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Lucianna Stewart sabía que perdería a su novio si no cambiaba de imagen. Incluso sus hermanos insistían en que tenía que ser más femenina. Jake Carlisle, un amigo de la familia, hizo el sorprendente ofrecimiento de ayudarla a transformarse. Y si alguien sabía de mujeres seductoras, ese era Jake. En vaqueros, Lucianna podía parecer una adolescente asexuada, pero con su nuevo vestuario no cabía la menor duda de que era toda una mujer. La pena era que su esfuerzo fuera dirigido a un novio que no la merecía... Aunque todo se solucionaría si Jake fuera capaz de demostrarle que estaba dedicando su energía al hombre equivocado.
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Seitenzahl: 190
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Penny Jordan Partnership
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
El hombre equivocado, n.º 1353 - enero 2022
Título original: Mission: Make-Over
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1105-574-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Y LUCIANNA? ¿Está intentando revivir uno de sus viejos motores?
Janey Stewart sonrió al mejor amigo de su marido. Los tres cenaban en casa de los Stewart.
—Esta noche no, Jake —dijo, respondiendo a la sarcástica pregunta relativa a su cuñada, la única mujer y miembro más joven de la familia de su marido.
Lucianna nació después de que su madre hubiera dado a luz a cuatro chicos. Esa circunstancia, unida al hecho de que su madre muriera afectada por una neumonía, había dado lugar a que Lucianna fuera educada por su padre y sus hermanos como un chico.
—Está fuera —aclaró Janey al ver que Jake arqueaba una ceja interrogante—. Es la despedida de John.
—La despedida. ¿Es que se ha acabado el romance?
—No exactamente. John va a trabajar en Canadá tres meses. Tengo la sensación de que Lucianna espera que John le hable de formalizar su relación.
—¡Qué ingenua! —dijo David, el marido de Janey y hermano mayor de Lucianna, que dirigía la granja en la que los Stewart habían nacido y en la que él y Lucianna seguían viviendo—. No va a conseguir un hombre de verdad hasta que deje de vestirse con pantalones de peto y …
—No es culpa suya, David —Janey lo interrumpió con dulzura—. Ni tú ni tus hermanos la habéis animado a ser femenina. Y, encima, os habéis encargado de ahuyentar a cualquier posible pretendiente.
—Si te refieres a que he dejado claro que cualquier hombre que quisiera compartir su vida y su cama con ella debía ponerle antes una alianza en el dedo, no creo que mi comportamiento sea censurable.
—Claro que no —admitió Janey—. Pero si mal no recuerdo, a mí intentaste convencerme de que viviéramos juntos antes de casarnos.
—Pero eso era diferente —dijo David con firmeza.
—Espero que la relación con John funcione —continuó Janey, con cara de preocupación—. Después de todo, Lucianna ya tiene veintidós años.
—No le va a ir bien en ninguna relación mientras se siga comportando como una marimacho —dijo David, vehementemente—. Tú podrías hacerle algunas sugerencias, Janey.
—Lo he intentado pero… —Janey se encogió de hombros—. Creo que necesita alguien que se lo demuestre y no alguien que se lo diga, alguien que haga crecer su auto-estima, que le haga sentirse una mujer deseable y no… —Janey se volvió hacia Jake con una sonrisa cómplice—. Alguien como tú, Jake
—¿Jake? —David dejó escapar una carcajada—. Jake jamás se fijaría en alguien como Lucianna y mucho menos después de las mujeres que ha tenido. ¿Te acuerdas de la modelo italiana con la que saliste, Jake, y la banquera de Nueva Zelanda…?
Janey lo interrumpió con firmeza.
—Quizá Jake no sea la persona adecuada, pero Lucianna necesita ayuda y, si no la consigue, me temo que va a perder a John y se va a sentir muy deprimida.
—¿Tanto le importa? —Jake frunció el ceño, sus cejas tupidas se arrugaron sobre sus ojos de un azul puro y cristalino que contrastaban con su piel aceitunada, herencia, junto con el cabello oscuro, de una abuela italiana.
La altura y los hombros anchos le venían de su familia paterna, particularmente del tío abuelo de quien había heredado la granja y la mansión que limitaba con la granja de los Stewart.
—Me temo que sí —dijo Janey, en voz baja—. Necesita ayuda, Jake —y añadió—. Aunque ella jamás lo admitiría, especialmente…
—Especialmente ante mí —concluyó Jake por ella.
Al oír el reloj del pasillo dar la hora, la sonrisa de Janey se transformó en un gesto de preocupación.
—El vuelo de John sale en media hora. Lucianna no tardará en volver.
