El placer de la transgresión - Renata Salecl - E-Book

El placer de la transgresión E-Book

Renata Salecl

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Beschreibung

La claridad argumentativa de Renata Salecl es una muestra más, no solo de su lucidez, sino de su capacidad para comprender los principales síntomas de la sociedad moderna capitalista y sistematizarlos de forma clara y sencilla. Sin intención de proponer respuestas fáciles ni recetas previsibles, a medida que se delinean los problemas se plantean más interrogantes que nos invitan a reflexionar y cuestionar nuestras prácticas. Los textos que componen este libro nos hablan directamente sobre el consumo, la ignorancia, el apuro, la soledad, la pobreza, la paternidad, la medicina y la posverdad.

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Acerca de Renata Salecl

Renata Salecl nació el 9 de enero de 1962 en Eslovenia. Filósofa, socióloga y teórica jurídica, se desempeña como investigadora en el Instituto de Criminología de la Facultad de Derecho de la Universidad de Ljubljana y es profesora en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Todos los años da clases en la Facultad de Derecho Benjamin N. Cardozo (Nueva York), sobre psicoanálisis y derecho, y también dicta cursos sobre neurociencia y derecho. Sus libros han sido traducidos a quince idiomas.

En 2017, fue elegida como miembro de la Academia de Ciencias de Eslovenia. En Ediciones Godot, publicó Angustia (2018), El placer de la transgresión (2019), La tiranía de la elección (2022) y Pasión por la ignorancia (2022).

Página de legales

Salecl, Renata El placer de la transgresión / Renata Salecl. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : EGodot Argentina, 2021. Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online Traducción de: Florencia Ferre. ISBN 978-987-8413-27-3

1. Sociología. 2. Filosofía. 3. Capitalismo. I. Ferre, Florencia, trad. II. Título. CDD 306.342

ISBN edición impresa: 978-987-8413-16-7

Título original Tek na mestuTraducción Florencia FerreCorrección Luz Rodríguez y Mariana GaitánDiseño de tapa e interiores Víctor MalumiánIlustración de Renata Salecl Juan Pablo Martínez

The translation was published with the support of the Slovenian Book Agency.Esta traducción fue publicada con el apoyo de la Agencia Eslovena del Libro.

© Ediciones Godotwww.edicionesgodot.com.ar [email protected]/EdicionesGodotTwitter.com/EdicionesGodotInstagram.com/EdicionesGodotYouTube.com/EdicionesGodot

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República Argentina, 2021

El placer de la transgresión

Renata Salecl

Traducción del esloveno Florencia Ferre

Índice

Introducción

La sociedad de consumo

“Ya lo sé, pero aun así...”

Hijos del comunismo, súbditos del capitalismo

Economía de los sentimientos

Cargos extra por pequeñas comodidades

Ajustarse los cinturones

La experiencia de la pobreza

¿Quién gana con las imágenes de la pobreza?

¡Te voy a exprimir!

Amar el lujo

Nuevos síntomas psicológicos

¿Adónde vamos con tanto apuro?

¿Píldoras para la soledad?

Pasión por la ignorancia

La comida como objeto fóbico

La limpieza de los cuerpos, los departamentos, las relaciones…

Paradojas de la sociedad contemporánea

En busca de un amo

Tirar los dados

La ilusión del trabajo

La obsesión por la eficiencia

La religión del amor y el mercado

Ignorancia deliberada

La ética

La mentira y la vergüenza

Crisis de confianza

Moralizar entre muros

Autocontrol

El cambio climático y el Ignorital

La violencia

Las apariencias engañan

El placer de la transgresión

Voces en la cabeza y copycat

Renacido… en el terrorismo

La genética

En busca del padre

¿Qué más hay en nosotros?

¿Pena de cárcel o transformación genética?

El gen del dinero y el gen del arte

Padres e hijos

El sentimiento de (im)potencia de los padres

El deseo insaciable de maternidad

La maternidad congelada

Padres y madres ambivalentes

La asistente del mago

La medicina

El médico y el paciente cara a cara

Un dios psicótico vestido de blanco

Los médicos también lloran

El trauma

Congelados en el tiempo

Angelina y el tsunami

Srebrenica – St. Louis, ida y vuelta

¿Hacia dónde vamos?

Autodestrucción, redes y ganancias

Corbatas con nudo

Más y más aplicaciones

Ira y posverdad

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Hitos

Tapa

Página de copyright

Página de título

Índice

Introducción

Contenido principal

Colofón

Notas al pie

Introducción

EN TIEMPOS DE FAKE NEWS y de la llamada “posverdad” es cada vez más difícil pensar hacia dónde va nuestra sociedad y cómo enfrentan las personas los problemas sociales. La ideología neoliberal aumenta enormemente la angustia. Las personas se sienten culpables de sus fracasos, y aquellos que quieren identificarse con las imágenes mediáticas de la felicidad y el éxito suelen tener la sensación de que no son lo suficientemente buenos, bellos, interesantes, porque sus vidas están lejos de los ideales propuestos. El presente libro examina lo que ocurre con el sujeto en tiempos de neoliberalismo: los nuevos síntomas psicológicos que padece, cómo percibe su vida, la relación que tiene con la sociedad que lo rodea, cómo experimenta el trabajo, el amor, la paternidad y su manera de reflexionar acerca del futuro. El libro consiste en una selección revisada de las columnas que la autora publicó durante los últimos años en el suplemento de los sábados del diario Delo. El objetivo de estos textos es reflexionar acerca de hacia dónde vamos los sujetos como sociedad, ante qué dilemas cerramos los ojos y por qué muchas veces el desarrollo parece una carrera en el lugar.

