El libro negro de los templarios - Miguel Aracil - E-Book

El libro negro de los templarios E-Book

Miguel Aracil

0,0

Beschreibung

Este libro de Miguel Aracil da la espalda a la tradición convencional sobre los templarios. La documentación histórica nos demuestra que estos caballeros fueron, ante todo, seres humanos con sus virtudes y sus defectos, y como verdaderos hijos de su tiempo, debieron de cojear del mismo pie que muchos de sus coetáneos. En el caso de los templarios, como si se tratara de una leyenda que se alimenta de sí misma y a la que se le añaden ingredientes cada vez más cómicos, estos caballeros se han convertido, sin serlo, en los verdaderos protagonistas de los siglos de oro de la Edad Media. En este sentido el autor nos propone un libro singular. En él vamos a ver la otra cara de los caballeros templarios. La historia es la que es y por muchas interpretaciones que hagamos de ella, siempre será la misma a los ojos del tiempo. Esta que aquí empieza es la versión de Miguel Aracil. Una obra novedosa y que seguro no dejará indiferente a nadie sobre las tropelías y los abusos de una de las órdenes más polémicas de la Edad Media, los caballeros templarios.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 252

Veröffentlichungsjahr: 2022

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



© Plutón Ediciones X, s. l., 2022

Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas

Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,

E-mail: [email protected]

http://www.plutonediciones.com

Impreso en España / Printed in Spain

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

I.S.B.N: 978-84-19087-62-1

Dedicatoria

A mi hija, la periodista y social media Elisabet Gómez, por su ayuda a la hora de buscar cierta documentación por archivos perdidos y por aguantar, en ocasiones, mi carácter un tanto prusiano.

A mi esposa Gemma, que aceptó posponer un planificado y casi utópico viaje a Jerusalén con motivo de nuestro cuarenta aniversario para facilitarme poder acabar este libro.

A los miembros de la Asociación Catalana de Estudios Forteanos (A.C.E.F.) por su siempre incondicional apoyo, pese a los “malos tiempos” que corren (pocos, pero siempre unidos).

Al periodista Lorenzo Fernández Bueno, que me aconsejó, aunque de forma un tanto críptica, este libro.

Al artista de la fotografía Juan Carlos Díaz, incansable buscador de imágenes para congelar el presente y dejar constancia en el futuro.

Prólogo: El otro lado de la historia

El libro de Miguel G. Aracil que el lector tiene ahora mismo en las manos es, sin lugar a dudas, un libro atípico. Se podría pensar que es un libro más sobre templarios, cátaros o enigmas medievales tan presentes en estas fechas, pero les puedo asegurar que no es así.

Desde que hace ahora casi dos años se publicara en España la novela de Dan Brown, El código Da Vinci, parece que los templarios han resurgido de sus cenizas como el ave fénix. Y eso que ni siquiera son el tema principal de la novela. Pero desde esa fecha, la aparición de libros sobre los templarios y, por extensión, sobre el priorato de Sión, los cátaros, María Magdalena, el misterio de las catedrales y la polémica de Jesús de Nazaret con los Evangelios Apócrifos, ha sido tan efervescente como una pastilla de jabón concentrado en una lavadora. Por si no tuviéramos suficiente con la aparición de nuevos libros tendentes a la prédica facilona, los editores avispados han decidido sacar del armario del olvido reediciones de viejos tratados sobre los mismos temas; obras que en algunas ocasiones han protagonizado una especie de segunda juventud, alcanzando incluso un éxito infinitamente mayor que el disfrutado cuando vieron la luz por primera vez hace diez o veinte años.

