necesitáis saber si Jesús existió realmente, si los Evangelios son auténticos o no. Tomad simplemente esta ley; es suficiente para rehacerlo todo y llevaros hacia la verdad. Ya lo veis, mi explicación es simple. En ese momento si Dios no existe, nos veremos obligados a inventarlo; solamente a causa de esta ley, nos veremos obligados a inventarlo. Entonces, ¿por qué dejarse embaucar por pensadores que están de moda? En vez de llevar a los humanos hacia las cosas simples que están ahí, visibles, tangibles, les arrastran siempre hacia reflexiones y argumentos... “originales”. ¿Me entendéis? Aunque estos argumentos sean contrarios a la verdad que está escrita en la naturaleza, da igual, todos se maravillan mientras sean nuevos, originales.

La moral es una realidad, pero los humanos no la ven y discuten sobre Dios, sobre tal o cual cuestión teológica... Es inútil discutir, basta con saber que todo está grabado, todo. Si la naturaleza ha hecho que un árbol grabe en su semilla las propiedades, los colores, las dimensiones, los gustos y perfumes de los frutos, ¿por qué no habría hecho lo mismo con el hombre? La naturaleza ha conseguido grabarlo todo, y precisamente la moral está basada en esa grabación, en la memoria de la naturaleza. Sí, la memoria. La naturaleza posee una memoria que nada puede borrar. ¡Pobre del que no la tenga en cuenta! Ella continúa día y noche grabando las cacofonías, los estados espantosos que sufre el hombre en sí mismo, y un día éste resulta pisado, destrozado, anulado. Nadie puede escapar a esta ley, nadie jamás ha sido lo suficientemente poderoso para escapar a ella: ningún emperador, ningún dictador, nadie... en la memoria de la naturaleza todo se encuentra grabado.

Así pues tened cuidado porque todo lo que hacéis, decís, pensáis o deseáis, se graba en las profundidades de vuestras células, y tarde o temprano recogeréis los frutos en vuestra vida. Y lograréis crearos otro destino si cuidáis no propagar mediante vuestros pensamientos, sentimientos y actos, semillas malsanas y destructivas.

Y no penséis que los buenos, generosos y llenos de amor reciben siempre como recompensa el mal y no el bien. Los que se precipitan en sacar conclusiones propagan estupideces diciendo: “Haced el bien y recogeréis siempre el mal.” ¡No!, es falso. El bien siempre produce el bien, y el mal produce el mal. Haced el bien y os lo encontraréis aunque no queráis. Si hacéis el bien y os llega el mal, se debe a que todavía hay sobre la tierra personas que se aprovechan y abusan de vuestra bondad. Pero hay que tener paciencia y continuar, porque tarde o temprano serán castigados, sometidos por seres más fuertes y violentos que ellos; entonces comprenderán, se arrepentirán y vendrán a reparar las faltas cometidas. Así es como el bien produce frutos e incluso los duplica, ya que en estos casos el cielo tiene en cuenta todo lo que habéis sufrido haciendo el bien, todas las desgracias que os han ocurrido a pesar de que no las merecíais; toma nota y os recompensa doblemente.

Los humanos necesitan ahora un conocimiento sólido, completo, verídico, irrefutable, y este saber es el que os traigo. ¡Vamos, tratad de negar que recogemos lo que sembramos! Todos, naturalmente, estáis convencidos de la veracidad de esta ley, pero solamente en el plano físico, lo cual es insuficiente. Si vais más lejos, más arriba, encontraréis también esta ley porque el mundo es una unidad: en todos los planos, a todos los niveles, encontramos los mismos fenómenos bajo una forma diferente, cada vez más sutil.

Todo lo que encontramos sobre la tierra volvemos a encontrarlo en el agua, y todo lo que hay en el agua lo volvemos a encontrar en el aire, etc... Los cuatro elementos obedecen a las mismas leyes, pero al ser diferente su esencia y densidad, se aprecian algunas diferencias en la aplicación de las leyes entre unos y otros. Reaccionan más o menos rápidamente, más o menos violentamente, pero están dirigidos por los mismos principios. El mundo mental del hombre, por ejemplo, corresponde al aire: y en él encontramos las mismas corrientes y los mismos vórtices que en la atmósfera, pero bajo la forma más sutil de ideas y pensamientos. Las leyes del mundo psíquico son idénticas a las leyes de la naturaleza.

Cuando un jardinero no ve crecer lo que no ha sembrado, es justo y razonable, no se altera, ni grita; dice simplemente: “Pues qué se le va a hacer, ya que no he tenido tiempo de sembrar zanahorias, no las recogeré. Pero tendré lechugas, perejil y cebollas, porque de eso sí sembré.” Aparentemente los humanos son muy expertos en temas agrícolas. Lo son cuando se trata de frutas y legumbres, pero cuando se refiere al ámbito del alma, del pensamiento, no saben nada, y creen que van a cosechar felicidad, alegría y paz sembrando violencia, crueldad y maldad. ¡Pues no! Recogerán violencia, crueldad y maldad. Y si en ese momento se enfurecen y rebelan, nos demuestran que no son buenos agricultores.