Después de la crisis económica de 2008 era esperable que hubiera una mayor reflexión acerca de la dirección hacia donde tiende la sociedad contemporánea, acerca de las trampas del neoliberalismo, de los caminos para disminuir las desigualdades económicas y para impedir nuevas crisis en el futuro. Pero ocurrió lo contrario. El neoliberalismo dominó aún más el mundo, la desigualdad económica va en aumento; en lugar de reflexiones profundas tenemos una andanada de discursos de odio, de noticias falsas y una ignorancia creciente. Mientras tanto, por un lado cerramos los ojos para no ver hacia dónde va nuestra sociedad, y por el otro esperamos desentrañar el problema de la subjetividad en el ámbito del cuerpo humano. Los nuevos descubrimientos científicos en el campo de la genética y la neurología alientan la idea de que en el futuro vamos a tener cura para algunas graves enfermedades, pero a la vez abren nuevas posibilidades de control social y nuevas formas de exclusión.

Este libro intenta ser una reflexión sobre un tiempo que busca respuestas rápidas y al que no le gustan las preguntas. Los textos reunidos dan cuenta de una serie de problemas ante los cuales nos encontramos como sujetos y como sociedad. El desafío del lector o la lectora es continuar reflexionando por su cuenta sobre este tipo de problemas. Tal vez corramos otra vuelta juntos.

La sociedad de consumo

“Ya lo sé, pero aun así...”

ES INTERESANTE OBSERVAR LA forma en que los compradores ofrecen sus tarjetas de crédito al vendedor en las tiendas caras. Los más ricos a menudo la lanzan con cierta indiferencia en dirección al vendedor, como si con ese gesto dijeran que el ritual del pago y la firma del papelito no significan para ellos más que una pérdida de tiempo. Los no tan ricos padecen una especie de contracción a la hora de entregar la tarjeta al vendedor, como si la mano que la ofrece quisiera y no quisiera entregarla, como si en realidad el comprador intentara retenerla. Si el ricachón se comporta como si el acto de pagar fuera algo en extremo tedioso, en el pobre aparece un sentimiento de culpa y su correspondiente vacilación. Cuando entrega la tarjeta, el pobre piensa por un momento cómo va a pagar lo que acaba de comprar. Se da cuenta de que cuando reciba el resumen de cuenta es probable que lamente la compra. Pero rápidamente se las ingenia para reprimir el sentimiento de culpa y más tarde encuentra las formas más variadas de negar la deuda.

En las últimas décadas, el capitalismo contemporáneo ha capitalizado ampliamente el poder de la negación. Toda lógica de consumo estaba vinculada a la creencia de que podíamos comprar algo hoy y pagarlo mañana. El consumidor medio en los Estados Unidos fue el primer estratega del uso de toda una serie de tarjetas de crédito que no esperaban de él el pago de la deuda, sino tan solo de sus intereses. A la vez, hasta la crisis económica ocasionada por el aumento del valor de la propiedad inmobiliaria, obtenía con facilidad un préstamo hipotecario suplementario. Así como las grandes especulaciones financieras están vinculadas con la previsión de futuro, también el pequeño consumidor vivía todo el tiempo en el futuro.

El cine de ciencia ficción sobre viajes al futuro despliega en diversos escenarios la representación del futuro en el presente. En las películas Volver al futuro y Terminator, los protagonistas son de pronto transportados al futuro. Puede ocurrir también que el sujeto, congelado en el tiempo, despierte en el futuro (por ejemplo, en Austin Powers), o que la película muestre alternativas posibles de futuro (por ejemplo, en Dos vidas en un instante). Este tipo de cine materializa entonces la ficción del futuro en el presente; la ideología del capitalismo contemporáneo, en cambio, elige otro camino cuando se trata de retratar el futuro: si se trata de deudas, en realidad hace de cuenta que el futuro no va a ocurrir. Aunque el sujeto endeudado sabe racionalmente que las deudas tendrán que pagarse algún día, la ideología lo persuade todo el tiempo de que eso no va a ocurrir.

El largo período en que —sobre todo para los consumidores estadounidenses— era suficiente con pagar los intereses de los préstamos fue creando lentamente la lógica de la creencia que el psicoanalista francés Octave Mannoni señala como “ya lo sé, y aun así...”. Se trata de la lógica que siguen los niños, por ejemplo, cuando se preguntan por la existencia de Papá Noel. Aunque por lo general descubren rápidamente que Papá Noel no existe, más adelante fingen que siguen creyendo en él para no decepcionar a los padres, que creen que ellos aún creen. (Una lógica un tanto diferente funciona en los niños que piensan que no existe Papá Noel pero desean la confirmación de los padres de que así es. Como los padres dudan si decirle al niño la verdad o no, se ponen como excusa que sea el mismo niño quien decida si Papá Noel existe o no).