Hace pocos días fui testigo en una librería de Madrid de un suceso que no me resisto a comentar. La anécdota estaba protagonizada por un par de mexicanos (deduje su procedencia por el acento y las expresiones utilizadas) que hojeaban un libro sobre Cristóbal Colón. El interés inicial se tornó pronto en sonrisa para acabar en risotadas. Con la voz entrecortada por el carcajeo, uno de los dos amigos leía en alto el título del libro. En unas pocas palabras, el autor (evitaré mencionarlo) había hecho una receta magistral utilizando los ingredientes básicos de cualquier libro de enigmas históricos. Todo estaba aderezado con deliciosas pastillas de caldo, a la sazón, un poco de masonería (chup-chup), dos tercios de templarios (chup-chup) y una pizca de Colón (chup-chup). Veinte minutos en el fuego editorial y el resultado final, como es de esperar, es un plato incomestible en el que se mezclan churras con merinas sin ningún rigor académico.

Todos esos libros cuentan con un denominador común. Se hace especial hincapié en el lado oscuro de la Orden del Temple. La cantidad de interrogantes que hay sobre esta orden militar y religiosa cuyo verdadero nombre era Orden de los Pobres Caballeros de Cristo, es, efectivamente, grande, lo que ha dado a especulaciones de todo tipo sobre su origen, desarrollo y verdadero final.

Ahora bien, la cantidad de leyendas urbanas que han corrido paralelas en la época contemporánea sobre los templarios son, y seguro que no me equivoco, muy superiores a las mentiras y tropelías que se dijeron sobre ellos cuando se les acusó de las cosas más surrealistas hace ahora siete siglos.

Este libro de Miguel G. Aracil da la espalda a la tradición convencional sobre los templarios. De ahí su originalidad. La documentación histórica nos demuestra (aquí está el mérito del autor) que estos caballeros fueron, ante todo, seres humanos con sus virtudes y sus defectos. El propio entorno social y la idiosincrasia religiosa del momento nos tienen que hacer ver que, como demuestra Miguel G. Aracil en este libro, los templarios, verdaderos hijos de su tiempo, debieron de cojear del mismo pie que muchos de sus coetáneos. La avaricia, la codicia, la ambición del poder o los comportamientos más crápulas y deshonestos debieron de ser moneda de cambio entre sus miembros. Y no por ello nos tenemos que llevar las manos a la cabeza. Seamos justos y lógicos; nadie construye un imperio económico como el que ellos levantaron dedicándose a plantar flores en un jardín ni comportándose como hermanitas de la caridad. Al igual que sucede con otros grandes personajes de la historia, como Enrique VIII, Felipe II o Napoleón, no llegaremos a conocer la verdadera materia prima de la que están fabricados sus corazones si no eliminamos previamente las capas de fábula y leyenda que los cubren. Y así, a pesar de los grandes momentos de la historia que protagonizaron, descubrimos que, por ejemplo, los personajes que acabo de mencionar en muchas ocasiones se comportaron como verdaderos tarados, asesinos y cobardes. Y no por ello la Historia cambia un ápice. Es la que es y no hay que darle más vueltas.

En el caso de los templarios, como se si tratara de una leyenda que se alimenta de sí misma y a la que se le añaden ingredientes cada vez más cómicos, estos caballeros se han convertido, sin serlo, en los verdaderos protagonistas de los siglos de oro de la Edad Media. Lo estrambótico alcanza límites insospechados hasta el punto de que parece que no hay región del mundo que no se precie de tener un legado templario entre su patrimonio histórico y arqueológico. Especialistas que conocen muy bien el tema lo han dejado bien claro. Como mi querido amigo Juan García Atienza me señalaba en una ocasión, la huella de los templarios en España, por poner un caso, no es tan grande como se ha querido ver. Hay que tomar con mucha precaución a todos aquellos que, por el simple hecho de ver una cruz patada, ya señalan un lugar como “herencia de los templarios” sin saber que esa cruz ha sido utilizada por multitud de órdenes y congregaciones religiosas mucho tiempo después.

En este sentido, Miguel G. Aracil nos propone un libro, como decía antes, singular. En él vamos a ver la otra cara de los caballeros templarios. Descubriremos que algunos de sus líderes fueron verdaderos excéntricos, y en ocasiones aplaudiremos como auténticos monstruos carniceros que otros acabaran devorados por las llamas del fuego purificador.

