Vivir la pureza en todos los estados - San Agustín - E-Book

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San Agustín

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Beschreibung

Agustín de Hipona, San Agustín, es un caso curioso en la historia. Vagó perdido durante décadas, sin ser capaz de ligarse firmemente a unas creencias o valores que dieran sentido a su vida. En cambio, optó por una existencia cargada de placeres que, lejos de hacerle feliz, le llevó a la más absoluta desesperación. Todo cambió con la fe cristiana. Armado con ella su vida dio un vuelco, convirtiéndose en uno de los pensadores más importantes y determinantes de su época. Su vida es un maravilloso ejemplo del tremendo peso que pueden tener en nuestro futuro la filosofía que poseemos y los valores que la sostienen.

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Vivir la pureza en todos los estados

 

Según hemos oído, al leerse el Santo Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta a comer su carne y a beber su sangre (cfr. Jn 6, 56 ss), ofreciéndonos por ello la vida eterna. No todos los que oísteis estas palabras las habréis comprendido. Los que ya habéis sido bautizados, y sois fieles, conocéis su significado. Los que todavía sois catecúmenos, y os llamáis auditores, habéis escuchado la lectura quizá sin entenderla. A unos y otros se dirige nuestro sermón. Los que ya comen la carne del Señor y beben su sangre, mediten lo que comen y beben, no sea que—como dice el Apóstol-- coman y beban su propia condenación (cfr. 1 Cor 11, 29). Los que todavía no comen ni beben, apresúrense a venir a este banquete, al cual han sido invitados (...).

 

Si deben ser exhortados los catecúmenos, hermanos míos, para que no se demoren en venir a la gracia de la regeneración, ¡cuánto más cuidado hemos de poner en edificar a los fieles para que les aproveche lo que comen, y no coman y beban su propio juicio cuando se acercan al banquete eucarístico! Para que no les suceda eso, lleven una vida recta. Sed predicadores no con sermones, sino con vuestras buenas costumbres, a fin de que, los que aun no han sido bautizados, se apresuren de tal manera a seguiros que no perezcan imitándoos. 242

 

Los que estáis casados, guardad la fe conyugal a vuestras mujeres, y dadles lo que de ellas exigís. Exiges de tu mujer que sea casta; pues tú tienes obligación de darle ejemplo, no palabras. Mira bien cómo te comportas, pues eres la cabeza y estás obligado a caminar por donde ella pueda ir sin peligro de perderse. Más aún: tienes obligación de recorrer la senda por donde quieres que ande ella. Exiges fortaleza al sexo menos fuerte, y los dos tenéis la concupiscencia de la carne: pues el que se considera más fuerte, sea el primero en vencer.