También el sujeto endeudado se enfrenta a su propio dilema de la existencia de Papá Noel. Aunque sabe que está endeudado, se comporta como si no quisiera ofender a la ideología que todo el tiempo lo persuade para que se siga endeudando porque en realidad no va a tener que pagar las deudas. Bajo la influencia de la ideología del consumo se dice a sí mismo: “Ya lo sé, y aun así” o incluso empieza a caer en una especie de demencia por su estado financiero.

Los psicoanalistas que se ocupan de los casos de demencia observan que esta se atenúa en la edad avanzada. El olvido en las personas con demencia no está vinculado solamente al hecho de que no pueden recordar los hechos pasados, sino que también son menos capaces de reflexionar hacia delante. De modo que la demencia ayuda a olvidar el futuro y así a evitar el peligro de la mayor pérdida que debemos enfrentar en la vida: la propia mortalidad.

Resulta paradójico que el olvido que observamos en relación con el dinero parece estar vinculado también con la muerte.

El periódico The New York Times publica un informe sobre la depresión que embargó a los pensionados estadounidenses durante la crisis de 2008 por la drástica disminución de inversiones en los fondos de pensión. En los barrios de pensionados se advertía el duelo. La gente se veía como si alguien hubiera muerto. La psicoterapeuta Barbara Goldsmith, que se ocupa del duelo, dice que estas personas de hecho se enfrentaron con la muerte: “Murió su dinero”.

¿Cómo entender la muerte del dinero? ¿Cómo puede morir algo que jamás tuvo vida? ¿Tal vez sea necesario seguir matando al dinero sin cesar, porque no podemos admitir que siempre ha estado muerto? ¿Cómo explicar si no el placer por el juego o por desperdiciar el dinero en grandes compras, a menudo innecesarias? Los psicólogos estadounidenses han intentado averiguar qué mueve a hordas de gente de clase media a ir a Las Vegas a —prácticamente— tirar por la ventana el dinero que han ganado con tanto esfuerzo. El visitante promedio de Las Vegas vive su vida bajo la presión constante por ganar más dinero. Pero estadísticamente, ese visitante —padre de familia promedio—, se pone a conversar con sus hijos tan solo unos diez minutos a la semana, y si son adolescentes apenas unos veinte minutos al mes. Si está casado (la mitad de ellos se ha divorciado), él y su mujer se dedican veinte minutos uno al otro el fin de semana. La mayor parte del tiempo restante está dedicado al trabajo, a mirar la televisión y a comprar los artículos de menor precio. Y es un tipo de consumidor que está dispuesto a conducir durante horas para ahorrar en sus compras. Pero cuando visita Las Vegas su relación con el dinero cambia completamente. Si antes el dinero le provocaba angustia y la sensación de que es siempre escaso, en los juegos de azar empieza a disfrutar arrojándolo por los aires.

El visitante de Las Vegas sabe racionalmente que los mayores ingresos de los juegos de azar son para la casa. Su experiencia previa le ha demostrado que habitualmente pierde. Pero el placer de la pérdida es algo a lo que el estadounidense medio no quiere renunciar por nada del mundo. Este disfrute no parece nada fascinante desde afuera. La mayoría de los jugadores que se agolpan entre una y otra casa de juegos tiene graves depresiones. Después de arrojar grandes cantidades de dinero en las máquinas tragamonedas, un tanto aturdidos, suelen decidirse a ahorrar de todos modos, y esperan hasta una hora en la fila del restaurante que ofrece por cinco dólares un menú libre, “coma tanto como pueda”.

La depresión que tienen los inversores de la bolsa cuando caen sus inversiones no es diferente de aquella en la que están sumidos quienes se entregan a los juegos de azar. Unos y otros especulan con un futuro ficticio cuando se endeudan y se convencen de que ese futuro jamás llegará.

También las corporaciones tienen un comportamiento ilusorio hacia el futuro. El azar quiso que una vez tuviera que dar una conferencia en un encuentro de representantes de una gran corporación. Los empresarios que me invitaron me pidieron que mi ponencia no fuera pesimista. Mientras escuchaba otras ponencias, me parecía estar en una asamblea de fieles de algún tipo particular. Uno tras otro, los representantes de la corporación mostraban gráficos que pronosticaban la pronunciada suba de ingresos en los años siguientes. Al estilo de los hinchas de fútbol, los psicólogos describían la fantástica calidad del liderazgo, y los oyentes aplaudían entusiasmados ante la plétora de estímulos positivos. El evento recordaba una película de ciencia ficción. Como la ideología nos convence de que hoy, como todos somos consumidores, ya no hay lucha de clases, puedo adivinar cómo va a terminar la película. Tal vez como El día de la marmota, con la continua repetición del mismo día.

Hijos del comunismo, súbditos del capitalismo

En 1984, en Gran Bretaña, Milan Šimečka, uno de los más notables disidentes eslovacos, publicó el libro The Restoration of Order [La restauración del orden], en el cual analiza cómo se desarrolló la así llamada normalización en Checoslovaquia en tiempos del régimen de Gustáv Husák. Šimečka vivió en carne propia esa normalización, ya que por haber enviado sus textos al extranjero en los años 1981 y 1982, el régimen lo castigó quitándole su cargo en la universidad y poniéndolo en prisión. Al salir, Šimečka nunca más pudo volver a las filas académicas y comenzó a ganarse la vida, entre otras cosas, como conductor de camiones.