Como decía más arriba, la historia es la que es y, por muchas interpretaciones que hagamos de ella, siempre será la misma a los ojos del tiempo. Esta que aquí empieza es la versión de Miguel G. Aracil. Una obra novedosa sobre las tropelías y los abusos de una de las órdenes más polémicas de la Edad Media, los caballeros templarios, y que seguro no dejará indiferente a nadie.

Nacho Ares (Historiador)

El porqué de este libro

La verdadera historia de la leyenda del Temple

está casi enteramente por hacer y por escribir.

Doctor Alain Demurger

El día 6 de marzo de 1836, cuando apenas empezaba a clarear el día, 183 hombres —principalmente norteamericanos, aunque los había de otras procedencias, y armados hasta los dientes— esperaban junto a muros y parapetos a que un enemigo muy superior en número —pues se supone que eran más de tres mil—, mandado por oficiales profesionales e incluso mejor armado gracias a su tren de artillería arremetiera contra la antigua misión española, convertida en aquellos momentos en una pequeña y rudimentaria fortaleza.

Entre los muros secos de sol y centenarios, estaban tres hombres que se harían célebres e incluso legendarios tras su muerte. El joven e inexperto comandante de los sitiadores, William Barret Travis; el rico y valiente Jim Bowie, famoso por su enigmático y ya legendario cuchillo —el cual ha creado escuela— y sus duelos a muerte siempre victoriosos; y el camorrista, bebedor y fanfarrón cazador y explorador David Crockett. El primero murió en los primeros momentos del asalto. El segundo solo tuvo la oportunidad de demostrar su valor, que nadie puede poner en duda, matando de un disparo a quemarropa a un soldado mejicano desde su cama, ya que los últimos días los pasó acostado, sufriendo de lacerantes dolores posiblemente debidos a una hernia discal. El tercero, según las pocas crónicas hechas ese mismo día, fue matado a golpes de bayoneta y machete por los soldados mejicanos; una vez finalizado el combate, se le encontró junto a otros cuatro —otros dicen que solo dos— compañeros, escondido entre sacos, barriles y vituallas, e incluso se dice, aunque quizá se trate solamente de una calumnia, que estaba disfrazado de mujer para pasar desapercibido.

Desde que sonó el primer disparo hasta que el fuerte-misión cayó en manos de las tropas regulares mejicanas del general Antonio Miguel de Santa Ana, transcurrieron NOVENTA minutos. Ese cruento suceso es actualmente conocido y magnificado como la batalla de El Álamo.

La batalla del Álamo

Quien más, quien menos ha visto en alguna ocasión el film interpretado y dirigido por el patriotero e impresionante actor norteamericano John Wayne, el impecable Richard Widmark y el siempre polémico y variable Laurence Harvey, entre otros, y cuyo guion, obra de James Edward Grant, si lo comparamos con el suceso histórico que al parecer es el real solo coincide en la fecha, el lugar —San Antonio de Béjar (Tejas)— y una contienda que seguiría aún durante bastantes meses y que enfrentaría a tejanos y mejicanos con el beneplácito, cuando no la instigación directa, de los ya por entonces expansionistas Estados Unidos de Norteamérica.

Antes de continuar, que quede claro que no queremos, en absoluto, quitar ni un ápice de valor y consideración a los hombres de los dos bandos; hombres que murieron por unos nobles ideales, hecho que personalmente consideramos totalmente digno de admiración y respeto. Solo hacemos mención a este bélico acontecimiento para que el lector vea cómo en algo sucedido hace menos de dos siglos, la gente —lógicamente, los norteamericanos— ha hecho de una cortísima batalla todo un hecho épico, y ha intentado y conseguido, como ya es habitual en ellos, que personajes con “sombras” —como Crockett, por ejemplo, o el presumido y absurdo en ocasiones Travis— estén rodeados, en cambio, de “luces”, y que con el paso de las décadas la mayoría de la gente crea en la versión “patriotera” y manipulada de unos para olvidar lo que realmente sucedió en aquello que el historiador Edward Bobrowski, especialista en el tema, denominó en uno de sus trabajos al respecto como Los noventa trágicos minutos del Álamo.