—¿Vendrá buscando un hombro sobre el que llorar? —preguntó Jake.
—Luce nunca llora —le informó David—. No es su estilo.
Escuchando a su marido, Janey pensó que en ocasiones podía ser verdaderamente insensible. Si Lucianna actuaba como un chico y era incapaz de demostrar sus sentimientos era por la educación que le habían dado sus hermanos.
Era una pena que ella y Jake no se llevaran bien ya que él hubiera sido la persona ideal para explicarle por qué no tenía éxito con los hombres.Y no sólo porque era carismático y sensual, y tenía la experiencia necesaria junto con la capacidad de transmitirla, sino porque además, lo que era sorprendente en un hombre tan intensamente masculino, tenía una naturaleza sensible y compasiva, por mucho que Lucianna fuera incapaz de verlo.
—Debería marcharme —dijo Jake, sonriendo a Janey y dándole las gracias por la cena—. Estoy esperando unos faxes y…
—Otro negocio multimillonario —interrumpió David con una sonrisa—. Tienes que tener cuidado, Jake —le advirtió en broma— o te convertirás en un hombre rico antes de cumplir los cuarenta.
—Es imposible que me vuelva rico con lo que cuesta mantener la propiedad —dijo Jake.
—¿Qué habrías hecho si al heredarla no hubieras tenido el dinero que ganaste en la bolsa? —preguntó David.
—No lo sé. Probablemente venderla. Espero que algún día se financie por sí sola. Los árboles que hemos plantado habrán madurado y podremos venderlos para madera, y con las ganancias de la granja y los subsidios…
—Habría sido sido una pena que hubieras tenido que venderla —dijo Janey—. Después de todo, esas tierras han pertenecido a tu familia desde hace casi dos siglos.
—Así es.
—Pues ya es hora de que te plantees llenarla de la siguiente generación de Carlisles si es que quieres que se quede en la familia —bromeó David—. Después de todo ya tienes cierta edad. ¿Cuántos cumples… treinta y cuatro?
—Treinta y dos —dijo Jake, secamente—. Soy un año más joven que tú. Por cierto, ¿no fue la semana pasada el cumpleaños de Lucianna?
—Sí —contestó Janey—. Tengo la impresión de que esperaba que John le regalara un anillo de compromiso.
—¿Cómo le va el negocio? —preguntó Jake sin hacer ningún comentario sobre la desilusión de Lucianna por no haber recibido el regalo que esperaba.
—Se va haciendo con una clientela fija —dijo Janey, sin sonar muy convencida—. Casi todas son mujeres que prefieren que les revise un coche otra mujer…
—Sigue debiendo mucho dinero al banco —intervino David—. Ningún hombre aceptaría que le reparara el coche una mujer. Ya se lo dijimos, pero ¿crees que estaba dispuesta a escuchar? Por supuesto que no. Menos mal que sigue viviendo aquí y no asumió la responsabilidad de alquilar una casa tal y como pensó hacer en un principio.
—Eres un machista, David —le criticó Janey, con dulzura—. Y ya que estamos hablando de ella, tengo que decirte que Lucianna es el resultado de lo que tu padre y vosotros hicisteis de ella. La pobre nunca ha tenido la oportunidad de desarrollar su femineidad, ¿no lo comprendes?
EL VUELO de John salió a su hora? —preguntó Janey a Lucianna con cierta inquietud.
Estaban en la cocina. Janey cocinando y Lucianna poniendo al día su libro de cuentas.
—Es que no te oímos llegar ayer por la noche —insistió Janey, después de esperar a que Lucianna acabara de sumar una columna.
—No… Llegué más tarde de lo que pensaba —dijo Lucianna, sin levantar la vista.
No quería tener que admitir ante su cuñada que después de que el avión de John despegara, se había sentido tan deprimida que, en lugar de volver a casa, se había quedado a deambular por el aeropuerto. El beso breve y fraternal que John le había dado en la frente y la prontitud con la que acudió a la primera llamada por los altavoces contrastó dolorosamente con la larga y apreciativa mirada que le dirigió a una atractiva mujer que, evidentemente, iba a tomar el mismo vuelo que él. Y Lucianna había sido consciente de que, a pesar de que llevaban saliendo varios meses, John parecía sentir más interés por otras mujeres que por ella.
—Puede que cuando vuelva se dé cuenta de cuánto te ha echado de menos —Janey intentó consolarla, pero Lucianna ya no pudo soportarlo más.
¿Qué sentido tenía fingir ante los demás cuando ni si quiera podía engañarse a sí misma? Sacudió la cabeza con pesar, rechazando el consuelo que Janey le ofrecía.