La primera norma de la moral es la de no dejarse llevar por un pensamiento, sentimiento o acto que sea peligroso o nocivo para los demás, porque entonces os obligarán a recogerlo y “comerlo”, y si es un veneno, seréis vosotros los primeros envenenados. Cuando consideréis esto como una regla absoluta, empezaréis a perfeccionaros. Sé muy bien lo que a menudo impide a los humanos entenderlo: es la lentitud con la cual se manifiestan las leyes. Ni el bien llega enseguida, ni tampoco el mal. Un hombre no cesa de infringir las leyes y todo le va bien, mientras que otro que es honesto, que siempre hace el bien, sólo encuentra dificultades; entonces todos llegáis a la conclusión de que no hay justicia. Los humanos desconocen la razón de esta lentitud en las recompensas y los castigos. Se hacen preguntas y se dicen: “Si las leyes actuasen con más rapidez, sería mucho mejor porque entonces seríamos corregidos o recompensados inmediatamente, con lo cual comprenderíamos.”

Pues bien, yo conozco la razón de esta lentitud. Nos muestra la bondad y la clemencia de la Inteligencia cósmica al querer dar a los humanos tiempo para experimentar, reflexionar e incluso arrepentirse, mejorarse y reparar sus errores. Si las leyes castigasen inmediatamente nuestras faltas, seríamos aniquilados, y no podríamos mejorarnos. El Cielo nos da tiempo enviándonos pequeños inconvenientes para que reflexionemos y tengamos la posibilidad de enmendarnos.

En cuanto al que hace el bien, tampoco se le recompensa inmediatamente, lo cual es mejor, ya que si recibiese enseguida la recompensa, comenzaría a abandonarse y entonces infringiría las leyes. Así pues, el Cielo le permite fortalecerse para que se consolide, para que se conozca; no lo da todo inmediatamente para ver hasta qué punto continúa haciendo el bien. Como veis, existen razones que explican esta tardanza. Pero que el bien atrae al bien, es absolutamente cierto, y que el mal termina... muy mal, también lo es. Pero es difícil saber el tiempo que se necesita para que se produzcan estos efectos.

Evidentemente, para continuar haciendo el bien, mientras el mundo entero se está derrumbando ¡qué fuerza, qué poder, qué voluntad, qué decisión y qué fe hay que tener! En eso reside el mérito, ya que en otras condiciones, cuando todo es agradable y placentero, es demasiado fácil creer en el bien y dejarse llevar por este camino. Es ahora, en el momento que la situación empeora, cuando es meritorio proseguir sin dejarse influir por las condiciones. Un discípulo, un Maestro siempre cuenta con las fuerzas de su espíritu. Incluso en la peor situación, siempre se esfuerza por despertar en él los poderes de su voluntad, del bien y de la luz. Ahí es donde reconocemos a un verdadero espiritualista. Mucha gente, hablando, puede pasar por espiritualista, pero ante la menor dificultad, está por los suelos. Entonces, ¿dónde está la fuerza del espíritu?

Cada uno espera de los demás que sean delicados, amables, pacientes e indulgentes con él. ¿Cómo lograrlo? Empezando por ser uno mismo delicado, amable, paciente e indulgente. Si queréis que se comporten bien con vosotros, debéis empezar vosotros a comportaros bien. Diréis: “¡Esto ya lo sabemos!” Sí, pero sólo en teoría; todavía hay millones de seres sobre la tierra que siguen siendo groseros, duros, crueles y se extrañan de que los demás les repliquen. Están convencidos de que corresponde a los demás el someterse y plegarse a su voluntad. Observad su comportamiento: esperan obtener satisfacciones por medios totalmente contrarios a lo que desean, e inversamente, no creen que sembrando la dulzura, el amor y la bondad obtendrán amor, dulzura y bondad. Sin embargo, os aseguro que si alguien se muestra arisco y desagradable con vosotros y le seguís enviando buenos pensamientos, al cabo de algún tiempo capitulará.

Para obtener el afecto y la confianza, hay que llamarlos. “¡Pero los llamamos y no vienen!” No, cuando digo “llamarlos” significa: producirlos. Cuando producís estados positivos en vosotros mismos, podéis estar completamente seguros que los encontraréis también en los demás. Produciéndolos en vosotros mismos, los atraéis. Toda la magia está ahí. Entonces, intentadlo: si queréis recibir algo que deseáis, tratad antes que nada de darlo. No podemos recibir lo que no hemos dado. Diréis: “No es cierto, existen personas muy ricas, muy bien situadas, que no dan nada a nadie, que están encerradas en sí mismas, desprecian a los demás y sin embargo reciben sin cesar respeto, estima, honores...” Es simplemente porque dieron todo eso en alguna encarnación anterior, y lo reciben ahora. Pero si continúan mostrándose altivas y sin amor, recibirán exactamente lo mismo más tarde, a través de otros.

El secreto del éxito, el secreto de la felicidad consiste en manifestar lo que deseáis obtener. Si queréis sonrisas y miradas afectuosas, dad sonrisas y miradas afectuosas. Si queréis que desde el Cielo un ángel acuda a instruiros, encontrad a alguien menos instruido que vosotros y empezad a meterle algunas lucecitas en la cabeza; inmediatamente ello se reflejará en el mundo invisible y atraeréis los espíritus luminosos para hacer otro tanto con vosotros.

Pues sí, esta ley es formidable y podemos utilizarla en muchos otros planos. Sonreír y recibir una sonrisa, es poca cosa. Habéis sonreído y os han devuelto la sonrisa, habéis sido gentil y amable y han sido gentiles y amables con vosotros. Muy bien, habéis sido corteses y os sentís rejuvenecidos, ¡magnífico! Pero debemos aplicar esta ley en otras regiones para que provoque resultados aún más formidables que una sonrisa, un apretón de manos, una mirada, o algunas palabras amables. Podemos revolver todo el universo con esta ley, y esto es lo interesante: poder llegar muy lejos, remover regiones en el espacio...