Algo muy parecido ha sucedido con el tema de los Caballeros del Temple. Nadie puede dudar que, durante su existencia, fueron una gran potencia militar, religiosa y política —sin olvidar la muy importante parte económica—, y que sus guerreros contribuyeron extraordinariamente a la “reconquista” temporal de los llamados Lugares Sagrados o Santos Lugares durante las cruzadas en Tierra Santa. También es verdad que fueron ellos los que, muy posiblemente, abrieron las puertas de la luz a una Edad Media llena de oscurantismo, ya que es más que probable que el siempre maravilloso, impresionante y hermético estilo gótico, verdadera enciclopedia de los distintos saberes —geometría, simbología, arquitectura, ingeniería, alquimia, matemática, escultura, astronomía, astrología, etc.— tuviera más relaciones con los templarios de lo que habitualmente se dice. Sobre este tema mencionaremos una teoría que asegura que, además de coincidir prácticamente el nacimiento del gótico con el comienzo de la Orden del Temple, las grandes cantidades de dinero que en un principio se destinaron a erigir las grandes catedrales solo podían salir de las dos grandes potencias económicas del momento —además de las aportaciones voluntarias—: judíos y templarios; y los primeros no eran precisamente muy dados a invertir su dinero en monumentos cristianos. Pensemos que no será simple casualidad, o al menos eso creemos, que el primer edificio religioso que podemos definir como gótico, el de Sant Denís, fue mandado construir por el abad Suger en 1137, y este religioso era amigo personal de Benardo de Clairvaux, promotor del Temple. Otro factor a tener en cuenta es el auge que los templarios dan al culto primordial a la Virgen, bastante secundario hasta entonces, incluidas muy particularmente las de color negro; o lo que es lo mismo, el regreso a la ancestral devoción hacia la Gran Diosa Mater, la Madre Primigenia, tan común en todas las culturas y civilizaciones y que se remonta a los primeros pasos trascendentales del hombre, el cual regresó a la “casi” cristianizada Europa de las manos de esos guerreros-monjes. Otro aspecto que no debemos olvidar es la gran movilidad que dieron a la economía y el comercio europeo, y que muy posiblemente fueron, como veremos en otro capítulo, la piedra primordial de lo que hoy es la economía de Occidente, así como los “padres” de la banca en Europa. Llegados a este punto, creemos interesante citar la controvertida y posiblemente algo exagerada frase del historiador especializado en órdenes militares medievales Desmond Seward: Ninguna otra institución medieval ha hecho tanto para el auge del capitalismo.

Sus conocimientos esotéricos fueron, sin ningún tipo de duda, una realidad; tanto la geobiología, simbología, hermetismo y arquitectura sagrada como aspectos de la magia cósmico-telúrica que hoy nos pueden parecer fantasiosos. Sus contactos durante las cruzadas con los movimientos y las escuelas místicas e iniciáticas de Oriente, principalmente de Egipto y la antigua Mesopotamia, e incluso con la misteriosa secta de los “asesinos” de los que hablaremos extensamente en otro capítulo de este libro, les introdujeron en unos conocimientos de los que Europa, exceptuando quizá la culta España musulmana y los principales enclaves con población judía, ni siquiera conocían, y que, en algunos casos, pudieron iniciarlos en secretos perdidos. Libros antiguos que se remontaban a siglos o quizá milenios pudieron muy fácilmente ser consultados por algunos dirigentes templarios durante sus correrías por tierras orientales, y en ellos aprendieron conocimientos que la oscurantista y supersticiosa Europa, siempre férreamente vigilada de cerca por la dogmática Iglesia Católica, hubiera sin duda anatemizado.