John y ella se habían conocido seis meses antes, cuando el coche de John se estropeó a poca distancia de la granja en la que Lucianna había nacido y donde vivía con su hermano David y su mujer, Janey.
Lucianna iba camino de la granja y, al ver que John tenía problemas, se ofreció a ayudarlo. En unos minutos había descubierto el fallo y lo había reparado.
Lucianna adquirió su primera experiencia con motores jugando con la maquinaria de la granja. En una granja, una máquina que no funcionaba representaba una pérdida de dinero y todos los miembros de la familia Stewart sabían reparar el motor de un tractor. Pero, por alguna extraña razón, Lucianna había desarrollado la capacidad de descubrir el origen del problema antes que ninguno de sus hermanos.
Esa habilidad había resultado muy útil cuando su hermano segundo, Lewis, desarrolló un interés por los coches de carreras antiguos. Lucianna le había ayudado gustosa a reparar los coches y, en ocasiones, a recomponerlos.
Como era la pequeña de la familia y con la desventaja añadida de ser chica, creció con la obsesión de demostrar que valía tanto como cualquiera de los demás hombres de la casa.
Al no estar segura de qué quería hacer cuando acabara el colegio, continuó con sus labores en la granja y poco a poco fue adquiriendo la responsabilidad del mantenimiento de toda la maquinaria, así como de los coches de los amigos de sus hermanos, por lo que le pareció lo más natural pasar de trabajar con coches por afición a intentar convertirlo en su medio de vida.
Inicialmente, su intención había sido formarse y trabajar con modelos de lujo, pero todos los distribuidores con los que había hablado para que la contrataran de aprendiz se reían de la idea de tener un mecánico mujer y, finalmente, su padre le había sugerido que ocupara uno de los viejos edificios de la granja y estableciera allí su propio negocio.
Al principio, John se había quedado sorprendido, pero más tarde Lucianna tuvo la sensación de que se avergonzaba de que se ganara la vida con un trabajo tan poco femenino.
La femineidad, tal y como Lucianna había descubierto muy pronto, era una cualidad que John valoraba enormemente y que ella, evidentemente, no poseía.
Lucianna se mordió el labio con tristeza. Una cita había llevado a otra y ésta a encontrarse con John cada semana, pero todavía no había llegado la declaración de amor que Lucianna tanto ansiaba.
—Si realmente le importara, habría… —comenzó a decir, expresando en alto sus dolorosos pensamientos antes de sacudir la cabeza y callarse, avergonzada. A continuación, preguntó a Janey con voz apesadumbrada—. ¿Cuál es mi fallo, Janey? ¿Por qué no consigo que John se dé cuenta de lo bien que estaríamos juntos?
Lucianna estaba sentada de espaldas a la puerta, por lo que no se dio cuenta de que David y Jake habían entrado a tiempo de escuchar su queja.
Le correspondió a Jake llenar el incómodo silencio que siguió a su pregunta, y dijo:
—Tal vez porque no es un motor de combustión y una relación humana necesita mucho más para funcionar que lo que puedas aprender en un curso sobre mecánica.
Su voz clara, tan familiar, hizo volverse a Lucianna llena de ira, con una mirada llameante en sus ojos verdes y los pómulos que su cabello recogido dejaba al descubierto, teñidos de rubor. Irguiendo la barbilla, dijo retadora:
—¿Quién ha pedido tu opinión? Ésta es una conversación privada y de haber querido saber lo que piensas, Jake Carlisle, te habría hecho a ti la pregunta.
Ella y Jake siempre discutían. Incluso de pequeña, Lucianna había rechazado su presencia y la influencia que parecía ejercer no ya sobre sus hermanos, sino incluso sobre su padre. A pesar de que sólo tenía un año más que su hermano mayor, siempre había habido algo en él que lo hacía distinto, que lo hacía destacar entre los demás chicos: una madurez, un saber estar… algo que Lucianna nunca había sabido definir pero que siempre la enfadaba.
Fue él quien convenció a su tía de que le comprara aquel estúpido vestido cuando cumplió trece años, el que hizo que sus hermanos se partieran de la risa al verla vestida de rosa y con lazos, los mismos que acabó utilizando para atar una ruedas al chasis de una maqueta que estaba haciendo. Lucianna no había olvidado la mirada de censura que Jake le dirigió al reconocerlos y el placer que ella había sentido al ver que se enfadaba. Y no porque Jake hubiera dicho algo al respecto… Jake nunca necesitaba hablar para transmitir lo que pensaba.
—Pero acabas de hacerlo —Jake le recordó, sin alterarse por la forma en que ella lo miraba.