En su libro, Šimečka expone de manera brillante cómo funciona el control en la sociedad totalitaria. El poder no se gana la obediencia de las personas porque castigue y encierre a uno por uno. Lo más eficaz es sembrar el miedo e inculcar la autocensura. En las empresas, por ejemplo, no era necesario intimidar en forma directa a la gente para que no criticara al poder; era suficiente que uno de los trabajadores perdiera su empleo de pronto, de un día para el otro, o que no pudiera ascender. Entonces los otros adivinaban cuál era el error que había cometido quien había sido castigado, con qué se había delatado, de quién sería pariente, quizá, y así siguiendo. Justamente el hecho de que el castigo hubiera ocurrido de manera imprevista y hubiera golpeado a personas que no eran necesariamente disidentes, contribuía a construir el sentimiento de miedo que ayudaba a que el régimen se mantuviera tanto tiempo en el poder.

Un medio de intimidación de especial eficacia era el hecho de que el castigo no siempre lo recibiera el sujeto potencialmente peligroso, sino sus hijos. Alguien de quien se sospechaba que pudiera tener tendencias disidentes era “normalizado” de modo que no podía, por ejemplo, inscribir a su hijo en la facultad. En tiempos del comunismo esa forma de amedrentamiento (que solo podía funcionar si en efecto se impedía a algunos la inscripción en la universidad) era muy eficaz. Para la gente es más fácil sobrevivir si ellos mismos son castigados y no si por sus actos se castiga a sus hijos. (Šimečka explica el esfuerzo extremo de las personas para que sus hijos recibieran educación superior como un deseo inconsciente de que la educación posibilitara a sus hijos comprender el absurdo del sistema en que vivían).

En el largo plazo, el éxito de la normalización de la que habla Šimečka radica en el borramiento del pensamiento independiente y crítico. ¿Acaso no ocurren cosas parecidas hoy, en tiempos del capitalismo? También hoy está en marcha un proceso de normalización, aunque sea un poco distinto. El capitalismo no necesita tanto de la coerción externa como de la identificación interna con normas no escritas. Al igual que el comunismo, el capitalismo necesita ante todo de la autocensura. Y esta última se ejerce en infinidad de formas sutiles. Pongamos por caso que trabajamos en una gran empresa y sabemos que la adquisición por la dirección [management buyout] de la compañía se ha llevado a cabo de un modo muy cuestionable. Más allá de nuestros reparos, nos mantendremos callados porque tenemos miedo de que cualquier crítica a la dirección amenace nuestro puesto de trabajo. O por ejemplo, digamos que somos miembros de un partido que lucha por un puesto importante en las próximas elecciones, pero sabemos que en el partido ocurren cosas que no son en absoluto éticas. Si con la posible victoria del partido en las elecciones esperamos mejorar nuestra posición, es poco probable que nos expongamos y denunciemos las cosas que no nos gustan del partido.

También en el capitalismo es importante que la gente pierda sus funciones de la noche a la mañana, que sus puestos de trabajo estén constantemente bajo la lupa y que sus operaciones políticas les cobren venganza antes o después. Tal vez en el capitalismo sea menor el deseo de darles a nuestros hijos una buena educación para que comprendan lo absurdo de esta sumisión. La educación se entiende más como pasaporte a la esfera del bienestar económico, como acciones, inversiones en un futuro económico más próspero, y no como mecanismo que nos posibilite un pensamiento crítico sobre el sistema y nos permita intentar reflexionar sobre las alternativas de organización de la sociedad en la cual vivimos.

El sistema en el que antes vivíamos en Europa del Este parecía bastante uniforme. También nuestras vidas, nuestros salarios, nuestro seguro social, etc., eran muy equilibrados entre sí. Hoy por supuesto hay grandes diferencias sociales, pero paradójicamente la sociedad de consumo crea una relativa uniformidad de hábitos de vida. En Alemania se llevó a cabo una investigación sobre los hábitos de vida y las ambiciones del así llamado ciudadano medio (de clase media y de mediana edad). El hallazgo que más sorprendió a los investigadores fue que la gente es muy parecida entre sí. En la sociedad contemporánea siempre tenemos la impresión de que podemos hacer de nuestras vidas algo único, de que los sujetos somos capaces de desarrollarnos cada uno en un sentido singular y de que somos algo así como los artistas de un gran proyecto: nuestra propia vida. La investigación alemana demostró que la vida cotidiana del alemán medio está lejos de esos ideales que difunden los medios y que tantas veces nos hacen sentir que erramos el camino de nuestras vidas… porque en realidad nuestras vidas no son nada especial.

¿Cómo opera entonces la normalización en la sociedad capitalista desarrollada? El ciudadano medio alemán de mediana edad compra en Lidl o en Aldi; tiene relaciones sexuales 117 veces al año; tiene un viejo Golf de color plata durante varios años y lo lava nueve veces por año; sale de vacaciones dos veces al año (el destino más elegido es Mallorca); trabaja 30,3 horas por semana (en 1960 trabajaba 41,4 horas); considera que el precio del producto es más importante que su calidad; piensa en pintar su departamento y cambiar el parqué; necesita quince minutos para conciliar el sueño; y gana un promedio de 3.702 euros al mes. La diferencia entre los varones y las mujeres radica en que los hombres son en su mayoría demasiado gordos, toman más y sueñan más con el sexo, mientras que las mujeres prefieren leer horóscopos y libros sobre dietas.