Pero, en general, se tiende a creer—y pensamos que de forma totalmente equivocada— que todos los templarios estaban iniciados en antiguos y trascendentales secretos provenientes, quizás de antiguas y casi olvidadas civilizaciones, desde las mesopotámicas hasta la siempre fascinante del País del Nilo. No dudamos ni un solo momento en afirmar que la cúpula jerárquica del Temple, o, más aún, una élite dentro de la orden, sí que tuvo unos conocimientos esotéricos muy importantes que, entre otras cosas, les llevó a desear la posesión de antiguos enclaves sagrados, secretos que incluso actualmente pueden en parte haber heredado sociedades más o menos secretas como los francmasones, por ejemplo. Sobre este elitismo, el investigador Gillete Ziegler, autor del libro Les Templiers, asegura que existió en el Temple una regla diferente a la “oficial” que era conocida solo por algunos de sus dirigentes, y que, tras la persecución de la orden por el papa y el rey de Francia, habría sido destruida o, quizá, ocultada.

Como vemos, esto es muy distinto a pensar que, por el hecho de ser miembro de la orden del Temple en sus distintos grados o categorías, todos ellos fueran unos “iniciados” en los grandes secretos y guardianes de Verdades Desconocidas, como el Santo Grial, el Arca de la Alianza o la descendencia de Jesús, tema actualmente muy de moda. Hay mucha diferencia entre estas dos afirmaciones, y no somos los únicos en estar convencido sobre ello, pues los periodistas Lorenzo Fernández Bueno y Josep Guijarro Triadó, en su interesante libro Rex Mundi (ver bibliografía), opinan aproximadamente lo mismo y dicen textualmente: sabido es que los templarios, guerreros primero y monjes después, eran un grupo hermético, enormemente estructurado y jerarquizado, donde cada miembro tenía su lugar, y no todos, sabían lo mismo. El conocimiento no llegaba a todos por igual. Estamos totalmente de acuerdo con ambos periodistas, que además, en el mismo trabajo, dicen al hablar de los templarios y sus “supuestos” amigos los cátaros, y su cuestionada “custodia” del Santo Grial que: Seguramente el Grial, nada tiene que ver con un linaje de sangre, cuya importancia es irrelevante, puesto que puede verse truncado en cualquier momento por un accidente, una enfermedad, un caso de esterilidad... y seguramente tampoco es un cáliz, pues para ellos Jesús era uno más que andaba por la Tierra; en todo caso, Jesús no fue Cristo hasta que estuvo en la cruz (sin entrar en detalles sobre si murió o no murió en ella). Palabras que hacen pensar mucho sobre el conocimiento real que tuvieron algunos dirigentes del Temple y, principalmente, sobre cuál era realmente su objetivo final.

Hemos de pensar que, en una encomienda normal, podían vivir cuatro o cinco caballeros del Temple, más una veintena de sargentos y quizá medio centenar de peones y auxiliares; de los cuales, posiblemente y en el mejor de los casos, solamente alguno de los escasos caballeros podían estar al corriente de parte de los secretos que conoció y supo guardar perfectamente la Orden.

Desde hace ya muchas décadas nos atrevemos a decir que, desde la eclosión del neoesoterismo histórico de finales del siglo XIX, existe una verdadera corriente de simpatía, en ocasiones casi patológica, hacia los templarios y todo lo que les rodea o rodeó en su momento. Grupos neotemplarios están afincados en toda Europa e incluso, lo que es más curioso, en Hispanoamérica y los Estados Unidos, y, en algunas ocasiones, estos mismos grupos se disputan entre ellos quiénes son los “verdaderos” herederos del Temple original. Pensemos que el año 1981 el Vaticano hizo un curioso estudio sobre las sociedades y organizaciones que se decían vinculadas, cuando no herederas, del Temple. Los resultados fueran abrumadores, ya que se encontraron más de 400. Algunas de dichas asociaciones y organizaciones eran totalmente altruistas y benéficas, y se dedicaban y siguen haciéndolo a la ayuda a gente necesitada y a enfermos; otras eran culturales e incluso folklóricas; y bastantes, simplemente sectarias o de dudosos propósitos. Llegados a este punto, voy a comentar una anécdota que fue uno de los primeros detonantes que me hizo, un ya lejano día, pensar en escribir un trabajo sobre la parte “oscura” y menos conocida de dicha orden.