—No estaba hablando contigo, sino con Janey —dijo Lucianna, tensa.
—Pero puede que Janey tenga demasiado buen corazón como para contestar con sinceridad y decirte la verdad.
Lucianna lo miró con ojos brillantes.
—¿Qué verdad? ¿A qué te refieres?
—Has preguntado cuál es tu problema y por qué John no se compromete contigo —le recordó Jake, fríamente—. Pues te lo voy a decir. John es un hombre…, puede que no todo lo hombre que debería, pero un hombre al fin y al cabo. Y como todo hombre heterosexual lo que esperaba de su compañera y amante es que sea una mujer. Y para que lo sepas, las palabras que un hombre espera que le susurre una mujer no tienen nada que ver con los últimos detalles técnicos de un motor. Dame la mano —le ordenó, inclinándose hacia ella para tomarle la mano izquierda antes de que ella pudiera ocultarla. Jake sonrió con sorna—. No es precisamente la mano en la que un hombre querría deslizar un anillo de compromiso. Y, mucho menos, besarla.
Mortificada, Lucianna retiró la mano bruscamente y dijo con rabia:
—Si ser una mujer significa estar llena de artificio, ser dócil y maleable, entonces prefiero ser como soy.
Hubo un prolongado silencio durante el cual Lucianna fue consciente de que Jake la observaba y se sintió tentada de ocultar la manos detrás de la espalda. La semana anterior había visto la expresión de desilusión que John ponía al decirle que no llevaba las uñas largas y pintadas como las novias de sus amigos.
—Si es eso lo que piensas, me compadezco de ti —declaró Jake, finalmente.
La palabras tardaron algunos segundos en atravesar los turbulentos pensamientos de Lucianna, pero cuando calaron, Lucianna tragó saliva para reprimir las ganas de llorar que sentía y que le impidieron pasar a defenderse por medio del ataque.
—Tú no eres una mujer, Lucianna —oyó decir a Jake, aprovechando la vulnerabilidad de su silencio—. Y…
—Claro que lo soy —dijo ella, furiosa.
—No, puede que aparentes serlo y que tengas todos los atributos físicos de una mujer, aunque tengo que admitir que, dado el tipo de ropa que usas, cuesta adivinarlo —añadió Jake, mirando sus pantalones de peto despectivamente—. Pero no es la apariencia lo que hace a una mujer y estoy seguro de que hasta la menos atractiva sabe cómo atraer a un hombre. Incluso yo sé más que tú.
—¿Y por qué no le das unas lecciones a Luce? —intervino David, riendo—. Así sabrá cómo atrapar a un hombre.
—Quizá debería hacerlo —oyó Lucianna decir a Jake en tono pensativo como si realmente estuviera considerando la sugerencia, en lugar de pensar que era la idea más estúpida y humillante que había oído en su vida.
Lucianna no pudo controlarse por más tiempo.
—Tú no puedes enseñarme absolutamente nada.
—¿Quieres apostar algo? —replicó Jake, al instante—. Deberías saber que no me gusta que me desafíen, Lucianna.
—En tu lugar, yo aceptaría la oferta —dijo David, circunspecto—. Después de todo, Jake es un hombre y…
—¿De verdad? Gracias por notificármelo —interrumpió Lucianna, sarcástica.
—No lo sabías, ¿no es cierto? —dijo Jake, desarmándola hábilmente—. Eso es porque no tienes ni idea de cómo es un hombre de verdad.
—Dejad de tomarle el pelo —intervino Janey, volviéndose hacia Lucianna y diciendo con dulzura—. Luce, Jake tiene parte de razón. Después de todo, la ausencia de John te da una oportunidad ideal. Así cuando vuelva podrás demostrarle lo que se ha perdido —concluyó.
Lucianna se humedeció los labios antes de abrirlos para decir que debían estar locos si creían que estaba dispuesta a aceptar un plan tan descabellado, pero antes de que pudiera hablar, Jake dijo, como si el asunto estaba zanjado:
—Eso sí, tendremos que establecer ciertas normas.
—Normas básicas… —Lucianna le dirigió una mirada furibunda—. Si eso significa que voy a tener que aceptar que me des órdenes… —de pronto tuvo una dolorosa imagen de la mujer a la que John había estudiado con tanto detenimiento. ¿Sería posible que Jake pudiera mostrarle, enseñarle…? Tragó saliva con dificultad y se oyó decir—: Está bien… De acuerdo…
—Dios mío, ese hombre debe importarte de verdad. ¿Por qué?