Resulta muy interesante que tanto en el comunismo como en el capitalismo hay una gran diferencia entre los ideales y la realidad. La ideología comunista operaba con el ideal de una sociedad sin clases, donde el poder estuviera en manos de los productores, es decir, de sus representantes electos sin intermediación. La paradoja de esta ideología era que nadie creía en ella, y en especial no creían en ella los jefes del partido. Sin embargo, como lo han demostrado varios estudios, para el éxito de una ideología es irrelevante si la gente en verdad cree en ella o no; es suficiente con que cuenten con que tal vez hay alguien que sí cree y no expresen públicamente que ellos no creen. En el capitalismo el problema de la fe en los ideales se manifiesta de un modo similar. Las personas son bombardeadas por la idea de que deberían aspirar a ciertos ideales (pongamos por caso, que tendrían que tener un cuerpo ideal, una vida acomodada e interesante, una pareja ideal, etc.). La realidad es que sus vidas están uniformadas. La gente sabe que no existe nadie cuya vida esté cerca del ideal, pero de todos modos no manifiestan la verdad: que los ideales son gestos de marketing de las corporaciones, que necesitan nuevos consumidores sin cesar.

Paradójicamente, la normalización comunista tiene éxito en el capitalismo. Las personas están repletas de autocensura, temerosas de su existencia, tan ocupadas con el consumo que piensan poco en los problemas globales de la sociedad. Y sobre todo están cada vez más endeudadas, lo cual sin duda contribuye a que no tengan poder de reflexión crítica.

Economía de los sentimientos

Recuerdo una pregunta que le hicieron en una entrevista a una de las mujeres líderes de la industria cinematográfica estadounidense: cómo es que con una vida tan exitosa no había tenido hijos. Ella respondió que rara vez en su vida había encontrado una mujer que tuviera todo: una pareja maravillosa, hijos satisfechos y una carrera fantástica. Sí había visto muchas mujeres que reunían sin problemas dos cosas: por ejemplo, la pareja y los hijos, la pareja y la carrera o la carrera y los hijos. Alguna otra teórica estadounidense responde al dilema de cómo unir la relación de pareja, los hijos y la carrera diciendo que la mujer puede tenerlo todo, pero no en el mismo momento.

El problema de la sociedad contemporánea es que el sujeto a menudo tiene la sensación de que puede hacer lo que quiera con su vida, y de que tiene infinitas posibilidades de “tenerlo todo” si se esfuerza lo suficiente. La paradoja es que por un lado parecería que la vida es una especie de cúmulo de elecciones racionales, y por el otro los sentimientos parecen ser su principio rector. Así, los libros más vendidos sobre pensamiento positivo nos enseñan cómo aprender a pensar en lo que realmente queremos y cómo es posible conseguirlo con el total direccionamiento del pensamiento. Al mismo tiempo, otros libros nos advierten que debemos seguir nuestros sentimientos y aceptar las decisiones cuando en nuestro interior sentimos que son las correctas.

La ideología que cree en el poder de la elección racional y la ideología que exalta el poder de los sentimientos se entrecruzan en todos los aspectos de la vida. Si antes el trabajo, los hijos y la relación de pareja se consideraban aspectos en los que teníamos que demostrar responsabilidad y compromiso, hoy los tres aspectos se han vuelto ámbitos en los cuales, por un lado, nos preguntamos qué sería más racional elegir y, por el otro, nos ocupamos de los sentimientos que ellos nos despiertan. En Occidente hay un gran aumento del número de denuncias por parte de empleados que se sienten mal a causa de su equipo de trabajo. Los terapeutas matrimoniales enseñan a hablar de las emociones propias y a reconocer las emociones ajenas. Preguntamos constantemente a los hijos cómo se sienten en la escuela y qué sentimientos les despertamos como padres.

Tanto la glorificación del pensamiento positivo como la devoción por el poder de las emociones provocan sentimientos de culpa e impotencia. Pongamos por caso que tenemos cáncer y, a pesar de lo mucho que nos empeñamos en el pensamiento positivo, la enfermedad avanza. Además de la impotencia, tenemos un constante sentimiento de culpa porque no hemos enfocado nuestros pensamientos lo suficiente o porque hemos estado demasiado llenos de sentimientos negativos y así perdemos la batalla contra la enfermedad. En medio de toda la andanada de psicología positiva parece que ya no hay lugar para la pérdida y que en realidad es muy difícil imaginar lo negativo como tal. La ideología de lo positivo parece no reconocer errores, impotencias ni fracasos.

Si el psicoanálisis es escéptico con respecto a los motivos de la elección racional, es igual de escéptico con respecto a los sentimientos. Aunque no niega el significado de los sentimientos, elude la cuestión de si hay algo en ellos que pueda ser nuestro principio rector sin mediaciones. En la relación de pareja, por ejemplo, suele ocurrir que uno de los dos no pueda dormir junto al otro. Abandonarse al sueño junto a otra persona requiere una cierta forma de confianza. Cuando la angustia impide que alguien pueda dormirse en la cama matrimonial, se trata a todas luces de un sentimiento auténtico que puede dar cuenta de que algo está pasando en la relación de pareja, que quizá uno de los dos no es sincero con el otro o cosas similares. Sin embargo, la angustia puede estar ligada al temor de repetir alguna situación traumática del pasado o al temor al futuro, y quizá ninguna de las dos cosas esté relacionada en modo alguno con la pareja. Un sentimiento es, entonces, un signo cuyo significado no podemos descifrar a partir del simple hecho de su aparición y, a la vez, a menudo no resulta fácil poner en palabras el sentimiento, es decir, lo que decimos de él puede enmascarar un problema inconsciente, el cual ha desencadenado el sentimiento.