Ejemplo de una asociación neotemplaria

Hace ya bastantes años, fui invitado a un debate sobre la Orden Templaria que se emitió en lo que por entonces se llamaba Canal 8 TV y actualmente es Barcelona TV. El programa era conducido y supuestamente moderado por el siempre correcto y sobrio director de cine y televisión Francesc Herrera. Los protagonistas del debate, que fue de lo más “caliente” que se emitió en aquellos tiempos, ya que la “tele-basura” actualmente omnipresente en los diferentes canales de televisión afortunadamente aún no había llegado de forma generalizada a nuestras pantallas, éramos el polémico periodista y fundador de la decana revista esotérica y paracientífica Karma 7 —de la que yo era por aquel entonces coordinador de redacción—; Josep María Armengou Marsáns1, una persona radicalmente nacionalista; un medievalista de cuyo nombre no puedo acordarme —pese a haber intentado contactado con los encargados del archivo de dicho canal, nada queda al parecer sobre dicha grabación, y, por lo tanto, no puedo recuperar su nombre—; dos miembros de asociaciones neotemplarias de origen sudamericano; y el autor. Que el programa iba a ser “visceral” pudo intuirse desde un principio, pues incluso antes de empezar la grabación, y por una extraña casualidad premonitoria, explotaron sin razón aparente dos de los focos del improvisado estudio televisivo, que en aquel momento se encontraba en la popular y céntrica sala Abraixas de la Ciudad Condal.

Tras la introducción por parte del director-moderador, el medievalista hizo una aséptica e interesante crónica de quiénes fueron históricamente los templarios y su influencia en la Europa medieval, principalmente en Cataluña y más tarde en la Corona de Aragón. Seguidamente, Armengou, muy fiel a su ideología, afirmó que dicha orden había sido fundada por un caballero catalán, concretamente por Hug de Pinós, miembro de una rancia y noble estirpe pirenaica, tema este que desde el siglo XVII ha venido comentándose en más de una ocasión, y que relaciona a este caballero pirenaico con el fundador del Temple, Hug de Payns. Seguidamente, fueron los dos hispanoamericanos quienes hicieron un encendido panegírico de la orden militar, asegurando que fueron santos varones, que estuvieron en posesión del Santo Grial, que fueron los defensores de la cristiandad ante la barbarie sarracena, verdaderos ángeles custodios de los peregrinos, y prácticamente que cualquier avance de la Edad Media había sido obra de los monjes-guerreros; y que, lógicamente, ellos, los miembros de su orden neotemplaria, eran los “sucesores verdaderos” y “únicos” herederos de todos sus milenarios secretos. Mi intervención fue más heterodoxa, comentando que no todo eran luces en la historia del Temple, sino que había bastante sombras en sus casi dos siglos de existencia. El revuelo, la indignación e incluso la agresividad verbal de los dos sudamericanos fue desproporcionada, y lo que tenía que ser un tranquilo debate terminó en un enfrentamiento verbal que, en algunos momentos, superó las normas más básicas de la educación, lo que fue in crescendo al hacer Armengou un comentario que hoy diríamos xenófobo sobre aquellos dos neotemplarios de ultramar. Terminada la grabación, continuó el desagradable espectáculo debido al mal entendido entre los dos “neotemplarios” y el fundador de Karma 7 sobre la posesión templaria de Tortosa, pues mientras uno se refería a la ciudad catalana, uno de los últimos enclaves musulmanes en tierras catalanas, los otros lo hacían en referencia a lo que fue importante enclave y fortaleza templaria desde el año 1152 durante las cruzadas situada en territorio sarraceno, concretamente en una zona muy estratégica de la por entonces poderosa Siria, y frente a la cual, en un islote rocoso, se levantó, como veremos más tarde, el último baluarte de los templarios en Oriente. La única conclusión que saqué del acalorado debate es que había gente que, bien por convicción o por intereses personales —e incluso económicos y lucrativos en algún caso—, eran capaces no solamente de monopolizar a los antiguos templarios, sino de lo que es igualmente negativo: de desmentir cualquier “mancha negra” o sombra en la historia de aquellos hombres armados y rudos.

