El orden. Libro primero - San Agustín - E-Book

El orden. Libro primero E-Book

San Agustín

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Beschreibung

"El orden. Libro primero" es una obra fundamental escrita por San Agustín, uno de los grandes pensadores y teólogos de la cristiandad. En esta obra, San Agustín nos guía a través de una profunda reflexión sobre el concepto del orden en la vida humana y en la sociedad. Sus ideas y enseñanzas siguen siendo una fuente de inspiración y sabiduría para aquellos que buscan comprender cómo el orden puede llevarnos a una vida más plena y significativa.

San Agustín explora el concepto del orden desde múltiples perspectivas, abordando temas que van desde la organización de la sociedad hasta la estructura interna del alma humana. Nos invita a reflexionar sobre cómo el orden puede llevarnos a una mayor paz interior, así como a una convivencia más armoniosa con los demás. A través de su análisis y reflexión, descubrimos la importancia de buscar el orden en nuestras vidas como un camino hacia la virtud y la sabiduría.

"El orden. Libro primero" es una obra que nos desafía a considerar cómo nuestras elecciones y acciones pueden contribuir a un mundo más ordenado y justo. San Agustín nos brinda una guía valiosa para vivir de acuerdo con principios éticos y morales que nos permiten alcanzar un estado de armonía y paz, tanto a nivel individual como colectivo. Su sabiduría perdura a lo largo del tiempo y sigue siendo una fuente de inspiración para aquellos que buscan vivir vidas más significativas y en armonía con los demás.

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EL ORDEN

 

Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR

 

LIBRO PRIMERO

 

DISPUTA PRIMERA

 

CAPÍTULO I

 

Todo lo dirige la divina Providencia

 

1. Cosa muy ardua y rarísima es, amigo Cenobio, alcanzar conocimiento y declarar a los hombres el orden de las cosas, el propio de cada una, ya sobre todo el del conjunto o universalidad con que es moderado y regido este mundo. Añádese a esto que, aun pudiéndolo hacer uno, no es fácil tener un oyente digno y preparado para tan divinas y oscuras cosas, ya por los méritos de su vida, ya por el ejercicio de la erudición.

 

Y con todo, tal es el ideal de los mejores ingenios, y hasta; que contemplan ya, como quien dice con la cabeza erguida, escollos y tempestades de la vida, nada desean tanto como aprender y conocer cómo, gobernando Dios las cosas humanas, cunde tanta perversidad por doquiera, de modo que, al parecer, ha de atribuirse su dirección no ya a un régimen y administración divinos, pero ni siquiera a un gobierno de esclavos, al que se dotara de suficiente poder. Por lo cual, los que se inquietan por estas cuestiones se ven casi en la necesidad de creer que o la divina Providencia no llega a estas cosas últimas e inferiores o ciertamente todos los males se cometen por voluntad de Dios.

 

Impías ambas soluciones, pero sobre todo la última. Porque, aunque es propio de gente muy horra de cultura y además peligrosísimo para el alma creer que hay algo dejado de la mano de Dios, con todo, entre los hombres, nunca se censura a nadie por su impotencia; pero el vituperio por negligencia es también mucho menos denigrante que él reproche por malicia y crueldad. Y así, la razón, moviéndose por piedad, se ve como forzada a reconocer que las cosas humanas no están regidas por la Providencia divina, o son objeto de desatención y menosprecio antes que de un gobierno donde toda queja contra Dios sería benigna y disculpable.

 

2. Pero ¿quién es tan ciego que vacile en atribuir al divino poder y disposición el orden racional de los movimientos de los cuerpos, tan fuera del alcance y posibilidad de la voluntad humana? A no ser que se atribuya a la casualidad la maravillosa y sutil estructura dé los miembros de los más minúsculos animales, o como si lo que no se atribuye al acaso, pudiera explicarse de otro modo que por la razón, o como si por atender a las fruslerías de la vana opinión humana osáramos substraer de la dirección de la majestad inefable de Dios el orden maravilloso que se aplaude y admira en todo el universo, sin tener el hombre en ello arte ni parte.

 

Mas esto mismo plantea más problemas, pues los miembros de un insectillo están labrados con tan admirable orden y distinción, mientras la vida humana versa y fluctúa entre innumerables perturbaciones y vicisitudes.

 

Pero este modo de mirar las cosas se asemeja al del que restringiendo el campo visual y abarcando con sus ojos sólo el módulo de un azulejo de un mosaico, censurara al artífice, como ignorante de la ordenación y composición de tales obras; creería que no hay orden en la combinación de las teselas, por no considerar ni examinar el conjunto de todos los adornos que concurren a la formación de una faz hermosa. Lo mismo ocurre a los hombres poco instruidos, que, incapaces de abarcar y considerar con su angosta mentalidad el ajuste y armonía del universo, al topar con algo que les ofende, luego piensan que se trata de un desorden o deformidad inherente a las cosas.

 

3. Y la causa principal de este error es que el hombre se desconoce a sí mismo. Para conocerse necesita estar muy avezado a separarse de la vida de los sentidos y replegarse en sí y vivir en contacto consigo mismo. Y esto lo consiguen solamente los que o cauterizan con la soledad las llagas de las opiniones que el curso de la vida ordinaria imprime en ellos, o las curan con la medicina de las artes liberales.

CAPITULO II

 

Dedica el libro a Cenobio

 

Así, el espíritu, replegado en sí mismo, comprende la hermosura del universo, el cual tomó su nombre de la unidad. Por tanto, no es dable ver aquella hermosura a las almas desparramadas en lo externo, cuya avidez engendra la indigencia, que sólo se logra evitar con el despego de la multitud. Y llamo multitud, no de hombres, sino de todas las cosas que abarcan nuestros sentidos.