La ideología actual, que tanto énfasis pone en el poder de los sentimientos, también alienta la idea de que en la vida hay que experimentarlo todo. Si deseamos experimentar un sentimiento en particular, tarde o temprano el mercado ofrece una forma de hacerlo posible (de las drogas a la conducción de alto riesgo, de los deportes extremos a determinados gustos gastronómicos). Este deseo de traspasar lo habitual y buscar lo nuevo está muy presente en especial en la forma de entender la sexualidad. Si la sexualidad siempre estuvo ligada a numerosos fantasmas, que pocas veces se realizaban, hoy es diferente. El sujeto puede encontrar muy rápido en Internet la posibilidad de confrontar sus fantasmas con la realidad. Sabemos a través del psicoanálisis que el placer que obtenemos de algún fantasma está a menudo ligado a que el fantasma no se realiza. Al contrario, la realización del fantasma puede provocar extraordinarios sentimientos de horror, repulsión y culpa.

Por supuesto, el comercio también juega con los sentimientos. La próxima vez que vayan de compras, piensen en cuánto invitan a la compra el olor, la luz y en especial la música. Los consultores estadounidenses de negocios inmobiliarios advierten que resulta clave el aroma del departamento cuando queremos venderlo. Aparentemente, lo que mejor funciona es el olor a pan recién horneado. En efecto, en el plano inconsciente, este aroma produce la sensación de estar en la tibieza del hogar y parece estar vinculado a nuestros fantasmas ocultos sobre una vida familiar feliz.

El problema de la sociedad contemporánea de los sentimientos es que, por un lado, tenemos la percepción de que es posible experimentar todas las emociones, por el otro, creemos que podemos manipularlas con determinados enfoques del marketing y, en tercer lugar, pensamos que podemos formularlas claramente con palabras. Y el problema de la ideología de la elección racional radica en que no admite el hecho de que toda elección significa necesariamente también una pérdida. En la literatura new age a menudo se cita un poema de Robert Frost que habla sobre alguien que se encuentra ante dos caminos en el bosque. Al ponderar cuál de los caminos elegir, decide seguir el que tiene menos huellas. El poema advierte sobre la importancia de elegir el propio camino y no seguir por fuerza el que recorre la mayoría. Pero cuando estamos ante la encrucijada y elegimos uno de los caminos, debemos ser conscientes de que con la elección de uno de los caminos hemos perdido la posibilidad de elegir el otro. Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de que la elección de uno de los dos caminos de ninguna manera ha sido solo una elección racional.

En tiempos en que las personas tienen la impresión de que todo es posible, el hecho de que cada elección signifique por fuerza una pérdida es algo difícil de aceptar. Una forma de enfrentar lo ineludible de la pérdida es cambiar de rumbo todo el tiempo. Unos cambian sin cesar de proveedor de telefonía celular; otros, de pareja; otros, de profesión. Cuando elegimos algo nos parece de inmediato que no es lo correcto y que otra cosa nos daría mayor satisfacción.

Una vez fui testigo en Gran Bretaña de la conversación de dos solteros empedernidos, cincuentones de buena posición económica. Uno, que cambiaba de pareja sin cesar, asociaba el hecho con sus gustos culinarios: ni se le ocurriría comer el mismo plato todos los días. El segundo agregó que cuando con el correr de los años se volvieran a encontrar, ya viejos y solitarios, podrían decir: “Al menos dejamos abiertas todas las opciones”. Tenerlo todo significa justamente eso: tener todo el tiempo la sensación de que todo existe como posibilidad y por tanto podemos realizarlo.

Entonces, la respuesta al problema de cómo tenerlo todo es no tener nada.

Cargos extra por pequeñas comodidades

¿Qué hacer cuando nos encontramos al final de una larga fila de gente y se nos hace tarde, y sería de gran ayuda saltarnos la fila? Me encontré en ese brete hace poco tiempo, cuando a causa de una demora del tren llegué muy tarde a un aeropuerto de Londres y en la sinuosa fila que serpenteaba ante el puesto de control de pasajeros me di cuenta de que iba a perder el avión. En situaciones como esa, a menudo contamos con que alguien nos ayude. En los viejos tiempos los empleados aeroportuarios ayudaban a los que llegaban con demora a abrirse paso hasta el comienzo de la fila, o bien los mismos pasajeros pedían a la gente que tenían por delante que les cediera el paso. Hoy en día la solución es el dinero.