Se tiene que ser muy dogmático o muy cerril de mente para no aceptar que, en una institución tan poderosa, con una larga trayectoria de casi dos siglos y donde militaron docenas, posiblemente cientos de miles de hombres guerreros que llegaron a poseer un gran poder en todos los sentidos, no lo olvidemos, no pudieran existir muchos aspectos negativos y deleznables, aunque parece que exista un pacto de silencio sobre esa otra historia del Temple.

Así me lo hizo ver un día mientras comíamos en un agradable restaurante de la antigua y bella ciudad francesa de Carcasona el historiador galo Jean Louis Gasch, con el que había tenido cierta polémica durante el primer congreso de “Catarismo y Gnosis” celebrado en la milenaria ciudad amurallada, tema del que hablaremos más adelante. Concretamente, el francés me comentó las malas acciones, algunas de ellas bélicas, que los templarios habían realizado en tierras occitanas contra los cátaros, que al parecer la mayoría de investigadores preferían dejar en el olvido, y de las que comentaremos algunos casos en un capítulo posterior.

Quizá por estas anécdotas que he comentado decidí escribir este trabajo, que, vuelvo a repetir, no es ningún “ataque” a los caballeros templarios y su institución, de la que ya he escrito abundantemente en otros libros anteriores y de forma generalmente favorable. Por el contrario, el objetivo es presentar al público una serie de acontecimientos históricos que sucedieron, fueron reales y llevados a cabo por hombres de carne y huesos con sus virtudes y defectos —que de todo hubo—, y que la mayoría de investigadores prefiere, por desconocimiento o por “simpatías”, obviar.

Un ejemplo sería el del Gran Maestre Gerard de Ridefort, al que dedicamos un capítulo entero en este libro y que, siendo la máxima autoridad del Temple en su momento, reunía en su persona casi todos los pecados que puede tener un hombre, exceptuando la cobardía, aunque tampoco está claro. Soberbia, codicia, orgullo, violencia, ira; defectos todos ellos que pasaron a ser símbolo y señal templaria para los muchos enemigos del Temple en su momento.

Antes de continuar, prefiero ser repetitivo y reafirmar que la parte positiva de los templarios es digna de gran elogio, y mucho más, en la Península Ibérica, en que jugaron un importante papel en la reconquista contra los árabes o en el apoyo que sin duda aportaron y ya hemos mencionado anteriormente al precioso y hermético estilo gótico que llenó Europa, empezando por Francia, cuna del templarismo, de magníficas catedrales2. Pero de eso ya se han ocupado sobradamente otros autores, incluso yo mismo, en otras obras. En las páginas que vienen a continuación, solo tenemos por objetivo presentar una serie de sucesos históricos que demuestran que no todo lo que reluce es oro y que los monjes-guerreros sin duda más famosos de todos los tiempos tuvieron en algunas ocasiones una cara “siniestra”, muy lejana a la caballerosidad y piedad cristiana que siempre se les supone3.