Bajo la aparente sorna de su pregunta, Lucianna creyó intuir algo especial en el tono de Jake, pero no se paró a analizarlo.
—¿Tú que crees? —dijo, cortante—. Estoy enamorada de él.
—Si no recuerdo mal, en una ocasión dijiste lo mismo de un viejo coche que querías comprarte. Por cierto, ¿qué fue de él?
—Sigue muriéndose en el cobertizo —dijo David, sonriendo.
Lucianna clavó en ellos una mirada de ira.
—De acuerdo. Te espero mañana en el ayuntamiento a primera hora —le dijo Jake—. Tres meses pueden parecer mucho tiempo, pero con todo el trabajo que tenemos por delante… Y lo primero que tienes que hacer…
—¿En el ayuntamiento? Ni hablar. Estoy demasiado ocupada —dijo Lucianna, retadora.
—¿De verdad? No es eso lo que se deduce de estas cuentas —contraatacó Jake, inclinándose para estudiar las cifras del libro de contabilidad—. Ni siquiera estás cubriendo gastos.
Lucianna se ruborizó. Jake no tenía por qué mencionar lo evidente. El director del banco sería el primero en darse cuenta cuando fuera a verlo a la semana siguiente.
—Claro que no estás demasiado ocupada —dijo David—. Mañana acudirá a la cita, Jake. No te preocupes.
Lucianna aparcó el coche ante la granja y se bajó. Se sentía agotada. La casa estaba a oscuras, de lo que dedujo que David y Janey debían haberse acostado. Como su dormitorio estaba en la parte de delante, no les perturbaría la luz de seguridad que se había encendido a su llegada. Ella misma había diseñado e instalado el sistema de seguridad años atrás, cuando su padre o alguno de sus hermano aún se quedaba a esperarla por la noche.
Había pasado la tarde con su padre en un pueblo cercano, donde éste vivía con una hermana viuda desde su jubilación. Lucianna les había prometido hacía días que iría a reparar su viejo coche y lo había hecho, pero no había conseguido concentrarse en el coche, si no que su mente estuvo ocupada con el reto de Jake Carlisle y su afirmación de que podía enseñarle a ser una mujer, el tipo de mujer que resultaba atractiva a los hombres.
Jake, tal y como Lucianna sabía de sobra, podía ser un adversario difícil. Después de todo, había sido él quien había persuadido a su padre de que se retirara cuando David ya había renunciado a la idea de que algún día dirigiría la granja, y también fue Jake quien consiguió que Adam, el hermano menor, tuviera permiso para ir a recorrer el mundo en lugar de instalarse a trabajar tal y como su padre quería que hiciera. De hecho, había acabado trabajando en una ciudad de la costa de Australia dedicada al turismo.
Dick, el hermano intermedio entre Lewis y Adam, estaba trabajando en China, supervisando la construcción de un pantano. Y Lewis vivía en Nueva York.
¿Qué pensarían todos ellos del plan de Jake? Lucianna conocía bien la respuesta. Primero, se desternillarían de la risa y luego, le dirían a Jake que pretendía acometer una tarea hercúlea.
Lucianna se dijo con rabia que era tan estúpida como la consideraba el resto de su familia. Sabía que las demás mujeres de su edad parecían tener una habilidad innata para atraer al sexo opuesto que ella estaba lejos de poseer, pero se negaba a aceptar que se limitara ser una cuestión de ponerse la ropa adecuada y adoptar el tipo de comportamiento ñoño e insípido que suponía que Jake iba a proponerle.
Había salido con otros hombres antes que con John, relaciones breves que se habían diluido en amistad, pero con John las cosas eran de otra manera: con él pensaba por primera vez en un futuro compartido, en el matrimonio…, en tener hijos… Pero aunque John parecía disfrutar de su compañía, la relación no había pasado de algunos castos besos y abrazos.
Lucianna había tratado de convencerse de que John era un caballero y de que no quería presionarla y, hasta el último fin de semana, se había aferrado a esa creencia.
Entró en la casa de puntillas y subió las escaleras silenciosamente, deteniéndose en el descansillo al oír las voces de su hermano y de su cuñada a través de la puerta de su dormitorio y escuchar que mencionaban su nombre.
Lucianna no se propuso prestar atención a la conversación, pero no pudo evitarlo. La pareja estaba comentando la conversación que había tenido lugar en la cocina aquella mañana.
—¿De verdad crees que Jake va a conseguir enseñar a Lucianna a ser más femenina? —oyó preguntar a Janey.
—Ni lo sueñes —respondió David, divertido—. Luce es mi hermana y la adoro, pero tengo que admitir que no tiene nada de sex appeal.