Cuando con horror noté que la fila se movía con gran lentitud, me encontré mirando las expendedoras automáticas que ofrecían prioridad de paso por el control de seguridad. Por cuatro libras, la máquina me dio un papelito que me libró de la espera de inmediato. Un guardia dedicado exclusivamente a esa tarea conducía a las personas con el papelito al comienzo de la fila, lo cual significaba que todos aquellos que no habían comprado ese papelito tenían que esperar aún más. Mientras que antes un guardia igual a este hacía lo mismo como parte de una especie de “humanitarismo” para ayudar a las personas que de otro modo habrían perdido su avión, hoy su trabajo permite a una empresa (al aeropuerto, a los fabricantes de máquinas expendedoras) obtener una ganancia. Se trata de una especie de donación a las nuevas formas de la economía de mercado.

Muchas veces, el cargo extra que se permite pagar un sujeto por un poco de comodidad indirectamente le resta comodidad a otro sujeto que no ha comprado ese beneficio extra. Claro que podemos decir que también antes, cuando para saltar la fila no era necesario pagar, el que permitía a otra persona adelantarse perdía algo de comodidad, pero en ese caso existía la posibilidad de elegir (un sujeto podía negarse al pedido de otro de saltar la fila). El consentimiento era un gesto consciente de amabilidad. Pagar para adelantarse en la fila consiste en el mero predominio financiero, en el que quien tiene que esperar más tiempo no puede decir que no tiene la más mínima intención de ceder el paso al otro.

En distintos aspectos de nuestra vida ocurre algún tipo de “ryanización”. La compañía aérea low-cost Ryanair es pionera en Europa en la introducción de cargos extra por pequeñas comodidades. La compra de un pasaje de avión es hoy algo extremadamente estresante. En efecto, se bombardea al comprador con opciones de compra extra para un estatus especial que le posibilite pasar primero, obtener el asiento en el puesto deseado, el permiso para un tipo de equipaje en particular. Por influencia de las low-cost, otras compañías aéreas también han comenzado a aplicar un cargo extra por la elección del asiento y por la mayoría de los servicios de atención durante el vuelo. También en los hoteles hemos tenido que acostumbrarnos a los cargos por servicios extra. En la mayoría, hay que pagar un cargo extra por el desayuno y por Internet, y algunos han introducido un pago extra aun dentro del desayuno. El sujeto que compra el desayuno tiene acceso solo a determinados alimentos, y cada artículo agregado se factura por separado.

Al principio el cargo extra aparece como la posibilidad de sacrificar algo de dinero por un pequeño aumento del disfrute que otros no tienen. Pero la introducción de estos agregados cambia de manera radical las condiciones del mercado antes establecidas. Los proveedores de servicios de telefonía e Internet nos obligan a decidir todo el tiempo entre paquetes estándares y superpaquetes. La paradoja reside en que aquello que antes era lo corriente, después de un tiempo se vuelve un lujo por el cual por supuesto hay que pagar un cargo extra. En ocasiones el agregado se vuelve obligatorio. Esto ocurrió en Eslovenia con el seguro de salud complementario. Si al principio parecía que la gente iba a poder comprar algo más de confort con ese seguro de salud complementario del seguro obligatorio, la situación actual es tal que quienes no tienen ese seguro tienen un acceso muy limitado al cuidado básico de la salud.

Además, hoy los cargos extra nos posibilitan aislarnos de las demás personas. En el hospital, un pago extra nos asegura un cuarto propio, y en algunas cárceles estadounidenses, por 82 dólares al día no solo compramos celdas más bonitas sino también una ubicación alejada del ruido de los otros condenados. En los Estados Unidos es una práctica muy extendida pagarle a alguien para que haga la fila en lugar de nosotros. Puede tratarse de la fila para un nuevo teléfono de Apple, para entrar al museo a la exposición deseada o incluso para escuchar las ponencias de un congreso.

En tiempos en que predomina el así llamado outsourcing o tercerización —contratar a alguien para que haga determinadas cosas para nosotros—, también los vínculos afectivos y la socialización se vuelven parte de este mecanismo. En las relaciones amorosas siempre existió una serie de transacciones monetarias. Pero hoy en día las personas pagan incluso para no tener que involucrarse en una relación amorosa. En su libro La mercantilización de la vida íntima, la socióloga estadounidense Arlie Russell Hochschild describe el ejemplo de un empresario que ofrece empleo a través de un anuncio: busca una mujer con estudios superiores para acompañarlo en viajes de trabajo y cenas de negocios. El empresario aclara expresamente en el anuncio que la acompañante tendrá los gastos de viaje pagos en primera clase, alojamiento en su propio cuarto de hotel y un honorario por su presencia en las cenas. Subraya en especial que no se trata de ninguna manera de una propuesta sexual y que la aspirante no debe tener expectativas de una relación amorosa. El empresario desea comprar los servicios de alguien que desempeñe el papel de pareja, y está incluido en el precio el hecho de que no le resulte necesario invertir sus emociones en la relación.

El filósofo de Harvard Michael Sandel, en su libro Lo que el dinero no puede comprar, aborda la cuestión de los límites morales del mercado y pone ante el lector preguntas concretas: ¿es moralmente aceptable que algunas escuelas estadounidenses paguen a los niños dos dólares por cada libro leído o que las personas se inscriban en programas de adelgazamiento que les ofrecen un premio en dinero por sus logros? Aún más problemáticas son las formas en que se comercia con la muerte. En los Estados Unidos, muchas personas se han enriquecido a costa de pagar una póliza de seguro a los ancianos. Cuando estos mueren, aquellos cobran sus seguros de vida. Se trata de una inversión particularmente redituable si la persona muere pronto.