Supongo que el hecho de ser invitados al debate Josep María Armengou y yo se debió entre otras cosas a que él, como director, y yo, como jefe de redacción durante los primeros números, formábamos junto a Armand de Sant Bernat (pseudónimo del esoterista y escritor especializado en temas religiosos Lluís Utset) y Silvia Ferré (el staff de la publicación Cuadernos de investigación templaria) la única revista especializada de venta por suscripción que existía por aquel entonces en España sobre el Temple, que nosotros sepamos. Más tarde se supo que algunas de las entrevistas aparecidas en dicha publicación, y firmadas por A. Lavaix Escales, habían sido manipuladas, y que incluso tras ese pseudónimo se encontraba posiblemente el mismo director de los cuadernos. Aquello fue el final de dicha publicación.

Para los interesados en el arte gótico, y principalmente en sus catedrales, aconsejamos el libro La cuna de las catedrales (ver bibliografía).

Al final de esta obra presentamos una escogida selección de obras sobre el Temple que pueden servir como ayuda a los lectores que deseen ampliar su estudio sobre dicha orden. En dicha bibliografía, hemos intentado obviar lo que son simples panegíricos o incluso “refritos” para presentar unas obras en las que se recoge tanto la parte “positiva” como la que ve a los templarios desde una visión más crítica.

Primera Parte: Unos privilegios muy mal vistos por los demás: si la envidia fuera tiña...

Más debes guardarte de la envidia de un

amigo que de la emboscada de un enemigo.

Máxima medieval de origen castellano.

Imaginemos una gran empresa con miles de trabajadores, cada uno intentando trabajar por su cuenta a su manera y vivir lo mejor que pueda; y, por encima de todo, ganar tanto dinero como sea posible. En un momento dado, en la dirección contratan a un nuevo empleado y, pese a ser un recién llegado, le conceden unas condiciones de trabajo y económicas muy superiores a las que tienen los más veteranos. Sin duda, ese “arribista” o advenedizo será mal visto por sus compañeros, y algunos de ellos se convertirán en sus declarados enemigos.

Si repasamos atentamente los diversos libros que tratan de la historia de los templarios de una forma seria y objetiva, veremos que este ejemplo se ajusta bastante bien a lo que les sucedió en un principio a los Pobres Caballeros de Cristo, es decir, a los caballeros del Temple.

Cuando son fundados en Jerusalén (1118-1119), habitan en unas pobres estancias cedidas por el rey Balduino en la parte oriental de su palacio, donde se cree que estuvo situado el templo de Salomón, sin ningún tipo de lujo ni comodidades. Por aquel entonces, solo son nueve caballeros y nadie se fija demasiado en ellos; pasan desapercibidos y se limitan, debido a su escaso número de efectivos, a dar custodia y protección a grupos de peregrinos, pues poco más podían hacer. Pero, algo más tarde, empiezan las primeras donaciones de nobles y devotos, y finalmente llega lo que granjeará a la orden los primeros enemigos.

El segundo maestre de la Orden y sucesor del carismático y piadoso Hug de Payns, Roberto de Craon, hombre inteligente, diplomático, y excelente administrador, comprendió que, para que su orden fuera una verdadera potencia dentro del cristianismo, necesitaba unas condiciones “especiales” que la defendieran de las voraces y posesivas iglesias locales y sus generalmente ambiciosos dirigentes, que ya empezaban a ver con ciertos malos ojos los primeros éxitos de los caballeros y el derecho de que pudieran llegar a recibir limosnas y diezmos.

Roberto De Craon

Para conseguir estas condiciones “especiales”, decidió muy inteligentemente mandar un embajador de su total confianza al pontífice romano, para lo cual escogió a André de Montbard (1103-1156), leal templario desde los primeros años, que llegaría a ser quinto maestre de la orden (1154-1156) y que mantenía unas excelentes relaciones con su sobrino, el poderoso y carismático San Bernardo de Claraval.

Tras entrevistarse con el abad de Claraval y comentarle sus intenciones, este le dio una carta de recomendación para el papa Inocencio II, el cual debía grandes favores al abad francés. El resultado de estas diligencias fueron la bula Omne datum optimum, proclamada oficialmente el 29 de marzo de 1139, que fue sin duda la fuente de todos los privilegios de la orden a partir de aquel momento.