Hoy en día el dinero alcanza muchos campos que en el pasado estaban ausentes del intercambio monetario. En el proceso de reproducción podemos comprar esperma, óvulos o la subrogación de vientres. Los países venden unos a otros sus desechos. Las empresas compran el derecho a una mayor contaminación del aire. Se comercia con los refugiados, se venden órganos. En los Estados Unidos se paga el acceso al número telefónico privado del médico. En algunos lugares, los cazadores pagan por el derecho de cazar especies animales en extinción. Los padres pagan a los hijos por sus buenas calificaciones. La gente alquila supuestos amigos para que vayan con ellos a fiestas y cosas similares. Sandel advierte que el mercado y el dinero cambian la naturaleza de los bienes que tocan. Cuando en determinado campo empezamos a regular las relaciones a través del dinero, la naturaleza de esas relaciones cambia. Por eso es necesario preguntarse todo el tiempo hasta dónde puede llegar la economía de mercado, qué debe quedar más allá del intercambio financiero y cómo podemos limitar los mercados.

Hoy oímos decir muy a menudo que los mercados hablan, que envían señales, que están disconformes y por eso nos van a sancionar con rigor. Si muchas relaciones interpersonales se han monetarizado y despersonificado (por ejemplo, el hecho de que hoy no tengamos que pedir que nos dejen pasar sino que debemos comprar un papelito), los mercados en cambio se han personalizado fuertemente. Nos comportamos como si fueran un ser vivo con poder divino. En su libro Can the Market Speak? [¿Puede hablar el mercado?], Campbell Jones subraya que el problema no es solo que los mercados de ninguna manera pueden hablar, sino por sobre todo que no pueden pensar. Ante la cuestión de quién habla hoy y qué es lo que dice, Campbell propone concentrarse en los que oyen hablar a los mercados y en los que hacen silencio ante las interpretaciones de lo que se supone que dicen los mercados.

En psicoanálisis, los psicóticos son por lo general quienes escuchan voces y ven ojos que los persiguen. Hoy asistimos a una suerte de psicotización general, ya que oímos voces que parecen enviar los mercados. Por lo general, estas voces son interpretadas como algo negativo: amenaza o ira. Es igualmente importante que el lenguaje de los mercados no se concibe como algo que pueda comprender la gente común y corriente. Como el lenguaje de los mercados no es claro, ha aparecido una serie de descifradores que parecen saber traducir las señales que envían los mercados a un lenguaje comprensible para la gente. Pertenecen al grupo de estos descifradores comentaristas económicos variopintos, una serie de asesores que por supuesto son contratados por las empresas y las grandes casas de calificación crediticia.

Entre los empresarios líderes en el extranjero se dice: “Si no quieres perder el empleo, contrata a McKinsey”. La paradoja es que la empresa que contrata los servicios de esta gran consultora no debe revelarlo. En su libro The Firm: The Story of McKinsey and Its Secret Influence on American Business [La compañía: La historia de McKinsey y su influencia secreta en los negocios estadounidenses], Duff McDonald se pregunta cómo es posible que McKinsey siga siendo una empresa tan respetada si ha dado tantos consejos equivocados. Una de las respuestas es su confidencialidad. Como todas las empresas se comprometen a no decir públicamente que McKinsey las ha asesorado, no pueden vanagloriarse de que el éxito esté vinculado a un buen consejo. Pero —y esto es aún más importante— tampoco pueden decir que su fracaso esté vinculado a ese consejo.

Los descifradores de lo que dicen los mercados han aprendido de los mercados que su lenguaje también debe ser confidencial para que sigan siendo necesarios nuevos descifradores. Y por cada decodificación hay que pagar una nueva suma, por supuesto.

En tiempos de angustia generalizada por lo que puedan decir los mercados, salen ganando los variados gurús —desde las grandes empresas consultoras hasta las más pequeñas—, que hoy en día montan sus stands incluso en muchos centros de compras y hacen proyecciones para que las entiendan las personas comunes y corrientes. Sin embargo, junto a las filas que serpentean ante tales stands aún no han instalado expendedoras automáticas de papelitos que nos permitan saltar la fila. Aunque, por cierto, los fieles siempre tienen que ofrecer sus dádivas a un dios, sea este el mercado o cualquier otro.

Ajustarse los cinturones

La experiencia de la pobreza

POCO ANTES DEL INICIO de la crisis económica del año 2008, una prestigiosa revista inglesa publicó una nota acerca de cómo sobrevivir catorce días en Londres sin dinero, sin tarjetas de crédito e incluso sin alojamiento. La periodista se lanzó a la aventura como si fuera a explorar pueblos primitivos en tierras lejanas. Los pobres y los sin techo eran objeto de una investigación directa que un verdadero aventurero solo puede llevar a cabo si muda de piel y se vuelve uno de ellos durante algún tiempo. La nota que se publicó como resultado de esa investigación de la pobreza estaba llena de bonitas fotos de la periodista rebuscando en la basura, colándose en fiestas donde se come gratis, buscando relacionarse con okupas para obtener albergue sin costo, etc. Pero el texto describe la pobreza como la mayor aventura que uno pueda permitirse en un tiempo de abundancia.